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Fábula de Isidoro de Julio Fuerte Tarín

Fábula de Isidoro en Ni un día sin libro



Fábula de Isidoro de Julio Fuerte TarínEl blog literario Ni un día sin libro reseña Fábula de Isidoro, de Julio Fuertes Tarín:

Continuando con el descubrimiento de la editorial Jekyll&Jill (ya os hablamos del magnífico Magistral) hoy os traemos uno de esos libros que dejan una huella única, libros de autores que se niegan a ser clasificados, que conciben sus obras como piezas únicas, numeradas, de coleccionista. Así es Fábula de Isidoro, de Julio Fuertes Tarín.
La madre de Wynston espera a su hijo a la llegada del colegio para hacerle una tirada de cartas del tarot de Jodorowsky y darle la merienda. La emisión televisiva de un partido de fútbol crucial se ve interrumpida por una transmisión violenta en la que dos encapuchados flanquean a un rehén medio apiolado en una silla: el presidente del gobierno español. La reacción del niño: este Presidente será rápidamente sustituido por otro y el partido de mañana es la única final de fútbol que podré jugar con trece años; si pierdo ese momento, nunca volverá.
Comienza una debacle con estribillo que revienta todo lo narrado cada vez —como el de «Some Velvet Morning», cuando Nancy Sinatra clama que es Fedra—, y está hecho de sucia carne de Rabelais mechada con el speech de un locutor deportivo. El narrador profeta de esta fábula desvía un dedo ya de por sí torcido para engañar la peste a boca del idioma y hace resucitar a Isidoro, una especie de célula durmiente ducassiana, avidísima y exultante. Isidoro, mesías villano, coge de la mano a Wynston y a otros que se encuentra, se cruza o atraviesa. Y la cosa ya se pone de un Walpurgis que van bien dados los que esperasen un caminito cantarín con los personajes del mago de Oz.
Que conste en acta, he leído el libro dos veces. Porque necesitaba revivir las sensaciones que la primera lectura me dejó y para corroborar que estaba ante un libro sobre el que se va a hablar mucho.
Con un inicio demoledor, la historia de Wynston, un niño con problemas e ilusiones de niño, se encuentra en el camino a Isidoro, una suerte de monstruo de fábula que guía al niño hacia sus anhelos, o al menos eso parece.
La historia es magnética y turbadora. En ella el primer plano de realidad (primera parte de la obra) se ve superado por una particular road movie en la que Wynston e Isidoro comparten ticket de viaje.
Y en medio de todo (o para ser más preciso, por encima de todo), el relato de Manolo, el narrador de la historia, intermediario cuya subjetividad lo relativiza todo. Me encantan estos narradores inventados que los escritores utilizan a modo de máscaras. Marionetas creativas que hacen que la ficción sea más ficción y que no ficción admita múltiples variables narrativas.

El autor, Julio Fuertes Tarín13776046_10153980042978138_7095581738912972412_n
Ha sido un placer leer esta Fábula de Isidoro, literatura inconformista e incómoda, que explora nuevas técnicas y formatos narrativos que muchas veces, más que transgresores, son simplemente innovadores.
Quería destacar de forma muy especial la edición de Jekyll&Jill. Simplemente IMPRESIONANTE. Si hubiera podido habría levantado el teléfono para felicitarles, eso es editar con pasión y con calidad. Las ilustraciones son increíbles, perfectas acompañantes del relato, la maquetación digna de ser mostrada como ejemplo a otros editores. Y para finalizar, una sorpresa, un librito al final del libro, La fábula de Isidoro resumida a los niños, una versión resumida del libro siguiente presuntamente el formato infantil habitual. No os creáis nada, en esta versión del libro grande los niños sois vosotros.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral de Rubén Martín Giráldez en UNDR



undrAdrián G. reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en el nuevo blog literario UNDR.

Sólo he leído elogios sobre Magistral, lo cual no deja de tener su gracia, ya que en el propio libro el protagonista arremete contra los críticos que dicen disfrutar su obra y la visten con alabanzas: “¡Las loas se confeccionaron con el mismo silabario con el que ya antes había aplaudido lo peor, lo más desgranado de la literatura de entretiempo! La cadaverítica oficial […] dijo de mi prosa de rebaba sórdida lo mismo que de la prosa inconsútil de mis coetáneos, que más parecía que estuviesen de vacaciones de verano en el lenguaje que escribiendo.” Este tipo de paradojas, que abundan y se repiten en el libro, hacen que intente acercarme a él de forma aséptica, científica, olvidando los adjetivos (“genial”, “densa”, “surrealista”, etc.).
Magistral es una novelita de cien páginas que no parece una novela. Su protagonista (si es que sólo hay uno), habla en primera persona sobre la repercusión de un libro que ha publicado (llamado también Magistral) y que ha sido ampliamente malinterpretado, a pesar de haber conseguido su propósito de «acabar con la lengua castellana», a la que considera muerta. El libro real (que no el ficticio, del que poco se sabe más allá de las circunstancias que lo rodean) tiene tres partes diferenciadas: las primeras 48 páginas son un ensayo más o menos ordenado, escrito con mucho estilo y cuidado vocabulario, dedicado a la repercusión de la ficticia novela Magistral. La segunda parte, de la página 49 a la 80, está envuelta por una portada falsa de Men without women, de Ben Marcus, más concretamente un ejemplar de la biblioteca pública de Sacramento. Esta segunda parte reflexiona sobre los problemas del oficio del traductor (cómo ser preciso con el lenguaje, la fina línea entre traducir y crear), y el cuerpo del texto está salpicado por pequeños recuadros con palabras en inglés. La parte final es la supuesta traducción de un capítulo de la ya citada novela de Ben Marcus, y constituye el fragmento más abstracto, surrealista y mestizo en lo que a idiomas se refiere.
¿Qué interés puede tener un engendro de este tipo? No parece haber historia (yo al menos no la he encontrado), sino una idea que se lanza al lector de una forma bastante particular y que se puede resumir en cinco palabras: hay que renovar el castellano. ¿Por qué? La idea del autor (algo que ha confirmado en alguna entrevista por internet) es que hoy en día existe una corriente de literatura bien limpia y bien aseada que limita las posibilidades de la experimentación, osificando el lenguaje y condenando a la literatura a una repetición de fórmulas que ya se han exprimido. Magistral es un panfleto (un libelo, dice su autor) con un propósito: demostrar mediante el ejemplo que es posible abrir nuevos caminos para la novela. No hemos tocado techo, dice el narrador, y hay que buscar otros idiomas (asaltarMagistral de Rubén Martín Giráldezlos) para expandir el nuestro.
Curiosamente, Ben Marcus (autor cuya existencia desconocía hasta que leí Magistral, y es que su obra no ha sido traducida al castellano) escribió un artículo en el que trataba temas similares, pues en contestación a otro artículo de Jonathan Franzen (autor del que se dice que escribe las «mejores novelas decimonónicas del siglo XXI») rompe una lanza a favor de la literatura experimental de autores como William Gaddis, subrayando la necesidad de explorar nuevos caminos. Franzen, por el contrario, habla del contrato que tiene el escritor con sus lectores para ofrecer un entretenimiento.
Desconozco el estado de la literatura española estos días (por eso, entre otras cosas, he leído el libelo de Rubén Martín Giráldez), así que no sé hasta qué punto da en la diana. ¿Es cierto que el estilo se ha anquilosado en la literatura española y los autores abusan de frases hechas? ¿Está ese estilo limpio, esa ausencia de estilo que, decía Chirbes, es el dominio de todos los estilos, matando nuestra lengua? Cierto que, como experimento, Magistral resulta refrescante y da la sensación de despejar la maleza para mostrar un camino, dice su autor, abandonado. La prosa de esta obra es abono fértil para el futuro, aunque el contenido sea más bien reiterativo, mínimo, hasta algo aburrido y sin duda masturbatorio. De todas formas, un manifiesto de estas características debe presentarse en un formato atractivo, propósito que Martín Giráldez, creo, cumple. Una idea simple narrada de forma diferente, lo que es exactamente la misma idea que expone.
El valor de Magistral lo determinarán los autores que decidan adherirse a sus postulados y dejarse influenciar por su argumento.

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Fábula de Isidoro de Julio Fuerte Tarín

Fábula de Isidoro en El mar de tinta



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Mar López reseña Fábula de Isidoro de Julio Fuertes Tarín, en El mar de tinta:

Jekyll & Jill apuesta esta temporada por Julio Fuertes Tarín (Cheste, 1989), estudiante de filología cuyos textos ya han visto la luz en algunas publicacione. También ha realizado un diseño de cubierta para la editorial La Bella Varsovia, y forma parte del grupo musical Johnny B. Zero. Esta es su primera novela, y todas las ilustraciones que encontramos en ella son de su autoría.

La trama se sitúa en la actualidad y recoge una serie de acontecimientos de terrorismo político que bien podrían suceder el día más inesperado. Una de las novedades que encontramos aquí, es la constatación de la falta de moral o el desapego hacia todo lo que no ataña al individuo, es decir: transmite la deshumanización que cada vez se hace más patente en la sociedad, demasiado acostumbrada a disociar una realidad donde la pantalla hace de escudo protector, imposibilitando cualquier atisbo de empatía hacia lo que sucede al otro lado.

Lo que nos traen las nuevas generacionesFábula de Isidoro de Julio Fuerte Tarín

Fábula de Isidoro es una novela irreverente y transgresora, un ejercicio literario que se esfuerza en huir de las categorizaciones. Leerlo es una experiencia similar a ver uno de esos extraños capítulos de la serie Black Mirror, de hecho, la trama contiene elementos que también están en “El himno nacional”, el primer capítulo de la serie de televisión.

Con fragmentos que van variando entre la realidad y un escenario onírico paralelo (cuya distinción queda a juicio del lector), Julio Fuertes Tarín nos sitúa en un momento histórico para España, al que asistimos a través de la mirada de un niño llamado Wynston Sandoval. Cuando Wynston vuelve del colegio, merienda y ve la televisión, la transmisión se interrumpe en todas las cadenas para dar lugar a la proyección en directo de la tortura del Presidente del Gobierno (con detalles que también nos recuerdan a “V de Vendetta”, de Alan Moore).

Es una novela corta en la que conseguir el estupor del lector prima por encima de crear un resultado tradicional o una obra entrañable. Tampoco se busca el lucimiento del autor, lo que precisamente se transmite entre líneas es una excusa tan buena como cualquier otra para disfrutar escribiendo: da la impresión de que Julio Fuertes se ha divertido creando aquello que le apetecía hacer, sin más pretensiones.

Una huida de lo tradicional

Se trata de un escritor con cierta experiencia literaria y formación filológica, que ha optado por la irreverencia como camino para transmitir la historia que quería contarnos. Encontramos también algunos fragmentos remarcables diseminados por el texto, y un puñado de frases repletas de pequeños destellos literarios.

—¿Qué es esto que noto en tu entrepierna?, ¿es quizá un tomo de poesías completas o, por azar, se te ha puesto contento el pantalón al saberte primero perseguido y más tarde derrotado por tan bello efebo?, ¿es acaso un tomo de poesías completas de bolsillo con un minucioso estudio introductorio que prolonga su vida a lo largo del texto mediante notas aclaratorias al pie?, ¿o para mayor oprobio y vergüenza tuya se trata de un libro de tapa igualmente blanda pero con voluntad didáctica y escolar que reúne al final del libro una serie de ejercicios para los jóvenes alumnos de un instituto cualquiera?, ¡calla!, ¡calla!, ¡no respondas y respira conmigo los gases purpúreos de la elucubración!

La edición, a cargo de Jekyll & Jill, es como siempre muy artesana. En esta ocasión, han ideado una curiosa forma de incluir las ilustraciones, que encontramos en algunas páginas en blanco, recortadas y pegadas por su parte superior, como si fueran cromos o fotografías de un álbum. También encontramos una sorpresa final, un pequeñísimo libreto con la “Fábula de Isidoro” resumida a los niños, un ejercicio final de atrevimiento literario que igualmente incluye unas minúsculas ilustraciones recortadas y pegadas en los lugares en blanco destinados para ellas.

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Maleza viva microrrelatos Gemma Pellicer

Maleza viva de Gemma Pellicer en Turia, por Miguel Serrano Larraz



Maleza viva microrrelatos Gemma PellicerEl escritor Miguel Serrano Larraz reseña Maleza viva, de Gemma Pellicer, en el número 119 de la revista Turia:

 

ADAPTACIÓN EVOLUTIVA, POR MIGUEL SERRANO LARRAZ

Hace ya veinte años, y en circunstancias que no vienen al caso, acabé en una clase de Teoría del Arte en la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza. No recuerdo el nombre ni la cara del profesor, pero sí lo que trató de transmitirles a sus alumnos aquella tarde, en una mezcla efectiva de clase magistral y método socrático:

a) Los romanos, en el arte, son una abstracción: los romanos de un ensayo del siglo XIX no se parecen en nada a los romanos de una película de Hollywood de los años cincuenta (no recuerdo si citó las Mitologías de Barthes, yo aún no estaba preparado para recordarlo), y la manera de presentarlos nos dice más del siglo XIX, o del Hollywood de los años cincuenta, que de esa construcción cultural mutante, «los romanos».

b) Lo único que distingue una obra de arte de un objeto exactamente igual que no es una obra de arte es la intención artística.

Recuerdo esta anécdota de mi formación sentimental a propósito de Maleza viva, el libro de Gemma Pellicer (Barcelona, 1972) que ha editado con gusto exquisito la editorial zaragozana Jekyll & Jill. La primera línea de la contraportada no deja lugar a dudas: «Maleza viva es un libro de microrrelatos». Podemos imaginar que la autora ha elegido, o al menos autorizado, el uso de la polémica denominación genérica. ¿Qué es exactamente un microrrelato? Si extendemos las afirmaciones de aquel profesor casual de mi juventud, diremos que un microrrelato es un texto literario que su autor define como «microrrelato». Dejemos de lado los escrúpulos del New Criticism y la falacia intencional (por no hablar de la tendencia de los escritores a fantasear y a confundir). Dejemos de lado, incluso, la paradoja fundacional de cualquier género, que es parecida, en cierto modo, a la paradoja de la votación constituyente de una democracia («votemos si queremos votar, y en qué condiciones»), Lo importante es esto: Gemma Pellicer elige denominar «microrrelatos» a los textos que incluye en este libro y esta elección dignifica, cuestiona y amplía el término de forma simultánea.

Desde finales del siglo pasado la tradición literaria en nuestro idioma ha asistido al intento de afianzar un nuevo género narrativo caracterizado por la brevedad extrema, un cuento que no es exactamente un cuento, sino otra cosa, algo más, o algo menos (la denominación «ficción súbita» es un calco afortunado de uno de los nombres que recibe en el mundo anglosajón). Este proceso de construcción (o de ramificación) se ha topado con el apoyo inesperado de la realidad y de los avances tecnológicos (especialmente las redes sociales), pero también con varias contradicciones. Por una parte, la búsqueda de antecedentes que justifiquen una tradición ha descontextualizado las obras que se eligen como canónicas, que deberían insertarse en tradiciones más amplias: el fragmento romántico filtrado al modernismo hispánico, la parábola, la fábula, el cuento jasídico, el poema en prosa, el koan, la publicidad, el periodismo, el aforismo, el chiste (por no hablar de las obras respectivas de sus autores). La consecuencia, paradójica e inevitable al mismo tiempo, ha sido un estrechamiento de los límites del género para alejar el microrrelato de las malas compañías que podrían contaminarlo o, lo que es peor, diluirlo. Este aislamiento ha derivado en una codificación casi manierista que lo despeja, irónicamente, de la libertad formal que permitió crear los ejemplos que se han elegido para fundar el género. Se trata, en cierto modo, de un ciclo habitual que, en el caso del microrrelato, se condensa en apenas dos décadas: apropiada brevedad. Son estos problemas, precisamente, los que dan valor al libro de Gemma Pellicer, compuesto por noventa y siete textos que oscilan entre lo brevísimo (las quince palabras del «El alquimista») y lo breve («El presente continuo» y «El loco de la Ku’Damm» son los únicos textos que, a pesar de que no ocupan más de una página y media, no pueden abarcarse en ese único «golpe de vista» que recomiendan algunos teóricos del género). El libro se divide en dos grandes bloques, «Puntos de luz» y «Herbolario», con un texto, «Paisanaje», que actúa a modo de pórtico o de poética. Los microrrelatos, heterogéneos, no evitan los rasgos definitorios del género, pero los tratan con una sabia moderación: la reflexión sobre el propio género es esporádica, precisa y pertinente («Puro tecnicismo»); el humor es melancólico, y no reduce ninguno de los textos a un mero chiste; las referencias metaliterarias están dosificadas (Frankenstein, Baudelaire, Cortázar, Caperucita, El Principito); hay temas típicos del microrrelato (fantasmas, simetrías, personajes condenados a la soledad, teatro y representación, intuición de lo fantástico), pero abundan los tratamientos alejados del efectismo, casi metafísicos; el diálogo y la variación también se utilizan con prudencia. En cuanto a las diferencias con esta tradición novísima, enriquecen el conjunto, lo abren. Para empezar, el libro carece de dinosaurios. Y los finales sorprenden, sí, pero en muchos casos lo hacen precisaGemma Pellicer escritoramente por la ausencia de una sorpresa convencional. En varios casos la epifanía es simbólica, muchas veces en relación con el mundo natural (especialmente en el segundo bloque). Pero uno de los grandes méritos del libro es la búsqueda de un tono situado fuera del tiempo. Apenas hay referencias a la actualidad política o social (en mi opinión, los relatos que tratan de acercarse a estos asuntos están entre los pocos que rebajan el nivel del libro, lo banalizan, sirva como ejemplo «A precio de saldo casi»). También el lenguaje huye del coloquialismo y se sitúa dentro de los límites de un «estilo literario» que no se avergüenza de algún arcaísmo ocasional. Así, el conjunto remite a un clasicismo austero, consciente. Asume el género al que se adscribe, pero lo trasciende con fogonazos aforísticos, con excursiones a la prosa poética, con una cierta pulsión de vida que no tiene todas las ventanas tapiadas. En ese sentido, la materialidad del libro, el trabajo artesanal de edición, es coherente con el contenido (al igual que el título). El «regalo» que acompaña muchos de los libros de Jekyll & Jill tampoco parece gratuito (si se me perdona el juego de palabras): en este caso se trata de un sobre con semillas de flores silvestres. Los microrrelatos de Gemma Pellicer también arraigan y crecen en la mente del lector. Si entendemos la compleja red de los géneros literarios como un ecosistema («Ecosistema», precisamente, es el titulo de un microrrelato extraordinario de José María Merino que bastaría para justificar el género, acaso incluso para explicarlo), Maleza viva constituye una valiosa adaptación evolutiva.
MIGUEL SERRANO LARRAZ
Gemma Pellicer, Maleza viva, Zaragoza, Jekyll & Jill, 2016.

Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral en Granite and Rainbow


Magistral de Rubén Martín Giráldez

José Braulio Fernández Riesgo reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en la revista Granite and Rainbow

No es como nada que hayáis leído, aunque se le parezca y sea tentador buscarle semejanzas. Ni siquiera es parecido a su anterior obra, Menos joven, aunque también sea tentador buscarle paralelismos. Nada más lejos. Lo irritante de los parecidos es la falta de originalidad; sin embargo, existen parecidos que conservan una esencia singularizadora, como es el caso que nos ocupa, y se resisten a ser emparentados con sus semejantes. Esa resistencia a formar parte de las categorías, de la eterna simplificación a la que el ser humano lo condena todo, es lo que hace de una obra más que un ejercicio de transmutación.

Las piezas de un idioma son relativamente simples, se trata de un puñado de letras. A partir de ahí comienza la complicación con las infinitas combinaciones que pueden realizarse para formar palabras. Es tan solo el comienzo. Después surgen otras, morfológicas, semánticas, sintácticas, dando lugar a palabras compuestas, locuciones, oraciones, refranes… Las primeras palabras que pronuncia un niño suelen ser sonidos próximos a la onomatopeya, una hazaña que los padres, siempre entusiastas, valoran de una forma desmedida. Aunque se comprende el alborozo: comunicarse será indispensable a lo largo de su vida y esos primeros sonidos eran el principio de esa extensa singladura. Esos sonidos eran el futuro en ciernes.

Sin embargo, no todo es tan sencillo. Los primeros sonidos emitidos por un niño deben ser seguidos progresivamente por el desarrollo de la competencia lingüística, que no es otra cosa que un mecanismo prácticamente automático que proporciona a los niños la habilidad para discernir entre las construcciones correctas y las incorrectas. Incluso, con cierta autonomía, discernir también y emplear las irregularidades del idioma. No pensemos los adultos que todos estos avances en el aprendizaje de los pequeños es fruto de nuestra pericia. No, nuestra capacidad tiene más límites que nuestro entusiasmo.

Más que de un aprendizaje en el sentido estricto, de lo que se trata es de un dispositivo psicológico connatural que se adapta paulatinamente al idioma que envuelve al pequeño. Es por eso que los niños aprenden a dominar un idioma con más facilidad que los adultos: el dispositivo que estos poseen está completamente cerrado, mientras que el de los niños es flexible, las conexiones aún no se han cerrado y pueden adaptarse con menos esfuerzo a las singularidades de distintos idiomas. Es, en síntesis, el proceso generativista de adquisición de la competencia lingüística, más psicológico que metódico.

“Cierra los ojos, pregustador, tápatelos sin confías en la espesura de tus manos. La diligencia, la disciplina, ¿habrá todavía quien se empeñe en convencernos de que nos hacen libres? Elegir someterse al orden no es un acto de voluntad voluntaria -déjame decirlo de manera villana-: la voluntad natural come con las manos. No me contradigo: comer con elegancia es un acto reflejo; hay animales elegantes, ¿verdad? Comer con avidez no siempre es cosa de instinto”.

Ante la complejidad que se advierte en la adquisición de la competencia lingüística no se explica la ineptitud para la comprensión de un texto, pues parece que el esfuerzo para adiestrar a nuestro cerebro ha sido lo suficientemente intenso para que no se le resista un ejercicio de una sencillez relativa como es la lectura, que reúne todas las secciones con las que se construye el idioma del que ya somos unos avezados domadores. Con esto ha tratado de jugar Rubén Martín Giráldez, poniendo a prueba tanto nuestra competencia como nuestra atención, a la vez que invitaba al lector a una deliciosa disyuntiva: ser consciente de la manipulación y ser acompañado durante el proceso o indignarse debido a la incomprensión (que puede interpretarse también como la opción caprichosa en la que, como he podido comprobar, alguno que otro incurre).

Y es que un idioma no es tan solo un método para comunicarse entre individuos, sino también una cultura. También, y sobre todo, una cultura (aunque haya necios que se desvivan intentando reducirlos a simples códigos de comunicación cuyo valor estiman en relación con el territorio en el que se utilizan). Y, lógicamente, poner en entredicho una cultura no le podía salir gratis al autor, no todos los lectores poseen la cintura ni el sentido del humor necesarios para someterse al juego que propone Giráldez, por un lado inteligente y por el otro despiadado.

Ser consciente del laberinto en el que te precipitas al abordar la lectura de Magistral requiere cierta voluntad. La lectura lineal de la obra no surte ningún efecto, puede resultar tediosa, surrealista, incomprensible, densísima. La lectura debe ser diagonal, desde arriba y desde abajo, desde los laterales, empezando por la portada (el único lugar en su sitio. O no, depende de la perspectiva). Nada es casual, todo tiene el propósito de probar al lector, de probar sus límites, de soltar en medio de su cerebro una granada con dispositivo de cuenta atrás y esperar. Esperar. Esperar. Esperar… Hasta que el libro se apodere de todos los conceptos preexistentes, de todos los principios y pautas y los contamine con su nuevo código. Es entonces cuando la obra cobra sentido, cuando se reelaboran todos los conocimientos, cuando las conexiones saltan por los aires y el idioma adquiere otra dimensión.

Giráldez juega a reescribir, a relativizarlo todo, a esconder pequeñas pizcas de clarividencia en los pliegues de las páginas que el lector atento detecta no sin dificultad. Giráldez es el demiurgo de un nuevo idioma, da a luz una nueva cultura a partir de la ya conocida que ha sido diseñada a partir de un idioma al que se ha dejado de dar tanta importancia. O, por mejor decir, un idioma al que se le debe dar menos importancia, puesto que en tiempos tan dispersos no es preceptivo que existan tablas de la ley a las que venerar. Detrás del idioma y de la cultura están las personas, son estas las que despiertan verdadero interés, el motor de todo, son estas a las que el autor prueba, a ver cuán dispuestas están a ser objeto de un juego de agudeza. Y no todas están dispuestas, no todas entran en el juego, no todas comprenden que tomarse tan en serio a sí mismas impide reírse de todo lo demás.

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Últimas noticias de la escritura - Sergio Chejfec

Últimas noticias de la escritura de Sergio Chejfec en Papel literario



Mª Victoria Reyzábal reseña Ultimas noticias de la escritura, de Sergio Chejfec (Jekyll & Jill, 2015) en la revista Papel Literario:

Es esta una obra interesantísima pero compleja Últimas noticias de la escritura Sergio Chejfecpara el gran público, centrada en las diferentes variantes escriturales que convierten a la propia escritura en una brecha que recorre desde los manuscritos iniciales únicos hasta la proliferación de los libros digitales, repetidos y, en muchos casos, también anónimos en su acercamiento al lector. Perdido, en buena medida, el texto como objeto físico, permanece el intento de algunos rebeldes por compensar o resucitar de otro modo la pulsión de lo manual o artesanal para reproducir de esa manera ahora lo mecanizado o digitalizado, apostando por un eterno retorno testimonial que recoloca al escritor en dimensiones falsamente pasadas pues le impone la necesidad de decirse sin renunciar al presente, evocando rituales aparentemente superados, así la posible disolución del pasado literario no excluye el nuevo empeño de subrayarlo, anotarlo con matices o deslizamientos que lo contextualicen en nuestro devenido siglo XXI, hijo y nieto de aquella cultura sin la que no sería nada y volvería a la prehistoria. De ahí, la gran hazaña recolectora que representan las bibliotecas, corredores y corredores que pueden atravesarse en diagonal, de micro o grandes saberes depositados ordenadamente en estantes… En este sentido, la producción digital en cuanto pérdida de materialidad implica “un mal paso” que como incompletud algunos intentan remediar, pues mientras la escritura manuscrita requiere la danza rítmica o incluso alterada de la mano, a la digital le basta con el toque mecánico de una tecla o la presión sobre un icono.

Lo atractivo de los manuscritos es que se defienden como inmutables en su posicionalidad de creación humana frente a las escrituras a máquina o transcriptores automáticas. Solo lo manual conserva la hesitación del autor o del copista patente en los rasgos de su caligrafía por más impersonal que se pretenda, evidente hasta en los componentes plásticos. Copiar a mano, ayer y hoy, apoya otro hábito de apropiación lectora que se beneficia de una velocidad adecuada para la comprensión ideal de cada receptor, reforzada por el sentimiento gratificante y ético del esfuerzo debido y cumplido. Pues “toda escritura caligráfica es única por definición y en mayor o menor grado impugna, por artera, la idea de imitación, la idea de copia o emulación requiere de una convalidación previa: en este caso es el original, y los atributos que irradia […] aquello que hace pertinente y no irrelevante la versión [manuscrita de cualquier autor]”.

La caligrafía de los escritoCultura_Entrevista tacitares amados fluye como muestra de la potencia no solo estética sino también moral y hasta pedagógica que se revela en la calidad gráfico-pictórica pues resulta «un gran tema literario, en la medida en que la letra manuscrita es cada vez más una gran prueba fáctica, en un contexto paulatinamente más escaso de ellas, de autorreflexividad. Puede recordarse ese verdadero leit motiv de Mario Levrero, cuando en El discurso vacío se obliga a ejercicios de cambio de caligrafía como un modo de mejoramiento del propio carácter moral y de las virtudes de su creación». Por eso las obras manuscritas de actores contemporáneos tienen un valor especial de resguardo de la verdadera creatividad individual, donde tienen entidad plena incluso las tachaduras. De los textos manuscritos a los escritos a máquina en esos pesados mastodontes que a su vez fueron evolucionando sin dejar de ser precarios instrumentos de la sustitución manual, hemos llegado a la impresión digital, algo que no existe, que no está materialmente en ninguna parte, lo que aporta una relación diferente no solo con lo que se dice sino con cómo se piensa el decir antes de decirlo o en el instante de hacerlo. Así puede concluirse que «La escritura maquinal despoja a la mano de su rango en el dominio de la palabra escrita y degrada la palabra a un medio de comunicación. Además, la máquina de escribir ofrece la ventaja de ocultar el manuscrito y, con ello, el carácter. En la máquina de escribir todos los hombres tienen el mismo aspecto», M. Heidegger, citado por F. A. Kittler (cita extraída de: M. Heidegger: Parménides, trad. de Carlos Másmela, Akal, Madrid, 2005, pág. 105)». Tal vez por eso las cartas personales, los billetes de amor, por ejemplo, exigen la impronta de la mano.

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Rubén Martín Giráldez

Magistral en el blog Crisdejulia



Rubén Martín GiráldezCristina P. Escribano reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez:

Soy un pobre bebedor de venenos que ha visto a Dios y tiene una cara y un coco como un piano.

Un argumento sin trama, un rey escritor que cuenta sus hazañas literarias, un mago del aforismo, un analista perspicaz, un opinador sobre la lengua, la crítica, la realidad literaria, los lectores, lo anodino, lo eterno y lo humano con bastante clarividencia.

La lectura de Magistral te deja un poso de aquí qué pasa, un gusto a esto a qué sabe, regustos de culturas distintas, desde el Renacimiento y las obras más ensayísticas al descarnado siglo XX de Celine, Artaud o Manganelli.

Imagino que Rubén Martín Giráldez es un artista que tendrá mucho camino que recorrer, mucho más que decir, ojala revolucione o dicte un por dónde (el listón lo deja alto, de momento). En cualquier caso, con su última propuesta (tiene, al menos otra obra en la misma editorial llamada: Menos joven) estamos ante una novela fuerte, muy pensada, reflexiva y fuera de cualquier normalidad. Cada frase del libro es soberbia, cada pensamiento un volcán.

La editorial que se ha atrevido es Jekyll and Jill, una de las editoriales más arriesgadas e interesantes del panorama y demuestra con esta apuesta su exquisitez y buen ojo para mostrarnos obras realmente interesantes. Autor y editores conforman un equipo increíble, el material está muy cuidado. Lo demás, sumergirse de golpe en las aguas del libro. Un fragmento al azar:

“¿Constituía yo una respuesta? Igual no, pero estaba convencido de ser –a diferencia de ellos- destilado, quintaesencial brandy de anarquía; y vosotros venga a repetir papillas y a tomar leche controlada, a presumir de virtudes demográciles, de politique-verité. Encendíais salvas salvíficas a autores vacuos y la atmósfera olía a pelos socarrados o a muerte, según incineraseis a un muerto más o menos calvo”.

Magistral, un libro de Rubén Martín Giráldez.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral en revista Détour



Magistral de Rubén Martín GiráldezÓscar Brox reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez en la revista Détour:

A la lengua castellana no le vendría mal una escala de dureza, como la de Mohs con los minerales, o un test periódico que evaluase su resistencia. O las contraintes, las constricciones que definían las singularidades de la escritura del OuLiPo. La lista, tal vez, podría ser más que extensa y, a fin de cuentas, cada adición reflejaría una misma necesidad: llevar al límite las posibilidades expresivas de una lengua, reclamar un chute de vitalidad, perseguir incansable, más bien inconformistamente, todo lo que se puede llegar a decir, a hacer, a crear con las palabras. Magistral, el pequeño libro-texto-misil-novela-ensayo escrito por Rubén Martín Giráldez expone con sus dosis (des)medidas de ironía y elocuencia este punto. Así, hasta constituirse en una lección magistral de todo lo que puede dar de sí nuestra lengua.

Con Magistral sucede como con la bella aventura traductora de El secuestro, de Perec, o con la adaptación de las novelas de Gombrowicz al castellano, en las que lo bonito no es tanto detenerse a indagar en el qué, prácticamente imposible, sino perderse en el cómo. En el ritmo alocado e intermitente, en la panoplia de recursos expresivos que se suceden línea tras línea, en ese sano sentimiento de tocar narices, jugar con los lugares comunes y alumbrar un puñado de dudas en torno a lo que significa escribir, traducir y, por qué no decirlo, leer. De qué manera se imbrican estas tres actividades. En el texto de Martín Giráldez hay bardólatras, perezosos,  ocurrencias y un baile intermitente con cada recurso habido y por haber del acervo castellano. Hasta tal punto que bastan unas pocas hojas para renunciar a plantarle batalla y dejarse llevar por la musicalidad, por las rimas y las gracias, por el sentido del divertimento que parece proyectar el inacabable monólogo sobre las potencialidades de una lengua, de una escritura y de, en fin, una cultura. Por todo aquello que dejamos arrinconado, orillado por una moda pasajera o por el confort que proporcionan las reglas de oro del oficio. Por el oficio, que a veces es un concepto demasiado gris para hablar de la escritura. Funcional. Por los olvidos de siglos, esto sí, de oro, que hacían rico y moderno al castellano sin necesidad de ponerle una cresta de punki o pintarle un grafiti en la pared del comedor.

Martín Giráldez aprovecha el texto para ahondar en la importancia de la duda, es decir, en cómo los brotes de escepticismos nos sacan de todas esas certezas estancadas durante décadas. Cómo nos permiten llevar a cabo una potente zancada en busca de otra cosa. Hacer más elástico y permeable el lenguaje, tal vez, pero también preguntarnos cuál es nuestra relación con él, con lo que escribimos, con lo que traducimos. Con esas palabras vertidas en un procesador de textos que forman párrafos, capítulos y libros. Cuál es el pegamento secreto. El argumento, el meollo y el discurso. Qué se puede decir, o seguir diciendo, en una época fatalmente saturada por obras que no dicen nada. O que dicen demasiado de lo mismo, sin apelar a una pizca de intuición para revolverse contra los convencionalismos. Para no ser otro estéril ejercicio de vanguardia que, en cinco o diez años, morirá anclado en la moda que lo parió.

Tal vez Magistral, como ese Mujeres ilustres norteamericanas que figura como anexo (qué sería de las ediciones de Jekyll & Jill sin sus anexos), solo deparen una pregunta. Pero qué pregunta: ¿Qué es un libro? Un libro bajo sus influencias, bajo sus reflujos, herencias, ideas, juegos, tradiciones, constricciones y reglas. Y así, también, qué es un escritor, qué un lector y qué una cultura. Y qué lugar ocupan todos ellos, todos nosotros, qué lugar ocupamos en este mismo momento. El libro de Martín Giráldez podría ser como un número de magia que agota todo su repertorio de golpe, desatando tal clase de asombro que invita al K.O. A la confusión. A bajar los brazos. Y, sin embargo, su sabia combinación de ingenio y locura, de divertimento y de estudio, nos depara una interesante reflexión sobre la relación que mantenemos con la literatura. Como en las obras de Calvino, como en los ensayos de Eco, como en las historias juveniles de elige tu propia aventura. Solo que aquí, en vez de cíclopes, hay bardólatras, y los cantos de sirena que distraen al héroe de su empresa son los de una lengua vaga que anhela recuperar el vigor. La invención. La energía. Y, como demuestra este libro, la diversión.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral en la revista Otra parte – Argentina



Magistral de Rubén Martín GiráldezJosé Ignacio González reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez en la revista cultural argentina Otra Parte:

El más famoso título de Henry Miller, Trópico de Cáncer, empieza avisando: “Esto no es un libro. Es un libelo […] un insulto prolongado, un escupitajo a la cara del arte, una patada en el culo a Dios […]”. Magistral, de Rubén Martín Giráldez, es una filípica furiosa, una invectiva, una rara avis necesaria de las que agitan nuestras letras cada cierto tiempo. Su leve excusa argumental gira alrededor de un libro imaginario y justamente homónimo, pero no para ocuparse de su crítica (como en Sartor Resartus, en los cuentos de Borges o en La literatura nazi en América), sino para que el propio autor explique su recepción: la inteligencia de este constructo es tal que contiene, anticipa y acaba por desactivar sus posibles reseñas desfavorables.

Los temas que se ensayan bajo esa sátira desatada enmiendan la totalidad de la actual creación española a través de una apología esforzada del impulso al lenguaje castellano, que Giráldez considera perdido desde el tiempo de Gracián, y así está en Magistral el intento valiente de encontrar una voz singular, pero también la denuncia al lector narcotizado y a la crítica adocenada, el cuestionamiento de un idioma inutilizado (que en realidad va dirigido a los que no lo usan ni se atreven a expandirlo), los problemas de la traducción para trasladar los avances que se producen en las nuevas escrituras allende nuestras fronteras idiomáticas (qué decir donde pone too fart) y, por encima de todo, una profunda indignación ante los heraldos locales que osan proclamar la muerte de la Novela mientras que en Norteamérica están publicando autores de la talla gigante de Ben Marcus. Precisamente la epifanía que para el narrador supone la lectura de la obra de Marcus Notable American Women lo impele a incluir en el libro no sólo fragmentos de aquella, sino también las tapas y las primeras páginas, aunque con ligeras variantes con respecto al original que corrigen políticamente el título (Notable North American Women) o expresan la imposibilidad de que llegue incólume tras su translación (hay volcadas partes en inglés y otras en que se elige la cacofonía frente al significado, como traducir dates por dátiles).

Lo que queda claro en esta denuncia es que mientras el idioma anglosajón tiene una tradición de ruptura que empieza por Sterne y sigue con Joyce, Beckett, Burroughs o Burgess, y que el francés lo transgredieron Rabelais, Blanchot, Jabès o Genet, el español literario es para Giráldez una lengua muerta sostenida por burócratas acomodados y de la que nadie se preocupa desde Julián Ríos: Cela no es Céline igual que la opereta no llega a ópera, y carecemos de manifiestos como el de Ginsberg contra el conformismo de su generación. Consigue Magistral retorcer el habla y acuñar nuevos términos cuando estos no existen o no son suficientes, pero sin acudir al épater de las vanguardias, al galimatías babélico de Ríos o a la aliteración interna de Cabrera Infante; el autor sabe que del Verbo surge el mundo, y justamente ha logrado levantar un Golem y crear un castillo propio hecho de palabras como “cadaverítica” o “mezzosopranía”.

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Magistral en revista Leer



Jordi Corominas i Julián reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en el número 274 de la revista Leer (julio-agosto-2016):

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No está bien que lo diga quien escribe, pero Rubén Martín Giráldez (Cerdanyola del Vallés, 1979) pertenece a la única generación literaria, la nacida inmediatamente tras la muerte del Dictador, que no ha reivindicado serlo porque prefiere escribir y hablar mediante sus obras.
Si empiezo así esta breve reseña de Magistral es porque creo que en su fuero interno hay mucho de una serie de ideas que deberían debatirse a fondo. Acierta el narrador de este artefacto, que en cierto sentido supone una más que punzante continuación de Menos Joven, en amenazar de excomunión a los que clasifiquen a su obra de inclasificable. Hace bien, pues entre ese manto de experimentalismo hay una profundidad de campo esencial, la que siempre conviene leer entre líneas, y en ella se halla una enmienda total y absoluta a un sistema literario demasiado autocomplaciente entre una exasperante comercialidad, los me gusta de Facebook y una fachada que debe derribarse para reivindicar la calidad por encima de todas las cosas.
Es fácil suponer que una novela, que en realidad esconde desde mi modesto punto de vista el embrión de un potencial ensayo, de este tipo levantará consensos fáciles. Todos la elogiarán, remarcarán su brío y tuitearán el inmenso placer de leer un texto que fluye veloz, con un nervio salvaje que es cabreo y ganas de afiliarse con corrientes para nada comprendidas en nuestro país. Resulta sencillo alinearse con él desde la comodidad de estar en una moda inexistente, pues Magistral no puede analizarse con una sola lectura al ser un conjunto totalitario de palabras imposibles de aprehender a bote pronto.
Hay en este volumen mucha ironía y sentido del humor contundente, juegos léxicos, intertextualidad, amor por rehuir el formato clásico y, sobre todo, una crítica machacona. Habla la voz de Magistral de un ninguneo al español y uno, pues la duda ante este manuscrito es legítima, podía plantearse si hay engaño en esta crítica acérrima. Mi respuesta es negativa. Marcus huele a excusa para encajar piezas del puzle que recubre el contenido, ahí está la trampa, asimismo concebida desde una caja china repleta de inteligencia que antes de aparecer en las librerías ya preveía las reacciones suscitadas, el asombro y las onomatopeyas al por mayor. La profusión de las mismas es la burla riuscita del autor, quien sabe a la perfección que en nuestro ecosistema ahora mismo los que juegan con fuego deben quemar a los demás para que crezca la llama. Sin saña, con la sutileza de quien madura una prosa y la lanza no hacia la inmediatez, sino hacia una constancia que evite lo ramplón.

Mansa chatarra

Mansa chatarra en Libros de Cíbola



La revista Libros de Cíbola reseña  Mansa chatarra, de Francisco Ferrer Lerín:

Se recogen en Mansa chatarra una serie de textos dispersos a lo largo de la obra poética y narrativa de Francisco Ferrer Lerín, así como una veintena de inéditos, cuyo denominador común estriba en la procedencia onírica de su material literario. A la hora de realizar la selección, se ha entendido el espacio onírico como aquél que recoge fundamentalmente las nociones de sueño y ensoñación, según la conocida terminología de Gastón Bachelard; o, si se prefiere, los sueños de día y los sueños de noche, tal como los denominó Borges. No se escribe el sueño, sino la memoria de los sueños, decía también Borges, al tiempo que se preguntaba si la memoria no es asimismo un sueño. Pero, en última instancia, el elemento decisivo sigue siendo la escritura como forma singular de mediación y último eslabón de esa cadena inestable de sueños que se ocupa de cristalizarlos. En los sueños lerinianos, abundan las pesadillas o al menos las situaciones hoscas, inquietantes. Lo monstruoso, el crimen, lo grotesco, las confusiones, transformaciones y desdoblamientos de los personajes, la conciencia del sueño durante el sueño… (Del prólogo de José L. Falcó para esta edición).

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Ferrer Lerín recoge en esta antología casi ochenta piezas breves o hiperbreves de sus libros La hora oval (1971), Cónsul (1987), Bestiario (2007), Papur (2008), Fámulo (2009), Gingival (2012), Hiela sangre (2013), más una veintena de textos inéditos provenientes del blog del autor (http://ferrerlerin.blogspot.com.es/). Lejos de constituir un cajón de sastre inconexo, esta selección presenta una coherencia absoluta debida a la materia común de todos ellos. Lo onírico, lo visionario y lo imaginativo se desparraman en todas sus variantes por los textos, conformando un libro totalmente nuevo. Ferrer Lerín posee un estilo personalísimo y musical, deudor de autores como Borges, Kafka y Perucho lo que hace de su  lectura una experiencia gozosa e intensa. Para mí, este libro de Ferrer Lerín es uno de los mejores libros de minificciones que han aparecido últimamente.

Mención aparte merece esta primorosa edición de Jekyll & Jill Editores. El diseño de la sobrecubierta, el papel utilizado, las fotografías antiguas del propio autor que se incluyen pegadas a modo de un álbum, hacen de éste un libro bellísimo, impecable. Cum laude para los editores.

Para finalizar, sólo me resta señalar que Mansa chatarra es un título IMPRESCINDIBLE para cualquier lector sensato y para el que busca un antídoto contra los superventas que nos inundan por doquier.

Puntuación: 5 (de 5)

Jekyll & Jill Editores (2014)
Prólogo y edición: José L. Falcó
152 págs.

TANCHELINO. En el año 1125, un hereje llamado Tanchelino cobró veneración tal, que en algunas provincias se bebían sus orines y se guardaban como reliquias sus excrementos; el dinero que de ellos sacaban los principales de su secta servía para el gasto de su mesa, que estaba siempre servida con suma delicadeza. Los padres y maridos llegaban a rogarle que se dignase acostarse con sus hijas y mujeres. Al morir y descomponerse se vio que dentro había un caimán.

YAGA-BAB. Monstruo descrito en los cuentos rusos bajo las facciones de una mujer de desmesurada estatura, en forma de esqueleto, con sólo una pierna, un rosario con sus fetos sanquinolentos colgando de la puerta de sus vergüenzas que dejan un rastro que siguen bandadas de cuervos, y una maza de hierro en la mano derecha con la que hacer rodar la máquina que empuja, que es la máquina de la vida y de la muerte.

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Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) publicó en 1964 su primer libro, De las condiciones humanas, y en 1971 recogía parte de sus textos inéditos escritos entre 1960 y 1970 en La hora oval, selección que había resultado finalista del “Primer Premio Maldoror”. En 1987 apareció su tercer libro de poemas, Cónsul, nueva antología de poemas, escritos entre 1964 y 1973. Ferrer Lerín ha traducido varias obras francesas.

A principios de los setenta, regresa temporalmente a Barcelona, se licencia en filología hispánica y trabaja en la editorial Salvat y en el consejo de redacción de Barral Editores. En esa época ejerce de profesor de Ornitología de Campo en la Universidad de Barcelona. En 1979 interviene, como responsable de la Sección de Ornitología, en la redacción del Plan de la Corporación Metropolitana de Barcelona. Ha colaborado en diversas publicaciones periódicas: El País, La Vanguardia, Estaciones, Diario Jaén, Poesía española, Rocamador, Diario de Barcelona, Informaciones, El Heraldo de Aragón, Papeles de Son Armadans, Ínsula y El Estado Mental. Su persona ha aparecido en la obra de Enrique Vila-Matas, que le dedica el capítulo decimosexto de Bartleby y compañía, y en la de Félix de Azúa, que en El diario de un hombre humillado ofrece un fidedigno retrato suyo bajo el apelativo de “el Buitre”. Igualmente, Ferrer Lerín protagoniza un breve episodio filológico en Paseos con mi madre de Javier Pérez Andújar.

En el año 2001 Ferrer Lerín escribe, por encargo de Frederic Amat, un guion cinematográfico, Die Rabe, que más adelante es transformado en una novela, publicada en 2005 bajo el título de Níquel. A partir de este momento su producción se multiplica. En el año 2006 la editorial Artemisa saca a la luz su obra poética completa bajo el título de Ciudad Propia, y en 2007 Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg edita El bestiario de Ferrer Lerín, fruto de su proyecto de tesis doctoral sobre los ornitónimos del Diccionario de Autoridades. Un año más tarde aparece en la editorial Eclipsados Papur, libro de bibliofilias, facsímiles, artículos y otras prosas que incluye un apartado final con el guion Die Rabe. En 2009 Tusquets edita, dentro de la colección Nuevos Textos Sagrados, un nuevo libro de poesía, Fámulo, galardonado en abril de 2010 con el Premio de la Crítica. En 2011 aparece en la colección Andanzas de Tusquets una versión revisada y ampliada de Níquel, con el título de Familias como la mía, y en 2012, la editorial Menoscuarto publica Gingival, que recoge las entradas de carácter narrativo de su blog. En 2013 Tusquets publica su último volumen de poesía, Hiela sangre. En 2014 la editorial Jekyll & Jill publica una selección de textos de carácter onírico bajo el nombre de Mansa chatarra, y la editorial Leteradura el volumen de cuentos 30 niñas.

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Fábula de Isidoro y Magistral en El Plural



Fábula de Isidoro de Julio Fuerte TarínJosé Ángel Barrueco, en El Plural, destaca Fábula de Isidoro, de Julio Fuertes Tarín, y Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en su artículo Cuatro propuestas experimentales:

A Fábula de Isidoro, la primera novela de Julio Fuertes Tarín, quizá le haya perjudicado salir de imprenta al mismo tiempo que Magistral (ver el siguiente apartado), ya que el éxito de éste la ha eclipsado un poco. Pero los editores los han publicado a la vez y sus razones tendrán. Fuertes Tarín también rompe las reglas aquí, y parece guiarse por las sombras de Cela y de Rabelais. Al término de la narración de un único capítulo se incluye un capítulo XVI («De las costumbres y aptitudes de Isidoro»), un epílogo y el apartado Adenda I. Pero al lector le aguarda otra sorpresa: la inclusión de un cuento breve en extensión y diminuto en tamaño, pegado a la cubierta interior y titulado «La Fábula de Isidoro resumida a los niños», que viene estupendamente para los recovecos del argumento en el que a ratos uno se ha perdido, algo que se nos advierte al principio: La fábula de Isidoro es una cuestión demasiado compleja para nosotros, no digamos para ti.Magistral de Rubén Martín Giráldez

Rubén Martín Giráldez ha traducido algunos de los libros más singulares de los últimos años (ejemplos: Nada. Retrato de un insomne, Le Park o ¡Despidan a esos desgraciados!), y acaba de publicarse su traducción de Narcisa (Jonathan Shaw) y en septiembre leeremos su revisión de Fat City (Leonard Gardner). Pero quizá sea el estilo de otra de sus traducciones (la delirante Naturaleza muerta con pájaro carpintero) lo que de verdad ha impregnado su propia obra: Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios, Menos joven y ahora Magistral son muestras del talento de un autor excéntrico y muy inteligente. La mejor sentencia sobre Magistral, que no es ensayo ni es novela ni es relato, pero lo es todo a la vez, la escribió Raúl Quinto en Facebook: Este libro de Rubén Martín Giráldez desactiva cualquier crítica y cualquier elogio, te convierte en un personaje ridículo si te atreves a hablar de él. A Magistral lo han acompañado la diversidad de opiniones y la polémica, como si amarlo o aborrecerlo significara pertenecer a uno u otro bando. Pero lo que importa es si uno disfruta o no de la lectura: en manos de cada lector debe quedar el veredicto.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral de Rubén Martín Giráldez en Devaneos



 Magistral de Rubén Martín GiráldezEl alquimista del tedio reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en el blog Devaneos

Pensaba no escribir nada. Pensaba dejar blanco sobre blanco sobre este fondo digital. Un fracaso neutro. Lo he pensado mejor y no, hay que escribir algo, un fracaso de reseña en todo caso, porque no hay reseña (nada de posarse sobre la margarita e ir desojando el argumento, si lo hubiera), sino una aproximación a la experiencia de leer una novela como Magistral, iba a decir del tipo de Magistral, pero lo dejamos en Magistral y quitamos el tipo.
Si hubiera llegado a la novela de Rubén Martínez Giráldez sin haber leído Rayuela o Ulises de Joyce, mi experiencia hubiera sido otra. Hablo de estas dos novelas porque ambas dos son eso que se llama hoy con mucha alegría una fiesta del lenguaje, ya un lugar común; un cajón de sastre, donde va a parar todo lo raruno, lo singular, lo excéntrico, aquello que rompe el molde.
Magistral es raruna, singular, y muchas más cosas. RMG no es Joyce, Magistral no es el Ulises, pero como dijo George Steiner no cabe duda de que el contraataque más exuberante lanzado por escritor alguno contra la reducción del lenguaje es el de James Joyce y por analogía algo parecido podemos decir de RMG y su pericia y destreza con el lenguaje para perpetrar una novela del todo punto hilarante, ambiciosa, laminar, potente, portentosa y demoledora.
La voz que narra, el autor de una novela titulada Magistral, quiere acabar con su lengua castellana, una lengua que en su opinión ya ha dado todo lo que tenía que dar de sí. Un planteamiento que el autor de la novela -Magistral(mente) mediante- pone en entredicho, dado que mientras para muchos escritores el lenguaje es ya casi un producto acabado, donde con cuatro movimientos de trilero, tienen un libro en el escaparate de una librería, otros como RMG, constato brutalmente que usan el lenguaje, las palabras, como materia prima para llevar su oficio de picapedrero al límite. Donde otros reproducen, dilatan, se clonan a sí mismos, RMG crea, innova, se aventura, roza lo ininteligible, se regodea en ello.
Podemos poner todas las pegas del mundo, todas las objeciones a la novela, todas nuestras limitaciones en nuestro leer al hacer nuestra denuncia, pero creo que deben ser ponderadas en su justa medida, si lo comparamos con todo lo que Magistral nos ofrece.
Pocas veces uno tiene la suerte de darse un atracón como éste. He gozado, sí. Me he descojonado, también. He tenido que volver una y otra vez sobre muchos párrafos, a fin de ordeñarlos, de sacarles el jugo, que lo tienen. He consultado el diccionario unas cuantas veces. He agradecido que Ben Marcus escribiera en inglés y no en pekinés.
Libros como el presente son un zasca en la (*)bocación lectora del lector que vaya en pos de lecturas complacientes, cómodas, arrulladoras, amables. Magistral, muerde, desconcierta, araña, tritura, desamodorra y lo más importante, (me) entusiasma.
RMG es un tragasables. Se la está jugando.

(*) bocación: palabro híbrido entre boca y vocación.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral en La ventana Secreta 6



Magistral de Rubén Martín GiráldezFrancisco José Arcos Serrano reseña Magistral en el blog La ventana secreta 6:

«Una de las más lúcidas críticas volcadas hacia el escritor y el lector medio, lo que se traduce en una de las mejores novelas de este año»
Hoy os voy a hablar (intentarlo, al menos, ya que el título en cuestión huye de cualquier definición plausible) de un libro diferente, inaudito incluso en nuestro panorama literario.
A Rubén Martín lo descubrí gracias a Menos Joven, donde nos presentaba una historia extraña como pocas (de hecho todo el libro es un locutor retransmitiendo la jugada de su personaje principal Bogdano -el cual debe cazar a sus ídolos-, todo ello subido a un caballo (¿?).
Con Magistral vuelve a dejar ojiplático al lector con una sensación de estupor y confusión que no te abandona durante la lectura del libro ni hasta mucho tiempo después de haberlo cerrado (sin ir más lejos he necesitado unos días para asentar las ideas en mi cabeza para poder así escribir mis impresiones sobre lo que aquí nos quiere contar el escritor).
De las cosas que más valoro como lector y como reseñador es que el texto que tengo delante me remueva algo en el interior, y con Magistral, el amigo Rubén me ha dejado una sensación de caos (controlado en ocasiones, of course) intrínsecamente relacionado con la manera que tiene de jugar y estrangular el lenguaje para así ofrecernos unas páginas llenas de un peculiar juego narrativo que apabulla y sorprende a partes iguales.
Podríamos considerar que el escritor se toma este escenario bien como una broma infinita o como un despiece de esos tópicos que asolan nuestro lenguaje desde hace años.
No quiero finalizar este acercamiento a Magistral sin mencionar la edición del libro por parte de Jekyll and Jill, con uno de esos diseños interiores que juega constantemente con la estructura interna de estos alucinados pasajes; sin lugar a dudas, otra nueva muestra de lo que es capaz este pequeño sello zaragozano.
Queda claro que Rubén Martín Giráldez va por libre en esto de la narrativa, siguiendo un camino (el suyo propio) por el que no deja títere con cabeza, potenciando un discurso nuevo y radical que no se casa con nadie.
Rubén, hijo mío: quedo rendido a tus pies con ganas de más.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral en Libros y Literatura



Magistral de Rubén Martín GiráldezSergio Sancor reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en Libros y Literatura

Si eres lector, este libro te va a escocer. Si eres crítico literario – ¡presente! – este libro te va a hablar, no desde las tripas, sino desde el mismo órgano que te dé la vida – decide tú cuál – porque lo que ha hecho Rubén Martín Giráldez con Magistral es poner sobre el papel eso que no se dice, pero se intuye y que convierte a esta nueva lectura en una de las más interesantes de lo que va de año – y han sido pocas, lo cercioro – y una de las más estimulantes – casi tanto como que te den una descarga en la entrepierna -. Los lectores tendemos a coger lecturas fáciles. No estamos acostumbrados a que nos pongan las cosas difíciles y, creedme, con esta obra a mí se me hace cuesta arriba contar algo que no termine por parecer vacuo y sin fundamente, con toda la chicha que hay para cortar, envasar, y después llevarnos al gaznate. Y es que estas son las cosas que me suceden siempre con este autor – que no se prodiga demasiado, una pena, aunque su labor como traductor la siga desde hace tiempo -, que hay tanto dentro de lo que escribe que al final me parece estar haciéndole un flaco favor y tiendo a creer que mis reseñas no definen a la perfección lo que está dispuesto a contarnos. Pero como decía, si eres lector, este libro te va a escocer. Si eres crítico, este libro te hablará de tú a tú o quizás de tú a lo que quieras que seas. Porque no hay que olvidar que en España, por mucho que nos cueste reconocerlo, hay más subhumanos que otra cosa en este mundo tan romántico – y podrido a la vez – del mundo literario.

Me topé con Magistral de casualidad. No estaba buscando nada, pero en una de mis redes sociales apareció la portada del nuevo libro de Rubén Martín Giráldez y ya no pude quitármelo de la cabeza. Menos joven fue toda una sorpresa y una de las lecturas que siempre recomiendo, así que no me lo pensé demasiado cuando salí a las librerías a buscarlo. En la primera no lo encontré y ni siquiera tenían constancia de llegarles; en la segunda, no lo habían distribuido todavía; en la tercera, por fin, me lo pusieron en las manos. Esa sensación de haber encontrado un tesoro, ¿la conocéis? Pues esa misma me embargó. Y bien, ¿de qué trata Magistral? Pues de la literatura, así en genérico, pero también del vertedero en el que se ha convertido el lenguaje. Una obra que nos habla, tras haber tenido éxito, de todas esas voces que creen saberlo absolutamente todo, pero que no dejan de ser fauces que vomitan halagos sin demasiado sentido. Y de lectores, y de escritores, y de otras especies que pueblan este universo de letras, que lo emborronan, o que simplemente lo llenan de mierda. Y puede parecer que yo lo digo desde una posición llena de ira, y tendréis razón. Porque no hay nadie más ciego que el que no acaba de darse cuenta de lo que existe …seguir leyendo

Magistral Rubén Martín Giráldez

Magistral de Rubén Martín Giráldez en Le Cool



Magistral Rubén Martín Giráldez

Juan Carlos Portero anota Magistral, de Rubén Martín Giráldez

Magistral es un ejercicio atrevido, arriesgado, un artefacto fascinante capaz de hacer saltar el lenguaje por los aires. Un directo a la mandíbula de lectores, autores, críticos, editores y reseñistas. Demasiadas palabras estúpidas. Es una sátira de los actos del habla, de los actos de escritura y de los actos sociales. “No ha nacido todavía el libro que las tiene a quien no lo lee, al menos de manera directa, y no creas que no lo siento. Ojalá pudiese dirigirme a ti que no lees, que jamás te acercaras a mis regüeldos, y descubrir con qué deseas que te fascine”. Para Magistral el idioma español es inservible y al escritor español de hoy no hay por dónde empezar a matarlo. Para Giráldez, el castellano, reanimado, es de una exuberancia tremenda. En el patíbulo los cimientos de la Obediencia, las Grandes Operetas Amables, la connivencia de los bardólatras y la pasividad del lector. Vanguardia, literatura “dura”, experimentación. En Magistral hay juegos cruciales (pero sutiles) de maquetación, tipografía, paginación y una cubierta de otro libro incrustada en el libro. ”En la traducción, como en la escritura musical, hasta la manera de sentarnos nos condiciona los puntos yo me siento muy alto para llegar mejor a las teclas negras”.

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Fábula de Isidoro de Julio Fuerte Tarín

Fábula de Isidoro en El Periódico Mediterráneo



Fábula de Isidoro Julio Fuertes Tarín

Eric Gras reseña Fábula de Isidoro, de Julio Fuertes Tarín, en la revista Cuadernos de El Periódico Mediterráneo.

No será la primera vez, ni la última, que dedique un significativo número de elogios y alabanzas a la editorial Jekyll & Jill por publicar lo que yo llamo “locuras ingeniosas”. Su catálogo es atrevido, descarado, gallito incluso. Publican, y perdonen la expresión, lo que les viene en gana. Eso sí, con el convencimiento de que la literatura de nuestros días se desembarace de todo prejuicio, que se libere de algún modo de cualquier atadura capciosa propia de aquellos que creen que el lenguaje es todo raíces inamovibles.

Algunas de las lecturas más complejas, insólitas y raras que he tenido el placer de paladear son obras publicadas en este sello zaragozano y caprichoso. El pasado mes de abril, imagino que con ese espíritu un tanto kamikaze que les caracteriza, decidieron sacar a la luz dos de esas obritas extravagantes a la vez: ‘Magistral’, de Rubén Martín Giráldez; y ‘Fábula de Isidoro’, de Julio Fuertes Tarín. Ni qué decir tiene que el impacto ha sido mayúsculo, generando debates por doquier. Y yo que me alegro, oigan. Del primer título no diré nada, no aquí. Del segundo sí voy a ocuparme, pues reconozco que he vuelto a quedarme perplejo ante la originalidad de una obra que no sé muy bien cómo explicar.

Todos sabemos que una fábula es una pieza literaria, breve, cuyos personajes principales son animales o cosas inanimadas que presentan características humanas. Pues bien, Fuertes Tarín se vale de esa composición para presentar una debacle mayúscula, un relato protagonizado por un niño llamado Wynston que quiere ser titular en el último partido de fútbol del equipo de su colegio. Para ello debe acertar una quiniela y lo que este (pobre) chico no sabe es que a partir de ese momento toda su vida dará un vuelco de 180 grados hacia la locura máxima. En un ‘tres i no res’ es testigo directo del asesinato del presidente del gobierno, al tiempo que se topa con un ser un tanto sobrenatural llamado Isidoro que lo envuelve en una aventura bizarra donde hay tanques, soldados por todas partes, muerte y caos. La acción, sin saber muy bien cómo, se traslada de Madrid a Valencia y de ahí a Sevilla. Al niño le cambian hasta tres veces de nacionalidad y apellido y así es imposible aburrirse. Fuertes Tarín, qué bueno que viniste.

Fábula de Isidoro de Julio Fuerte Tarín

Fábula de Isidoro de Julio Fuertes Tarín en Fantífica



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Sergi Viciana reseña Fábula de Isidoro, de Julio Fuertes Tarín, en Fantífica:

He tardado en decidirme a reseñar la Fábula de Isidoro, lo reconozco. Y es que no tenía claro del todo si encajaba en Fantífica, al menos hasta llegar a mitad del libro. No he tomado la decisión hasta el final, aprovechando una hora de tren con efecto lata de sardinas cortesía de Renfe en la que no pude hacer mucho más que pensar y sudar. ¿Que por qué me ha costado tanto? Porque más que de fantasía, estaríamos hablando aquí de un realismo líquido que se va alejando cada vez más de nuestro mundo. Los pies de barro de nuestra realidad se licuan por efecto del Turia, del Guadalquivir y del Manzanares, pero sobre todo de las cloacas, y toda la absurda solidez de nuestra sociedad se viene abajo. Sin embargo, no se trata de algo repentino, sino que se va dando poco a poco, hasta el momento en el que el lector se ve obligado a plantearse cuánto de lo que está leyendo es real y cuánto no, cuánto es producto de las drogas y cuánto es mero delirio de alguien que las ha consumido durante muchos años.

La respuesta, por supuesto, es que nada es real: es una novela. Pero el hecho de que aceptemos como realistas cosas como que torturen y prendan fuego, vivo, al presidente del gobierno en las primeras páginas del libro nos hace, una vez terminada su lectura, replantearnos la verosimilitud de nuestra realidad. Actos —y reacciones a esos actos— que deberían resultarnos inverosímiles se asumen con absoluta normalidad, y la frontera entre lo real y la fantasía se va volviendo más difusa, sin que consigamos tener ningún referente fijo que nos sirva de faro.

Julio Fuertes Tarín

Julio Fuertes Tarín.

Sin embargo, esa pérdida del realismo no va acompañada de una pérdida de la verosimilitud. De alguna manera, Fuertes consigue dar una sensación de consistencia a lo que es a todas luces un absurdo. Personajes que cambian de nombre sin perder por ello lo que más los define. Lugares que son intercambiables entre sí porque, una vez reducidas a lo mínimo, todas las ciudades parecen iguales, todos los soldados son iguales, todos los inmigrantes son extranjeros y todas las diferencias que usamos como puntos cardinales en nuestros mapas mentales son constructos culturales y, por tanto, accesorios y artificiales.

Ni siquiera se respeta el concepto mismo de narración, gracias a Manolo, una suerte de Cide Hamete Benengeli cervantino que permite ocasionales distanciamientos con el texto, a veces paródicos, a veces metanarrativos, con reflexiones sobre lo que se está narrando. Y es que se supone que la fábula es una transcripción relativamente fiel de la narración hecha por Manolo sobre el Día de los Hechos. De esta manera, no solo el mundo en el que sucede la historia (que se supone que es el nuestro) es cuestionado, sino que la misma novela se pone en duda: si estamos leyendo una transcripción de una narración de algo que pasó, parece bastante evidente que no estamos accediendo a la realidad de los hechos. Y para acabar de lanzar la duda sobre lo leído, los dos narradores, Manolo y el narrador que nos habla, son poco fiables. En varios momentos se nos avisa de que Manolo tiene una ideología determinada, que no tiene por qué ser siempre la misma, y que su interpretación y narración están sesgadas; pero igualmente se nos indica en algunos momentos que el narrador se aparta conscientemente de la versión de Manolo, con lo que se plantea la pregunta obvia: ¿cuántas veces se aparta sin avisarnos? Es más: ¿por qué lo hace?

Fábula de Isidoro - PáginasEn medio de todo ese caos surge Isidoro, lo más parecido a algo fijo en toda la Fábula. Un monstruo, un tipo violento y desagradable, egocéntrico y manipulador, que guía al joven Wynston y a todo el que se va encontrando por el camino en una especie de viaje iniciático a ninguna parte, con un bautismo de ríos contaminados y cloacas incluido. Un personaje mefistofélico, relacionado con la hermética y la cábala, enfadado por haberse perdido el atentado contra el presidente, que podría ser el mismo Demonio disfrutando del principio del fin de los días. Quizás, como cree Manolo, el apocalipsis ya llegó y estamos viviendo en el infierno, solo que no nos hemos dado cuenta. Claro que ¿cómo nos vamos a fiar de Manolo?

Mención aparte merece el librito que acompaña a la novela: La fábula de Isidoro resumida a los niños. Con geniales ilustraciones de Irina Vólkova o, mejor dicho, con más ilustraciones de Irina Vólkova, es exactamente lo que anuncia, una versión supuestamente infantil de la novela, reducida y condensada, con una prosa digna de cualquier librito para niños de esos que ganan premios y gustan más a los padres que a los chavales. Es toda una delicia, y recomiendo leerlo antes y después de leer la novela.

Fábula de Isidoro para niños

La Fábula de Isidoro resumida a los niños.

En resumen, se trata de una excelente novela corta que resulta desconcertante a menudo, pero que mantiene enganchado con su brillante prosa y que recompensa con unos niveles de profundidad poco frecuentes, y todo ello sin pretenciosidades y sin olvidar que, a fin de cuentas, se trata siempre de contar una historia.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral de Rubén Martín Giráldez por Alejandro Hermosilla


El escritor Alejandro Hermosilla reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez en su blog Avería de pollos
«Por lo general, no hablo de libros nuevos —¡una expresión odiosa! ¿existen libros nuevos o viejos en el océano de los papeles o la biblioteca marina?— en avería sino hasta que han transcurrido varios meses o un año. No lo hago por ningún motivo ético concreto o un necesario distanciamiento sino porque conforme los compro, se ponen en fila detrás de los que llevan esperando su momento durante meses. Pero con Magistral, la gigantesca uña de ballena linguística compuesta por Rubén Martín Giráldezhe hecho una excepción no tanto por el revuelo crítico que ha armado sino porque Diego Sánchez me advirtió de su parecido en el tono de la voz narrativa con Ruido. Una novela que aún no sé ni cuándo ni dónde publicaré pero entiendo que cuando lo haga, será el momento adecuado. Y, en fin, lo cierto es que me alegro de haber puesto en primer lugar de mis lecturas a Magistral para empezar porque, siendo sinceros, estaba asustado o más bien, tenía cierto temor de que sus posibles concomitancias con Ruido, anularan mi propuesta. Lastraran su posible originalidad y radicalidad. Pero no es así. Los dos textos no se solapan sino que al contrario, se entrelazan, establecen un diálogo sordo entre ellos y tal vez, leídos en el futuro se complementen a manera de una improvisación distorsionada realizada entre los gritos de multitudes histéricas asistiendo al naufragio de la literatura. A los estertores de ese mundo cultural que, -lo sepa o no y desee reconocerlo o no- ha sido el mayor ejecutor de la escritura. QuieMagistral de Rubén Martín Giráldezn más ha hecho por hundir la literatura en el barro de la extrañeza y la indiferencia, transformándola en una caja vacía llena de palabras que no dicen nada.
¿Qué puedo decir de Magistral? No demasiado teniendo en cuenta que es una obra que se comenta a sí misma. Es un texto caníbal y torbellino. Una indigestión literaria que recoge heces y vómitos culturales en un discurso alterado y crispado. Nervioso y vibrante hasta el punto de descomponerse en palabras que únicamente aspiran a la putrefacción. O mejor, a la ruina. La construcción de una literatura derruida y repetitiva que sondea y alcanza límites que son habitaciones solitarias. Habitáculos cerrados donde el sonido en vez de expanderse, se contrae. Se apaga. Porque Magistral es la exposición de un ocaso. La voz de los muertos enojada por haber sido desterrada del mundo del arte, luchando por volver a un territorio que se encuentra opacado, abollado y vejado por los vivos. La inteligencia cultural. O la mano que asfixia la espontaneidad. Arranca con saña las raíces de la poesía y la creatividad y convierte el mundo, cualquier texto literario, en ininteligible. Creo, sí, que Magistral narra cómo maquinal, obsesiva e impiadosamente -con la cabezonería además de quien se cree con la razón absoluta- la crítica ha destruido la literatura. Y también, las esperanzas y expectativas del lector que más que condicionar, determinan, ejecutan la propia escritura. Magistral, sí, es Pedro Páramo desarrollándose en el interior de los suplementos literarios. O la cabeza de un escritor. Una conversación, repito, entre muertos. O más que un diálogo, un monólogo. El túnel, la novela de Sábato, adaptada a la época del ruido y la esterilidad. En resumen, una zarpa emergiendo de una tumba cerrada intentando capturar el ritmo de la vida, y viéndose imposibilitada para ello. Y también, una garganta tapada entre las miles de gargantas de ese mundo que la información oculta: el de la ira y la violencia de los sanos. Las Universidades, como campos de batalla, los periódicos como tricheras y las televisiones, como bombas nucleares» …seguir leyendo
Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral de Rubén Martín Giráldez en La Opinión de Murcia


Ruby Fernández reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en La Opinión de Murcia (28 Mayo 2016)

La mare llengua.Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral – editorial Jekyll and Jill – no es una novela de alta literatura como algunos críticos se han empeñado en catalogar la última creación de Rubén Martín Giráldez, sino que es una farsa tragicómica poco amistosa y accesible, debido al exceso de cultismos que el autor en cuestión utiliza para explicar y dirimir lo que puede que sea el problema mas antiguo dentro del panorama actual, el idioma, estas son algunas de las razones por las que no todo el mundo puede acceder a entender la soluble aunque escasamente líquida novela que se nos presenta. No diremos que este panegírico cambiará la forma de ver el nido de la literatura cañí y a sus famélicos depredadores, pero si nos instará a no perder el tiempo con necios que no tiene nada que contar.
Experimento literario antagónico de si mismo que se escribe a la vez que lees en voz alta, ya que Magistral únicamente puede y debe leerse con ese volumen alto desprendido de toda vergüenza , declamando rítmicamente hasta que el verso perfore. Este no es un libro en el que venir a relajarse, es un volumen nervioso, lleno de improperios dirigidos a todos y cada uno de los engranajes de la cadena idiomática ¿Dónde se ha visto cosa igual?.
Idioma el nuestro, condenado al más férreo de los ostracismos posibles aun siendo más rico en pastos que las ‘modernas’ lindes de Ben Marcus. Una de las cosas que llama la atención es que Magistral va guiando la opinión y el pensamiento del crítico y lector de manual, dejándolos en evidencia y reafirmando la idea de vacío y simplicidad del gran público y sus parlanchines.
 
La novela que perfectamente podría comenzar en el interior de una cárcel de máxima seguridad, en la que un diálogo entre cultos convictos ataviados con el traje de ‘gala’ del estado y mirando siempre al frente -por si hubiese que callar-, observan atentos el combate en tres asaltos donde la porfía entre los 3 contendientes está servida. El protagonista de Magistral es ácido y perspicaz, pretencioso, presuntuoso, adicto y snob que critica un idioma con el que bien juega inventando neologismos para hacer menos pesado su tedio. Este tipo al igual que el libro en su totalidad cae mal, páginas contra gurús y arcanos lingüísticos, no es un libro fácil pero sí divertido. Ante todo es una novela sobre el poder indirecto del lenguaje, que no del tiempo.
En sus páginas demos advertir que lectura y traducción son dos de los agentes externos que más debilitan a un libro publicado. Un mal lector, un mal ‘maquillador’ tiran por tierra el trabajo del rápido e incisivo escritor del texto más válido. No debería existir la literatura amable y Rubén lo deja claro rapeando-lo hacia el final enfundado en la sudadera del Illmatic de  Nas, porque ante todo vivimos en un musical.
Magistral es trampantojo y verdad absoluta, es juego de palabras , metáforas y  lucha contra los corsés, no es novela sino comentarios bien hilados salidos de una boca ficticia e intangible aunque con semicuerpo real. Este, se introduce en los suburbios sacando las heces a la superficie para hacernos conscientes  de las mismas, muchas se hunden y otras tantas quedan a flote alegando la necesidad social del ‘tener que comer en todas las mesas’.
Armado alrededor de una falla plagada de petardos lingüísticos y conceptuales que te explotan en la cara, Magistral tendrá que ver danzas en su honor en la noche de San Juan, pero no te preocupes querido Rubén, aquí como en Magistral, los báquicos y aturdidos receptores de vergüenza callarán.

 

Magistral Rubén Martín Giráldez

Magistral en el blog de Joan Flores Constans

Joan Flores Constans reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en su blog Je dis ce que j’en sens:

 

«No hay peor idea que dejar la lengua en manos de profesionales.»
Un incontinente, verborreico y maleducado narrador -volveré más tarde sobre esto- inunda las compactas páginas de este artefacto en forma de libro de un discurso a ratos dócil a ratos inasible en el que se lamenta hiperbólicamente del estado de una lengua cuya morfología se ha convertido en un traje con tendencia a quedarse estrecho para un cuerpo semántico que se halla en constante expansión. Hablando más que escribiendo -no sé por qué los monólogos me han parecido siempre eminentemente orales; profundidad de gargantas aparte, teniendo en cuenta que el narrador es un descarado pornógrafo-, sus frases, en plena sinergia física aristotélica, suman más que la suma de las palabras que contienen, y van cayendo, inclementes, en las orejas del lector, insisto, orejas, con la regularidad y la cadencia de los golpes al yunque del herrero, clang, clang, clang, CLANG; clang, clang, clang, CLANG…

«¿Un lector qué es? Lector es quien no escribe lo que lee. Se podría pensar, entonces, que lo opuesto a un lector es un escritor. No. Lo opuesto al lector es el bardólatra. Bardólatra y lector, ambos igualmente despreciables; al final los unos y los otros son secuaces de los unos y los otros.»

Y cuando digo oral no quiero decir solamente ni vocal ni bucal, también me refiero a la musicalidad; la música escrita no suena ni que sea Wagner, la música sorda no se oye ni que sea Cage. Me refiero al ritmo de las palabras, no a aquello de la-rima-y-el-ritmo con que nos cuelan literatura infantil bajo el nombre de poesía, pero también al uso recreativo de las larvarias polisemias y a los ludicoulipianos malabarismos con las alteraciones léxicas, como si tuviera en sus manos la redefinición semántica de una neolengua que, paradójicamente, se cae a pedazos no de puro antigua sino por desaprovechada; rust never sleeps, el orín destruye más y más rápido que la fatiga de los materiales. La simplificación sólo es productiva en matemáticas, y únicamente para no tener que operar con magnitudes inmanejables.

«Cuando una lengua sirve para decir una cosa y la opuesta con idéntica formulación, cuando la expresión ambiciosa no se distingue de la adocenada, se hace imperiosa una reforma.»

La lengua, de la cual el léxico es solamente una manifestación ectoplasmática que acude cuandoledalagana al conjuro con copa y con puro de los realacadémicos, se suele emplear -esa sería, al parecer, su función literaria- para recrear una historia, adaptándose a unos factores que son legión, igual que la pintura figurativa recrea la realidad pelo a pelo del pincel. Pero algunas veces la lengua se recrea a y en sí misma, y en un paroxismo onanista, al-hamadea, llega, avanza, se lanza, finta, acelera y se detiene, salta y bucea, aparece y desaparece quién ve do va para volver a manifestarse después, se deja coger y se escurre; es decir, la lengua -los antiguos lo llamamos estilo- como objeto, el lienzo como fin, el sonido como obra acabada.

«La mediocridad se acerca. Alguien la trae a cuestas. Con ocarinas sonoras y pífanos profanos y con caballos excesivos traen una venganza carca y virulenta.»

El caso es que el narrador… Bueno, ya va siendo hora de dejar de hablar del «narrador» para referirse  a la entidad que nos interpela a través de las páginas porque, a diferencia de lo habitual, esta figura acostumbra a tener una identidad -no sólo quién soy yo sino también qué soy yo- que se disuelve en el tipo de Magistral: es el que cuenta, es cierto, el que ametrallea opiniones dum-dum y bombardea veredictos de fragmentación, pero, a semejanza de un innombrable beckettiano, más que un personaje es una Voz; presumida, prepotente y pretenciosa, pero con la volatilidad de aquello que basa su fuerza en su inmaterialidad, en su capacidad para herir sin dejar rastro físico.

«Uno es quien es cuando escribe.»

Hay que volver otra vez -¿revolver?- al símil musical, e insistir en el hecho de que la experiencia oyente no se encuentra en la partitura, el material que precede, persiste y permanece, sino en la ejecución, etérea, inestable, única. Una Voz justiciera que busca argumentos en Thomas Bernhard -ahí está la Voz Reger, sentado delante de Notable American Women con barba blanca de Tintoretto Marcus, renegando de la Kunsthistorischesliteratur- pero los enuncia con educación victoriana -pasada por el tamiz de Monty Python, ahí es nada su equilibrio entre erudición y disparate- irreverentemente explícita. Hablar de ajuste de cuentas sería demasiado piadoso, no se trata tanto de devolver golpe por golpe como de pura aniquilación, sangre, sudor y babas, un furibundo ahoraeslamíatevasaenterar al que no le duelen prendas a la hora de ajusticiar al adversario.

«Hay en la literatura española mil tragabolas por cada tragasables.»

Como era de esperar, pocos actores, nunca mejor dicho, implicados en la cuestión literaria española, si es que existe esta entelequia más allá de una lengua de expresión común, y aún, salen indemnes de la bilis, pues pura bilis es, de La Voz, que se ensaña con particular furia contra los escritores, los autores de La Gran Novela Amable©, y los críticos que, en mesa camarilla, aplauden y corean a los autores del entretenimiento.
En realidad, el material de fondo acaba siendo un solapamiento de algarabías cuando a la charlatanería insustancias de los chamarilleros de La Literatura Amable©,

«No hay vida después de la cortesía, quiero decir con esto; no hay literatura amable [©]»,

charla vacua e improductiva, se le suman las loas y los panegíricos de la crítica oficialista, los corifeos estomagoagradecidos que van tejiendo su red de complicidades, protectora por si en algún salto les falla el pie y acaban precipitándose en caída libre en las inflexibles fauces de La Literatura: autores y críticos entrelazados en un valse circular perpetuum mobile de 3/4 ahoraporti mañanapormí pasadoporambos, comiéndose sus órganos sexuales externos ad maiore patria gloriam y para deleite del conventículo.
Es en ese ruidoso ambiente de sorbetones seminales y orgasmos fingidos donde se manifiesta con chocarrera presencia el poder crítico del silencio: para desenmascarar la apariencia, para evidenciar la vacuidad del discurso, la impostura de los razonamientos, la falsedad de las máscaras: el problema del sexo de pago es que, por más que finjan los intervinientes, todos saben que es una cuestiMagistral de Rubén Martín Giráldezón de dinero.

«Ya se sabe que lo que más debilita a un libro es la lectura. La lectura y la cálida acogida, la admiración incondicional: cuando el odio y la envidia dejan de formar parte de las estridulaciones del panorama patrio, malo: muerto el perro, se acabó el lenguaje. ¿Qué son nuestros libritos? Nada de lo que haya que avergonzarse: productos de ocio, animales inanimados de compañía para la muerte.»

¿Y la literatura? La literatura, bien, gracias, aquí, ya ves, anar fent… Desde que el californiano de la Nueva Era descubrió que su cerebro tenía un componente emocional -sí, sí, lo sé, eso es otra historia, pero dejadme que me recree un poco en lo que los americanos postskinnerianos entienden por psicología-, parece que la literatura ha hecho presa en esa parte del cerebro y, simplificando que es gerundio, se ha dedicado a ser un alburrotador de emociones, cuando lo que debería ser es un procreador de conmoción: que actúe dirrectamente sobre las intrañas del lector y deje en paz el sentimiento; que requiera procesamiento intelectual, no reacciones primarias; cuando se consigue aislar de la obra literaria -¿literaria?- la totalidad de los elementos ornamentales, los que solamente tienen la función de asombrar al lector corriente -es decir, al lector ordinario pero también al lector TDAH que busca una traición en cada capítulo, una intriga en cada página, un asesinato en cada párrafo, una mentira en cada línea, mierda en cada palabra-, debe quedar el esqueleto, más aún, la médula; o, si se prefiere, las heces, ese «fondo del orinal» que La Voz cita, donde se esconde/enmascara/oculta la verdad…seguir leyendo

 

Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral de Rubén Martín Giráldez en El Imparcial



Magistral de Rubén Martín GiráldezFrancisco Estévez reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en El Imparcial:

Palabras, palabras, palabras… no nos acostumbramos aún al relieve atronador que adquiere hoy día la célebre frase de Hamlet. Y, sin embargo, frente al ruido y el manoseo impúdico del lenguaje, frente al vaciamiento de sentido, de cuando en cuando renace el milagro y las palabras vuelven a decir. A ese mirlo blanco convenimos en llamarlo Literatura. Así, con L mayúscula, pues lo merece. Esta novela es buena muestra. Hay libros sobre los que uno sabe ya que escribirá, independiente del juicio, pues su autor solicita curiosa atención, genuina expectación, tras su obra anterior. Si novelista es aquel que sabe contar una historia, quien tiene un mundo propio con voz original, en España tenemos la fortuna de contar con un puñado de ellos.

Más raro aún es que un desconocido como Rubén Martín Giráldez destacara en el 2012 entre sus pares nóveles con una estupenda y memorable ópera prima, Menos joven, ya comentada por este cronista aquí (aquel año, saltaba a la palestra Iván Repila, Sara Mesa conseguía ser finalista del premio Herralde, y Joaquín Pérez Azaústre inauguraba insólito camino, por citar algunos novelistas coetáneos). Las cualidades de esencialidad, deseo de trascendencia y búsqueda de mundo propio descubiertas en aquella obra primera se han refinado en un paroxismo de compleja salida. Si Menos joven pudiera representar la forma inteligente, desprejuiciada y socarrona de encajar la tradición literaria, la presente novela, Magistral, supondría la crítica autorial sobre la obra perfecta, sobre el estado y la función de la literatura y sobre la propia crítica literaria.

Se puede resumir con facilidad la trama de Magistral y no debo sintetizar con exactitud la cantidad de matices arpegiados en el libro. Un soberbio escritor analiza sin tapujos su propia obra titulada con exactitud Magistral, al ser esta perfecta. Tras concitar un éxito total dedica sus anhelos y altanería a reflexionar sobre la recepción lectora, el estado de la crítica, la literatura como terapia, como lenitivo o como vómito y la posibilidad de cambiar de idioma puesto que “el lector hoy es enemigo del vate, el admirador […] su mayor obstáculo”. La novela Magistral en su perfección agotó el lenguaje, llegó al “crepúsculo de los verbos” con arribo al famoso lenguaje cero e “inauguró un silencio”. Aquí arranca la reflexión, ¿qué hacer con un lenguaje agotado? A partir de este engreído monólogo, supuesto, porque parece desdoblarse avanzada la novela, asistiremos a un sermón impenitente y admonitor a propósito del criterio y otras cuestiones del pensar como la crítica. Los mandobles atizados a la republica de las letras y a la crítica son despiadados, aunque no falten motivos para identificarlos con parte de la realidad española.

No advirtió en vano Pío Baroja que la novela es un saco donde entra todo. Y aún no hemos comprobado el calado de la célebre frase. El género novelístico posee un hambre voraz y se alimenta vampíricamente de cualquier texto a disposición. Ahora bien, que la novela se fagocite primero al autor y después a sí misma es costumbre insólita. Aquí se nos presenta un autor que habla en monólogo sobre su propia obra la cual, de forma mañosa, no se da nunca a conocer al lector. Se entremezclará, sin embargo, fragmentos, comentarios y citas desviadas de la novela Notable American Women de Ben Marcus (2002) y aquí llega el exquisito saber hacer de la editorial Jekyll and Jill. La editorial con acierto y como demanda la novela no renuncia siquiera a encuadernar con lomos de chirriante color, con otra cubierta incrustada, y una tipografía propia de otras… literaturas.

Nuestro protagonista está ansioso en su búsqueda de la lengua perfecta, como en aquel libro de Umberto Eco. El deseo, la creencia de una suerte de esperanto literario. Y si no leo mal el sentido de esta novela pareciera coincidir con la apuesta del malogrado semiótico: el triunfo sólo cae del lado de aquellos con sensibilidad al espíritu. La novela tiene una necesidad de nombrar artísticamente que poco desfallece. Las frases finales, ya atisbadas con anterioridad, recogen un sentido oculto en juego de muñecas rusas donde se agazapa a la postre y tras de todo la propio voz narrativa que vuelve al silencio. Y eso hace inaugurar otro silencio mayúsculo al cerrar el libro que reproduce con fría exactitud lo ocurrido tras publicar la novela Magistral de la que se habla en su interior.

Si no desnorta la sátira ni deslumbra el vitriólico monólogo ni indigna el airado desprecio al interlocutor ni acongojan las múltiples técnicas literarias y registros lingüísticos, el lector experimentará ese vértigo sensitivo que desprende la novela de Rubén Martín Giráldez. Y quizá también, aún padeciendo todo ello a la vez. Lo peor que pudiera pasarle a este libro es ser pasto de teóricos literarios, narratólogos, críticos literarios y otras pedanterías del lector. Lo mejor es ser disfrutado y entendido como un bello y lúcido desatino, un arabesco que toma cuerpo de abecedario diáfano, en definitiva, “es una fiesta, es un tumor”. El deleite queda asegurado al lector esforzado. Pero también al lector de a pie, sensible y con sana curiosidad, que no le preocupe tanto el galimatías, sino sentir la desazón de esa falta de totalidad. En el fondo, quizá sea este lector el destinatario oculto solicitado por Magistral. Pero quién tomará el pulso debido a Magistral y, por ejemplo, compondrá los “Madrigales de Atila” solicitados por su protagonista.

En unas antípodas estéticas pero en sintonía sensible anda cerca de Detrás de la boca de Menchu Gutiérrez, escritora exigente como pocos. Y tiene diálogo con Misión del ágrafo, el lúcido ensayo de Antonio Valdecantos (La uÑa RoTa, 2016). No extraña que se aluda aquí a Giorgio Manganelli, del que por fin se traduce algo de su crítica al español (La literatura como mentira, Dioptrías, 2014), y ojalá lleguen su versión de Pinocho o sus comentarios sobre la ciencia-ficción.

Si el personaje de Unamuno se escapará de Niebla y pertrechado de angustia existencial pasará por el lenguaje extraterritorial de Beckett para zambullirse conceptista y surgir polisémico, quizá tuviéramos una ascendencia fallida del protagonista. Pero simplemente serían puras etiquetas, vanas sombras. La intención estética del presente libro es buscarle tres pies al gato. Lo que concuerda con aquel Ortega y Gasset que se preguntaba qué es leer.

Por otro lado conviene subrayar aquí como Jekyll & Jill son vanguardia entre nuestras editoriales. Frente al libro hermoso pero papel mojado editan libros que “son”. Un paseo por su catálogo descubrirá al lector ávido de ambrosías nuevas la prosa de Julio Fuertes Tarín en Isidoro olas brutales delicadezas de los hermanos Grimm en Del enebro. La pareja de editores ha elaborado en poco tiempo un catálogo de exquisiteces, donde, por si fuera poco, es autoridad en poner en circulación voces de raro exotismo. Por ejemplo, trajo a España las valiosas Últimas horas de la escritura de Sergio Chejfec, que de algún modo extraño dialoga con Magistral entre líneas.

Poner en circulación el debate sobre la trascendencia narrativa es tarea necesaria y compleja. Pero esta novela es más. Tras el parapeto de una prosa exquisita y deslenguada hay una fina reflexión sobre la Literatura y la lengua. Dicen que con la edad uno ya dice lo que le da la gana. Es falso. La libertad de palabra nace de una postura en la vida, no del tiempo. Aquí tenemos una muestra. Sin incienso alguno Magistral nos pone en el brete de leer, no de pasar ojos sobre las líneas. Leer en el sentido pleno del verbo. Independiente de las preferencias estéticas de cada uno, esta novela crea su propio lenguaje, su ser. En su redondo título acaso su esencia: Magistral. Como pocas veces se puede afirmar de algo.

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Fábula de Isidoro de Julio Fuerte Tarín

Fábula de Isidoro de Julio Fuertes Tarín en Egodesechable



Fábula de Isidoro de Julio Fuerte TarínAlberto Torres Blandina escribe sobre su lectura de Fábula de Isidoro,  de Julio Fuertes Tarín, en su blog Egodesechable:

Mi interpretación de esta «fábula» es la necesidad de una vuelta al origen, al arje, a la mirada primigenia, desprejuiciada, anterior al velo cultural (entendido en un sentido amplio que incluye lo social, ideológico…). En fin, un artefacto de tintes antihumanistas (ese final Unabomber!) o al menos antiracionalistas donde va destruyéndose la forma e incluso el sentido. Una especie de deconstrucción posmoderna que se va cargando:
a) el lenguaje con la mezcla de tonos, citas y voces (algo así como el «Altazor» de Huidobro)
b) el narrador: quijotesco: poco fiable
c) el argumento, en un proceso de «carnavalización» (Bajtin) a lo Rabelais
d) los personajes que cambian de nombre y cualidades a lo «Candide» de Voltaire e) la estructura paratextual (el capítulo XVI)
f) la mezcla de géneros, a los que se suma la parodia. La moraleja: que debemos olvidar lo aprendido y volver a empezar dejando atrás inercias, vicios, prejuicios y esas cosas que se han hecho un ovillo y no nos dejan avanzar.

Vamos, eso saco yo. Pero desde «La metamorfosis» de Kafka, las fábulas ya no son lo que eran y sus finales ya no tienen esa moralina hollywoodiense (aunque en este final hay explosiones y todo)…

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magistral en El coloquio de los perros

Magistral en El coloquio de los perros



magistral en El coloquio de los perrosDiego Sánchez Aguilar reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en la revista El coloquio de los perros.

               «El autor que escribe para un público, a decir verdad, no escribe: quien escribe es ese público y, por esta razón, ese público no puede ya ser lector; la lectura no es más que en apariencia, en realidad no la hay. De ahí, la insignificancia de las obras hechas para ser leídas, nadie las lee. De ahí, el peligro de escribir para otros, para despertar el habla de los demás y que se descubran a sí mismos: los demás no quieren oír su propia voz, sino la voz de otro, una voz real, profunda, incómoda como la verdad.»

Maurice Blanchot

          He querido empezar con esta cita de Blanchot porque creo que resume una de las ideas principales de Magistral, y porque me identifico plenamente con ella, con ese deseo que me lleva, cada vez que abro un libro, a buscar la voz de otro, una voz incómoda como la verdad. En Rubén Martín Giráldez he encontrado esa voz y, sí, es incómoda como la verdad. Y mucho más incómoda es cuando hay que hacer una reseña, cuando hay que hacer un comentario sobre una novela que se ríe de los autores que escriben para un público, y que se ríe de los lectores que rechazan esa verdad, y que se ríe de los críticos que ensalzan las obras que no están escritas sino por el público.
Es difícil escribir una crítica de Magistral porque esta novela incluye dentro de su material narrativo varias críticas de Magistral. Podría decir, por ejemplo, que es una obra “inclasificable”, y ya Magistral se está riendo de mí: «El hueco perfecto para que la prensa metiese la palabra “inclasificable” como cuña de hospital».
Es difícil escribir sobre Magistral porque esta novela nos está provocando para que, como críticos, como prensa, advirtamos al lector de que no es una novela. Y ya al plantearse el crítico el hacer esta advertencia, está dando la razón a la durísima diatriba o sátira que incluye esta novela. Es decir, por qué todavía tenemos que plantearnos si una obra como esta es o no es una novela. Hasta qué punto todavía estamos apegados a la tradición de la novela realista que exige un argumento y unos personajes, para que nos veamos tentados a poner “novela” entre comillas: «El probador de venenos quiere que le contemos una historia, una ficción manipulativa que le ponga puño en las tripas y satisfacción estética en las mientes. ¿No hay epopeya acaso en un discurso, en una doctrina escrita o en una homilía? ¿Y si lo que se dice no es ficción, sino verdad? ¿La enunciación es menos elevada que la invención? La opereta debería construir su lenguaje tratando de solventar las carencias del lenguaje, y no resignarse a usar la lengua dada como una llave de boca fija».
Y bien, lo que está claro tras esta introducción es lo que no es Magistral. No es una novela convencional. Metamos la cuña de hospital y digamos que es inclasificable, como si no hubiera existido toda una tradición de novelas inclasificables, como si no hubiera existido Thomas Bernhard, ni Gombrovicz, ni André Breton, ni Maurice Blanchot, ni Lautréamont, ni Kafka, ni Vilas, ni Alejandro Hermosilla, ni Mario Bellatin, ni etc.
Magistral es un discurso, una sátira, un panfleto, una diatriba y muchas cosas más. Podríamos caer también en la tentación de ser ordenados y disciplinados y decir que esta novela tiene tres partes.
Maleza viva microrrelatos Gemma Pellicer

José María Merino reseña Maleza viva en Leer



Maleza viva de Gemma Pellicer en Revista Leer

 

José María Merino,  miembro de la Real Academia Española, reseña Maleza viva en la revista Leer (mayo, 2016)

FLORECE LO INESCRUTABLE

Maleza viva microrrelatos Gemma Pellicer«[…] celebro la aparición del segundo libro de microrrelatos de Gemma Pellicer, que confirma su rica trayectoria creativa, muy personal: Maleza viva (Jekyll & Jill), que, como concepto, resulta una gran metáfora de la vida humana, con Ia implacable presencia del tiempo. La cuidadosa edición viene acompañada, en el interior de la contracubierta por un sobrecito de semillas de flores silvestres. Está compuesta de casi cien piezas y dividida en dos partes, cargadas de ironía y gusto por la experimentación, precedidas por un un microrrelato titulado «Paisanaje» que sintetiza su espíritu. En la primera parte, «Puntos de luz», se juega con aspectos que en principio parecerían demasiado abstractos como para resultar narrativos, aunque lo consiguen: el diálogo entre el «hombre libre» y el «hombre cautivo»; el debate entre «el presente implacable», «el pasado remoto» y «el futuro incierto”; el divertido resultado de los cambios de comas en Correspondencias; el acierto simbólico de El tentetieso… La “maleza” no deja de brotar en forma de viejecitos deambulantes, gente luchando contra el océano de su rutina diaria, curiosos homenajes a Frankenstein, o a El principito, desidentificaciones, desintegraciones, guiños metaliterarios… En Ia segunda parte, “Herbolario”, Ia referencia metafórica vegetal cobra mayor protagonismo, y también los aspectos oníricos y fantásticos, ya apuntados en la primera parte, que a menudo le dan a los textos aire surrealista, en una articulación donde las alimañas, los gusanos, los gavilanes o la emboscadura forman un conjunto en que lo poético y Io reflexivo se alternan con Io estrictamente narrativo, mostrando la versatilidad del microrrelato.»

Maleza viva microrrelatos Gemma Pellicer

Maleza viva de Gemma Pellicer en Quimera



Susana Camps Perarnau reseña Maleza viva, de Gemma Pellicer, en el número 390 (mayo 2016) de la revista Quimera.

Maleza Viva de Gemma Pellicer en Revista Quimera

REFORESTACIÓN TEXTUAL

MALEZA VIVA ES EL SEGUNDO LIBRO DE GEMMA PELLICER (Barcelona, 1972), autora de La danza de las horas (Eclipsados, 2012), filóloga, periodista y editora de libros de ficción que de nuevo publica literatura breve de la mano del pensamiento, el caligrama, el aforismo y el diálogo teatral, además de las formas narrativas propias del microrrelato.
El libro se divide en dos partes, «Puntos de luz» y «Herbolario», que contienen cincuenta y una y cuarenta y cinco piezas respectivamente. Por la primera desfilan personajes peculiares, locos y vagabundos, junto con un yo observador que analiza con curiosidad —las más de las veces, con perplejidad— un fragmento de la vida cotidiana, ya sea escena, diálogo o pensamiento. Entre los primeros textos de esta parte hay juegos conceptuales y pasajes de teatro simbólico, experimentos tipográficos, frases potentes que ocupan ocho líneas, episodios probablemente tomados de la vida real —«Los cinco viejitos», «El loco»— y proyecciones o memorias —«Navegación», «Crestas de gallo», «Tentación»—. En ocasiones también se utiliza el juego metaliterario —«Puro tecnicismo», «De gusanos y otras hierbas»—; el nivel de experimentación es intenso.
De esta primera parte sobresalen en mi opinión los microrrelatos que contienen denuncia social, como «El loco», «A precio de saldo casi», «La burla de los disfraces» o «¿Por qué está todo tan oscuro?», por su fuerza y autenticidad. También sorprenden los que abordan una extraña simbiosis de pareja —«Desacuerdo», «De bigotes y matrimonios»—, porque refuerzan la idea de que la relación humana depende de un determinismo caótico, a medio camino entre lo inevitable y la elección personal. Muchas de estas piezas se desarrollan en un momento coMaleza viva microrrelatos Gemma Pellicerngelado, un presente retrospectivo que invita a la reflexión: «Un misterio», «La mujer que no era», «Costumbrismo on the road» o «Entresueño».
La segunda parte, «Herbolario», da paso a formas próximas al surrealismo: «Caperucita en los bosques», «Pájaro emboscada», «Esfera trepidante», que se combinan con piezas donde el pensamiento abstracto se encarna en imágenes simbólicas —«Gavilán de compañía» o «Un cucharón de alpaca». Aquí es frecuente que la naturaleza tome la iniciativa y la palabra, o bien que los elementos oníricos organicen las imágenes de principio a fin. El propósito es siempre la búsqueda de la belleza y la reflexión.
¿Qué aporta este nuevo libro respecto al anterior? Los personajes anónimos, los toques surrealistas y el lenguaje reflexivo y depurado de Maleza viva ya aparecían en La danza de las horas. También aparece el tema de mayor calado: la reflexión sobre el paso del tiempo, que se despliega en «El mismo yo», «Árbor», «La mentira del horizonte» o «Piel», por citar sólo algunos ejemplos. Sin embargo, el salto cualitativo es notable.
En Maleza viva la voz de Pellicer es mucho más segura, flexible y fluida. El conjunto de textos, más coherente. Sin traicionar la meta intelectual que guiaba La danza de las horas, en Maleza viva los materiales literarios tienen —valga la redundancia— más vida, y se expresa una mayor emoción. La visión analítica que privaba en La danza de las horas se ha convertido ahora en un efecto de zoom que obliga al lector a pensar, que lo involucra y lo implica mucho más.
Cabe destacar también la cuidada edición de Jekyll & Jill con un diseño delicado de cubierta, buena calidad de papel y de impresión y el impagable detalle sorpresa que se esconde en la contraportada. El conjunto desprende una refinada sensualidad que nos invita a hacer real el contenido de uno de los microrrelatos, «Apnea»: «Para dar con la perla que lo tenía maravillado, buceó a pulmón y braceó incansable en lo profundo, convencido de que sólo en sueños podía dar con ella. No despertó jamás.»

Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral de Rubén Martín Giráldez por Víctor Balcells



Rubén Martín Giráldez

Víctor Balcells reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez.

“Magistral”, de Rubén Martín Giráldez

Una conferencia de Albert Serra me permitió comprender cómo podía empezar esta reseña. En su tono enfático y a lo largo de una hora de monólogo ininterrumpido, reveló de forma explícita su poética. De entrada, Serra se refirió a Amos Vogel, teórico del cine, en concreto a su libro Film as a subvertive art (1974), para introducir el concepto de “imagen inédita”. La idea de “imagen inédita” podría ser el reverso del “lugar común”, aquello que habiendo expatriado (o por lo menos deformado) el molde consensuado explora terrenos inexplorados. Ponía este ejemplo: si debemos rodar una escena romántica, encontraremos multitud de escenas románticas en las que basarnos a lo largo de la historia del cine. Casi todas ellas ofrecerán puntos en común que, con el tiempo, se han convertido en “el molde” consensuado. En otras palabras, “lo que el espectador espera de acuerdo con lo que conoce”. Sin embargo, dijo Serra, una situación hipotética: ¿qué pasaría la primera vez que alguien, salvados todos los obstáculos de censura e imposibilidad de emisión, rodó con vocación artística, por ejemplo, un parto? Supongamos que ocurrió a principios de los años sesenta. Nos podemos imaginar a la persona encargada del rodaje accediendo en primer lugar a un archivo de películas. Lo vemos abandonar la tarea abatido porque no hay una “historia del cine de partos” todavía, y vemos cómo esa misma tristeza se transforma primero en miedo y luego en ansiedad creadora cuando comprende que será el primero en establecer una posible “forma de rodar un parto”. En esta situación, las decisiones que tome acerca de los planos podrían sentar las bases iniciales de lo que sería el molde. Suponiendo que su película tuviera mucho éxito y fuera vista y estudiada, podemos suponer también que ese molde podría llegar a fijarse en lo canónico a través de sucesivos abordajes de lo mismo. Y así, a lo largo de los años, se formaría un molde claro y una expectativa de lo que “se espera ver cuando se ve un parto filmado”.

Esta imagen inédita inicial, con el tiempo, tiende a perder su carácter inédito en el contexto del colectivo. Es asimilada y la asimilación le resta extrañeza y fuerza. Asimismo -espero no estar cometiendo un gran atentado intelectual; fabulo- podemos encontrar un efecto parecido de desgaste por exceso de uso y presencia de determinadas imágenes con pretensión poética como “pesa menos que una pluma” y etc: los lugares comunes. Según creo, el mito es el único vehículo que mantiene el sentido de lo inédito en el molde (curiosa paradoja, habría que pensar en ello).

Puede decirse por otro lado que, desde que existen los archivos, existen también los cazadores de imágenes inéditas. Es una vocación moderna. Albert Serra se definió a sí mismo como tal. Su película Historia de la meva mort es un ejemplo. Rodada originalmente en 4:3, con una composición pensada para ese formato, se proyectó finalmente en formato 2:35. Pocos días antes de la presentación, el director tomó la decisión de cambiar el formato contra el consejo de los directores de fotografía, que habían pensado todo el film en 4:3. El resultado es sorprendente: todas las composiciones de plano parecen escindidas en dos y el espectador, habitualmente, debe jugar con el fuera de campo (por arriba y por abajo) de forma intensiva y, además, debe desdoblar su atención en las asimetrías del formato resultante. Así, en Albert Serra, la concepción general ya adopta presupuestos que buscan la imagen inédita. Si repasamos escena por escena encontraremos en los diálogos, en el decorado, en el propio montaje, elementos que exploran ese aspecto. Cuando enfrentamos este tipo de cine, se dificulta el visionado y entendimiento por parte del espectador, pues uno debe reinterpretar lo visto de una nueva forma (o menos conocida): éste no puede dejarse llevar en el molde “de lo que conoce” (y que le permitiría incluso no pensar para yacer ahí, a la espera del desenlace, conceptualizando en esencia el cine como un entretenimiento repetitivo y, a lo sumo, como un acertijo), y debe enfrentar, todo el tiempo, “la extrañeza” formalizada en un extraño formato, tempos insólitos, extravagantes diálogos, elementos sutilmente simbólicos de escenario, etc.

En mi opinión, Magistral, de Rubén Martín Giráldez (Jekyll & Jill, 2016), debe leerse en esta clave. Lo que será pensado y percibido al acercarse a esta novela no tiene mucho que ver con lo que uno, comúnmente -no hace falta definirlo otra vez-, espera y percibe al leer una novela al uso. De entrada, debemos aceptar que no hay una trama, no hay un espacio, no hay personajes claramente dibujados. Hay una voz que elucubra. Esta voz nos habla de una novela titulada Magistral que, al parecer, ha sido determinante, decisiva, profundamente traumática para el castellano y nuestra cultura en general (de modo que el tema es el mundo literario, pero fantásticamente extrapolado a un todo inefable y claro por la vía del lenguaje imaginativo). La reveladora obra (el propio autor confiesa Magistral de Rubén Martín Giráldezque “no decía nada”, construyendo así sólidamente la divertida paradoja que conforma este texto) ha conducido al colapso de lo conocido y ante nosotros sólo se abre el turbulento -pero en verdad dichoso- camino del misterio de la decadencia, la figura del ocaso que antecede al vuelco de paradigma. Esta voz construye una forma contemporánea del comentario; la novedad reside, creo, en la puesta en escena de su propia contradicción: así Magistral combina la flagelación con la auto-flagelación, destila su propia vanidad para sucumbir finalmente ante ella, declara su novedad para declararse finalmente epígono de alguien todavía más grande y presenta en última instancia el indisoluble problema entre tradición y progreso (la voz dice, casi corrigiéndome, pero, según creo, parafraseándome: lo mío es más bien elaborar comentarios sobre el límite borroso entre problema y solución).

Hay un comentario de Italo Calvino a una obra de Manganelli (Nuovo commento. Por cierto, Manganelli es citado en Magistral no por casualidad) que parece adaptarse mágicamente por la vía de la tergiversación (cortando aquí y allá, lamento decirlo) a lo que sentí al leer Magistral. Cuando leí -con parcialidad y todavía bajo el influjo del libro de Rubén- las palabras de Calvino, quedé francamente perturbado por la correspondencia (estaba en un Ferrocarrils de la Generalitat, de regreso de Sabadell, y atravesábamos el bosque):

Se comienza diciendo: he comprendido todo, un comentario a un texto que no existe, cómo hará para mantenerlo sin ninguna narración […] luego, cuando ya no lo esperamos, llegamos a cierto umbral  en el que la iluminación inesperada nos alcanza: pero ¡es verdad, el texto es Dios y el universo! ¿Cómo no he podido entenderlo antes? Entonces lo leemos desde el principio conscientes de que la llave es el texto, es el universo como lenguaje, discurso de un Dios cuyo único significado es la suma de los significantes, y todo se sostiene de forma perfecta.
Aunque un crítico ha dicho que Magistral “no se parece a nada que nadie haya leído nunca”, mi impresión en las primeras páginas fue exactamente la contraria. Hay muchos elementos que remiten a un tipo de literatura que, en general, suele incluso disgustarme y aburrirme. Podría aventurarme a llamarla la estirpe de los Textos para nada de Beckett. La condición sine qua non para que este tipo de obras no me aburran tiene que ver con el estilo y con su capacidad para nombrar. En primera instancia, uno diría que Magistral tiene algo muy Lobo Antuniano (por citar a uno inter pares); puede leerse con la voluntad de construir un todo u, omitiéndolo, sencillamente se puede proseguir a la espera de las iluminaciones que el autor deposita en la mente de quien lee. No tengo claro que esta obra necesite ser comprendida en su conjunto, puesto que su voluntad parece, como característica propia del comentario, aforística. La comprensión del conjunto, en este caso, lleva a la paradoja y al Ouroboros mental, según he comprobado. De modo que pasajes como:

Había muerto la diferencia, por no hablar de la distinción. El criterio tuvo tanta culpa como los perpretadores de opinión: habíamos llevado el idioma al cero, habíamos vuelto la lengua castellana muelle y fantocha. Me habían elegido a mí como podrían haber elegido a cualquiera, Magistral presidía una tontomaquia puesta en marcha en quién sabe qué copetín infame, pero (y esto era lo peor) bienintencionado.
me bastaban para incendiar mi ánimo y ensalivar mi boca por lo general seca (estoy muy cansado de leer literatura, así lo digo y así lo lamento) y para seguir adelante con renovado brío. El texto crece y, tal y como De Chiricho decía de sus cuadros, existe una especie de ejercicio similar al de pelar una alcachofa en sus sucesivas capas, un deseo repentino de llegar al corazón y la consecuente decepción final (que el autor ha orquestado a propósito, se entiende): en el centro de la alcachofa no hay nada.

Pero, ¿qué es lo que tiene este texto que se eleva por encima de tantas otras obras de caracter metaliterario, elucubrador y aforístico? Ahora desenfundo, como quien dice, una pistola y me apunto frente al espejo. Así veo yo la labor del crítico literario. Me entristece por Rubén que se le haya tildado -justamente- de genial sin haber postulado una teoría completa de su genialidad (en alguna reseña incluso se ha juntado tontamente eso de abtruso + genio; en otras se ha dado efectivamente la audacia de la hipótesis titubeante, cosa que es de celebrar, y, supongo, habrá la todavía más tonta y dominante combinación de comentarios que venga a decir: “abtruso + pretensión = nunca genio”, emitidos supongo por los tontilocos que aborden la lecutra sin pensarla. Diría incluso que podrían sacarse nuevas variantes y que Magistral se amoldaría felizmente a todas, siendo la sombra que proyecte sobre ellas siempre más poderosa en su carnavalesca disposición). Me parece que la propia obra exige del exterior comentarios y audacias de ese estilo más que juicios, pues ella misma contiene su propio juicio. De modo que aventuremos una hipótesis de bardólatra. Magistral es una obra poderosa porque nombra con precisión. Rara avis español. No hay que desestimar la grave decadencia del Nombre en nuestra lengua. Puesto que existe una relación estrecha entre el sonido de cada palabra y lo que representa efectivamente, una fijación histórica de los significados en sus sucesivas mutaciones, no ser preciso al nombrar nos expulsa al triste mundo de lo endeble (mani di pastafrolla, se diría en italiano de un escritor flojo en el Nombre). Están equivocados los escritores si creen que lo esencial es otra cosa. Eso es lo esencial en términos de fuerza y de eso depende y se destila, creo, lo que vagamente se llama el alma del propio texto (en cualquier molde posible). Los etimologistas son personas mucho más audaces de lo que creemos (Me imagino a Corominas solitario en medio del pirineo, en medio de una ventisca y perseguido por osos, consagrado a la caza de la variante y el matiz en el significado de cada palabra, pueblo a pueblo, vieja a vieja) y su trabajo no debe ser olvidado. Este fragmento ejemplifica la precisión en el nombrar:

Nuestra palabra ya no es de libelista, que qué es eso y qué vale, sino de traductores, y así nuestra palabra es ley y pirula y todo lo que a ella escapa, aventura, picadillo palare y fabla rucia y bable gramática parda; la equis ha tachado al rey Alfonso el Sabio, ya no opina nuestra lengua, ¡que va!, sino que vierte, vuelca y derrama -y, si la apuran, glosa-, es coreuta, derviche arcano, ringleader, arcipestre, cognoscenti, cantora, cantatriza, porque si en la literatura española la claridad está prohibida, en la traducción el esoterismo triunfal es… la norma.
También podemos ver en él otros elementos. Recuerdo un texto de James Wood en el que se comenta un pasaje sensual de Philip Roth en El mal de Portnoy. En aquel pasaje que ahora no tengo a mano se pone de manifiesto que, además del nombrar, existen otros elementos que pueden vigorizar un fragmento. Tanto en ese caso, como en este que he transcrito, se construye una tensión entre disparidades de grado, pero no de orden. Además de la precisión, el lector se siente elevado y lanzado contra el suelo varias veces dentro del mismo pasaje debido, pienso, a la combinación de estratos de lenguaje de las más diversas procedencias que mueven del oscurantismo a la claridad para representar, en efecto y en la técnica, el propio concepto del que se habla. A mí esto me parece un logro asombroso. Diríase casi que uno debe re-configurar la clave de su percepción varias veces en la misma frase. Eso sin duda es un truco al alcance de pocos. De dominarlo, como es el caso, el escritor se convierte en hipnotista. Por otro lado, fíjense en la puntuación y en el ritmo que se desprende de la misma. Recuerdo un antiguo volumen de prosodia (impreso en 1890) que sustraje a una librería de viejo en la que trabajaba. En la primera página el autor dice:

No habiendo libros buenos de prosodia a que acudir, se perpetúan muchas malas prácticas de los más fecundos versificadores. Los versos se hacen por todos al oído, dejándose ir los poetas por la gravitación cuyas leyes rigen la métrica española; pero, ignorantes de esas leyes y sin pautas fijas a que atenerse, suelen infringirlas o desdeñarlas; a veces con buena fe; a veces con perversión de oido; a veces conociendo que obran mal, pero consintiendo en el error por no existir, impresos, códigos sancionados de PROSODIA y de VERSIFICACIÓN cuyos artículos en la mano pudiera acusarlos de lesa métrica la crítica severa y razonada.
No cito el pasaje para decir a continuación que Magistral satisfaría a dicho autor, sino para señalar precisamente un signo contemporáneo de la obra: parece que “la voz” actúe “a veces con perversión de oído” y “a veces conociendo que obra mal”, y otras veces al revés. En eso puede residir uno de los niveles de la bufonada. Existe una oscilación entre pasajes muy ceñidos a la regla y pasajes libres y atonales. En todo caso, resulta difícil demostrar una intención de estas características sin un análisis minucioso que no puedo acometer aquí, pues sería equivalente a introducirse en el inefable problema euclidiano de las paralelas.

Sigo con algunos comentarios menos interesantes acerca de la estructura y de su relevancia para el conjunto. Lo dividiría en tres partes (esta elección tripartita es gustosa para mí, pues en el 3 y en el 7 existen los rasgos más herméticos) que corresponden con dos tomas de aliento del narrador. El autor de Magistral deja entrar, poco a poco, a Ben Marcus, escritor referente del que, en cierta medida, se declara deudor en varias ocasiones (“¿devasto a Marcus o me convierto en su director de propaganda?”).  La tercera parte, precisamente -si no he entendido mal-, es un pasaje donde habla el mismo Marcus para juzgar al autor de Magistral y a su lengua (“Más despacio, avanzo a base de singultos, te supero, me necrofollo tu idioma por el agujero de las oes…” / “Tenías muy presente que si jugabas con la voz, la voz buscaría la manera de apuñalarte”). Ni siquiera sabemos si habla Ben Marcus. Puede que sea Ben Marcus, dice esa misma voz, “a lo mejor soy una persona”, añade, certificando que una voz podría no ser nada. En cualquier caso Ben Marcus es recibido por nosotros como un ente superior todavía más hábil que quien creíamos el más hábil. Puede encarnar fácilmente ese papel porque se trata de un autor norteamericano que ha llegado muy poco por la vía de la traducción (como otros autores y obras inclasificables cuyo proceso de traducción y edición se constituye en una pirrónica empresa) y que por tanto se enviste fácilmente con la potencia de “el otro”, la figura paterna que juzga y fagocita, Saturno que simboliza la tradición y que engulle a sus hijos. La última frase, donde por primera vez se pronuncia el nombre de “Rubén” dislocando finalmente toda la estructura que uno pudiera haber concebido en una babel de capas mentales, será el tormento de los exegetas del futuro. Iba a citarla pero no lo hago (de todas formas, confío que a estas alturas todos los lectores hayan abandonado y quedemos aquí unos cuantos trasnochados todavía dispuestos a lanzar al ruedo hipótesis cada vez más endebles y truculentas; los ociosos de la ebriedad).

En todo caso, al cerrar el libro la cabeza de uno hierve de ideas y posibilidades. Conseguir este efecto es arduo para el escritor, pues habitualmente el caldo se concibe, cocina, come y digiere dentro de la misma obra, de forma que cuando uno termina de leerla queda exonerado de tener que pensarla. Que aquí ocurra exactamente lo contrario es de celebrar. El construir para sostener un efecto que se prolongue más allá de la lectura es signo de que la obra se inserta en el poco frecuentado ámbito de quienes rinden tributo a la imaginación (la más exacta de las ciencias, cuidado). Por otro lado, hay algunas cosas que reprochar. La prosa de Rubén me ha inspirado la suficiente confianza como para exigirle que incluyera, también, muestras de esa obra titulada Magistral de la que todo el tiempo se habla y que fue definitiva para nuestra cultura. Entiendo el juego que supone su ausencia, pero precisamente esa ausencia me parece tópica y falta de audacia en el contexto de una posible tradición en la que podríamos encuadrar el texto (quizá se contrarresta con la irrupción devastadora de Marcus al ser una grandeza que cubre otra grandeza, pero debería haberse intentado ese añadido). Sea como sea, está claro que desde hace ya varias líneas el terreno es pantanoso en este texto-comentario, el scroll ha descendido mucho hacia abajo sin claridad y el propio comentario del comentario pierde su fuerza, si es que la ha tenido. De modo que lo dejo aquí con la esperanza de haber impulsado a alguien hacia la lectura de este magnífico libro.

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Maleza viva Gmma Pellicer Suburbano

Maleza viva de Gemma Pellicer en Suburbano (Miami)



Félix Terrones reseña Maleza viva, de Gemma Pellicer, en la revista Suburbano (Miami)

Gemma Pellicer: formas breves y vivas

Gemma Pellicer (Barcelona, 1972) es una escritora y crítica literaria española conocida por su exploración de distintas formas breves. Así, pasando del poema en prosa al aforismo, sin olvidar el microrrelato, Pellicer es una de las escritores más destacadas cuando se trata de esa literatura que mediante pocas palabras puede formular el universo entero. Hace unos meses, la editorial aragonesa Jekyll & Jill publicó Maleza viva el último libro de Pellicer que permite conocer el estado actual de su literatura así como, para quienes la venimos siguiendo desde hace un tiempo, descubrir qué nueva forma da a sus intereses, por no decir obsesiones, literarios. El resultado es un libro equilibrado, muy bien construido, en el que, como en un mosaico, cada texto breve tiene una autonomía, pero al mismo tiempo contribuye a la imagen del conjunto. Después de haber leído un par de veces Maleza viva, después de haber tomado distancia, adquirido perspectiva, puedo afirmar que se trata de una cuidada y arriesgada propuesta que muestra un trabajo paciente, meticuloso sin quitar nada a la intuición, lo presentido. El equilibrio entre ambos, tal vez lo más difícil de formular cuando uno escriba, es en este libro unas serenas actitud, nunca pose, y estética.

Lo primero que llama la atención en Maleza viva es el lenguaje. Si muchos escritores de microficción apuestan antes que nada por una historia, Pellicer se alinea con aquellos que dejan al lenguaje explorar e interrogar. Así, la intertextualidad —novelas, cuentos, literatura infantil— ocupa un lugar importante en su conjunto. La ficción de Pellicer se basa en la lectura y el diálogo con diferentes autores y tradiciones para homenajearlos mediante la reelaboración, el guiño, la paráfrasis. Incluso en los textos más breves, la autora no descuida el lenguaje, entregándole diversos significados. Pienso, por ejemplo, en el microrrelato titulado “El Frankenstein de Mary Shelley”. Dice así: “YO QUIERO tener una vida COMO TÚ. dEJaR De SER PALABRA, mera sintaxis ridícula, ALZARME de una maldita vez DE LA NADA, ALCANZAR EL CIELO del ser”. En escasas tres líneas, Pellicer plantea un diálogo con los clásicos, una reflexión ontológica, así como desliza la inquietud metatextual. Esa alternancia entre mayúsculas y minúsculas, permite sugerir el balbuceo del monstruo que despierta a una vida imperfecta como también, con gran plasticidad, reflejar lo imperfecto de toda creación.

Si buscamos referentes para Maleza viva, estos se encuentran en otras tradiciones como la francesa. La lectura de Gemma Pellicer me ha recordado libros como Nuits sans nuit et quelques jours sans jour de Michel Leiris. Sobre todo en lo que podríamos denominar la reescritura de las palabras, el hecho de que su contacto cristalice un nuevo significado para cada una de ellas y el conjunto al que dan forma. Como Leiris, Pellicer bMaleza viva Gmma Pellicer Suburbanousca una literatura sugerente, donde lo contado adquiere, de un modo o de otro, una autonomía, un derecho de ciudadanía específicos. Dicha autonomía no interpela tanto la razón del lector como sus recuerdos, sueños, deseos toda esa parte de nuestra humanidad en silencio, a la espera de palabras. En ese sentido la imagen está ahí para formular no el emblema de algo, tampoco su trasunto, como muchas veces ocurre con la literatura, sino un inefable misterio que se deja palpitando, sin respuesta. Pellicer tiene el oficio y la sensibilidad necesarios para la literatura más arriesgada, quizá la más auténtica, esa que escucha su propia voz.

De esta manera, las relaciones de pareja, los cuentos infantiles, las metamorfosis y la multitud de aspectos y temáticas recreados, una y otra vez, en Maleza viva, como si se tratase de una vegetación que crece incesante y espesa, adquieren una elocuente coherencia. No es tanto la mirada, como el estilo lo que les da forma. Un estilo inquieto por el lenguaje, sí, pero también por recrear atmósferas o mostrar as personajes en el límite de algo. Este algo nunca aparece ni se resuelve sino que es sugerido, en toda su inminencia, es una línea de fuga que apunta afuera del texto, tal y como ocurre en “Leve realidad”, verdadera arte poética que resumen la estética que alienta el libro entero: “La luz se emborrona para dar paso a lo real. Fugaz y leve, se abre camino al fin, entre brumas matutinas, el turbio, esplendente, dudoso día”.

No creo equivocarme si afirmo que Maleza viva es de los mejores libros de microrrelato que han sido publicados ahora último. Mediante sus personalísimos voz e inquietudes —hurgar en lo íntimo, recrear las fisuras entre las personas, dialogar con los mitos y los relatos conocidos—, Gemma Pellicer muestra un claro afán por crear una literatura de intersticios, de penumbra, donde el lector asume su parte, que subraya a la vez que borronea, en el acto de creación. Así, Maleza viva enriquece la emergente tradición hispanoamericana gracias a su afán intertextual, que no se restringe a la simple área ibérica, y su cuidado formal que hace de cada texto, relato, prosa poética o ejercicio de estilo, un ejemplo acabado de una escritura serena y madura, bajo la cual palpita lo inevitable. Como en la mejor literatura.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez en El Confidencial por Alberto Olmos

Magistral de Rubén Martín Giráldez por Alberto Olmos

Alberto Olmos reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en El Confidencial.

‘Magistral’, el libro más extraño publicado este año en España es una genialidad
El escritor catalán Rubén Martín Giráldez plantea en ‘Magistral’ un delirante divorcio tanto del castellano como de la literatura española, y se inventa su propia lenguaMagistral de Rubén Martín Giráldez en El Confidencial por Alberto Olmos

Un total de 200 lectores estima Rubén Martín Giráldez que tendrá su novela ‘Magistral‘ (Jekyll&Jill). Doscientos y pico, para ser exactos, pues así define su libro: “Libelo breve y ambicioso, un masaje de tortura para doscientas y pico personas”. La literatura es la única expresión artística donde las reseñas llegan a más lectores que la obra de la que hablan.

En su carta de presentación al editor Siegfried Unseld, Thomas Bernhard se despedía con esta afirmación: “Sigo mi propio camino”. Rubén Martín Giráldez también va por libre, bailando sobre el asfalto de su genialidad. Si nuestro autor fuera de Chicago o de San Francisco, tendría más traducciones que ahora lectores. Pero el pobre hombre es de Cerdanyola del Vallès, que también es ocurrencia. En esta su segunda novela, Giráldez inventa el independentismo idiomático, que no lleva al catalán, sino mucho más lejos: al galimatías.

 

Matrimonio perfecto

Rubén Martín Giráldez ha encontrado en Jekyll & Jill la editorial a su medida: que levanten la mano aquellos que hayan comprado alguna vez un libro de Jekyll & Jill. Pues eso.

Si nuestro autor fuera de Chicago o de San Francisco, tendría más traducciones que lectores. Pero el pobre hombre es de Cerdanyola del VallèsSito en Zaragoza, este pequeño sello propone con cada nuevo libro una edición interventiva, esto es, meterle mano a la forma tradicional del libro. Aunque aún los hacen con páginas, suelen enriquecer sus libros con minilibros adheridos al interior de la cubierta, añadir fotos polaroid entre capítulo y capítulo, láminas con bordados, mapas, pegatinas, dibujos, calcomanías… Hay alguna imprenta en España que está hasta las narices de Jekyll & Jill, pues nunca le encargan un libro que no parezca los juegos reunidos Geyper.

Ay, todo esto resulta apestosamente romántico: un escritor que sabe que va a vender 200 ejemplares y una editorial que no tiene empacho en publicarlo. Permítanme decir que este tipo de editor y este tipo de autor son los que vale la pena querer. A los demás, que los quiera Muñoz Molina.

 

Apalear lo español

Necesito unos segundos de reflexión para tratar de explicarles qué diablos es ‘Magistral’ y por qué me parece una genialidad. Digamos para empezar que la novela de Rubén Martín Giráldez no se parece a nada que nadie haya leído nunca. ‘Magistral’ no tiene trama, no tiene personajes, no tiene ni siquiera propuesta: ella misma es la historia de su propia recepción.

'Magistral', de Rubén Martín Giráldez.

Al igual que hizo en su anterior obra, ‘Menos joven’, el ocurrente sardañolense (o ‘cerdanyolenc’) se inventa autores y libros que no existen, juega con todas las coordenadas canónicas de la novela y convierte la propia lectura del libro en un recorrido por cómo el libro ha sido recibido. “En las presentaciones todos compraban ‘Magistral’, lo empezaban a leer allí mismo y ya no paraban de sangrarles la narices”.

O también: “Cuando un periodista me escribe para decirme que está leyendo ‘Magistral’ y que le está pareciendo fabulosa, yo sé que no está leyendo ‘Magistral’ y que no le está pareciendo nada”.

El libro, sobre todo en sus primeras páginas, apalea con gusto cualquier cosa que tenga que ver con el idioma español, particularmente su literatura. Así, sobre los escritores españoles, considera que “más parecía que estuviesen de vacaciones de verano en el lenguaje que escribiendo”, pues su estilo puede calificarse como -ojo al juego de palabras- “prosas estercolares”. Lo dice también de otro modo (no deja de decirlo, de hecho): “Mis coetáneos y yo fuimos el menor problema de la literatura para poder ser el mayor problema del lenguaje”, o mejor así: “Al escritor español de hoy no hay por dónde empezar a matarlo”, quizá debido a las “interminables listas de agradecimientos” que aparecen al final de las novelas -y que a mi juicio señalan con exactitud cuánto le interesa a un autor la literatura y cuánto la vida social-.

Los lectores también reciben lo suyo: “¿Qué va a hacer un lector español en la última página de un libro, si es algo que no debe de haber visto en su vida?”.

¿Qué va a hacer un lector español en la última página de un libro, si es algo que no debe de haber visto en su vida?Y la crítica: “En España no se puede escribir la primera frase de ‘Magistral’, pero sí puede uno escribir cosas como “me miro mis manos” y recibir elogios al día siguiente.”

Y, claro, el propio idioma (“Puede que haya llegado la hora de hacerle al castellano un hoyo en la hermosura”) y el propio autor (“Soy un fraude refugiado”).

El estilo de Giráldez, como hemos visto, es ingenioso, neologista (‘viceprimersiguiente’, ‘demográciles’), poético y un punto esnob. Me encanta.

Me encanta porque, cada pocas páginas, fragua en una frase memorable (“Lo que más come esta boca es voz”) y porque, pretendiendo huir del castellano a lomos de acritud y vocablos inventados (a la manera de Oswaldo Lamborghini en ‘El fiord’, digamos), deja la sensación de que en literatura española aún puede hacerse algo nuevo, radical, nada complaciente.

“Este libro, si ve la luz, se come la luz y os ahorra veros las caras tal y como son de verdad”.

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últimas noticias de la escritura de Sergio Chejfec por Patricio Pron

Sergio Chejfec – Últimas noticias de la escritura, por Patricio Pron



últimas noticias de la escritura de Sergio Chejfec por Patricio PronPatricio Pron dedica una excelente reseña a Últimas noticias de la escritura, de Sergio Chejfec, en  El Boomeran(g)

«La máquina de escribir ofrece la ventaja de ocultar el manuscrito y, con ello, el carácter. En [ella,] todos los hombres tienen el mismo aspecto», escribió (como recuerda Sergio Chejfec en este libro) el filósofo alemán Martin Heidegger. La cita es previa al surgimiento de la textualidad inmaterial de nuestros días, pero anticipa su sensación de pérdida. ¿Qué falta con la popularización del procesador de textos como herramienta hegemónica de escritura, la publicación electrónica y el almacenaje en la nube? A esa ausencia se le pueden dar varios nombres (según Heidegger, se trataría de la individualidad; para Chejfec, es «la presencia aurática» de la escritura manual), pero lo que importa es que la «condición incompleta» de la textualidad inmaterial contemporánea ha generado esfuerzos de recuperación en los que, como sostiene el escritor argentino, «el manuscrito o algunos de los atributos más fuertemente vinculados con él son directa o indirectamente convocados por la escritura digital, a modo de reparación de una incompletud»seguir leyendo

Magistral de Rubén Martín Giráldez

Javier Avilés reseña Magistral de Rubén Martín Giráldez



 Javier Avilés reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en su blog literario El lamento de Portnoy.
Resulta, además, una guía muy útil que les detallará parte de lo que se van a encontrar a lo largo de su lectura.

Magistral Rubén Martín GiráldezMagistral Rubén Martín Giráldez«Si uno dobla convenientemente su ejemplar de Magistral por las páginas 48 y 80 obtendrá un aparente volumen de la novela Notable American Women de Ben Marcus. Así, Magistral, la novela de RMG se compone de: un alegato de la novela Magistral, que quiso llamarse Regüeldo, escrita por la voz narradora de Magistral de RMG, (voz que no es la de RMG); Notable American Women, de Ben Marcus, o más bien, la simulación de esa novela; fragmentos de la traducción de NAW, o Notable North American Women, de Ben Marcos; y la irrupción de la Boca Norteamericana y su alegato contra Magistral.

La cuestión es que al doblar el libro para obtener nuestro ejemplar de NAW de Ben Marcus, libro tomado en préstamo en la Biblioteca de Sacramento, CA, quedan unas 30 páginas en el aire, fuera de las cubiertas, como un apéndice fuera del relato. De esa forma tenemos como fuera de la novela la parte en la que la voz narradora, que no es la de Giráldez, trata sobre la traducción y sobre todo sobre la traducción de Marcus.
Rubén Martín Giráldez, recordemos, es novelista y traductor…seguir leyendo
Maleza viva microrrelatos Gemma Pellicer

Maleza viva de Gemma Pellicer, reseña de Isabel del Río



Maleza viva microrrelatos Gemma PellicerIsabel del Río reseña Maleza viva, de Gemma Pellicer, en su blog La Odisea del Cuentista

Maleza viva es un libro de microrrelatos, en este caso próximos al poema en prosa y al aforismo, que baraja formas sentenciosas, narrativas y poéticas con otras dialogadas propias del microteatro. Su título remite a esa maraña de vivencias y sueños que supone toda existencia.

“Si te fijas bien, ese tío que parece ir a lo suyo y no estar para nadie eres tú”.

Si tuviera que escoger un libro para llevarme a un viaje, sólo uno, sin duda sería una antología de relatos, una obra de teatro o un poemario. Siento predilección por este tipo de obras, sintéticas y emocionalmente explosivas, llenas de matices, que reducen a la mínima expresión todo un universo.

“YO QUIERO TENER una vida COMO TÚ. dEJaR De SER PALABRA, mera sintaxis ridícula, ALZARME de una maldita vez DE LA NADA, ALCANZAR EL CIELO del ser”.

Jekill&Jill, una de mis nuevas editoriales de referencia, ha publicado una antología que mezcla poesía, microrelatos y aforismos en las mismas páginas. Además, si lo unimos al buen hacer de la editorial, que crea libros realmente preciosos —incluye un paquetito de semillas y todo—, nos encontramos ante uno de esos libros que puede considerarse un tesoro estético, por dentro y por fuera seguir leyendo