¿Es Paco Inclán (Valencia 1975) un literato poco conocido? ¿Es un lletraferit (“aquel a quien le atrae mucho la literatura”)? ¿Es un veterano peregrino del ajetreo intercontinental oenegero?
En realidad puede ser las tres cosas a la vez y algunas cosas más, por ejemplo, el editor de la revista de arte y pensamiento Bostezo.
Con 26 años ya tenía publicado un libro, La solidaridad no era esto; a los 28 publicó El País Vasco no existe; con 32, La vida póstuma, editada en México, y con 39, Hacia una psicogeografia de lo rural. Todo esto lo tomo de la solapa de su última publicación Tantas mentiras. Doce actas de viaje y una novela, Jekill y Jill, Zaragoza 2015.
Las actas de viaje son relatos “basados en hechos reales”, y la novela, una broma que ha debido costarle al editor un riñón, porque consiste en un troquelado y un cuadernito.
La obra de Paco Inclán da la impresión de variar entre la ficción y el ensayo. Solo he leído Tantas Mentiras, y voy a argumentar aquí por qué las recomiendo.
Me ha gustado. Además, me ha parecido un libro muy bien escrito, muy bien pensado, trabajosamente elaborado, y un afortunado intento de salirse del estereotipo que invade el mundo editorial, la novela “negra” en todas sus variedades.
Los doce relatos de Tantas mentiras se refieren a experiencias de Paco Inclán en diversos países (incluido el suyo, que es el nuestro), en diversas misiones de apoyo y voluntariado, en estancias de becas de estudio e investigación. Paco Inclán, entre otras cosas, ha estado relacionado con el fabuloso mundo de las ONG, y da cuenta de él con un sentido del humor sutil, elevado, noble.
A medida que leía las aventuras del autor y protagonista en diversos escenarios (Quito, Tinduf, México DF, Guatemala, California, Godella…) me preguntaba si el título otorgado por él a sus relatos no era sino una piadosa referencia a la oculta realidad de la mentira, o sea, a la verdad de las cosas.
Cuanto más conozco el fabuloso mundo de las ONGs, más distancia pongo entre esa región planetaria y yo. No digo que no haya excepciones, las hay. Pero algunas de ellas acaban convertidas en corralitos de los que se benefician unos pocos en detrimento de la buena voluntad y la mala conciencia de muchos.
Tengo una vecina que desde hace diez años cuida a su marido, víctima de una rara enfermedad neuronal, con entereza y con buen humor. Este tipo de voluntarios, aunque lo sean a la fuerza, son los que me parecen dignos de mérito.
Tantas mentiras está precedido por una cita de Alejo Carpentier sobre lo maravilloso, que es, según el cubano, una iluminación inhabitual de la realidad, percibida con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu.
Los relatos de Paco Inclán rondan lo maravilloso, gracias a su elaboración de bachiller de las letras, y a que los escenarios en los que están situados tienen dimensiones de fantasía que solo se ven con los ojos entornados. Conozco un poquito Iberoamérica. De modo que no me sorprende nada que de tanta riqueza material y espiritual surjan autores de novelas, de películas, de obras de teatro, de arte plástico, de la psicoterapia, todo de un valor excepcional. Paco Inclán ha hecho una encomiable selección de estas virtudes psicogeográficas y literarias.
Al leer las historias de Paco Inclán y compararlas con las de novelistas y camelistas (buenos profesionales, las cosas como son) de variados pelajes y procedencias, se ve en las del valenciano la autenticidad del creador que huye de los tópicos como de un bosque ardiendo; porque no merece la pena detenerse a buscar agua o a realizar un cortafuegos, que la falsa literatura arda en su propio infierno consumista, y deje espacio al lento crecimiento del bosque pristino del arte. Me ha salido un poco inquisitorial, qué bárbaro.
Por todo esto recomiendo la lectura de Tantas mentiras, de Paco Inclán.
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