5 de Sergio Chejfec en Lector salteado



Mario Aznar reseña 5, de Sergio Chejfec en Lector salteado:

5 (CINCO Y NOTA), SERGIO CHEJFEC

Hay espacios que se leen, como también hay textos que se recorren, que se transitan. El paseo como tópico intelectual ha suscitado en los últimos años nuevas ediciones y miradas renovadas sobre un fenómeno tan cotidiano que su sola presencia en un contexto artístico lo vuelve singular. Las implicaciones estéticas del caminar y sus usos metafóricos son infinitos y desbordantes, mediados casi siempre por el ejercicio de la idealización romántica que debe tanto a las escrituras de Rousseau, Baudelaire o Walser. Como es sabido, donde se dan la mano el ocio y la ciudad moderna surge una nueva forma de mirar, y también una nueva forma de hacer. Las rutinas del paseante solitario atraviesan las fronteras del día a día y llenan páginas de ensoñación sinuosa e imaginativa, de simbolismo y divagación psicogeográfica.

El escritor argentino Sergio Chejfec conoce bien esta tradición, pero se sitúa en sus márgenes para proponer desde allí un centro móvil, lúcido y fragmentario, emparentado al mismo tiempo con la ensoñación del flâneur y con ese otro rostro facetado de la reflexión y el pensamiento. Si la narración es duración —cambio, transformación—, el espacio, y más concretamente el espacio urbano, parece el medio idóneo para indagar sobre sus límites y su naturaleza. Tradicionalmente, la trama y las distintas peripecias que la conforman han sido asumidas como la forma ideal para expresar el proceso de transformación que opera sobre todas las cosas. Las acciones ocurren, los hechos se suceden, las causas tienen efectos, los efectos son consecuentes y las consecuencias son el resultado de esas acciones transformadoras que toda “novela que se precie” debe asumir como núcleo de su estructura. Pero esta lección ha sido ya puesta en duda demasiadas veces.

5-coverimageParece que solo podemos hablar del tiempo apelando, precisamente, a determinados atributos espaciales. Por eso decimos que el tiempo se alarga, se acorta, pasa, corre, vuela o se detiene. De hecho, la linealidad con la que nos referimos a la sucesión temporal puede dibujarse en un papel para mayor comprensión de cualquiera. Esto significa que ambas esferas son indisolubles, la del tiempo y la del espacio, y el relato no pertenece exclusivamente a ninguna de ellas, sino que participa de ambas en grados capaces de una contorsión todavía inédita. La singular literatura de Chejfec trabaja sobre ese nudo en el que el paseo no es ya un recorrido desde el punto A hasta el punto B (lo vimos en Mis dos mundos, editada por Candaya en 2008), sino que asume formas ensayísticas que no se desarrollan linealmente, sino por acumulación, en forma de vorágine o bola de nieve, como hemos podido leer, más recientemente, en Teoría del ascensor (Jekyll & Jill, 2016).

Con su escritura digresiva y tantas veces visual, Chejfec propone una cartografía del pensamiento —casi siempre del pensamiento privado, personal, quizá intransferible—que a través de una refinadísima destreza narrativa logra transponer lo que el propio autor —o ya la voz narradora— intuye en el prólogo como “el pliegue más profundo del mundo”. Este ejercicio tiene lugar en escenas más o menos deslavazadas o parciales, que suceden de costado, que son la culminación del realismo precisamente por esa insistencia que comparten los hechos y los pensamientos en presentarse siempre de forma sesgada y decididamente oblicua.

 

En un momento temí que el director descubriera la ausencia de un cuarto entero, o de toda la cocina o el baño, una cosa imposible de faltar, y que de todos modos esa falta me señalara como culpable de algo importante, cuya trascendencia se comprobaba en la dificultad de ser precisado.

 

5 (Cinco y nota) (2019), el último libro de Chejfec editado por Jekyll & Jill, supone la consumación de este proyecto implícito de espacialización del tiempo. No en vano se trata de un libro cuyas primeras páginas se recorren a vista de pájaro, sobrevolando las fotografías aéreas en blanco y negro de un pequeño estuario. Esa infraestructura marítima es el puerto de Saint-Nazaire, ciudad en la que el autor ubica la primera narración («Cinco») de las dos que componen el libro; la otra se titula «Nota», más extensa y retrospectiva. En una de estas imágenes, con una tipografía borrosa que podría pasar desapercibida a cualquiera, se lee: «Vaguer la nuit dans des lumieres narratives» , como en uno de los poemas del escocés John Burnside. Esas luces narrativas salpican el texto de Chejfec otorgándole un dinamismo fantasmático (y algo fantasmagórico), que está y no está al mismo tiempo. 

 

En el centro aparece la palabra yo. Parece un esquema equivocado, porque no previó que algunas de las líneas que van de un nombre a otro pasarían por el centro, implicando a ese yo. Quizá asignándole otro ángulo habría podido evitarlo, pero no lo intentó. Entonces hay líneas que al llegar al centro hacen un rodeo para dejar en claro que no lo atraviesan, con lo cual terminan dibujando un recuadro central presumiblemente no deseado, pero inequívoco.

 

Junto a las transformaciones del espacio que registra Teju Cole en Ciudad abierta o la singularización de lo cotidiano que lleva a cabo Gonzalo Maier en Material rodante, la apuesta literaria de Sergio Chejfec completa una suerte de constelación en la que, como artificios hiperrealistas, la novela sirve para plasmar esa lógica no-narrativa en la que tantas veces se traduce la vida. La escritora ecuatoriana Daniela Alcívar, gran conocedora de la literatura de Chejfec, ha experimentado en Siberia con esta ruptura de la narratividad en la que el cuerpo no se siente del todo cómo hasta pasado un tiempo—y un trauma— prudencial. Esa prudencia, que guarda una cruda relación con la espera, se respira en las páginas del libro de Chejfec como si fuera un mecanismo retórico y al mismo tiempo una condición de existencia. El lugar que ocupa el otro, las líneas que separan los espacios hasta hacernos sentir otros, la vivencia de uno mismo en otro espacio, la posibilidad de escribir esa vivencia o la posibilidad de escribir, sin más, son algunas de las incógnitas que viven en este libro extraordinario. “El viaje, promesa de la travesía, para él no prometía nada”: así comienza el relato. Pero Chejfec, quién sabe si involuntariamente, nos lo promete todo.

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Versus de Karlos Linazasoro en La odisea del cuentista



Isabel del Río recomienda Versus, estampas de un náufrago, de Karlos Linazasoro, en La Odisea del cuentista.

«En Versus, los pensamientos de un náufrago nos dibujan no sólo la realidad que él recuerda, sino también la que evoluciona sin ser vista, así como lversuscover1as ideas que crecen sin límite. Con un narrador/es externo que “casi” puede perforar la mente del protagonista, Linazasoro nos hace sentir la angustia, la melancolía y los sueños vacíos de un hombre que no tiene nada que perder.»

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5 de Sergio Chejfec en Cuadernos Hispanoamericanos



Excelente artículo sobre 5, de Sergio Chejfec, por Cristian Crusat, en Cuadernos Hispanoamericanos.

En congruencia con lo anterior, cabe reseñar que ya en varios de los libros de Chejfec, aunque singularmente en Mis dos mundos (2008), se había problematizado la tradición moderna del flâneur y del consabido paseante urbano. Por medio de una demorada y minuciosa escritura, la caminata se convertía entonces en un mecanismo elemental y en un procedimiento literario básico de este autor, en una suerte de tic físico y social que, además de desvelar el esencial desequilibrio entre los mapas y la realidad urbana, motivaba un profundo desnortamiento en el narrador (en el caso de Mis dos mundos, a través de un anodino parque brasileño, justo antes de cumplir los cincuenta años; aunque Buenos Aires, París o Caracas también figuran en el particular atlas del desconcierto de Chejfec). Desamparado a merced de la inanidad de sus excursiones, el narrador quedaba extraviado en la discontinua vida de la ciudad contemporánea, privado de cualquier tipo de revelación o hallazgo y entregado a la deriva de la escritura fragmentaria e inconexa. Inacción, errancia y fractalidad definen el flâneurismo narrativo de Chejfec, quien ha convertido la caminata deambulatoria en su indolente abstracción literaria y su propia escritura, en un «réquiem impasible del paseante urbano clásico» (Graciela Speranza).

En las primeras obras de Chejfec, como Lenta biografía (1990), El aire (1992) o incluso Los planetas (1999), los lugares y espacios establecían una densa relación con la memoria personal y familiar, de manera que el recuerdo (o su imposibilidad) determinaba tanto la configuración del escenario urbano como el delineamiento de la propia identidad del narrador. Poco a poco, tales coordenadas más o menos heredadas y de carácter histórico (el pasado de un padre judío que escapó del Holocausto, la desaparición de un amigo durante la dictadura militar argentina) dieron paso en la trayectoria de Chejfec a relatos quegravitaban sobre un puñado de modestas peripecias vitales, a través de cuya minuciosa narración comenzarán a desprenderse leves indicios, tímidas conjeturas sobre la propia identidad y el sentido que ésta puede encerrar. Radicado en Nueva York, adonde llegó después de vivir durante tres lustros en Caracas, la literatura de Chejfec responde a una actitud vital que él mismo llegó a designar como «deserción psicológica» en Teoría del ascensor (2016): a resultas de su condición extranjera y del medio multilingüístico que habita, Chejfec ha ido creando, como sus reconocibles narradores, una «especie de frontera interior, silenciosa, paradójicamente por proximidad, del mundo cotidiano», es decir, una conciencia hiperselectiva y a menudo paranoide en relación con todo lo que le rodea (y que, en cierta medida, gracias a su extranjería, convoca en el lector el recuerdo de esa galería de exiliados de la literatura de Nabokov: seres espectrales que, desposeídos de todo cuanto un día fue suyo, pierden incluso la certeza de la realidad de su propio yo).

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Y tal vez éste represente el aspecto más cautivador de la literatura de Chejfec: su meticulosísima enunciación de cuanto sucedió o pudo haber sucedido, lo cual le confiere a cuantos libros publica su particular cualidad divagatoria y acechante, como si el fenómeno de la escritura se estableciera como un genuino mecanismo de alerta o precaución. De todas formas, esta cautela que pone en marcha la escritura chez Chejfec nunca se ve satisfecha; más bien sucede todo lo contrario, pues a medida que se profundiza en la descripción de los detalles y vislumbres se multiplican, inevitablemente, las sospechas. Quizá fuera en La experiencia dramática (2012), más aún que en Los incompletos (2004), donde este autor supo conjugar de manera más precisa su puntillista descripción del comportamiento de los personajes y, al mismo tiempo, convertir la narración en una permanente y admirable exploración de contingencias. En general, este breve repaso a la trayectoria de Chejfec debería resultar significativo, ya que 5, el libro que nos ocupa, es el testimonio de un momento decisivo en la escritura de este autor y acaso recrea su más determinante punto de inflexión.

Cumple referir desde el principio que, en puridad, 5, el último título publicado por Sergio Chejfec, constituye un díptico narrativo. Así, en primer lugar, figura un texto que, denominado «Cinco», fue el resultado de un periodo de residencia literaria de la que disfrutó Chejfec en 1995, concretamente en la Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs (MEET) de la ciudad bretona de Saint-Nazaire. Por este motivo, «Cinco» delinea una sucinta trama provinciana de aire inequívocamente francés, muy próxima a las asordinadas atmósferas de la nouvelle vague: tanto el carácter de sus personajes como el conflicto narrativo responden a la naturaleza portuaria del lugar, que convierte la original «Cinco» en una historia a medio camino entre aquellas protagonizadas por esos personajes de Éric Rohmer que de repente deciden espiar y seguir a algún desconocido en la calle y una imaginaria adaptación de alguna novela —tal vez nunca escrita— de Simenon. La narración aspira a encontrar en esos rastreos una verdad puramente sentimental sobre un puñado de personajes, es decir, una verdad conjetural, efímera e incompleta.

Le sigue a este texto de 1995 uno nuevo, «Nota», que le confiere todo su sentido al conjunto. Mediante la rememoración de la época en que «Cinco» fue escrito y, sobre todo, del repaso de las ideas que para el autor convocaba por aquel entonces la práctica de la escritura, esta «Nota» se convierte en un texto esencial para comprender el quehacer literario de Chejfec. Entre otras muchas cosas, «Nota» relata: las rutinas de trabajo durante el periodo de residencia, la relación del narrador con las personas vinculadas a la institución, su propósito de escribir «antiliteratura», las deambulaciones por una ciudad de astilleros y vinaterías (y el retrato de quienes frecuentan estos lugares), las rutas de autobús por el extrarradio, y un breve romance entre sesiones de lectura de El mar de las Sirtes, de Julien Gracq. Pero, en lo esencial, la «Nota» conforma una oblicua poética literaria de Chejfec, ya que gravita en torno a una época cardinal para su proyecto: «Porque debo decir también que poco a poco he ido considerando la Residencia como la circunstancia en que me plegué a la escritura de una forma nueva —o abandoné la anterior—; el “almácigo” o incubadora de otro tipo de imaginación».

En otras palabras, 5 (el díptico formado por «Cinco» y «Nota») da constancia del momento en que Chejfec se cayó del caballo de camino a su Damasco privado, tanto que en sus páginas llega a afirmar que los libros escritos antes de aquella residencia forman parte de una protohistoria personal. En esa ciudad bretona se consolidó la renombrada incertidumbre referencial que caracteriza los libros de Chejfec, uno de los rasgos que este autor comparte con uno de sus maestros reconocidos, Juan José Saer, a quien ya homenajeó en uno de los cuentos de Modo linterna (2013). Con el autor de El entenado, Glosa o En la zona, Chejfec parece asumir la distinción que Walter Benjamin estableció entre el novelista y el narrador, es decir, entre el sedentario y el viajero: «Yo tomé esa afirmación como una metáfora del novelista que está instalado en una teoría ya consolidada, y el narrador como el que viaja, el que explora y trata de modificar las formas, las posibilidades de su instrumento narrativo» (Saer). En congruencia con esto, desde entonces los libros de Chejfec se han erigido en seductoras tentativas narradoras de acceso a lo real, aunque sus aproximaciones pueden ser tan remiradas y prolijas que, paradójica y felizmente, obran un audaz extrañamiento de todo lo circundante, que queda distorsionado por un hiperrealismo sentimental y desestructurador.

A lo largo de estos años, el proyecto de Chejfec ha ido presentando pequeñísimas variaciones, al punto que, a tenor de su estricta y reconocible poética, pronto el hecho de titular sus libros podría dejar de tener sentido, ya que cada uno de ellos no es más que otra muy reconocible faceta de un núcleo esencial. Los riesgos de semejante escritura son evidentes, entre los que ciertos recelos acerca de lo previsible o pronosticable de su escritura no dejarán de ser esgrimidos por parte de algunos lectores. Sin embargo, estos riesgos son inherentes al sobresaliente desafío que representa la literatura de Chejfec en el contexto de la lengua española. Se trata de instalar entre el mundo y su representación una higiénica incertidumbre mediante la que la narración se galvaniza por mor de todas las tensiones que, de súbito, se anudan en torno a ella, especialmente en los lugares donde suceden: «El autor tenía la idea de que la misión de las novelas era revelar un espacio más que contar una historia», se decía ya entre los apuntes de Teoría del ascensor (2016). Deudora de Handke, Di Benedetto, Gracq, Saer o Sebald, la literatura de Chejfec representa una valiosa tentativa de agotamiento de lo representable, amén de una siempre sugerente propuesta ética. Entre sus muchas virtudes debe reseñarse el delineamiento de una admirable parcela de la sensibilidad contemporánea: la dizque deserción psicológica desde la que Chejfec escribe sus libros constituye una firme y admirable toma de posición a favor de una actitud de repliegue que, frente a lo que dictan la propaganda comercial y política, es mucho más común de lo que se piensa, o al menos debería serlo, así como otra poderosa razón por la que la lectura de este autor resulta prácticamente inexcusable.

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Entrevista a Reinaldo Laddaga en El Asombrario



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Excelente entrevista a Reinaldo Laddaga con motivo de la publicación de la novela Los hombres de Rusia. Por Carlos Madrid, en El Asombrario.

Reinaldo Laddaga: «La extrema derecha aprovecha la victimización del varón blanco»

El avance de la extrema derecha ha sido un poco como el cuento del lobo. Podías intuir que cierta actividad había, aunque era más fácil obviarlo. Ahora, con una América con regímenes que hacen tambalear los soportes de la democracia y una Europa donde esta ideología toma peso, es sencillo apuntar: ¡Te lo dije! En España, el ascenso de Vox en las recientes elecciones ha venido sobre todo de la mano de loshombres menores de 30 años. El escritor Reinaldo Laddaga (Rosario, Argentina, 1963) plasma esta realidad en un libro que usa ficción y realidad a partes iguales: ‘Los hombres de Rusia’ (Jekyll & Jill).

 ¿Qué es ‘Los hombres de Rusia’?

Es una narración que se presenta como un texto encontrado. Este texto es escrito por el que suponemos es un militante de la extrema derecha norteamericana. El texto consiste en las memorias de un adolescente que recibe sus inicios en la educación sexual de manos de un miembro femenino de un grupo de identidad algo oscura que se hace llamar Los hombres de Rusia. Estos trafican con mujeres y drogas y desembocan en un zoológico abandonado y medio inundado que está dirigido por los padres de este adolescente. En el camino se reconstruyen ciertas genealogías de la extrema derecha a partir de la madre del muchacho y del líder de Los hombres de Rusia. Genealogías que van desde Italia hasta EE UU, haciendo un retrato más bien espectral de una tradición a medias cierta y a medias fantaseada.

¿Por qué usar esta dualidad?

El libro demandó un trabajo de investigación. Yo solía ser hasta hace poco un académico. De hecho, el texto se presenta como una suerte de saga a la antigua. Una narración hecha para conservar la memoria de una cierta tradición, una suerte de enciclopedia narrativa. En la trama del libro se engarzan grandes cantidades de información fáctica; hechos de personajes, de autores, de teorías… Sobre esta información fáctica, se montan una serie de alucinaciones que remiten a un mundo de fantasía.

¿Por qué te interesaba crear este juego?

Yo no sé si utilizaría la palabra interés. El trabajo de escritura de este libro, más que el de otros, me demandó una suerte de suspensión de la percepción entre la realidad y la ficción. El procedimiento fue desde el principio retener informaciones y usarlas como plataformas para dejarme llevar, sin pensar demasiado adónde iba.

Este juego lo haces extraliterariamente, pero también dentro de la propia obra. Todo el conjunto del libro va en la misma línea.

El libro juega con algunos de los procedimientos de la tradición: el documento encontrado; pero sobre todo la novela de formación, del fin de la infancia. Se produce un redescubrimiento de la sexualidad, sobre el trasfondo de una fantasmagoría política.

Esta fantasmagoría política es a lo que te referías antes con la extrema derecha y su desarrollo. ¿Por qué hablar de ella? ¿Es necesario en estos momentos?

Porque es crucial hoy por hoy. Con la elección de Trump en EE UU descubrimos corrientes subterráneas que no estaban o que no queríamos ver y que cobraron una potencia amenazante. Algo que ha movido la escritura del libro es una sensación de oscuro miedo.

¿Cuánto de soterrada estaba esa extrema derecha?

Quienes vivimos en las grandes ciudades no sabíamos de la dimensión de fenómenos que son propios, en EE UU, del mundo rural y los pueblos pequeños. Por eso la geografía del libro es la de la Florida rural. Hemos descubierto un país que no conocíamos y que no es tanto un país tradicional, sino en profunda crisis.

Unos movimientos que se alimentan de las épocas de crisis.

Exacto. Lo que a mí me pareció significativo, y creo que aparece reflejado en el libro, es cómo esta crisis, del trabajo, de los mundos sociales asociados a la economía industrial, ha desencadenado una crisis de masculinidad; una dimensión sexual de la crisis que me parece crucial. Sin esta crisis, al menos en EE UU, no se entiende el fenómeno. Por eso en la novela quería cruzar estas dimensiones. Y, por ello, la novela está centrada en la iniciación sexual.

¿Puedes desarrollar más esta idea?los-hombres-de-rusia-2

La principal fuerza de los trabajos en la industria eran los hombres: hombres que encontraban en su pertenencia al mundo del trabajo una fuente de respeto a sí mismos que a día de hoy ya no pueden. Las mujeres salen a trabajar y, por lo tanto, los hombres dejan de ser los dueños de casa y pasan a trabajar en empleos de servicios que en muchos casos ven feminizados: cocina, limpieza… De modo que hay una dimensión de pérdida de potencia sexual asociada con el tipo de crisis de esos mundos sociales.

Todo ello multiplicado por el elogio de la mujer en los medios y que ellos leen como corrección política. El caso particular de EE UU es que los varones blancos, por lo menos de cierta clase social, que han sido y siguen siendo privilegiados, sin embargo, están sufriendo una experiencia de victimización de la que la extrema derecha es su representación.

¿Funciona el libro como una especie de aviso para navegantes?

Yo he tratado en el libro de no ser didáctico. Mi posición en el libro es la de construir un mundo fantasmagórico, pero también complejo. Me preocupa la caricaturización de los votantes de la extrema derecha que se produce desde el lado progresista. El caso más claro es el de Hillary Clinton cuando tachó a Trump de ignorante. No es un libro fácil de leer y no sé si es una brújula que nos ayuda en la navegación. No es un libro pedagógico. Es un acto de expresión de una experiencia personal, de una experiencia de época que se expresa en colecciones de datos y de libros.

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Los hombres de Rusia de Reinaldo Laddaga en Pliego Suelto



Santiago García Tirado reseña Los hombres de Rusia, de Reinaldo Laddaga, en la revista Pliego Suelto:

De la quimera a la Teoría Política: sobre «Los hombres de Rusia» de Reinaldo Laddaga

Una novela de novelas solo podía haber sido concebida en una mente curtida en ejercicios cervantinos y/o borgeanos, y ese es el caso de la nueva propuesta de Reinaldo Laddaga, Los hombres de Rusia (Jekyll & Jill, 2019). Texto desbordante, inacabable, mutante, mesmérico, audaz, asume todos los aspectos de contenido y de procedimiento que el autor ha ido tejiendo en su obra previa, y que se ubica cómoda en el entorno de lo que conocemos como heterodoxia.

Literatura para adictos, novela de sobredosis, ya en las primeras páginas el propio texto despliega su prospecto de uso: será “tedioso, oscuro, imposible de acabar”. Se trata de una anticipación inteligente que sirve para poner al lector potencial ante la necesidad de dejarse arrastrar por el disparate. Eso, o desistir. No por nada el autor ha sido antes el primer lector de una historia que, no tarda en asegurarnos, es la traducción de un manuscrito. Laddaga también tiene su Cide Hamete Benengeli y se llama Aulus Gellius.

Un desfile de botarates sitia el despacho Oval

Pepe, meme popular en 4chan

Un manuscrito es un plano interpuesto entre el autor y su narración final, un recurso que ensancha la distancia con el fin de simplificar la asunción de la fantasía. Sin embargo, Laddaga ubica la zona cerode su historia en un terreno delimitado, concreto, aunque virtual: el texto llegó a sus manos tras haber investigado durante meses en el foro preferido por los reaccionarios estadounidenses, 4chan.

Explica a continuación que allí se fue encontrando con una serie de alusiones nebulosas a una inminente “Rebelión Beta” y se empapó de un supremacismo blanco que, contra pronóstico, se mostraba orgulloso sosteniéndose sobre una buena cantidad de obras y autores de pensamiento complejo. Entre las obras de referencia no era desdeñable el peso de Los devoradores de cadáveres (1976), de Michael Crichton, o el videojuego Overwatch. Todas esas aparentes informaciones dispersas habían de encontrar una explicación precisamente en el texto de Aulus Gellius.

La explicación se consigna, pues, como marco a la novela delirante que la sucede y con ella Laddaga advierte al lector de que podrá a menudo tener la sensación de estar leyendo una suma de disparates bárbaros, a la altura de las macanas con las que diversos vendedores de crecepelo a lo largo de la historia han logrado infatuar y llevar a la gloria a pequeñas tribus de dementes. Lo terrible, lo auténticamente desesperante es que lo que va reseñando Laddaga por boca de Aulus Gellius son algunos de los relatos del pasado que en la actualidad han sido asumidos por diversos ideólogos y políticos, muchos de ellos en pleno ejercicio del poder.

Reinaldo Laddaga, escritor

No tarda en aparecer en ese prefacio el nombre de Trump, aunque conviene no olvidar otros nombres que han ido definiendo el imaginario colectivo: Disney, por ejemplo, con todo lo que ha supuesto para el mundo norteamericano en cuanto a creación de un universo con unas reglas propias para la asunción y comprensión de lo real.

El cruce de lo real y la ficción devienen en una realidad nueva de raíz espectacular, algo que acaba ocupando el espacio del fenómeno y convirtiéndose así en lo único digno de ser admitido como verdad. Ahí están, para convencernos de lo que dice Laddaga, las sucesivas apariciones de Donald Trump en el World Wrestling Entertainment. Quedaría solo en una faceta golfa del supermillonario con aspiraciones políticas, si no fuera por lo mucho que se parece el Trump que pelea en vivo al que día sí y día también termina a la gresca con quienes han sido históricamente socios de los Estados Unidos. Y con toda la fauna mundial, los días que se levanta bravo. Según ese cuadro, para muchos norteamericanos nadie es más digno de ser creído que su jefe de filas, de quien esos fieles seguidores destacan su compromiso con la verdad.

El hombre que mira a las bestias mientras mira el arte

Entender Los hombres de Rusia exige previamente saber algo más de Laddaga. Por ejemplo, que es un analista atento de las múltiples formas de arte de vanguardia. Empeñado desde hace años en investigar lo que pueda tener de innovador el arte de este siglo, ha dado a la imprenta varias obras que se han constituido en referencia necesaria: Estética de la emergencia (2006) y Estética de laboratorio (2010), pero también Literaturas indigentes y placeres bajos (1999), o Espectáculos de realidad(2007), obras en las rastrea el vanguardismo en la literatura contemporánea.

Laddaga y Carrión, 2015

Conviene también recordar que su labor de picapedrero del arte lo ha llevado a él mismo a la experimentación, en obras colaborativas y de propuesta no convencional –remake, reescritura, asociación libre de imágenes y textos– en obras tan poco ortodoxas como Riplay. Historias para no creer (2015) y Cosas que un mutante tiene que saber (2013), obra esta última donde el texto dialoga con una serie de composiciones musicales igualmente rompedoras.

Ese impulso experimentador es el que conduce a Laddaga al libro que ahora comentamos, el que hasta ahora es su más ambicioso artefacto. Y el mejor acabado.

El otro foco de atención –muy conectado con este, pese a lo que pueda parecer en un primer momento– es el que ha supuesto para el autor la política actual, y en concreto las formas espectaculares de poder que han diseñado y exportado con éxito los Estados Unidos. Esa mirada política se asoma a la citada obra sobre Riplay, con todo lo que el fenómeno Riplay tiene de hibridación entre realidad y show, pero cobra dimensión plena en Tres vidas secretas: John D. Rockefeller, Walt Disney y Osama Bin Laden (2008). En una conversación, años atrás, Laddagame explicaba cómo esos tres personajes habían desarrollado un empeño común: el de magnificar sus obsesiones personales hasta elevarlas a seña identitaria de toda una cultura.

A poco que se observe el fenómeno, es fácil destacar su componente creativo. Perverso y con rasgos inopinados de heterodoxia, es indiscutible, pero con un marcado cariz vanguardista. Y vanguardia hubo también en otros personajes del S. XX que hicieron incursiones en política, como Gabriele D’Annunzio, a quien Lenin llegó a definir como el único verdadero revolucionario aparte de él mismo. Vanguardia y fascismo convergieron en Marinetti y los futuristas. Y otras variantes innovadoras del totalitarismo fueron desarrolladas posteriormente por personajes como Francis P. Yockey, CyrusTeed, Julius Evola. Y, andando el tiempo, por los ideólogos actuales de Putin (A. Dugin) y de Donald Trump (Steve Bannon).

Reinaldo Laddaga, 2019

Cada una de estas formulaciones en serie ocupa un capítulo propio en esta Historia universal del disparate que traza el libro, lo que resulta en una forma solidaria de ensayo y narración que Laddaga estira hasta llenar con ella la mayor parte del texto. Huelga decir que el híbrido funciona a la perfección.

En efecto, lo que otorga a Los hombres de Rusia su perfil heteróclito es esa combinación arriesgada: experimenta con formas extremas de narración a la vez que indaga en las mutaciones que el dislate fascistoide ha ido sufriendo en el tiempo, hasta lograr sobrevivir en la charca de la actual democracia agonizante. Formalmente, el ensayo enciclopédico y la narración se entrecruzan en una forma que difícilmente reconocerá un lector intoxicado por el discurso muelle del realismo convencional.

A eso precisamente se refiere cuando advierte que sus primeros lectores, amigos, lo habían encontrado “tedioso, oscuro, difícil de acabar”. Borges, que forjó una obra única con un procedimiento similar, le negó siempre a sus relatos la posibilidad de que ampliaran sus dimensiones hasta constituir una novela. Laddaga se lo permite a los suyos y asume los efectos estéticos que esa propuesta desencadena. En ningún momento parece preocupado por perder atractivo.

A toda forma de vida salvaje le cae bien Florida

Es también binario el juego de los planos sobre los que se traza el texto. En un primer plano, el último habitante de un lugar de pesadilla –un zoo abandonado en Estero, Florida– irá narrando la llegada de un grupo variopinto autodenominado “los hombres de Rusia” que tomará posesión de los pabellones y jaulas vacías donde antes habitaron los animales.

En un segundo plano, ese mismo narrador irá desgranando capítulos de su genealogía desde su antepasado Giuseppe Antonio Borgese, admirador de D’Annunzio, que posteriormente se casaría con Elisabeth Mann, la hija del Nobel. Y a partir de ellos irá trazando otra genealogía paralela, la de las teorías políticas en torno a un gobierno mundial, la utopía totalitaria, el triunfo final de los hombres superiores.

En esa genealogía descubrimos una idea recurrente. Según esta, el mesías venidero se identifica con el pueblo varangiano, el de hombres rubicundos, fornidos y, ante todo, puros vikingos del sur de Suecia que a lo largo de la Edad Media se fueron extendiendo por el Este hasta Kiev. En esas praderas los varangianos se dieron a conocer como los Rus y andando el tiempo se constituirían en el pueblo mítico que dio origen a la Rusia que conocemos.

La versión reducida del Beowulf que fue Los devoradores de cadáveres, de Michael Crichton, sirvió para democratizar la mitología redescubierta (y que de tiempo atrás se estaba echando en falta). Mucho pasto y recortes en Filosofía después llegaría la Alt-Right, cómo no, cargadísima de razones hasta reventar de verdad. Varias tendencias políticas en boga comparten las líneas de fuerza básicas de este varangianismo, según el cual hay una estirpe de seres superiores que deben ejercer ese estatus sin complejos, y todo lo demás es socialismo, sionismo y debilidad cerebral.

Una mirada aparte se merecen los elementos simbólicos que introduce Laddaga, algunos muy destacables, y entre ellos no es el menor el escenario escogido: jaulas abandonadas por las fieras, ahora usadas para encerrar a las esclavas sexuales, edificios ya privados de significado reconvertidos en casa de la nueva humanidad que pretende sanar al mundo.

Walt Disney y Mickey Mouse

Y todo ello en Estero, Florida, el lugar donde acabó especialmente Cyrus Teed, líder de los Koreshanos, un lugar a su vez no muy distante de aquel otro donde un visionario dibujante levantaría un mundo a su medida, el Walt Disney World, para los siglos venideros la patria donde la realidad y la ficción se fusionaron para acceder a otra dimensión, más aceptable, más verdadera. En ese lugar salvaje se asentará una sociedad alocada, cuyo destino se une al del líder y que está empeñada en devolver el orden que el mundo nunca debió perder con conceptos como la igualdad y la democracia.

En esta parte simbólica y de delirio, la narración es una muestra de la desaforada capacidad inventiva de Laddaga: un mundo abigarrado, ideas desquiciantes, un ataque continuo a la razón con efectos similares a los de una buena sobredosis de estupefacientes. Lo que en otros habría sido un alarde de manierismo, en Laddaga se reivindica como obra estable, al imbricar con éxito materia y forma en su relato.

Acabada la novela, lo que queda flotando en el aire son trazas de oráculo contemporáneo. No tanto porque la obra acuda a revelar el futuro que nos espera, sino en el sentido de que añade lucidez, inteligencia.

El dislate permanece en esta hipercompleja realidad líquida que habitamos, pero reducido a artefacto literario resulta menos temible. Más manejable, más leve.
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Los hombres de Rusia de Reinaldo Laddaga en Letras en vena



Rubén Olivares reseña Los hombres de Rusia, de Reinaldo Laddaga, en Letras en vena:

Tendemos a pensar que los fenómenos políticos, la emergencia de nuevas ideas y los movimientos reaccionarios que creíamos olvidados y amenazan con socavar la estructura de los cimientos de nuestra sociedad tienen un origen en los problemas del ahora, en el coro de voces apocalípticas que nos anuncian la caída de nuestra sociedad, al tiempo que nos ofrece la salvación eterna si les damos el poder, sin ser capaz de ver que estas voces nos han acompañado desde el origen de la historia y que van cambiando sus disfraces a medida que la sociedad evoluciona.

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Por fortuna, en toda época acaban surgiendo voces contrarias a este coro reaccionario que nos advierten sobre los cantos de sirenas de estos corifeos mesiánicos. Obras como “Los hombres de Rusia” surgen como una radiografía del mundo actual que nos advierten sobre las carencias del mismo, gobernado por bufones henchidos de hiperliderazgo, megalomanía y egolatría que identifican su discurso y su persona con el de la nación y el pueblo que gobiernan, lanzando discursos de trazo grueso plagado de astracanadas que buscan reafirmar su poder. La alegoría de Laddaga nos hace reflexionar sobre el hecho de si el mundo no será un teatro en el que estos líderes realizan su representación y son juzgados por el público como aptos o no aptos para su ascenso al poder, donde la comedia se convierte en tragedia cuando estos imponen su programa ideológico. Para entender como estos personajes llegan al poder nos basta con seguir la trayectoria de aquellos aspirantes que no llegan a alzarse con el poder, aquellos desquiciados, tristes marionetas que componen los personajes de este libro.

Haciendo uso de la documentación-ficción, Laddaga nos presenta el libro como el resultado de una traducción del inglés de un documento verídico que, casualmente, halló indagando en los foros de ultraderecha de Internet que alimentaron la base de apoyo de Trump durante su campaña electoral. En dicho texto, convertido en libro, su autor original – un adolescente del cual desconocemos su nombre, pero podemos adivinar su edad aproximada al saber que nació durante la década de los noventa – nos narra cómo cambió su vida tras la irrupción de un estrafalario grupo de guerrilleros de ultraderecha, adictos a la metanfetamina y otras drogas alucinógenas que trafican con inmigrantes, mujeres y drogas para financiar su organización, en el zoológico inundado que sus padres gestionan en el estado de Florida. El origen de este inquietante grupo se esconde tras la figura de un enigmático líder, que se ha aupado hasta el poder gracias al apoyo de sus lugartenientes, el Encargado, el Amigo y el Candidato. La misión de este extraño grupo, con ínfulas mesiánicas, es tratar de reinstalar un ficticio orden mundial que nunca existió que se fundamenta en una ideología de extrema derecha sustentada en las proclamas utópicas de D’Annunzio, la teoría de la tierra hueca de Cyrus Teed, la exaltación de la virilidad guerrera de los vikingos y una estrafalaria reinterpretación de la obra de Michael Crichton (autor de bestsellers como Parque Jurásico, Esfera, Congo o La amenaza Andrómeda, entre otros libros).

Lo mejor del libro es, en sí, el estilo narrativo de Laddaga, convulso, disruptivo y explosivo. El libro es el resultado de mezclar la escritura de un diario íntimo con la biografía y el saber enciclopédico del supuesto traductor. Que Laddaga es un escritor con muchos libros leídos detrás se nota en el inicio de la obra, un homenaje al inicio de Pedro Páramo, que acaba adentrándose en un relato de confrontación entre el pasado mitificado en el que se sustenta la extrema derecha y el amargo presente. El grupo o secta de Laddaga busca recrear el pasado de los antiguos Rus, llegando a recrear una ceremonia de sacrificio en honor de los líderes caídos, revestida con una macabra belleza y robustez de la que sus seguidores carecen y que acaban convirtiéndose en una horrible parodia. El siglo XXI no parece ser el escenario adecuado para estas empresas, y el hombre blanco, mitificado como el dirigente del resto de pueblos, no parece estar, hoy en día, a la altura de estas empresas.

Laddaga nos deja como mensaje final de su obra que el supremacismo que impera entre los líderes conservadores de nuestro día, está lleno de horrores que beben sus fuentes en el pasado, y que la verdadera cara del poder siempre está manchada por un oscuro centro que todo lo absorbe y que trata de acaparar para sí todo el poder.

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Los hombres de Rusia de Reinaldo Laddaga en la revista Otra Parte



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Manuel Crespo reseña Los hombres de Rusia, de Reinaldo Laddaga.

Los hombres de Rusia

Reinaldo Laddaga

A veces los fenómenos políticos, los cambios de paradigma y la imposición de nuevas ideas nos hacen creer que el chispazo que trajo el incendio tiene sus orígenes en el ahora, en el color del tiempo que se construye a nuestro alrededor, o a lo sumo en el pasado más inmediato y reconocible, lo que nos priva de reflexionar sobre las pulsiones que siempre estuvieron y van cambiando de disfraz mientras el escenario global les da a unos el lugar que les quita a otros.

Libros como Los hombres de Rusia son un intento de enmendar esa carencia. Al observar el mundo actual, gobernado por bufones irascibles y plagado de discursos de trazo grueso, la alegoría de Laddaga se pregunta si el mundo no es, en definitiva, un coliseo diseñado para que esos líderes triunfen o fracasen, se pisen las cabezas, sobrevivan o perezcan. Pero para verificar esa lucha no es necesario fijarse en las castas superiores. Basta con seguir el derrotero de los meros aspirantes, los que se quedan en las gradas, ansiosos por pisar una arena que los ignora: los crueles, los desquiciados, los tristes hombres que menciona el título.

Presentado como un documento supuestamente verídico, el libro contiene la traducción que un prologuista llamado Reinaldo Laddaga hizo de un texto rescatado del sótano de Internet durante la campaña electoral que consagró a Donald Trump como presidente de Estados Unidos. En el texto —cuyo autor es un adolescente sin nombre, nacido en la década de los noventa, pasmosamente articulado y lúcido— se describe la mudanza de un grupo de guerrilleros alucinados a un zoológico inundado en el estado de Florida. El grupo se financia vendiendo drogas y esclavizando mujeres. Su teogonía revela la existencia de un Líder, un Encargado, un Amigo, un Candidato. Aunque difusa, su misión es reinstalar un orden que compendia atávicos reclamos de la extrema derecha, el utopismo que D’Annunzio rozó en Fiume, la teoría de la tierra hueca de Cyrus Teed, el salvajismo extático de los vikingos y una relectura tan cohesiva como desopilante de los bestsellers de Michael Crichton.

La narración, expansiva y convulsa, no hace asco a ningún género. El texto que “traduce” Laddaga bascula entre el diario íntimo, la biografía y la enciclopedia. Incluso le sobra espacio para vampirizar algunos clásicos de la literatura del siglo XX —el comienzo de Pedro Páramo, por ejemplo— y para dilatarse en un amargo correlato que subraya las diferencias entre el pasado mítico y el presente lastimoso. La secta busca replicar una orgía sacrificial que los antiguos Rus desplegaban con belleza y robustez, pero a mitad de camino todo se deteriora. El tercer milenio no es un teatro propicio para tales empresas y el hombre blanco, parece argumentar el texto, ya ni siquiera está a la altura de sus propias fantasías.

Acostumbrado a los proyectos no convencionales —entre los que destacan biografías misceláneas y antologías que combinan trabajos musicales y literarios—, Laddaga inspecciona el lado defectuoso del supremacismo para señalar que los horrores de hoy son los de siempre, que la cara última del poder está velada por una negrura sin centro y que del futuro sólo nos queda esperar bruma y recurrencia, la misma piedra que nos hará tropezar una vez y otra, porque así lo decidió alguien hace mucho, porque el ser humano ya es un animal viejo y contra eso no hay nada que pueda hacerse.

Reinaldo Laddaga, Los hombres de Rusia, Jekyll & Jill, 2019, 272 págs.

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Entrevista a Reinaldo Laddaga en El coloquio de los perros



Andrés Nortes entrevista a Reinaldo Laddaga en la revista El coloquio de los perros con motivo de la publicación de su novela Los hombres de Rusia:

REINALDO LADDAGA – LOS HOMBRES DE RUSIA

 

 Los hombres de Rusia es una novela publicada por Jekyll & Jill hace poco más de un mes. Se trata de un relato cómico y trágico, ridículo y escalofriante, sobre el complejo origen histórico e ideológico de un grupo armado de ultraderecha esotérico-mitológica con actividades delictivas, y de los rituales funerarios de uno de sus miembros.
Los hombres de Rusia es una novela poco al uso y exigente, que, de tener la necesaria complicidad en el lector, le proporcionará tanto placer de lectura como desasosiego por el mundo que hay más allá pero también más acá de sus páginas, un libro que si bien no es para todo el mundo, a aquellos que perseveren en sus páginas les proporcionará una experiencia única. A mí me la ha dado. De los mejores libros que he leído en este año.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Uno de los aspectos que más me ha gustado de Los hombres de Rusia es tu forma de describir, resumir y comentar obras y discursos de una manera que ya nos gustaría a algunos profesores de Literatura, porque cuando escribes sobre ellos los conviertes en algo apasionante, por muy poco apetecibles que pudieran resultar a priori. ¿Te gusta más practicar esta crítica de forma oral y fluida, o eres, en general, un escritor de muchos borradores sucesivamente depurados?

—REINALDO LADDAGA: Hasta hace no mucho tiempo era profesor de literatura, y supongo que algunas de mis maneras (o mañas) narrativas fueron ejercitadas primero en aulas de seminario. Aunque lo cierto es que siempre creí que había acabado por ser profesor para darme la oportunidad de experimentar el placer simple de hablar, los efectos de la voz perdiendo y encontrando su anclaje en las estructuras de la lengua, descubriendo los modos como el ritmo de las frases afecta la disposición del cuerpo. La promesa de ese placer elemental sigue llevándome a la escritura. En términos de la práctica, mis primeros borradores son improvisaciones realizadas muy rápidamente, en general con algún texto de otro a la vista, un poco como quien toma apuntes (otra vez la escena del aula). Luego viene el trabajo a forza di levare, a fuerza de sacar, pero tratando de conservar algo del pulso del principio. Ya sabes que la aspiración de todo autor es que el lector pueda leer su texto como si aun se estuviera escribiendo.

—ECP: En tu relato hay numerosos encuentros y desencuentros metafóricos de los personajes consigo mismos —y muchas anagnorisis y me atrevería a decir que incluso anamnesis—, pero hay uno real (el del Líder con el Amigo) que, caso de buscar la verosimilitud, puede ser cuestionado por el lector. ¿Qué opinión tienes de la “literatura de encuentros”, como la vieja novela bizantina, que toma dichas reuniones como la convención de partida para construir el relato? ¿Y de la amistad como tema literario?

—RL: Nunca he sido un gran lector de novelas realistas. Siempre he gravitado hacia los herederos modernos de aquella “vieja novela bizantina”, plagada de encuentros improbables, transformaciones asombrosas, intrigas en arabesco. O del romance, no sólo como lo entendemos en castellano, sino escribiéndolo en itálicas, el romance inglés. Es que Los hombres de Rusia es, en al menos una de sus dimensiones, una “historia de amor”. De amores múltiples: entre el narrador y su madre, entre el narrador y la sirvienta que traen los visitantes al zoológico abandonado donde vive. Y también entre esos personajes que mencionas, el Líder de la banda y el Amigo, amantes discretos que recorren la noche de Chicago y comparten las lecturas (de Francis Parker Yockey, Julius Evola, Michael Crichton) que acaban por integrar la mezcla en que consiste su más bien confusa ideología. ¿Qué hacen estos múltiples romances en una narración que es una alegoría declarada de la extrema derecha en su versión más contemporánea? Siempre me ha integrado la dimensión erótica de estos movimientos; sus líderes constantemente tematizan, de una manera u otra, la cuestión de la satisfacción sexual de los varones. En un contexto de ascenso en la escena pública de las mujeres no es posible comprender la potencia de estos movimientos sin tener en cuenta la restauración de las jerarquías sexuales que proponen.

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—ECP: La amistad y la novela bizantina me llevan a Cervantes. Tu novela me ha parecido muy cervantina —o de primera generación, o de segunda, porque también me ha llevado un poco a los ingleses del XVIII—: veo un juego de editor de manuscrito hallado (un Reinaldo Laddaga literario), escritor (Aulus Gellius) y narrador (el adolescente cuyo nombre no se menciona, como tampoco el de su familia), fuertemente cervantino con el añadido de que Cide Hamete Benengeli (su narrador), su descubridor (Cervantes literario), y su traductor (tampoco mencionado) también desconfían unos de otros. El “editor” de tu novela —y autor de su prefacio y sus comentarios a pie de página— mantiene una actitud crítica algo desconfiada con el texto hallado, el narrador o posteador no hace acto de presencia y el narrador en primera persona pone en cuestión la verbosidad de su padre cuando le cuenta la historia del Líder en la tercera parte. ¿Hay “pérdidas en las traducciones”, por usar la expresión inglesa? ¿Qué nos transmite esa mise en abyme en tu libro?

—RL: Tal vez haya que decir que es cervantina de tercera generación. Es que el punto de referencia más inmediato es Borges, lector de Cervantes. Pienso en particular en dos textos: ‘El inmortal’, con sus referencias a los centones, a los escritos hechos de retazos de otros escritos (Los hombres de Rusia se presenta explícitamente de ese modo), y sobre todo ‘Tlön, Uqbar, Orbis Tertius’, donde encontramos los fragmentos de una enciclopedia que el narrador, que es un traductor, vincula a la emergencia de los totalitarismos de mediados del siglo XX. En efecto, mi libro posee un narrador (un adolescente que detalla ciertas alternativas de su iniciación erótica en un zoológico a medias inundado, al mismo tiempo que repite las cosas que ha escuchado de su padre y su madre), un autor que ha encontrado o compuesto su discurso (cierto Aulus Gelius, que lo ha publicado en un sitio web) y yo mismo, compilador, traductor y editor del texto. Son voces sobre voces sobre voces. Traté de reservarme un cierto margen de indeterminación en la relación entre todas ellas: nadie acaba por creer en la veracidad de lo que ha escuchado y la historia emerge de una masa de rumores. Creo que la indeterminación principal es la del carácter de Aulus Gellius. ¿Qué quiere, al fin y al cabo, este autor? ¿Por qué ha montado un sitio web para lo que ha escrito y se ha esforzado por promoverlo en los foros de discusión de la extrema derecha norteamericana? Aulus Gellius es un militante (o un grupo de militantes) de ultraderecha, pero su discurso es en general equívoco, oscilante. ¿Qué efectos espera que produzca? La inestabilidad de esta capa del libro hace que diversos lectores se detengan en tal o cual momento de la oscilación, de manera que, en mi experiencia personal, las lecturas son las más dispares que ninguno de mis libros haya encontrado. ¿Es necesario agregar que el procedimiento hace referencia no solo a los antecedentes que señalas sino también a la vasta polución de los discursos en el espacio digital?

—ECP: Observo, además, que en las distancias cortas, el propio adolescente anónimo es un narrador extraordinario, muy al tipo de Scherezade, que esconde datos relevantes para el final, realiza prolepsis, lanza interrogaciones retóricas, crea metáforas ilustradoras o evocadoras y, en general, conduce al lector hacia donde quiere y como quiere. Todo esto lo comento porque el perspectivismo es otro de los aspectos que yo veo cervantinos (aunque desde luego, no solo cervantinos) y también la ironía y la parodia. ¿Qué te interesa como escritor y como ser humano en la mirada de personajes tan poco al uso?

—RL: Hace poco leí un libro que no conocía: La isla de Arturo de Elsa Morante. Se trata precisamente, como Los hombres de Rusia, del relato de un verano donde tiene lugar el despertar erótico de un adolescente en parte salvaje, proceso que desencadena una cierta resolución del conflicto edípico, y que culmina en el umbral en que se abre para el protagonista, por la vía del abandono del hogar, otro territorio para una nueva individuación. Este esquema es recurrente en la narración de linaje europeo (y alcanza los parajes de Kafka, en todo caso en su novela sobre los Estados Unidos). En fábulas como la de Morante (y, espero, la mía), un cierto esplendor narrativo es la manifestación de la revelación de un erotismo nuevo. Los personajes que me interesan son siempre liminares: viven entre mundos, o se desplazan hacia el límite del mundo en el que viven; viven entre fases de su trayectoria, cuando una fase se cierra y otra no se abre todavía. En el horizonte tal vez esté la utopía de un sujeto infinitamente mutable, dotado de una interminable plasticidad. Puedo especular ad infinitum sobre las razones por las cuáles estos personajes me atraen, pero estaría enmascarando la verdad de que realmente no lo sé. Más precisamente, de que las raíces de mi mundo imaginario y los personajes que lo pueblan, como los de cualquiera, son necesariamente oscuras, hundidas como están en nuestra prehistoria como individuos y como lectores, esa fase en la cual la lectura responde a corrientes pulsionales urgentes. Esta es otra de las razones por las cuáles mantengo amarrada mi narración a las novelas de avereinaldo-laddaganturas: se trata de un deseo probablemente irrealizable de regresar a los parajes de la fascinación infantil con las partidas sin destino, los arranques abruptos, los despegues.

—ECP: Otra referencia que me nace —me disculpo por anticipado por no haber puesto aún un pie en el siglo XX y menos todavía en el XXI— es la de Benito Pérez Galdós, o si quieres la de Philip Roth. La Historia y las historias, lo real empírico y lo verosímil ficcional. ¿Te gustaría que los lectores hagamos una lectura deductiva de Dannunzio, Evola y Yockey al Caimán Verde, Agellius y su madre esquizofrénica en el Campo Hobbit? ¿O preferirías que al término de la novela pensemos en cómo se llega desde unos excombatientes drogadictos y traficantes de esclavas a filósofos y políticos que dominaron o incluso dominan hoy, ahora, el mundo, como Mussolini, Putin o Trump? ¿Qué vínculos crees que hay entre las pequeñas vidas, insignificantes hasta ser inventadas, y las vidas que cambiaron el c
urso de la historia?

 —RL: Si no fuera pedir demasiado, diría que mi ideal es una lectura que combine los dos gestos que mencionas: que, por un lado, retenga algunos de los numerosos dobles, ecos, repeticiones históricas que el libro postula (entre aquellos escritores y combatientes del pasado y sus herederos ficticios del presente, entre el Estado Libre de Fiume y los esbozos de comunidades que la novela imagina), pero que eso no impida la percepción de una cierta energía narrativa que no puedo sino esperar que el texto tenga. Que siga las pistas de las referencias de las que el texto está plagado, pero al mismo tiempo perciba lo que hay en el libro de fabulación y mascarada. Mis amigos me preguntan cuánto es cierto de lo que cuenta el libro, y yo les respondo que casi todo, aunque no siempre me resulta recordar qué cosa ha sido inventada. Por un lado, está aquella línea que va de la crisis de la clase trabajadora, sobre todo en regiones rurales, bombardeada por los pasquines y la publicidad política en Facebook, la crisis de los opiáceos o las esclavas sexuales destinadas a las casas de masaje, y las elecciones americanas o europeas que están cambiando nuestro mundo; por otro, están las recurrencias que hacen pensar que se trata de variaciones de un tipo político de alguna manera intemporal, que va del tribuno romano Cola di Rienzo biografiado por D’Annunzio a Mussolini, Berlusconi y todo el resto. Respecto a estas vidas que cambiaron el curso de la historia, a estos grandes nombres que a veces nuestra literatura descuida, me gusta considerar la pequeñez, la insignificancia.

—ECP: Después de documentarte sobre Miguel Serrano o Cyrus Teed, ¿es la realidad más extraña que la ficción?

—RL: Por supuesto.

—ECP: Si tu novela está entre la tragedia y la comedia no situándose en una equidistancia sino participando de ambas (por lo descabellado y lo ridículo de planteamientos y concepciones del mundo y también por lo cruel, los asesinatos, los fascismos, el genocidio judío), ¿la gran humorada y a la vez la gran tragedia es el mundo real en el que vivimos, escenario de los egos de dos divos, Trump y Putin? Si es humor, ¿lo calificarías de humor culpable, de humor liminar? ¿Es la esfinge contándole a Edipo un chiste?

—RL: Estoy ahora mismo escribiendo un texto donde propongo una reconstrucción hipotética de una pieza desaparecida de Esquilo: Proteo. Proteo seguía a su gran trilogía, la Orestíada, y consistía en lo que llamamos un “drama satírico”. Se trata de un género altamente conflictual, en el que personajes de tragedia, con apariencia y dicción de tragedia, realizaban acciones que comentaban un coro de sátiros con pequeños penes erectos y colas pajizas de caballo. Me gustaría que mi libro fuera un algo así como un drama satírico, y pienso que el género es adecuado a la temática. No puedo dejar de tener la impresión de que la presidencia de Donald Trump, pongamos por caso, es un poco un chiste que se hubiera salido de su curso. En la introducción del libro menciono la centralidad de la bufonada en la puesta en escena de la extrema derecha, pero el conjunto de la narración nos recuerda que, por otra parte, una pulsión sacrificial, una necesidad de víctimas, una crueldad específica la anima.

—ECP: En tu novela no hay denuncia, y sí crudísimas inmoralidades: crímenes, robos, trata de blancas, esclavitud, prostitución, supremacismo, orientalismo, machismo y un largo etcétera. ¿La denuncia la tiene que hacer el/la lector/a? Creo que tu respuesta a esa pregunta puede ser que el silencio crea un grito más intenso que la propia palabra del narrador porque el narrador moralista ha agotado al lector, que se ha inmunizado a aquel, pero es solo una conjetura, y preferiría saber tu opinión al respecto.

—RL: Me parece que tienes toda la razón. Ciertamente no hay denuncia en mi novela. Como lo señalabas antes, hay un entramado de diversas voces en cada momento del discurso, y mi elección, desde el principio, fue la de evitar que alguna de ellas dominara tanto la escena que se volviera la que organiza todas las perspectivas. Quisiera que mi texto conservara algo de la perplejidad que es mi experiencia más constante al leer los periódicos o recorrer las redes: la sensación de insuficiencia de nuestras categorías frente a estas mezclas con las que nos confrontamos. Seguramente nuestros universos políticos, tan turbulentos ahora, alcanzarán en algún momento un nuevo equilibrio, pero por el momento debemos cuidarnos de no abandonar demasiado pronto la zona de perplejidad que atravesamos. Y además hay otra razón por la que sentí que mi novela debía evitar establecer juicios definidos sobre los materiales que iba compilando. Creo que un peligro que los escritores o lectores progresistas corremos fatalmente es el de suponer que hay un abismo infranqueable entre ellos, los que votan a Matteo Salvini o a Vox, y nosotros, que estamos exentos por completo de los vicios que les atribuimos. Por eso la genealogía italiana tiene un rol tan central en la historia que cuento: en ningún sitio más que en Italia la historia política e intelectual moderna está plagada de traspasos fulgurantes entre la izquierda y la derecha, entre la adoración de lo moderno y el más extremo tradicionalismo. Quisiera que el libro ayudara a los lectores a sentir, aunque no fuera sino por un momento, que no saben del todo a qué campo pertenecen.

—ECP: Tu novela mezcla los materiales más variopintos sobre pensadores de lo más variopinto. ¿Cómo fue la experiencia de bucear (o novelar) en fuentes tan radicalmente contemporáneas como World of Warcraft, Overwatch o 4chan? ¿Cómo pudiste compilar (tan bien, debo decir) contenidos tan abigarrados como los de esta novela (la voluntad de poder nietzscheana, el machismo y/o androginismo, la teoría de la tierra hueca, etc)?

—RL: No estoy seguro, pero supongo que se debe a un reflejo que se activa cada vez que comienzo una ficción: el de reducir lo posible las expectativas respecto a qué cosa voy a encontrar en mis excursiones a la biblioteca, a internet, al universo de los juegos, y leer u observar un poco a tontas y locas, como si el universo de los textos y las imágenes existiera en un estado de perfecta desorganización. No es estrictamente voluntario, pero no me resisto. Solamente puedo darte las respuestas que estoy dándote una vez concluido un libro: durante el proceso me esfuerzo en reducir todo lo que puedo la voluntad de establecer qué cosa estoy haciendo. No se trata tanto de una voluntad de espontaneidad como de una regla práctica, sin la cual no podría escribir ni una línea.

—ECP: Leo numerosas repeticiones en tu novela, que configuran una especie de arquitectura interior. Datos y elementos que se repiten y que se callan pero que un lector atento puede descifrar. ¿Hay aquí alguna llamada al eterno retorno nietzscheano? ¿La historia está condenada a repetirse, después de Trump y Putin, N veces más, o puede cambiar?

—RL: Efectivamente, la novela está plagada de repeticiones y, como dices, estas repeticiones constituyen una estructura interior que sostiene la arquitectura manifiesta del relato. Las duplicaciones proliferan. Supongo que mi proyecto invoca, anacrónicamente, aquella vieja comunidad entre el arte narrativo y la magia postulada por Borges, cuando sostenía que en las novelas que prefería reina un orden mágico “donde profetizan los pormenores, lúcido y limitado”, que la composición de “un juego preciso de vigilancias, ecos y afinidades” es un procedimiento más honrado que la “simulación psicológica” que tanto lo aburría. Ciertamente Los hombres de Rusia implícitamente afirma que la historia se ha repetido un número de veces, y uno de los motivos del asombro que todos sentimos estos días es el retorno de espectros (el racismo explícito y brutal, el desprecio a las formas democráticas) que pensábamos que habíamos exorcizado. Yo compartía esa impresión, y por eso ahora no me siento capaz de hacer el menor vaticinio respecto al futuro.

—ECP: Va una pregunta un poco más tranquila, y sin spoilers: ¿te imaginabas que el título de tu novela iba a crear tantos quebraderos de cabeza a los lectores?

—RL: Creo que sí, aunque, como tantos otras veces me pasó, el título se me puso en algún momento a la cabeza y luego ya no pude sacarlo de allí. No es extraño: la escritura del libro coincidió con el desarrollo de la investigación sobre la ingerencia de Rusia en las elecciones presidenciales norteamericanas, que reveló afinidades insólitas y comunicaciones impensadas entre la nación de Putin y la de Trump.

—ECP: Supongo que eres consciente de que la novela que has escrito es un reto para los lectores. Un reto delicioso, pero un reto por los saltos de tema y de tiempo; por los árboles genealógicos que pueden exigir atención al lector; por los constantes relatos intercalados; por las referencias históricas relativamente oscuras; por la actitud del narrador y sus evidencias de falta de juicio, en ocasiones de ocultación de información y en ocasiones de cordura; por las repeticiones arquitectónicas… ¿Un escritor tiene que arriesgar así?

—RL: Si puede hacerlo, claro que sí. Tengo que decir que me esforcé por tratar los materiales con toda la claridad de que soy capaz, pero me doy cuenta de que la densidad de referencias, la amplitud de las redes de “vigilancias, ecos y afinidades”, lo intrincado de la trama, todo lo que tú mencionas vuelven a la lectura difícil, particularmente al comienzo, cuando las reglas del juego no han sido del todo declaradas. No hay la menor intención de hermetismo (por el contrario), pero el texto requiere un ejercicio de la atención que podría parecer excesivo demandarles a sus destinatarios. Es una enorme suerte mía la de haber encontrado en Víctor Gomollón, editor de Jekyll&Jill, a alguien tan dispuesto como yo a suponer la existencia de lectores dispuestos a invertir un capital considerable de paciencia con la confianza de que pueden adquirir placeres distintos a los que ofrecen las narraciones más inmediatamente accesibles que confrontamos todo el tiempo. La apuesta es por la continuidad, en una fase de sobrecarga de informaciones y atomización de los mensajes, de una cierta tradición literaria que requiere la lectura demorada, la recurrencia del lector a la memoria de otros textos encontrados en otros lugares, el gusto por las formas amplias y las tramas tortuosas. No descarto que esta expectativa pueda ser insensata, pero tu lectura del libro muestra que no es absurda. Y en cualquier caso no hay ninguna chance de generar novedad, incluso tan minúscula como aquella de la que me siento capaz, sin el riesgo de incurrir en la más horrorosa insensatez.

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Cosmotheoros

Cosmotheoros en Uno de cada estantería



Iván Mojica y Kathleen Arenas presentan Cosmotheoros de Christiaan Huygens, ilustrado por Alejandra Acosta, en la sección La estantería de los libros bonitos del canal UDCE (Uno de cada estantería), Bogotá, Colombia.

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Los desechables de Eduardo Halfon en Infobae


Los desechables, texto perteneciente al libro Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon (Jekyll & Jill, 2018), en el diario digital argentino Infobae.

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El escritor Eduardo Halfon, con un grupo de hombres y mujeres en rehabilitación, en la Biblioteca Puente Aranda (Foto: Margarita Mejía)

LOS DESECHABLES, Eduardo Halfon

Les dicen los desechables porque ya no sirven para nada. Yo los conocí mi última tarde en Bogotá, en una localidad industrial llamada Puente Aranda, bajo una llovizna etérea, casi invisible, que ni siquiera mojaba.

Llevaba una semana en Bogotá, contando los días para volver a casa, donde mi hijo estaba a punto de nacer, mientras participaba en eventos de tantas bibliotecas y librerías que ya todas empezaban a parecerse. El mismo público. Los mismos temas. Las mismas preguntas. O más que las mismas preguntas, las mismas respuestas mías. Unas respuestas trilladas, mecánicas, ya depuradas y practicadas hasta saber perfectamente cuál detona una risa, cuál empatía, cuál silencio. Pues un escritor, con los años, va desarrollando el discurso público que sustenta no sólo su obra, sino su razón de ser escritor. Va puliendo su mito fundacional (cómo empezó a escribir, por accidente, para salvarse), los detalles de su rutina un tanto excéntrica (escribir todas las mañanas, en soledad, con el gato a la par del teclado), su falsa modestia (es que, en el fondo, no entiende cómo hace lo que hace), su mejor pose de escritor cínico (mano en el mentón, pierna cruzada, mirada humilde y a la vez segura y profunda, es decir, los ojos cerrados a medias). Y es que no es lo mismo sentarse y tratar de expresar en palabras una idea o una emoción o una historia, que es- tar luego de gira tratando de explicar esas palabras, de darles sentido o al menos alguna semblanza de orden. No es lo mismo escribir que ser escritor.

Íbamos en el carro camino a Puente Aranda. Yo estaba sentado en el asiento de enfrente, a la par de un conductor amable, cincuentón, llamado Fredy (No, Fredy, me corrigió tajante cuando al verlo en el lobby del hotel lo llamé Alfredo), quien durante una hora de tráfico me había ido mostrando y explicando distintos puntos de la ciudad. El cerro de Monserrate. La candelaria. El parque de los novios. La mejor, según él, venta de arepas de huevo. El mejor, según él, club nocturno de Chapinero. Un edificio altísimo, aún en construcción, llamado Bacatá: palabra de la lengua muisca o muysccubun, no me quedó muy claro, y que es, me dijo, el origen del nombre de Bogotá. Me dijo que Puente Aranda era ya una zona principalmente industrial, y que se llamaba así debido a un puente que siglos atrás se había construido en la hacienda del terrateniente Aranda. El puente ya no está, me dijo. Ni tampoco don Juan Aranda. Pero aquí siguen con nosotros él y su puente, me dijo sonriendo. Al menos en nombre.

Se estacionó frente a un edificio comercial de dos niveles, mal pintado color crema, y apagó el motor. Le pregunté si la biblioteca pública quedaba cerca. Es ésa de ahí, me dijo, señalando la puerta de vidrio oscuro de uno de los locales comerciales del edificio. ¿Ese local es la biblioteca pública?, le pregunté, viendo los barrotes de hierro negro detrás del vidrio. Lo acompaño, dijo Fredy, abriendo su puerta. Le dije que no se preocupara, que no hacía falta, que podía entrar solo. En esta zona, dijo, mejor si lo acompaño.

El café estaba fuerte y chocolatoso y la porcelana tibia se sentía bien en mis manos. Más que un café, yo quería un cigarrillo. No me gusta tomar café en las tardes. Pero me dijeron que debía tomarme uno, pues el de ahí era el mejor café de Puente Aranda. ¿Sabroso, no?, me preguntó el encargado del evento de la biblioteca. Se llamaba Andrés. No tendría aún treinta años. Me había salido a saludar a la calle antes de poder entrar yo al local, a decirme que aún teníamos unos minutos para irnos a tomar un café. Le dije que sí, que muy bueno. Es famoso el café de este sitio, dijo Fredy, quien había aceptado acompañarnos. En el centro de la mesa había un clavel falso, un plato con galletas de almendra, otro plato con galletas de jengibre. La constante llovizna era ahora una brisa suave y agradable que entraba por la puerta abierta de la pequeña cafetería. Andrés de pronto alzó ligeramente la mano y la dejó en el aire, como jurando lealtad o como pidiendo la palabra. Quería hablarte antes del evento, Eduardo, me dijo, y yo tomé un trago largo de café, anticipando ya la misma agenda de siempre, las mismas preguntas de siempre. Quería contarte, continuó Andrés, que el público entero de hoy estará compuesto por habitantes de calle. Bajé despacio la taza de café. Son todos del Centro de Autocuidado Óscar Javier Molina para la rehabilitación de drogadictos, dijo. Espero eso no te moleste. ¿Quieres decir que son indigentes?, le pregunté. Así es, dijo, pero aquí se les llama habitantes de calle. O desechables, susurró Fredy tras dar un sorbo de café. Porque ya no sirven para nada.

El humo del diablo, dijo, y a mí se me ocurrió, viendo cómo le colgaban la camisa y el pantalón de lona, que estaba vestido con la ropa de alguien más grande y más gordo, o que tal vez ésa sí era su ropa pero todo él se había convertido en una osamenta de lo que algún día fue. Así le dicen al basuco, dijo. El humo del diablo. Yo tenía quince años cuando alguien del Bronx me lo presentó, dijo, y ahí me quedé. Ya nada más salía del Bronx para pedir limosna o para robar. Casi siempre a la Caracas, pero también a la Carrera Décima, a la 19, a la 13. Luego regresaba al Bronx a vender cualquier cosa en los puestos de la entrada y directo a comprar basuco en una de las taquillas. En la taquilla del Mosco, en la taquilla Nacional, en la taquilla Morado, en la taquilla Manguera, en la taquilla América, en la taquilla Escalera, en la taquilla de Homero, que se llama así por Homero Simpson.

¿Qué cosa podría decirme usted hoy, como escritor, para ayudarme?

Empecé en esto frecuentando el Bronx, dijo un señor ya viejo o que parecía ya viejo, de bigote canoso y des- cuidado. Mientras hablaba desde su silla de plástico, mantenía las manos juntas, palma contra palma, como si estuviera rezando. El Bronx, dijo, para que usted entienda, es una olla en el centro de Bogotá, llena de drogadictos, alcohólicos, vendedores de droga de todo tipo, ladrones, comerciantes de armas, trata de blancas, antisociales de bajo y alto calibre. Todo el Bronx son sólo tres cuadras, pero son las tres cuadras más custodiadas del país. A una cuadra está la Dirección de Reclutamiento del Ejército, a dos cuadras está la Policía Judicial y el comando de la Policía Metropolitana, y siete cuadras al oriente está la sede de la Presidencia de la República. Hasta Dios mismo lo custodia, dijo con una sonrisa. En la parte de atrás, dijo, desde la basílica del Sagrado Corazón de Jesús.

¿Escribir, para usted, es como rezar?

Durante años mi vida tenía una misma finalidad, dijo. Reciclaje, robo, retaque, consumo de basuco, pegante bóxer, marihuana y otras drogas. Ya no me importaba comer ni beber agua. Sólo conseguir droga. Cualquier cosa por conseguir droga.

¿Usted cree que consumir drogas puede ayudar a un escritor?

Yo conocí a Óscar Javier Molina en la olla El Cartucho, dijo, antes de que las autoridades la desmantelaran y así se creara el Bronx, y también antes de que él se reformara y dejara la calle. Aunque en realidad nunca la dejó. Ahí se mantenía siempre, en la calle, en las ollas, ayudando a cualquiera que necesitara ayuda. Honramos a Óscar Javier en el Centro de Autocuidado del cual somos parte, y que ahora lleva su nombre.

¿Y usted a quién honra cuando escribe?

Yo soy de un pueblo llamado Ocaña, dijo. Pero ahora mi casa es donde me coja la noche. A veces en la olla San Bernardino, o en la Quiroga, o en la Cinco Huecos. Pero conocí la droga en la olla Diana Turbay, que es un barrio en el sur de la ciudad, en la localidad Rafael Uribe Uribe. Imagínese usted que hoy una olla de la ciudad tiene el nombre de una periodista famosa, secuestrada y asesinada en los años noventa (su historia, me susurró Andrés, sentado a mi lado, la cuenta Gabriel García Márquez en Noticia de un secuestro). Pues ahí, en Diana Turbay, conocí el basuco. Pero antes, de joven, yo quería ser músico, dijo. Me gustaba el rock, dijo. Igual que a Óscar Javier.

Si usted no tuviera comida, ni dinero, ni casa, ¿seguiría escribiendo?

A mí me salvó Óscar Javier, dijo, su mirada hacia abajo, toda su postura hacia abajo, como derritiéndose entero. Al nomás empezar a hablar, se había quitado la cachucha de béisbol. La sostenía en sus manos. Él mismo me sacó del Bronx, dijo, cuando la cosa ahí dentro se puso muy caliente. Seguía entrando a realizar su labor social, a pesar de las amenazas y de la lluvia de basura que le tiraban desde las ventanas de los edificios. Al pobre le tocaba salir en pura a refugiarse debajo de un puente o de alguna carreta del mercado. Seis años llevaba trabajando ahí dentro. Llegaba con nosotros los ñeros y nos ofrecía un plato de comida caliente, ayudarnos con un servicio de salud, trasladarnos a un hogar. Él conocía bien ese infierno, y sabía por experiencia propia que era posible dejarlo. Hermanito, si yo pude, usted puede, me decía. Véame a mí, hermanito, es posible cambiar. Así me decía. Pero a los jefes del Bronx no les gustaba que Óscar Javier les estuviera quitando a los clientes. Una noche, un par de sicarios entraron a su casa en La Aurora y le metieron tres tiros en la cabeza.

¿Cuál diría usted que es su infierno?

Sayayines, les llaman, dijo. A uno le decían Lalo. Otro era El Negro. Otro era Valderrama, por su tremenda melena. Otro, don Saúl, es el que dicen mandó a matar a Óscar Javier. Un sayayín es como un soldado del Bronx, el que controla todo ahí dentro. La seguridad. La prostitución. El mercado de las armas. Las taquillas. A los jíbaros que venden la droga y a los sicarios que cobran las deudas de los drogadictos. Dicen que si un drogadicto no pagaba su deuda, don Saúl desaparecía el cadáver fumándose los huesos.

¿Cree usted que se puede escribir honestamente de la muerte de un hombre si nunca se ha visto a un hombre morir?

Unas horas antes de que lo mataran, dijo desde el fondo del salón, Óscar Javier me había dado agua de panela. Fue un sábado. Cuentan que esa mañana, mientras Óscar Javier instalaba una carpa de peluquería gratuita para los habitantes del Bronx, se le habían acercado cuatro tipos, le habían tirado huevos y bolsitas con materia fecal y le habían advertido que no regresara más. Óscar Javier se fue a limpiar a un jardín infantil del sector y después regresó al Bronx y nos repartió agua de panela a algunos habitantes. Esa misma noche lo mataron en su casa. Cuarenta años tenía.

El sobreviviente. Así le decíamos algunos de sus amigos, dijo, a Óscar Javier.

Yo quería ser Nadia Comaneci, dijo sonriendo como con pena. Eso me decía a mí misma, para mis adentros, de niña, creciendo en el Muzú, porque me gustaba la gimnasia olímpica y me gustaba la Nadia Comaneci. Pero cuando murió mi mamá me sumí en el trago y la droga y ahí sigo metida. Y es que un drogadicto nunca deja de serlo. Puede reformarse. Puede dejar de consumir droga. Pero siempre será un drogadicto. Yo tengo sesenta años y le pido que no nos olvide. Sólo eso le pido.

Y usted, como escritor, ¿qué consejo le daría a un drogadicto?

Era ya el final de la tarde. Seguía cayendo una suave llovizna. Estábamos todos de pie en la calle, fumando en la semipenumbra, a la espera del autobús que los llevaría de regreso al Centro de Autocuidado. Ellos me invitaron a visitarlos al día siguiente, para ver cómo vivían y trabajaban ahí dentro, y yo les dije que al día siguiente volaría ya de vuelta a casa, donde mi hijo estaba a punto de nacer, pero que haría lo posible por llegar antes de marcharme al aeropuerto. Alguien sugirió que debíamos hacernos una foto de grupo. Lancé mi cigarrillo a la calle y empezamos a formarnos frente a la puerta abarrotada de la biblioteca, algunos hincados en la primera fila, otros de pie en la segunda. Yo estaba en el centro, como rodeado y custodiado por ellos. Uno de los jóvenes se distanció del grupo y dijo que no quería salir en la foto y ninguno de nosotros logró convencerlo (luego me explicaría Andrés que era porque le daba vergüenza la condición de su rostro). Desde lejos, Fredy nada más nos observaba con desdén o quizás impaciencia. Y ya estábamos ubicados y listos para sonreír cuando de pronto todo se hizo silencio. Un silencio desabrido después de tantas palabras, como si las palabras fuesen aire y el mundo un globo flácido y desinflado. Y mientras yo intentaba sonreír en medio de ese silencio, bajo la lluvia casi invisible, sólo podía pensar que cada uno de ellos un día fue hija o hijo de alguien, que cada uno de ellos un día fue el bebé recién nacido de alguien, que cada uno de ellos un día fue arrullado por alguien con todo el amor de un padre o de una madre que sostiene en sus brazos una vida nueva, una vida llena de luz, una vida que apenas empieza.

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Tres ensayos para el verano, por Tes Nehuén



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Tes Nehuén recomienda La huída de la imaginación, de Vicente Luis Mora (Pre-textos);  Distraídos venceremos. Usos y derivas en la escritura autobiográfica, de Andrea Valdés;  y Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez en el artículo 3 ensayos sobre escritura autobiográfica, en Poemas del alma.

 

 

 

 

 

 

 

Tres lecturas sobre la escritura autobiográfica que podrían ser perfectas para este verano.

Estamos en este momento del año en el que a los buenos lectores lo único que verdaderamente nos apetece es que llegue la nochecita y baje un poco el calor para poder sentarnos a la sombra con un refresco (o lo que sea, pero fresquito) para zambullirnos en una buena lectura. Contra lo que se cree, esta época es idónea para lecturas potentes, que nos lleven a pensar y repensarnos; parece que la vida se renueva con la llegada del verano o algo así. Pensando en esto y para ir contra un sistema que nos invita a leer «cositas livianas» he preparado esta triple recomendación: con tres libros sobre la escritura autobiográfica que no deberías dejar pasar.

«La Huida de la imaginación» de Vicente Luis Mora

No voy a decir mucho sobre este libro, porque me reservo para la reseña que publico la próxima semana y no quiero repetirme tanto. Pero como libro que me fascina, libro sobre el que no dejo de hablar, recomendar e incluir en estas peculiares listas, no podía dejármelo fuera. Es un ensayo que merece muchísimo la pena.

En «Huida de la imaginación» encontramos una lectura concienzuda en torno a esa tendencia tan común de la literatura de aferrarse al realismo y lo autobiográfico en detrimento de la fantasía. Y no hablamos del género de fantasía sino de la fantasía que utiliza el lenguaje para componer miradas en torno a los colores y las sensaciones que no rozan el mundo real. Evidentemente el discurso desemboca en la escritura autobiográfica y la narrativa de autoficción.

Quiero señalar uno de los aspectos que más me ha gustado. Tiene que ver con la estructura del libro. Vicente Luis Mora se decanta por una escritura densa pero que consigue convencernos al fragmentar el discurso en miles de temas y puntos específicos de interés. Esto es útil tanto para el lector paciente como a quien lee con ansias; porque nos permite releer, revisar y comparar puntos de vista. La concatenación de los temas, asimismo, se encuentra ligada a través de obras y autores fundamentales para comprender la teoría en torno a la escritura autobiográfica.

Con un discurso tan sincero como abrasivo Mora nos anima a reflexionar sobre la escritura desde diversos espacios y matices. Libro y autor son altamente recomendables. Y sobre ellos escribo muy pronto.

¡Quédate atenta para la reseña! Podrás encontrarla aquí.

«Distraídos venceremos. Usos y derivas en la escritura autobiográfica», de Andrea Valdés (Jekyll & Jill)

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Este es otro libro de lecturas. En este caso tenemos un ensayo publicado por la hermosísima Jekyll & Jill que nos invita a una revisión de autores y autoras latinoamericanos poco conocidos; la autora repasa algunos hitos en sus vidas y teoriza en torno de las muchas formas de convertir las experiencias propias en literatura. Se aferra al pulso artístico, a la búsqueda de lo colectivo en la experiencia individual y nos revela detalles interesantísimos de la obra de escritores y escritoras fascinantes.

Al estudiar la obra autobiográfica de estos personajes, Valdés descubre que la autobiografía siempre es una creación ficticia, que la vida nunca se narra tal cual ocurre y que por eso, aferrarse al realismo nato parece una estupidez.

Héctor Viel Temperley, Héctor Libertella, María Moreno y Gloria Anzaldúa, con sus escrituras tan arraigadas al terruño y tan, por otra parte, flotando en una atmósfera onírica o subliminal, son los autores y autoras que vertebran las reflexiones. A través de sus peculiares obras, Valdés reconstruye la idea de identidad y en ella, de escritura autobiográfica. Asimismo nos invita a pensar en el canon como algo que sirve pero también limita. Y deja flotando en el aire la gran pregunta ¿Por qué recordamos a unos y olvidamos a otros?

Es este un ensayo fantástico que se nutre de muchas lecturas, y que nos invita a seguir indagando en la idea de género y autobiografía de una manera dislocada: ajena a los tiempos y alas imposiciones culturales y canónicas, aferrándonos a esa pasión lectora que es deriva y es empeño en construir nuestra propia biblioteca.

Puedes leer aquí la reseña completa sobre este ensayo que publiqué en esta misma web.

«Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez» 

 

Después de «Magistral», Rubén Martín Giráldez publicó este ensayo igual de rompedor y combativo. Me encanta su escritura medio rabiosa medio esperpéntica. Me gusta la forma en la que Giráldez es capaz de meterse con quien haga falta por defender la calidad, el compromiso del autor (algo que ya carece de total importancia en estos tiempos) y el buen gusto en la escritura. Me encanta Giráldez, y este libro es una delicia.

Hay también una interesante observación de lo que implica lo experimental; concepto muchas veces utilizado por la crítica y por el propio mercado para menospreciar el trabajo hondo de escritura de aquéllos que conocedores de la tradición son capaces de torcer el lenguaje y ofrecer nuevas formas de decir. S

i tenemos en cuenta la definición de obra literaria como aquella creación que ofrece una reflexión sobre nuestra experiencia vital colectiva y que puede servirnos para pensarnos como comunidad que evoluciona con el paso de los años, y a la vez persigue un fin estético determinado centrado en el lenguaje, podríamos establecer dos argumentos: 1)ni hablar de literatura experimental es determinar la calidad de una obra, ni hablar de realismo es definir la reflexión sobre la vida en el terreno literario. 2) el uso del término realista en contraposición con fantástico no es del todo razonable, teniendo en cuenta que hay mupor-que-coverokchas formas de mirar y contar la realidad, siendo una de ellas a través de la fantasía.

Este libro, de título ya peculiar nos invita a pensar en la frontera entre lo fantástico y lo realista, entre la buena literatura y la literatura mediocre, y nos anima a tomar partido en nuestras lecturas y a separarnos de la masa. Un ensayo impresionante, para releer y disfrutar durante mucho tiempo.

Te dejo el enlace a la reseña completa, por si te apetece leerla.

 

 

Los hombres de Rusia de Reinaldo Laddaga en The Objetive



 

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Ana Laya recomienda Los hombres de Rusia, de Reinaldo Laddaga, en The objetive.

Para observar a Estados Unidos: Los hombres de Rusia
Reinaldo Laddaga. Jekyll & Jill.

La carta de presentación de Jekyll & Jill que acompaña a este libro cuenta que Los hombres de Rusia, del argentino Reinaldo Laddaga (¡qué apellido maravilloso!), es «una alegoría de la extrema derecha en la bufonesca y ominosa versión que recorre la política de América y Europa».

La trama: «El hijo adolescente del director de un zoo inundado en el estado de Florida narra la llegada de un extraño grupo Los hombres de Rusia, oscura secta que trafica con drogas y mujeres y que esconde propósitos políticos.» Esta historia le sirve a Laddaga para contar la historia de su familia al tiempo que explica cómo y por qué Estados Unidos llegó a este presente para muchos insólito. ¿Qué tienen en común los clanes de paleoconservadores y neorreaccionarios admiradores de Putin y del Frente Nacional? Laddaga responde uniendo los puntos que conectan la crisis de la vieja clase obrera, la epidemia de los opiáceos, el 9/11, 4chan, la proliferación del tráfico sexual, el espectro de Rusia y «la nostalgia entre hombres blancos de la sexualidad ilimitada y convulsiva que nunca conocieron, pero que creen que están a punto de perder».

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Saturno de Eduardo Halfon por Katherine Moreno


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Los hombres de Rusia en el diario El Noroeste



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Basilio Pujante recomienda Los hombres de Rusia, de Reinado Laddaga, en el semanario El Noroeste.

Es Florida uno de los territorios más peculiares de Estados Unidos. A su peculiar orografía, llena de lagos, manglares y cayos, se le une una mezcla poco común incluso para un país tan heterogéneo como en el que se encuentra. A los “rednecks” autóctonos, no olvidemos que estamos en el Sur, se les suma una poderosa población latina, muchos antillanos y  una gran cantidad de jubilados que se han mudado desde el norte para disfrutar de su benigno clima. Su protagonismo en el contexto nacional crece tanto en la época en la que los estudiantes invaden sus playas, durante el populoso Spring Break, como cuando se convierte en uno de los jueces de las elecciones presidenciales, por ser el estado péndulo por excelencia. En este lugar tan peculiar y a la vez tan paradigmático de las contradicciones norteamericanas es donde ubica Reinaldo Laddaga su no menos singular novela Los hombres de Rusia.
         Este autor argentino afincado en Nueva York relata, en la sección que podemos llamar “nuclear” del libro, la presencia en un zoológico abandonado del centro de Florida de un extraño grupo de hombres cuya definición oscilaría entre la de secta y la de banda de narcotraficantes. El hijo adolescente del guardián del hotel, también cerrado, que hay junto al zoo donde se han instalado “los hombres de Rusia” se erige como el narrador que nos cuenta el extraño comportamiento del grupo que trafica y consume drogas, encierra a mujeres en las jaulas que antes ocupaban los animales, y realiza misteriosas ceremonias que los emparenta con antiguos cultos como los de los koreshanos, secta que se estableció en el mismo territorio a finales del siglo XIX y de la que el Líder defiende ser el legítimo heredero.
         Esta historia central, el presente de la narración, no acaba de desarrollar, desde mi punto de vista, todo el potencial que podría haber tenido y Laddaga opta por dedicar gran parte del libro a narrar una doble genealogía. Por un lado, el propio narrador, cuyo pseudónimo es Aulus Gellius, cuenta la historia de sus antepasados por vía materna; su bisabuelo Giuseppe Antonio Borgese procedía de Italia, donde se relacionó en su juventud con el escritor y revolucionario protofascista Gabriele D’Annunzio, y que tras llegar a Estados Unidos se casó con Elisabeth, una de las hijas de Thomas Mann, la bisabuela del narrador. Por otro lado, tenemos la genealogía del Líder de Los Hombres de Rusia, figura espectral cuyos antepasados se identifican con los creadores del koreshanismo. Es esta sección la más interesante del libro y se suceden en ella las biografías de personajes de gran interés histórico, especialmente relacionados con la ultraderecha, como el citado D’Annunzio, en lo que se puede interpretar como un intento de comprender el resurgimiento actual de esta ideología.
         Otro acierto de Laddaga es mezclar realidad y ficción, utilizando la Historia (que no es otra cosa que un género narrativo más) con ductilidad para integrarla en su relato. Además del empleo del pasado como material para su novela, el autor argentino fomenta esa fantasía de verosimilitud con formas propias del ensayo como notas al pie de página, fotografías, referencias a otros escritores (son habituales las citas a libros de Michael Crichton) y el viejo tópico del manuscrito encontrado, actualizado aquí al formato digital.
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Eduardo Halfon finalista del Neustadt International Prize

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Eduardo Halfon finalista del Neustadt International Prize

Robert Con Davis-Undiano, profesor de Neustadt y director ejecutivo de la organización World Literature Today en la Universidad de Oklahoma, ha anunciado los nueve finalistas para el Premio Internacional de Literatura Neustadt 2020. Según el comunicado de prensa, el premio, bienal y con una dotación de 50000 dólares, «reconoce importantes contribuciones a la literatura mundial».

Los finalistas son: Emmanuel Carrère (Francia), autor de The Adversary; Jorie Graham (Estados Unidos), autora de Fast; Jessica Hagedorn (Filipinas / Estados Unidos), autora de Dogeaters; Eduardo Halfon (Guatemala), autor de Mourning; Ismail Kadare (Albania), autor de Broken April; Sahar Khalifeh (Palestina), autora de Wild Thorns; Abdellatif Laâbi (Marruecos), autor de Beyond the Barbed Wire; Lee Maracle (Canadá), autora de Celia’s Song; Hoa Nguyen (Vietnam / Estados Unidos), autora de Red Juice.

El ganador se anunciará el 16 de octubre en el Neustadt Lit Festival de 2019.

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Libros de Eduardo Halfon publicados en Jekyll & Jill:

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Los hombres de Rusia de Reinaldo Laddaga en New York Times



Jordi Carrión recomienda Los hombres de Rusia de Reinaldo Laddaga en New York Times Es:

La voz del enemigo: los libros y las series indagan en la ultraderecha

 Emma Thompson como la lideresa Vivienne Rook en “Years and Years” CreditBBC

Jason Stanley nos recuerda en su ensayo Facha que Adolf Hitler, en Mi lucha, insiste en que “el objetivo de la propaganda es remplazar los argumentos razonados en la esfera pública por los miedos y las pasiones irracionales”. Y, a renglón seguido, cita una entrevista a Steve Bannon en que este confiesa que el triunfo de Donald Trump se produjo por la rabia, pues “la rabia y el miedo hacen que la gente salga a votar”.

Desde la primera línea de su libro, Stanley crea un puente aéreo entre los años de la expansión del fascismo por Europa y los nuestros: “Como en los años treinta, el mundo está reaccionando negativamente contra la globalización”. Y al frente de esa reacción hubo, y vuelve a haber, un grupo de dirigentes que no buscan soluciones que alivien la inquietud, sino que en cambio la espolean, “porque la política fascista solo puede sobrevivir y prosperar en un estado de ansiedad y miedo constante”.

No solo entre Adolf Hitler y Steve Bannon: entre Gabriele d’Annunzio y Donald Trump también puede existir una genealogía. O viceversa. Porque las genealogías —como nos enseñó Borges— solamente son válidas si son reversibles. Y porque en los nuevos discursos de la extrema derecha global hay ecos y reformulaciones que remiten tanto a los líderes políticos como a los ideólogos literarios del fascismo italiano. Este año es el centenario, de hecho, de la aventura militar y experimento artístico del Estado Libre de Fiume, donde D’Annunzio sentó el primer precedente de la viabilidad práctica de la teoría fascista.

De esa historia parte Reinaldo Laddaga en su nueva —y mejor— novela, Los hombres de Rusia, que recurre al mecanismo del manuscrito encontrado (precisamente en un foro de votantes de Trump) para narrar en clave antropológica y simbólica cómo un joven es abducido por una secta guerrillera, cómo alguien cambia de bando e ingresa en las filas del extremismo. El proceso en que uno de los nuestros se vuelve uno de los otros.

Cuando Laddaga desplaza la atención de la ultraderecha estadounidense a la rusa, cita a Eduard Limónov, una de las voces más incómodas de la literatura contemporánea. Acaba de publicarse en español El libro de las aguas, tal vez su obra más poderosa, como consecuencia directa del gran éxito de Limónov, de Emmanuel Carrère.

No es casual que las obras más leídas y premiadas tanto de Carrère como de Javier Cercas hayan enfocadolos-hombres-de-rusia-2, durante los últimos veinte años, a terroristas de la convivencia, del orden social y de la democracia: El adversario, Soldados de Salamina, Limónov o El impostor comparten la fascinación por figuras oscuras, violentas, totalitarias, manipuladoras. Reales e infames. Ambos autores se adelantaron a una tendencia global que ha catalizado el auge de la extrema derecha: la de dar voz a nuestros enemigos.

Después de que algunos de los grandes cronistas mexicanos contaran en sus libros el drama de las víctimas de la guerra contra el narco y la épica, la picaresca y sobre todo la crueldad de los principales narcotraficantes del país, justamente este año Pablo Ferri y Daniela Rea han publicado los resultados de su investigación modélica en el tercer vértice del triángulo. El Ejército. Los otros victimarios.

En La Tropa: Por qué mata un soldado los periodistas consiguen entrar en la cárcel para entrevistar a soldados de rango menor, para escucharlos y para tratar de entenderlos. Comparten la miseria de sus orígenes, la ilógica del sistema militar, la necesidad de justificar lo injustificable.

Un ejemplo elocuente, entre los muchos que ofrecen Ferri y Rea, podría ser este: “‘Luz verde significa que te dan la libertad de hacer lo que tú quieras, sin pedir permiso o autorización’, explicaba el soldado Ramiro una mañana, bajo un árbol frondoso, junto al campo de fútbol de pasto natural de Lomas de Sotelo. ‘Por ejemplo, por reglamento las camionetas de los soldados (cuando van en convoy) no se pueden separar. Con luz verde, se pueden separar; si ves a un sospechoso se puede revisar y disparar antes de que ellos disparen porque un hombre armado es un peligro para el soldado’”.

“La historia no se repite, pero las genealogías son importantes para entender el presente”, leemos en Del fascismo al populismo en la historia, de Federico Finchelstein, una lectura global de cómo el populismo nació como respuesta al fascismo en los años cuarenta y se fue convirtiendo en un posfascismo que ha llegado hasta los Estados Unidos. “A partir de 2017, el populismo norteamericano se ha convertido en el posfascismo más relevante del nuevo siglo”, afirma el escritor argentino y profesor de la New School for Social Research. Pero no el único: Venezuela, Brasil, Nicaragua, Rusia y diferentes Estados europeos también se encuentran en esa tensión entre populismo y posfascismo.

En el siglo XXI las tendencias se contagian y se agrandan, simultáneamente, en diversos lenguajes narrativos. Por eso no es de extrañar que no solo los libros, sino también las series de televisión, estén generando genealogías que nos permitan entender mejor la polarización radical de las sociedades actuales (en una paradoja muy propia de nuestra época: el interés y la atención hacia una realidad inquietante la convierten en un mercado y, enseguida, en una realidad mayor).

¿Cómo entender el brexit? ¿Cómo interpretar la llegada a la presidencia de Bolsonaro o de Trump? ¿Cómo comprender la vigencia de la posverdad? A través de narrativas sobre el pasado reciente que nos den claves, que transformen la masa inabarcable de hechos y datos (el Big Data) de la realidad histórica en una trama familiar, en un complot definido, en una biografía factual, en un relato seductor (en storytelling).

Porque, como dice el consultor de medios, empresario televisivo y depredador sexual Roger Ailes en La voz más alta —la serie que rebobina ante nuestros ojos cómo fue la fundación de Fox News a finales de los años noventa y sigue su peligrosa evolución hasta nuestros días— la mayoría de la gente “no quiere estar informada, sino sentirse informada”.

La búsqueda de genealogías políticas es global. Después de la serie italiana 1992, que contó el auge en esos mismos años de la Liga Norte y el proceso que llevó a Silvio Berlusconi a fundar Forza Italia en 1994, HBO España acaba de estrenar la serie documental El Pionero. La protagoniza Jesús Gil y Gil, quien además de llevar a cabo innumerables negocios inmobiliarios y de ingresar tres veces en prisión, fue presidente del Club Atlético de Madrid, alcalde de Marbella y al mismo tiempo columnista del berlusconiano programa de Tele5 Las noches de tal y tal, donde aparecía en una piscina rodeado de mujeres en biquini.

Paralelamente, en México se han estrenado Los días de Ayotzinapa, sobre esa herida que sigue abierta en pleno mandato de Andrés López Obrador; Un extraño enemigo, que narra el clima político y underground de 1968 a través de Fernando Barrientos, el turbio jefe de la dirección de seguridad nacional de la policía de México; y 1994, la docuserie de Diego Enrique Osorno sobre ese otro año clave de la historia reciente del país, el del asesinato de Luis Donaldo Colosio (candidato del PRI), el fin del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio y el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas.

La centralidad del procedimiento de la genealogía en las narrativas actuales responde a la urgencia de encontrar explicaciones a nuestras angustias sobre todo políticas, pero también científicas, tecnológicas, culturales o ambientales. De generar (difíciles) sentidos. Muchos relatos documentales sobre el cambio climático o la inteligencia artificial, por ejemplo, también se articulan a través de líneas temporales que convierten fenómenos de una enorme complejidad en una secuencia comprensible de causas y efectos.

Por eso una de las series más relevantes de 2019 es Years and Years, que ha invertido esa lógica y ha creado una interesantísima genealogía inversa. En vez de usar los recursos habituales para reconstruir los motivos por los que nos encontramos en un futuro distópico —la investigación detectivesca, la arqueología, el flashback— Russell T. Davies nos cuenta la historia de la familia Lyons (y de Gran Bretaña y de Europa y del mundo) desde 2019 hasta 2034 acelerando hacia adelante.

En lugar de abordar la prehistoria del brexit, fabula sus consecuencias. Entre ellas, la central, es el ascenso de Vivienne Rook (Emma Thompson), una política populista que simula carecer de discurso para llegar al poder (e implantar un muy argumentado plan de genocidio).

Porque si la ciencia ficción es el nuevo realismo nos puede ayudar a identificar los Adolf Hitler, Gabriele D’Annunzio, Jesús Gil y Gil, Edvard Limónov, Silvio Berlusconi, Donald Trump o Jair Bolsonaro del inminente futuro.

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Los hombres de Rusia en El Periódico Mediterráneo



Eric Gras recomienda Los hombres de Rusia, de Reinaldo Laddaga, en Quaderns de El Periódico Mediterráneo:

«També existeix un rerefons una miqueta pertorbador en Los hombres de Rusia, de Reinaldo Laddaga. L’editorial Jekyll & Jill continua celebrant amb alegria l’ocurrència amb uns títols que són sempre enigmàtics, plaents, estimulants. Situant l’acció en un zoològic inundat a Florida, un comando de combatents místics, cerca restaurar el que ells consideren l’«ordre» a través de la violència. Aquí hi ha provocació i propaganda, excessos, elements propis d’una societat marcada pel despotisme exacerbat. Diuen que existeix una mica de profètic en tot el narrat aquí. Esperem que aquests lectors s’equivoquin, pel nostre bé, ja que estem davant una al·legoria dels perills reals d’una extrema dreta, si bé Laddaga la caricaturitza aconseguint construir un relat gojós, de gran erudició, que ofereix una mirada lúcida sobre el pensament actual.»

«También existe unlos-hombres-de-rusia-2 trasfondo un tanto perturbador en Los hombres de Rusia, de Reinaldo Laddaga. La editorial Jekyll & Jill continúa celebrando con alegría la ocurrencia con unos títulos que son siempre enigmáticos, placenteros, estimulantes. Situando la acción en un zoológico inundado en Florida, un comando de combatientes místicos, busca restaurar lo que ellos consideran el «orden» a través de la violencia. Aquí hay provocación y propaganda, excesos, elementos propios de una sociedad marcada por el despotismo exacerbado. Dicen que existe un poco de profético en todo lo que se narra aquí. Esperamos que estos lectores se equivoquen, por nuestro bien, ya que estamos ante una alegoría de los peligros reales de una extrema derecha, si bien Laddaga la caricaturiza consiguiendo construir un relato gozoso, de gran erudición, que ofrece una mirada lúcida sobre el pensamiento actual.»

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Versus de Karlos Linazasoro en Desde la ciudad sin cines



David Pérez Vega reseña Versus, estampas de un náufrago, de Karlos Linazasoro, en Desde la ciudad sin cines:

Versus (Estampas de un náufrago)

Éste no es un libro de certezas ni de concreciones. Versus es un guipuzcoano –con una edad que podría ser tan imprecisa como sesenta y pico o cuarenta y ocho años– que naufragó, posiblemente en 1985, en una isla. El espacio presentado en la narración posee unas características bastante particulares: la isla tan sólo mide diez metros de largo y cinco de ancho, y en medio crece una única palmera. «La isla de Versus es la típica isla que suele aparecer en las viñetas». Por tanto, la narración que nos presenta aquí Linazasoro (originalmente escrita en euskera) se escapa, desde el primer momento, de los cauces del realismo. «Casi todas las cosas que observaba Versus eran abstractas».

En esta novela corta nos encontraremos con más de una imagen fantástica: cuatro  peces de oro que salen del sexo de una muñeca hinchable que llegó a las orillas de la isla; o bien el avistamiento de ballenas rojas, blancas o azules. Y, sin embargo, y de un modo irónico, se nos habla también de las cuestiones prácticas que atañen a la vida de Versus, ya que nuestro náufrago lleva una alimentación sana y equilibrada, puesto que come pescado y sobre todo carne de ave, y siente especial predilección por las moscas verdes. O incluso se nos habla de las cosas en apariencia más banales: «Versus se ata los cordones de los zapatos», frase seguida de un lapidario «¿Para qué? Nadie lo sabe», que interroga a la esencia de lo humano.versuscover1

Normalmente, la vida de Versus la narra una voz en tercera persona del plural («queríamos decir», por ejemplo); que a veces pasa a singular («No sé si ya ha sido dicho», por ejemplo), lo que nos lleva a pensar que el plural inicial es simplemente mayestático. Nuestro narrador (o narradores sincronizados) es juguetón: a veces es omnisciente y nos puede hablar de los recuerdos de Versus; y a veces muestra sus limitaciones: por ejemplo, sabe que Versus conoció a una mujer llamada Alice en el trasatlántico en el que naufragó, pero nos dice que para conocer el nombre de este barco tendría que consultar la hemeroteca y no lo hace; nuestro narrador también dudará de si nos informa de algo por primera vez («no sé si ya ha sido dicho»), o se repite.

Versus habla seis idiomas y los practica consigo mismo en la isla. Le gusta la metafísica, y si consigue regresar a su País Vasco natal quiere escribir una novela. Nunca ha escrito demasiado, pero es un gran lector (las referencias a distintos escritores son constantes en el texto). De un modo hondo, metafísico, «Versus es una bestia enjaulada». «Le sangra a Versus la soledad a borbotones»; «La soledad de Versus es todopoderosa». Digamos ya que el gran tema de Versus es el de la soledad, que en principio podría hacernos pensar en la del artista, pero que en realidad apela, desde su perdido promontorio sobre un mar inmenso, a una condición universal del ser humano.

Versus está organizado en 99 cortos capítulos, que nunca sobrepasan una de las páginas de esta cuidada edición de Jekyll & Jill. El estilo de Linazasoro es el de la frase corta y contenida (en algún momento he pensado en la forma de escribir miniaturas novelísticas de Alessandro Baricco), con algún juego metanarrativo y un marcado carácter poético. De hecho, cada capítulo de Versus se puede leer como si de un poema en prosa se tratara. Un libro pequeño y expansivo; bello, reflexivo y original.

(Esta reseña apareció en la revista Librújula)

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Los hombres de Rusia de Reinaldo Laddaga en Alicante Plaza


Eduard Aguilar reseña Los hombres de Rusia en Alicante Plaza:

Los hombres de Rusia, de Reinaldo Laddaga, relato de una psicogeografía demente

 ALICANTE. Cuando un autor se muestra celoso de su intimidad creadora y oculta bajo múltiples capas de estrategias retóricas el estallido primigenio de la historia, el texto a veces ofrece pistas hermenéuticas que el lector interpreta a su antojo, convencido de haber encontrado la piedra filosofal sobre la que se sustenta el andamiaje narrativo: “La estrella púrpura de la que este hombre hablaba es una sustancia emparentada con esa metilendioxipirovalerona que llamamos MDPV y, en ciertos aspectos, con los productos del peyote que los mayas descubrieron. Nuestras comunidades recibieron la primera noticia de la droga cuando un joven que estaba de visita en un balneario al norte de Miami, bajo el efecto de una dosis imprudente, salió del resort en el que se alojaba, fue al pueblo donde vivían los empleados del establecimiento, y detuvo en plena calle a un trabajador que estaba de regreso de su turno. Lo acusó de haberle robado una Biblia que nunca había poseído, lo golpeó con una barra de metal que había encontrado en uno de los baldíos que eran tan comunes en el pueblo y, después de haberle quitado la ropa, se desnudó él mismo y empezó a morderle el rostro. Casi había concluído con su devoración cuando un grupo de testigos, venciendo el temor, lo detuvo”. Casi estoy convencido de que la lectura de esta noticia en la página de sucesos de un medio que podría ser USA Today, fue la chispa que llevó al rosarino instalado en Nueva York Reinaldo Laddaga a construir a su alrededor el artefacto literario titulado Los hombres de Rusia, que el olfato Víctor Gomollón ha llevado a publicar en su editorial Jekyll & Jill.

El texto citado aparece en la página 99. Hasta llegar a él, encontraremos la genealogía literaria y política de Gabriele D’Annunzio, Giuseppe Antonio Borgese y la familia Mann, la constante creación de territorios míticos en una América en constante construcción histórica, que se incardina con los movimientos seminales de la política y el pensamiento como lugar de llegada y exilio de los más variopintos personajes de la Historia. Refugio de los perseguidos por el nazismo en los años 40 del siglo XX, pero también de los propios fascistas que se reconstruyen en el Nuevo Mundo. Un flujo contínuo a lo largo de todo el siglo, que no se interrumpe y llega hasta los años 90, en los que aparecen estos hombres de Rusia, descritos por el narrador, el hijo adolescente del director de un zoo inundado en el estado de Florida, descendiente de Thomas Mann, en el que se instala aquel “contingente [que] consistía en ocho o nueve hombres (además del Líder, que nunca salía, al parecer, de la casa rodante que estacionaban en el valto galpón de las máquinas, entre nuestros inútiles tractores) y media docena de mujeres más o menos jóvenes (además de las cautivas, cuya cantidad desconocíamos). Eran, en general, altos y delgados; caminaban muy erguidos, con la cabeza hacia atrás y la espalda levemente curvada. Siempre habían llevado pantalones de una azúl metálico y camisetas con inscripciones que evocaban su peculiar sistema de creencias, pero, en los tiempos de calor, se las sacaban y dejaban ver los tatuajes que les cubrían todo el torso. Mi madre me había hablado muy mal de ellos. Son, de todas las criaturas, me había dicho, las más sucias. Después de orinar o defecar nunca se lavan. No se lavan después de copular. Pero sobre la risa que mi madre me provocaba al decirme estas cosas (ella misma, al hacerlo, se reía) prevalecía la fascinación engendrada por las historias de mi padre. Los hombre de Rusia -me decía- adoran el peligro”.los-hombres-de-rusia-2

Adolescente narrador al que se arroga el título de autor principal, mientras que Laddaga guarda para sí únicamente la figura de Cide Hamete Benengeli, de compilador y traductor que encuentra navegando por la red el texto de Los hombres de Rusia y encuentra necesario darlo a conocer, al notar las concomitancias entre lo narrado y las líneas de conexión tendidas entre el nacimiento del fascismo y la cristalización de la nueva Cultura de la derecha que lleva hasta Donald Trump: “Muy pronto me di cuenta de que Los hombre de Rusia estaba tramado a partir de antiguallas textuales que enmascaraba de varias maneras. No me resultó difícil descubrir la identidad de algunas de ellas, su origen en los escritos de J.-H. Rosny aîné y Pierre Loti, los de Rafael Cansinos Assens, Franz Kafka, Thomas Mann, Michael Crichton y, por encima de todos, Gabriele D’Annunzio”, dice Laddaga en el prefacio emparentado con el prólogo a la edición de 1605 del Quijote.

Un alucinada digresión político-literaria que acaba siendo una road fiction por los lugares recónditos de la mitología oscura de la nueva (o no tan nueva) derecha, una alegoría de ese nuevo totalitarismo bufonesco que recorre América y el mundo, que tiene el punto de partida en D’Annunzio y el barón Julius Evola, y la arribada en Aleksander Dugin, ideólogo de Vladimir Putin, que, pocos días después de la elección de Donald Trump como Presidente de Estados Unidos, escribía lo siguiente: “Los Estados Unidos son el Lejano Oeste del mundo. Es el espacio de la Medianoche. Allí se alcanza el punto final de la Caída. Este es el momento del cambio de polaridades. El Occidente se vuelve el Oriente. Putin y Trump están en dos extremos opuestos del planeta. En el siglo veinte, estos dos extremos se materializaron en las formas más radicales de la Modernidad: el capitalismo y el comunismo. Dos monstruos apocalípticos: Leviathan y Behemoth. Ahora se han vuelto dos promesas escatológicas: la Gran Rusia de Putin y la liberación de América bajo Trump. El siglo XXI finalmente ha comenzado”.

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Del enebro en El cuervo de alas rotas


Meg Raven reseña Del enebro en El cuervo de alas rotas:

Foto-Reseña: Del Enebro, De Los Hermanos Grimm

¡Cuervos días!
Mi última lectura ha sido breve pero intensa. Se trata de uno de los cuentos de los hermanos Grimm, pero el auténtico, sin edulcorar. Cuesta imaginar cómo éstas historias han sido adaptadas de tal manera que resultan irreconocibles en algunos casos… cuando quizá, si las dejamos como fueron concebidas y las enfocamos para un público más adulto, también resultan fascinantes.

La historia empieza con un matrimonio que no logra concebir hijos. Su primogénito llega, por desgracia, con el fallecimiento de la mujer. Es aquí donde el marido decide tomar una segunda esposa, con la que tendrá una hija, Marleenken. Pero ésta madrastra se niega a aceptar a ese pequeño como suyo, lo desprecia, lo intenta alejar de todas las formas. Y una sombra maligna empezará a hacerse hueco entre sus pensamientos.
Hay poco más que se pueda desvelar de éste cuento sin destrozar el suspense que contienen sus páginas, así que me reservaré el resto de su breve historia para quienes quieran leerla. El mensaje que encierra es perturbador, pero también alegre. Extraña combinación, ¿No os parece?
Éste cuento fue rescatado de la tradición oral, así que imaginaos qué clase de historias debían circular por ahí. ¿Por qué las adaptaciones que se hacen son, en su mayoría, tan suaves y carentes de brutalidad? No es que me guste esa oda a la violencia, pero si las historias originales se escribieron así… ¿Por qué ese empeño en modificarlas? No son, después de todo, meros actos de violencia sin sentido. Encierran mensajes que, aunque puedan no ser a gusto de todos, le dan sentido a éstos cuentos. «Del enebro» no es una excepción.

Tenemos el mejor ejemplo en Disney, donde hemos visto adaptaciones de algunas famosas historias a las que se les ha privado de todos los detalles macabros (Que las hermanastras de Cenicienta se cortaron los pies para calzarse el zapato, que la bruja que intenta matar a Blancanieves era en realidad su madre…) para hacerlas más aceptables y aptas para un público infantil. No digo que estas historias fuesen aptas para niños, porque para mi no lo son, pero tampoco es sano vender ese mundo de ilusión, perfecto, idealizado. Hacen falta sombras y matices para comprender que la vida no es ningún cuento de hadas.
Volviendo a ésta publicación… aquí no hay censura de ningún tipo, se trata del relato tal y como fue concebido. De hecho la publicación es bilingüe, presenta la traducción al castellano pero también la versión original en bajo alemán.
A su vez incorpora las oscuras ilustraciones de Alejandra Acosta, que también se ha encargado de las portadas y de los pequeños «regalos» que esconde en su interior (Taumatropo, postal y marcapáginas) y otros detalles añadidos que convierten la maquetación de éste cuento en toda una obra de arte (De hecho, en la faja anuncian que ha recibido el premio al libro mejor editado en Aragón 2012). Impreso en offset, a tres tintas, con encuadernación rústica y sobrecubierta. Finalmente el prólogo corre a cuenta de Francisco Ferrer Lerín, escritor y experto ornitólogo, que añade algunas interpretaciones e interesantes datos al cuento y realiza un interesantísimo estudio sobre los enebros y los frutos que, como las manzanas, son habitualmente utilizados como símbolos de mal agüero en este tipo de historias. ¿Cuál será el misterio que rodea a éste árbol?

Una historia muy breve pero intensa (Vaya que si) que se disfruta con todos los sentidos. Por más siniestro que parezca, «Del enebro» es un cuento que no deja indiferente a nadie y en el que todos sus personajes cumplen un papel esencial en el transcurso de la historia. Os lo recomiendo muchísimo, sobretodo por la experiencia casi mágica que supone tener éste libro entre las manos.

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Los hombres de Rusia en Un libro al día



Koldo CF reseña Los hombres de Rusia, de Reinaldo Laddaga, en Un libro al día:

Reinado Laddaga: Los hombres de Rusialos-hombres-de-rusia-2

Podría empezar diciendo que “Los hombres de Rusia” es una novela de política-ficción, que se trata de un ensayo político o, incluso (aunque esto es más un deseo personal),  de una distopía muy muy loca. Algo de todo eso hay, sí, pero la principal lectura que creo que hay que hacer de “Los hombres de Rusia” es la de una alegoría sobre el resurgimiento, en pleno siglo XXI, de tendencias políticas cercanas al fascismo.

Para esto, el argentino residente en los Estados Unidos Reinaldo Laddaga se sirve de la técnica del manuscrito encontrado. En el se aúnan historia personal y colectiva formando un conjunto, tal y como indican las palabras del propio Laddaga incluidas en el prefacio del libro, fascinante para algunos y tedioso, oscuro e imposible de acabar para otros.

El citado texto no es otra cosa que la narración un tanto caótica del acercamiento de un joven a un grupo de “iluminados” que se hace llamar “Los hombres de Rusia”. La misma se desarrolla en el decadente entorno de un zoológico abandonado del estado de Florida (¿alegoría de las zonas “deprimidas” en las que triunfa la “nueva” derecha?) y se mueve en dos planos temporales en los que terminan interactuando realidad y ficción.

Por un lado, está el pasado y las diferentes teorías / proyectos / ensayos político-mesiánicos desarrollados a lo largo del siglo XX, los cuales sirven, la mismo tiempo, de cuerpo teórico a “Los hombres de Rusia” y de hilo conductor de acontecimientos que llevarán hasta Florida a la familia del autor del manuscrito. He de reconocer que esta es la parte de la que más he disfrutado, sobre todo porque mi conocimiento previo acerca de los personajes que pasan por las páginas del libro era nulo. Las fascistoides “aventuras” de Gabriele d’Annunzio y su colaborador (y bisabuelo del autor del manuscrito) Guiseppe Borgese en la República de Fiume, las utópicas teorías de Elisabeth Mann (viuda de Borgese e hija de Thomas Mann), el acercamiento de Silvia (hija pequeña de los Borgese) al Partido Republicano y al neofascista y populista Movimiento Social Italiano, las descabelladas teorías y comunas lideradas por Cyrus Teed, etc, además de prefigurar lo que a continuación vendrá en el texto, son una muestra significativa de lo que fue el siglo XX en Occidente y de cómo hemos llegado hasta aquí.

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Por otro lado, y en parte derivando de lo anterior, está el presente, ese en el que el joven narrador aparece deslumbrado por una combinación de ruptura de las reglas (aunque siempre dentro de las reglas), absurdo, mesianismo y liderazgo indiscutido y en el que las actividades y rituales de «los hombres de Rusia», siempre basados en la adoración de un pasado glorioso y en la obediencia ciega, serán los vehículos a través de los cuales el narrador cumpla sus deseos de pertenencia. Esta parte, que podría ser también leída como novela de formación (poned aquí unas cuántas comillas), me ha parecido algo más farragosa que la anterior, como si en la búsqueda de una nueva vuelta de tuerca se hubiese caído en el exceso. También es cierto que esto me recuerda a ciertos grupos, políticos o no, de distinto signo  que día a día se superan y nos superan con sus exabruptos y ridiculeces y que, pese a todo siguen teniendo sus acólitos.

En fin, que como veis estamos ante un texto híbrido (parece ser la especialidad de la casa de Jekyll & Jyll), con un pie en el pasado y otro en el presente y con la esperanza, seguramente vana, de no caer nuevamente en los errores de casi siempre.

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Osvaldo Baigorria escribe sobre Distraídos venceremos de Andrea Valdés



El escritor Osvaldo Baigorria escribe sobre Distraídos venceremos, de Andrea Valdés en su blog Paseo esquizo.

Fantasmas autobiográficos

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En 2016, la periodista free lance y viajera Andrea Valdés, a quien conocí como vendedora de la librería del CCBA (Barcelona), se quedó en Buenos Aires varios meses y, entre otras cosas, asitió a mi taller de lectura de los lunes en la Gandhi de Palermo. Creo que era la primera vez que leía a Lucio V. Mansilla (y si no era su primera vez lo disimuló mucho): estoy seguro que bebió algo en esas clases para sumergirse luego en los fragmentos y esquirlas de la escritura autobiográfica que investigó largo y tendido hasta publicar su primer libro de ensayos, Distraídos venceremos (título robado -y confesado- a Paulo Leminski). Un ecléctico recorrido que atraviesa las estaciones Héctor Libertella, Mario Levrero, Héctor Viel Témperley, Jorge Barón Biza, Carlos Correas, Severo Sarduy, María Moreno, Rosa Chacel, etc.y mi propia deriva al escribir Sobre Sánchez.
Publicado hace poco por Jeiyll & Jill en Zaragoza, el libro recibió ya algunos elogios, entre los que se destaca uno de José Angel Barrueco, que desde Madrid escribe: “Andrea Valdés compone un sorprendente catálogo de rarezas, de anomalías, como felices monstruos literarios que los degustadores de marginalidades nos apresuraremos a buscar en las librerías. Pero no será tarea fácil: algunas de las obras brasileñas no se han traducido en España, otras están descatalogadas o ya son difíciles de encontrar porque se publicaron en editoriales pequeñas o con poca distribución. Es el caso del autor que más me ha interesado (con permiso de Baron Biza, del que tengo su libro El desierto y su semilla… aún pendiente de lectura): me refiero a Osvaldo Baigorria, que escribió una especie de semblanza, con tintes autobiográficos, sobre un escritor en Sobre Sánchez, que aquí publicó Varasek y que sólo encontré en una librería de Madrid tras varias pesquisas”. El escritor en cuestión es, por cierto, Néstor Sánchez, y el comentario de Barrueco se lee entero por acá.

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Distraídos venceremos de Andrea Valdés en Pompas de papel



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Foto: Xuan Álvarez

Distraídos venceremos, de Andrea Valdés, en el blog del programa Pompas de papel, EITB.

ANDREA VALDÉS
Distraídos venceremos

Andrea Valdés (Barcelona, 1979) es licenciada en Ciencias Políticas y, hasta hace poco, era librera. Suele colaborar con artistas, es coautora de una obra de teatro, Astronaut, y ha publicado artículos en El País, La Vanguardia, Les Inrockuptibles o Contexto (CTXT). Distraídos venceremos, que tiene como subtítulo Usos y derivas en la escritura autobiográfica, es su primer ensayo. En él se acerca a fórmulas poco habituales del género que se ha dado en llamar de escritura autobiográfica. Hay desde declaraciones juradas a un inventario de cicatrices, pasando por un poema terminal, un prólogo que no sale, una performance o un encargo fallido. Sus autores edistraídosscribieron en condiciones extremas y desafiando la noción clásica de la autoría. En el fondo la autora nos alerta de que hay otras formas de lectura de textos que nos interpelan.»

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Damián Tabarovsky recomienda Distraídos venceremos en el diario Perfil (Argentina)



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Damián Tabarovsky recomienda Distraídos venceremos, de Andrea Valdés, en el diario Perfil (Argentina).

«Bien de nuestro tiempo también es un libro de hermoso título: Distraídos venceremos, de Andrea Valdés (Jekyll & Jill, 2019). Nacida en Barcelona en 1979, el libro de Valdés —cuyo subtítulo es Usos y derivas en la escritura autobiográfica— tiene más de un aspecto interesante. El primero reside en tomar como objeto de reflexión una constelación de autores latinoamericanos que reúnen dos condiciones: la mayoría de ellos son poco (o nada) conocidos en España, y también la mayoría de ellos están entre los mejores escritores latinoamericanos contemporáneos: Héctor Libertella, Carlos Correa, Héctor Viel Temperley, María Moreno, Jorge Barón Biza, entre los argentinos (a los que Valdés le suma a un por supuesto no contemporáneo, pero clave en esa línea, como Lucio V. Mansilla), y brasileños como Carlos Sussekind y Conceiçao
Evaristo, entre otros. De entrada, Valdés declara: «Muchas veces me he preguntado si la idea de Sudamérica con la que yo crecí no la habrán diseñado unos cuantos desde su despacho». Valdés traza ese otro mapa singular, ajeno a cualquier lugar común sobre lo latinoamericano for export, con el que muchas veces trabajan las grandes editoriales multinacionales con despachos en España. Libro sobre la escritura autobiográfica, Valdés no se priva de jugar con su primera persona. A veces en exceso, aunque no es nada que erosione un libro que se lee con placer.»

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Distraídos venceremos de Andrea Valdés por Víctor Balcells


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Víctor Balcells escribe sobre Distraídos venceremos, de Andrea Valdés:

Distraídos venceremos, de Andrea Valdés: un comentario

La canción es un pájaro sin plan de vuelo que jamás volará en línea recta.
Violeta Parra

Como pretendido discípulo de Diógenes Laercio, me gusta crear pequeñas biografías personales acerca de los escritores que sigo y que viven en mi ciudad. Se construyen en base a fortuitos y aislados encuentros en los que anudo una perspectiva de trama inventada. Luego, parece ser que los escritores que sigo no corresponden nunca con los escritores que persigo. Hay grandes vacíos de conocimiento en mi pensamiento de los escritores que sigo, más imaginación que hechos consumados.

La primera vez que hablé con Andrea Valdés fue en una excéntrica cena familiar, hace seis años, que supuso un antes y un después para varios de los presentes. En esa cena había varios primos de la familia Matas interesados de una forma u otra en literatura, y todos ellos sufrimos graves desgracias tras ese encuentro. Al día siguiente, accidentes, rupturas, despidos, hundimientos en la depresión de varios de los presentes. Inexplicable, pero históricamente cierto. Luca, el anfitrión, fue quien trajo a Andrea, una mujer poderosa y de hablar rápido y humanístico (en el sentido de cambiante, saltarín, juguetón), con una ironía fértil, evoco, tal vez melancólica, que animó y polemizó la conversación. De acuerdo con mis referencias -Luca-, también para Andrea esa cena supuso una chiave di volta de la existencia. La última vez que la vi fue hace unas semanas, seis años después, en la presentación de su libro. Libro acerca del que quiero hablar diletántemente hoy: Distraídos Venceremos. Usos y derivas de la escritura autobiográfica. Entre ese primer encuentro fatídico y el último, ha habido otros que trataré de desglosar de acuerdo con mi frágil y hotelero recuerdo, porque tal vez sirvan para esbozar los rasgos de estilo de esta escritora extraña, y para esbozar los rasgos maestros de lo que supone su lectura. (Mi uso del término “extraño” es siempre honorífico, por cierto. No quiero generar ambigüedades al respecto).

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Lo que encontrará el lector en Distraídos venceremos es, en esencia y en esqueleto, un libro que habla de escritores particulares (formal, estilística, temáticamente) y autobiográficos, del ámbito de la literatura latinoamericana, y que los saca a la luz ofreciendo un mix de pinceladas biográficas, acercamientos freestyle a sus obras y con el añadido de contenido autobiográfico que inserta a la autora como un personaje más de la pieza, en diferentes formas y magnitudes. El efecto de ensayo se desdibuja debido a la cualidad cambiante de la narradora, que en los sucesivos capítulos elabora presentaciones estructural y estilísticamente variadas de los escritores/as de los que aporta noticia, y no ceñidas a ninguna academia o ley (o quizá tan solo a la ley Schwobiana, como veremos). Tenemos desde la crónica de un viaje en busca de la noticia de alguien (Rosa Chacel, por ejemplo, escritora introvertida e introyectada en el sentido estricto de las palabras), hasta la presentación de un escritor a través de una carta irreverente y altamente literaria que la autora le dirige personalmente (Mario Levrero, entrando así en oscuros juegos metaliterarios). Hay una jugosidad en todo ello porque los escritores/as presentados son fascinantes y porque, en definitiva, se presentan y ensayan formas expresivas (lo cual siempre me engolfa como lector).

He dicho antes la ley schwobiana porque Distraídos venceremos, creo, se encuadra en el género de las vidas de vidas en su vertiente no académica, de la que forman parte, precisamente, autores como Diógenes Laercio, James Boswell o John Aubrey. La forma más repetida en Distraídos venceremos es el simulacro de vida imaginaria que practicó Schwob en sus Vidas imaginarias, donde personajes y obras se muestran de forma esquelética y libre, tomando partes o aspectos por el todo, en lo que finalmente es la elaboración de una imagen poética, una sublime abstracción conectiva (con añadidos más actuales, como injertos de texto fragmentado y otros juegos literarios). Se presenta a un autor, por ejemplo, el primero, autora, Rosa Chacel, y, sorpresa: por los elementos formales y estilísticos se transmite también la cualidad sinestésica de ese autor. Hay, por decirlo así, un practicar del género del ensayo atmosférico. Se eligen sólo algunos aspectos, la perspectiva es cerrada, acotada a un tema, entroncada en una imagen, afincada en un motivo. Se produce lo poético porque se da un efecto de sentido y, al mismo tiempo, un efecto de agujero (el vacío por el que se pasa a otra cosa): se conforma en el lector una sensación en el cuerpo pretendida que, a su vez, es una forma de conocimiento. Tenemos la brevedad schwobiana, los elementos oníricos, los aspectos sórdidos biográficos, el carácter metaliterario. En la teoría literaria estamos próximos, creo, a Lubomír Dolezel. Ir más allá, no puedo ni sé.

De las tres partes, la que más me ha impresionado es la tercera, centrada en escritoras cuya obra surge, en ocasiones, desde la cuádruple condición de ser mujeres, de no ser blancas, de géneros y sexualidades distintas a las tradicionales-solidificadas (es que no sé cómo expresarlo), y de pertenecer a tradiciones culturales alejadas de occidente. Observo aquí un tipo de escrituras que me hacen pensar en lo que he sentido cuando he leído a escritores/as africanos no blancos: uno entra en reinos de sentido distintos en los que pueden ocurrir dos cosas: o se pone en duda el propio reino de sentido y uno se suelta ante las otras formas de conciencia y sintaxis, y las descubre, y se enriquece en esas otras lenguas del sentido, o se produce la resistencia etnocentrista, la negación: pienso en la fanzinoteca feminista cuir/queer de Gelen Jelenton, que aparece en esa tercera parte del libro.

Todo esto que elucubro se trama de alguna forma con otras experiencias personales muy vagas y no propiamente vinculantes, y sumamente deformadas en el recuerdo, supongo, que he compartido con la autora. Años atrás trabajé los fines de semana en una lúgubre nave industrial en la que se vendían libros de segunda mano y ella apareció varias veces por allí, imagino ahora, en busca de autores raros. Las veces que la oí hablar, desde la penumbra de la caja registradora, y en la cena fundacional de la que he hablado antes, y años más tarde, hace unas semanas, en la presentación de este libro, y un día en un taxi que compartimos tras un encuentro con conocidos comunes, tenían como punto común este elemento saltarín y sumamente humorístico en los temas de conversación. Saltarín en el sentido de que se podía tratar un tema de suma gravedad y a continuación caer en el más hondo cinismo, con una variedad extensa de referencias y en todo momento a mano, un nerviosismo vibrante, una fuerza. Hay una sintonía de la voz escrita de Andrea con esa fuerza que manifiesta en persona. Y hay también una gran fantasía constructiva en mí, pues yo realmente no conozco a esta persona, aunque todo cuadra en mi cabeza, y en todo caso hago lo que ella misma ha hecho con los autores de los que habla, en una cadena sisifolítica en sí misma. (También he de señalar, nota aparte, que, de acuerdo con mi recuerdo, es una persona que no envejece. Lo cual no me sorprendería, pues hay muchos casos de vampiros en el mundo literario, según he conocido y descrito en esta misma página web).

Sigamos. Al hilo de lo que decía, se percibe un riesgo en la elección de las referencias, un asilvestramiento; referencias que muchas veces son personales, más que académicas-canónicas. En el sentido de que la narradora compara con abundancia y sin distinción a partir de un universo, opino, extenso pero coherente y cerrado y manifiestamente propio de referencias de toda clase, y de todo orden y grado (lo pop con lo culto, por ejemplo), lo cual permite comparaciones muchas veces moduladas en extremo, entusiastas para el lector, o en el mal sentido, “cogidas con pinzas”. En todo caso, creo que este un valor del pensamiento humanista que comparto y reivindico: la posibilidad de fundar conocimiento desde el atravesamiento personal de la referencia y de lo que está “cogido con pinzas”. Todo esto son cavilaciones que yo apenas entiendo, luego, me exculpo; lo que trato de decir es que si el humanista sabe poco de muchas cosas, pues que sea un poeta del pensamiento. Que conecte a través de su universo personal de referencias, no por lo académico (que buscaría polos conectivos estrechos, mamotréticos y aburridos, en campos cercanos, en temporalidades (ne)cronificadas), sino por lo poético (saltos al vacío, a riesgo efectivamente de caer en dicho vacío, de lo desconocido).

Celebro a quienes tratan de crear obras así, y este es el caso. Donde hay especulación e irreverencia, también hay regocijo para mí. Por otro lado, este tipo de escriores/as me, ya he usado el término, engolfan como lector. Discuto mucho más con ellos, y en múltiples pasajes no me gustan. Pero eso, aunque suene paradójico, tiene un extremo valor para mí, cuyo día a día está entregado a algoritmos, planificaciones, planicies, formas rectas y estructuralmente solidificadas en las antañosidades de los tiempos. Como colofón, este libro me ha arrojado y descubierto autores cuyas soluciones técnicas estoy ahora ávido de imitar. En cuanto a la edición, gran comodidad: siempre quedo sorprendido con Jekill & Jill: suele haber alquimia de contenido y contenedor (es que el libro cabe de una forma magnífica en el bolsillo de mi chaqueta, mejor que cualquier otro, y soporta perfectamente el trato sádico que últimamente transfiero a estos objetos).

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Distraídos venceremos de Andrea Valdés en Letras en Vena


Rubén Olivares reseña Distraídos venceremos, de Andrea Valdés, en Letras en vena.

DISTRAÍDOS VENCEREMOS DE ANDREA VALDÉS

por Rubén Olivares
 Las estanterías y bibliotecas están llenas de diarios, memorias y demás relatos que recogen las memorias de sus autores. El interés por la vida de los protagonistas es un factor que a todo lector nos fascina. Cuando un autor nos ha conquistado con su obra deseamos saber cómo ha sido su vida, como si al asomarnos a la ventana de su biografía pudiéramos descubrir momentos, retazos clave de su vida que nos den las pistas que buscamos para entender cómo fue capaz de describir ese apasionado encuentro entre amantes, cómo sobrevivió a las duras condiciones de la guerra o quizás sólo dejarnos trasportar a ese paisaje que describía con tanto detalle entre las páginas de nuestro libro favorito. El género autobiográfico tiene mucho de reafirmación y alimentación del ego de su autor, que pretende rendir cuentas consigo mismo y con sus lectores a través del prisma de la autorreflexión. A todas las autobiografías les une la función, a veces inesperada, de servir de crónica de una época filtrada por la visión personal, con todo lo positivo y negativo que esto tiene. Las trampas del recuerdo son traicioneras y su alianza con la autopercepción derivan en una interpretación deforme de uno mismo y de su época. Memorias las hay tan famosas (o más) que las obras de sus propios autores.

Las autobiografías nos acercan a la vida a través de las palabras que hablan de la vida de aquellos a los que admiramos, desde posiciones alejadísimas de la nuestra y que, sin embargo, nos interpelan. Andrea Valdés ha desarrollado en esta obra un trabajo de indagación e inmersión alrededor de la semilla de la escritura autobiográfica, atravesando un camino de poéticas de numerosos autores y autoras sudamericanos que exploraron una escritura personal, fronteriza y peculiar. Adentrarse en esta obra es descubrir a autores que, desde el otro lado del Atlántico, nos hablan e interpelan a descubrir su obra, desnudándose ante nuestros ojos a través de este peculiar tour por su vida que Andrea Valdés, transmutada en guía turística literaria, nos descubre página tras página.

La autora construye en este ensayo una reflexión personal sobre la literatura autobiográfica partiendo de poéticas que comparten entre sí la extrañeza de la vida, del mundo, de la tierra en la que nacieron. Por sus páginas transitan la vida de Rosa Chacel, Maura Lopes Cançado, Jorge Baron Biza, Audre Lorde y Conceição Evaristo, forjadores de sueños, mundos imaginarios literarios en la que todos convergen en busca de la identidad que persiguen, la cual no es sino la reconstrucción del pasado, de la experiencia familiar y colectiva en la que crecieron. Este ensayo se convierte en una sala de los espejos en la que se nos muestra el pasado de los otros para explicarnos el porqué de sus obras, al mismo tiempo que se entrelaza la propia historia de Valdés durante el desarrollo de este libro: la experiencia de los autores que analiza, el trabajo para captar y trazar el argumento del libro para entender la identidad de los mismos, la labor detectivesca y la paciencia desplegada para lograr contactar con algunos autores y conocer a través de sus palabras su propia historia.

Valdés recorre las vidas de estos autores y tiende puentes simbólicos entre las identidades y sus proyectos literarios, donde las heridas, las máscaras y las rejas son escenarios, guías e hilos conductores de la escritura. En esta indagación nos adentramos, a través de la mirada de los autores que desfilan por este ensayo, en el momento histórico y cultural de una época, se nos dejan entrever las injusticias de un tiempo, de un país contra un grupo, la discriminación que algunos de sus autores sufrieron por el color de su piel, por los traumas que arrastraban por la muerte violenta de su progenitor o por el suicidio. Estamos ante un ensayo que, pese al subtítulo de su obra, nos adentra en un minucioso estudio de la autobiografía y sus autores con un lenguaje y narrativa más propios de la conversación entre amigos, de una tertulia literaria abierta al público, gesto de agradecer que acerca el género del ensayo al gran público. Un libro fascinante, fundamental para acercarnos al pensamiento literario actual, que no deberíamos perdernos.

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Distraídos venceremos de Andrea Valdés entre los 99 libros para el verano de Babelia



99libros

Bea Espejo recomienda Distraídos venceremos, de Andrea Valdés, en la lista de Babelia de los 99 libros para este verano.

«Empieza hablando de lo autobiográfico, para coquetear con el juego literario y terminar como uno de los mejores ensayos sobre la idea de literatura como autorrelato. Andrea Valdés tira de ese fino hilo que separa lo periodístico de lo narrativo para hacerle un guiño a lo malogrado y lo precario en la vida y la escritura. De ahí su selección de autores (Maura Lopes Cançado, María Moreno, Gloria Anzaldúa…), que desafían el canon de la escritura frente a algo que les rebasa y humaniza en extremo.»

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Rafa Cervera entrevista a Andrea Valdés en Port de El Periódico


Rafa Cervera entrevista a Andrea Valdés con motivo de la publicación de su ensayo Distraídos venceremos, en PORT, de El Periódico:

Foto: Xuan Álvarez

Andrea Valdés: «Me interesa lo que han escrito manos que cosen, zurcen o limpian mierda ajena»

En Distraídos venceremos, la barcelonesa Andrea Valdés mezcla literatura y biografía invitándonos a leer a una serie de autores que la han fascinado y le han abierto puertas. Todos tienen en común, según la propia Valdés,que sus libros no son un lujo ni un adorno, porque se volcaron en ellos y se jugaron la vida para escribirlos.

Este libro nació con una sección de crónicas y entrevistas llamada ¡Cavernícolas! escrita desde Argentina. A su regreso a Barcelona, la escritora y periodista Andrea Valdés recibió del centro de arte La Virreina, el encargo que terminó por darle forma al que ahora es su primer libro. Distraídos venceremos es un ensayo sobre la literatura concebida como autorrelato hecho en el límite, y además está escrito con  un estilo que se mueve entre lo periodístico y lo narrativo, haciendo de la autora casi un personaje más de un libro hecho de historias fascinantes.

Apenas hay nombres conocidos en la selección de autores de su libro. ¿Un intento de alejarse de lo evidente?

Ahí se me ve el deje librero y esa cosa un poco anacrónica de ir a buscar lo que una no tiene al alcance: el tesoro oculto, lo que entra de contrabando o por otros cauces.  También lo que se considera “marginal” o “periférico” y aquí hago notar la connotación horrible de esta palabra. Periférico ¿para quién? ¿Según qué criterio? ¿Por qué  muchos de estos autores no han llegado a España o les cuesta encontrar un sitio, cuando el idioma debería hacerlo más fácil?

¿Se puede hablar también de una necesidad como autora de explorar nuevos territorios?

Estaban mis ganas de leer desde cierta ignorancia, para formarme un juicio sin demasiados apriorismos ni el peso de algunas cátedras. En este ensayo, como en todo lo que hago, hay una voluntad de quedarme con algo, un aprendizaje. Por eso autores como J. M. Coetzee, Agota Kristof o Pierre Michon acabaron cayendo de mi primera lista. Si algo hay en Distraídos venceremos es un guiño a lo malogrado y, sobre todo, a lo precario, en la vida y en la escritura, por eso en mi selección no me veía “dialogando” con invitados a la feria de Frankfurt ni finalistas al Man Booker Prize. Quería a autores algo más huérfanos, un poco de otra liga, aunque esa orfandad sea una proyección que yo me hago. También asumo esa posibilidad. Quizás me monté una película. De hecho me pasa a menudo.

Muchos de esos nombres, la gran mayoría, provienen de Argentina y Brasil. ¿El hecho de viajar y estar próxima a su contexto potenció su interés personal por ellos?

Más que potenciar mi interés por ellos, me dio acceso a su obra porque no nos engañemos: los libros que nos llegan de Sudamérica son sólo una pequeña parte y, sí, a Paulo Leminski, Maura Lopes Cançado, Héctor Libertella, Carlos Correas o María Moreno los descubrí en “su tierra”. En general, aproximarse a los lugares desde las ficciones o escritos que generan me parece muy interesante, pues siempre hay una brecha insalvable entre el papel y lo que una está viendo en ese momento, y más si una es extranjera. Aunque no he querido exotizar a nadie. Al revés, he intentado que esa barrera sea lo más estrecha posible pero sin perderla de vista, sobre todo en la última parte. Luego hay otro asunto que menciono en el ensayo, medio en broma, y es el pensar que también se viaja para poder leer tranquila, pues es fuera de casa donde suelo encontrar ese espacio. Además no concibo el viajar porque sí, para dar vueltas. De alguna manera estos dos viajes hicieron que yo me acabara de creer el proyecto, me autorizaron a hacerlo y esto es algo muy de mi género: el sentirse o no autorizada a algo. A ver si acabamos de una vez con eso.

Dice usted que no quiere que su escritura sea un mero acto de vanidad y en cierto modo, los autores seleccionados para Distraídos venceremos son la antítesis del narcisismo.

Totalmente. Ni son narcisistas ni experimentales, que es lo que suele pensar la gente cuando se habla de autores algo fuera del canon, que son raros o experimentales. No, para mí fueron heterodoxos y creo que la mayoría lo fueron porque la vida les empujó a serlo y ese empuje fue mi principal motor. Lo he estado buscando en cada texto. Está en Rosa Chacel cuando se pregunta si alguien alguna vez logró plasmar “la grandiosidad de esa sombra que avanza”. En Sarduy frente a un cuadro: “Y quería decirle algo, decírselo con fuerza, pero no supe qué”. En Levrero afirmando: “No me  fastidien con el estilo o la construcción. Esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida”. O en Viel Temperley cuando menciona que se encuentra con supoesía al no saber cómo hacerla. Todos se enfrentan a algo que les rebasa y humaniza en extremo. ¿Y cómo no iba a interesarme pensar y escribir sobre ello?

Cuando alguien escribe sobre sí mismo no escribe desde la realidad absoluta. ¿Cuál es la diferencia entre escritura autobiográfica y autoficción?

Entiendo que me hagas esta pregunta que en Distraídos venceremos pasé bastante por alto, lo que clama al cielo siendo un ensayo que incide en la escritura y sus circunstancias, pero es que cada vez me interesan menos esta clase de debates y distinciones, por eso en el libro tuve la impertinencia de llevarlas a un estado crítico citando aún más etiquetas… Hablo de biomitografía, transbiografía, heterobiografía, autohistoria, escrevivencia, etc. Incluso me salió alguna de cosecha propia, frivolidad que no sé cómo recibirá el lector, pero esta clase de insolencias también me forman parte. No pude evitarlo.

¿Se puede hacer literatura sin hablar de uno mismo?

Imagino que depende de lo literal que seas con lo de hablar de uno mismo. Pienso que quizás sí, es hablar de uno mismo pero a través de otros y de ciertos artificios. Para mí la literatura implica una translación, que se hace de maneras más o menos afortunadas. No es algo que cae del cielo. Hay que trabajarla y para mí exige un compromiso muy grande. El resto son vomitonas, ruido.

Xuan Alvárez
Foto: Xuan Álvarez

Su ensayo está escrito desde la primera persona, en ciertos momentos parece una novela. ¿Es consciente de que eso ayuda a que un lector no especializado se vea absorbido por tu texto?

Desde el inicio me dije que si iba a hablar de autores no muy conocidos, con la ventaja que me otorga eso, el lector tenía que recibir algo a cambio, pues en ningún momento quise que Distraídos venceremos fuera un mero escaparate de mis conocimientos. ¿Qué me aporta eso? Incluso diría que fue al revés. Este ensayo viene de mi dificultad para escribir: la vivo tan a pecho que se me ocurrió buscar la escritura en quienes lo consiguieron en situaciones muy adversas. Y ahí vuelvo a la idea de verse empujado, abocado a algo. Es cierto que todo esto lo he dramatizado un poco e incluso me permití darle un tono paródico, además de tomarme algunas licencias. Me refiero a la mezcla de formatos, el uso de imágenes o el sampleado de diálogos, recursos con los que no sólo pretendo ganarme al lector. También es un guiño a la naturaleza extraña de La Operación Masotta, Borderlands/La Frontera o Sobre Sánchez, por citar alguno de títulos que comento. Todos pueden leerse de varias maneras y eso me fascina.En este sentido quise que este ensayo funcionara como una posible guía para ampliar referencias, pero también como un relato coral de gente que se ha estado buscando en situaciones muy adversas y que yo explico a mi manera.

¿Son las redes sociales una forma de autoficción para aquellos que no hacen literatura? 

Imagino que puede serlo pero son muchas otras cosas y algunas bien peligrosas.

En el texto hay una reflexión muy interesante acerca de la idea del bartleby en relación a la igualdad de género. ¿Es también este libro, aunque sea de manera indirecta, una reivindicación de lo que ha sido hacer literatura para muchas mujeres del siglo XX?

Sí. Este libro tiene mucho que ver con lo que elegimos y para mí era importante marcar que esas elecciones son muy distintas según el género, pero también la clase y el color de piel. No todos nos jugamos lo mismo al escribir. En este sentido me ha encantado descubrir la conexión de ciertas escrituras con las manos de quienes históricamente han tenido que lavar la mierda ajena y coser, zurcir con parches, lo que simbólicamente asocio a fragmentos de vida.

¿Hay alguna obra de las que hablas que recomendarías a la gente que lea tu libro? 

Para mí son todas muy relevantes. Quizás la más accesible por formato y acabado es precisamente la que explica la historia más dura. Me refiero a El desierto y su semillay en parte tiene sentido que sea así, pues creo que Jorge Baron Biza luchó mucho por hacerla legible. Y eso me parece muy bello, que se “salvara” tratando de ser un texto y dar una forma a lo inenarrable, a un acto monstruoso.

Entre los cimientos de tu mundo figura David Bowie. ¿Podemos considerarlo como el gran escritor de la literatura autobiográfica que no opera desde la literatura?

Para mí David Bowie fue sobre todo un impacto estético que me vino muy de niña. En casa teníamos el vinilo de Ziggy Stardust y recuerdo no saber cómo mirar aquel cuerpo, con qué criterio y si era un ser inventado o real. Eso también me desconcertó mucho, la intuición de que se podía encarnar una ficción hasta ese punto. De niña fui muy masculina y toparme con esa ambigüedad me llenó de placer. Luego vino la música. Escuché Five Years… y aunque por el camino me averiase con MC Hammer, Duncan Dhu y la pesca de Tocata, Bowie siempre estuvo ahí como algo que no era sólo música. Era una posibilidad… ¡y qué posibilidad tan bonita! Como la que me han dado los autores que aparecen en este ensayo, pues también ellos me abrieron otras puertas.

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Distraídos venceremos de Andrea Valdés en Valencia Plaza


Eduardo Almiñana reseña Distraídos venceremos. Usos y derivas en la escritura autobiográfica, de Andrea Valdés, en CulturPlaza de ValenciaPlaza:

En las fronteras de lo autobiográfico con Distraídos venceremos de Andrea Valdés

Foto: Xuan Álvarez

 

La librera y escritora recopila un menú de referentes de la escritura autobiográfica que con algunas licencias, trasciende el yo literario habitual en esta era dorada de la autoficción

No hay manera de escribir sobre uno mismo sin mentir, sobre todo porque decir la verdad implica un grado de autoconocimiento que nadie puede ni quiere alcanzar. Dentro de esos márgenes, uno puede desconocer la realidad, omitirla, ocultarla, apostar por la autoficción e incluso por la autofricción, un género signo de los tiempos muy practicado por escritores y periodistas: en el caso de estos últimos la tendencia vino para desmantelar todo aquello de la supuesta objetividad que solo era una forma equivocada de referirse a la honestidad que se le presupone a un profesional de la información y también la distancia respecto al contenido; por supuesto el periodista siempre ha sido un filtro y por tanto ha existido contacto con los acontecimientos, digestión y narrativa, pero es que ahora el reportero-personaje es la noticia y sus tribulaciones e impresiones los hechos de interés público, el quid del relato, lo que importa y hay que conocer. Las redes sociales jalean las pasiones del especialista en autofricción, que necesita que le ocurran todo tipo de disparates y participar en situaciones cuanto más inverosímiles mejor, hasta tal punto que llega a parecerse a esa Jessica Fletcher de Se ha escrito un crimen peor que una peste, que allá a donde llegaba siempre acababa alguien fiambre. No es sencillo ser protagonista de momentos divertidos, duros o que inviten a la reflexión una vez por semana. Llega la fecha de entrega, y algo hay que hacer. Ni Hearst habría soñado tanta fantasía.

Lo autobiográfico es el alimento de la bestia social de la que somos células, esa Bestia Colmena del libro homónimo del asturiano Pablo Und Destruktion: minuto a minuto los servidores echan chispas con todo lo que tenemos que decir sobre nosotros mismos. Las charlas TEDx y los pechakuchas acumulan ingentes cantidades de visionados gracias a testimonios que hablan de gente que nunca habría imaginado que estaría aquí, o que ahora está aquí gracias a un terrible fracaso, gente experta en fraccionar el discurso con apelaciones a la audiencia y pausas dramáticas teatrales que duran un poco más de la cuenta, un par de segundos más de lo necesario. Ay si apareciese por allí algún verificador de la International Fact-Checking Network. Los colmillos se le estirarían hasta la cintura. Con este día a día sería fácil pensar que lo más relevante en materia de contar el uno mismo lo encontraremos en una conversación digital o en un perfil, por suerte Jekyll & Jill viene a refutarnos esta intuición con el nuevo título de la colección Fontanela, Distraídos venceremos. Usos y derivas en la escritura autobiográfica, de la librera y escritora Andrea Valdés, una antología de lecturas y visitas literarias a aquellos que exploraron las caras más abruptas o inesperadas de la poliédrica autobiografía, a veces por la forma en que lo hicieron a veces por el instante del que parten sus relatos, justo ahí donde todo el mundo preferiría encapuchar el bolígrafo o bajar la tapa del portátil. Comienza Valdés autobiográfica también y pronto se adentra en las vidas de los demás, recorriendo injertos dermatológicos y filiales, la biografía aventurera de Lucio V. Mansilla, los treinta y siete prólogos de Héctor Libertella, el encierro de Rosa Chacel. Episodios de la existencia ajena que se van conectando según el designio de la autora: hay un eje común, sí, aunque se nos olvida bastante rápido mientras dejamos que se nos descubran esas historias de otros que no conocemos, algunas nos dejan fríos, otras a temperatura ambiente, otras nos hacen apuntar referencias en notas o en un correo que nos automandamos para que no se nos olvide que hemos sabido de algo que es bueno, en este caso bueno e inusual pero no atronador: la colección de vidas de Distraídos venceremos carece de esa histeria de la comunicación cultural que asegura que cualquier cosa es una gran revelación. La suya es una selección de vivencias que tocan sin estridencias: no se busca el clickbait, el anzuelo, solo dejar constancia de lo que ha sido en alguna parte, en algún lugar.distraídos

Por cierto: el marcapáginas que se inserta en el segundo título de la colección Fontanela sirve de manifiesto; en su primera acepción fontanela es cada uno de los espacios membranosos que hay en el cráneo del recién nacido antes de la osificación completa, pero después la definición sigue, y fontanela es, en la época de la perversión del término librepensador a manos de los defensores (a veces involuntarios) del pensamiento único, una interpelación a esos “lectores dispuestos a hacerse una biblioteca que no confunda las nociones de dúctil y dócil”. En el catálogo perfecto de los nuevos cuadernos de Anagrama hay un título que sirve de apoyo intelectual a esta colección: una lectura de Ofendiditos. Sobre la criminalización de la protesta de Lucía Lijtmaer basta para conocer la cuestión en su acepción más profunda: el corrector se esmera en hablar de escritura pero sugiere escrotura, hoy en día defender una causa legítima es motivo de mofa y una agresión al débil pasa por defensa de la libertad de expresión, son tiempos oscuros, la extrema derecha maneja los códigos con entrenamiento imperial y su mensaje cala en las víctimas, dice Lijtmaer: “como en el caso del Fiero Analista contra el Ofendidito, la táctica es la misma: el políticamente incorrecto es percibido como un outsider, un rebelde alejado de la política tradicional. Se lo concibe como un político no profesional, fuera del discurso dominante, y se le atribuye una capacidad de conectar con los hombres blancos de las clases populares precisamente por esa característica […] el analista tiene siempre los medios de comunicación a su alcance para decir lo que le venga en gana; no así el ofendidito, que debe acudir a las redes o a la legalidad que lo ampara”. Cada cual que extraiga sus propias conclusiones, y en esas, que no se extinga la voluntad de emplear el cráneo para algo más que sujetar unas gafas, o rematar de cabeza.

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5 de Sergio Chejfec en Le Cool Madrid



Juan Carlos Portero escribe sobre 5, de Sergio Chejfec, en Le Cool Madrid.5-coverimage

El autor argentino recuerda la estancia en una residencia de escritores situada en una ciudad extranjera. Esta ciudad y sus alrededores son lugares paradójicos en los que el escritor será al mismo tiempo un ser transparente y extraño. Todo sucede a principios de la década de los 90. Chejfec siempre quiso reescribir la historia que cobró vida durante ese periodo –Cinco-, pero en lugar de eso, optó por reflexionar sobre aquellos días, dando pie a una nueva narración mucho más compleja, más atractiva por la tensión que se genera en torno al recuerdo. El relato (o novela corta) 5 fue publicado originalmente en el año 1996. En esta edición, acompaña al relato un texto que lo aclara o complementa, y que lleva por título “Nota”.

Un libro que exige hasta la extenuación, una sesión de gimnasia sesuda no apta para blandengues. Textos, juntos o por separado, rompedores por un lado y esclarecedores por otro; independientes entre sí, comparten preguntas e ingredientes y se complementan de forma portentosa. Emanan géneros y espacios que conforman un todo un inclasificable. Para ello he atravesado cuevas, he sido oruga trepanadora de hojas, he descubierto nuevos mundos y nuevas gentes. He descubierto un personaje a través del cual el escritor práctica el desdoblamiento de su identidad. El tiempo para todas las historias se falsean en un espacio extraño para el narrador: desenfoca textos para descubrir tras ellos un trabajo que es pura minería de territorios, evocación y sueños.

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