Por qué la literatura experimental… en El Plural

Israel Paredes reseña Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez, en El Plural:

Ensayo sobre la literatura experimental y la narrativa

‘Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos’, de Ben Marcus, editado por Jekyll & Jill

Para el número 2002 de The New Yorker, el escritor Jonathan Franzen, autor de Las correcciones y Libertad, publicó el artículo ‘Mr. Difficult: William Gaddis and the Problem of Hard-to-Read-Books’. En él, el escritor norteamericano cuestionaba cierta literatura, de índole experimental, como elitista en cuanto la supuesta dificultad que impone al lector a la hora de adentrarse en sus páginas y comprender tanto el texto como sus posibles subtextos. Gaddis se convierte en el blanco de las críticas de Franzen que, por supuesto, antepone un modelo de literatura narrativa que él mismo representa, al menos, en su obra posterior a Las correcciones: como Ben Marcus recuerda en su texto, Franzen comenzó como escritor, precisamente, con modelos más experimentales sin tener demasiada repercusión.

Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, editado por Jekyll & Jill, recupera el texto que da nombre al libro y que Marcus publicó en el número de octubre de 2005 en Harper’s Magazine. Lo completa, cerrando el libro, He escrito un libro malo, que Marcus publica en la edición digital de McSweeney’s, el 14 de marzo de 2002, y un intersuelto a cargo de Rubén Martín Giráldez, quien recupera algunas otras colisiones entre escritores en términos similares a los que se plantean entre Franzen y Marcus.

El texto de Marcus, brillante, no se trata de una simple contestación a Franzen, sino una recapacitada reflexión sobre la dicotomía entre cierta idea de realismo narrativo y experimentación. “La idea de que la realidad sólo puede ser representada por cierto tipo de atención narrativa es un argumento desesperado implantado por los propios realistas, que parecen haber decidido que cualquier desvío de su enfoque de probadísima eficacia a la hora de representar las vidas y las mentes de las personas supondría correr un riesgo” (págs. 21-22), comenta Marcus al poner en relieve la posibilidad de que desde otras formas narrativas se puede representar literariamente la realidad con el mismo, o parecido, compromiso con lo real. No se trata tan solo de describir lo real con precisión y reconocimiento de que aquello que se lee reproduce nuestro mundo, sino de dar forma a este desde lo literario.

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Marcus, en momento alguno, plantea que la narración más convencional se encuentre en crisis como vehículo para la ficción, pero sí plantea el enriquecimiento cultural y literario gracias a la convivencia de otras formas de escritura más experimentales, que juegan con las armas de la literatura como lo pueden hacer otras artes. Por ejemplo, la pintura figurativa y la abstracta. Para Marcus lo experimental es otro camino para la comprensión de lo real y no solo, como propone Franzen, juegos estilísticos incomprensibles, escrituras onanistas sin más fondo que su propia ejecución.

Pero sí cuestiona aquello que anida, convenientemente, en el texto de Franzen. Por un lado, el uso de una reflexión para asentar su modelo creativo como único, como popular, como aquel que es leído por los lectores que encuentran en autores como Gaddis o el propio Marcus, escritores difíciles. Para Marcus, y con razón, la postura de Franzen sí es elitista en el momento en que decide qué puede o qué no comprender el lector, considerando que a este se le debe entregar textos organizados desde unos postulados literarios reconocibles, cómodos, que creen familiaridad y menos exigencia. De esta manera, Franzen expone qué se debe escribir y, por tanto, qué se debe leer. Postura, para Marcus, desde luego peligrosa dada la posición que ocupa Franzen y dado el sistema editorial y de marcado actual. Así, en sus últimos párrafos, Marcus concluye: “A lo mejor la literatura consiste en luchar por la supervivencia ahora que los poderosos expertos han declarado un alto al progreso artístico por considerarlo pretencioso, alienante y malo para el negocio” (pág. 65).

En definitiva, un texto relevante más allá de sus dos protagonistas en cuanto a lo que puede proponer al lector para reflexionar sobre ciertas coartas culturales, sobre la necesidad de no encapsular la creación en etiquetas, sobre lo imperante que resulta recuperar, si todavía es posible, la literatura como terreno, incluso desde lo narrativo más convencional, para el experimento, para buscar otras formas de expresión que relaten y narren la realidad.

En Mis pinitos en pedantería, Rubén Martín Giráldez, propone un repaso a precedentes tanto españoles como internacionales a la polémica Franzen-Marcus, mostrando que, en verdad, estamos ante un caso para nada novedoso y que recorre la historia de la literatura de manera transversal. Lo cual nos hace pensar que, quizá, estemos ante una problemática de difícil, puede que imposible, resolución. Y que, bien asimilada, incluso, puede verse como motor dinámico para impulsar distintas formas de creación que creen un ecosistema literario rico en propuestas. Salvo que las posiciones tengan un mero componente comercial y de mercado.

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