Autor: JEKYLL & JILL

Porque ya no queda tiempo en Revista Détour


Óscar Brox reseña Porque ya no queda tiempo, de Rafa Cervera, en Revista Détour.

Rafa Cervera. Los recuerdos no pueden esperar, por Óscar Brox

Porque ya no queda tiempo, de Rafa Cervera (Jekyll & Jill) | por Óscar Brox

Habitaciones de hotel. Lugares de paso. Puntos de encuentro. Oficinas. Porque ya no queda tiempo comienza en la de Lou Reed, en Nueva York. Es 1995. Rápidamente viajamos atrás en el tiempo. A la infancia. A la calle Palomar, la casa familiar, a las fotografías del tío Lugosi y la complicidad que se fragua con un pequeño Rafa Cervera. Complicidad, carácter, manera de mirar el mundo. Qué cabecita si no se estropea. En estos primeros compases de la novela, uno tiene la sensación de caminar entre mitologías. Está Lou Reed, el coloso musical que aparece de muchas formas en el libro, pero está también aquella València familiar de la que cada vez quedan menos cosas. La València de Ciutat Vella, de calles estrechas y edificios decadentes pero emblemáticos; lo suficiente como para albergar los restos de la editorial Prometeo. Están las letras de Reed, surcadas por sus preocupaciones literarias, y están las fotografías de la vieja Leica familiar. Y está la memoria de Rafa Cervera para conceder una nueva vida a todo ese amasijo de voces e instantes, de lugares y personas, con los que cuajar un estado de ánimo. Una identidad. La suya.porqueyanoquedatiempo

De aquel niño que posa en la foto disfrazado, entre su tía y la sonrisa de su madre, a aquel otro que comienza a escuchar música. Que pasa del colegio a la tienda de discos y las cubetas; de las primeras amistades, unas más fugaces que otras, a esos vínculos casi sanguíneos que atraviesan la novela: Leivas, Jean Montag, El Bello, Macías… Cervera escribe sobre el pasado, no tanto para consignar aquello que echa de menos, sino para armar ese retrato con el que (d)escribirse. Con el que saltar por encima de la etiqueta de periodista musical y continuar lo ya apuntado en su anterior novela, Lejos de todo. Esa canción de La Velvet, aquella chica del Gintonic en la discoteca, el concierto de Reed en Usera, la primera entrevista en el hotel Londres. Son fechas, son momentos, pero Cervera tiene la habilidad suficiente para conferirles algo más: vida, emociones; la sensación de que algo se movía y cambiaba. Y lo hace sin abusar del tono confesional, respetando en muchas ocasiones una intimidad que evoca con delicadeza; casi, con prudencia.

Tanto Lou Reed como Andy Warhol son figuras omnipresentes en un relato que pasa también por narrar la euforia cultural de una España arrancada de las manos de la dictadura. De un país que se convierte en música, pintura y cine, en noches que nunca acaban y vanguardias que se consumen a la velocidad de las vidas efímeras de quienes las protagonizan. Esa efervescencia vital impregna toda la novela de Cervera, si bien el autor sabe cómo hacer que bascule de una época a otra: la llegada a Madrid, los primeros escarceos culturales, la forja de un camino, Barcelona, Nueva York y todas las historias que, de pronto, se desencadenan ante sus ojos. Gente que viene y va, la familia que permanece en València y esos vínculos que se resquebrajan con las cuitas existenciales. Ese Lou Reed casi impenetrable, que cuando te felicita no sabes si es sarcasmo o reconocimiento. O ese Bowie al que consigues arrancar una fotografía tras montar guardia junto al camerino. De repente caen las Torres, el mundo redescubre el horror. Madrid se va difuminando y vuelve a aparecer València. El Saler. Ese espacio vacío, al calor de la Albufera, que se convierte en un nuevo hogar.

Uno lee a Rafa Cervera como si estuviese persiguiendo algo; las palabras justas, diría. Esa descripción, ese retrato, con el que plasmar no solo un estado de ánimo sino, también, un tiempo. De ahí pasajes tan bellos como el que dedica a Pablo (Sycet) y su amistad con Jaime Gil de Biedma; al propio Reed y sus años de aprendizaje con Delmore Schwartz; a Jean Montag y su mujer o a Roberta Marrero. O, sin duda, a la mirada del padre, que cierra el libro con la foto de solapa. Por eso, me gusta pensar que Porque ya no queda tiempo es una obra que habla de amistad, de otro tipo de amor, de esas palabras que cuesta tanto hacer brotar porque son demasiado sinceras (y la sinceridad, literaria o no, siempre asusta). Y por eso, también, uno tiene la sensación de que Cervera da muchas vueltas, muchos saltos, que nos conduce por infinitas puertas giratorias, porque necesita demorarse para dar con el gesto exacto, con la palabra exacta, con la emoción que necesita. Para consignar la importancia de todos aquellos momentos y, sobre todo, su lugar en aquel maremágnum. Para dejar constancia de los que pasaron, de lo que ha quedado de todos ellos y de lo que, quién sabe, quedará de él. De cómo le gustaría que fuesen los recuerdos y de qué hacer con todas esas pequeñas y grandes mitologías que construimos y nos acompañan a cada cambio de edad.

Para alguien que ha escrito que los recuerdos no pueden esperar, que ha consagrado parte de su carrera al retrato de artistas, lugares y discos, hacer memoria es un poco como aquello que decía Jacques Derrida: cada vez última, el fin del mundo. Leer su novela invita a pensar en una suerte de tiempo excepcional, único, que sin embargo se borra porque todo pasa demasiado rápido. Que se olvida y precipita esa especie de horror vacui que no se sabe muy bien adónde conduce. Por eso, como digo, me gusta pensar que este es un libro de amistades (una especial, la de Esteban Leivas) y maestros, de paternidades y de cómo el tiempo configura nuestro rostro una vez alcanzada la madurez. Una novela que acaba, pero que me resisto a creer que no sea con un punto y seguido. Que nos deja en esa especie de fortaleza de la soledad ubicada en El Saler, pero que concentra toda la energía de una época, de unas vidas, de unas voces con las que construir fragmento a fragmento una voz propia. Un espacio vital. Una identidad.

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Dadas las circunstancias en Estado Crítico



Excelente reseña de José Manuel García Gil sobre Dadas las circunstancias, de Paco Inclán, en Estado Crítico.

Actividades improductivas en tierras extrañas

dadas-las-circunstancias

JOSÉ MANUEL GARCÍA GIL | En los últimos años ha proliferado una clase de libros que se benefician de la capacidad de apropiación y de ensanchamiento de la literatura de viajes para construir un molde aparentemente novedoso: el relato híbrido o posmoderno. En realidad, no son sino el producto de la radicalización de un recurso ya existente, como lo es la fusión de géneros. En términos generales, la hibridación surge de la combinación entre la crónica de viajes, el ensayo o el cuento, hasta el punto de que la adscripción a un subgénero u otro resulta, cuando menos, infructuosa. Esta condición mestiza recorre buena parte de la obra de Paco Inclán (Valencia, 1975), en donde las fronteras entre investigación periodística o antropológica, memoria viajera, ficción o autobiografía, quedan ampliamente superadas. Dadas las circunstancias, su último libro, hermosamente editado por Jekill & Jill, no podía ser ajeno a ese paradigma.

En distintas ocasiones, Ricardo Piglia afirmó que todo relato cuenta una investigación o un viaje. Sin embargo, en el caso de Inclán, ambos modos básicos de narrar se dan la mano desde el origen de su literatura. Aunque de tal afirmación no se deduzca que lo sigan haciendo en el punto de llegada. En ese orden, Dadas las circunstancias no es propiamente un libro de viajes en el sentido clásico de la palabra, como tampoco cabe definirlo en puridad como un trabajo de investigación periodística. No trata su autor de extraer la esencia de los sitios visitados o de reflejar el universo que como viajero descubre, poco a poco, dentro de sí por medio de la travesía. Al abrir las páginas de estos ocho episodios nos topamos con una mirada más que incisiva, original, inteligente y socarrona. Y con la voz de alguien que, aunque se ha documentado a fondo acerca de unos temas raros y poco relevantes, no acaba conduciéndonos al objeto de sus estudios sino llevándonos de una revelación paradójica y absurda a otra, de una epifanía poco creíble a la siguiente, como si su quiebra como investigador no fuese sino la antesala de sus logros como escritor.

Sobre este suelo, más humano que territorial, Paco Inclán camina cómodamente entremezclando la erudición y la autobiografía, la parodia y la emoción, la ingenuidad y la astucia. La lectura resulta desconcertante debido a la cantidad de temas tratados y de caminos alternativos propuestos. Nada como ir de un lugar a otro, sin más compañía que las vueltas de la imaginación o una curiosidad imbatible y contagiosa que termina por despertar la del lector gracias a la capacidad que el autor tiene, en cada momento, de sacarle el jugo a sus relaciones con la gente que encuentra.

Dadas las circunstancias nos lleva, mapas incluidos, a lugares tan dispares como Praga, La Habana, Llodio, Valencia, Céret, Sant Pau d’Ordal, Veracruz, Valladares o Berlín. Lugares que no son sino la atmósfera necesaria para que el narrador ponga el foco donde habitualmente no se pone, en la periferia de la historia, en los márgenes en lugar de en el centro, más común y trillado. De este modo, desde la solapa hasta el colofón, este libro es el reflejo de la heterodoxia y excentricidad de su autor. Quiero decir que Paco Inclán es un escritor excéntrico, alguien que está fuera del centro o tiene un centro diferente. Se trata, en definitiva, de darle la vuelta a esos lugares -algunos están muy estereotipados o carecen del menor reclamo- e intentar narrarlos desde otro punto de vista.

Paisajes con figuras extravagantes: un escritor checo enano autor de una novela sobre enanos, el último hablante de una lengua primitiva -el erromintxela-, la viuda de un forofo esperantista, un actor-clown que proyecta durante un almuerzo imágenes espeluznantes del conflicto bélico en Siria en contraste con las delicias de la gastronomía de aquel país, uno de los tropocientos nietos de Pancho Villa que asiste en Veracruz a la proyección de un documental sobre el vínculo inexistente que tuvo su abuelo con aquel lugar, entre otros tantos. Son personajes peculiares que coprotagonizan las situaciones de corte surrealista en las que derivan los estudios variopintos de su principal protagonista: un interés repentino por la suerte de Plutón como planeta, una investigación sobre casos de personas que murieron de risa, un estudio del excremento, un artículo sobre literatura en esperanto o un ensayo sobre ausencias para demostrar a ciencia cierta la presencia de personalidades en lugares a los que nunca fueron, son algunos de ellos.

A veces el lector se pregunta cuánto hay de verdad y de mentira en estos textos. Los mismos títulos de los libros de Inclán –Tantas mentiras (2015), Incertidumbre (2016) y este Dadas las circunstancias (2020)- nos advierten de la poca inclinación de su autor a la hora de discernir entre lo que es falso y lo que es cierto. Al final, da igual con cuánta ficción o exageración de hechos reales nos topamos. En las primeras páginas de la lectura, uno coge su móvil para corroborar si el autor ha inventado este personaje o aquel dato, pero lo hace solo al inicio. Luego se deja llevar a esa dimensión en la que los límites entre realidad y ficción nada importan porque han sido superados por la buena literatura. Esa que concluye que, verdadero o falso, el lector se cree lo que se le cuenta.

El objetivo de la investigación en los ocho relatos “verídicos” -profusión de documentación y notas al pie incluidas- no interesa sustancialmente. Es una manera de empezar a caminar sin verdadera intención de encontrarlo. Lo que importa es en lo que acaba convirtiéndose el hecho preparatorio de ir a buscar esto o aquello. Inclán sale a escudriñar algo en algún grupo excéntrico (unos comensales alucinados, un club de esperanto, un banco de horas…), se extravía y encuentra una cosa distinta y más valiosa literariamente hablando. Es el hallazgo inesperado que se produce de manera accidental, casual o por destino, el vértice de estos experimentos narrativos.

En «Paisajes cubanos (como recuerdo)», por ejemplo, el protagonista viaja a La Habana en busca del chiste que mató a Julián del Casal. Esa es la excusa para un recorrido por una serie de situaciones en las que aparecerán personajes más excéntricos aún que la investigación de partida: un doble del Che, una librera desencantada, un vendedor ambulante de tarjetas de memoria, un maestro del PCE desilusionado con la realidad revolucionaria o la hija de este con la que el alter ego de Inclán acaba inesperadamente en la cama del cuarto contiguo al que duerme su padre.

Algo así sucede cuando nos sumergimos en cada relato de Dadas las circunstancias.  Hay algunos hilarantes, como el dedicado al erudito y médico del siglo XIII Arnau de Vilanova, sabio en lucubraciones escatólógicas, que abunda en datos y referencias bibliográficas que funcionan literariamente, en paralelo con la lectura, como obstáculos en la carrera desesperada de su protagonista hacia el lavabo cuando se va de vientre. En otros, el componente ensayístico es más difuso. Así, “El postre sirio” funciona como un relato redondo. Al final, todas las historias actúan a modo de prisma en el que, según la inventiva de su autor, se prefiere una cara más que otra.

La buena literatura parece seguir más unida a la sensibilidad de quien viaja en dirección contraria o sin destino ni coordenadas, que al viajero previsible y obediente que sigue el itinerario marcado por las migas de pan de las guías turísticas. Quizás, por eso, Inclán se ha convertido en uno de nuestros más originales prosistas. Por convertir cada expedición y cada indagación en una anécdota de factura maravillosa. Con un desenlace en el que él mismo acaba por preguntarse: “¿Quién me mandaría llegar tan lejos con estas cosas?”

Recogía el mexicano Juan Villoro aquel aserto de Hemingway acerca del origen de la literatura norteamericana: comienza cuando Mark Twain escribe: “Es hora de irnos a aquellas tierras”. Una invitación al viaje, en resumidas cuentas. Se trata, sin duda, de un gesto cervantino: salir al mundo en busca de experiencia, estructurar la trama a partir de los desplazamientos. Eso hace Paco Inclán en este nuevo libro: invitarnos como polizones a acompañarle por tierras y asuntos extraños, a veces alocados o absurdos, por senderos que se bifurcan en torno a la máxima horaciana prodesse et delectare que, a nuestros efectos, bien pudiera traducirse por pesquisas y divertimentos.

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Ricardo Menéndez Salmón recomienda Dadas las circunstancias de Paco Inclán

El escritor Ricardo Menéndez Salmón recomienda Dadas las circunstancias, de Paco Inclán, en La Opinión de Málaga:

Paco Inclán: Un mapa impecable

El libro más reciente de Paco Inclán, un escritor libre e impar, es Dadas las circunstancias, un volumen que puede parecer gamberro si no fuera porque es insultantemente inteligente

Ricardo Menéndez Salmón 17.05.2020 | 05:00

El escritor valenciano Paco Inclán.

Ingenio puro. Un viaje al país del esperanto [encerrado en un museo], un paseo por La Habana en busca del chiste que mató a un escritor decimonónico, el encuentro con el último hablante del híbrido lingüístico entre el romaní y el euskera, son algunas de las misiones que Paco Inclán nos comparte en ‘Dadas las circunstancias’.

 En ocasiones el mapa sirve para extraviarse. Otras veces, por el contrario, no sólo orienta al confuso y al perdido, sino que le permite soñar. Incluso hay noticia de un escritor que fantaseó con un mapa que coincidiera con el territorio que cartografiaba. De igual modo que el rumbo, en navegación, esconde una categoría psicológica, el trayecto por el mapa ayuda a entender los motivos del viajero. Su carácter; sus visiones; sus plegarias atendidas o ignoradas.

Se viaja mucho, casi con frenesí, en ‘Dadas las circunstancias’, el último libro, insólito como todos los suyos, de un escritor libre e impar: Paco Inclán. En este almacén de sucesos, que es también una guía Baedeker para quien carece de urgencias, se dan cita Praga y La Habana, Llodio y Valencia, Berlín y Veracruz, la parroquia viguesa de Valladares y Esperantujo, que para quien no lo sepa es ni más ni menos que el «autoglotónimo cacofónico con el que se conoce al territorio –imaginario, transfronterizo, sonoro– que se crea cada vez que dos o más personas se comunican en esperanto». Por todos estos espacios, que tienen su correspondencia en planos y atlas, Inclán herboriza crónicas extravagantes que obligan a aceptar que de todos los mapas urdidos ninguno es más exótico que ese que aspira a fijar los límites de un país llamado Realidad.

dadas-las-circunstancias Hace ya unas cuantas décadas, en 1974, en el prólogo que antepuso a la edición francesa de su incómoda, afrodisiaca y patológica novela ‘Crash’, el gran maestro J. G. Ballard advirtió que la dictadura del capitalismo, de la televisión y de la política concebida como una rama de la publicidad hacían cada vez menos necesario que un escritor inventase contenidos ficticios. La ficción ya estaba aquí, entre nosotros, disuelta en la mentira cotidiana. La tarea del escritor consistía, por lo tanto, en inventar la realidad. A ello se aplica Inclán con éxito manifiesto y para goce del lector en este libro que podría parecer a veces gamberro si no fuera porque es insultantemente inteligente, y que entre abundante material para la ironía y la carcajada, destila una lucidez nunca del todo exenta de melancolía.

Si un texto como «Escatología en la obra de Arnau de Vilanova» hace pensar en un Perec levantino y esa maravilla que es «Pasajes cubanos» podría ser una postal conciliatoria enviada por Kundera a sus corresponsales postcomunistas, seguir los pasos de Inclán en busca del último hablante del erromintxela, un híbrido lingüístico entre el euskera y el romaní, es un recordatorio amargo bajo su aspecto jocoso de que, como el propio autor sugiere, es ingenuo pensar que los finales invitan al festejo. Dadas las circunstancias es, de hecho, mucho más que un cúmulo de los desvíos de un viajero y un abecedario de sus raras aventuras. Es una ocasión para celebrar la nota al pie y el acontecimiento en apariencia nimio. Un recordatorio de que la verdadera extrañeza reside aquí, ante nuestros ojos. Y una invitación para tener a mano el mapa correcto.

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Alejandro Espinosa Fuentes reseña Dadas las circunstancias de Paco Inclán


Alejandro Espinosa Fuentes reseña Dadas las circunstancias de Paco Inclán en LEE/ALGO:

FATAL HILARITY

Conocí a un vagabundo en una gasolinera de San Luis Potosí que tenía el plan de acabar con el problema del frío talando todos los árboles del mundo para incendiarlos en una colosal hoguera amurallada. Mientras hablaba con él, no dejaba de pensar: ¿Dónde está Paco Inclán cuando más lo necesitas? En cierto modo, sentía que la historia se estaba desaprovechando conmigo. Una prosa aguda y sabia como la de Inclán, el gran nómada valenciano, sabría hacerle justicia a esta premisa mínima, absurda, ridícula y, a su vez, todopoderosa.
Me ocurrió de nuevo en un sonidero veracruzano, donde el dj más aclamado de los Tuxtlas me confesó su sueño de postularse para gobernador con el único fin de ordenar por decreto que todas las tortillerías de México vendieran tortillas de color azul en vez de amarillo. Son más sabrosas, sin duda, y el morado es un color más chingón, argumentaba. Yo lo escuchaba completamente desconcertado, no por su plan imposible, sino porque otra vez sentía que yo no era el escritor más adecuado para recibir su extraordinaria idea. ¿Dónde está Paco Inclán?

El cronista valenciano domina con maestría un rasgo imprescindible de la comedia que no tiene que ver exclusivamente con el contenido de una anécdota, sino con el ritmo. Cada uno de sus textos produce un efecto trascendental en el lector pese a que la mayor parte de sus tramas acudan a la ironía por decepción que encandilaba a los clásicos:  Parturient montes, nascetur ridiculus mus, [Parirán los montes, nacerá un ridículo ratón].

Abro su nuevo libro publicado por Jekyll & Jill, Dadas las circunstancias, y temo, desde el epígrafe, que esta nueva obra no logre superar la gracia de su libro anterior, Incertidumbre, que es la única lectura que me ha hecho retorcerme a carcajadas en los pasillos de un tren de alta velocidad. A continuación ocurren muchas cosas, pero ninguna se parece a la desilusión. Otra vez Inclán hace de las suyas, guiándome por geografías insospechadas, enseñándome que locos hay en todo el mundo, y en todos los casos, su locura delata más genialidad que insania.

Me sumerjo en la primera crónica y atestiguo una maquiavélica conspiración, promovida por Walt Disney, para defender el estatus planetario de Plutón por ser el único astro del sistema solar descubierto por un americano y bautizado en homenaje al perro amarillo de Micky Mouse. La decisión de rebajarlo a “planeta enano” se tomó en Praga, donde ahora acompaño a Paco Inclán adentro de la misma cantina a la que Roque Dalton dedicara uno de sus mejores poemas. El conflicto apenas comienza. Inclán se inserta en una discusión gratuita con un escritor enano (que no habla español ni inglés), al que quiere preguntarle por todos los medios cuál es su opinión sobre el nuevo estatus de Plutón.

El tema por excelencia en la obra de Paco Inclán es la condena de Babel, la imposibilidad comunicativa debido a las múltiples lenguas y dialectos, que siempre lleva a malentendidos y conjeturas ingeniosas, donde caben todas las posibilidades. La ausencia de un código común orilla a los interlocutores a buscar a como dé lugar una pizca de sentido mediante traducciones improvisadas y una lectura coherente del contexto. Pero si los interlocutores además son especímenes obsesivos esta traducción pocas veces será acertada.

Arranca el desfile: un imitador del Che Guevara apuesta fortuna en un museo privado de sí mismo, el último hablante de una lengua mezcla de euskera y romaní, el editor de una revista de madadas-las-circunstanciasrihuana escrita en esperanto, un macabro refugiado sirio que organiza opíparas comidas mientras obliga a sus invitados a mirar imágenes de bombardeos; todos ellos coronados por el mismo Inclán, que hace hasta lo imposible por quedar a la merced de estos sabios marginados.

El segundo tema en la obra de Inclán es el humor como concepto y síntoma. Si en Incertidumbre nos presentaba a un mecánico de la periferia que, tras la crisis económica de España, fue a probar suerte en un poblado de Guinea Ecuatorial donde, pese a ser el único blanco, se integró a la perfección a base de incorrección política y un humor hiriente, en Dadas las circunstancias explora las posibilidades de este humor como una herramienta valiosa, la cual, llevada demasiado lejos, puede ser fatal.

Paco Inclán viaja a La Habana en busca del chiste que mató de risa al poeta Julián del Casal. Según nos indica en las notas al pie, no se trata de una muerte tan extraña; reyes y filósofos han caído fulminados por sus propias carcajadas. En inglés se le conoce como Fatal Hilarity y se refiere, literalmente, a morirse de risa. Pareciera que Inclán le hiciera  una propuesta antagónica al lector. Por un lado parece decirle: Sigue conmigo que lo que viene a continuación será aun más gracioso. Y por otro lado: Ten mucho cuidado, pues la misma gracia que te hace la locura ajena podrá llevarte a la tumba y te sumará al repertorio de anómalas soledades que habitan este libro. No conozco pacto de complicidad con el lector más sincero, más horizontal, más reflexivo.

Hace poco vi en un viejo reportaje catalán una charla entre los escritores J. A. Masóliver y Enrique Vila Matas en donde el primero le decía al segundo que a ellos en España los consideraban raros, pero que en México eran uno más, porque en México lo normal es ser un poco raro. Claro que ellos lo decían con ese amor por México que sienten los  europeos que visitan el país una vez al año para presentar libros o recibir premios. La relación con México de Paco Inclán es ligeramente distinta, su integración es plena, como le sucede en todos los países del globo. En la penúltima crónica de Dadas las circunstancias, descubrimos a un raro entre los raros, un cronista confuso que atestigua, sin condescendencias, lo que el europeo telescópico denominaría “surrealismo mexicano”, pero que el nativo designaría con todas sus letras como la estupidez de la burocracia cultural priista.

Inclán asiste a la proyección de un documental sobre la relación de Pancho Villa y el estado de Veracruz. Dicha relación consiste en que no hay ninguna: Pancho Villa jamás estuvo en Veracruz. El documental tiene por premisa su ausencia, pero esto no evita que las autoridades despilfarren un dineral en el evento; invitan a uno de los 300 nietos de Pancho Villa, al que tratan como a un rockstar, y los académicos más necios llegan a comparar al revolucionario duranguense en Veracruz con el campo de Higgs: “algo que no podemos detectar no prueba que no esté entre nosotros”. Aplausos. Paco Inclán encuentra una mina de oro para futuros proyectos: “Me imagino inmiscuido en inabarcables investigaciones para demostrar a ciencia cierta que ni Franz Kafka estuvo en Zaragoza ni Marie Curie pisó Bilbao”.

“El hombre del tiempo”, última crónica del conjunto, le revela al lector la existencia de un banco del tiempo en un pequeño poblado de Galicia, donde, en vez de dinero, se pagan y se adeudan horas de vida entre los pobladores. El banco es gestionado por Manuel, un tipo que vive al borde del colapso nervioso, preocupado porque su pequeña utopía salga a flote. Como toda convivencia debe contabilizarse para evitar las burbujas económicas, los favores no pueden existir. Por supuesto, el nómada valenciano llegará a perturbar todo el sistema y a hacer hasta lo imposible para integrarse y convertirse en uno más.

No sé si Dadas las circunstancias sea el mejor libro de Paco Inclán; quizás la crónica “El último hablante de Erromintxela” se queda un poco corta y a “Escatología en la obra de Arnau de Vilanova” le falta una conclusión que trascienda lo gástrico, pero sin duda en este nuevo libro hay textos que están entre lo mejor de su producción, y entre lo mejor que se ha escrito de crónica en la última década.

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Miguel Ángel Hernández escribe sobre Dadas las circunstancias de Paco Inclán



Miguel Ángel Hernández recomienda Dadas las circunstancias, de Paco Inclán, en Diario de escritura, La Verdad

dadas-las-circunstancias«Por la noche, lees Dadas las circunstancias, el último libro de Paco Inclán, y se te saltan las lágrimas de la risa. Agradeces este oasis en medio del derrumbe. Es uno de tus autores preferidos. Incertidumbre, su libro anterior, incluye alguna de las mejores crónicas que has leído jamás. Aquí ha destilado la fórmula. Inclán tiene la capacidad de relatar lo que le sucede combinando la visión precisa del mundo con el surrealismo y el humor. Son situaciones absurdas, como la confusión del término escatología, la búsqueda del último hablante de un idioma que mezcla el vasco con el romaní o el intento de encontrar el chiste que mató en Cuba a un poeta melancólico. Situaciones muchas veces embarazosas que desencadenan la carcajada. Crónicas –o antropologías– frustradas. Narrativa perfecta. Que un libro te haga reír y disfrutar de esa manera en estos días tristes es una doble alegría.»

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Vicente Luis Mora reseña Dadas las circunstancias de Paco Inclán



Vicente Luis Mora reseña Dadas las circunstancias, de Paco Inclán, en Diario de lecturas:dadas-las-circunstancias

Hay quien piensa que Paco Inclán toma sus vivencias y les introduce unas gotas de ficción para hacer sus libros. Algo me dice que no es así; sospecho que, en realidad, es justo al revés: Inclán toma un lugar y una anécdota, puede que reales, puede que conocidos de primera mano (o no) y, desde ahí, comienza a ovillar y fabular y tejer posibilidades hasta que localidad y anécdota quedan indisolublemente unidos, como si hubieran sido paridos así desde el principio de los tiempos. Alguna pista ofrece al explicar en la página 69 que sus modos de investigación no son los convencionales: no es un modo de abrirse al encuentro de lo inesperado, sino de reconocer que “investigación” aquí es lo mismo que “ficción”. / Todos los libros de Inclán son extraterritoriales —que no globales— e insertan los mapas donde sucede cada historia; aunque las geografías son distintas y están bien re-construidas, hay un aire de familia de lo humano a punto de fracasar, o recién fracasado, que une todos los cuentos: “a ciertas horas, el mundo se parece demasiado” (p. 57), sostiene una frase memorable. / El lenguaje, que se supone vía de comunicación, lo es aquí de distorsión: tortilogos, erralengua. Muchos de sus personajes, ya desde el monje tibetano de Tantas mentiras (2015), están lost in translation y de ese equívoco comunicativo surgen otros tipos de encuentros. Esa devoción lingüística de Inclán puede moverle a estructurar un cuento sobre el filo entre las dos acepciones de la misma palabra, como sucede con la anfibológica “escatología”, que le permite acercarse a la figura de Arnau de Vilanova en tonos tan quevedianos como impredecibles. Otro ejemplo es ese delirante congreso sobre el idioma esperanto al que Inclán supuestamente acude y que tanto me ha recordado —por el humor y los paraísos artificiales— a “Badajoz”, el fascinante relato de Robert Juan-Cantavella incluido en Proust Fiction (2005), también basado en la lectura delirante de la realidad de un congreso académico escrito desde el otro lado del espejo. Con “Viaje al país del esperanto” y “Badajoz” se puede dar un taller sobre las posibilidades de dinamitar los límites entre realidad y ficción desde la calidad literaria —detalle que no pocas veces se olvida al cruzar ese transitado río—. Juan-Cantavella hace en ocasiones periodismo gonzo; Inclán, en cambio, utiliza el gonzo como género literario, como forma donde sus semánticas chapotean felices y rotundas. / Si aparece la merecidísima segunda edición, estaría bien corregir el apellido Burke por Bourke en la página 82. / En resumen, Inclán hace crítica social geopolítica disfrazada de crónica humorística implacable con el propio narrador de la historia. Es lo contrario de la autoficción, vestido de autoficción. / Lo mejor de esta intuición mía sobre su naturaleza estructuralmente ficcional es que, incluso si es falsa o despistada, me hace disfrutar el doble de sus libros. Déjenme permanecer en el error. / La voz del narrador de los libros de Inclán puede parecer sencilla o accesible al lector no avisado, por la empatía que despierta, pero es una diabólica obra de arte: la de un escritor tan bueno que teme parecer soberbio y se hace pasar por otro más enrollado y humano, al que le cae la vida en lo alto. / Es una literatura singular, humana hasta la médula, brillante. Aquí tiene un fan duradero.

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Lejos de todo de Rafa Cervera en Libros en mi biblioteca

Carmen CG reseña Lejos de todo, de Rafa Cervera, en Libros en mi biblioteca:
CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddVerano de 1977: Playa de El Saler, Valencia. Un adolescente entabla amistad con una pareja de hermanos. Con él comparte la fascinación por David Bowie. Hacia ella siente una irrefrenable atracción. Así, aislados en el escenario que impone dicho paisaje, que en realidad es un personaje más, los tres pasan a formar un extraño triángulo. Su relación se va definiendo a medida que el verano transcurre, hasta convertirse en una mezcla de anhelos, secretos y sueños que acaban diluyendo el límite entre la fantasía y la realidad.

Primavera de 1976: David Bowie se encuentra sumido en una crisis artística y personal, atrapado en su adicción a la cocaína. Decide aislarse en algún lugar perdido que le permita ser anónimo y así poder encontrar una salida al caos que le domina. Dejándose llevar por el azar, elige Valencia, donde se refugia durante unos días acompañado por sus dos fieles amigos, Jimmy —artísticamente conocido como Iggy Pop— y Coco. Una vez allí, su camino se cruzará con el de uno de los protagonistas de la historia anterior.

Suficiente nos cuenta la sinopsis de Lejos de todo para que yo pueda evitar ir más allá. Os recomiendo que la leáis y así no os sorprenderéis de lo que podéis encontrar en estas 136 páginas, que recibieron el Premio de la Crítica Literaria Valenciana en 2018.

Yo llegué a ella por un librero. Ay, los libreros; una figura esencial del panorama literario para los lectores. Eso sí, el librero tiene que ser lector, y no un lector cualquiera, debe ampliar su zona de confort para ser capaz de recomendar de cualquier género. Hay que cuidar al lector para que te sea fiel. Porque no hay duda de que los lectores somos fieles. ¿Lo habéis pensado alguna vez? Yo, sí. De ahí que quien tiene un buen librero, tiene un tesoro.

El futuro, una ilusión llena de posibilidades que pierde interés a medida que te aproximas a él.

Magnífica cubierta la que acompaña esta historia. Creo que es importante que lo destaque, porque la edición de una novela es muy importante. Nos dice mucho del cuidado que se ha puesto para publicarla, algo que a los lectores nos gusta.

Lejos de todo ha sido una historia que he leído un poco a la defensiva. No sé si entendéis lo que quiero decir, pero he estado como alerta porque no conseguía saber qué implicaba lo que estaba leyendo, lo que me hacía estar en ese estado lector. ¿A qué tipo de historia me estaba enfrentando? ¿Formación, amor, recuerdos… simple narración? Quizá mi corazón romántico me empujaba, en cierta manera, y con un tercio leído de la historia, hacia el amor, centrándome en cómo un chaval descubría su propio camino, atrapado en su vida, en su realidad, que se me enturbiada por elementos externos (esa turbación no es mala, al contrario, consigue que nuestro narrador sea consciente de su propia existencia).

Con la escritura puedes hacer algo parecido al rock and roll. La diferencia es que no necesita ser adolescente para seguir haciéndolo bien. Está disciplina funciona al revés, el tiempo y la vida te ayudan a ser cada vez más puro. Es posible incluso que al final tu escritura sea la que mejore tu vida. Eso es lo que creo. 

Nuestro narrador, a través de esas 134 páginas, algo extrañas, comparte con nosotros ese verano de 1977, con quince años, en la playa del Saler, que cambió su vida, o su manera de ver la vida. También está Bowie, no puedo olvidarme de él, aunque para mí es más un excusa para darle más empaque al recorrido por el Valencia de los años 70. Probablemente para otro lector, Bowie sea el centro de la historia, porque es el que une a los personajes, en que les aporta razón. No sé; será cuestión de percepción y de comprensión.

Vi cómo se sumerge entre las sombras mientras se alejaba. Mirando la caminar subir al fin cómo se movían las hijas del Cid.

Puede que el texto descuadre un poco al no seguir una línea lógica temporal, haciendo pequeñas incursiones aquí y allá, dejando todo el control de esta historia al propio autor, que dejará que sepas lo que el quiere que sepas y en el orden que el quiere que lo sepas. He tenido la sensación de que jugaba conmigo, y eso, como ocurre siempre que se hace bien, me ha gustado. Eso sí, no puedo decir que haya leído esta historia de manera cómoda, confiada, disfrutando de por donde me llevaba la trama, de sus giros, de los personajes… no ha sido así, sino, realmente, algo más significativo. Es de esos textos que consiguen removerme porque hacen que me implique mucho más de lo que realmente creía que hacía.

Siente la amenaza, la devastadora melancolía que se apodera de él en ocasiones. Si no se mantiene alerta, su desazón podría arrastrarlo hacia un vacío y conoce muy bien. No parece que exista nada que pueda salvarlo cuándo quedamos cede su soledad. 

Puede que haya tenido la sensación de pérdida por no ser una gran sabedora de David Bowie. No conozco mucho sus canciones y, quitando Dentro del laberinto, película que sí recuerdo de niña, y algunas de sus canciones más populares, poco más sé. Estoy convencida de que un verdadero fan de este personaje disfrutará más de esos detalles que para mí pasan desapercibidos y de cómo el autor los ha usado para crear coherencia a la narración.

Nadie piensa en la muerte a los quince años salvo que la muerte te obligue a pensar en ella.

Magnífico el final como cierre de todo, dando sentido a esos recuerdos tan importantes del protagonista.

En resumen, un texto que te acerca al narrador, haciéndote sentir privilegiado porque has estado allí, con él. Creo que rezuma incertidumbre, soledad, miedos, pero también, vida, en cierta manera amor y búsqueda; además de llevarnos a un lugar que fue refugio de ambos (ese Valencia de finales de los 70), por motivos distintos, pero lo fue.

Bonito, aunque no sé si es un adjetivo que otro lector utilizaría para describir esta lectura, pero para mí sí, ha sido bonito leerla. Una de esas novelas pequeñas que se hacen grandes cuando las lees.

Escribo esta historia porque escribir es la única fórmula para que las piezas encajan y el pasado adquiera sentido.

Habrá que seguir confiando en el consejo del librero.

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Dadas las circunstancias en Poemas del alma


Tes Nehuén reseña Dadas las circunstancias, de Paco Inclán, en Poemas del alma:

«Dadas las circunstancias», de Paco Inclán Jekyll & Jill

«Dadas las circunstancias» es un libro de viajes fantástico, en su sentido más literal y armonioso posible, que nos invita a deshacernos de los prejuicios y a respirar hondo.

La noticia de que Plutón dejó de ser un planeta le llegó al narrador mientras se bañaba en unas playas de México. Éste es el punto de partida de Dadas las circunstancias de Paco Inclán (Jekyll & Jill), un libro difícil de calificar y cuya simiente es una epifanía que sirve para reflexionar sobre todos aquellos grandes descubrimientos que desaparecen, se pierden como polvo de estrella, sin que podamos hacer nada por evitarlo. Es decir, sobre la cualidad inasible de la vida.
 El fantasma de la lengua

«Dadas las circunstancias» no es un libro de viajes, pero nos lleva a través de distintos paisajes. Viajamos a una Habana descascarillada donde todo el ideal revolucionario se desparrama sobre un suelo derruido, también visitamos bibliotecas y edificios que conservan algunas obras exquisitas de la literatura.

Berlín, Valencia, Praga y los muchos idiomas que baldean nuestra vida y nuestra cultura. La búsqueda del esperanto y el erronmintxela; el placer de hablar el propio idioma a océanos de distancia. El lenguaje de los cuerpos, de los ojos que no quieren ver. El lenguaje de la literatura y el de la risa. Todo esto nos ofrece: un viaje evidentemente, tan alucinante como inspirador y divertido.

Sobre lenguas muertas, dialectos moribundos y búsquedas lingüísticas, se construye la parte más interesante del libro. Con un mestizaje curioso y divertido que se apoya en lo escatológico y que abre la posibilidad de exploración de un sinfín de imágenes, asociaciones y teorías que nos hablan del fin del mundo y de lo material que resulta el lenguaje al fin y al cabo.

Paco Inclán viaja y nos enseña los mapas de esos viajes pero en verdad los sitios a los que nos lleva tienen mucho del imaginario literario que rodea a esos lugares. Por eso, pese a que visitamos sitios específicos, nuestra mirada siempre está en otra parte, como si el sentido de las cosas no pudiera atravesarse con realismo, sólo con la simbología, a veces incomprensible, del lenguaje.

Morir de risa y escritura

Quizá en esta frase resida gran parte de la identidad del libro. Los viajes nos cambian y ciertamente el narrador va mutando y resignificando su propia existencia a la luz de los paisajes que visita. Sus obsesiones cambian en torno a los estímulos y el aprendizaje. Lo que resulta verdaderamente importante no es el viaje en sí, ni siquiera los lugares que se visitan, sino todo aquello que no está, lo que ya no está. En ese sentido podría ser un libro sobre lo que estuvo y ya no está, sobre nuestra efímera huella en los lugares.

¿Puede alguien morir de risa literalmente? El segundo relato de este viaje es alucinante. Inclán, como un personaje que se mueve entre lo ficcional y lo autobiográfico, llega a La Habana buscando el chiste que mató a un poeta cubano del siglo XIX. La risa le provocó un aneurisma. Se murió de risa. En el sentido pleno de la frase. Y lo cuento tan sólo para que puedas hacerte una idea del tipo de hilos que tira Inclán para componer una obra fabulosa. Hilos que le sirven para reflexionar sobre temas diversos, todos ellos atravesados por el oficio de la escritura, como puerta de la memoria y también como refugio frente al vacío del futuro incierto. Pero en la escritura también hay miedo y senderos inconclusos.

La seductora narrativa de Inclán

Hay varias cosas fascinantes en esta lectura. Supongo que esto es muy subjetivo, pero hay algo en la escritura de Inclán me ha devuelto a mi adorado Hunter Thompson. Tiene que ver con la escritura que atraviesa el terreno de lo sórdido pero no por ello se rebaja a lo vano; es decir, que sigue y se mantiene en una línea estética dificilísima, imposible. En el periodismo gonzo hubo (y hay) muy pocos escritores capaces de hacerlo. Es difícil entender la regla principal de esta estética, que consiste en atravesar la suciedad del mundo sin mancharse, procurando que el lenguaje siempre vuele un poco más alto que la mugre. Paco Inclán sorprende siempre consiguiendo tocar temas pringosos sin perder el norte del lenguaje y su estética. Y creo que esta es una de las principales razones por las que hay que leerle; como volvemos a «Los diarios del ron», con la sensación de llegar por vez primera.

Y sigo. Paco Inclán tiene dos cualidades que yo le admiro, y que me encantaría tener. Sabe atraparte en sus narraciones de forma casi inmediata, como si te contara un cuento de hadas, una historia tradicional, con su intriga y su heroísmo. Su otra virtud es encontrar en el humor un hueco donde hacer las preguntas importantes, sin llegar a ser pedante y sin visitar el terreno de lo ordinario. Una escritura que nos incómoda pero no nos aplasta.

En este libro volvemos a encontrarnos con lo más delicioso de su búsqueda como escritor: el fondo del lenguaje, el cruce lingüístico de las voces que nos alimentan y conforman. «Dadas las circunstancias» es un libro que lleva a su sentido más elevado la incertidumbre de la vida y la escritura y nos invita a mirarnos de una forma nueva. Cabe un comentario más a la edición: el mimo con el que cuida Gomollón sus libros tampoco es de este mundo. Quién no haya tenido en sus manos un título de Jekyll & Jill, no sabe lo que se está perdiendo. Viajemos todos con Inclán en estos días revueltos porque dadas las circunstancias que atravesamos un poco de luz y de humor no nos vendrá nada mal.

DADAS LAS CIRCUNSTANCIAS
Paco Inclán
Jekyll & Jill
978-84-948915-4-0
160 páginas
16,00 €

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral de Rubén Martín Giráldez en Rumiar la biblioteca


Verónica Nieto recomienda Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en Rumiar la biblioteca:

Rubén Martín Giráldez o construir una nueva lengua literaria

Magistral de Rubén Martín Giráldez

Rubén Martín Giráldez, Magistral, Zaragoza, Jekyll & Jill (2016)

Una voz enojadísima con la mediocridad de los escritores españoles o que escriben en lengua española ante la falta de ambición literaria, falta de valor, falta de seguridad, falta de confianza y sobre todo falta de lecturas, cosa de la que se jacta la mayoría, mentalidad de funcionarios. Apenas cien páginas de discurso entre quevedesco, irónico, chulesco, impostado, paródico de sí mismo, que aborda cuestiones como la traducción y sobre todo la Obediencia de los escritores españoles.
Una voz que termina por desprenderse del autor y con la cual el mismo autor termina discutiendo.
Un discurso que defiende la diferencia, la rareza, la así llamada «dificultad» por escritores y editores y lectores perezosos, como el camino hacia algo que podría parecerse a lo literario.

«Escribir no es una labor diplomática. No debería haber lugar para la amabilidad en la novela, quien se pierda que se enfurezca, que para eso estamos rellenos de sangre y no de cacahué. La dificultad no la constituyen ciertas clases de lenguaje, sino el lenguaje en sí.»

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Rafa Cervera recomienda Dadas las circunstancias de Paco Inclán



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Rafa Cervera recomienda Dadas las circunstancias, de Paco Inclán, en CulturPlaza, de Valencia Plaza.

«Acabo el último libro de Paco Inclán, Dadas las circunstancias. Adoro lo que escribe Paco. Me parece tan único, tan dueño de su propia visión que no puedo dejar de admirarlo. De hecho, mientras corrijo este texto, me doy cuenta de que yo bien podría ser el personaje de uno de sus relatos, que hablan de extravagantes que viven felizmente refugiados en sus cráneos, quizá trastornados por un mundo que siempre será más extravagante que ellos.»

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Dadas las circunstancias de Paco Inclán en Babelia El País



Carlos Pardo reseña Dadas las circunstancias, de Paco Inclán, en Babelia El País:

El hombre que atrae a los locos

Paco Inclán explora la relación entre individuo y masa en una narración cargada de personajes excéntricos

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El narrador se encuentra en la ciudad mexicana de Veracruz, en un centro cultural donde va a estrenarse una serie documental dedicada a las grandes personalidades del lugar (el narrador está allí porque va a casarse, pero “ese es otro cuento”). El primer retratado es Pancho Villa; su nieto, gran bigote y modos de oficialidad, es aclamado por los 400 asistentes. Pronto se comprende que Pancho Villa nunca estuvo en Veracruz, circunstancia que no amarga al público; antes bien, comienza un diálogo sobre lo difícil que es certificarlo, la pertinencia de un “estudio de las ausencias” que, por ejemplo, demuestre “que ni Franz Kafka estuvo en Zaragoza ni Marie Curie pisó Bilbao”. El narrador menciona delirios similares en bibliografía reconocida: la ausencia de George Sand en Are­nys de Mar, de donde debía partir para Mallorca; o la de Proust en Trieste, ciudad que el novelista describió como un “lugar delicioso donde la gente es pensativa, las puestas de sol son doradas y las campanas de la iglesia tañen ­melancólicas”.

Otro ejemplo: si Inclán investiga los círculos “esperantistas” catalanes, una intuición perversa lo lleva a intimar con el responsable de “la primera y posiblemente la última editorial que se dedica a la difusión en esperanto de los beneficios de la marihuana”. Es decir, el marginado entre los raros.
Y es probable que el personaje que es el propio Paco Inclán en su literatura, una especie de humilde bromista bonachón, atraiga a los locos y los excéntricos, pero asimismo hay que comprender que uno de sus temas mayores es, precisamente, la relación del individuo (excéntrico) con una pequeña masa (ditirámbica). En Inclán, comunidad y persona son vulnerables resistencias de un mundo igualmente idiota, pero mejor falsificado; es decir, que pasa por normal. Y en estos errores “de especie” halla el autor algunos signos de autenticidad supervivientes a las convenciones de nuestro tiempo, incluso cuando el protagonista de un texto es un imitador del Che Guevara (“Paisajes cubanos”).

El amor por lo relegado eleva los textos de Paco Inclán por encima de la miniatura bizarra, del chiste contracultural. Es la clave de su logro como escritor y del encanto de todo lo que escribe: un magistral sentido de la empatía. Por eso hace tiempo que ha dejado de ser un autor de culto y se ha convertido en uno de los más originales prosistas en español; además, de una especie de la que es el único (el primero y el último) espécimen.

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Paco Inclán en La torre de Babel



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Ana Segura entrevista a Paco Inclán en el programa La torre de Babel (Aragón Radio) con motivo de la publicación de su libro Dadas las circunstancias. Además, pueden escuchar un relato completo en la voz de Rafa Moyano con la realización técnica de Vicente Bordonaba.

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Entrevista a Paco Inclán en el diario De aquí



Andrés García entrevista a Paco Inclán en el periódico De aquí con motivo de la publicación de su libro Dadas las circunstancias:

Un momento de la entrevista en el parque de MarxalenesUn momento de la entrevista en el parque de Marxalenes

Paco Inclán: «Una parte importante de escribir consiste en aprender a borrarse»

El escritor Paco Inclán (València, 1975) acaba de publicar Dadas las circunstancias (Jekyll & Jill)

Dadas las circunstancias libro de la semana en La estación Azul (RNE)



Dadas las circunstancias, de Paco Inclán, libro de la semana en el programa La estación azul, de Radio Nacional de España. Lo entrevista Jesús Marchamalo. A partir del minuto 38:34.

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Andrea Valdés y Clara Sanchis dialogan en Babelia sobre Una habitación propia

La actriz Clara Sanchis, que interpreta una adaptación teatral de Una habitación propia, dialoga con la escritora Andrea Valdés (Distraídos venceremos) sobre este ensayo clave del feminismo. En Babelia El País.

 

DVD 991 Madrid 03/03/2020 Charla sobre feminismo y literatura entre clara Sanchís y Andrea Valdes Foto: Inma Flores

Un 8-M con Virginia Woolf

RAQUEL VIDALESJAVIER RODRÍGUEZ MARCOS

La actriz Clara Sanchis, que interpreta una adaptación teatral de Una habitación propia, dialoga con la escritora Andrea Valdés sobre este ensayo clave del feminismo

Virginia Woolf escribió Una habitación propia en 1929, pero el libro se sigue recordando como uno de los textos fundacionales del feminismo, pionero en la reivindicación de la independencia económica y un espacio de emancipación para las mujeres. Prueba de su vigencia es que la actriz Clara Sanchis (Teruel, 1968) estrenó una versión teatral del ensayo en 2016 con tan buena recepción que todavía sigue de gira (Zaragoza en abril, Barcelona y Salamanca en otoño). En vísperas del 8-M, Babelia ha reunido a esta intérprete con la escritora Andrea Valdés (Barcelona, 1979) para explorar sus resonancias actuales y reflexionar sobre las posibles habitaciones que todavía hoy siguen cerradas.

ANDREA VALDÉS. Lo leí por primera vez cuando tenía 24 años. En ese momento yo no tenía ninguna relación con el feminismo, de hecho diría que me daba como pereza. Pero fue importante su enfoque sobre las condiciones materiales que necesitas para escribir, porque en esa época me estaba planteando la escritura como una opción de vida.
 CLARA SANCHIS. Para mí marcó un antes y un después en mi relación con el feminismo, conmigo misma y con el resto de las mujeres. Fue una revelación y es asombroso que lo fuera porque lo leí mayor, con treinta y pico años. Me conmovió, me hizo llorar, me emocionó, me provocó ira, mucha tristeza, angustia. Me sorprendió también que yo, viniendo de una familia tan cercana a la cultura [es hija del dramaturgo José Sanchis Sinisterra y la actriz y directora Magüi Mira], no supiera tantas cosas que están en este libro. Yo había sido pianista de niña y un día, ya mayor, me di cuenta de que no había tocado ninguna partitura compuesta por ninguna mujer. Y cuando me preguntaba con otros colegas por qué, pensábamos en razones psicológicas y otras parecidas. Pero llega Virginia Woolf y se atreve a plantear la causa del dinero. Entonces entiendes todo ese pasado femenino tan duro. Me hizo pensar en mi abuela, en mi madre, en mí misma y en mis propias carencias, en tantas inseguridades.

 

Una tradición sin mujeres

A. V. Una cosa muy interesante de Virginia Woolf es que dialoga con escritores muertos. Con Shakespeare, con De Quincey. Te enseña que la literatura es una cadena, que tú eres un ser autónomo pero vienes de una tradición. Y el problema que ella apunta es precisamente que las mujeres tienen una tradición truncada. Va a la época isabelina y hay un silencio tal, que tiene que evocar a la hermana muerta de Shakespeare y suponer que habría sido una gran poeta. Sería un error diluir a Virginia Woolf como una mujer que se ha quedado en el primer feminismo, pues escribe de una manera que te permite dialogar con ella. Ese diálogo que establece con escritores del pasado lo proyecta también hacia el futuro.

C. S. Esa sensación de cadena es ahora muy fuerte. Una de las cosas que nos ha pasado es que la estructura patriarcal nos ha dividido, nos ha enfrentado entre nosotras. Ella en cambio construye una cadena de unión y te hace conectar con mujeres que no has conocido y de pronto te explican cosas que te pasan a ti. Por otra parte, otro de los grandes logros de este libro es su complejidad: cómo, por ejemplo, describe el mecanismo del sometimiento como una manera de crecer haciendo al otro más pequeño. Es importante apelar a esa complejidad en este momento de feminismo que estamos viviendo, que es tan difícil y maravilloso al mismo tiempo y que, como todo lo que se convierte en fenómeno de masas (por suerte en este caso), tiene el peligro de la simplificación.

Clara Sanchis, con su ejemplar de 'Una habitación propia'.Clara Sanchis, con su ejemplar de Una habitación propia. Foto: Inma Flores

La habitación de hoy

C. S. ¿La habitación que necesitamos hoy? Silencio y concentración.

A. V. Sí, hay tanto ruido…Para mí, la habitación propia de hoy está representada en la obra de Gloria Anzaldúa (escritora, feminista y activista chicana, fallecida en 2004), que de alguna manera constituye una contrarréplica a la de Woolf. Anzaldúa escribe desde una circunstancia opuesta, la de una mujer que vive en una frontera, que no tiene ni un trozo de tierra: no solo es chicana, sino que se enumera como queer, lesbiana, pobre… Es decir, todo lo que se considera enemigo de la literatura. Porque da la impresión de que para Woolf la pobreza es enemiga de la literatura, pero habría que ver qué es lo que entendemos por literatura.

C. S. Discrepo. Se la acusa de mirar desde un lugar burgués, pero leyendo sus diarios no estoy segura de que sea así. En 1929 era una revolución absoluta y radical tener la valentía de mostrar a la mujer como ser material, cuando siempre era un “ser de amor”.

A. V. Es cierto, pero tiene una entonación que puede llevar a la gente a pensar “a mí este rollo no me va”. Porque a veces la violencia exige un lenguaje violento. Y ella no lo tiene.

 

El concepto de mujer

A. V. No me parece mal que la idea de mujer se esté cuestionando hasta diluirse. Es sano y esperanzador que las feministas nos peleemos. El feminismo es una teoría crítica, pero también una práctica, y ahí surgen problemas porque los diferentes problemas generan prioridades muy distintas. Basta con ir a Latinoamérica para verlo.

Andrea Valdés, con su edición en inglés de 'A Room of One's Own'.Andrea Valdés, con su edición en inglés de A Room of One’s Own. Foto: Inma Flores

C. S. ¿Recuerdas cuando Woolf busca datos sobre escritoras en la época isabelina, no encuentra nada y empieza a decir: “Mujeres, mujeres, mujeres… ¿no estáis hartas de esa palabra?”.

A. V. Por eso es muy interesante su idea del escritor como un ente andrógino. Ya está pensando que tal vez para escribir tienes que estar por encima de los géneros.

C. S. La maravilla es que ahora estamos viviendo lo que ella planteaba sobre la mente andrógina. Había una exacerbación del rol de mujer. Desde mi lado de actriz es muy claro. Era un disfraz, una sobreactuación. ¿Qué es lo femenino y qué es lo masculino? Simplificar te reduce como ser humano, te quita posibilidades. La comicidad, por ejemplo, se le ha permitido mucho más al hombre que a la mujer. Por suerte, con los años el comportamiento físico de las actrices en el escenario ha cambiado. En eso se nota mucho la entrada de mujeres directoras. Nos hemos ido liberando. Nos permitimos ser más enérgicas y usar nuestro cuerpo con más libertad, ocupar más espacio. Nuestra voz se está haciendo más amplia, con otros registros. Había una impostación femenina y una impostación masculina. Ahora los actores se permiten llorar.

A. V. Es verdad. Ahora ves una película antigua y el rol chirría… El cine es todavía muy clasista. Solo se ve representada la clase media. Y cuando ves Roma dices: «Muy bien, pero a ver cuándo hace la sirvienta su película».

 

Literatura y clasismo

A. V. Yo creo que la sirvienta de Roma ya ha escrito su novela. Otra cosa es cómo circula. La gente no lee. Somos marginales. Pero sí creo que hay autoras que están escribiendo desde lugares que no son los previsibles de la literatura. Un ejemplo muy de bombazo: Cristina Morales. Y hay que pensar, por ejemplo, que para una escritora latinoamericana el acceso a la escritura es muy distinto. ¿Cómo es escribir en Brasil siendo una mujer negra y viniendo de una favela? Ellas todavía se están peleando por el acceso a sitios que tú das por hechos.

C. S. Por eso tener «una habitación propia es tan importante». ¿Qué va a escribir la cajera del supermercado que se levanta a las seis de la mañana, lleva a los niños a no sé dónde y vuelve a casa a las nueve de la noche? ¿Qué va a escribir si llega agotada?

Un libro feminista de referencia

A. V. Dos libros que ahora veo como feministas yo no los leí como tales. No tenía ni conciencia. Uno es Orlando, en la maravillosa traducción de Borges, al que no le interesaba el feminismo. El otro, Frankenstein, que es un libro trans, con capas recosidas. Al final es un bicho, su forma es la del propio Frankenstein.

C. S. Para mí, ya lo he contado, fue Una habitación propia. Luego he leído mucho a Jumpa Lahiri, Tierra desacostumbrada, por ejemplo. Y a la islandesa Auður Ava Ólafsdóttir, autora de La mujer es una isla o Rosa cándida.

El equivalente de Virginia Woolf en su generación

C. S. ¿Chimamanda?

A. V. Podría ser, aunque no sería mi elección. Para mí ha sido importante Paul B. Preciado. Un libro como Testo yonqui, que es en sí una mezcla de géneros. Es un libro muy de su época, está rompiendo formas, inventando otras y generando contradicciones. Lleva las cosas a lo transgénero, a la farmacopea… Virginie Despentes no tanto, pero la Teoría King Kong me impactó mucho. Cómo toma algo que debería ser una debilidad (una violación) y la convierte en su punto fuerte. Pero no sé cuáles son los referentes del feminismo para alguien de 20 años. ¿Es una escritora o una youtuber?

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Entrevista a Paco Cerdà y Paco Inclán en Verlanga



Rafa Rodríguez  entrevista a Paco Cerdà (El Peón, Pepitas de calabaza, 2020) y a Paco Inclán (Dadas las circunstancias, Jekyll & Jill, 2020) en la librería Ramon Llull de Valencia para hablar de sus nuevos libros. HOY en Verlanga.

Paco Cerdà y Paco Inclán, cuando los márgenes son el centro

Paco Cerdà y Paco Inclán. Foto: Saz Enif.

Paco Cerdà (Genovés, 1985) y Paco Inclán (València, 1975). Los dos acaban de publicar nuevo libro. Cerdà, su cuarto, El peón (Pepitas de calabaza); Inclán, su séptimo, Dadas las circunstancias (Jekyll & Jill). Los dos estudiaron Periodismo, no tienen whatsapp personal y las redes sociales les producen alergia. Los dos escriben muy bien, muy muy bien. Los dos han sido editores, Cerdà en La Caja Books; Inclán en Bostezo. Los dos presentan sus nuevas criaturas este mes de marzo, en la Libreria Ramon Llull (donde quedamos para hablar con ellos), Cerdà el jueves día 5, Inclán el sábado 28.

El peón es un banquete de historias de bocados selectos.

Dadas las circunstancias es el viaje organizado ideal, siendo todo lo contrario.

El peón gira en torno a un año, 1962; una partida de ajedrez, Arturo Pomar vs Boby Fischer; dos países, España y Estados Unidos; y muchas vidas que rescatar, de la escritora Dolores Medio al soldado George Fryett, de Salvador Barluenga el estudiante de medicina que robó un retrato de Franco al activista negro Robert F. Williams.

Dadas las circunstancias nos lleva, mapa incluido, a Praga, con parada en un planeta enano y en un escritor con acondroplasia. También a Llodio, a la búsqueda de Goyo, un pintor que habla el erromintxela (euskera + romaní), seguramente el último. O a Veracruz, a la proyección de un documental sobre el vínculo inexistente que tuvo Pancho Villa con aquel lugar, sí habéis leído bien.

Los dos libros hacen zoom a lo(s) fuera de foco, a la periferia de la historia, con y sin mayúscula, convirtiendo los márgenes en el centro. Jaque mate a los lugares comunes.

Contáis historias que de no hacerlo vosotros igual no lo haría nadie.

Paco Cerdà: Personalmente, como periodista, lo que me ha interesado siempre ha sido la historia minúscula, la persona que en principio no tiene relevancia para aparecer en la portada de un diario, esa persona que tiene una enfermedad muy rara y las dificultades que comporta vivir con ella o esa otra que ha sido indocumentada toda su vida y es un apátrida… la historia que recuerdas cuando acabas de leer el periódico. Siempre me ha interesado lo anecdótico que es lo que da sentido al conjunto, y que es lo más interesante desde el punto de vista periodístico y, también, narrativo. No sería tan pretencioso de decir que si no lo contara yo no lo contaría ninguno, pero puede que la manera de abordarlo sí tenga un punto original. Y esto ocurre en El péon. A partir de un mismo hilo conductor, la metáfora del peón, hablo de personas minúsculas que han sido utilizadas a lo largo de la historia por un régimen político o por una causa, sea la que sea, del fascismo al comunismo, del maquis al Black Power, de un jugador de ajedrez como Arturo Pomar utilizado por el NODO y por el franquismo a otro jugador, de talento inconmensurable, como Bobby Fischer utilizado por el gobierno de Estados Unidos en la Guerra Fría de una manera obscena.

Paco Inclán: Sí, se trata de buscar un punto de vista original. Por ejemplo, yo voy a Cuba y no hablaría del comunismo, en Jamaica no lo haría de la marihuana, en México de la violencia. Se trata de darle la vuelta a lugares que ya están muy estereotipados e intentar narrarlos desde otro lugar. Es que si no, acabamos siempre hablando de lo mismo. Yo que he vivido mucho en México, cada vez que veo la imagen que se representa aquí…joder, a mí nunca me ha pasado eso, ni lo he vivido así, ni la gente que conozco está en eso. Que no es cuestión de ignorar esa realidad, pero tampoco que sea la realidad que se imponga.

PC: ¿Y eso lo haces más pensando en el lector o en ti?

PI: Me interesa a mí. Buscar esos lugares que no son narrados. Pero también hacerlo de cara al lector. Y como dices tú, Paco, me interesan mucho los personajes anónimos, corrientes, las rarezas de la gente cotidiana, la microhistoria.

PC: Los márgenes, ¿no?, en definitiva.

PI: Sí, lo que pasa es que cuando la gente nos habla de márgenes, lo que consideran como tales para mí es muy centrado.

PC: Sí, sí, eso está claro.

PI: Yo tengo una anécdota sobre esto muy esclarecedora. Llego a un poblado pequeño colombiano, después de un trayecto de muchas horas, salen a recibirme, y le digo a una señora que hay que ver lo lejos que están y ella me contesta “¿lejos de dónde?” Ella consideraba que estaba en el centro, que el centro no era ni Bogotá, ni Europa… Claro, te cuestionas dónde ubicas el margen y el centro.

PC: Exacto. Dile, por ejemplo, a Pedro Sánchez Martínez o a Caracremada, dos maquis de los que hablo en el libro, que ellos estaban en el margen cuando han dedicado toda su vida a combatir el franquismo. La reflexión de esa mujer colombiana que cuentas está muy bien. Al final es la óptica desde la que mires. Y en mi caso, lo que he intentado es mirar al poder desde abajo, desde la figura del peón. Cómo ese sacrificio que hicieron de su vida por luchar por una causa colectiva les afectó después. Prisión, exilio, muerte, rupturas familiares… y cómo a pesar de eso muchos lo hubieran vuelto a hacer porque no entendían su vida sin esa entrega.

¿Por qué os interesa más la realidad que la ficción?

PC: Porque soy periodista. Mi campo de trabajo siempre ha sido la realidad, las personas que la protagonizan, los hechos que suceden, el contexto en el que se mueven… Me interesa mucho conocer qué ha pasado a lo largo de la Historia, o en el presente. Me parece más interesante que fabular en escenarios parecidos. Eso implica mucho más trabajo. En El peón ha supuesto una documentación brutal. Si quería que fuera una historia de no ficción, o real, con pulso narrativo, me obligaba a ir poniendo detalles que para poderlos verificar me costaba mucho. Saber si la luna estaba en cuarto creciente para poderlo decir, saber si hacía frío en la prisión, saber si la chaqueta que llevaba alguien tenía cuatro botones o no… Puede parecer una tontería y una nimiedad, pero creo que es lo que da profundidad a la lectura y al mismo tiempo la hace digerible, y también más periodística, más crónica.

PI: Yo considero que no me ciño, 100%, a lo real. Desde el primer libro se me ha preguntado mucho cuánto de verdad y de mentira había, pero es que al final no me acuerdo. En ese sentido, trabajo un poco más desde la ficción, o desde la exageración de hechos reales, o a no limitarme solo a lo que veo sino también a lo que podría estar viendo. Mi intención en mis relatos es que, al final, dé igual lo que es real y lo que es imaginación. El otro día me pasó algo interesante. Me escribió una persona que se había leído el libro, pidiéndome la dirección de una de las protagonistas pensando que no existía. Pero sí existía. Y me dijo “Me acabas de engañar con una verdad”. Yo, al final, lo que intento es jugar, no es crónica periodística, pero tampoco es ficción 100%. Sí es cierto que en Dadas las circunstancias he introducido cuestiones más cercanas al ensayo, que es algo que cada vez me interesa más, como las lenguas artificiales o la figura de Arnau de Vilanova. Hay un tratamiento más desde la investigación o la documentación, aunque luego inevitablemente me sale ese personaje que se acaba metiendo en follones vinculadas a esos temas. Entre lo que veo y lo que invento surge una dimensión en que realidad y ficción no me importan. Estudié, también, Periodismo, y necesito ese poso de realidad, pero al final decidí alejarme de ella y de la objetividad. Pero no sé crear, desde mi casa, una ficción. Si tengo que narrar algo sobre algún sitio, aunque sea Bután, hasta que no vaya allí no puedo hacerlo.

¿Cuánto hay en vuestra escritura de emprender un camino sin saber con seguridad hacia dónde se dirige y lo que va a pasar?

PI: Yo, en un primer momento, no sabía que iba a hacer el libro que hice, pero acabé embarcado en una historia que me llevó a rozar la locura. (Risas)

PC: En mi caso, había quedado magnetizado por la historia de Arturito Pomar a partir de un documental que vi. Me encanta la épica deportiva y el ajedrez es un mundo que culturalmente me interesa mucho, aunque no juegue. Conocí la partida entre Pomar y Fischer y reparé en que en ese año, 1962, hubo cierta convulsión en España por la huelga minera, el contubernio de Munich, el Concilio Vaticano II… y descubrí que en Estados Unidos fue el año de la crisis de los misiles de Cuba, del auge tremendo de la lucha por los derechos civiles, hubo intercambio de espías…Y en un momento determinado pensé que Pomar y Fischer habían respondido a la misma figura de peón para sus regímenes y no sé cuando, pero surgió la chispa de ¿y cuántos peones se movían en otros tableros que no eran el de la partida ese mismo año? Y de una manera, posiblemente innecesaria, absurda y estúpida, me delimité unas normas más férreas que las del ajedrez y me obligué a que todas las historias que contara fueran reales, que se refirieran a España y a Estados Unidos, que hubieran ocurrido en 1962, que estuvieran conectadas a lo largo de la partida de Fischer y Pomar que, también, tuve que investigar.

PI: Normalmente, el objetivo de la investigación en los relatos no me interesa, es una manera de empezar a caminar. Ir a La Habana a buscar el chiste que mató a un poeta en el siglo XIX realmente me da igual, no quiero encontrarlo, lo que me interesa es todo lo que va a ir provocando el hecho de ir a buscarlo. A veces salgo a buscar algo y me encuentro otras cosa. O encuentro un tema que no pensaba que pudiera ser tal.

PC: Además de llamarnos igual, creo que compartimos la curiosidad. Porque a ti en un primer momento aquel chiste podría darte igual, o lo de Arnau de Vilanova, pero al final te acabas obsesionando, cuando hacía dos meses no sabías nada sobre ello y ahora lo quieres saber todo. A mí también me pasa. No sabía nada de James Meredith, el primer universitario negro que rompe las barreras raciales en Estados Unidos, y de repente necesitaba saber cuándo mecanografía la carta en la que solicita su acceso a la universidad, dónde vivía en el campus…

PI: Qué locura, ¿no? (Risas)

Vuestros textos están muy depurados y cuidados. ¿Cómo vivís el proceso de reescritura que, en ambos se intuye muy importante?

PC: Yo no escribo, yo reescribo. Creo, además, que es la parte más divertida de todo el proceso. Escribir es muy parecido a las matemáticas, encaja o no encaja el problema, das una solución o no la das. Hay frases que tienen un ritmo o no lo tienen, hay palabras que funcionan perfectamente o no funcionan, y hasta encontrar esa tecla hay que cambiar mucho, hay que reescribir mucho. Personalmente, es la parte que más disfruto.

PI: Para mí, también, reescribir es fundamental. De hecho, los primeros bocetos de mis relatos me dan vergüenza propia. Escribo primero como a lo bruto, casi sin mirar lo que estoy haciendo porque sé que después empieza un trabajo de podar y esculpir un texto, un trabajo muy arduo. Siempre digo que escribir es aprender a borrarse, que es algo que me interesa mucho, encontrar la esencia. Reescribir es tacharse, algo que me da mucho placer. Descubrir que vas quitando y que la frase va quedando como tú querías. Al final, reescribir es como autoeditarse, en el sentido de ser el primer editor, el primer crítico que se acerca al texto, hay que aplicar una mirada con cierta distancia. Cuando descubres que el texto tiene el ritmo que buscabas es muy placentero.

PC: Diría que hay cuatro unidades: la palabra, la frase, el párrafo y el capítulo. Y en cada momento del proceso de escritura hay que fijarse en una parte de cada una de ellas. Si falla una estás perdido. Si el capítulo es demasiado largo, o el párrafo no tiene ritmo, o…, creo que esas cuatro unidades son básicas y si descuidas una el resultado no es atisfactorio, al menos para mí.

Ambos publicáis en dos de las editoriales más interesantes del panorama literario: Pepitas de calabaza y Jekyll & Jill.

PC: Es un honor publicar en Pepitas. Considero que es una editorial con un catálogo muy solvente, coherente y con mucha identidad a lo largo de los más de veinte años que llevan publicando. Merece mayor consideración de la que tiene en el mercado editorial español. Es una ayuda verte arropado por un catálogo tan potente, tan riguroso, tan interesante, porque de alguna forma cuando tu libro llega a la mesa de un suplemento literario, o de un medio de comunicación,  lo miran con un respeto adecuado porque la editorial es un sello de garantía.

PI: Yo amo a mi editor y a mi editorial, Jekyll & Jill. Es un editor que cuida mucho a los autores y a los libros. Eso es un placer. Es una persona muy paciente, detallista, perfeccionista, que está encima de todo y te acompaña en las partes más desquiciantes del proceso creativo. Es una suerte que una editorial que está trabajando desde un criterio muy personal cuente conmigo. Victor Gomollón publica lo que quiere sin atender a cuestiones no literarias. En ese sentido, tanto Jekyll & Jill como Pepitas son editoriales muy valientes. Primero piensan lo que quieren hacer y luego ya verán como eso se puede rentabilizar.

PC: Yo  no sé si habrá muchos autores de libros a los que en Nochebuena, a las dos de la madrugada, les envíe un correo su editor para hablar de una cosa de un libro. A mí me ha pasado. Es extraordinario. Julián Lacalle no tiene horarios y no duda en destinar todos los recursos posibles a que el proyecto salga adelante. Además, es que el corrector de Pepitas es José Ignacio Foronda, un maestro de la escritura, que tiene un libro magnífico, Días bajo el cielo, y todo el equipo que les rodea, Víctor y Raquel, son muy eficaces y muy buenas personas. Yo no sé cómo será la hoja de excel de Planeta, pero la hoja de excel emocional de Pepitas seguro que la supera.

Y vosotros que habéis sido editores, ¿cómo os lleváis con el vuestro? 

PC: Yo le dije al mío, “ya conoces, Julián, el dicho, nunca sirvas a quien sirvió, ni edites a quien editó”. (Risas) Soy muy pejiguero con la portada, con los colores… y él es también muy perfeccionista. Es una combustión, una explosión de lento retardo.

PI: Me pasa igual. Víctor y yo deliramos en cuestiones muy mínimas como un punto y coma, matices que apenas se perciben, que seguramente el lector no notaría si no se hubiera cambiado. Recuerdo que un día a las tres de la madrugada le dije que las “f” y las “l” se encabalgaban y eso no me gustaba. (Risas)

PC: A mí sí. (Risas)

PI: Ese flirteo entre letras no (Risas), le hice separar un poquito las “l”… (Risas)

¿Qué importancia tiene el ser humano en vuestros textos como generador de historias?

PI: El contacto humano me parece muy interesante. Muchas de las historias de Dadas las circunstancias nacen de vínculos muy estrechos con gente en bares en México, en tabernas en Praga… Me gusta mucho sentarme en un lugar y que empiecen a pasar cosas. Cuando estás con esa predisposición para que ocurran, te van a pasar. A mí, tal y como cuento en el libro, se me ha sentado un tipo en una cantina mexicana y me ha dejado su casa y su coche en Sinaloa. Me interesa mucho narrar desde este contacto humano, que te cuenten historias, el ser humano es fascinante. Salgo a pasear por Torrefiel y pienso que cada persona con la que me cruzo tiene una historia fascinante que contarnos. Yo escribo mucho desde la escucha activa, pero hay veces, también, que hay que volver a la retaguardia y saber cuándo se ha escuchado demasiado (Risas).

PC: Igual que en Los últimos hablé con muchas personas, en El peón quería escuchar a la gente, a la gente de la que escribía. Y por eso, esa preocupación obsesiva por encontrar documentos escritos por ellos, cartas, diarios… porque quería que esas mismas palabras resonaran en su historia.

¿En qué momento dais por cerrada, narrativamente hablando, una historia?

PC: En el caso de El peón tenía la suerte, que es una desventaja, de que eran 76 fragmentos, uno por cada movimiento de la partida que disputaron Pomar y Fischer. Eso sí, cada uno podía tener dos páginas o diez. Pero quería que el ritmo que desprendiera el libro fuera el de una partida de ajedrez, pim pam, pim pam y sostenido. Y que las frases fluyeran y tuvieran tensión en todo el capítulo hasta la siguiente jugada. ¿Cuándo decido que ya está bien? Posiblemente cuando he leído y releído cada fragmento unas diez veces. Entonces lo cerraba y empezaba con otro.

PI: Yo doy el libro por cerrado cuando la editorial me dice que entra en imprenta, porque sigo corrigiendo el libro, incluso, una vez publicado, que me digo… no, por favor, no lo hagas.

PC: Eso sí que es grave. (Risas)

PI: Sí, sí que lo es. (Risas)

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Entrevista a Andrea Valdés en Solidaridad Digital


Esther Peñas, del diario Solidaridad Digital, entrevista a Andrea Valdés con motivo de la publicación de su libro Distraídos venceremos:

«Escribir no consiste en dar una explicación al caos sino una unidad»

Esther Peñas / Madrid

Distraídos venceremos (Jekyll&Jill). Con este título, tomado de unos versos del inclasificable escritos Paulo Lemimski, Andrea Valdés (Barcelona, 1979) trisca con una voracidad y un apasionamiento arrolladores en la escritura (auto) biográfica de una huestes de escritores perdidos, orillados, casi imposible por la pureza que gasta. Algún nombre conocido, Rosa Chacel, por ejemplo, o Mario Levrero. Que este ensayo se abra con los versos catódicos de Leónidas Lamborghini es toda una declaración de guerra a lo adocenado. Valdés tiene una manera de leer a los otros y de contar (nos) que hace posible que aquellos de quienes habla nos resulten tan necesarios como la aurora.

¿Cuándo la escritura autobiográfica sana y cuándo enferma de gravedad?

Me es difícil responder así, en abstracto, a una pregunta tan compleja, pues cada cuerpo, circunstancia y obra es un mundo. Lo que sí tengo claro es que muchas veces la escritura es un acto transformador y esa es una de las cosas de las que hablo en Distraídos venceremos, en cómo cambió a ciertos autores. A veces son ellos quienes lo anuncian directamente (Carlos Sussekind, Jorge Baron Biza, Gloria Anzaldúa) pero otras es el propio texto el que lleva las marcas de esa transformación (Lopes Cançado, Viel Temperley…) A su vez quise hablar de cómo me afectó a mí su lectura, de ahí que mi voz esté muy presente en el texto. En ningún caso se trató de exhibir mi conocimiento sino de compartir mi perplejidad ante unas obras de las que igual no se ha hablado lo suficiente y que para mí son muy meritorias.

Ben Marcus , writer, Berlin 2013, American Academy, only for online purpose No image is to be copied duplicated modified or redistributed in whole or part without the prior written permission from Heike Steinweg mail@heikesteinweg.de

 ¿Se escribe para sobrevivir (se)?

En parte sí, pero espero que no sea el único motivo. De hecho, esto me recuerda a lo que dijo la poeta Ana Cristina César para quien escribir no es exactamente decir la verdad. Eso es imposible. “Y como es imposible opto por lo literario, y esa opción tiene que conllevar cierta alegría. Tiene que ser grata.” Cristina César se suicidó bastante joven, por eso me llamó la atención que insistiera en esto, en la escritura como un placer y no como una vía de escape, ni siquiera un consuelo. Dicho esto, me gusta pensar que quienes escriben muchas veces desconocen la razón. Creo que es importante dejar ese espacio. Asumir que no siempre tenemos una coartada clara o una intencionalidad que podamos expresar con palabras.

¿Puede cerrarse una herida con la escritura?

Yo creo que sí y la literatura está plagada de ejemplos. Memorias desde abajo de Leonora Carrington podría ser uno de ellos. También Borderlands/La Frontera de Gloria Anzaldúa o el resto de trabajos que comento hacia el final de Distraídos, donde las autoras escriben muy condicionadas por los territorios en que nacieron: una reserva, una favela, una frontera… En todos esos casos, la escritura busca restaurar un daño muy concreto, me refiero al de esas identidades que política e históricamente aún estar por completarse.

¿Cómo saber que eso que no se dice, “lo que está justo detrás”, es lo que el lector presupone que está escuchando?

Una vez escrito, el texto ya no pertenece a su autor sino a quienes lo leen y aquí cada cual interpreta las sombras que dejan las frases, porque para mí la mejor escritura es la que hace sombras. La transparencia es información. No pertenece a la literatura, que implica un riesgo. Ese riesgo es asumible si uno acepta que estamos llenos de incongruencias, que todo es movimiento, y que escribir no consiste en dar una explicación al caos sino una unidad.

En su aproximación a los diarios de Chacel, propone la hipótesis de que lo que oculta esta inmensa escritora es una infidelidad. ¿Tanto le dolió que no fue capaz de mentarla, siquiera?

No creo que su problema fuera la infidelidad en sí sino el hecho de que para abordarla ella tuviera que lidiar con algo para lo que no tenía palabras y es el erotismo o su ausencia, tema que desarrolló en La confesión, donde habla de otros autores y destaca el pudor de “sus maestros” (Unamuno, Galdós…) en relación a esta materia, pudor que ella acabó heredando.

Pienso en alguno de los autores que menciona en el ensayo, Lopes Cançado, por ejemplo. ¿La locura es a la escritura su quintaesencia o todo poeta habita una cierta locura? Siguiendo con esta autora, ¿es posible “matar al sistema” con la palabra?

La relación entre escritura y locura es muy compleja. Para mí es todo un misterio, considerando que el lenguaje es una construcción racional que tiene su gramática y convenciones. El lenguaje es un orden. Entonces ¿cómo crear estando fuera de él y, sobre todo, cómo hacerse inteligible? Imagino que cuando se escribe es sobre todo a pesar de la locura, en momentos de calma, lo que no impide que se puedan registrar esas alteraciones e incluso inventarlas, como propugnaron los surrealistas. O no reconocerse en lo que uno ha escrito y en ese sentido la entrevista de Viel Temperley que incluyo en el ensayo me impactó mucho. Creo que es de las más bellas y humanas que he leído. Habla como tomado por la palabra, sin filtros. En cuanto a Lopes Cançado, es difícil matar a un sistema con la palabra si ese sistema no te reconoce como interlocutora, de ahí que ella matara a una persona: para hacerse oír. Es como si una violencia alimentase a otra, pero quiero creer que gracias a su testimonio y a tanto otros hemos aprendido algo sobre la esquizofrenia, aunque aún quede mucho por hacer.

“La escritura es una voz”. Se detiene en tanto autores extremos, auténticos, que cuando uno regresa al panorama de novedades le resulta de un sucedáneo mayúsculo. ¿Cuándo se convierte el acto de escribir en una estafa? 

No sabría decirlo. Lo que está claro es que publicar con criterio es muchísimo más caro que hacerlo con cierto cinismo y acorde a las modas, que en el mundo editorial también existen. En realidad no haya nada más difícil que intentar construir nuevos lectores, sobre todo en este país donde la mayoría es muy conservadora, de ahí vino mi interés por sondear otras literaturas, al margen de la anglosajona, de la que no paran de traducirse cosas cuando en nuestra lengua hay tanto por descubrir. En ese sentido celebro la recepción de Distraídos venceremos, que escribí como quien lanza una botella al océano… Me hace feliz que gracias a él, otros se animaran a leer a Baron Biza o María Moreno.

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De todos los autores mencionados, ¿cuál le ha marcado más y por qué?

Me sería difícil decirlo pues con cada uno tuve una experiencia lectora muy distinta. De Carlos Correas me impactó su extrema negatividad; de Audre Lorde, el cómo convierte la ira en algo constructivo; de Gloria Anzáldua que me interpelase desde tan lejos; de Levrero fue más bien lo opuesto: es como si nos conociéramos. Quizás Lopes Cançado es quien me dio más bronca pues no es fácil leer desde la cordura a quien la está perdiendo, y en algún momento me preocupó esa asimetría.

Le devuelvo una pregunta, que trasciende los territorios literarios, ¿cómo convertirse en lo que uno es? 

¡No tengo ni la menor idea!

¿Es necesario comprometer la vida con la escritura o es al revés?

A saber dónde empieza una cosa y acaba la otra, pues para mí se necesitan mutuamente. Lo difícil es asumir que toda entrega tiene un peaje, pero también es lo bonito: el tener miedo a perder algo. Sin ese miedo no concibo la valentía, que es la conclusión a la que llegué en Distraídos venceremos, tras ponerle algo de humor, y creo que el título ya da una pista.

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Dadas las circunstancias de Paco Inclán en Revista Détour


pacoinclan

Óscar Brox dedica una excelente reseña a Dadas las circunstancias, el nuevo libro de Paco Inclán, en Revista Détour.

Paco Inclán. Un heterodoxo, por Óscar Brox

Dadas las circunstancias, de Paco Inclán (Jekyll & Jill) | por Óscar Brox

Paco Inclán | Dadas las circunstancias

Siempre tengo la sensación de que las novelas de Paco Inclán -aunque me gusta más decir los artefactos– mantienen una serie de conexiones subterráneas, literarias y hasta espirituales que, a su manera, las hacen inseparables. Forman parte de un gabinete de curiosidades, de una crónica de viajes sedentarios (esto último se lo leí hace un rato al propio autor) y de un gusto, más bien literario, por embellecer la anécdota hasta convertirla en un signo de cultura. En un vestigio. O, ya que estamos, en una tentativa de abarcar las cosas más comunes desde otros ángulos. A Jean Echenoz, por ejemplo, le preocupaba más construir a Ravel a partir de su obsesión por comprobar que había cerrado la llave de paso de su casa que a través de las partituras que compuso; al fin y al cabo, esto último está al alcance de cualquier estudio. Y algo así sucede cuando nos sumergimos en la primera miniatura de Dadas las circunstancias, en la que las cuitas en torno a la existencia (o la trascendencia de Plutón) se entremezclan con el recuerdo de Roque Dalton en una taberna checa, en medio de una conversación en otro idioma con Hesel, autor enano. Así, uno tiene la sensación de que Inclán nos conduce por cada recoveco de la historia, aglutinando gestos, detalles y cosas, como una especie de ruido de fondo, que paulatinamente dibujan un paisaje. Un paisaje marciano, pero al que nos agarramos como si se tratase de la traducción más cercana de aquello que nos conmueve. A esto suena Taberna, de Dalton, podría decir mientras trata de descodificar la sonrisa del enano Hesel en una mesa del U Fleku.

De Chequia pasamos a Cuba, Islandia o Sant Pau D’Ordal. A Inclán en busca de un chiste perdido en una Habana en la que se habla valencià y la hija del Che dicta una de tantas hagiografías en torno a la Revolución. Aquí hay un chiste asesino, como en el sketch aquel de los Monty Python, un barrido por la geografía cubana, ficción que parece una autoficción que parece una ficción, encuentros culturales y genealogías del chiste, alguna que otra recensión sobre la obra de Julián del Casal y una pizca de sexo para desengrasar la aventura. O para unir dos latitudes, dos idiosincrasias, en lo que dura leer un ejemplar de la revista Bostezo. Inclán siempre está ahí para sacar punta de la ocurrencia y brillo a lo insignificante, dejando que hablen las ruinas de una librería de viejo, que se critique con resignación el establishment que solo cree en la lectura del Granma y de José Martí o que un viaje a Cuba se convierta en toda una psicogeografía por una ciudad permanentemente atrapada en sus contradicciones.

No sé si fue por culpa de Los amos locos, de Jean Rouch, que me volví un hooligan de las etnoficciones y me pasé unos cuantos años con la idea de trabar contacto con otra cultura, más bien perdida, más bien olvidada, en busca de ese shock cultural que se produce cuando te topas con algo que apenas se ha estudiado, articulado o encadenado a una explicación. Todo esto viene a cuento del erromintxela, las lenguas nómadas y ese otro capítulo en el que Inclán narra el encuentro improbable con el último hablante de una lengua mezcla de euskera y romaní. O el periplo en dirección a Llodio para una improbable entrevista con el último superviviente del erromintxela. De Inclán me gusta ese gesto un poco autorreflexivo, otro poco irónico, de preguntarse y preguntar abiertamente por sus formas heterodoxas. En lugar de pasar el peaje de la Academia, del estudio -bostecemos- riguroso y bla, bla, bla, convierte cada historia en una microaventura, dejada de la mano de Dios y a merced de un ambiente más propio de Livingstone que de un Departamento de Filología; entre barro, frío, aire y bosques, pero sin un ápice de épica. Más bien, como un anticlímax que no necesita de desenlace para convencernos de que, al final, lo importante era la ocurrencia. Como cuando lees una plaquita ubicada en algún lugar ignoto y te da por imaginar qué puñetera historia te ha conducido hasta allí. Lo de menos, en definitiva, es si es verdad o no. Para eso está la ficción, ¿cierto?

Total, que Inclán nos transporta durante todo el libro por diversos estados. Hay capítulos, como el dedicado a Arnau de Vilanova, que duran lo que una carrera desesperada hacia el lavabo cuando vas de vientre. O lo que abarca una graciosa confusión etimológica con la fortuna de un término como escatología (la e, en este caso, no es baladí). De ahí a esa lengua-territorio que es el Esperanto, a una exaltación de Veracruz o, mi favorita, la historia en la que un banquete de comida se entremezcla con la crudeza de la proyección en vídeo de una guerra que no cesa. Esa misma a la que los estómagos agradecidos hacen oídos sordos mientras el mundo mira en cualquier otra dirección.

Y así, un poco por muchas cosas, uno llega a la última página de Dadas las circunstancias con la impresión de que Paco Inclán es un heterodoxo, un viajero sedentario o un aspirante a la logia del OuLiPo, si es que algún día le da por jugar con las palabras, además de con las anécdotas, y el orden del discurso. Mientras eso sucede, lo mejor es releer cada una de las piezas de ese gabinete de curiosidades que aloja en las páginas de su obra. De una obra capaz de saltar, de psicogeografía en psicogeografía, enseñándonos sus entrecruzamientos con la ficción, la autoficción y la etnoficción, con esa gracia con la que se saca brillo a lo insignificante. Que, como si hiciera falta volver a decirlo, en verdad es lo más valioso de las cosas.

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Entrevista a Paco Inclán en Solidaridad Digital



PacoInclán

Esther Peñas entrevista a Paco Inclán en el diario Solidaridad Digital, con motivo de la publicación de su nuevo libro Dadas las circunstancias:

«Cada uno ubica el centro y el margen donde le place, tanto en la literatura como en la vida»

Esther Peñas / Madrid

Viajemos. Pero zascandileando por entre raros, sorteando los lugares a donde hay que ir para escoger aquellos en los que queremos estar. Habitémoslos. Busquemos la compañía de insurrectos. Roque Dalton. Julián del Casal. Por ejemplo. Caminemos. Aún hay gente que habla esperanto y tabernas en las que sentir el latido más reconfortante de la vida. Y leamos. Estas doce historias que nos comparte Paco Inclán (Valencia, 1975) en su última entrega: Dadas las circunstancias (Jekyll & Jill).

¿Qué peso tienen, en el actuar de uno, las circunstancias?

Si nos atenemos a la definición de circunstancia supongo que debemos estar todo el rato actuando circunstancialmente, adaptándonos en la medida de nuestras posibilidades. No escogemos ni el lugar ni la época ni el entorno donde nacemos, cuestiones que influyen enormemente en nuestro devenir. Como dice un amigo: «Aquí, en la vida, cada uno hace lo que puede». Aplica también para la escritura.

Si hasta Plutón puede, en un momento determinado, dejar de ser planeta, ¿qué cosas hay en la vida inmutables? ¿Y en la escritura?

Hay dos momentos cruciales en la vida, uno no lo puedes recordar y el otro no lo puedes contar: uno es cuando naces, el otro cuando mueres. Entre uno y otro, pasan cosas.
Sobre lo inmutable en la escritura me lleva a pensar en la inalterabilidad de la letra impresa, algo que se ha perdido con lo digital. La emoción que provoca el cierre de un libro, el último cambio —una coma, un colofón, un detalle imperceptible— antes de que entre en imprenta. Una íntima trascendencia.

Aparte de traerle a la memoria al poeta Roque Dalton, ¿qué se encuentra en las tabernas, en las cantinas?

Durante muchos años fueron mi oficina. De hecho, mi cantina preferida en Guadalajara (México) se llama así, Mi oficina. Allí pasé algunas mañanas trabajando con horario de funcionario. Los bares han sido el espacio de trabajo idóneo donde recoger historias. De algunas me acuerdo, otras me las invento.

¿Qué tiene Roque Dalton que hace necesaria su compañía?

Dalton murió asesinado el año en el que nací, me he imaginado alguna vez que hubiéramos sido amigos. Me enganchó lo visceral de su vida y de su obra. Mi relación con El Salvador es curiosa. Es un país en el que nunca he estado pero que está muy presente en mi vida, a través de Dalton, del Mágico González, de amigos salvadoreños que he ido encontrando en el camino, de mis encuentros con José Luis Sanz, director del periódico digital El Faro, referente del periodismo bien hecho. Buena parte de salvadoreños viven fuera de El Salvador, quizás por eso sea un país que haya acabado conociendo también desde fuera, sin pisarlo. Si escribiera una guía de viajes sobre lugares en los que no estuve, empezaría por El Salvador: sus playas, sus gentes, sus bares, sus poetas, sus pupusas.

Julián del Casal, otro invocado en estas páginas. ¿La verdadera literatura transcurre en los márgenes?

Lo de los márgenes es cuestión de perspectiva. Cada uno ubica el centro y el margen donde le place, tanto en la literatura como en la vida. Recuerdo cuando tras un viaje tortuoso de muchas horas en camioneta llegué a un pueblo remoto  en los Andes colombianos y le comenté a una señora que estaban muy lejos. «¿Lejos de dónde?», me respondió. Para mí era una esquina del mundo lo que para ella era el centro. Ese es el lugar desde donde me gusta contar historias.

¿Qué se le pregunta al último hablante de una lengua?

Do you speak english?

¿Qué aprende uno en cada viaje?

A mí viajar no me gusta mucho, padezco bastante en los trayectos. Lo que me gusta es estacionarme en muchos sitios, practicar una especie de ubicuidad sedentaria. Me encanta sentirme parte del lugar donde me encuentro, he aprendido a desarrollar esto. Cuando llego a un sitio localizo enseguida el que será mi bar de la esquina, mi tiendecita, me saco el carné de alguna biblioteca, me apropio de lugares que no aparecen en las guías. Me gusta la idea de tener un sofá y una mantita en cada ciudad del mundo. En algunas lo he conseguido. Agradezco a las amistades que me han hecho creer que uno puede afincarse en el mundo.

¿Qué tienen en común los países a los que ha viajado el protagonista de esta docena de historias?

Creo que lo que tienen en común es la mirada que aplica el narrador sobre cada una de las realidades reflejadas en los relatos del libro. Una mirada que no se deja influir por estereotipos ni expectativas, dispuesta a dejarse sorprender e incomodarse. Normalmente nos encontramos con lo que ya teníamos previsto encontrarnos. Cuando rompes con esto, entras una dimensión desconocida que me sirve como material narrativo.

Morirse de risa… ¿es la mejor de las muertes posibles?

Me provoca cierto desasosiego imaginarme muriendo de risa. Me veo agobiado mientras asumo que la risa se me está yendo de las manos, que ya no la podré atajar y que la muerte será irremediable. Visualizo segundos de mucha congoja, salpimentada además con el miedo a estar haciendo el ridículo; es ridículo sentir miedo a hacer el ridículo mientras te estás muriendo. Así imaginé la trágica muerte de risa de Julián del Casal. Si hay que morirse, prefiero hacerlo durmiendo mientras sueño que estoy en una playa caribeña, por ejemplo.

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Dadas las circunstancias de Paco Inclán en Letras en vena


DADAS LAS CIRCUNSTANCIAS – PACO INCLÁN

“…En España podrá faltar el pan, pero el ingenio y el buen humor no se acaban…”

Ramón María del Valle-Inclán

Luces de bohemia

Paco Inclán se ha convertido por méritos propios en uno de los autores más originales, inteligentes y atractivos
de la literatura española actual. Sus libros son, en el mejor sentido de la palabra, extraños, rarezas literarias en las que, iniciada su lectura, acabas inmerso en una extravagante historia en la que el principio de la misma no presagia nunca el extraño final que nos acontece, aunque por fortuna lo mejor de sus historias está en su trama, el peculiar sentido del humor que despliega y la originalidad que se desprende de su prosa, en la que con una erudición propia de un bibliotecario y un humor surrealista propio de Berlanga o Cuerda, es capaz de conducirnos a través de una recopilación de “relatos viajeros” por remotas ciudades y países en los que se entremezcla lo erudito, la ficción y algunas píldoras autobiográficas (ya se sabe, las mejores mentiras – y narraciones – son las que contienen un poco de verdad). Como en sus anteriores libros, los motivos que impulsan las historias de Inclán son variopintos y a medida que avanzamos en la lectura de sus relatos resultan secundarios, pues la narrativa hilarante y el humor sarcástico y surrealista que despliega su autor hacen que nos dejemos llevar por Inclán sin esperar un final acorde a las metas que impulsaron la narración.

En “Dadas las circunstancias”, su autor se convierte en una especie de investigador literario cuya misión es lograr desentrañar extraños asuntos relacionados con el lenguaje que, seamos sinceros, al común de los mortales nos importarían una higa, pero que a sus personajes les obsesiona y les llevan a aventurarse en disparatadas situaciones en las que se alcanzan momentos de tensión que anuncian la tragedia al doblar la siguiente página, pero que acaban milagrosamente diluyéndose como un azucarillo en un vaso de agua caliente en una escena cómica que roza lo trágico y que nos permite disipar los momentos ddlcletrasenvenae suspense vividos. Lo que busca el narrador de cada una de estas historias, como un antropólogo inocente que espera asistir a una representación de lo que imagina es la realidad de su estudio, es saboteado por circunstancias hilarantes y una realidad que lo acaban superando. Paradójicamente, este fracaso lleva al narrador a dotar a sus historias de nuevas cotas de parodia y empatía, ampliando los márgenes de la prosa tradicional hacia nuevos registros.

Comentaba Alfredo Landa sobre el humor que “…consiste en saber reírse de las propias desgracias”. El humor de Inclán convierte a sus historias en un juego emocional en el que nos dejamos arrastrar, convirtiéndonos en víctimas (voluntarias) de sus experimentos literarios, a la par que en protagonistas de su paródica narración. Sus historias son un ejemplo de como el pensamiento crítico puedo mutar en un humor inteligente que disecciona y pone ante nosotros lo absurdo de nuestra cotidianidad, rebajando la gravedad de las circunstancias que día a día nos atenazan. Y, en mundo como el nuestro, lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos es dejar de tomarnos tan en serio. No sean tontos, y no se pierdan la oportunidad de conocer (sino lo habían hecho antes) a este autor. Les espera un humor que fluye como una descarga eléctrica, un inquieto espíritu viajero con el que viajarán a las esquinas más remotas del planeta y una prosa que refleja con fidelidad las ideas que atraviesan la inquieta mente de este autor.

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Detroit Llibres recomienda Dadas las circunstancias

La librería Detroit Llibres, de Alcoi, recomienda Dadas las circunstancias, de Paco Inclán:

«Hui volem recomanar-vos un autor que ens agrada molt: Paco Inclán, una d’eixes persones que fa moltes coses i les fa totes bé (el coneixereu, potser, per haver estat al capdavant de Bostezo durant molts anys, però la llista de proeses és molt més llarga). Acaba de publicar Dadas las circunstancias (Jekyll & Jill), un recull de relats que, com ja va fer a ‘Incertidumbre’, ens convida a acompanyar-lo en les seues particulars missions (quasi sempre en llocs insòlits, buscant llengües mortes o regirant en la paperera de la història) que l’autor narra amb humor i un estil molt peculiar. És una delícia llegir-lo, no el deixeu escapar!

Librería Letras Corsarias recomienda Dadas las circunstancias



La librería Letras Corsarias, de Salamanca, recomienda Dadas las circunstancias, de Paco Inclán:

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«Leyendo a Paco Inclán a veces nos lo imaginamos como ese meme de Travolta en Pulp fiction en el que parece que no sabe dónde ir o dónde meterse. La diferencia es que él se mete solito en los embrollos: viajar a Cuba para localizar el chiste que mató de risa al poeta Julián del Casal, encontrar en el País Vasco al último hablante del erromintxela –una mezcla de vasco y romaní– o buscar desesperadamente un lugar en el que deponer mientras estudia la escatología en la obra del medieval Arnau de Vilanova. Todo eso pasa en Dadas las circunstancias, su nueva entrega de esa teoría y práctica del desplazamiento, de estar abierto a que te ocurran cosas, saber relacionarlas y tener un don para contarlas, abrazando la incomodidad y el humor con mucha fuerza.»

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Dadas las circunstancias en La Nueva España



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Dadas las circunstancias, de Paco Inclán, en el suplemento cultural de La Nueva España (Asturias), por Eugenio Fuentes.

Paco Inclán: humor inteligente para pensar y vivir despierto

Quienes sepan del valenciano Paco Inclán ya estarán familiarizados con tres rasgos muy suyos: un humor que fluye más deprisa que su respiración, un «culoinquietismo» que le propulsa a cualquier esquina del planeta y, lo más importante, una prosa que refleja con precisa flexibilidad cualquier destello que asaete sus neuronas. Inclán (1975) tiene una distancia ante el mundo reservada a quienes convierten el pensamiento crítico en ejercicio de inteligencia. El resultado, que se paladea de nuevo en Dadas las circunstancias, son textos, llámenlos autoficcionales, que les harán pensar y reír en Praga y en Berlín, en La Habana (un tercio del volumen) y en Veracruz, y hasta en la periferia de Vigo. Imaginen una historia disparatada. Por ejemplo, la del último hablante de erromintxela, romaní pasado por euskera. Pues Inclán la tiene. No sean tontos, no se lo pierdan.

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Por qué la literatura experimental amenaza… en Letras en vena



Reseña de Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería de Rubén Martín Giráldez en Letras en vena, por Rubén Olivares:

Admitámoslo. A quienes leemos nos gusta entender que leemos, dejarnos llevar por una narración con la que nos identificamos y que sólo nos exige tiempo. Luego existimos otro grupo de lectores más reducido, que además buscamos en la literatura temas más complejos, que nos exijan algo más que tiempo. Este tipo de lectores solemos iniciarnos con ensayos, de mayor o menor complejidad, que exigen que seamos críticos con lo que leemos. De ahí solemos dar el salto a “los clásicos”, esos libros que todo el mundo da por sentado que deberían leerse, porque son “literatura” y cuando queremos darnos cuenta necesitamos algo más fuerte. En ese momento es cuando te das cuenta de que has cruzado una línea sin retorno y te descubres leyendo literatura experimental. Libros de autores que rara vez suelen ser conocidos fuera del círculo de este tipo de lectores y que escriben por el placer de experimentar con las palabras, de jugar con el lenguaje y ofrecer al lector “literatura dura”, de esa que hay que leer con cuidado y sin prisas, si quieres entender que estás leyendo.

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De esto se deduce que hay dos clases de lectores, los que buscan entretenerse y los que buscan algo más, los que están dispuestos a que les sorprendan y les desafíen. Los primeros están de enhorabuena, pues la literatura está llena de obras para ellos y de premios literarios que promocionan estas obras, rodeados de una enorme maquinaria de marketing que promociona las obras y rentabiliza con creces el premio otorgado. Y todos sabemos a qué premios me refiero y a qué autores se les otorga. Son estos lectores que leen por placer, no lo dudo, pero a menudo por una cuestión de “estar al día”, de conocer la novela de moda del momento y tener algo de lo que hablar si durante la reunión de amigos la conversación deriva en cuestiones más culturales. Son lectores que se han subido al carro de la cultura de usar y tirar, de una industria que busca el beneficio por encima de la cultura y promociona obras de autores que rara vez lograrán dejar un poso en sus lectores y mucho menos formar parte del canon de autores de la literatura universal. Luego estamos el segundo tipo de lector, los que solemos tener más problemas cuando buscamos satisfacer nuestro oscuro deseo literario y que sobrevivimos gracias a la labor heroica de las pequeñas editoriales independientes que apuestan por otro tipo de literatura, por un lado, por la necesidad de diferenciarse y competir con las grandes editoriales y por otro por convicción personal y deseo de ofrecer a sus lectores lo mismo que a ellos le gusta leer.

Esta dicotomía irreconciliable es la que nos plantea esta obra, “Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen, y la vida tal y como la conocemos de Ben Marcus, con unos pinitos de pedantería de Rubén Martín Giráldez” que recoge un ensayo publicado por Ben Marcus en “Harpers magazine” y que se complementa con el excurso de Rubén Martínez “Pinitos en pedantería”. Quien se adentre en la lectura de esta obra disfrutará de la disertación que Ben Marcus realiza sobre aquellos que, como Jonathan Franzen se han erigido en la élite literaria y deciden, desde su atalaya, qué es buena literatura y qué no. Evidentemente, el acomodado estilo de Franzen, que transitó desde un estilo ambicioso y con cierto riesgo hasta llegar a una formula culturalmente acomodada y comercialmente exitosa es el que sirve de modelo para considerar que es una buena o mala obra literaria. Marcus desmonta con certeros argumentos y comentarios cada uno de los pilares sobre los que Franzen ha construido su visión de la literatura realista (que considera la única adecuada) frente a la literatura que se atreve a adentrarse entre las nieblas de la experimentación literaria. Frente a esta visión cerrada, Marcus nos propone abrir las ventanas de la literatura y contemplar el mundo que la experimentación nos ofrece, lleno de narrativas multigenéricas, abiertas, indagatorias y sin miedo a llevar hasta sus límites a la palabra, tomando al lector como un ser adulto capaz de esforzarse cuando un texto tiene una complejidad mayor que la columna de opinión de un periódico o las instrucciones de montaje de un mueble. Si después de leer este genial ensayo tenemos ganas de más, podemos pasar al ensayo de Rubén Martín, que pone el punto de mira en las letras españolas para tratar el mismo tema. En este ensayo se exploran las limitaciones que tiene el idioma como medio de comunicación, transitando desde el Siglo de Oro de las letras españolas hasta la actualidad. Martín es un epígono de las letras de Ferlosio (otro incomprendido) que utiliza un lenguaje barroco y que, como señalaba Ferlosio, apuesta por el hecho de sacar a relucir todo lo que tiene en sus obras pues como este dijo “la obra toda está sólo en lo que emerge y se reduce a ello”. El problema de muchos autores es que, hoy en día, no tienen nada que mostrar.

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Sergio Chejfec, entrevista en Cuadernos Hispanoamericanos


Sergio Chejfec

«Apuntes para un panfleto»

Sergio Chejfec

© A. J. JOJI

Nacido en 1956 en Buenos Aires (Argentina), Sergio Chejfec empezó a publicar en revistas literarias al tiempo que se desempeñaba de librero, taxista u oficinista. Se trataba, en sus propias palabras, de «compatibilizar el “estudio” y la subsistencia». En 1990 se mudó a Caracas, donde formó parte de la redacción de la revista cultural y de ciencias sociales Nueva Sociedad. Radicado en Venezuela, Chejfec fue desplegando desde su país natal una bibliografía que, inaugurada con las novelas Lenta biografía y Moral —ambas aparecidas en 1990—, se compone fundamentalmente de obras narrativas, aunque también incluye la poesía —Tres poemas y una merced (2002), Gallos y huesos (2003)— y el ensayo —El punto vacilante (2005), Sobre Giannuzzi (2010)—. A sus dos primeras novelas de 1990 le sucedieron títulos como El aire (1992), Cinco (1996), El llamado de la especie (1997), Los planetas (1999), Boca de lobo (2000), Los incompletos (2004), Baroni: un viaje (2007), Mis dos mundos (2008) o La experiencia dramática (2012), así como los cuentos de Modo linterna (2013). Ha recibido prestigiosas becas literarias como las concedidas por la Civitella Ranieri Foundation, la Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs (MEET) de Saint-Nazaire o la John Simon Guggenheim Foundation. Desde 2005 vive en Estados Unidos y ejerce la docencia en el programa de Escritura Creativa del Departamento de Español y Portugués de la New York University (NYU), donde es Distinguished Writer in Residence. Sus últimos libros, característicos de la hibridez genérica y la renombrada incertidumbre referencial que singulariza la literatura de este autor, son Últimas noticias de la escritura (2016), El visitante (2017), Teoría del ascensor (2017) y 5 (2019).

En su último libro, 5, que se propulsa narrativamente a partir de Cinco, un texto originalmente publicado en 1996 gracias a una residencia literaria en Francia, se desliza la idea de que sus primeras obras —Lenta biografía, Moral y El aire— componen una especie de protohistoria personal. ¿Podría describir de qué naturaleza era su imaginación literaria durante aquella época?
Supongo que en ese momento estaba captado, probablemente sin advertirlo, por cuestiones amplias. La memoria y la herencia, la constitución de la escritura, el espacio de la ciudad. Me parece que son novelas indagatorias, y además que están asociadas a la adquisición de una lengua de escritura, por lo menos al intento. Son un poco tentativas y enfáticas a la vez; novelas de alguien que comienza. También es verdad que no me abandonó la sensación de comienzo, debe ser porque he tenido con la literatura una relación de ajenidad.
La imaginación literaria ha sido un poco cerrada, o directamente reducida. Sigue siendo así. Me siento ajeno de la idea de peripecia. Aunque muchas veces la disfrute frente a buenos libros, es un terreno un poco vedado para mí, quién sabe por qué. Diría que más que literaria, mi imaginación es narrativa, y aun así es bastante acotada. Es una imaginación más volcada a la idea de relato, en general y casi abstracto. Una enunciación que puede asumir distintas formas. Una imaginación asociada al relato, por lo tanto una imaginación relativa…

Su primera novela, Lenta biografía, suele catalogarse como una novela de la «posmemoria», es decir, esa memoria de segunda generación que, en el caso particular de su libro, aspira a verbalizar el pasado de un padre judío empeñado en no recordar el Holocausto. Y todavía en Los planetas, de 1999, la huida de la persecución nazi se vincula con el terrorismo de Estado en Argentina. Este tipo de coordenadas más o menos heredadas y de carácter histórico se fueron adelgazando posteriormente en sus libros. ¿Cuál fue el detonante que le condujo a explorar la memoria y la identidad por otros medios y estrategias?
No creo que hayan sido completamente heredadas. Al contrario, supongo que esos otros medios y estrategias obedecieron al peso real, emocional y perentorio, de estas cuestiones. Me parece también que la distancia narrativa respecto de la dimensión más testimonial buscaba no rebajarlas como problemas ni como temas, y asignarles una dimensión dramática por otras vías.

En el contexto de la literatura argentina, Ricardo Piglia o Graciela Speranza han subrayado el florecimiento de ciertas poéticas narrativas que, especialmente a raíz del Proceso de Reorganización Nacional, reaccionaban frente a la narrativa del Estado, cuya monolítica voz aspiraba a controlar y centralizar las historias que circulaban en su seno. ¿Proviene de tal circunstancia su elección de ese «tono menor» (Enrique Vila-Matas), conjetural y prolijo, capaz de obrar un llamativo extrañamiento de la realidad circundante?
No creo. Supongo que más bien se relaciona con las lecturas amadas y una forma de mirar en particular. También con una confianza negativa en la literatura o la narración. No tanto como instrumento para describir la realidad como para preguntarse sobre ella.

Desde el principio, el espacio se configuró como uno de los aspectos esenciales y más problemáticos de su literatura. Ya en El aire, el paisaje de Buenos Aires acusaba la ausencia de la mujer del protagonista, revelándose nuevas dimensiones del diseño urbano a causa de ella. En 5, su último libro, las deambulaciones del narrador por Saint-Nazaire, una ciudad francesa de astilleros y vinaterías, continúan vertebrando el discurso. Estos lugares se alzan como agentes provocadores de la narración y se convierten progresivamente en su asunto principal. Pero también parece que, de alguna manera, al transustanciarlos en literatura, se convirtieran en un lejano y sospechoso recuerdo. ¿Hasta qué punto su escritura clausura de forma consciente esos espacios o se distancia sentimentalmente de ellos?

Mi impresión es que la narrativa depende demasiado de la idea de cronología para contar una historia. Nuestra percepción de los hechos es más simultánea que secuencial, aun cuando precisemos de las secuencias para que lo real sea comprensible. Me gusta pensar mis relatos en términos de espacio, más que de progreso temporal. La ilusión es que se liberen de ese modo de las presiones hacia una forma de representación unívoca.
Supongo que para mí el espacio en los relatos es un ardid para evadir el tiempo. El recuento de lo que ocurrió antes y de lo que vino después. Es verdad que no es claro apartarse de eso, pero me gusta pensar en otros ejes para desarrollar un relato. El espacio, en sus distintas configuraciones, podría ser uno de ellos. Porque brinda la posibilidad de suspender el tiempo.

Tal vez sea en Mis dos mundos donde ha problematizado en mayor medida la tradición moderna del flâneur y del paseante urbano. Allí, las excursiones en torno a un parque brasileño no implican ninguna revelación o hallazgo, más bien sumen al narrador en la asfixiante e intermitente vida de la ciudad contemporánea (fundamentalmente de la urbe latinoamericana). ¿Puede relacionarse este hecho con la suburbanización de estos espacios, es decir, con la transformación de una parte del mundo en una sucesión de barrios descoyuntados, slums y bidonvilles?
Puede y no, no lo sé. En cuanto al flâneur, para mí es una figura residual que encarna la decepción. Seguir levantando al paseante como un icono de la modernidad en realidad es un intento de dar oxígeno a una actitud agotada e imposible. Muchas veces se ha convertido en un lugar común que permite el desarrollo de historias llenas de guiños culturales inútiles y de tics previsibles, porque aluden a un paisaje meramente voluntarista.

Unos apuntes incluidos en Teoría del ascensor profundizan en una actitud vital que usted ha designado como «deserción psicológica» y que considero esencial para comprender su literatura. Se trata de esa especie de «frontera interior» respecto del mundo cotidiano que suelen establecer sus narradores y personajes. ¿Es su literatura una consecuencia de la conciencia hiperselectiva, defensiva y a menudo paranoide que suelen desarrollar quienes viven en un país extranjero?
No creo que un personaje deba tener atributos de la literatura del siglo xix, expresados en términos de transparencia social y psicológica. Creo que la deserción psicológica sirve para refutar buena parte de las coordenadas dominantes. En esas deserciones encuentro más posibilidades literarias que en procesos de elocuente identificación con algo en particular.

Modo linterna reúne nueve textos que trasladan su poética al ámbito del cuento literario. Si, por lo general, su literatura tiende a lo deambulatorio y lo divagatorio, ¿qué espacios concretos o qué acechanzas específicas le permite encarar este género?
Son relatos cortos que podrían haber sido extensos. A lo mejor en algunos casos con una extensión más novelística. No los diferencio gran cosa de los relatos extensos. Sencillamente en cierto momento decidí que hasta ahí habían llegado. Me muevo de forma intuitiva, y atendiendo un poco al deseo de seguir o no con eso. Lo que uno busca es más o menos igual en los relatos cortos o extensos. Para mí, se relaciona con la memoria del lector. No me interesa tanto que vaya a recordar una historia como que tenga la sensación de haber asistido a un momento desplegado a lo largo de cierta cantidad de páginas.

En la permanente imbricación entre memoria e identidad que distingue su literatura, resulta llamativo constatar que, pese a que sus libros suelen gravitar sobre estos ejes, no creo que se pueda afirmar que el lector conozca o acceda finalmente a las interioridades de los narradores y personajes, cuya actitud es con frecuencia dubitativa, insegura, elusiva o desconfiada. Son, como el título de uno de sus libros, Los incompletos. El lenguaje, obviamente, representa un problema para ellos. Pero, como dijo Richard Poirier, «el lenguaje es el único modo de sortear los obstáculos del lenguaje». ¿De qué modo el lenguaje les permite (o no) conjeturar su arduo lugar en el mundo?
El tono es importante. Mi idea es la de un tono conversacional, que de este modo se aproxime al soliloquio. Otro elemento acaso sea la actitud hacia la narración, que tiende a ser reflexiva. Mis narradores no se preocupan tanto por lo que ocurre sino por el significado de ello. Es que, en definitiva, tiendo a creer que la narración se trata del despliegue del pensamiento. A lo mejor por eso me siento más identificado con la dimensión ensayística de un relato, que le permite liberarse de los mandatos del sentido en términos de acción o resultados.

La ficción constituye literalmente un problema en Baroni: un viaje a la hora de representar a la singularísima y multidimensional Rafaela Baroni, pero también para describir la amalgama de tradiciones artísticas, creencias religiosas, paisajes y fenómenos paranormales que se entrelazan con la vida de este personaje. Sin duda, ese libro eleva varios interrogantes acerca de la naturaleza de la creación artística. ¿Es esa incertidumbre ante lo descrito, ese indefinido vaivén genérico (ficción, ensayo, relato de viajes, écfrasis) el inevitable corolario de una realidad múltiple y escurridiza, refractaria a toda representación fija o estable?
La pregunta que traté de hacerme en Baroni pasaba por entender de qué modo tan profundo me sentía yo atravesado por un arte que es más elocuente que sofisticado. Ello me llevó a la descripción de cosas relacionadas con el arte de esta artista, con su vida y su paisaje. Fue también una suerte de despedida de Venezuela, país en el que estuve quince años. Tanto el impacto de conocer a Baroni como el hecho de separarme de tan bello y escurridizo territorio me pusieron en el trance de la descripción. Sentía que si «contaba», violentaba. Y que si describía, ponía a mi relato fuera de las luchas explícitas por el significado legible. Aun cuando, claro, el significado siga siendo, espero, un interrogante fuerte en el libro.

Y en relación con la pregunta anterior, ¿cómo se relacionarían las estrategias de representación que ha ido desarrollando con su propósito explícito, durante la época de Cinco, de escribir «antiliteratura»?
La idea de antiliteratura no tiene nada de novedoso ni excepcional. Es algo muy básico, casi inocente. Pasa por contestar, en la medida de lo posible, el peso institucional de lo literario. Traicionar o rebatir un mandato de legibilidad, de intencionalidad, de circulación, de corrección, etcétera.

En medio de esta encrucijada de discursos y géneros, ¿qué otra disciplina artística considera que ha marcado en mayor grado su escritura y su dicción?
Me gusta escribir sobre poetas y artistas plásticos. Acaso porque, en general, ambos tienen una relación con la temporalidad, en sus obras, que yo añoro para la narrativa. La relación es de mayor inmediatez con la percepción, no tanto con el desarrollo.

Finalmente, dado el carácter performativo de su obra (donde se combinan y ensamblan géneros, materiales e incluso imágenes), cada libro que publica parece alzarse al cabo como una faceta, tesela o capítulo de un episódico libro de artista. Es obvio que ponerle un título a semejante obra sería demasiado comprometido. Pero, si aceptamos que esto es así, ¿qué lema o subtítulo (provisional, si quiere) podría rotular este work in progress?
Elegiría el propio título de una cosa que termino ahora: «Apuntes para un panfleto». No está en la naturaleza de mi escritura asumir una voz alta, pero a la vez existe un deseo de operar en términos de disolución. Quisiera que mi literatura fuera más destructiva de lo que es. Por eso apuntaría a un panfleto imposible, porque carece de volumen acústico y debe conformarse con los apuntes.

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5Teoría del ascensorÚltimas noticias de la escritura

5 de Sergio Chejfec en Cuadernos Hispanoamericanos



Cristian Crusat reseña 5, de Sergio Chejfec, en Cuadernos Hispanoamericanos:

Fenomenologías de lo eventual

5, el último libro de Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), por lo demás editado primorosamente, acentúa uno de los aspectos más sobresalientes de la literatura de este escritor: su radical espacialidad. De este modo, si consideramos que la obra de Chejfec constituye un episódico repertorio de actitudes frente a lo visible y lo representable, 5 significa la ratificación absoluta de que el espacio es el eje primordial sobre el que se articulan las relaciones del autor argentino con el mundo (y, dentro de éste, sobre todo, con las prácticas de la escritura). En efecto, la literatura de Chejfec depende del espacio, el cual se alza como agente provocador de la narración y se convierte progresivamente en su asunto principal. Profundizando aún más en estos presupuestos, cabe afirmar que la literatura de Chejfec —que parte de la observación y el movimiento— se enmarca siempre en un espacio concreto (a menudo novedoso y extranjero, ya sea por medio de un viaje, ya de una caminata), al que clausura de algún modo tras haberlo transustanciado en cuaderno o libro. Sin embargo, la naturaleza de los espacios con los que se imbrica el discurso de Chejfec no debería relacionarse con la de las célebres imágenes de espacios felices y ensalzados que, al cabo, conformaban la maravillosa e íntima topofilia de Gaston Bachelard en La poética del espacio: cajones, buhardillas, rincones, armarios, nidos y conchas… Encierran siempre los lugares en la literatura de Chejfec algún tipo de paradoja, singular incoherencia o cauteloso asombro. No obstante, la prosa de este autor sí refleja un mismo desequilibrio entre los vaivenes del exterior y la intimidad, aunque hablar de intimidad en la obra de Chejfec podría ser arriesgado, toda vez que los narradores de sus libros se caracterizan por su carácter elusivo e inseguro, propio de un intermitente, forastero y suburbano «hombre sin atributos».

En congruencia con lo anterior, cabe reseñar que ya en varios de los libros de Chejfec, aunque singularmente en Mis dos mundos (2008), se había problematizado la tradición moderna del flâneur y del consabido paseante urbano. Por medio de una demorada y minuciosa escritura, la caminata se convertía entonces en un mecanismo elemental y en un procedimiento literario básico de este autor, en una suerte de tic físico y social que, además de desvelar el esencial desequilibrio entre los mapas y la realidad urbana, motivaba un profundo desnortamiento en el narrador (en el caso de Mis dos mundos, a través de un anodino parque brasileño, justo antes de cumplir los cincuenta años; aunque Buenos Aires, París o Caracas también figuran en el particular atlas del desconcierto de Chejfec). Desamparado a merced de la inanidad de sus excursiones, el narrador quedaba extraviado en la discontinua vida de la ciudad contemporánea, privado de cualquier tipo de revelación o hallazgo y entregado a la deriva de la escritura fragmentaria e inconexa. Inacción, errancia y fractalidad definen el flâneurismo narrativo de Chejfec, quien ha convertido la caminata deambulatoria en su indolente abstracción literaria y su propia escritura, en un «réquiem impasible del paseante urbano clásico» (Graciela Speranza).

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En las primeras obras de Chejfec, como Lenta biografía (1990), El aire (1992) o incluso Los planetas (1999), los lugares y espacios establecían una densa relación con la memoria personal y familiar, de manera que el recuerdo (o su imposibilidad) determinaba tanto la configuración del escenario urbano como el delineamiento de la propia identidad del narrador. Poco a poco, tales coordenadas más o menos heredadas y de carácter histórico (el pasado de un padre judío que escapó del Holocausto, la desaparición de un amigo durante la dictadura militar argentina) dieron paso en la trayectoria de Chejfec a relatos que gravitaban sobre un puñado de modestas peripecias vitales, a través de cuya minuciosa narración comenzarán a desprenderse leves indicios, tímidas conjeturas sobre la propia identidad y el sentido que ésta puede encerrar. Radicado en Nueva York, adonde llegó después de vivir durante tres lustros en Caracas, la literatura de Chejfec responde a una actitud vital que él mismo llegó a designar como «deserción psicológica» en Teoría del ascensor (2016): a resultas de su condición extranjera y del medio multilingüístico que habita, Chejfec ha ido creando, como sus reconocibles narradores, una «especie de frontera interior, silenciosa, paradójicamente por proximidad, del mundo cotidiano», es decir, una conciencia hiperselectiva y a menudo paranoide en relación con todo lo que le rodea (y que, en cierta medida, gracias a su extranjería, convoca en el lector el recuerdo de esa galería de exiliados de la literatura de Nabokov: seres espectrales que, desposeídos de todo cuanto un día fue suyo, pierden incluso la certeza de la realidad de su propio yo).

Y tal vez éste represente el aspecto más cautivador de la literatura de Chejfec: su meticulosísima enunciación de cuanto sucedió o pudo haber sucedido, lo cual le confiere a cuantos libros publica su particular cualidad divagatoria y acechante, como si el fenómeno de la escritura se estableciera como un genuino mecanismo de alerta o precaución. De todas formas, esta cautela que pone en marcha la escritura chez Chejfec nunca se ve satisfecha; más bien sucede todo lo contrario, pues a medida que se profundiza en la descripción de los detalles y vislumbres se multiplican, inevitablemente, las sospechas. Quizá fuera en La experiencia dramática (2012), más aún que en Los incompletos (2004), donde este autor supo conjugar de manera más precisa su puntillista descripción del comportamiento de los personajes y, al mismo tiempo, convertir la narración en una permanente y admirable exploración de contingencias. En general, este breve repaso a la trayectoria de Chejfec debería resultar significativo, ya que 5, el libro que nos ocupa, es el testimonio de un momento decisivo en la escritura de este autor y acaso recrea su más determinante punto de inflexión.

Cumple referir desde el principio que, en puridad, 5, el último título publicado por Sergio Chejfec, constituye un díptico narrativo. Así, en primer lugar, figura un texto que, denominado «Cinco», fue el resultado de un periodo de residencia literaria de la que disfrutó Chejfec en 1995, concretamente en la Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs (MEET) de la ciudad bretona de Saint-Nazaire. Por este motivo, «Cinco» delinea una sucinta trama provinciana de aire inequívocamente francés, muy próxima a las asordinadas atmósferas de la nouvelle vague: tanto el carácter de sus personajes como el conflicto narrativo responden a la naturaleza portuaria del lugar, que convierte la original «Cinco» en una historia a medio camino entre aquellas protagonizadas por esos personajes de Éric Rohmer que de repente deciden espiar y seguir a algún desconocido en la calle y una imaginaria adaptación de alguna novela —tal vez nunca escrita— de Simenon. La narración aspira a encontrar en esos rastreos una verdad puramente sentimental sobre un puñado de personajes, es decir, una verdad conjetural, efímera e incompleta.

Le sigue a este texto de 1995 uno nuevo, «Nota», que le confiere todo su sentido al conjunto. Mediante la rememoración de la época en que «Cinco» fue escrito y, sobre todo, del repaso de las ideas que para el autor convocaba por aquel entonces la práctica de la escritura, esta «Nota» se convierte en un texto esencial para comprender el quehacer literario de Chejfec. Entre otras muchas cosas, «Nota» relata: las rutinas de trabajo durante el periodo de residencia, la relación del narrador con las personas vinculadas a la institución, su propósito de escribir «antiliteratura», las deambulaciones por una ciudad de astilleros y vinaterías (y el retrato de quienes frecuentan estos lugares), las rutas de autobús por el extrarradio, y un breve romance entre sesiones de lectura de El mar de las Sirtes, de Julien Gracq. Pero, en lo esencial, la «Nota» conforma una oblicua poética literaria de Chejfec, ya que gravita en torno a una época cardinal para su proyecto: «Porque debo decir también que poco a poco he ido considerando la Residencia como la circunstancia en que me plegué a la escritura de una forma nueva —o abandoné la anterior—; el “almácigo” o incubadora de otro tipo de imaginación».

En otras palabras, 5 (el díptico formado por «Cinco» y «Nota») da constancia del momento en que Chejfec se cayó del caballo de camino a su Damasco privado, tanto que en sus páginas llega a afirmar que los libros escritos antes de aquella residencia forman parte de una protohistoria personal. En esa ciudad bretona se consolidó la renombrada incertidumbre referencial que caracteriza los libros de Chejfec, uno de los rasgos que este autor comparte con uno de sus maestros reconocidos, Juan José Saer, a quien ya homenajeó en uno de los cuentos de Modo linterna (2013). Con el autor de El entenado, Glosa o En la zona, Chejfec parece asumir la distinción que Walter Benjamin estableció entre el novelista y el narrador, es decir, entre el sedentario y el viajero: «Yo tomé esa afirmación como una metáfora del novelista que está instalado en una teoría ya consolidada, y el narrador como el que viaja, el que explora y trata de modificar las formas, las posibilidades de su instrumento narrativo» (Saer). En congruencia con esto, desde entonces los libros de Chejfec se han erigido en seductoras tentativas narradoras de acceso a lo real, aunque sus aproximaciones pueden ser tan remiradas y prolijas que, paradójica y felizmente, obran un audaz extrañamiento de todo lo circundante, que queda distorsionado por un hiperrealismo sentimental y desestructurador.

A lo largo de estos años, el proyecto de Chejfec ha ido presentando pequeñísimas variaciones, al punto que, a tenor de su estricta y reconocible poética, pronto el hecho de titular sus libros podría dejar de tener sentido, ya que cada uno de ellos no es más que otra muy reconocible faceta de un núcleo esencial. Los riesgos de semejante escritura son evidentes, entre los que ciertos recelos acerca de lo previsible o pronosticable de su escritura no dejarán de ser esgrimidos por parte de algunos lectores. Sin embargo, estos riesgos son inherentes al sobresaliente desafío que representa la literatura de Chejfec en el contexto de la lengua española. Se trata de instalar entre el mundo y su representación una higiénica incertidumbre mediante la que la narración se galvaniza por mor de todas las tensiones que, de súbito, se anudan en torno a ella, especialmente en los lugares donde suceden: «El autor tenía la idea de que la misión de las novelas era revelar un espacio más que contar una historia», se decía ya entre los apuntes de Teoría del ascensor (2016). Deudora de Handke, Di Benedetto, Gracq, Saer o Sebald, la literatura de Chejfec representa una valiosa tentativa de agotamiento de lo representable, amén de una siempre sugerente propuesta ética. Entre sus muchas virtudes debe reseñarse el delineamiento de una admirable parcela de la sensibilidad contemporánea: la dizque deserción psicológica desde la que Chejfec escribe sus libros constituye una firme y admirable toma de posición a favor de una actitud de repliegue que, frente a lo que dictan la propaganda comercial y política, es mucho más común de lo que se piensa, o al menos debería serlo, así como otra poderosa razón por la que la lectura de este autor resulta prácticamente inexcusable.

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