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Maleza viva microrrelatos Gemma Pellicer

Maleza viva de Gemma Pellicer en Turia, por Miguel Serrano Larraz



Maleza viva microrrelatos Gemma PellicerEl escritor Miguel Serrano Larraz reseña Maleza viva, de Gemma Pellicer, en el número 119 de la revista Turia:

 

ADAPTACIÓN EVOLUTIVA, POR MIGUEL SERRANO LARRAZ

Hace ya veinte años, y en circunstancias que no vienen al caso, acabé en una clase de Teoría del Arte en la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza. No recuerdo el nombre ni la cara del profesor, pero sí lo que trató de transmitirles a sus alumnos aquella tarde, en una mezcla efectiva de clase magistral y método socrático:

a) Los romanos, en el arte, son una abstracción: los romanos de un ensayo del siglo XIX no se parecen en nada a los romanos de una película de Hollywood de los años cincuenta (no recuerdo si citó las Mitologías de Barthes, yo aún no estaba preparado para recordarlo), y la manera de presentarlos nos dice más del siglo XIX, o del Hollywood de los años cincuenta, que de esa construcción cultural mutante, «los romanos».

b) Lo único que distingue una obra de arte de un objeto exactamente igual que no es una obra de arte es la intención artística.

Recuerdo esta anécdota de mi formación sentimental a propósito de Maleza viva, el libro de Gemma Pellicer (Barcelona, 1972) que ha editado con gusto exquisito la editorial zaragozana Jekyll & Jill. La primera línea de la contraportada no deja lugar a dudas: «Maleza viva es un libro de microrrelatos». Podemos imaginar que la autora ha elegido, o al menos autorizado, el uso de la polémica denominación genérica. ¿Qué es exactamente un microrrelato? Si extendemos las afirmaciones de aquel profesor casual de mi juventud, diremos que un microrrelato es un texto literario que su autor define como «microrrelato». Dejemos de lado los escrúpulos del New Criticism y la falacia intencional (por no hablar de la tendencia de los escritores a fantasear y a confundir). Dejemos de lado, incluso, la paradoja fundacional de cualquier género, que es parecida, en cierto modo, a la paradoja de la votación constituyente de una democracia («votemos si queremos votar, y en qué condiciones»), Lo importante es esto: Gemma Pellicer elige denominar «microrrelatos» a los textos que incluye en este libro y esta elección dignifica, cuestiona y amplía el término de forma simultánea.

Desde finales del siglo pasado la tradición literaria en nuestro idioma ha asistido al intento de afianzar un nuevo género narrativo caracterizado por la brevedad extrema, un cuento que no es exactamente un cuento, sino otra cosa, algo más, o algo menos (la denominación «ficción súbita» es un calco afortunado de uno de los nombres que recibe en el mundo anglosajón). Este proceso de construcción (o de ramificación) se ha topado con el apoyo inesperado de la realidad y de los avances tecnológicos (especialmente las redes sociales), pero también con varias contradicciones. Por una parte, la búsqueda de antecedentes que justifiquen una tradición ha descontextualizado las obras que se eligen como canónicas, que deberían insertarse en tradiciones más amplias: el fragmento romántico filtrado al modernismo hispánico, la parábola, la fábula, el cuento jasídico, el poema en prosa, el koan, la publicidad, el periodismo, el aforismo, el chiste (por no hablar de las obras respectivas de sus autores). La consecuencia, paradójica e inevitable al mismo tiempo, ha sido un estrechamiento de los límites del género para alejar el microrrelato de las malas compañías que podrían contaminarlo o, lo que es peor, diluirlo. Este aislamiento ha derivado en una codificación casi manierista que lo despeja, irónicamente, de la libertad formal que permitió crear los ejemplos que se han elegido para fundar el género. Se trata, en cierto modo, de un ciclo habitual que, en el caso del microrrelato, se condensa en apenas dos décadas: apropiada brevedad. Son estos problemas, precisamente, los que dan valor al libro de Gemma Pellicer, compuesto por noventa y siete textos que oscilan entre lo brevísimo (las quince palabras del «El alquimista») y lo breve («El presente continuo» y «El loco de la Ku’Damm» son los únicos textos que, a pesar de que no ocupan más de una página y media, no pueden abarcarse en ese único «golpe de vista» que recomiendan algunos teóricos del género). El libro se divide en dos grandes bloques, «Puntos de luz» y «Herbolario», con un texto, «Paisanaje», que actúa a modo de pórtico o de poética. Los microrrelatos, heterogéneos, no evitan los rasgos definitorios del género, pero los tratan con una sabia moderación: la reflexión sobre el propio género es esporádica, precisa y pertinente («Puro tecnicismo»); el humor es melancólico, y no reduce ninguno de los textos a un mero chiste; las referencias metaliterarias están dosificadas (Frankenstein, Baudelaire, Cortázar, Caperucita, El Principito); hay temas típicos del microrrelato (fantasmas, simetrías, personajes condenados a la soledad, teatro y representación, intuición de lo fantástico), pero abundan los tratamientos alejados del efectismo, casi metafísicos; el diálogo y la variación también se utilizan con prudencia. En cuanto a las diferencias con esta tradición novísima, enriquecen el conjunto, lo abren. Para empezar, el libro carece de dinosaurios. Y los finales sorprenden, sí, pero en muchos casos lo hacen precisaGemma Pellicer escritoramente por la ausencia de una sorpresa convencional. En varios casos la epifanía es simbólica, muchas veces en relación con el mundo natural (especialmente en el segundo bloque). Pero uno de los grandes méritos del libro es la búsqueda de un tono situado fuera del tiempo. Apenas hay referencias a la actualidad política o social (en mi opinión, los relatos que tratan de acercarse a estos asuntos están entre los pocos que rebajan el nivel del libro, lo banalizan, sirva como ejemplo «A precio de saldo casi»). También el lenguaje huye del coloquialismo y se sitúa dentro de los límites de un «estilo literario» que no se avergüenza de algún arcaísmo ocasional. Así, el conjunto remite a un clasicismo austero, consciente. Asume el género al que se adscribe, pero lo trasciende con fogonazos aforísticos, con excursiones a la prosa poética, con una cierta pulsión de vida que no tiene todas las ventanas tapiadas. En ese sentido, la materialidad del libro, el trabajo artesanal de edición, es coherente con el contenido (al igual que el título). El «regalo» que acompaña muchos de los libros de Jekyll & Jill tampoco parece gratuito (si se me perdona el juego de palabras): en este caso se trata de un sobre con semillas de flores silvestres. Los microrrelatos de Gemma Pellicer también arraigan y crecen en la mente del lector. Si entendemos la compleja red de los géneros literarios como un ecosistema («Ecosistema», precisamente, es el titulo de un microrrelato extraordinario de José María Merino que bastaría para justificar el género, acaso incluso para explicarlo), Maleza viva constituye una valiosa adaptación evolutiva.
MIGUEL SERRANO LARRAZ
Gemma Pellicer, Maleza viva, Zaragoza, Jekyll & Jill, 2016.