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Los hombres de Rusia de Reinaldo Laddaga en Alicante Plaza


Eduard Aguilar reseña Los hombres de Rusia en Alicante Plaza:

Los hombres de Rusia, de Reinaldo Laddaga, relato de una psicogeografía demente

 ALICANTE. Cuando un autor se muestra celoso de su intimidad creadora y oculta bajo múltiples capas de estrategias retóricas el estallido primigenio de la historia, el texto a veces ofrece pistas hermenéuticas que el lector interpreta a su antojo, convencido de haber encontrado la piedra filosofal sobre la que se sustenta el andamiaje narrativo: “La estrella púrpura de la que este hombre hablaba es una sustancia emparentada con esa metilendioxipirovalerona que llamamos MDPV y, en ciertos aspectos, con los productos del peyote que los mayas descubrieron. Nuestras comunidades recibieron la primera noticia de la droga cuando un joven que estaba de visita en un balneario al norte de Miami, bajo el efecto de una dosis imprudente, salió del resort en el que se alojaba, fue al pueblo donde vivían los empleados del establecimiento, y detuvo en plena calle a un trabajador que estaba de regreso de su turno. Lo acusó de haberle robado una Biblia que nunca había poseído, lo golpeó con una barra de metal que había encontrado en uno de los baldíos que eran tan comunes en el pueblo y, después de haberle quitado la ropa, se desnudó él mismo y empezó a morderle el rostro. Casi había concluído con su devoración cuando un grupo de testigos, venciendo el temor, lo detuvo”. Casi estoy convencido de que la lectura de esta noticia en la página de sucesos de un medio que podría ser USA Today, fue la chispa que llevó al rosarino instalado en Nueva York Reinaldo Laddaga a construir a su alrededor el artefacto literario titulado Los hombres de Rusia, que el olfato Víctor Gomollón ha llevado a publicar en su editorial Jekyll & Jill.

El texto citado aparece en la página 99. Hasta llegar a él, encontraremos la genealogía literaria y política de Gabriele D’Annunzio, Giuseppe Antonio Borgese y la familia Mann, la constante creación de territorios míticos en una América en constante construcción histórica, que se incardina con los movimientos seminales de la política y el pensamiento como lugar de llegada y exilio de los más variopintos personajes de la Historia. Refugio de los perseguidos por el nazismo en los años 40 del siglo XX, pero también de los propios fascistas que se reconstruyen en el Nuevo Mundo. Un flujo contínuo a lo largo de todo el siglo, que no se interrumpe y llega hasta los años 90, en los que aparecen estos hombres de Rusia, descritos por el narrador, el hijo adolescente del director de un zoo inundado en el estado de Florida, descendiente de Thomas Mann, en el que se instala aquel “contingente [que] consistía en ocho o nueve hombres (además del Líder, que nunca salía, al parecer, de la casa rodante que estacionaban en el valto galpón de las máquinas, entre nuestros inútiles tractores) y media docena de mujeres más o menos jóvenes (además de las cautivas, cuya cantidad desconocíamos). Eran, en general, altos y delgados; caminaban muy erguidos, con la cabeza hacia atrás y la espalda levemente curvada. Siempre habían llevado pantalones de una azúl metálico y camisetas con inscripciones que evocaban su peculiar sistema de creencias, pero, en los tiempos de calor, se las sacaban y dejaban ver los tatuajes que les cubrían todo el torso. Mi madre me había hablado muy mal de ellos. Son, de todas las criaturas, me había dicho, las más sucias. Después de orinar o defecar nunca se lavan. No se lavan después de copular. Pero sobre la risa que mi madre me provocaba al decirme estas cosas (ella misma, al hacerlo, se reía) prevalecía la fascinación engendrada por las historias de mi padre. Los hombre de Rusia -me decía- adoran el peligro”.los-hombres-de-rusia-2

Adolescente narrador al que se arroga el título de autor principal, mientras que Laddaga guarda para sí únicamente la figura de Cide Hamete Benengeli, de compilador y traductor que encuentra navegando por la red el texto de Los hombres de Rusia y encuentra necesario darlo a conocer, al notar las concomitancias entre lo narrado y las líneas de conexión tendidas entre el nacimiento del fascismo y la cristalización de la nueva Cultura de la derecha que lleva hasta Donald Trump: “Muy pronto me di cuenta de que Los hombre de Rusia estaba tramado a partir de antiguallas textuales que enmascaraba de varias maneras. No me resultó difícil descubrir la identidad de algunas de ellas, su origen en los escritos de J.-H. Rosny aîné y Pierre Loti, los de Rafael Cansinos Assens, Franz Kafka, Thomas Mann, Michael Crichton y, por encima de todos, Gabriele D’Annunzio”, dice Laddaga en el prefacio emparentado con el prólogo a la edición de 1605 del Quijote.

Un alucinada digresión político-literaria que acaba siendo una road fiction por los lugares recónditos de la mitología oscura de la nueva (o no tan nueva) derecha, una alegoría de ese nuevo totalitarismo bufonesco que recorre América y el mundo, que tiene el punto de partida en D’Annunzio y el barón Julius Evola, y la arribada en Aleksander Dugin, ideólogo de Vladimir Putin, que, pocos días después de la elección de Donald Trump como Presidente de Estados Unidos, escribía lo siguiente: “Los Estados Unidos son el Lejano Oeste del mundo. Es el espacio de la Medianoche. Allí se alcanza el punto final de la Caída. Este es el momento del cambio de polaridades. El Occidente se vuelve el Oriente. Putin y Trump están en dos extremos opuestos del planeta. En el siglo veinte, estos dos extremos se materializaron en las formas más radicales de la Modernidad: el capitalismo y el comunismo. Dos monstruos apocalípticos: Leviathan y Behemoth. Ahora se han vuelto dos promesas escatológicas: la Gran Rusia de Putin y la liberación de América bajo Trump. El siglo XXI finalmente ha comenzado”.

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Rubén Martín Giráldez

Entrevista a Rubén Martín Giráldez en Alicante Plaza



Eduard Aguilar entrevista a Rubén Martín Giráldez con lo motivo de la publicación de Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez, en Alicante Plaza.

Rubén Martín Giráldez: «Del despropósito a la genialidad va un paso»

giraldez-web1_NoticiaAmpliada1/11/2018 – ALICANTE. Hay toda una corriente de opinión entre la crítica literaria que abomina de los libros con título largo, la mayoría de los editores siente que un escalofrío les recorre la columna cada vez que se encuentran encima de la mesa de trabajo un tocho en cuya portada parpadea como un luminoso una frase de más de una línea, no digamos si contiene, además, alguna subordinada. Luego están los amantes de la retórica bien empleada. Este es el caso del zaragozano Víctor Gomollón, que se ha atrevido a soltar a los perros de la crítica una pieza con el título más largo de los últimos tiempos: Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos de Ben Marcus con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez. Y mira por dónde, esta osadía le está sirviendo para que se convierta en una de las sensaciones editoriales de la temporada.

Víctor aceptó, sin pensarlo mucho, la propuesta de Rubén para publicar su traducción del texto de Ben, según reconocen ambos contendientes, tal y como nos explica el segundo:  “El artículo (de Ben Marcus) lo leí allá por el 2010 al enterarme de que era una respuesta al «Mr. Difficult» de Franzen, del que había rastro en el minilibro que publiqué por entonces con Alpha Decay. Víctor tenía ganas de plantear una colección de ensayo y le propuse este Why experimental fiction… Lo imaginábamos como un librillo fino y compacto, con unas páginas mías al final, pero al hablar con Ben Marcus se me ocurrió que quizás podíamos añadir una entrevista con varios excursos como anexo. No acabó de cuajar como entrevista,  así que vimos la posibilidad de redondearlo con el artículo He escrito un libro malo. El resultado se puede encontrar ya en las librerías, como el primer título de la Colección Fontanela de la editorial Jekyll & Jill: La colección Fontanela aparece en la época de la perversión del término ‘librepensador’ a manos de los defensores (a veces involuntarios) del pensamiento único, y se dirige a lectores dispuestos a hacerse una biblioteca que no confunda las nociones de dúctil y dócil.

En estos tiempos de intertextualidades, Martín Giráldez se ha cascado un texto de ortodoxia académica, plagado de citas en texto y envíos a pie de página, él, que se autodenomina autodidacta intitulado, así es que además de mantener con él una conversación virtualizada, no hemos podido resistir la tentación de robarle una de las cita y colocarla como envío cruzado… a pie de página1.

En 1997, los físicos Alan Sokal y Jean Bricmont publicaron el resultado final de un experimento con bastante de juego, y le dieron el nombre de Imposturas intelectuales. En él denunciaban el uso intempestivo de terminología científica y las extrapolaciones abusivas de las ciencias exactas a las ciencias humanas. Arreaban a diestro (Lacan) y siniestro (Kristeva). ¿Parte del rechazo al experimentalismo literario puede venir de ese componente de impostura?

Si no recuerdo mal, Sokal admitía no conocer «más del 10 por ciento» de la obra de los autores que se propuso desenmascarar. Cosa comprensible, porque hablamos de varias decenas de miles de páginas de ámbitos diversos. Pero el positivismo, en última instancia, da buenos resultados para escribirse un número de stand-up (que a lo mejor es lo que hago yo en pinitos, no diré que no).

Vamos, la querella entre ciencia y metáfora o la física y las humanidades por ver cuál se erige en verdad absoluta. Igual que en La desfachatez intelectual de Sánchez-Cuenca o La mala putade Dalmau, se puede acabar incurriendo en el pintoresquismo. Que no es necesariamente malo, aunque tampoco riguroso.

Claro, del despropósito a la genialidad va un paso, y como solemos tener dos pies, a veces los dos pasos los da la misma persona. Y por eso es más comprensible aún el temor a la tomadura de pelo, a que el autor nos esté tangando en público. Los resultados del experimento literario (a diferencia de lo que ocurre en el campo de la ciencia) los anuncia no el experimentador sino el crítico, así que conviene imaginar que el autor, cuando hace bien su trabajo, es un manipulador. ¿Y a quién le gusta sentirse sujeto experimental?

Leer Botones blandos de Gertrude Stein o ver Holy Motors de Carax puede ser un auténtico coñazo según la disposición de cada cual.

Trobar clus vs. trobar leu, oscuridad vs. luminosidad, lógica vs. retórica, realismo vs. experimentalismo, tradicionalismo vs. metaficción, culteranismo vs conceptismo… el combate viene de lejos, ¿no?

Claro, y la querelle des anciennes et des modernes, y lo de prima la musica e poi le parole. Ya no veo productivo ese debate, porque hablar en términos de realismo versus experimentalismo en una época en que ya no existe el realismo… ¿cuánto rato duró el realismo y cuánto hace de eso?, a mí me cuesta distinguir el Wilhelm Meister de La educación sentimental del Tristram Shandy, llegados a este punto.

El propio Ben Marcus decía en 2011 en la revista HTMLGIANT no considerarse un escritor experimental: «Supongo que he visto usar el término de maneras tan polarizadoras y despreciativas que ha dejado de hacerme gracia. Para mí ha perdido su carga, y la verdad es que ya no tengo ni idea de a qué puede hacer referencia».

Si nos atenemos a lo datos registrados y los reseñados por los historiadores de la lectura, la afición lectora ha sido minoritaria desde los tiempos del tito Platón y sus gruñidos contra la fijación textual. ¡Pero si la lectura en sí ya es un acto elitista!, la gente siempre ha preferido aprender o entretenerse con algo menos lesivo para el cristalino.

Ahora que lo planteas así, se me ocurre que tanto en los textos de Marcus como en el mío la noción de élite de la que abominamos es la que se quiere sinónima de «exclusivista». La literatura es minoritaria por definición en nuestros días, ningún problema. Probablemente, los auténticos enemigos de la lectura sean el trabajo y el gobierno (no digo el dinero, porque el dinero es un ente sin maldad ninguna, pobre, generalmente hace lo que le dicen que haga con tal de comunicarse, igual que los idiomas), por lo menos en mayor grado que el entretenimiento.
¿No estaremos llevando un poco lejos los conceptos “el lector como cliente” y “ el cliente siempre tiene la razón”?

Pues no creas que no me parece divertido… es casi lo mismo que decir «el lector como autor» o «el lector como obra», y ahí la cosa se pone más interesante.

Al final, ¿todo esto es ideología? ¿Una lucha en el más puro estilo darwinista (wallacista si nos hemos vuelto furibundamente tomwolfianos, ahora que el de Virginia solo se aparece el Día de Difuntos) por decidir “qué legamos por medio de garabatos”?

Inevitablemente, me temo. Es fácil acabar siendo esclavos de lecturas y de cánones, por muy personales, exclusivos y poco ortodoxos que nos esforcemos en construírnoslos. En mi caso, además, lastrados por una conciencia de clase, la inevitable reflexión sobre las propias limitaciones heredadas y generadas, sobre las oportunidades inexistentes, desaprovechadas, perdidas, a destiempo, etcétera.

Por cierto, empiezas tu excurso con una captatio benevolentiae… ¿era necesario o forma parte del juego?

En las novelas suelo hacer lo contrario: el narrador escupe sobre la más mínima posibilidad de congraciarse con el lector. Esta vez me proponía abandonar un poco la mascarada, pero al final creo que no lo logro, porque es difícil confesar al lector en un estilo llano y desde el principio que no tienes autoridad. La elección del título «Mis pinitos en pedantería» ya es reveladoramente capciosa y manipuladora. Pero luego considero que es una piececilla escrita para exponer la escasez de mi bagaje y prohibirme recurrir de nuevo a él. Me planteo que, ya que la naturaleza no me ha dotado de complejos, esquivaré el riesgo de caer en la petulancia con la voluntad firme de no engañar.por-que-coverok

 1 “De niña le prestaba muy poca atención al nombre de los autores; eran irrelevantes; no creía en los autores. Para ser completamente sincera, así sigo. No creo en los autores. Un libro existe, está ahí. El autor no está ahí -un adulto al que jamás conoceremos-, igual incluso está muerto. Lo que es real es el libro. Lo lees, entablas una relación con él, trivial tal vez, o tal vez profunda y duradera. Mientras lo lees palabra por palabra y página por página participas en su creación […]. Y, según vas leyendo y releyendo, el libro participa, evidentemente, en la creación de ti misma, de tus pensamientos y sentimientos, en el tamaño y el temperamento de tu alma. ¿Dónde entra aquí el autor? Como el Dios de los deistas del siglo XVIII, sólo al principio. Mucho tiempo atrás, antes de que el libro y tú os conocieseis. El trabajo del autor está hecho, completado; el trabajo en marcha, el acto presente de creación, es una colaboración entre las palabras que están en la página y los ojos que la leen. (Ursula K. Le Guin. The Language of the Night: Essays on Fantasy and Science Fiction, “The Book Is What Is Real”, Putnam, 1979).

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Entrevista a Karlos Linazasoro en Alicante Plaza


Eduard Aguilar entrevista a Karlos Linazasoro con motivo de la publicación de Versus, estampas de un náufrago, en Alicante Plaza:

Conversación por mensajería instantánea con el náufrago Versus/Karlos Linazasoro

El verano de 2018 será recordado en la redacción virtual de CulturPlaza por un envío postal del editor de Jekyll & Jill, Víctor Gomollón, un paquetito ligero y poco voluminoso que contenía en su interior un volumen de apenas 105 páginas, de rugosas cubiertas color aguamarina, acabado de imprimir el 29 de mayo de 2018 en los talleres de Ino Reproducciones, 104 años después del hundimiento del transatlántico Empress of Ireland en las aguas del Río San Lorenzo: Versus (Estampas de un náufrago), de Karlos Linazasoro (Tolosa, 1962), versión del autor del original euskera publicado por Elkar en 2013.

5/08/2018 – ALICANTE. El primero en caer en la trampa urdida por el editor maño fue el compañero Eduardo Almiñana, ahora le ha llegado el turno a su tocayo Aguilar.

Linazasoro ejerce de bibliotecario, parentesco ilustre con Borges, Casanova, Reinaldo Arenas, Proust, Bataille, Perec, Musil, Larkin o Alberto Manguel, que en su Historia de la lectura rememora al protagonista de Las nieves de Kilimanjaro, el relato crepuscular de Hemingway, que recuerda todas las historias que nunca escribirá: “Sabía al menos veinte buenas historias del mundo exterior y nunca había escrito ninguna. ¿Por qué?”. El bibliotecario y escritor tolosarra, después de aportar más de 50 referencias bibliográficas al Depósito Legal, entre poemas, cuentos, novelas para lectores de literatura infantil y juvenil, novelas breves, teatro, aforismos, diarios poéticos, libros de poemas y haikus, hace una tentativa por rellenar los espacios vacíos del mundo interior y del mundo exterior desde la soledad del náufrago, una Soledad demasiado ruidosa, como la de Bohumil Hrabal.

Desde esa isla de la soledad, el náufrago ha conseguido recuperar un teléfono de entre los envíos de las mareas, un teléfono sin red de datos, pero con la wifi conectada gracias, tal vez, a esa torre de transmisiones que ejerce de palmera imperial en el centro mismo del territorio insular, con sus cuatro metros y treinta y cinco centímetros de altura. Y gracias a la conexión inalámbrica, responde a las preguntas de este impertinente lector:

[16:04, 3/8/2018] Eduard: Egun on, Karlos. ¿Quién es Versus?

[16:21, 3/8/2018] Karlos Linazasoro: como madame Bovary: Versus soy yo. Yo y mis múltiples ortopedias.

[16:24, 3/8/2018] Eduard: ¿Son, por tanto, las estampas del náufrago Versus, un catálogo razonado de prótesis?

[16:27, 3/8/2018] Karlos Linazasoro: más o menos, pero mejor sin razonar. Hace tiempo que la Razón se olvidó de Versus.

[16:35, 3/8/2018] Eduard: La prótesis del lenguaje, la prótesis de la imaginación, la prótesis del ocio, el aburrimiento, la prótesis del pensamiento ajeno: Julio Verne, Dickens, García Márquez, Coleridge, Ordorika, Joseba Sarrionaindia Sarri, Demóstenes, Mitxelena,… Entre las prótesis de Versus hay una biblioteca?

[16:40, 3/8/2018] Karlos Linazasoro: Versus es, en sí mismo, una biblioteca viviente. Vive, sobrevive gracias a lo que leyó. Vida y literatura, literatura y vida son la misma cosa para él. (Y para mí, perdón).

[16:45, 3/8/2018] Eduard: No sabemos el nombre de la isla de Versus, no sabemos sus coordenadas, sabemos de su estampa clásica de cartoon , con su tamaño reducido y su palmera central, pero a veces la isla adquiere el tamaño de un campo de fútbol, o del camarote de los hermanos Marx. ¿Cuales son los territorios míticos hermanados con La Isla de Versus?

[16:53, 3/8/2018] Karlos Linazasoro: todos los del Universo, reales e irreales, todos los que puedan caber en la imaginación de cada lector. No existen las fronteras espacio-temporales. Libertad absoluta para crear..

[16:56, 3/8/2018] Eduard: Hace unos días, youtube anunciaba en la actualización de su app que iba a realizar «reparaciones en el espacio-tiempo»…

[17:02, 3/8/2018] Karlos Linazasoro: yo ya las hago en mis libros, siempre las he hecho. La literatura es el único territorio libre que he topado en mi vida, y ahí solo se respeta una ley, que la dicta el lector: la de la verosimilitud.

[17:04, 3/8/2018] Eduard: ¿Cuanto hay de Peter Pan en la estampa número 83?

NO AYER O ANTEAYER, sino hace mucho, Versus se ha dado cuenta de que su cuerpo no tiene sombra. Sí, en cambio, la palmera. La sombra, en puridad, no es nada, sólo una negra mancha tumbada, que no sirve para nada.

[17:16, 4/8/2018] Karlos Linazasoro: no creo que Versus tenga complejo de Peter Pan. Lo que sí es seguro que echa mucho de menos la infancia, el territorio de la inocencia y la ingenuidad por antonomasia.

[12:20, 4/8/2018] Eduard: ¿Por qué 99 estampas?

[16:56, 4/8/2018] Karlos Linazasoro: 99 estampas porque 99 son los ejercicios de estilo que Queneau utiliza para contar la misma pieza. Yo quise hacer algo parecido, hacer una novela con los mínimos elementos.

[16:48, 4/8/2018] Eduard: A pesar de su filiación con el aforismo y el relato breve, “Versus” puede leerse como una novela, en tanto que la novela acepta cualquier reto formal. ¿Has pensado en lecturas alternativas, saltos de caballo a la manera de “Rayuela”?

[17:00, 4/8/2018] Karlos Linazasoro: Versus también puede leerse como Rayuela, cierto, pero nunca fue mi intención. Cortázar es uno de mis maestros, pero lo prefiero como cuentista que como novelista.

[16:51, 4/8/2018] Eduard: ¿Qué significa para un bibliotecario publicar en una editorial como Jekyll & Jill, cuyo logo es la silueta de un lepisma, hambriento de papel?

[17:04, 4/8/2018] Karlos Linazasoro: publicar en Jekill ha sido para mí un gran regalo, tal vez el mejor que me haya dado nunca la literatura. A veces los sueños se cumplen. Ahora espero que el libro se venda bien para poder seguir trabajando con Víctor.

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Eduard Aguilar entrevista a Eduardo Halfon en Alicante Plaza

Eduard Aguilar entrevista a Eduardo Halfon con motivo de la publicación de Biblioteca bizarra (Jekyll & Jill, 2018) y lo somete a un interrogatorio que gustará mucho a los bibliotecabizarradictos. En Alicante Plaza y Valencia Plaza:

SED BUEN@S Y LEED A LA SOMBRA: DIÁLOGOS ESTIVALES

Eduardo Halfon: «Nada les gustaría más a mis editores que una novela larga»

29/07/2018 – ALICANTE. Leer, leer, leer, escribir, leer, escribir, escribir, verbos que se conjugan con vicio, con el convencimiento de una trascendencia que no siempre ratifica la realidad editoEstebanCh_NoticiaAmpliadarial. En el caso de Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971), el camino desde el aprendizaje de la escritura de un ingeniero, por el mecanismo inmersivo de la lectura, ha dado como resultado una sólida carrera hacia el canon, hacia un canon, pero no ciertamente hacia la canonización. Halfon es huidizo a su pesar, migrante obligado por fuerzas tan grandes como la violencia. Transita como un flâneur literario por los entresijos de su memoria familiar y afectiva, picotea aquí y allá y vampiriza su legado cultural para construir una de las más sólidas trayectorias literarias de la actualidad.

Escribía Alberto Manguel en La biblioteca de noche que “los que me visitan me preguntan con frecuencia si he leído todos mis libros; generalmente contesto que, sin duda, los he abierto todos. Lo cierto es que, para ser útil, una biblioteca no necesita ser leída en su totalidad: a todo lector le conviene un equilibrio razonable entre el conocimiento y la ignorancia, entre el recuerdo y el olvido”.

Y como un equilibrista entre el recuerdo y el olvido, Halfon ha reunido seis crónica literarias y personales de su relación con su entorno, con su país de nacimiento, con el lenguaje, con los libros, y los ha empaquetado junto a Víctor Gomollón, editor de la zaragozana Jekyll & Jill, en un garboso volumen envuelto en una camisa a todo color, desde la que nos mira socarrón el guardaespaldas de Mario Sandoval Alarcón, fundador del Movimiento de Liberación Nacional y padrino de los escuadrones de la muerte, fotografiado en plena campaña electoral de 1981, por la reportera gráfica Jean-Marie Simon.

En una conversación off-line/on-line transatlántica, Alicante-Nebraska, Eduardo Halfon nos habla de ficción, de memoria, de autores, escritores, editores y lectores. Algunas de las preguntas de este cuestionario son sugerencias del lector, filólogo y profesor de literatura Rafa Teruel (Puente de Génave, 1970)

—¿Dónde se encuentran las influencias de Eduardo Halfon? ¿Cual es su filiación literaria? ¿Qué lees, qué escuchas, qué ves que luego se vierta en tus escritos?
—Las influencias son fuerzas, decía Raymond Carver, irresistibles como la marea. En mis primeros libros, en Saturno, en El ángel literario, incluso en De cabo roto, es evidente que lo que me estaba influenciando era mis lecturas. Tanto como lector —actividad en la que estaba muy entusiasmado, hasta un tanto enloquecido—, como por mi condición en aquel momento de profesor de literatura. Todo eso se iba metiendo en mi obra. Pero luego hubo un cambio. En 2007 me marché de Guatemala, a España. Renuncié a Guatemala, renuncié también a la docencia, y empecé a dedicarme sólo a escribir. Surge entonces El boxeador polaco, un libro que más que beber de influencias literarias empieza a beber de las influencias vivenciales. Es ya mi vida la que va marcando lo que escribo. Y digo mi vida muy ampliamente. Desde entonces, en esta última década, todos mis libros y cuentos y aun ensayos han sido producto de experiencias vivenciales. Una conversación con mi padre, algún viaje, recuerdos de la infancia, el nacimiento de mi hijo. No estoy retratando mi vida en mi obra. No estoy escribiendo mis memorias ni mi autobiografía. Sino que hay chispas de mi vida diaria que irresistiblemente me mueven a escribir. Las influencias, por tanto, ya son más vivenciales que literarias. Al menos por ahora.

—Pre-Textos, Fulgencio Pimentel, Libros del Asteroide, Jekyll&Jill, Páginas de Espuma, Alfaguara, Anagrama, AMG… ¿hay como un anhelo de libertad en esta dispersión bibliográfica?
—No sé si es un anhelo de libertad. No lo planifiqué así. Nunca fue mi intención buscar tantas editoriales distintas. De hecho, al mirar una estantería, me gusta cuando son iguales todos los lomos de los libros de un autor. Es muy agradable, como lector y comprador de libros, entender el conjunto de un autor como una obra única, visualmente. Pero en mi caso no se dio así. Quizás hay una razón: no creo en el matrimonio entre escritor y editor, entre autor y editorial, sino más bien en el matrimonio entre manuscrito y editorial. Cada manuscrito necesita su propia casa. Yo tengo libros muy particulares que requieren a un editor que sepa presentarlos y mimarlos de una manera bastante especial. Saturno, por ejemplo, es un libro breve y extraño que necesitaba un Jekyll & Jill, donde supieron darle a ese texto la presentación que requería: el diseño de la cubierta, las dimensiones del libro, etcétera. El ángel literario, publicado en 2004 por Anagrama, es un libro muy literario, metaliterario, híbrido de géneros, muy en la línea editorial de Anagrama, al menos la Anagrama de aquel entonces. No es un anhelo por la libertad del autor, entonces, sino un anhelo por la libertad del manuscrito. Hay que buscarle a cada manuscrito su mejor casa, su lugar en el mundo.

—¿Para cuándo subir un ocho mil narrativo, una novela larga? ¿O todo lo publicado hasta ahora se puede considerar capítulos de una gran novela?
—Nada les gustaría más a mis editores que una novela larga. Es lo que se vende. Es lo que los editores y libreros quieren. Incluso es lo que los lectores quieren; lectores de novela larga, épica, que valga los quince o veinte euros que han pagado por ella. Pero ese no soy yo. Yo soy un escritor de distancia corta. Me siento muy cómodo en lo breve, en historia cortas, ya sean estas de un folio o de cien. Duelo, por ejemplo, es para mí un cuento de cien páginas, para ser leído de una sentada, con esa intensidad de lectura. Y la verdad es que, mientras estoy escribiendo, poco me importa lo que quieran vender los libreros y los editores. Yo tengo que escribir lo que tengo que escribir, no lo que se tiene que vender. Pero sí, si juntas mis libros, si reúnes y ensamblas todos esos pequeños libros, la suma es un solo libro. No me atrevo a decir una sola novela, o capítulos de una sola novela, porque la idea de novela es otra. Tal vez una novela episódica, fragmentaria, de las andanzas de un mismo narrador. Pero sí es un solo libro el que estoy escribiendo, y lo voy publicando por entregas, sin planificación, sin saber hacia dónde va, ni qué historia va a crecer, ni qué personaje me visitará de nuevo, de cuándo terminará o terminaré.

—¿En algún momento habrá un Halfon utilizando el inglés como lengua literaria? ¿Sería el mismo Halfon que en castellano?
—El inglés siempre está muy presente cuando escribo. Muchas veces sé lo que quiero decir en inglés y debo buscar las palabras para decirlo en español. Pasé mi infancia y adolescencia en Estados Unidos. Estudié ingeniería en Estados Unidos, antes de volver finalmente a Guatemala. Ahora estoy de vuelta en Estados Unidos: desde hace ocho años vivo en Nebraska, vivo nuevamente en inglés. Mi lengua literaria, no obstante, es el español. Sólo escribo en inglés si alguien me lo solicita. Por ejemplo, “Mejor no andar hablando demasiado”, el texto que cierra Biblioteca bizarra, es una crónica que me fue solicitada en inglés, la escribí en inglés, y después, para el libro, yo mismo la traduje al español, modificándola un poco, tomándome algunas libertades, no sólo con la historia sino también con el lenguaje. Pero incluso ahora, viviendo aquí en Estados Unidos, sigo escribiendo únicamente en español. Aunque escriba sobre experiencias en Estados Unidos, sigo escribiéndolas en español. No sé por qué. Tal vez porque es la lengua de mi infancia.

—¿Parte de tu obra se puede enmarcar dentro de la “literatura del lager”, a la manera en que lo es parte de la obra de Sebald, por ejemplo?
—Lo primero que se me viene a la mente cuando leo “literatura del lager” es literatura que sucede dentro del campo de concentración, dentro del lager, y en mi caso no es así. En mi obra nunca llega el lager. Aunque siempre está ahí, rondando, como una especie de fantasma. Estoy escribiendo sobre los campos de concentración nazi debido a mi abuelo polaco. Esa es mi herencia, mi obligación. Pero nunca he escrito desde adentro del lager. No soy quien para escribir sobre un campo de concentración nazi, sobre ese sufrimiento humano que experimentó mi abuelo. Pero sí puedo escribir sobre el lager en la distancia, a través de mi abuelo, desde el punto de vista de un nieto que ve ese lager con la mirada de su abuelo. Esto es algo que tenía muy presente cuando escribí el cuento El boxeador polaco. Durante años llevaba ese cuento metido en la bolsa, pero no sabía cómo contarlo, o quizás me daba miedo contarlo. Tardé mucho tiempo en lograr escribir ese cuento de apenas diez folios, y en parte creo que fue porque no quería escribir dentro de un lugar que yo no conocí personalmente. Resolví el cuento apropiándome de la mirada de la experiencia ajena, de la experiencia de mi abuelo, y entendiendo que en el fondo no era un cuento sobre el lager. No es literatura del lager, sino de algo más profundo y rabioso y universal.

—Obras como Signor Hoffman, Monasterio o Duelo, ¿crees que pueden ser lecturas para alumnos de 4o de la ESO o Bachillerato, 15, 16 o 17 años, obras para seducir en la lectura?
—Aunque breves, no son libros fáciles, no son obras cerradas que se autoexplican. Son obras que requieren una lectura muy atenta, de un lector muy participativo, y creo que en eso reside su clave. Hay lectores pasivos que quieren que les des la historia, que se las cierres, que se las expliques, que se las sirvas sólo para comérsela mientras vuelan a la Riviera Francesa o a Cancún. Pero en mi caso no es así. Creo que tiene que ver con que soy en esencia un cuentista, que escribo con la intencionalidad de un cuentista. El cuento funciona en un plano más cercano a la poesía que a la novela. Hay algo que un lector debe sentir en el cuento, más que pensar o descifrar. Signor Hoffman, Monasterio, Duelo, Saturno, Biblioteca bizarra, requieren de un lector muy atento, muy participativo, tenga 15 ó 40 años. No es tanto la edad como el tipo de lector, su disposición. Si el lector joven o de bachillerato llega a entender esto, si su profesor logra inculcárselo, la literatura puede ser una experiencia muy enriquecedora. Y el lector entonces se vuelve mi cómplice, mi socio, y vamos escribiendo juntos.

“Les dicen los desechables porque ya no sirven para nada. Yo los conocí mi última tarde en Bogotá, en una localidad industrial llamada Puente Aranda, bajo una llovizna etérea, casi invisible, que ni siquiera mojaba”, así empieza el segundo de los seis textos que forman Biblioteca Bizarra, el volumen de Halfon editado por la editorial Jekyll & Jill, Los desechables, originariamente publicado en el libro Bogotá contada 4, por el Instituto Distrital de las Artes, en 2017. Doce páginas y una fotografía de grupo con los “desechables”, entre los cuales no sabemos identificar al preguntador con alma de entrevistador, el lanzador de las preguntas que Eduardo Halfon intenta responder a continuación, en diferido, tiempo después de haberlas intercalado en el relato, interpelaciones a bocajarro.

Preguntas ‘Biblioteca bizarra’ 

(Extraídas del texto Los desechables):

—¿Qué cosa podría decirme usted hoy, como escritor, para ayudarme?
—No crea en la certeza. No crea que toda decisión es definitiva. No me crea nada.

—¿Escribir, para usted, es como rezar?
—No, escribir es mucho más religioso.

—¿Usted cree que consumir drogas puede ayudar a un escritor?
—No, si quiere escribir mejor. Sí, si quiere mejor sexo.

 —¿Y usted a quien honra cuando escribe?
—Al lenguaje, nada más.

 —Si usted no tuviera comida, ni dinero, ni casa, ¿seguiría escribiendo?
—Sí, pero por las noches, al volver de mi trabajo como ingeniero.

 —¿Cuál diría usted que es su infierno?
—Mi propia mente. Ahí me construyo y destruyo a mí mismo.

—¿Cree usted que se puede escribir honestamente de la muerte de un hombre si nunca se ha visto a un hombre morir?
—Honestamente, no. Literariamente, sí. No es lo mismo. La honestidad de la literatura reside en saber mentir hasta que ya nadie recuerde y a ni le importe que aquello que has escrito es una mentira. Y un hombre muerto en la página, entonces, se convierte en mucho más que un hombre muerto.

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