Etiqueta: Rubén Martín Giráldez

Este pequeño arte, de Kate Briggs en Sonograma

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José de María Romero reseña Este pequeño arte, de Kate Briggs, en Sonograma Magazine.

Entre la lengua de origen y su fiel, si subjetiva, traslación al idioma de destino, versión y diversión terminan por fusionarse, porque “de la práctica de la traducción se pueden sacar inmensos placeres. Está el amateurismo y el no saber, la improvisación y la enseñanza, así como el empuje para alcanzar un conocimiento especializado”. En la miscelánea Este pequeño arte (Jekyll & Jill, 2020. Traducción de Rubén Martín Giráldez) la crítica anglosajona Kate Briggs se resiste a someter la práctica de la traslación literaria a ese tipo de análisis forense al que sometemos nuestros prejuicios, una intrusión “localizada en el tiempo y el espacio, y siempre determinada (…) por su tiempo y su lugar”.

Al torpe rosario de filias y fobias al que nos tienen acostumbrados los vademécums dizque letraheridos, la intérprete inglesa del semiólogo francés Roland Barthes (1915 – 1980) opone la concordancia, la convivencia, la atención, el enriquecimiento, “nuestra manera de abordarnos entre nosotros, mostrarnos afecto, apego y amor”. A la luz de una tradición ajena, un ajuste de cuentas, una traición que cuestiona sus propias motivaciones, una duda ontológica que lucha por su supervivencia, como postula el admirado autor de La chambre claire (1980), consistente en “ir donde el mundo lo lleve: ser conducido, ser arrastrado por esa palabra (…) permitirse el tambaleo”. SEGUIR LEYENDO

Este pequeño arte de Kate Briggs en el programa La torre de Babel

Ana Segura recomienda Este pequeño arte, de Kate Briggs, en el programa La torre de Babel (Aragón radio). Lectura de fragmentos del libro por Eva Castillero y entrevista a Antonio Jiménez Morato, traductor y director de la revista PenúltiMa:

«Mucho hemos hablado en La torre de Babel de la importancia del traductor, esa figura que traduce adapta, interpreta, que tiene en sus manos el poder cambiar las lenguas sin perder por supuesto el significado, pero también el ritmo de un texto, su intención, la forma. También hemos declarado nuestro amor incondicional a aquellos que mediante antologías o estudios interpretativos nos permiten conocer nuevos nombres a los que seguir la pista o entender lo que se oculta en planos sucesivos que se esconden en los textos. Hoy hablamos de traducción e interpretación con dos proyectos que nacen en dos editoriales aragonesas inclasificables, con vocación global, por los temas que abordan, por las autoras y por su indudable interéa. ‘Ese pequeño arte’, de Kate Briggs, y ‘Camino de Sardes’, de Clara JanLTDBés.Jekyll & Jill publica el primero, un ensayo de Briggs, traducido por Rubén Martín Giráldez que es una auténtica delicia. Una reflexión sobre el oficio del traductor, sus motivaciones y su responsabilidad que también podría leerse como una novela sobre el oficio de la traducción.Libros del Innombrable publica ‘Camino de Sardes’, una reflexión que parte de la poesía nórdica para llegar mucho más lejos, y Clara Janés pública gracias al trabajo previo de aquellos que tradujeron para nosotros los versos de los bardos del norte.»

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Este pequeño arte de Kate Briggs en el podcast de Pliego Suelto


Santiago García Tirado recomienda Este pequeño arte, de Kate Briggs, en el podcast de Pliego Suelto:
«Kate Briggs es traductora. Kate Briggs piensa en voz alta en lo que significa que, por ejemplo, Thomas Mann insista en La Montaña mágica en que está hablando en alemán, pero un alemán que llega a un lector en español o en inglés con la certeza de que sigue siendo alemán, pese a que se lee en castellano o en inglés. Dirá también que la traducción reafirma lo literario de la novela en su lengua oriestepequenoarteginal, y que ese descoyuntamiento de las palabras originales cuando pasan a otro idioma refuerza la apuesta estética que es la obra original. Este pequeño arte, que publica Jekyll & Jill, es también un acercamiento al hecho literario desde la aportación impagable que hace desde su sombra la traductora, el traductor. Todo un ejercicio de disección en vivo y en directo del concepto de autor, la función de intérprete que corresponde a la persona que lee, y de cómo traductor y lector se confabulan en la ilusión de que el narrador resucita cada vez que se abre la página de un libro. No son un obstáculo ni los siglos de por medio ni las interferencias que supone la nueva sintaxis, la inexacta nueva semántica. Este pequeño arte es un título comedido. En el interior se ve que estamos frente a un arte de grandes dimensiones. Un libro que desde ya debería ser referencia en los estudios de Traducción e Interpretación.»
Escuchar podcast (a partir del minuto 9:56)

Entrevista a Rubén Martín Giráldez


Esther Peñas entrevista a Rubén Martín Giráldez con motivo de su traducción del ensayo Este pequeño arte, de Kate Briggs (Jekyll & Jill, 2020), en Solidaridad Digital:

«Jekyll & Jill ha publicado uno de los ensayos más suculentos y luminosos de este annus horribilis, un texto que reflexiona sobre el arte del matute lingüístico, sobre el oficio de la alquimia semántica, la traducción. Este pequeño arte, de Kate Briggs, que tradujo a uno de los tipos más hondos en su pensamiento, Roland Barthes. Pero, ¿qué sucede en la traducción cuando lo que se traduce en un texto que habla sobre eso mismo? Hemos conversado con Rubén Martínez Giráldez, encargado de trasvasar al castellano esta celebración de contenido.  

Traducir un texto sobre la traducción, ¿no resulta un tanto inquietante?

A mí me cuesta más pensar en un texto o en una frase oída al vuelo que no estén reflexionando —aunque sea de una manera elíptica— sobre su propio desciframiento. O, más bien, que no llamen la atención sobre su cifrado. Seguramente eso explica por qué se me da mal hablar. Me parece que cada frase, incluso la que acabo de pronunciar hace un momento —«Cuando puedestepequenoarteas, ¿un café aquí fuera, por favor?»—, lleva su propio aviso de posible error del sistema. De manera que una traducción sobre traducción casi es un oasis de excusas para refocilarse en el sentido, paréntesis entre paréntesis dentro de un corchete en una nota al pie de los caballos. Aquí se puede confesar la convención, se puede hablar abiertamente de la convención, y nadie se va a escandalizar. Lo inquietante es que pasas al primer plano cuando se empieza a hablar del papel del traductor en segundo plano.

Un buen texto original, ¿resiste cualquier traducción, por pésima que sea?

Yo creo que un libro bueno se puede destruir cambiándole unas cinco palabras. En unos segundos puedes destruir la confianza del lector en que lo que hace el autor es fruto del estilo y no de una carencia, o que hay voluntad y no sólo suerte (vamos a decirlo así) en sus oraciones.

 

¿Cuánto de autoría tiene la traducción?

Al final, creo que se puede resumir diciendo que se trata de una colaboración, en sentido recto. Por citar a Briggs: «Nos llega escrito por partida doble; la segunda vez, de mano de su traductora.»

En su caso, ¿prima más el sentido general del texto frente a la exactitud del modo?

Me gusta mucho cómo lo plantea el libro echando mano de la traductora de Mann, Lowe-Porter: «[…] se espera, como de hecho sucede, que fusione materia y estilo en un todo orgánico. Las traducciones tienen que traslucir un esfuerzo parejo por parte del traductor».

Para que «este pequeño arte» funcione, ¿qué se requiere? ¿Qué cualidades ha de tener un buen traductor?

Una incomprensión casi absoluta de todo lo que no sean las palabras, a lo mejor. No lo sé; traductor o no, siempre hay que huir del aforismo. Igual eso es un aforismo, no hay escapatoria.»  Seguir leyendo

Este pequeño arte de Kate Briggs por Eric Gras



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Este pequeño arte, de Kate Briggs, destacado en Quaderns, el suplemento cultural de el Periódico Mediterráneo. Reseña de Eric Gras.

La traducción, ese arte que siempre pasa desapercibido

«Difícil, en verdad, la traducción. No se sabe si tenemos el derecho a imaginar», escribía Yves Bonnefoy en Juntos todavía (Sexto Piso). No es fácil verter en otro idioma las emociones ligadas a las palabras, esas sensaciones que a través del lenguaje, de su sintaxis, morfología y demás alteraciones, están implícitamente ligadas. En Magistral (Jekyll & Jill), Rubén Martín Giráldez ya hablaba de ciertos «sabotajes» que se producen en ese proceso. Nadie mejor que él para referirse a los quehaceres «traductoriles», pues como bien remarcaba en esa obrita alocada y magistral —como su propio nombre indica—: «Todos empezamos a traducir por el mismo motivo: porque quienes se suponía que lo estaban haciendo no lo hacían, canseis de ser sexys».

Traducir es leer, y traducir es escribir, como ya dijera George Steiner. Pero existen todavía muchos vacíos en la figura del traductor, a veces un tanto demonizado como casi siempre ignorado. De eso trata Este pequeño arte, una especie de ensayo autobiográfico en el que Kate Briggs se formula cientos de cuestiones en torno a la labor, relevancia y estatus del traductor dentro del ámbito literario.

Traductora de Roland Barthes, es a partir de su «relación» con el filósofo y semiólogo francés, que Briggs profundiza en los tejemanejes de una profesión que sigue en un segundo plano dentro del ámbito literario y editorial, siendo que los traductores, en especial o más concretamente su labor, conlleva una gran responsabilidad, pues como diría César Aira: «A un traductor se le están planteando todo el tiempo los pequeños grandes problemas de la microscopía de la escritura».

Así, Briggs, con un estilo ágil no exento de erudición, expone incógnitas al tiempo que se autocuestiona y autocuestiona la valía de la traducción, que también reivindica y legitima con una profusa investigación basada en sus lecturas, a las que se aferra, de las que aprende y con las que se identifica. Dicho de otro modo, Briggs piensa, plantea dudas, ofrece algunas respuestas, y sigue dudando, sigue arguyendo en busca de alcanzar un sentido al sinsentido, dando forma a un alegato en defensa de ese «pequeño arte» como Helen Lowe-Porter definió a la traducción.

Sin perder de vista a Barthes, a su pensamiento y a sus célebres conferencias en el Collège de France, Briggs realiza una especie de soliloquio sobre el propio acto de escritura y reescritura, de las libertades de las lecturas, de las historias de algunas traductoras, con sus posturas y sentimientos; todo ello con el objetivo principal de «entenderme mejor a mí misma». Por otra parte, esta lectura es también un diálogo con la inteligencia que revela que la traducción no sólo se construye con palabras, ideas, pies métricos e imágenes, sino también con el tiempo que hace, el estado de ánimo, el silencio… E insisto, nadie mejor que Martín Giráldez para traducir esta obra que ha tenido a bien publicar Jekyll & Jill, una de nuestras editoriales fetiche, porque es quizá uno de los traductores y escritores, autor al fin y al cabo, que creo mejor comprende los dimes y diretes, o las posibilidades, del lenguaje.»

Este pequeño arte en la lista de los Mejores libros de 2020 de Courbett Magazine


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Este pequeño arte, de Kate Briggs, traducción de Rubén Martín Giráldez, en la lista de los Mejores libros de 2020 de Courbett Magazine:
«Una pequeña delicia. Una absoluta exquisitez repleta de inteligencia y agudeza que mezcla una prosa bellísima con un talento magistral para los detalles. Tomando como partida su propia experiencia de traducir las notas de las conferencias de Roland Barthes, Kate Briggs nos ofrece varias historias sobre la traducción: desde las traducciones de Thomas Mann de Helen Lowe-Porter a la relación amorosa que mantuvieron André Gide y su traductora Dorothy Bussy.» Ver enlace

Este pequeño arte en Un libro al día


estepequenoarteKoldo CF reseña Este pequeño arte, de Kate Briggs, traducción de Rubén Martín Giráldez, en Un libro al día:

«¿Cuántas personas, cuánto trabajo, cuánto tiempo y desvelos hay detrás de cada uno de los libros que leemos? Parece que en los libros de historia (e historias) solo existen autor y editor – y quizá esto sea lo más normal. Al fin y al cabo, aquel es quien idea y escribe el texto y este quien lo pone a disposición del público -, pero en los últimos tiempos parece que gana en visibilidad el trabajo de una serie de personas sin las cuales la lectura sería, si no imposible, diferente. Hablamos de ilustradores, correctores y, sobre todo, traductores.

De esto trata, al menos en parte, el ensayo de la británica Kate Briggs, quien partiendo de su trabajo como traductora de una serie de conferencias de Roland Barthes y de la lectura de la edición inglesa de «La montaña mágica» (traducida por Helen Lowe-Porter) se embarca en un texto que es, al mismo tiempo, reivindicación del trabajo de traductor y cuestionamiento de este trabajo, de la escritura y de la propia lectura.

Hay que aclarar, pese a lo que pueda parecer, que este no es un texto «sesudo al uso». Así, no hay un planteamiento «académico» (por llamarlo de alguna forma), si no que Briggs se sirve de diferentes anécdotas para ilustrar la relación traductor-obra-tiempo o la asimétrica relación autor-traductor y de analogías hasta cierto punto chocantes para explicar su trabajo y algunas de las dudas que ha de afrontar en el ejercicio del mismo. Esta opción elegida por Briggs dota al texto de una frescura que de otra manera quizá no hubiese tenido y lo hace accesible a un lector interesado y no experto en la materia.»

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Este pequeño arte en El coloquio de los perros



ECD

Natalia Carbajosa reseña Este pequeño arte, de Kate Briggs, traducción de Rubén Martín Giráldez, en El coloquio de los perros:

«Todo traductor literario siente, antes o después, la tentación o la necesidad de teorizar sobre su “pequeño arte”, como muy apropiadamente reza el título de este libro. La autora, Kate Briggs, lo toma de un artículo de 1950 escrito por Helen Lowe-Porter, una de las traductoras de Thomas Mann al inglés. Lowe-Porter no concibe su labor como verdaderamente “profesional”, de ahí la elección de “pequeño”, que concuerda con la percepción —si acaso llega a ser percibida— de una tarea casi invisible. Desde dicha percepción, Briggs interpela al lector o lectora que va añadiendo autores a su lista particular —pongamos por caso Tolstoi, Kafka, Safo, Basho o Proust— sin caer en la cuenta de que, en realidad, está accediendo a sus obras mediante traducciones.

Pero resulta que esa actividad tan ínfima, tan callada, también es descrita como “arte”, y desde ahí se convierte, en palabras de Briggs, en «un camino propio hacia otras formas de escritura», esto es, en una actividad literaria en sí misma. Tal afirmación recuerda, por ejemplo, a la de Juan Manuel Rodríguez Tobal, traductor de poesía clásica al español, cuando sostiene que la traducción no es un “objeto literario” sino un “acto literario”: una «realidad activa (…) que deja en el lector un punto de partida para su particular, única y gozosa aventura de hacerse a eso que vive en la palabra.»  Seguir leyendo

Cosmotheoros

Cosmotheoros de Christiaan Huygens en Bestia Lectora


Tes Nehuén reseña Cosmotheoros, de Christiaan Huygens, en Bestia Lectora:
Cosmotheoros¿A quién no le gustan los libros hermosos? Disfrutamos de las buenas lecturas que además aportan un toque artístico agradable a nuestros ojos. Pese al auge de la lectura digital, cada vez son más las editoriales que apuestan por el papel y nos ofrecen bonitas encuadernaciones. Editoriales que ven el libro como un objeto artístico y que desean aportarle un extra sentido, ofreciéndonos un universo colorido del que disfrutar y regodearnos con nuestros sentidos. Pensando en esos trabajos minuciosos nace esta sección. En Mundo de Papel te iremos mostrando diversas obras que llegan a nuestras manos y que se destacan por presentar un exquisito equilibrio entre buena calidad literaria y artística. Si bien lo esencial es invisible a los ojos, un poco de color y de belleza nos puede servir para disfrutar mucho más de la lectura. En este primer capítulo vamos a hablarte de Cosmotheoros. Conjeturas relativas a los mundos planetarios, sus habitantes y producciones (Jekyll & Jill), un libro lindo y peculiar que nos permite indagar sobre la vida en toda su amplitud. Cabe señalar que en el 2015 ganó el Premio al Libro Mejor Editado en Aragón.

La vida extraterrestre en el siglo XVII

Cosmotheoros. Conjeturas relativas a los mundos planetarios, sus habitantes y producciones es el primer tratado que conjetura la vida extraterrestre desde el punto de vista científico. Ya por su naturaleza despierta en nosotros muchísima curiosidad. Pero eso no es todo. A medida que avanzamos en la lectura vamos descubriendo un fondo científico y literario sumamente rico. Christiaan Huygens reúne aquí algunos de los planteos más interesantes que existían en esa época sobre el funcionamiento de la vida y se eleva ante ese universo con afán de entenderlo. Dice con respecto a la luna: «¿Es creíble que esta enorme esfera haya sido creada sin otro propósito que alumbrarnos un poco por las noches o alzar las mareas del mar?».
Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral de Rubén Martín Giráldez en Rumiar la biblioteca


Verónica Nieto recomienda Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en Rumiar la biblioteca:

Rubén Martín Giráldez o construir una nueva lengua literaria

Magistral de Rubén Martín Giráldez

Rubén Martín Giráldez, Magistral, Zaragoza, Jekyll & Jill (2016)

Una voz enojadísima con la mediocridad de los escritores españoles o que escriben en lengua española ante la falta de ambición literaria, falta de valor, falta de seguridad, falta de confianza y sobre todo falta de lecturas, cosa de la que se jacta la mayoría, mentalidad de funcionarios. Apenas cien páginas de discurso entre quevedesco, irónico, chulesco, impostado, paródico de sí mismo, que aborda cuestiones como la traducción y sobre todo la Obediencia de los escritores españoles.
Una voz que termina por desprenderse del autor y con la cual el mismo autor termina discutiendo.
Un discurso que defiende la diferencia, la rareza, la así llamada «dificultad» por escritores y editores y lectores perezosos, como el camino hacia algo que podría parecerse a lo literario.

«Escribir no es una labor diplomática. No debería haber lugar para la amabilidad en la novela, quien se pierda que se enfurezca, que para eso estamos rellenos de sangre y no de cacahué. La dificultad no la constituyen ciertas clases de lenguaje, sino el lenguaje en sí.»

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Por qué la literatura experimental amenaza… en Letras en vena



Reseña de Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería de Rubén Martín Giráldez en Letras en vena, por Rubén Olivares:

Admitámoslo. A quienes leemos nos gusta entender que leemos, dejarnos llevar por una narración con la que nos identificamos y que sólo nos exige tiempo. Luego existimos otro grupo de lectores más reducido, que además buscamos en la literatura temas más complejos, que nos exijan algo más que tiempo. Este tipo de lectores solemos iniciarnos con ensayos, de mayor o menor complejidad, que exigen que seamos críticos con lo que leemos. De ahí solemos dar el salto a “los clásicos”, esos libros que todo el mundo da por sentado que deberían leerse, porque son “literatura” y cuando queremos darnos cuenta necesitamos algo más fuerte. En ese momento es cuando te das cuenta de que has cruzado una línea sin retorno y te descubres leyendo literatura experimental. Libros de autores que rara vez suelen ser conocidos fuera del círculo de este tipo de lectores y que escriben por el placer de experimentar con las palabras, de jugar con el lenguaje y ofrecer al lector “literatura dura”, de esa que hay que leer con cuidado y sin prisas, si quieres entender que estás leyendo.

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De esto se deduce que hay dos clases de lectores, los que buscan entretenerse y los que buscan algo más, los que están dispuestos a que les sorprendan y les desafíen. Los primeros están de enhorabuena, pues la literatura está llena de obras para ellos y de premios literarios que promocionan estas obras, rodeados de una enorme maquinaria de marketing que promociona las obras y rentabiliza con creces el premio otorgado. Y todos sabemos a qué premios me refiero y a qué autores se les otorga. Son estos lectores que leen por placer, no lo dudo, pero a menudo por una cuestión de “estar al día”, de conocer la novela de moda del momento y tener algo de lo que hablar si durante la reunión de amigos la conversación deriva en cuestiones más culturales. Son lectores que se han subido al carro de la cultura de usar y tirar, de una industria que busca el beneficio por encima de la cultura y promociona obras de autores que rara vez lograrán dejar un poso en sus lectores y mucho menos formar parte del canon de autores de la literatura universal. Luego estamos el segundo tipo de lector, los que solemos tener más problemas cuando buscamos satisfacer nuestro oscuro deseo literario y que sobrevivimos gracias a la labor heroica de las pequeñas editoriales independientes que apuestan por otro tipo de literatura, por un lado, por la necesidad de diferenciarse y competir con las grandes editoriales y por otro por convicción personal y deseo de ofrecer a sus lectores lo mismo que a ellos le gusta leer.

Esta dicotomía irreconciliable es la que nos plantea esta obra, “Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen, y la vida tal y como la conocemos de Ben Marcus, con unos pinitos de pedantería de Rubén Martín Giráldez” que recoge un ensayo publicado por Ben Marcus en “Harpers magazine” y que se complementa con el excurso de Rubén Martínez “Pinitos en pedantería”. Quien se adentre en la lectura de esta obra disfrutará de la disertación que Ben Marcus realiza sobre aquellos que, como Jonathan Franzen se han erigido en la élite literaria y deciden, desde su atalaya, qué es buena literatura y qué no. Evidentemente, el acomodado estilo de Franzen, que transitó desde un estilo ambicioso y con cierto riesgo hasta llegar a una formula culturalmente acomodada y comercialmente exitosa es el que sirve de modelo para considerar que es una buena o mala obra literaria. Marcus desmonta con certeros argumentos y comentarios cada uno de los pilares sobre los que Franzen ha construido su visión de la literatura realista (que considera la única adecuada) frente a la literatura que se atreve a adentrarse entre las nieblas de la experimentación literaria. Frente a esta visión cerrada, Marcus nos propone abrir las ventanas de la literatura y contemplar el mundo que la experimentación nos ofrece, lleno de narrativas multigenéricas, abiertas, indagatorias y sin miedo a llevar hasta sus límites a la palabra, tomando al lector como un ser adulto capaz de esforzarse cuando un texto tiene una complejidad mayor que la columna de opinión de un periódico o las instrucciones de montaje de un mueble. Si después de leer este genial ensayo tenemos ganas de más, podemos pasar al ensayo de Rubén Martín, que pone el punto de mira en las letras españolas para tratar el mismo tema. En este ensayo se exploran las limitaciones que tiene el idioma como medio de comunicación, transitando desde el Siglo de Oro de las letras españolas hasta la actualidad. Martín es un epígono de las letras de Ferlosio (otro incomprendido) que utiliza un lenguaje barroco y que, como señalaba Ferlosio, apuesta por el hecho de sacar a relucir todo lo que tiene en sus obras pues como este dijo “la obra toda está sólo en lo que emerge y se reduce a ello”. El problema de muchos autores es que, hoy en día, no tienen nada que mostrar.

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Cosmotheoros

Cosmotheoros en Uno de cada estantería



Iván Mojica y Kathleen Arenas presentan Cosmotheoros de Christiaan Huygens, ilustrado por Alejandra Acosta, en la sección La estantería de los libros bonitos del canal UDCE (Uno de cada estantería), Bogotá, Colombia.

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Tres ensayos para el verano, por Tes Nehuén



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Tes Nehuén recomienda La huída de la imaginación, de Vicente Luis Mora (Pre-textos);  Distraídos venceremos. Usos y derivas en la escritura autobiográfica, de Andrea Valdés;  y Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez en el artículo 3 ensayos sobre escritura autobiográfica, en Poemas del alma.

 

 

 

 

 

 

 

Tres lecturas sobre la escritura autobiográfica que podrían ser perfectas para este verano.

Estamos en este momento del año en el que a los buenos lectores lo único que verdaderamente nos apetece es que llegue la nochecita y baje un poco el calor para poder sentarnos a la sombra con un refresco (o lo que sea, pero fresquito) para zambullirnos en una buena lectura. Contra lo que se cree, esta época es idónea para lecturas potentes, que nos lleven a pensar y repensarnos; parece que la vida se renueva con la llegada del verano o algo así. Pensando en esto y para ir contra un sistema que nos invita a leer «cositas livianas» he preparado esta triple recomendación: con tres libros sobre la escritura autobiográfica que no deberías dejar pasar.

«La Huida de la imaginación» de Vicente Luis Mora

No voy a decir mucho sobre este libro, porque me reservo para la reseña que publico la próxima semana y no quiero repetirme tanto. Pero como libro que me fascina, libro sobre el que no dejo de hablar, recomendar e incluir en estas peculiares listas, no podía dejármelo fuera. Es un ensayo que merece muchísimo la pena.

En «Huida de la imaginación» encontramos una lectura concienzuda en torno a esa tendencia tan común de la literatura de aferrarse al realismo y lo autobiográfico en detrimento de la fantasía. Y no hablamos del género de fantasía sino de la fantasía que utiliza el lenguaje para componer miradas en torno a los colores y las sensaciones que no rozan el mundo real. Evidentemente el discurso desemboca en la escritura autobiográfica y la narrativa de autoficción.

Quiero señalar uno de los aspectos que más me ha gustado. Tiene que ver con la estructura del libro. Vicente Luis Mora se decanta por una escritura densa pero que consigue convencernos al fragmentar el discurso en miles de temas y puntos específicos de interés. Esto es útil tanto para el lector paciente como a quien lee con ansias; porque nos permite releer, revisar y comparar puntos de vista. La concatenación de los temas, asimismo, se encuentra ligada a través de obras y autores fundamentales para comprender la teoría en torno a la escritura autobiográfica.

Con un discurso tan sincero como abrasivo Mora nos anima a reflexionar sobre la escritura desde diversos espacios y matices. Libro y autor son altamente recomendables. Y sobre ellos escribo muy pronto.

¡Quédate atenta para la reseña! Podrás encontrarla aquí.

«Distraídos venceremos. Usos y derivas en la escritura autobiográfica», de Andrea Valdés (Jekyll & Jill)

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Este es otro libro de lecturas. En este caso tenemos un ensayo publicado por la hermosísima Jekyll & Jill que nos invita a una revisión de autores y autoras latinoamericanos poco conocidos; la autora repasa algunos hitos en sus vidas y teoriza en torno de las muchas formas de convertir las experiencias propias en literatura. Se aferra al pulso artístico, a la búsqueda de lo colectivo en la experiencia individual y nos revela detalles interesantísimos de la obra de escritores y escritoras fascinantes.

Al estudiar la obra autobiográfica de estos personajes, Valdés descubre que la autobiografía siempre es una creación ficticia, que la vida nunca se narra tal cual ocurre y que por eso, aferrarse al realismo nato parece una estupidez.

Héctor Viel Temperley, Héctor Libertella, María Moreno y Gloria Anzaldúa, con sus escrituras tan arraigadas al terruño y tan, por otra parte, flotando en una atmósfera onírica o subliminal, son los autores y autoras que vertebran las reflexiones. A través de sus peculiares obras, Valdés reconstruye la idea de identidad y en ella, de escritura autobiográfica. Asimismo nos invita a pensar en el canon como algo que sirve pero también limita. Y deja flotando en el aire la gran pregunta ¿Por qué recordamos a unos y olvidamos a otros?

Es este un ensayo fantástico que se nutre de muchas lecturas, y que nos invita a seguir indagando en la idea de género y autobiografía de una manera dislocada: ajena a los tiempos y alas imposiciones culturales y canónicas, aferrándonos a esa pasión lectora que es deriva y es empeño en construir nuestra propia biblioteca.

Puedes leer aquí la reseña completa sobre este ensayo que publiqué en esta misma web.

«Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez» 

 

Después de «Magistral», Rubén Martín Giráldez publicó este ensayo igual de rompedor y combativo. Me encanta su escritura medio rabiosa medio esperpéntica. Me gusta la forma en la que Giráldez es capaz de meterse con quien haga falta por defender la calidad, el compromiso del autor (algo que ya carece de total importancia en estos tiempos) y el buen gusto en la escritura. Me encanta Giráldez, y este libro es una delicia.

Hay también una interesante observación de lo que implica lo experimental; concepto muchas veces utilizado por la crítica y por el propio mercado para menospreciar el trabajo hondo de escritura de aquéllos que conocedores de la tradición son capaces de torcer el lenguaje y ofrecer nuevas formas de decir. S

i tenemos en cuenta la definición de obra literaria como aquella creación que ofrece una reflexión sobre nuestra experiencia vital colectiva y que puede servirnos para pensarnos como comunidad que evoluciona con el paso de los años, y a la vez persigue un fin estético determinado centrado en el lenguaje, podríamos establecer dos argumentos: 1)ni hablar de literatura experimental es determinar la calidad de una obra, ni hablar de realismo es definir la reflexión sobre la vida en el terreno literario. 2) el uso del término realista en contraposición con fantástico no es del todo razonable, teniendo en cuenta que hay mupor-que-coverokchas formas de mirar y contar la realidad, siendo una de ellas a través de la fantasía.

Este libro, de título ya peculiar nos invita a pensar en la frontera entre lo fantástico y lo realista, entre la buena literatura y la literatura mediocre, y nos anima a tomar partido en nuestras lecturas y a separarnos de la masa. Un ensayo impresionante, para releer y disfrutar durante mucho tiempo.

Te dejo el enlace a la reseña completa, por si te apetece leerla.

 

 

Magistral de Martín Giráldez en Polillas al anochecer



Ubaldo Suárez reseña Magistral  de Rubén Martín Giraldez, en el blog literario Polillas al anochecer.

Bien tediosa imagino que debe resultar la tarea que muchos han emprendido o piensan emprender: la novela, entendida como mera narración, como simple contar. Pasa una cosa, después otras y luego las de más allá… Y hay personajes, que hay que escribirlos como si fueran de carne y hueso. Y un ritmo trepidante, y unos diálogos reales y un final, sorprendente, cuando no sorpresivo; mejor si es una novela de denuncia (mientras vivo de puta madre). Yo pregunto: ¿Para qué? En ciertos momentos de exasperación literaria, y vital, solo es capaz de consolarme la reflexión acerca de los límites del lenguaje. En este caso, una novela, un relato, pueden poner a prueba, en la práctica, cuáles son; si se puede estirar el lenguaje, o aplastarlo, o quebrarlo hasta romperle el espinazo, hasta que pierda esa condición elástica propia y yazca, deformado, a nuestros pies (figuradamente hablando). Pero no hablemos de Joyce, hoy.

A esto, uno no puede sino preguntarse (sí, otra vez) si esos límites lo constituyen, en exclusiva, la legibilidad, la comprensión del lector. Si un texto es incomprensible, ¿es texto? No hay lenguaje privado, como decía Wittgenstein: el lenguaje implica comunidad lingüística. Un texto meramente fónico (poemas los hay, precisamente se denominan poemas fónicos, fonéticos o fonetistas, véase Dadaísmo; también he leído que se llama letrismo) sería una sucesión de grafemas correspondientes a ciertos fonemas. Incluso aquí no podríamos liberarnos de ciertas normas o usos establecidos.

En cualquier caso, hay grados, y sin necesidad de hacer irreconocible e incomprensible el idioma que empleemos, sí que me parece valioso, especialmente en esta época de saturación de la comunicación política y comercial (cuando no son lo mismo: la poliganda), la experimentación, la neologización, la patada en el culo a las frases hechas, a los tópicos y a los relatos prefabricados, a las storytellings de los siniestros hombres y mujeres de chaqueta y calzado caro, hombro con hombro, boquita a boquita, con los políticos profesionales, promocionando la insania, la locura, la mezquindad y la sangre derramada gorgoteante. En definitiva, aprecio a quien se decide a voltear el lenguaje, volverlo de adentro hacia afuera, travestirlo, burlesquearlo, carnavalearlo un rato más que sea. Total, la vida son dos luciérnagas. Tal es el caso de Rubén Martín Giráldez y su Magistral(2016).

Aquí aporto una reflexión no contrastada: los creadores y propagadores de mentiras suelen ser inteligentes en sus falsas deducciones, hábiles en enmascarar los non sequitur, procaces en las taimadas asociaciones, pero rara vez inventan lenguaje. Normalmente lo laminan, lo podan y lo castran, lo recubren con un excipiente que lo reduce al mínimo. Su único éxito popular en nuestro país, que yo recuerde, reconozcámoslo, es feminazi, una contradicción en términos, quizá equivalente a ecologintaminante o judinazi, pero vale. Los mentirosos quieren que la gente entienda mal el mundo, pero que los entienda bien a ellos. Por tanto, la imaginación es malvenida en el territorio del marketing y de la propaganda salvo la manufacturada por los crueles pastores de los resentidos y confundidos. La inteligibilidad lo es todo cuando se trata de seducir a tribus de humillados y ofendidos aferradas a ritos primigenios comunitarios.

 

Es en este contexto en el que creaciones como Magistral devienen oportunas, como si su protesta contra el adocenamiento lingüístico y literario fuese también la excreción de un malestar social del que, si fuéramos estructuralistas de pro, ni el mismo Martín sería consciente. Es quizá, puestos a emplear la imaginería que me queda, el Zeitgeist de nuestra época: una fulgurante confusión política junto a un no menos creciente vaciamiento y aplanamiento del lenguaje. Políticos, publicistas, periodistas y los escritores vargallosistas, entre otros, han dejado el lenguaje hecho una papilla inmunda, como las que esquivamos en el último momento en la calle un sábado temprano. El valor de la herejía y de la disidencia, la oportunidad de la blasfemia se me hacen evidentes. No solo en el plano literario.

Digamos que Magistral es novela. Tiene en cada parte un orador que le habla al lector, que le exhorta, le impreca y le zahiere a cada rato con la misma intensidad que se flagela a sí mismo. Es un monólogo con aire de subsuelo. Es también soflama y reflexión frenéticas, crítica y lapidación. Es una serpiente retorciéndose en la charca, el metal de un florete que vibra con nota siniestra mientras te cae encima la campana de la iglesia. Es una vibración que te acompaña aunque hayas arrojado el libro para solaz del cachorro al que le están saliendo los dientes o prestado al enemigo más cercano para que comparta tu sufrimiento. Lo difícil hiere, qué se le va a hacer.

Cuando apareció Magistral, los últimos escritores murmuraron algunas intenciones de mejora sin garantía real, pero ya sabemos que las promesas se cubren unas a otras igual que caballos, claro. Los mismos que saludaron mi publicación primera cayeron mientras escribían lo último que iban a escribir: ese saludo. Hay que reconocer que un saludo que lleva consigo su conclusión es de una elegancia que roza lo supremo por la parte de arriba y es digno de superloas; lo he tenido siempre en cuenta cuando después me he visto obligado a escribir para hacer daño y delatar bardólatras. Los pocos escritores posteriores no son mis epígonos sino mis clownesas. Vosotros, escritores incapaces de la idea propia personal, sibaritas del fracaso, a la espera de ser polinizados, receptivos sin saber que toda vuestra actitud motiva la contracepción de cualquier posibilidad de arte. Demasiado abiertos, seguramente tenéis alguna fe en que algo fecunde el excremento que depositáis aquí y allá, protegido a veces por la deyección previa de otro autor -de vuestra deyección no puedo negar que sí sois autores, claro, vaya si lo sois, ¡y de los mejores!, premio al mejor creador-. (Pág. 29)

Este idioma está maldito, este idioma está débil, este idioma está difícil. Este idioma nuestro tiene lo que se merece: nada y gente sin ambición. Manantiales de falta de ambición. Aquí paz y después pereza. ¿Te sigue pareciendo una insensatez mi ocurrencia de tomar al asalto otros idiomas, hacerlos pasar por el nuestro? ¿Y qué hacer con el residuo castellano, aparte de jabón para cadáveres? ¿Quién va a preguntarse por ello?, si lo hemos rebajado de tal modo que se puede mezclar en cualquier brebaje, por insípido que sea, y echarlo en el abrevadero de cualquier animal; si gracias a todos el castellano es como la base de un cóctel. Se puede hacer rápido y sin contratar al mercenario más silencioso, confiad en mí, el castellano literario es la angostura de los idiomas, puede estar ahí sin que nadie lo advierta. Se puede hacer rápido y hasta con cascabeles, si se quiere. Se puede hacer rápido, con cascabeles, mal y hasta sin querer. A lo mejor hay que replantearse el idioma. A juzgar por el uso que hace de él el escritor español, no parece que vaya a importarle demasiado que desmantelemos por unos días la función de la lengua. Total, para llegar al fondo de un tarro que es para lo que la usa, se basta con los dedos. (Pág. 50)

Pero no solo del lenguaje versa esta obra, la cosa no queda ahí: también del papel del escritor en este circo, y del crítico, y del lector, que muchas veces creen estar recogiendo flores perfumadas de arte y de literatura y lo único que están haciendo es restregarse la cara con pañales cagados. Todo muy pertinente aunque nos moleste. O, más bien, por ello.

Puede que en vuestros libros haya espacio y pastitas para todos, pero aquí no. Soy consciente de que un imperio sin filisteos no es un imperio. Sea. No necesitáis ni un solo autor más preocupados de complaceros que de escribir. Escribir no es una labor diplomática. No debería haber lugar para la amabilidad en la novela, quien se pierda que se enfurezca, que para eso estamos rellenos de sangre y o de cacahué. La dificultad no la constituyen ciertas clases de lenguaje, sino el lenguaje en sí. De lo oracular a lo vernáculo. (Pág. 77)

Es por tanto una obra que no recomendaría a casi nadie. Por tanto, la recomiendo al público minoritario que se interesa, aunque sea a ratos (tras una mala siesta, o en un momento inaudito de percepción de la propia soledad, o paseando al gato), por todo lo que he escrito antes. Si quieren una novela de buenos y malos de la que se pueda hacer una película, pasen de largo. Si quieren una novela con un adjetivo detrás, sáltense esta entrada, o el mismo blog. No será por blogs ni por novelas… Tampoco les hará especiales, ni mucho menos mejores. Pero hará pensar a los/las que, de todos modos, ya quieren pensar.

Si yo fuera escritor, podría llegar a obsesionarme con Magistral. Como probablemente tampoco sea crítico literario, la reseña ha quedado así.

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Juan Francisco Ferré escribe sobre Por qué la literatura experimental amenaza…



Juan Francisco Ferré escribe sobre Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen, y la vida tal y como la conocemos de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería de Rubén Martín Giráldez.

 

por-que-coverokEste libro parte de la convicción de que la literatura vive de la polémica y la provocación. El texto principal es la diatriba de Ben Marcus contra Jonathan Franzen, publicada en la revista Harper´s en 2005, en respuesta a su ataque a William Gaddis como representante del elitismo literario y la dificultad estilística, publicado en el New Yorker en 2002.

Este choque dialéctico entre Marcus y Franzen es uno de los signos equívocos bajo los que la literatura del siglo XXI ha aprendido a desarrollarse. Sabiendo que no ocupa ya la primacía cultural que tuvo hasta muy entrado el siglo XX y que fue perdiendo a medida que la sociedad de consumo, con sus cómplices mediáticos, acaparaba los escaparates más visibles. De este modo, la literatura comenzó a moverse entre el mercado y el arte, entre minorías y mayorías, entre lectores inexistentes y lectores posibles, entre escritores fáciles y escritores difíciles, entre una literatura que siga estando a la altura de su historia de invención y renovación permanentes y una literatura que busca complacer los gustos menos exigentes de los lectores. El filisteo Franzen acierta en el diagnóstico del contexto, aunque se equivoque en el objeto de ataque (el gran Gaddis), mientras el ingenuo Marcus se limita a defender con brillantez la posición de la literatura experimental, la que apuesta por la novedad estética y la dicción compleja.

En una situación social, económica, política y cultural como la del mundo occidental desde hace treinta años, el lugar de la literatura ha ido desplazándose hacia el margen, como señala Franzen, a pesar de los avances educativos evidentes, y transformándose en un discurso progresivamente minoritario, al tiempo que la tabla rasa cultural hacía su trabajo en pro de la ignorancia y la analfabetización de los lectores. Frente a este panorama crítico, caben dos estrategias igualmente legítimas: o replegarse hacia el encierro y la soledad, como de algún modo propone Marcus adoptando a Beckett como santo patrón, a fin de preservar la esencia intransferible de la literatura, con los peligros consecuentes del autismo y la insignificancia; o entrar en diálogo con la promiscuidad y extrañeza del mundo contemporáneo y forzar la literatura a desbordar sus límites comunicativos para afrontar el desafío, como a su manera inimitable defendía David Foster Wallace. La única posición honesta en esta situación es la de sostener la impureza y el eclecticismo como medios para no caer en el puritanismo del arte a toda costa, con el riesgo de la esterilidad, y la claudicación de la comercialidad a ultranza, con la secuela de fomentar la banalidad sociológica y la necedad de los clichés.

Pero el gran acierto de este libro consiste en haber incorporado al debate, como interferencia local, un texto de Rubén Martín Giráldez, uno de nuestros jóvenes escritores más creativos y deslenguados, para darle unas cuantas vueltas de tuerca a los argumentos de Marcus, demostrar la viveza retórica de la lengua literaria actual cuando la maneja un ingenio quevediano, bien formado e informado, dotado de un sentido del humor incomparable, ironía barroca y una retranca a prueba de depresiones neoyorquinas y pesimismo anglosajón. La escritura de Martín Giráldez, aquí y en otras partes, demuestra que la literatura es un discurso singular y cuando habla de sí misma está hablando, en realidad, de la vida del lenguaje, algo esencial para los seres humanos. Del lenguaje y la vida, en suma, y sus complejas relaciones, en mutación perpetua, de esto habla siempre la literatura. Hablar por hablar, la única forma de ser en el mundo que tiene todo el sentido, como sabían los románticos Novalis y Kleist.

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Ana Segura entrevista a Rubén Martín Giráldez en el programa La torre de Babel



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Ana Segura entrevista a Rubén Martín Giráldez en el programa La torre de Babel, Aragón Radio, con motivo de la publicación del libro Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez, a partir del minuto 16:45.

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Milo J. Krmpotic reseña Por qué la literatura… en Librújula


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Milo J. Krmpotić reseña Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez, en el último número de la revista Librújula.

Por qué la literatura…

Ben Marcus y Rubén Martín Giráldez. Jekyll & Jill

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Todos los autores realistas se parecen en algo, pero los experimentales lo son cada uno a su manera. Es por ello que podemos afirmar que no hay nada comparable en las letras estadounidenses a Ben Marcus (se lo dice quien sudó sangre para traducirle al español El Alfabeto de Fuego), autor para colmo de ese The Age of Wire and String que el editor y escritor Max Porter definió como “la gran novela experimental de este siglo XXI”. Y ciertamente es especial también la voz de Rubén Martín Giráldez, aquí traductor del texto del anterior pero autor además de unos Pinitos en pedantería en los que, recuperando a ratos el barroco y jugoso registro de su Magistral, contextualiza el tema del texto inicial añadiéndole diversos ejemplos del apartado hispano de la polémica. ¿Y en qué consiste esta? Pues en una variante del tradicional encontronazo entre las culturas alta, mediana y baja: a raíz de las constantes pullas de Jonathan Franzen hacia autores experimentales como William Gaddis, Marcus realiza una defensa a ultranza de la libertad creativa y del amor por el lenguaje. No se trata de un ataque al Franzen autor, pero la bofetada al Franzen crítico/persona (por abusón, por machacar a los muertos y a los minoritarios en una egocéntrica campaña para elevarse sobre todo quisque) todavía resuena, por contundente y excelente- mente expresada (“Hacer literatura no es hacer diplomacia“). Y no le va a la zaga Martín Giráldez, ducho lo mismo en Lopes y Quevedos que en los más contemporáneos posmodernismos, de quien —eso sí— personalmente sigo esperando con ansiedad que acabe dando el salto entre la travesura formal y esa obra de mayor cuerpo y fondo para la que está perfectamente capacitado.

Pedro Pujante reseña Por qué la literatura experimental… en Culturamas



Pedro Pujante reseña Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez, en Culturamas:

Ben Marcus y Rubén Martín Giráldez nos descubren la literatura experimental

Explica César Aira que el escritor es un artista que ya no debería pretender escribir bien (buenos libros) sino escribir algo nuevo (libros diferentes). Entiendo en esta dicotomía entre nuevo y viejo un gesto esencial que funciona como guía estética. Porque la tradicional y maniquea distinción “buena literatura/mala literatura” responde a un juicio demasiado volátil, subjetivo y demarcado por el siempre inestable canon del tiempo y las modas. Con Aira (Ben Marcus y Giráldez) opino que el escritor ha de arriesgarse con novedosas propuestas de escritura, inventar un idioma, porque es la única forma viable para poder crear una literatura nueva. O como escribe no sin cierta ironía y malicia Marcus, para justificar su protesta antifranzeniana, porque haya escritores interesados en las posibilidades de la lengua y no en los placeres inmediatos del público masivo.

En este breve ensayo, el escritor americano Ben Marcus trata también de exponer sus razones en defensa de la literatura renovadora, (experimental, según él), en oposición a esa otra literatura acomodada, desgastada, que él cataloga en un sentido extremadamente amplio de “realista”. Un término que no encuentra su equivalente exacto en español, porque, ¿dónde habría que situar a la literatura fantástica? Marcus intercambia realista por no-experimental. En cualquier caso Ben Marcus trata de desmontar el tópico de que los escritores “realistas” (no experimentales) son capaces de mostrarnos la realidad de un modo más fiable, una discusión tan antigua como la propia literatura y que ya quedó, en mi opinión, saldada en el Modernismo (Kafka, Woolf, Faulkner), pero que cada cierto regresa. Y quizá sea necesario, como ha hecho Marcus, volver sobre el tema, porque parece que siempre aparecen personas como Jonathan Franzen que, para poder defender su propio credo estético (quizá sus propias obras), arremeten contra todo lo que se aparta de él (Joyce, Gaddis…), incluso tristemente arguyendo argumentos extraliterarios como ventas, traducciones o recepción. ¿Hablamos de literatura o de mercado?

Ben Marcus , writer, Berlin 2013, American Academy, only for online purpose No image is to be copied duplicated modified or redistributed in whole or part without the prior written permission from Heike Steinweg mail@heikesteinweg.de

Otro hilo interesante en el discurso de Marcus está determinado por la dificultad que entrañan algunos libros, algunos autores. ¿Ha de ser la literatura edulcorada para que los pobres lectores no se atraganten? ¿Ha muerto el lector? ¿Habría que “adulterar” el Ulises (como tantas veces se ha hecho ya con el Quijote) para adaptarlo a todos los públicos? Este es un argumento peliagudo  que es atravesado por otros temas como la legibilidad, la recepción lectora, la neurología, la calidad y la literatura como producto de entretenimiento de masas. En este sentido, Franzen abomina de escritores “complejos” como Joyce o Beckett, quienes, según él, son usados por las instituciones culturales para “perjudicar las perspectivas comerciales de la industria literaria”. ¿No es al revés? ¿No son los escritores planos, sin estilo, los que nos impone el establishment con el perjuicio que ello supone para la Gran Literatura? (Ya sabemos que la Gran Literatura es siempre marginal, a excepción de honrosas excepciones como Cortázar, Vila-Matas o Cervantes). Y si el libro es un objeto hedónico (qué duda cabe), ¿hasta qué punto hay que rebajar la dificultad de un texto para que todos los entiendan/disfruten? Esta pregunta es un poco tramposa, es cierto, porque no hay un único lector y cada lectura está determinada y acotada por nuestras propias limitaciones lectoras. Hay quienes, como Dalí, disfrutan de aquello que no entienden.

¿Es la literatura un negocio (Contrato), una mera transacción comercial entre editores y lectores y el escritor un obrero que produce letras frases, libros? Yo estoy con Marcus y creo que la literatura es un arte que no ha de limitarse a agradar al lector sino enfrentarlo a desafíos. Quizá porque para mí lo entretenido es encontrar respuestas no que me las expliquen con condescendencia. Viajar a lugares en los que nunca he estado, como hace Marcus cuando lee a Gaddis. Y para viajar y abrir nuevas rutas estéticas hay que cometer errores: ya conocemos el adagio beckettiano de que hay que aprender a equivocarse y así abrir renovar vías. ¿No es la literatura una introspección a las profundidades de la Tierra más que un viaje turístico por aquellos lugares que ya hemos visitado?

Giráldez, por su parte, nos regala un texto tan exquisito como complejo, una suerte de diálogo en diferido con el texto de Marcus, glosándolo, comentándolo, subrayándolo… También hispanizándolo, con ejemplos de nuestras letras patrias, que al final padecen y han padecido las mismas cuitas literarias que las norteamericanas. En definitiva, y de un modo más subversivo y radica, Giráldez se suma a las tesis de Marcus, con un texto pródigo en citas y neologismos, name-dropping desencadenado y un estilo tan personal, desacralizador y renovado que en sí mismo ya es una defensa del lenguaje experimental, de la libertad creadora y de la literatura como arma de destrucción masiva.

Este libro, como diría Nietzsche no es para nadie y es para todos.

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Vicente Luis Mora reseña Por qué la literatura experimental…

Vicente Luis Mora dedica un excelente artículo a Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez‘:

El antilector

Buena parte de las lecturas son antilecturas. El propio ejercicio de la lectura es a veces un ejercicio de respuesta o de resistencia, porque los libros acaban generando anticuerpos contra otras clases de libros. Cuanto mayor es la experiencia de un lector, más crece en él el placer de leer a la contra, y la razón es que el paso de los años disminuye la probabilidad de engañarlo o seducirlo. E incluso la antilectura aparece cuando la persona que lee se encuentra en formación: la antropóloga Michèle Petit recordaba que “si bien muchos adolescentes leen estimulados por el deseo de sus padres, hay otros que se vuelven lectores ‘en contra’ de su familia, y encuentran en esta actividad un punto de apoyo decisivo para desarrollar su singularidad”[1]. Esa actividad opositora puede darse asimismo en las lecturas que propician o dan lugar a la escritura de otros libros, como los antilibros mencionados por Novalis, que para Jorge Luis Borges constituían una especie de género tan ficticio como comprobable. El lector constante es siempre un antilector, un lector en guardia; tanto contra las normas o costumbres que le disuaden de leer (la costumbre, incluso para el Código Civil, es una ley consuetudinaria), como contra los libros que lee, esos textos que suscitan su inmediata respuesta, su contradicción antagónica. Buena parte de la escritura es una Antagonía.

Lo que sigue no es una reseña, sino una noticia, o bien una reflexión ilustrada, si ustedes quieren. Por varios motivos: el primero es que este libro es difícil hasta de citar. Creo que la cita filológica exacta sería:

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Ben Marcus y Rubén Martín Giráldez, Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos Pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez. Zaragoza: Jekyll & Jill, 2018.

Pero tampoco estoy muy seguro, admito recomendaciones. A la dificultad del título se añade otro problema: el libro parece ser de Ben Marcus, con un “añadido” de Martín Giráldez, pero tal cosa no es cierta. Si he contado bien, Martín Giráldez firma 4 páginas más que las firmadas por Marcus; ese sería el primer indicio de puntualización. El segundo es que la traducción al castellano de los dos pequeños textos de Marcus es obra del propio Martín Giráldez. Tales indicios nos animan a pensar que estamos ante un libro, o más bien un proyecto, de Martín Giráldez, al que ha querido sumarse generosa y bienhumoradamente Ben Marcus, cediendo sus dos artículos, uno contra la idea de literatura de Jonathan Franzen y otro irónico contra sí mismo (“He escrito un libro malo”, pp. 141-148.

La segunda razón para no reseñar es que no tiene mucho sentido elaborar una recensión sobre un libro conformado por dos o tres poéticas, entendiendo por tal término la explicación argumentada que hace un escritor de su estética; poética que Marcus hace por oposición (en una antilectura de Franzen), y Martín Giráldez a partir de una antipatía histórica: la espesa y polémica dialéctica entre naturalismo y retoricismo, dos lecturas antagónicas del concepto literatura que, como él mismo explica en su proceloso y argumentado escrito central, “Pinitos en pedantería”, están siempre presentes en el campo literario, mutando de terminologías y aspecto de época en época, sin terminar de resolverse nunca. Como muestra un botón: mientras releo este libro de Marcus y Martín Giráldez, que defiende una estética fuerte y estilísticamente compleja, aparece un artículo de Beatriz Sarlo en Babelia sobre William Carlos Williams, donde se defiende una “retórica en grado cero”. Y así vamos pasando los siglos.

Martín Giráldez hace en sus “Pinitos en pedantería” un escrito que parece el cruce de una sátira de Juvenal con un artículo académico de literatura comparada, y cada quien tendrá sus reservas —yo las tengo— sobre sus ideas, planteamientos y pareceres, pero hay que saludar encomiásticamente la aparición de un texto de ideas literarias firmado por un escritor, bien escrito y argumentado, que aparece gracias a la cada vez más indispensable Jekyll&Jill en un panorama intelectual escasamente intelectual, donde el armazón estético de la mayoría de los escritores actuales nunca se expone, limitándose a parciales y estratégicos brochazos puntualísimos en entrevistas, redes sociales o actos públicos. Se esté de acuerdo o no con Martín Giráldez, la generosidad de su mostración, su arrojo y su panoplia de lecturas merecen, pura y simplemente, la rendición (condicional) y el aplauso.

El texto de Ben Marcus no precisa comentario, porque es un texto autocomentado y porque sería baladí describir un acontecimiento, el del desarrollo de sus ideas, que nadie va a hacer mejor que el propio Marcus. Hay que leerlo y disfrutarlo; su sana indignación —contra un libelo de Jonathan Franzen que éste lanzase contra la literatura de riesgo— y su inteligencia —la de Marcus— me han recordado a otro festín propiciado por el mismo estropicio: el artículo de Cynthia Ozick, “Blues de la alta cultura” (Metáfora y memoria. Ensayos reunidos; Mardulce, Buenos Aires, 2016), no menos delicioso que el de Marcus, aunque quizá menos contundente, porque la exposición corrosiva y archirretorizada de Marcus se impone por sí misma frente a la pobreza conceptual y la mediocridad expositiva de Franzen.

Hay que leer este libro de Marcus y Martín Giráldez porque es un libro a la contra. Ni más ni menos. Un libro que va de frente contra muchas inercias literarias, industriales y lectoras, señalando el lugar de la oposición —una cantina oscura, recóndita y llena de libros raros en la que son habituales los lectores de este blog, entre otros—. No es este el momento —todavía— de hablar de qué sería en nuestros días la vanguardia, ese término tan connotado y a la vez deconstruido que ya perdió todo sentido reconocible. Pero una de sus muchas dimensiones sería la del anti, la del antagonismo, la oposición, la antinomia y la adversatividad. Una oposición frontal al estado de cosas (en lo literario y en algunos casos también en lo social), es decir: lo antitético al anticuario. Haroldo de Campos definió como “antilibro” el Serafim Ponte Grande (1934) de Oswald de Andrade, una prosa experimental, exploratoria y multigenérica. Apollinaire firmó un manifiesto titulado L’Antitradition futuriste (29 de junio de 1913). Tendríamos el Libro del desasosiego de Pessoa, categorizado por Richard Zenith para la edición portuguesa de Assírio & Alvim (1998) como “anti-libro”, y se sumarían con gozo los Antipoemas (1954) de Nicanor Parra y los Textos y antitextos (1970) de Fernando Millán. Y añadamos el concepto de antinovela, de numerosa bibliografía[2], por lo que mencionaremos uno solo de sus ejemplos, la Rayuela de Cortázar. Y aunque Rayuela no es el modelo —al menos no el mío, quiero decir— de lo que sería una vanguardia actual, no está de más recordar, como hizo Alan Pauls en su momento, que el propio Cortázar definió su obra en una carta como “una antinovela, la tentativa de romper los moldes en que se petrifica ese género (…) Quiero acabar con los sistemas y las relojerías para ver de bajar al laboratorio central y participar, si tengo fuerzas, en la raíz que prescinde de órdenes y sistemas”[3]. En efecto, una novela experimental debería ser un laboratorio de la novela y de la lectura y antilectura de novelas, un lugar dedicado a la práctica del ensayo-error interminable donde el autor pone a prueba otras formas y semánticas (innovación), o las mismas formas y semánticas con otras combinaciones o desde otras perspectivas (experimentación), en aras de abrir —y abrirse— puertas expresivas, para que el cansino fin de la novela sea sólo el fin de quienes dejaron de leerla.

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[1] Michèle Petit, Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura. México D.F.: Fondo de Cultura Económica 1999, p. 149. Traducción de Rafael Segovia y Diana Luz Sánchez.

[2] Ver un resumen bibliográfico en M.ª Ángeles Chaparro Domínguez, “El concepto de novela y antinovela en La varona. Antinovela, de Francisco Contreras Pazo (1975)”, Lectura y signo, n.º 8, vol. 1, 2013, con aproximaciones de Sarraute, Sartre, William Gass o John Barth, entre otros.

También se puede leer el artículo de Juan Goytisolo “Las antinovelas”, en Babelia de 01/12/2014: https://elpais.com/cultura/2014/11/27/babelia/1417090781_192501.html.

[3] J. Cortázar, carta a Juan Bernabé citada en Alan Pauls, “¿Qué hacer con la gente vulgar?”, Cuadernos Hispanoamericanos, n.º 772, octubre 2014, p. 5.

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Por qué la literatura experimental… en El Plural

Israel Paredes reseña Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez, en El Plural:

Ensayo sobre la literatura experimental y la narrativa

‘Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos’, de Ben Marcus, editado por Jekyll & Jill

Para el número 2002 de The New Yorker, el escritor Jonathan Franzen, autor de Las correcciones y Libertad, publicó el artículo ‘Mr. Difficult: William Gaddis and the Problem of Hard-to-Read-Books’. En él, el escritor norteamericano cuestionaba cierta literatura, de índole experimental, como elitista en cuanto la supuesta dificultad que impone al lector a la hora de adentrarse en sus páginas y comprender tanto el texto como sus posibles subtextos. Gaddis se convierte en el blanco de las críticas de Franzen que, por supuesto, antepone un modelo de literatura narrativa que él mismo representa, al menos, en su obra posterior a Las correcciones: como Ben Marcus recuerda en su texto, Franzen comenzó como escritor, precisamente, con modelos más experimentales sin tener demasiada repercusión.

Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, editado por Jekyll & Jill, recupera el texto que da nombre al libro y que Marcus publicó en el número de octubre de 2005 en Harper’s Magazine. Lo completa, cerrando el libro, He escrito un libro malo, que Marcus publica en la edición digital de McSweeney’s, el 14 de marzo de 2002, y un intersuelto a cargo de Rubén Martín Giráldez, quien recupera algunas otras colisiones entre escritores en términos similares a los que se plantean entre Franzen y Marcus.

El texto de Marcus, brillante, no se trata de una simple contestación a Franzen, sino una recapacitada reflexión sobre la dicotomía entre cierta idea de realismo narrativo y experimentación. “La idea de que la realidad sólo puede ser representada por cierto tipo de atención narrativa es un argumento desesperado implantado por los propios realistas, que parecen haber decidido que cualquier desvío de su enfoque de probadísima eficacia a la hora de representar las vidas y las mentes de las personas supondría correr un riesgo” (págs. 21-22), comenta Marcus al poner en relieve la posibilidad de que desde otras formas narrativas se puede representar literariamente la realidad con el mismo, o parecido, compromiso con lo real. No se trata tan solo de describir lo real con precisión y reconocimiento de que aquello que se lee reproduce nuestro mundo, sino de dar forma a este desde lo literario.

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Marcus, en momento alguno, plantea que la narración más convencional se encuentre en crisis como vehículo para la ficción, pero sí plantea el enriquecimiento cultural y literario gracias a la convivencia de otras formas de escritura más experimentales, que juegan con las armas de la literatura como lo pueden hacer otras artes. Por ejemplo, la pintura figurativa y la abstracta. Para Marcus lo experimental es otro camino para la comprensión de lo real y no solo, como propone Franzen, juegos estilísticos incomprensibles, escrituras onanistas sin más fondo que su propia ejecución.

Pero sí cuestiona aquello que anida, convenientemente, en el texto de Franzen. Por un lado, el uso de una reflexión para asentar su modelo creativo como único, como popular, como aquel que es leído por los lectores que encuentran en autores como Gaddis o el propio Marcus, escritores difíciles. Para Marcus, y con razón, la postura de Franzen sí es elitista en el momento en que decide qué puede o qué no comprender el lector, considerando que a este se le debe entregar textos organizados desde unos postulados literarios reconocibles, cómodos, que creen familiaridad y menos exigencia. De esta manera, Franzen expone qué se debe escribir y, por tanto, qué se debe leer. Postura, para Marcus, desde luego peligrosa dada la posición que ocupa Franzen y dado el sistema editorial y de marcado actual. Así, en sus últimos párrafos, Marcus concluye: “A lo mejor la literatura consiste en luchar por la supervivencia ahora que los poderosos expertos han declarado un alto al progreso artístico por considerarlo pretencioso, alienante y malo para el negocio” (pág. 65).

En definitiva, un texto relevante más allá de sus dos protagonistas en cuanto a lo que puede proponer al lector para reflexionar sobre ciertas coartas culturales, sobre la necesidad de no encapsular la creación en etiquetas, sobre lo imperante que resulta recuperar, si todavía es posible, la literatura como terreno, incluso desde lo narrativo más convencional, para el experimento, para buscar otras formas de expresión que relaten y narren la realidad.

En Mis pinitos en pedantería, Rubén Martín Giráldez, propone un repaso a precedentes tanto españoles como internacionales a la polémica Franzen-Marcus, mostrando que, en verdad, estamos ante un caso para nada novedoso y que recorre la historia de la literatura de manera transversal. Lo cual nos hace pensar que, quizá, estemos ante una problemática de difícil, puede que imposible, resolución. Y que, bien asimilada, incluso, puede verse como motor dinámico para impulsar distintas formas de creación que creen un ecosistema literario rico en propuestas. Salvo que las posiciones tengan un mero componente comercial y de mercado.

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Adrià Pujol escriu sobre el llibre Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición…

La Llançà

 

Adrià Pujol escriu sobre el llibre Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, seguido de Unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez, a  el diari cultural de El Nacional:

He xalat com un senglar al fang tot llegint el petit assaig que, agafeu aire, es titula Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus (Jekyll & Jill, acabat de sortir del forn). Traduït pel cerdanyolenc (com sona) Rubén Martín Giráldez, un altre escriptor que de propina es marca un epíleg titulat Pinitos en pedanteria, tan llarg com l’original i, de tan sucós com és, us el recomano amb el fervor del devot sense ulls.

 Posem-nos en situació, de manera per força sumària. L’any 2002 l’escriptor-gegant Jonathan Franzen publicava un article-assaig a The New Yorker, titulat Mr. Difficult: William Gaddis and the problem of hard-to-read books. Alarmat pel paper cada vegada més desinflat de la novel·la realista en el manglar del consum cultural, Franzen carregava contra el suposat esnobisme de la literatura difícil, o experimental, o irrealista, del seu antic ídol, l’escriptor William Gaddis. Els afeccionats a la psicologia literària també hi van veure un intent desesperat per espolsar-se de les espatlles la pols del cadàver del seu amic David Foster Wallace. En resum: Franzen veia una petulància vasectomitzadora i una manca de consciència gremial, i sobretot una deslleialtat envers el lector, en aquelles obres feixugues, pynchonianes, de mal demble i de mil pàgines, que tanta fortuna han fet als USA de la mort de Joyce ençà i que tant agraden a Harold Bloom. També segons Franzen, vivim en l’era de l’entreteniment i si la novel·la (el llibre) vol competir en aquest camp, amb les pel·lícules, els videojocs i la televisió escombraria, no té més remei que fer-se conservadora i convencional, tornar als grans motlles de Tolstoi i Flaubert i Nabokov i altres monstres. Enllà d’això, Franzen apuntava que hi ha dos models de novel·la (o de literatura) des dels quals escriure. El Model d’Estat (o Estatus) acotxa les obres escrites pels genis impermeables, de vegades obscurs i una mica pedants, que suen del lector com quan el gat es desentén del ratolí mort, però que en el fons acaben fent part del cànon estès, a còpia de mestratge i del buldòzer autoritari de l’artista consagrat. El Model del Contracte, en canvi, engloba escriptors que es deuen als seus lectors, ja siguin dos i mig, ja siguin un estol ingent que fa cua quilomètrica el dia de les signatures. No li faltava raó, tanmateix a Frazen, però li sobraven retrets, perquè venia a dir que si els escriptors volien salvar la literatura (o la novel·la) havien de remar pel Contracte i deixar-se de l’Estatus –enllà que també insinués que al lector l’últim que se li ha de demanar és l’esforç de la lectura.

L’any 2005 Ben Marcus publicava la rèplica a Franzen, al Harper’s Magazine, ara traduïda i ampliada, us deia, per Martín Giráldez. Marcus, sorneguer amb guant de seda, li diu a Franzen que la literatura experimental (quin altre bateig, per cert) no competeix amb la literatura convencional. El problema de fons, rebla, és que tan l’una com l’altra s’han de fer amb rigor, carregats els escriptors d’ambició i d’alegria artística. Que Franzen, remata Marcus, aspiri a ser, de fet ho és, un súper-vendes al guinyol de l’entreteniment de masses, és legítim i és positivament amè. Però que ho sigui contra els llibres titllats de difícils és ridícul. Marcus, i Martín Giráldez n’és un exemple, defensa els escriptors que treballen amb el llenguatge, que trastoquen la càbala dels mots per afillar experiències lectores diferents. Si bé és veritat que la jovenalla, una part, s’apunta al frasisme i a la retòrica borratxa de si mateixa, això no treu que no sigui una base d’operacions per fer alguna cosa de profit. I la novel·la convencional no ha de patir per aquests gambirots, sempre que sigui feta des del rigor, l’esforç, tot allò.

Temptat, doncs, de portar aquest debat, tan americà, de mercat tan gros, a Catalunya, i subratllat l’epíleg de Martín Giráldez, que trasllada amb esveltesa la dissensió i la calca a la tradició castellana, he pensat coses. He pensat que la Marina Porras hauria afinat més el seu article de crítica cultural sobre el llibre no-llegit del Toni Soler, un autor que de manera clara aposta pel Contracte en la seva variant més diàfana i que vendrà més llibres que no pas alpinistes han mort escalant l’Everest, lluny de si l’obra, jo no en dubto, i la Marina Porras tampoc, està treballada i té mèrit. També he pensat que Marta Rojals i Melcior Comes, que també aposten pel Contracte, ens acaben d’oferir dues novel·les convencionals, treballades a pic i pala, poc experimentals, més clàssiques que els panellets de Tots Sants, i malauradament eclipsades pels focs d’artifici, d’una banda, dels que es dediquen a marejar la perdiu retòrica i, per l’altra, per les prebendes dels mediàtics com Víctor Amela, Lluís Llach, Pilar Rahola i Alfred Bosch, autors d’una novel·lística medusomental, estovada i flàccida a la manera d’una gelatina innòcua, insípida i de marca blanca. He pensat queMax Besora i Josep Pedrals no fan ombra ni a Eva Baltasar ni a Marta Orriols, i que Gàlvez Casellas i Raül Garrigasait, cadascun per on l’enfila, conviuen en un sistema literari petit, xiroi, i de provada supervivència.

Dit d’una altra manera, de moment sembla que no ens podem permetre el luxe de contemplar franzens i marcus a l’aranya i estiracabells, però, si més no, entre els com si diguéssim nounats celebrem la iconoclàstia de Martín Giráldez, la circumspecció de Tina Vallès, la urbanitat catacúmbica de Martí Sales, la violència treballada de Jordi Dausà i l’intrauterisme fulminant d’Anna Carreras, la fredor intel·ligent de Víctor Garcia Tur i la contenció hermenèutica de Joan Todó, les pagèsiques sociològiques de Llucia Ramis i les peruchades de Damià Bardera. Tot arribarà.

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Entrevista a Rubén Martín Giráldez en The Objetive



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Anna María Iglesia entrevista a Rubén Martín Giráldez con motivo de la publicación de Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, seguido de Unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez, en The Objetive:

Rubén Martín Giráldez: «Hasta qué punto se puede respetar a un escritor que se abstiene de escribir algo porque no toca»

¿Cómo definir Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, seguido de Unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez? Hay momentos en que una debe reconocer su incapacidad de resumir este brillante, paródico y crítico diálogo entre Marcus y Martín Giráldez, entre dos autores que provenientes de campos literarios distintos proponen ¿un ensayo? ¿un panfleto político? ¿una diatriba literaria? De lo que no hay dudas es que reflexionan sobre el lenguaje literario, sobre la literatura como obra compleja -¿quién dijo que leer tenía que ser un mero y fácil pasatiempo?- y como ambición.

“Mis pinitos en pedantería” puede leerse como una apostilla, como un comentario al texto de Marcus, pero también se puede leer como un complemento al proyecto literario Magistral, con la diferencia de que aquí quien habla eres tú y no un narrador.

Lo veo como parte de un currículum del que también formarían parte traducciones como ¡Despidan a esos desgraciados!, de Jack Green, el libro bilingüe con Adrià Pujol Cruells El fill del corrector|Arre, arre, corrector publicado hace unos meses por Hurtado & Ortega y otros asuntos que se trae entre manos Víctor Gomollón, el editor de Jekyll & Jill. Es mi manera de entender la autoficción o como queramos llamarlo. Faltan los diarios, para darle unidad a todo eso (la unidad igual es otra categoría de ésas que nos imponemos un poco automáticamente, ahora que lo pienso), todo se andará.

Cuando te entrevisté con ocasión de Magistral me comentaste: “El juego de palabras te lleva al concepto, te lleva a decir lo que quieres decir y a definirte como autor”. Estas palabras bien podríamos aplicarla a “Mis pinitos en pedantería”.

Creo que ya por entonces andaba picoteando los varios libros de ensayos de Gass, pero él lo decía mil veces mejor, claro (y eso que lo dijo de varias maneras, todas certeras): “Hasta el hecho de anotar estas pocas líneas me hace consciente de un ritmo emergente, un patrón de repeticiones, y en consecuencia de una atención a lo escrito que medirá qué escribir, como si las primerísimas palabras fuesen semillas en las que ya se prefigura la planta que será […] las ortigas que formarán, las alergias que terminarán exacerbando. Es decir: la oración busca su forma satisfactoria”. Imagino que en este panfletito, a diferencia de Magistral, opto por no manipular apenas al lector y plantear la relación técnica/naturalidad y las alergias que suscita, tomando como punto de partida el texto principal, que es el de Marcus.

Volviendo a la primera pregunta, ¿hasta qué punto suscribes lo afirmado por Samuel R. Delany: “no existe el contenido, sino el estilo”?

Pues tiene su dosis de boutade y despropósito, necesaria para lograr el objetivo primero de cualquier diálogo: la seducción (¿y la comunicación?, ¡la comunicación luego, cuando te acabes la seducción!), y eso al final casi confirma la sentencia y la hace verdad: la forma ha hecho aflorar el contenido. No lo sé, me hace pensar en el término bodacious, mezcla de bold y audacious. Pero soy consciente de que ésta es una pregunta de fácil (y múltiple) respuesta para los entendidos. En realidad, Mis pinitosaprende, avanza, recula y se equivoca obscenamente en público. No llego a conclusiones firmes y, si las hay, es probable que no las suscriba dentro de cinco años. Sería pavoroso no cambiar de opinión, por otra parte.

Dice Guyotat, tal y como citas en tu texto: “Cuando escribo, tengo la totalidad de la lengua francesa en el oído”. ¿Le pasa lo mismo a Rubén Martín Giráldez?

Qué más quisiera yo. No, mis conocimientos son muy limitados, olvido lo que leo y aprendo despacio. Me resultaría muy útil y hasta agradable ser un intelectual o ser capaz de hablar con solvencia de la materia que me interesa, pero el caso es que mi cerebro no funciona así. Me he criado entre nativos de un idioma humano para el que todavía hoy a los cuarenta años no he adquirido ni fluidez ni liquidez. Lo que sé o lo que creo saber lo sé durante un rato y si no lo escribo se disipa.

Eduardo Lago sostiene que Franzen representa “una manera de abordar la creación artística que tiene en cuenta las exigencias del mercado, cuya influencia sobre la creación literaria es peligrosamente decisiva”. Marcus añade un duro ataque al Franzen crítico literario. ¿Ambas críticas responden a la misma lógica?

En los dos casos es un Franzen que tiene como interlocutor mental a un lector a quien considera menos inteligente que él. Ahora nos da la sensación de que siempre nos ha querido hacer pasar el forraje por caviar, pero fíjate que hace unos años nuestra percepción (o la realidad) era la opuesta, incluso para el mismo Eduardo Lago, que decía de Las correcciones: “Lo fascinante del caso es que la buscaban porque estaban deseosos de aceptar el reto que les planteaba su lectura. Para cientos de miles de hombres y mujeres, enfrentarse a un libro así suponía la posibilidad de reencontrarse con algo que los nuevos tiempos parecían haber borrado de su horizonte vital: la buena literatura”.

El dilema Franzen-Marcus o Franzen-Escuela de la dificultad tiene un precedente en la diatriba John Gardner-William H. Gass. ¿Qué está verdaderamente en juego, sobre todo para Gardner y Franzen, una manera de hacer literatura o la ocupación de un lugar de privilegio en el espacio literario-editorial?

Diría que en el caso de estos dos autores había más honestidad literaria (aunque Gardner se recreaba un poco o mucho en sus desdenes) que en el caso de los franzens y franzenas. Seguramente, el que está en el lugar del califa después de no haber sido califa es más ansias que el que quiere ser califa en lugar del califa. Hay que ser comprensivos con los nuevos pontificadores y darles un margen para que lleguen a ser viejos pontificadores, piensa que van a dedicar toda su carrera a vetar la sucesión a su puesto. Tiene que ser agotador. Dicho esto, yo he disfrutado bastante con los ensayos de Franzen. Por otra parte, cabe preguntarse si esa honestidad grialesca ideal de quien busca el arte sacrificando la aceptación no tiene una parte de pura vanidad.

En este sentido, como tú mismo apuntas, ¿se confunde la pontificación (¿de la crítica y de la academia o también del mercado?) con la pertinencia?

Mi parte en el libro tiene que ver más con el género de la confesión que con el de la denuncia. Me propongo recitar mi bagaje para vergüenza pública, para no poder volver a echar mano de él sin que me pillen en falta. En el punto que comentas me pregunto si la solemnidad que proverbialmente atribuían los herméticos a su vocación no la ha usurpado hoy el escritor de oficio y tramita, mientras que el escritor de la tradición rival, el retórico, se percibe y se reseña como una especie de malabarista. Cuidado que me cito: “autores antiestetas y antiintelectualistas que empiezan a ser identificados por los lectores y por la crítica como abanderados de una literatura original o ambiciosa”.

¿El elitismo literario ya no tiene que ver con una defensa de una supuesta alta literatura sino con una defensa de una literatura que abra las puertas al estatus dentro del campo editorial, periodístico o académico?

Según el ensayito de Marcus, el elitismo literario no defiende la alta literatura sino que acuña y decide qué es alta literatura. Por lo tanto, por definición, las escritoras y escritores al margen, subversivos cada uno en función de sus capacidades e intereses (claro), no pueden conformar una élite. Pero tampoco vamos a darle tintes legendarios, simplemente cuesta más convencer a una editorial con un libro escrito en una lengua inhabitual. Se entiende. Si la editorial supiese convertir lo desafiante en comercial no dudaría, pero el noventa por ciento de la crítica hablará de malabares y “artefacto literario” (que me perdonen los usuarios de la fórmula). Recuerdo que Adrià Pujol describió El fill del corrector como «un libro extraño, un libro de leer».

En el “prolologuito” de El fill del corrector afirmas que “una época distinta exige no solamente palabras distintas, sino también pensamientos distintos”. ¿Hasta qué punto estas palabras define tu proyecto literario?

No del todo, porque el “prologuito” es una serie de retales de Feijoo, D’Ablancourt, Chapelain y hasta Deleuze, más bien una broma para introducir el tema de la belle infidèle de un zurdazo.

Si El fill del corrector es una “meditación sobre la idea misma de narración en traducción”, ¿podemos decir que el texto de Marcus y el tuyo son una meditación sobre la idea misma de narración y que ambos libros son un diálogo, dos textos que, en realidad, son uno que ensayan sobre la narración y su lenguaje?

Seguramente esa sensación se debe a que el intersueltito, en origen, tenía que ser una breve entrevista a Marcus que quedó en el aire por falta de tiempo. De manera que, sí, algunas de las interrogaciones que se dejan caer van dirigidas a él y ahora se trasladan al lector o a mí mismo, que en este texto en concreto prácticamente somos la misma persona.

“La industria literaria pasa por demasiados apuros económicos como para conceder un premio tremendamente visible a un libro ignoto y poco reseñado que es más lírico que narrativo, más cerebral que sentimental”, escribe Marcus. Y tú te preguntas “cómo se presenta una obra de literatura criada fuera de la convención” a un público general, ¿cabría preguntarse cómo presentar dicha obra a un sistema que castiga la ambición literaria?

Me da que la única posibilidad de prevalecer por un rato (en una mesa de novedades, en unas pocas mentes, en unas pocas reseñas) es aprovechar la ventana de un posible raro literario exigible por cuota. Imagino que los puestos necesarios son escasísimos y, de hecho, decir necesarios ya es exagerar, supongo que hablamos más bien de un poco de sal comercial… Y luego intuyo que raro es mejor que ambicioso, porque lo primero se puede ser sin lo segundo. No lo tengo claro, ya digo que me parece que todo es una cuestión de manipular percepciones: si se pudiese o interesase vender lo no convencional, el periodista es el primero que agradece que facilites un titular potente, y lo mismo la editorial, si le das pie a redactar un texto de contra atractivo. Y de nuevo es una falacia, porque lo convencional es el oxígeno y lo no convencional el dióxido de carbono, se van intercambiando el puesto.

Antes hablábamos del precedente norteamericano del debate Franzen-Marcus, ¿podríamos decir que, en parte, su versión española sería Montero-Benet -aunque habría que citar también a Ferlosio-, poniendo el acento en el realismo?

Bueno, mi excursito en principio se centraba en una sección que llamé «querulomanía ibérica» y que trataba las pendencias entre autores, pero acababa quedándose en el chascarrillo. Fue Eloy Fernández Porta quien me dio la referencia del debate entre Montero y Benet, que me pareció que servía para justificar un poco por qué le dábamos un texto norteamericano de 2005 al lector de 2018… un contexto.

Me gustaría preguntarte sobre la llamada “tradición rival”, donde conceptos como “vanguardia” o “experimentación” se han pervertido en nombre de una condena de la “pirotecnia verbal”.

Pues ahí me parece que sólo puedo citar el parrafito de Sukenick, que yo diría que es aplicable para los restos: «No escribo con una intención de vanguardia, y desde luego no escribo con una intención experimental, y desde luego no escribo con una intención alternativa. La cosa viene de una tradición rival, mucho más antigua y mayor que la tradición de la novela realista, que no comenzó hasta el siglo xviii. En cambio, estaotra tradición podemos situarla si nos remontamos a la épica, a Ovidio, a Rabelais, e incluso a los inicios de la tradición realista, a Laurence Sterne, y a Diderot, etcétera. […] Por un lado, la tradición de la lógica, que tiene que ver con el creciente predominio de la lengua escrita. Por el otro, la tradición de los retóricos, que es antitética, autocontradictoria y voluble. No la llamaría antilógica, exactamente, pero no presenta la misma lógica silogística basada en ideas filosóficas y definiciones. Es una especie de inteligencia improvisacional basada en cómo pensamos y hablamos más que en cómo leemos».

“Lo difícil es cuando las narrativas están todas cortadas por el mismo viejo patrón. Eso sí que es malo para la literatura y tal vez por eso la literatura lucha por sobrevivir, porque se confunde el compromiso con la ambición, y uno prefiere unirse al grupo a mantenerse al margen”, escribe Marcus. La literatura española, ¿ha preferido unirse al grupo? ¿El auge de la autoficción o de determinados géneros es ejemplo de ello?

No creo que arrimar ascuas y sardinas sea un signo de los tiempos sino un signo humano. Habrá libros que se escriban porque te lo pide el cuerpo y otros porque te lo pide el corpus, pero también, de vez en cuando, debe de darse el caso de que coincidan las dos intenciones, digo yo. Existe una literatura acertada, correcta, sin duda. Hay que preguntarse quién quiere hacer, leer o fijar una literatura correcta, adecuada. Y para qué sirve. Quién vela por ello y con qué intenciones. Particularmente, a mí la autoficción me parece un terreno riquísimo que ni mucho menos ha dado ya todo lo que tiene que dar. Conviene hacer con eso algo un poco inimaginable, digamos. Tampoco tengo la sensación de que sea una moda, yo no creo que hubiese nacido cuando se empezó a hacer. Me da, más bien, que está de moda decir que la autoficción, lo memorialístico o el diario de escritor se mueren, quizás en espera del revival de la muerte de la novela. Lo que sí parece es que hay un cansancio general con ese género. Pues barbecho. Creo que Marcus viene a decir esto mismo, que no sabe hasta qué punto respeta a un escritor que se abstiene de escribir algo porque no toca.

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Rubén Martín Giráldez

Entrevista a Rubén Martín Giráldez en Alicante Plaza



Eduard Aguilar entrevista a Rubén Martín Giráldez con lo motivo de la publicación de Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez, en Alicante Plaza.

Rubén Martín Giráldez: «Del despropósito a la genialidad va un paso»

giraldez-web1_NoticiaAmpliada1/11/2018 – ALICANTE. Hay toda una corriente de opinión entre la crítica literaria que abomina de los libros con título largo, la mayoría de los editores siente que un escalofrío les recorre la columna cada vez que se encuentran encima de la mesa de trabajo un tocho en cuya portada parpadea como un luminoso una frase de más de una línea, no digamos si contiene, además, alguna subordinada. Luego están los amantes de la retórica bien empleada. Este es el caso del zaragozano Víctor Gomollón, que se ha atrevido a soltar a los perros de la crítica una pieza con el título más largo de los últimos tiempos: Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos de Ben Marcus con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez. Y mira por dónde, esta osadía le está sirviendo para que se convierta en una de las sensaciones editoriales de la temporada.

Víctor aceptó, sin pensarlo mucho, la propuesta de Rubén para publicar su traducción del texto de Ben, según reconocen ambos contendientes, tal y como nos explica el segundo:  “El artículo (de Ben Marcus) lo leí allá por el 2010 al enterarme de que era una respuesta al «Mr. Difficult» de Franzen, del que había rastro en el minilibro que publiqué por entonces con Alpha Decay. Víctor tenía ganas de plantear una colección de ensayo y le propuse este Why experimental fiction… Lo imaginábamos como un librillo fino y compacto, con unas páginas mías al final, pero al hablar con Ben Marcus se me ocurrió que quizás podíamos añadir una entrevista con varios excursos como anexo. No acabó de cuajar como entrevista,  así que vimos la posibilidad de redondearlo con el artículo He escrito un libro malo. El resultado se puede encontrar ya en las librerías, como el primer título de la Colección Fontanela de la editorial Jekyll & Jill: La colección Fontanela aparece en la época de la perversión del término ‘librepensador’ a manos de los defensores (a veces involuntarios) del pensamiento único, y se dirige a lectores dispuestos a hacerse una biblioteca que no confunda las nociones de dúctil y dócil.

En estos tiempos de intertextualidades, Martín Giráldez se ha cascado un texto de ortodoxia académica, plagado de citas en texto y envíos a pie de página, él, que se autodenomina autodidacta intitulado, así es que además de mantener con él una conversación virtualizada, no hemos podido resistir la tentación de robarle una de las cita y colocarla como envío cruzado… a pie de página1.

En 1997, los físicos Alan Sokal y Jean Bricmont publicaron el resultado final de un experimento con bastante de juego, y le dieron el nombre de Imposturas intelectuales. En él denunciaban el uso intempestivo de terminología científica y las extrapolaciones abusivas de las ciencias exactas a las ciencias humanas. Arreaban a diestro (Lacan) y siniestro (Kristeva). ¿Parte del rechazo al experimentalismo literario puede venir de ese componente de impostura?

Si no recuerdo mal, Sokal admitía no conocer «más del 10 por ciento» de la obra de los autores que se propuso desenmascarar. Cosa comprensible, porque hablamos de varias decenas de miles de páginas de ámbitos diversos. Pero el positivismo, en última instancia, da buenos resultados para escribirse un número de stand-up (que a lo mejor es lo que hago yo en pinitos, no diré que no).

Vamos, la querella entre ciencia y metáfora o la física y las humanidades por ver cuál se erige en verdad absoluta. Igual que en La desfachatez intelectual de Sánchez-Cuenca o La mala putade Dalmau, se puede acabar incurriendo en el pintoresquismo. Que no es necesariamente malo, aunque tampoco riguroso.

Claro, del despropósito a la genialidad va un paso, y como solemos tener dos pies, a veces los dos pasos los da la misma persona. Y por eso es más comprensible aún el temor a la tomadura de pelo, a que el autor nos esté tangando en público. Los resultados del experimento literario (a diferencia de lo que ocurre en el campo de la ciencia) los anuncia no el experimentador sino el crítico, así que conviene imaginar que el autor, cuando hace bien su trabajo, es un manipulador. ¿Y a quién le gusta sentirse sujeto experimental?

Leer Botones blandos de Gertrude Stein o ver Holy Motors de Carax puede ser un auténtico coñazo según la disposición de cada cual.

Trobar clus vs. trobar leu, oscuridad vs. luminosidad, lógica vs. retórica, realismo vs. experimentalismo, tradicionalismo vs. metaficción, culteranismo vs conceptismo… el combate viene de lejos, ¿no?

Claro, y la querelle des anciennes et des modernes, y lo de prima la musica e poi le parole. Ya no veo productivo ese debate, porque hablar en términos de realismo versus experimentalismo en una época en que ya no existe el realismo… ¿cuánto rato duró el realismo y cuánto hace de eso?, a mí me cuesta distinguir el Wilhelm Meister de La educación sentimental del Tristram Shandy, llegados a este punto.

El propio Ben Marcus decía en 2011 en la revista HTMLGIANT no considerarse un escritor experimental: «Supongo que he visto usar el término de maneras tan polarizadoras y despreciativas que ha dejado de hacerme gracia. Para mí ha perdido su carga, y la verdad es que ya no tengo ni idea de a qué puede hacer referencia».

Si nos atenemos a lo datos registrados y los reseñados por los historiadores de la lectura, la afición lectora ha sido minoritaria desde los tiempos del tito Platón y sus gruñidos contra la fijación textual. ¡Pero si la lectura en sí ya es un acto elitista!, la gente siempre ha preferido aprender o entretenerse con algo menos lesivo para el cristalino.

Ahora que lo planteas así, se me ocurre que tanto en los textos de Marcus como en el mío la noción de élite de la que abominamos es la que se quiere sinónima de «exclusivista». La literatura es minoritaria por definición en nuestros días, ningún problema. Probablemente, los auténticos enemigos de la lectura sean el trabajo y el gobierno (no digo el dinero, porque el dinero es un ente sin maldad ninguna, pobre, generalmente hace lo que le dicen que haga con tal de comunicarse, igual que los idiomas), por lo menos en mayor grado que el entretenimiento.
¿No estaremos llevando un poco lejos los conceptos “el lector como cliente” y “ el cliente siempre tiene la razón”?

Pues no creas que no me parece divertido… es casi lo mismo que decir «el lector como autor» o «el lector como obra», y ahí la cosa se pone más interesante.

Al final, ¿todo esto es ideología? ¿Una lucha en el más puro estilo darwinista (wallacista si nos hemos vuelto furibundamente tomwolfianos, ahora que el de Virginia solo se aparece el Día de Difuntos) por decidir “qué legamos por medio de garabatos”?

Inevitablemente, me temo. Es fácil acabar siendo esclavos de lecturas y de cánones, por muy personales, exclusivos y poco ortodoxos que nos esforcemos en construírnoslos. En mi caso, además, lastrados por una conciencia de clase, la inevitable reflexión sobre las propias limitaciones heredadas y generadas, sobre las oportunidades inexistentes, desaprovechadas, perdidas, a destiempo, etcétera.

Por cierto, empiezas tu excurso con una captatio benevolentiae… ¿era necesario o forma parte del juego?

En las novelas suelo hacer lo contrario: el narrador escupe sobre la más mínima posibilidad de congraciarse con el lector. Esta vez me proponía abandonar un poco la mascarada, pero al final creo que no lo logro, porque es difícil confesar al lector en un estilo llano y desde el principio que no tienes autoridad. La elección del título «Mis pinitos en pedantería» ya es reveladoramente capciosa y manipuladora. Pero luego considero que es una piececilla escrita para exponer la escasez de mi bagaje y prohibirme recurrir de nuevo a él. Me planteo que, ya que la naturaleza no me ha dotado de complejos, esquivaré el riesgo de caer en la petulancia con la voluntad firme de no engañar.por-que-coverok

 1 “De niña le prestaba muy poca atención al nombre de los autores; eran irrelevantes; no creía en los autores. Para ser completamente sincera, así sigo. No creo en los autores. Un libro existe, está ahí. El autor no está ahí -un adulto al que jamás conoceremos-, igual incluso está muerto. Lo que es real es el libro. Lo lees, entablas una relación con él, trivial tal vez, o tal vez profunda y duradera. Mientras lo lees palabra por palabra y página por página participas en su creación […]. Y, según vas leyendo y releyendo, el libro participa, evidentemente, en la creación de ti misma, de tus pensamientos y sentimientos, en el tamaño y el temperamento de tu alma. ¿Dónde entra aquí el autor? Como el Dios de los deistas del siglo XVIII, sólo al principio. Mucho tiempo atrás, antes de que el libro y tú os conocieseis. El trabajo del autor está hecho, completado; el trabajo en marcha, el acto presente de creación, es una colaboración entre las palabras que están en la página y los ojos que la leen. (Ursula K. Le Guin. The Language of the Night: Essays on Fantasy and Science Fiction, “The Book Is What Is Real”, Putnam, 1979).

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Librería Letras corsarias recomienda Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición…


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«“Esto no es un manifiesto. Es una respuesta a un ataque desde el punto más alto de la cultura del estatus. ¿Qué contrato firmé? No firmé para quedarme quieto cuando un experto populista levanta un muro opaco y dice qué puede ser literatura y qué no”. Olé por Ben Marcus.»

Librería Letras Corsarias, de Salamanca, recomienda Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez.

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Mario Aznar reseña Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición…



Mario Aznar reseña Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez, en su blog Lector Salteado:

Reseñar este libro es trabajo para un artificiero. Ya desde el título queda claro que tanto sus autores —Ben Marcus y Rubén Martín Giráldez— como el editor Víctor Gomollón han querido tendernos una trampa para osos cuyo principal peligro es que nos tomemos la amenaza demasiado en serio. Trataré a toda costa de no caer en ella. A evitar: 1)  Tomarme la propuesta editorial de Jekyll & Jill demasiado en serio. 2) Tomarme los textos de Marcus demasiado en serio. 3) Tomarme el texto de Martín Giráldez demasiado en serio. 4) Tomarme a mí mismo demasiado en serio. 5) Copiar el estilo de los autores para salvar esta reseña. Aunque quizá me relaje un poco y me permita enfangarme y saltar sobre los charcos como si no hubiera un mañana. ¿Acaso lo hay? Esa amenaza que se cierne sobre la edición, sobre Franzen y sobre la vida tal y como la conocemos parece darnos carta blanca para jugar sucio y escribir lo que nos dé la gana, pero eso forma parte de la pirotecnia y al menos hoy no quiero volar este edificio en pedazos.

Con este libro queda inaugurada la colección Fontanela (de fontana. 1. f. Cada uno de los espacios membranosos que hay en el cráneo del recién nacido antes de su osificación completa), con la que Jekyll & Jill nos invita a no confundir las nociones de dúctil y dócil. Un cráneo a medio hacer es, sin duda, la imagen perfecta para figurar una trampa, pues no es difícil identificar en ella una naturaleza fácilmente deformable (dúctil) y una predisposición a la obediencia (dócil). Para no caer en este error hay que leer el libro de principio a fin, pues su estructura fragmentaria es también un espejismo, como lo es, a todas luces, la improbable respuesta al por qué del título.

El libro recoge dos ensayos breves del escritor norteamericano Ben Marcus, autor de la colección de relatos The Age of Wire and String (1995) o de la novela Notable American Women (2002), y un “intersuelto” [sic] de Rubén Martín Giráldez, autor, entre otros, del ensayo Thomas Pynchon: un escritor sin orificios (2011) y de la novela Magistral (2016). Los tres textos conforman un tríptico, a mi parecer, inseparable. Mientras que Marcus —como el auténtico Jekyll de Stevenson— dialoga o combate consigo mismo en dos textos aparentemente enfrentados, el que da nombre al libro y otro titulado He escrito un libro malo, el texto de Martín Giráldez —Mis pinitos en pedantería— es un verdadero excurso huido de la conversación especular de Marcus para venir a parar al mundo del lector. Esta digresión encarna, de alguna manera, el cordón umbilical que nos mantiene unidos a la discusión de Marcus, al mismo tiempo que pone a prueba la tensión de todos y cada uno de sus nervios (y de los nuestros).

Ambos autores cuestionan la pertinencia de una apuesta experimental en la escritura actual, la vigencia del realismo literario, nuestra relación con el lenguaje, la condescendencia y el paternalismo proyectados sobre el lector, o las acusaciones de elitismo que llueven a uno y otro lado de la trinchera. Son cuestiones complejas que tanto Ben Marcus como Martín Giráldez (traductor, además, de los textos del primero) exploran o experimentan sin prometer una definición de manual que nos reconcilie con el género humano, con el mundo de la edición ni con Jonathan Franzen. El libro hace de su puesta en escena la figuración de una manera de leer y comprender la escritura que depara más incógnitas que respuestas, no con la intención de dejarnos sedientos, sino para investigar un concepto de libro que nos exige estar despiertos. Al contrario de lo que pueda parecer a simple vista, no me refiero a la vigilia del sufridor, sino a la del amante que en la cama no puede permitirse sucumbir a un ronquido aletargado, como quieren hacernos creer algunos libros para dummies. En el lado opuesto: “Hay ciertos libros que requieren que seamos lectores, que nos piden que dediquemos un tiempo a frases de todo tipo, y que dan por sentada una avidez de nueva lengua que podría hacer que la noción de ‘esfuerzo’ en la lectura deje de tener sentido”.

Por qué la literatura experimental amenaza… pone en alerta al lector vago y conformista que todos llevamos dentro, no solo para prevenirlo de algunas grandes falacias como la de que los escritores realistas  mantienen una relación privilegiada con la realidad (idea que, según Marcus, “ha permitido que la corriente entera se ablande y se vuelva falsa”), sino también de la que sitúa al escritor experimental —y, de rebote, a su lector— en un pedestal o en una torre de marfil inalcanzables, inhumanamente superior al resto. No. Marcus razona sus argumentos contra esas ideas establecidas cuyos pilares se asientan en un terreno precario y movedizo en extremo, cuando no abiertamente falso, y desmonta el fuerte a hachazos para hacer leña de la que mejor prende.

Los juicios de Franzen, que Marcus desarticula con ingenio y sistema, son muchas veces prejuicios apoyados en un decir general sin fundamento, como la irónica alarma del título que sugiere que la literatura experimental (de práctica insólita, ventas mínimas, lectura minoritaria y crítica casi inexistente) podría llegar a acabar con (¿qué?): la edición, Jonathan Franzen o la vida tal y como la conocemos. Estos argumentos recuerdan demasiado a los que estamos acostumbrándonos a oír a diario por boca de cualquiera para tratar asuntos que van de la destitución de un entrenador de fútbol a la crisis migratoria en Centroamérica. Es la sustitución del debate por la creación del debate, o el motivo de la polémica por la polémica misma. Eso me da por pensar que este libro no habla solo de literatura, sino también de un rigor y una exigencia que saltan fuera de la página. Desde las cubiertas o el lomo, el libro es en sí mismo un juego, pero el juego, para un niño, es lo más serio que existe. 

Marcus escribe que “llamar experimental a un escritor equivale hoy en día a decir que su obra no es relevante, que no es legible y que es agresivamente masturbatoria”, y se pregunta por qué es considerado un experimento el hecho de intentar algo artístico. Martín Giráldez, por su parte, afirma que no puede imaginar “qué clase de persona no estaría a favor de tener la lengua más alta que el culo”. Y es que la oposición entre realistas y experimentalistas roza el absurdo, sobre todo por el miedo a decir de una vez por todas que, si no es de géneros de lo que hablamos, entonces estamos discutiendo sobre textos que son buenos o malos, sobre escritores que son exigentes o escritores que son mediocres y conformistas. Lo mismo con los lectores. ¿Qué es lo que tanto nos asusta? Yo no me avergüenzo de ser un pésimo jugador de curling, porque nunca se me ha ocurrido practicarlo.

Al inicio de su ensayo, Marcus escribe acerca del área cerebral de Wernicke, encargada de la comprensión de la lengua, y habla de ella en sentido figurado para referirse al músculo lector: “Si no leemos, o leemos rara vez, el músculo lector está fláccido y poco ejercitado, y los textos más extraños y exigentes, los singulares desde un punto de vista lírico, los que operan fuera del terreno de la familiaridad, se nos desparraman en un conjunto de palabras arbitrarias, simplemente”. Pero en el mundo literario aludir al cerebro “suena a esfuerzo, y esfuerzo es lo último que se supone que debemos pedirle a un lector”. Todo el mundo entiende a la perfección que si nunca hemos jugado al tenis y nos sueltan en medio de una pista para disputar un torneo internacional vamos a dar un espectáculo penoso (no sin motivos, desde la grada gritaran: ¡vaya tenista de mierda!). Sin embargo, nos cuesta entender que si no leemos a menudo, o si no variamos nuestras lecturas para ganar resistencia o velocidad, cualquier texto será una maraña de palabras sin sentido y nosotros unos lectores de mierda.

No se trata de prestigio ni de escuelas, movimientos o corrientes, ni siquiera de gustos. Es una cuestión de educación, ambición y calidad, de no querer leer más, sino mejor. De entrenamiento, si se quiere, pero el hecho de que todos aprendamos a coger el lápiz en la escuela o a deletrear nuestro nombre nos dificulta la admiración de alguien que lo hace con mayor virtuosismo (no así de quien toca la flauta travesera o es capaz de colar una canasta desde el medio del campo), o incluso de pagar veinte euros por un libro que —en potencia— todos tenemos herramientas para escribir. Puedo imaginar que antes y después de por-que-coveroknuestra lectura se publicarán reseñas que hayan entendido el libro de Marcus como una simple apología del experimentalismo. Se trata de un tema muy viejo, y si esas reseñas hipotéticas estuvieran en lo cierto no solo dirían muy poco de Ben Marcus, sino que estarían revelándose ellas mismas como la claque de un tardío descubrimiento del Mediterráneo. El conflicto que plantea el libro, en todo caso, es que no hay conflicto, o mejor dicho, que los términos en que suele plantearse son más propios de una pantomima (1. f. Representación realizada mediante gestos y movimientos sin emplear palabras. 2. f. Farsa) que de un debate intelectual de la altura que sea.

¿Qué necesidad puede tener un escritor como Franzen de defenderse, en este caso, de la literatura experimental? ¿No es esta una forma de crear un muro contra el que proyectar su propia sombra? ¿Cómo es que la literatura va tan a la zaga respecto de las artes visuales? ¿Cómo desmonta Marcus su propia teoría en un comentario demoledor de su novela más reciente? ¿Cómo es que Martín Giráldez puede comparar —no sin ironía— a William H. Gass y a Rafael Sánchez Ferlosio sin que dudemos de las posibilidades de supervivencia de un Ferlosio actual? ¿Acaso caminamos hacia atrás en una playa, borrando nuestras propias huellas por miedo a que alguien nos siga? Los autores de esta broma tan necesaria plantean un interrogante tras otro y con cada pregunta derriban un tótem o un altar.

Hace falta humor, mucho criterio, un poco de mala leche y demasiada valentía para emprender un proyecto como este. Inexplicablemente, el nuevo libro de Jekyll & Jill se devora con la tensión de un relato policíaco que nos invita a preguntarnos qué buscamos cuando leemos; si cuando leemos, buscamos; o sencillamente si leemos. Quizá radique en esta singularidad su eficacia como declaración de intenciones, ensayo literario, divertimento intelectual, ópera bufa o manifiesto político. Sin duda, se trata de un libro arriesgado que no dejará a nadie indiferente, y que, con suerte, nos hará caer en su trampa. De hecho, llevo un rato callándomelo para no alarmar a nadie, pero huelo a humo, veo escombros y escucho gritos ahogados. ¿Soy yo, o he acabado pisando la mina y ha estallado todo por los aires? Creo que al final me he tomado demasiado en serio la propuesta editorial de Gomollón, los textos de Marcus, el de Martín Giráldez y el mío propio. En ocasiones como esta me entusiasmo como un niño, pero solo estoy jugando. En serio.

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Eduardo Almiñana reseña Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición…



Eduardo Almiñana reseña Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez en Valencia Plaza:

Por qué la literatura experimental amenaza a Jonathan Franzen pero no a Martín Giráldez

La editorial Jekyll & Jill estrena su colección fontanela con un primer libro que es toda una declaración de intenciones, un zarandeo cogiendo de las solapas al lector que cree que siempre tiene la razón

VALÈNCIA. A la literatura la acompañamos en su lento y pesado caminar un microbioma de adláteres necesitados de carnaza que procesar, un enjambre zumbante en el que las categorías se transponen y hoy eres esto y mañana aquello y hoy el asunto clave es uno durante todo lo que dé de sí un hilo de Twitter, que es mucho más rápido y directo que una correspondencia de réplicas y contrarréplicas en revistas especializadas o en artículos de opinión. La literatura avanza, se para, espanta a algunos con el rabo; a veces da un par de pasos eléctricos seguidos en la buena dirección hasta que se vuelve a detener, pero el enjambre, el enjambre no deja nunca de agitar frenéticamente sus alas. Si uno se fija bien, es el propio enjambre el que da forma e insufla movimiento a la literatura, la literatura es el enjambre o mejor dicho, lo útil del mismo con entidad propia. Este fenómeno de simultaneidad permite que un ejemplar vibrante de la nube aporte jalea real a la literatura y excrete desperdicios inútiles a su alrededor. Así, alguien puede contribuir a la buena salud de las librerías con una historia magnífica, al mismo tiempo que invierte mucha energía en generar clasificaciones estériles y supuestas dualidades que en verdad solo existen en la soledad de sus días de leer la página ajena y apretar los puñitos preso de una irresistible y repentina inseguridad.

Le pasa a todo el mundo. Nadie es tan egocéntrico como para no darse cuenta de que por muy bien que lo haga, siempre habrá alguien haciéndolo también muy bien muy cerca; uno puede encajar esto con alegría, celebrando la literatura, o bien frunciendo el ceño y sacando brillo al aguijón. Para esto de asustarse y enfadarse, la fama o el éxito no sirven como profilácticos: al parecer, a Jonathan Franzen su trono no le acaricia el lomo lo suficiente como para no sentir miedo de las hordas de desarrapados experimentalistas que conspiran a los pies del zigurat. A Franzen, los experimentos literarios le dan miedo: ¿qué es todo eso de no escribir como él? Franzen no lo entiende, y poseído por una furia canónica incontenible, arroja sus voluminosos libros sobre los insectos allá abajo, pero por más ejemplares de sus ediciones interminables que lanza y por más insectos que aplasta, los experimentos continúan. ¿Por qué? ¿Por qué no pueden simplemente respetar las estructuras que siempre nos han ido bien?, solloza Franzen. Que me quede como estoy, se dice. Toda la vida se ha hecho así, una palabra detrás de la otra, introducción, nudo y desenlace, personajes con conflictos internos muy humanos, secretos inconfesables, rencillas familiares que subyacen a la normalidad, aspiraciones que se truncan, deseos turbios, episodios claros. Una novela como dios manda, vaya.

Ah pero amigo, a los sucios experimentalistos, la kryptonita de los realistas, no hay forma de meterlos en vereda, y se atreven incluso a publicar artículos y libros enriqueciendo esos artículos, como este Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez que no solo tiene un título que revienta cualquier posibilidad de concisión en las redes sociales, sino que además se ha envuelto en unas cubiertas que recuerdan a las santas colecciones de antaño, de los viejos tiempos, pero oportunamente pervertidas por la mente enferma de algún editor –Víctor Gomollón, de Jekyll&Jill– capaz de arriesgarse a vender algo así. De locos. Realistas contra experimentales, Marvel o DC, Nintendo o Sega, Xbox One o PS4: el que no se deja la piel en un debate que no existe es porque no quiere. Marcus, que participa en dos terceras partes del libro, le da un buen repaso a Franzen. Calidad y fama no van de la mano tampoco ahora en era de followers. Franzen, a tus zapatos: que tú no comprendas a un autor o que no te guste no significa que haya que apilar todos sus libros en la plaza del pueblo de la crítica y prenderles fuego con un espumarajo rabioso.

Con todo y con eso, Franzen es solo una excusa en este primer ejemplar de la colección fontanela, porque PQLLEACDLEAJFYLVTYCLC va más allá de la respuesta de Ben Marcus, va incluso más allá de las gloriosas aportaciones de Martín Giráldez a la cuestión, de su pirotecnia verbal, más allá todavía del punto donde deja al lector la broma final de Marcus, que regresa antes de dar por concluido el libro. PQLLEACDLEAJFYLVTYCLC es un manifiesto político, uno con el que abofetear al lector no solo en sentido figurado. El lector [golpe] no siempre [golpe] tiene [golpe] la razón [golpe final más sonoro]. La lectura no tiene por qué ser un pasatiempo ligero, la lectura merece ser difícil de digerir. Leer no siempre es divertido. “Leer mucho” no te hace un buen lector. Leer muchas páginas no es sinónimo de leer bien. No pidas que la literatura baje de nivel: aprende. La función de la literatura no es entretenerte, y mucho menos entretenerte solo a ti. Las fórmulas de los grandes almacenes que se queden en los grandes almacenes. La profusión de libros no literarios y el mimo interesado de las editoriales a sus clientes -que no a los lectores- ha creado la falsa sensación de que airear un libro de tapa dura unos minutos cada noche o durante un par de semanas en verano te convierte en una autoridad en la materia con derecho a exigir. El lector [preparado] es, como dice Giráldez, una especie moribunda.

El móvil cargando en la mesita de noche -a punto para perder el tiempo fisgoneando stories o algunas páginas de memes antes de dormir- ha asestado un duro golpe al hábito de leer: el golpe ha sido tan fuerte que hasta ha resucitado algo tan improbable como los audiolibros. ¿Escuchar literatura será la solución? ¿Podrán competir los audiolibros con las series? Seguramente no. Pero es que ni la lectura tiene que pelearse con el visionado de series ni hay que ponerle parches al hábito: la literatura es lo que es, y como afirma Giráldez, “no puedo imaginarme qué clase de persona no estaría a favor de tener la lengua más alta que el culo”.

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José Ángel Barrueco reseña Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición…

José Ángel Barrueco reseña Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos de Ben Marcus con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez en  su blog Escrito en el viento:

Los degustadores de rarezas estamos de enhorabuena (y nos las sirven con asiduidad editoriales de riesgo como Jekyll & Jill, Pálido Fuego o Underwood): se reúnen en este libro de exquisita factura dos ensayos del norteamericano Ben Marcus y un intermedio o interludio o «intersuelto» del español Rubén Martín Giráldez. Es el primer número de la nueva Colección Fontanela.
A Ben Marcus apenas se le conoce en España, pese a que Rubén Martín Giráldez trata por todos los medios a su alcance de ser su embajador o el cicerone que intenta convencernos para que lo leamos. Conmigo lo logró hace tiempo, pero en este país (más allá de algún que otro relato en compilaciones) sólo hemos podido gozar de la obra El alfabeto de fuego, maravillosa novela publicada por Catedral y traducida por Milo J. Krmpotić. Marcus es un autor que despliega erudición en el lenguaje y argumentos y estructuras que se apartan de lo convencional; esto le garantiza un lugar entre los menos leídos (sólo para quienes piensan que la literatura es una cuestión de ventas y competencia).
A Rubén ya lo disfrutamos en sus libros Menos joven y Magistral, sin olvidarnos de esa pieza breve titulada Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios, entre otras colaboraciones y textos sueltos. Al igual que sucede con Marcus, a Rubén le interesan el lenguaje y todas las posibilidades del idioma, pero va un paso más allá: en su prosa se multiplican los juegos de palabras, se concede una oportunidad a términos que olvidamos por falta de uso, él mismo se inventa vocablos y expresiones y le retuerce el cuello al idioma como si fuera el Blandi Blub de nuestra infancia: y así lo transforma a su antojo. No es fácil para los lectores de a pie, pero eso no invalida que garantice diversión y malabarismos.
El texto que abre el libro es «Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos», publicado originalmente en Harper’s Magazine allá por el año 2005. Se trataba de la respuesta de Marcus a todos esos ensayos de Jonathan Franzen en los que éste criticaba las obras de William Gaddis o Alice Munro, el primero porque le parecía difícil y la segunda porque no es millonaria en lectores. Tengo que admitir que, como le sucede a Ben Marcus (que da una de cal y otra de arena), a mí Franzen me entusiasma en algunas ocasiones y me repele en otras: me fascinó Las correcciones tanto como me aburrió Libertad, y muchos de sus artículos me parecen asombrosos, pero en otros le puede la soberbia y va de listo. Ben Marcus protesta porque en esas diatribas de Franzen parece que se quedan fuera los autores que no venden, o que son experimentales, o que son arduos para el lector medio. Me parece un texto esencial no ya por el contenido, que también, sino porque constituye un ejemplo a seguir de cómo devolver un golpe sin faltar al respeto al oponente (en España estamos aún a mil kilómetros de esa actitud).
Le sigue «Mis pinitos en pedantería», donde Rubén Martín Giráldez, sin dárselas de catedrático o investigador, nos trae algunos ejemplos de rivalidades entre escritores españoles, y defiende (practicándolo) el ejercicio de la prosa de estilo rotundo y juguetón, con citas de Ezra Pound, Rafael Sánchez Ferlosio, William Gass, Juan Benet y Julián Ríos, entre otros.
La última pieza es un pequeño divertimento de Marcus, una especie de parodia breve de sí mismo titulada «He escrito un libro malo». Me recuerda a ese brillante golpe de efecto de 8 millas cuando Eminem, durante una canción, se mete consigo mismo para cerrar bocas.
En verdad os digo que libros como éstos, tan raros y tan provechosos, resultan necesarios en una industria editorial que ya sólo se guía por etiquetas, número de seguidores en las redes sociales y temáticas de moda. Sí: estoy generalizando, aunque no convenga.
[Jekyll & Jill. Traducción de Rubén Martín Giráldez]

Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición… en PublishNews

Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giraldez‘ es noticia en PublishNews, la nueva plataforma sobre el mundo editorial fundada por Antonio Martín y Carlo Carrenho.

Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giraldez
Jekyll & Jill inaugura su colección Fontanela con un ensayo de Ben Marcus | © Jekyll & Jill

Jekyll & Jill inaugura su colección Fontanela con un ensayo de Ben Marcus | © Jekyll & Jill

La editorial de Víctor Gomollón, Jekyll & Jill, fundada en 2011 es una referencia nacional en la edición arriesgada. Ahora anuncia el lanzamiento de una nueva colección, colección Fontanela, que nace con la publicación, el día 5 de noviembre, de Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos de Ben Marcus con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giraldez. Una publicación tan arriesgada como largo es su título. Y es que este ensayo breve de Ben Marcus se publicó como respuesta a la modificación alarmante del término «elitismo» que elaboraba Jonathan Franzen en un artículo sobre William Gaddis titulado Mr. Difficult. Donde Franzen ve soberbia estéril, Marcus ve una apuesta por burlar el automatismo:«Hay ciertos libros que requieren que seamos lectores, que nos piden que dediquemos un tiempo a frases de todo tipo, y que dan por sentada una avidez de nueva lengua que podría hacer que la noción de “esfuerzo” en la lectura deje de tener sentido»

Completa este discurso el artículo He escrito un libro malo aparecido en la revista McSweeney’s el mismo día que su novela Notable American Women, donde el autor hace un cuco acto de contrición por lo conceptuoso de su propuesta, o lo que podríamos denominar «excesos de escuela». Se incluye, emparedado entre los dos textos de Marcus, un intersuelto a cargo de Rubén Martín Giráldez, que pretende contextualizar —sin vocación exhaustiva ni academicista— el caso español de la querella entre el fablar oscuro y los supuestos beneficios resultantes de borrar el estilo. Guiado, quizás, por propósitos más mezquinos de los que es capaz de disimular, el intersueltista introduce un calzo entre William H. Gass y Rafael Sánchez Ferlosio.

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Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición… en La Opinión de Murcia



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Ruby Fernández reseña el libro Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez, en La Opinión de Murcia.

Repitan conmigo: ser elitista no es contraproducente, es necesario.
Comer marisco con asiduidad es para unos pocos, al igual que leer literatura que requiera esfuerzo. Hay quien dice que al lector no hay que exigirle esfuerzo alguno a la hora de comprender lo que está leyendo. La avidez de nueva lengua es una clara señal de división entre alta y baja literatura (recurrente discusión que se tiene con periodistas de sucesos a los que no les vendría mal leer este libro, aprenderían que la lengua literaria no vale para escribir amarillismo). ¿Pero tan diferente es de la lengua de andar por casa? ¿Tan superior? digamos que es el mejor trampantojo para fijar un mensaje, seducir o incluso para ser feliz.
¿Cuáles son las necesidades de la novela nacional? Estamos ante un algo publicado por Jekyll and Jill basado en el lenguaje y en la intención de este por explicarse y agradar. Entrar en lo experimental ha de ser como comer una langosta, ha de hacerse poco a poco. Con ganas y gracias a un trabajo exhaustivo, que no manierista, conseguir extraer el contenido del bicho. Se necesitan lectores activos, capacitados, con opinión crítica ansiosos por tragar.
Estamos ante una dramatización con dos actores principales (Ben Marcus, complejo y húmedo, no por el lenguaje que utiliza, sino por el interminable número de máquinas que requiere su discurso y Rubén Martín Giráldez , elocuente, barroco, cínico, neologista. Es como montar un mueble de Ikea pero al revés, de más a menos pero siendo a su vez este menos más, (como si a cada tubillón le floreciese la punta y contase su historia) e infinidad de secundarios buscando un mismo final: la literatura, pero recorriendo caminos opuestos. El crítico con necesidad de ventilación u oreo es uno de los papeles importantes dentro de este circo, a este señor se le plantea un tema interesante: ¿Es el escritor contemporáneo capaz de escribir algo con enjundia desprovisto de adornos y adjetivos? (en la literatura no hay futuro según el terraplanista de Meyers, todo outsider es un cometa cultural posmoderno que explotará sin dejar rastro) pero lo más importante ¿tenemos lectores preparados para enfrentarse a esto o ya se los han cargado?.
¿Experimental o tradicional? Prefieres ser un monógamo panfletario con lenguaje adolescente y tener el aplauso del enorme público o romper y experimentar con tríos y ver lo que sale aunque tengas pocas oportunidades al estar en una sociedad conservadora?
Ben Marcus critica la tendencia facilona, lírica, monocroma y realista hacia la que tiende la literatura de surco ordenado. Franzen provisto de azada arremete contra la soja y la quinoa abriendo hueco, luchando contra las malas hierbas que no favorecen el alimento de masas que haría crecer su ego fácil y barato cargado de contrariedad, es el perfecto y estúpido influencer al servicio del Señor. “Hay autores que todavía anteponen la textura a la estructura”, Gass defiende que la literatura ha de estar compuesta por problemas técnicos poniendo a prueba la sinceridad y descubriendo quién es mas competente transformando materia inerte.
¿Se debe abandonar la lengua para llegar al público generalista que no entiende lo que se le ofrece? ¿autor de estatus o contrato?¿te la pela el público o por el contrario tu manera de respetar al público es bajar el nivel?. ¿Lector que necesita a su mamá o valiente y arriesgado?¿aspiración poética de la lengua?. Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos es un libro plagado de emociones y pulsiones técnicas. Altamente recomendable a la par que peligroso por ser un conjunto de conceptos desplegables y cabezas por abrir con Góngora a la cabeza.
Todo esto es un conjnto de puñetazos y alta literatura, no os quepa duda. ‘Defender las monedas con la cara del rey sale caro’.