Etiqueta: Anna-Maria Iglesia

Entrevista a Rubén Martín Giráldez en The Objetive



ruben-martin-giraldez-hasta-que-punto-se-puede-respetar-a-un-escritor-que-se-abstiene-de-escribir-algo-porque-no-toca

Anna María Iglesia entrevista a Rubén Martín Giráldez con motivo de la publicación de Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, seguido de Unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez, en The Objetive:

Rubén Martín Giráldez: «Hasta qué punto se puede respetar a un escritor que se abstiene de escribir algo porque no toca»

¿Cómo definir Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, seguido de Unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez? Hay momentos en que una debe reconocer su incapacidad de resumir este brillante, paródico y crítico diálogo entre Marcus y Martín Giráldez, entre dos autores que provenientes de campos literarios distintos proponen ¿un ensayo? ¿un panfleto político? ¿una diatriba literaria? De lo que no hay dudas es que reflexionan sobre el lenguaje literario, sobre la literatura como obra compleja -¿quién dijo que leer tenía que ser un mero y fácil pasatiempo?- y como ambición.

“Mis pinitos en pedantería” puede leerse como una apostilla, como un comentario al texto de Marcus, pero también se puede leer como un complemento al proyecto literario Magistral, con la diferencia de que aquí quien habla eres tú y no un narrador.

Lo veo como parte de un currículum del que también formarían parte traducciones como ¡Despidan a esos desgraciados!, de Jack Green, el libro bilingüe con Adrià Pujol Cruells El fill del corrector|Arre, arre, corrector publicado hace unos meses por Hurtado & Ortega y otros asuntos que se trae entre manos Víctor Gomollón, el editor de Jekyll & Jill. Es mi manera de entender la autoficción o como queramos llamarlo. Faltan los diarios, para darle unidad a todo eso (la unidad igual es otra categoría de ésas que nos imponemos un poco automáticamente, ahora que lo pienso), todo se andará.

Cuando te entrevisté con ocasión de Magistral me comentaste: “El juego de palabras te lleva al concepto, te lleva a decir lo que quieres decir y a definirte como autor”. Estas palabras bien podríamos aplicarla a “Mis pinitos en pedantería”.

Creo que ya por entonces andaba picoteando los varios libros de ensayos de Gass, pero él lo decía mil veces mejor, claro (y eso que lo dijo de varias maneras, todas certeras): “Hasta el hecho de anotar estas pocas líneas me hace consciente de un ritmo emergente, un patrón de repeticiones, y en consecuencia de una atención a lo escrito que medirá qué escribir, como si las primerísimas palabras fuesen semillas en las que ya se prefigura la planta que será […] las ortigas que formarán, las alergias que terminarán exacerbando. Es decir: la oración busca su forma satisfactoria”. Imagino que en este panfletito, a diferencia de Magistral, opto por no manipular apenas al lector y plantear la relación técnica/naturalidad y las alergias que suscita, tomando como punto de partida el texto principal, que es el de Marcus.

Volviendo a la primera pregunta, ¿hasta qué punto suscribes lo afirmado por Samuel R. Delany: “no existe el contenido, sino el estilo”?

Pues tiene su dosis de boutade y despropósito, necesaria para lograr el objetivo primero de cualquier diálogo: la seducción (¿y la comunicación?, ¡la comunicación luego, cuando te acabes la seducción!), y eso al final casi confirma la sentencia y la hace verdad: la forma ha hecho aflorar el contenido. No lo sé, me hace pensar en el término bodacious, mezcla de bold y audacious. Pero soy consciente de que ésta es una pregunta de fácil (y múltiple) respuesta para los entendidos. En realidad, Mis pinitosaprende, avanza, recula y se equivoca obscenamente en público. No llego a conclusiones firmes y, si las hay, es probable que no las suscriba dentro de cinco años. Sería pavoroso no cambiar de opinión, por otra parte.

Dice Guyotat, tal y como citas en tu texto: “Cuando escribo, tengo la totalidad de la lengua francesa en el oído”. ¿Le pasa lo mismo a Rubén Martín Giráldez?

Qué más quisiera yo. No, mis conocimientos son muy limitados, olvido lo que leo y aprendo despacio. Me resultaría muy útil y hasta agradable ser un intelectual o ser capaz de hablar con solvencia de la materia que me interesa, pero el caso es que mi cerebro no funciona así. Me he criado entre nativos de un idioma humano para el que todavía hoy a los cuarenta años no he adquirido ni fluidez ni liquidez. Lo que sé o lo que creo saber lo sé durante un rato y si no lo escribo se disipa.

Eduardo Lago sostiene que Franzen representa “una manera de abordar la creación artística que tiene en cuenta las exigencias del mercado, cuya influencia sobre la creación literaria es peligrosamente decisiva”. Marcus añade un duro ataque al Franzen crítico literario. ¿Ambas críticas responden a la misma lógica?

En los dos casos es un Franzen que tiene como interlocutor mental a un lector a quien considera menos inteligente que él. Ahora nos da la sensación de que siempre nos ha querido hacer pasar el forraje por caviar, pero fíjate que hace unos años nuestra percepción (o la realidad) era la opuesta, incluso para el mismo Eduardo Lago, que decía de Las correcciones: “Lo fascinante del caso es que la buscaban porque estaban deseosos de aceptar el reto que les planteaba su lectura. Para cientos de miles de hombres y mujeres, enfrentarse a un libro así suponía la posibilidad de reencontrarse con algo que los nuevos tiempos parecían haber borrado de su horizonte vital: la buena literatura”.

El dilema Franzen-Marcus o Franzen-Escuela de la dificultad tiene un precedente en la diatriba John Gardner-William H. Gass. ¿Qué está verdaderamente en juego, sobre todo para Gardner y Franzen, una manera de hacer literatura o la ocupación de un lugar de privilegio en el espacio literario-editorial?

Diría que en el caso de estos dos autores había más honestidad literaria (aunque Gardner se recreaba un poco o mucho en sus desdenes) que en el caso de los franzens y franzenas. Seguramente, el que está en el lugar del califa después de no haber sido califa es más ansias que el que quiere ser califa en lugar del califa. Hay que ser comprensivos con los nuevos pontificadores y darles un margen para que lleguen a ser viejos pontificadores, piensa que van a dedicar toda su carrera a vetar la sucesión a su puesto. Tiene que ser agotador. Dicho esto, yo he disfrutado bastante con los ensayos de Franzen. Por otra parte, cabe preguntarse si esa honestidad grialesca ideal de quien busca el arte sacrificando la aceptación no tiene una parte de pura vanidad.

En este sentido, como tú mismo apuntas, ¿se confunde la pontificación (¿de la crítica y de la academia o también del mercado?) con la pertinencia?

Mi parte en el libro tiene que ver más con el género de la confesión que con el de la denuncia. Me propongo recitar mi bagaje para vergüenza pública, para no poder volver a echar mano de él sin que me pillen en falta. En el punto que comentas me pregunto si la solemnidad que proverbialmente atribuían los herméticos a su vocación no la ha usurpado hoy el escritor de oficio y tramita, mientras que el escritor de la tradición rival, el retórico, se percibe y se reseña como una especie de malabarista. Cuidado que me cito: “autores antiestetas y antiintelectualistas que empiezan a ser identificados por los lectores y por la crítica como abanderados de una literatura original o ambiciosa”.

¿El elitismo literario ya no tiene que ver con una defensa de una supuesta alta literatura sino con una defensa de una literatura que abra las puertas al estatus dentro del campo editorial, periodístico o académico?

Según el ensayito de Marcus, el elitismo literario no defiende la alta literatura sino que acuña y decide qué es alta literatura. Por lo tanto, por definición, las escritoras y escritores al margen, subversivos cada uno en función de sus capacidades e intereses (claro), no pueden conformar una élite. Pero tampoco vamos a darle tintes legendarios, simplemente cuesta más convencer a una editorial con un libro escrito en una lengua inhabitual. Se entiende. Si la editorial supiese convertir lo desafiante en comercial no dudaría, pero el noventa por ciento de la crítica hablará de malabares y “artefacto literario” (que me perdonen los usuarios de la fórmula). Recuerdo que Adrià Pujol describió El fill del corrector como «un libro extraño, un libro de leer».

En el “prolologuito” de El fill del corrector afirmas que “una época distinta exige no solamente palabras distintas, sino también pensamientos distintos”. ¿Hasta qué punto estas palabras define tu proyecto literario?

No del todo, porque el “prologuito” es una serie de retales de Feijoo, D’Ablancourt, Chapelain y hasta Deleuze, más bien una broma para introducir el tema de la belle infidèle de un zurdazo.

Si El fill del corrector es una “meditación sobre la idea misma de narración en traducción”, ¿podemos decir que el texto de Marcus y el tuyo son una meditación sobre la idea misma de narración y que ambos libros son un diálogo, dos textos que, en realidad, son uno que ensayan sobre la narración y su lenguaje?

Seguramente esa sensación se debe a que el intersueltito, en origen, tenía que ser una breve entrevista a Marcus que quedó en el aire por falta de tiempo. De manera que, sí, algunas de las interrogaciones que se dejan caer van dirigidas a él y ahora se trasladan al lector o a mí mismo, que en este texto en concreto prácticamente somos la misma persona.

“La industria literaria pasa por demasiados apuros económicos como para conceder un premio tremendamente visible a un libro ignoto y poco reseñado que es más lírico que narrativo, más cerebral que sentimental”, escribe Marcus. Y tú te preguntas “cómo se presenta una obra de literatura criada fuera de la convención” a un público general, ¿cabría preguntarse cómo presentar dicha obra a un sistema que castiga la ambición literaria?

Me da que la única posibilidad de prevalecer por un rato (en una mesa de novedades, en unas pocas mentes, en unas pocas reseñas) es aprovechar la ventana de un posible raro literario exigible por cuota. Imagino que los puestos necesarios son escasísimos y, de hecho, decir necesarios ya es exagerar, supongo que hablamos más bien de un poco de sal comercial… Y luego intuyo que raro es mejor que ambicioso, porque lo primero se puede ser sin lo segundo. No lo tengo claro, ya digo que me parece que todo es una cuestión de manipular percepciones: si se pudiese o interesase vender lo no convencional, el periodista es el primero que agradece que facilites un titular potente, y lo mismo la editorial, si le das pie a redactar un texto de contra atractivo. Y de nuevo es una falacia, porque lo convencional es el oxígeno y lo no convencional el dióxido de carbono, se van intercambiando el puesto.

Antes hablábamos del precedente norteamericano del debate Franzen-Marcus, ¿podríamos decir que, en parte, su versión española sería Montero-Benet -aunque habría que citar también a Ferlosio-, poniendo el acento en el realismo?

Bueno, mi excursito en principio se centraba en una sección que llamé «querulomanía ibérica» y que trataba las pendencias entre autores, pero acababa quedándose en el chascarrillo. Fue Eloy Fernández Porta quien me dio la referencia del debate entre Montero y Benet, que me pareció que servía para justificar un poco por qué le dábamos un texto norteamericano de 2005 al lector de 2018… un contexto.

Me gustaría preguntarte sobre la llamada “tradición rival”, donde conceptos como “vanguardia” o “experimentación” se han pervertido en nombre de una condena de la “pirotecnia verbal”.

Pues ahí me parece que sólo puedo citar el parrafito de Sukenick, que yo diría que es aplicable para los restos: «No escribo con una intención de vanguardia, y desde luego no escribo con una intención experimental, y desde luego no escribo con una intención alternativa. La cosa viene de una tradición rival, mucho más antigua y mayor que la tradición de la novela realista, que no comenzó hasta el siglo xviii. En cambio, estaotra tradición podemos situarla si nos remontamos a la épica, a Ovidio, a Rabelais, e incluso a los inicios de la tradición realista, a Laurence Sterne, y a Diderot, etcétera. […] Por un lado, la tradición de la lógica, que tiene que ver con el creciente predominio de la lengua escrita. Por el otro, la tradición de los retóricos, que es antitética, autocontradictoria y voluble. No la llamaría antilógica, exactamente, pero no presenta la misma lógica silogística basada en ideas filosóficas y definiciones. Es una especie de inteligencia improvisacional basada en cómo pensamos y hablamos más que en cómo leemos».

“Lo difícil es cuando las narrativas están todas cortadas por el mismo viejo patrón. Eso sí que es malo para la literatura y tal vez por eso la literatura lucha por sobrevivir, porque se confunde el compromiso con la ambición, y uno prefiere unirse al grupo a mantenerse al margen”, escribe Marcus. La literatura española, ¿ha preferido unirse al grupo? ¿El auge de la autoficción o de determinados géneros es ejemplo de ello?

No creo que arrimar ascuas y sardinas sea un signo de los tiempos sino un signo humano. Habrá libros que se escriban porque te lo pide el cuerpo y otros porque te lo pide el corpus, pero también, de vez en cuando, debe de darse el caso de que coincidan las dos intenciones, digo yo. Existe una literatura acertada, correcta, sin duda. Hay que preguntarse quién quiere hacer, leer o fijar una literatura correcta, adecuada. Y para qué sirve. Quién vela por ello y con qué intenciones. Particularmente, a mí la autoficción me parece un terreno riquísimo que ni mucho menos ha dado ya todo lo que tiene que dar. Conviene hacer con eso algo un poco inimaginable, digamos. Tampoco tengo la sensación de que sea una moda, yo no creo que hubiese nacido cuando se empezó a hacer. Me da, más bien, que está de moda decir que la autoficción, lo memorialístico o el diario de escritor se mueren, quizás en espera del revival de la muerte de la novela. Lo que sí parece es que hay un cansancio general con ese género. Pues barbecho. Creo que Marcus viene a decir esto mismo, que no sabe hasta qué punto respeta a un escritor que se abstiene de escribir algo porque no toca.

ENLACE al artículo

Rubén Martín Giráldez

Rubén Martín Giráldez y Magistral en El Asombrario



Rubén Martín Giráldez

Anna-Maria Iglesia entrevista en El Asombrario a Rubén Martín Giráldez con motivo de la publicación de su novela Magistral.

 

Libelo, sátira, poética reconvertida en novela, artefacto… Estos son algunos de los apelativos utilizados para definir ‘Magistral’, la nueva novela de Rubén Martín Giráldez. Etiquetas genéricas de lado, no cabe duda de que ‘Magistral’ es un revulsivo, un texto que viene a incomodar, incluso a “violentar”, como reconoce el propio autor, al lector. Nadie se salva en este discurso en primera persona de los ataques del narrador: un escritor reconocido que, sin embargo, se da cuenta de su falibilidad y de la falta de su talento. Encumbrado. ¿Merecidamente? La duda del narrador le lleva a dirigir un extenso parlamento contra todos, lectores, críticos, editores, agentes y, sobre todo, la literatura española actual, a la que se tacha de fácil, inconsistente, y se la define como una literatura que ha ‘monigotado’ el lenguaje, que lo ha reducido a la nada.

Nadie se salva de su vehemencia. Contradictorio, generalizador y, a la vez, poseedor de la lucidez del loco, de la lucidez de aquel que en su locura dice aquello que no queremos escuchar. Magistral redobla la ironía, se dice lo que no se dice para, luego, afirmarlo nuevamente; en su redoble irónico, el texto sitúa al lector a la par del autor: ambos, como diría Michel Leiris, se enfrentan al cuerno de la literatura, de esa literatura que se define por el riesgo que supone cada una de las palabras que la componen.

“El castellano es hoy un idioma monigotado”, afirma el narrador, pero ¿es el castellano un idioma monigotado o quienes lo utilizan lo convierten en monigotado? Te lo pregunto porque si hay algo que demuestra ‘Magistral’ es que el castellano ofrece amplias posibilidades.

Yo, Rubén Martín Giráldez, pienso que el castellano está lleno de posibilidades. Lo que el castellano es un idioma monigotado lo dice el narrador. Yo no creo que no se esté utilizando un castellano interesante, justamente con Magistral demuestro lo contrario: las posibilidades de un idioma vivo. Pero como las tesis del narrador son muchas veces incoherentes, contradictorias, dice sí y no a la vez, no debe sorprender esta afirmación. El encanto del narrador es precisamente su carácter incoherente, es alguien que quiere entretener a través del habla y no quiere que el lector lo abandone, se parece al protagonista de la novela El Charlatán, de René-Louis des Forets: alguien que dice algo y, páginas después, se desmiente para sostener otra idea.

¿No te da la impresión de que se leen las opiniones de tu narrador como si fueran tuyas? ¿Que se ha equiparado a Rubén Martín Giráldez con el narrador?

Sí, puede, pero el narrador no soy yo. El narrador es quien dice que el lenguaje está estropeado y que ya no sirve para nada por el mal uso que se le ha dado y por la falta de ambición de los autores y, por tanto, considera que hay que utilizar otros idiomas. Yo pienso todo lo contrario: creo que hay que enriquecer el castellano, por un lado, tirando de lo popular y, por el otro lado, recuperando usos del castellano de Quevedo o de Gracián, es decir, volver atrás y salvar algunas expresiones que tenemos. Por esto, a veces pienso que Magistral es, por una parte, una novela en contra de la RAE, criticando la incorporación de algunos términos que no creo que deban incluirse en el diccionario, pues no me parecen frescos ni expresivos y que apuntan a usos que, creo, terminarán por quedar inservibles y, por otra parte, una novela en contra del elitismo que propone la pureza lingüística.

Hablas de lengua española, pero si en literatura la forma es contenido, lo que define ‘Magistral’ no es solo la elección de los términos, sino la construcción estilística, sintáctica y formal (me refiero a la incorporación de la obra de Ben Marcus). 

El juego de palabras te lleva al concepto, te lleva a decir lo que quieres decir y a definirte como autor; de hecho, creo que todo lenguaje o, mejor dicho, todo uso de lenguaje es autobiográfico. Yo empecé a escribir diarios cuando era muy joven sin ninguna pretensión de publicarlos, pero motivado por la idea, algo inocente, de que los diarios servían para contar la verdad y para contarlo todo. Pensaba el diario como una forma de confesión, tenía como referentes a San Agustín, a Rousseau…

¿Hasta llegar a Trapiello?

El Trapiello autor de diarios me interesa de hecho mucho. A partir de esta primera idea de diario como expresión de un todo y de la verdad absoluta, en parte motivada por la no publicación, se unió la idea de la escritura como exposición de uno mismo, idea que recogí del texto de Michel Leiris La literatura como tauromaquia y de la introducción que Bataille hace de este texto. Intento que el arte de escribir sea tan peligroso como ponerse frente al cuerno del toro o, como decía Leiris, quiero intentar que la obra reproduzca al menos la sombra del cuerno del toro. Y, además, me interesa particularmente Leiris porque hace una especie de cartografía de sí mismo a través de las palabras: parte del uso y de los significados de algunas palabras para radiografiarse a partir de ellas.

Con todas las diferencias que hay con Leiris, pienso en Natalia Ginzburg y en cómo en ‘Léxico familiar’ construye su historia familiar a partir del léxico de los miembros de la familia.

No tenía este libro presente, pero la idea de partida es precisamente este. Raymond Roussel tiene un breve ensayo, Como escribí algunos libros míos, donde reflexiona sobre este tema y observa de qué manera la musicalidad de ciertas palabras conducen a otras palabras y cómo son las propias palabras y su elección aquello que le ha llevado a escribir sus obras. Mi idea de escribir, aunque pueda resultar algo esotérico, es la idea de escribir al dictado; como decía hace unos días Don DeLillo y como dicen muchos otros, en este sentido yo no invento nada, cuando escribo no sé lo que voy a escribir a continuación: tengo una idea, tengo un personaje y, contemporáneamente al acto de escritura, voy conociendo hacia qué direcciones me llevan tanto las ideas como el personaje. Los juegos de palabras, el soniquete, los chistes malos… son aquello que te llevan a desarrollar el concepto.

Es decir, la construcción narrativa se basa en la constante remisión de una palabra a otra hasta alcanzar el concepto.

Y a partir de este remitir, se trata de ir descubriendo al narrador de Magistral. En el momento de construir el personaje, el punto de partida era evitar la figura de un narrador rencoroso al estilo de Bernhard o Dostoievski, ese narrador cabreado que sí que era el de Menos joven, y construir un personaje que lo ha logrado todo, alguien que no puede sentir frustración al haberle sido reconocido su talento, un talento que, sin embargo, él cree no tener. El narrador es un escritor que ha sido consagrado, pero que no reconoce tener el talento que le atribuyen y, por tanto, su discusión consigo mismo es en torno a un dilema: ¿confesar la falta de talento o no?

No confiesa su aparente falta de talento, pero titula una de sus obras ‘Magistral’.

Al inicio la novela iba a llamarse Regüeldo, pero al final decidí titularla Magistral porque me parecía la última provocación posible del narrador, si bien era consciente de que, como me dijo mi editor, el título iba a ser algo a lo que se iban a poder aferrar los detractores para sus críticas. La elección del título era una forma de exponerse y, de hecho, los críticos podrían decir que el libro no tiene nada de magistral, afirmación que me puede fastidiar, aunque, si te soy sincero, a mí me fastidia poco porque el título es algo que he puesto conscientemente, ante todo, porque me parecía necesario: quería que desde el título se explicitara esa exposición de la que te hablo, sabiendo que el propio título, como el texto, podía llevar a la identificación, que no es tal, del narrador con el autor.

Como te decía antes, corres el riesgo de que las tesis del narrador te las planteen a ti y que el título se piense como la calificación que tú das a tu novela.

Lo dice todo el narrador, desde el propio título. Además, el propio narrador explica que el calificativo “magistral” proviene de la crítica, pues es la crítica que lo ha elevado a ese nivel. Cuando el narrador escribe su novela Magistral, que no corresponde con el texto que el lector tiene entre manos, puesto que es un texto al que se hace referencia pero que en ningún momento aparece, es la crítica quien lo define como un excelente autor. Y, en este sentido, quien pone en duda el valor de la novela es el propio autor, que empieza a analizar cuáles son los fallos de Magistral, fallos que coinciden en parte de la relectura de mi propia novela Menos joven.Magistral de Rubén Martín Giráldez

Asumiendo la separación entre autor y narrador, ¿podríamos leer ‘Magistral’ como un intento de poética?

La intención principal de Magistral es hacer posible que una poética sea una novela. Al principio, mi idea era la de escribir una sátira como las de Juvenal, pero en prosa y, de hecho, una de las primeras frases de Magistral proviene de la Sátira Primera, donde Juvenal habla de la vocación de sátiro, tema que también aborda Magistral.

Una sátira que, como afirmabas en una entrevista, desvinculas de la tradición lúdica del Oulipo y del surrealismo.

El Oulipo y el surrealismo reúnen obras de valor, pero no me interesan particularmente. Me interesa Artaud y los surrealistas disidentes, aquellos que estuvieron muy poco en el grupo de Breton, pienso en Bataille, en Leiris, en el propio Artaud… Respecto a la sátira, el carácter satírico de Magistral se ve en el hecho de que las tesis que apoya el narrador no son solo las que apoyo yo, sino que son unas tesis que el propio narrador va desmintiendo a lo largo de la novela. En este sentido, Magistral es una sátira y, a la vez, es un libelo escrito por el narrador, es un panfleto en el que se dice que el lenguaje español está agotado y, sin embargo, si Magistral es un texto conseguido, lo que se demuestra es lo contrario: Magistral es una celebración del español, demuestra que el español está fresco y está vivo

Es decir, ¿’Magistral’ es tesis y antítesis al mismo tiempo?

Yo creo que sí. Algunas críticas se han preguntado cómo es posible decir que es necesario abandonar el español porque está agotado y utilizar el inglés, pero en verdad Magistral sostiene todo lo contrario. Yo leo literatura norteamericana porque la traduzco, pero mis referentes son principalmente franceses o italianos, como es el caso de Manganelli y su Encomio del tirano, que volví a releer para poner un epígrafe …seguir leyendo