Tenemos la fortuna de contar entre nuestros vecinos con una de las figuras más activas de la literatura actual, un escritor que ha sabido mantener el espíritu renovador de su primera época pero sin renunciar a sus principios y convicciones literarias, en definitiva, a un sello muy personal y único. Es Francisco Ferrer Lerín, premio nacional de la Crítica con su poemario Fámulo y autor de Mansa chatarra, un libro bello por su contenido (el universo onírico de Ferrer Lerín) y por el continente (la cuidada edición dirigida por el profesor José Luis Falcó y publicada en 2014 por la firma zaragozana Jekyll & Jill Editores).
El número 825 de la prestigiosa revista literaria Ínsula (Espasa), correspondiente al mes de septiembre, dedicó un extenso dossier a la obra de Ferrer Lerín. El catedrático de Teoría de la literatura y literatura comparada de la Universidad de Zaragoza, Túa Blesa, firma el primer artículo, titulado «Francisco Ferrer Lerín, una forja de ensueños»; el profesor de la Universidad de Zaragoza Antonio Viñuales es el autor de «La risa de Ferrer Lerín», y la escritora mallorquina Carme Riera, reciente Premio Nacional de las Letras, escribe sobre «La chatarra maleable de los sueños», en referencia a Mansa chatarra. Cierra el dossier una amplia conversación entre el escritor y académico Félix de Azúa y el propio Ferrer Lerín, dos viejos amigos desde la época de estudiantes en Barcelona que se reencuentran y se redescubren en estas páginas de Ínsula. Manso equilibrio es la obra de Santiago Morilla que ilustra la portada de la revista.
La lectura de esta compilación de artículos monográficos es imprescindible para los lectores interesados en conocer la obra y personalidad de Francisco Ferrer Lerín, y también para aquellos que quieran aproximarse al mundo creativo en el que se mueve este autor.
Para Túa Blesa, la obra de Lerín «está fuera de dudas» de que es una de las más relevantes de nuestro tiempo por su permanente carácter transformador, y citando al escritor y traductor Carlos Jiménez Arribas, reconoce que estamos ante «una de las más originales [obras] del último tercio de siglo en España».
El catedrático destaca que ya en los orígenes, Ferrer Lerín se interesa por las vanguardias y que en sus primeras obras se observa una ruptura con los gustos literarios del momento. Son los últimos años 60 y los primeros 70. «De aquel movimiento de renovación o, con término muy repetido, aunque impropio, ruptura, uno de los ejecutores fue Ferrer Lerín», asegura.
Túa Blesa hace un recorrido por la obra completa del escritor, desde aquellos tres primeros trabajos que tuvieron «escasa repercusión en la crítica», hasta la aparición de Níquel, en 2005, una novela que rompió con un «prolongado silencio» literario de más de tres décadas. Y a partir de ahí, su obra ha ido creciendo constantemente, así como su presencia en las redes sociales o a través de su blog (http://www.elboomeran.com/…/2454/blog-de-francisco-ferrer-…/), asociado recientemente a El Boomeran(g), el blog literario en español del Grupo Prisa.
«Tras el prolongado silencio —relata Blesa—, Ferrer Lerín publica en 2005 la novela Níquel y al año siguiente el título Ciudad propia. Poesía autorizada servía para reunir los tres libros ya mencionados [los de la primera época] con alguna supresión más una sección de inéditos con poemas datados entre 1960 y 2005. De manera que, si se rescataban textos del pasado, también ese libro traía la noticia de que ¡Ferrer Lerín seguía escribiendo!, ¡y de qué manera! Y, en efecto, fruto de ese regreso son nada menos que seis libros entre 2007 y 2014: El bestiario de Ferrer Lerín (2007), volumen de cuidadísima factura; Papur (2008), compuesto de textos en prosa (…) y tres guiones de cine; Fámulo (2009); la novela Familias como la mía (2011), que incluye como primera parte Níquel; en 2012 se publica Gingival, una selección de los textos del blog de Ferrer Lerín iniciado en 2008 en edición nada común; en 2013 un nuevo libro de poesía, Hiela sangre; y en 2014 Mansa chatarra, otra bella edición, recoge una selección de todas las anteriores publicaciones, a excepción de las novelas, y otros materiales del mencionado blog». A estos títulos hay que añadir 30 niñas, su última obra publicada en papel.
En el resto del artículo, Túa Blesa alude a la afición bibliófila de Ferrer Lerín, «amante de los libros poco usuales y de muy distintas materias», y realiza un análisis de los recursos literarios y las estrategias de escritura del autor.
Antonio Viñuales también se refiere en su texto al carácter rupturista de la literatura y la personalidad de Ferrer Lerín, sirviéndose en este caso de la risa y de la ironía que caracterizan a este autor para distanciarse de las modas culturales y de los convencionalismos. «La obra de Ferrer Lerín es un ejemplo de esa asimilación por la vía de la rareza», asegura, para añadir a continuación que «la acrítica académica centra su lectura de Ferrer Lerín en tres aspectos fundamentales que tienen como fin último la justificación de la falsa autonomía de la cultura respecto a las demás esferas de la sociedad. El primero es su insostenible adscripción a un grupo reconocido de la alta cultura: los novísimos. El segundo es el acomodo de sus textos en los géneros autorizados. Y el tercero es la sustanciación de su literatura en las fuentes literarias de la seriedad».
Para la académica Carme Riera, los textos que conforman Mansa chatarra permiten seguir la evolución del estilo de Ferrer Lerín; si bien advierte de que esta obra «no debe leerse como una antología sino como un libro nuevo». «Lo es porque la distribución de los materiales, la organización de estos y su ensamblaje le otorgan novedad. Además muchas de las piezas que lo integran pertenecen a textos hoy inencontrables o de muy difícil acceso y otras han tenido una vida efímera o no han aparecido en formato de papel», apunta la escritora.
Carme Riera fija su atención en las inusuales aficiones de Ferrer Lerín por las aves carroñeras, que son «propiciadoras de materia literaria de un raro soñador»; analiza la naturaleza y la teoría del sueño ferrerleriniano; señala que Borges, Kafka y Perucho constituyen las principales influencias literarias del autor; y concluye afirmando el «interés» de Ferrer Lerín por el lenguaje, «una de las características principales» de su obra.
«Es en consecuencia, la búsqueda de la originalidad, otra de las metas del estilo de Ferrer Lerín, que no desdeña ninguna de las posibilidades que la lengua le brinda. Utiliza cultismos pero no hace ascos a las expresiones lexicalizadas ni a la jerga sectorial, tampoco a las onomatopeyas (…) y usa en abundancia la adjetivación sinestésica y metagógica, clave de su estilo».
«El diálogo con Francisco Ferrer Lerín», del escritor y académico Félix de Azúa, retrotrae al lector a los años en los que ambos formaban parte del paisaje cultural de una Barcelona actualmente irreconocible. El coloquio, largo y pausado, tiene un punto de confesión íntima a la que el lector se aproxima con cierto pudor, como si se entrometiera en una conversación privada. Dicho esto, Félix de Azúa presenta a Ferrer Lerín como un escritor que se ha mantenido fiel a un estilo de concebir la literatura («juego literario») que con el paso de los años «se ha refinado, pero apenas ha cambiado». A partir de ahí, el diálogo va derivando hacia muy diversos asuntos: la relación que Ferrer Lerín mantiene con la naturaleza pero «no al estilo romántico», sino «en cierto sentido canallesco»; los orígenes literarios en los años sesenta del pasado siglo; las librerías de viejo en las que Ferrer Lerín se movía con soltura y apasionamiento; su llegada a Jaca para estudiar la vida de los buitres; y su retiro voluntario de más de tres décadas, hasta desembocar en una vuelta a la primera línea literaria que le ha permitido alcanzar «a los poetas más prolíficos del país», como apunta De Azúa.
Ferrer Lerín reconoce que su estilo literario parte de su ser musical. «El ritmo, la musicalidad, la cadencia, se mantuvieron hasta dar a toda mi obra una marca característica. Quizá sea esta marca lo que confiere a mis escritos esa impresión unitaria, no cambiante; o al menos esto es lo que quiero pensar para tranquilizar mi conciencia», explica el escritor.
De las profundas y profusas confesiones de Ferrer Lerín, resulta curiosa la definición que hace del grupo de amigos escritores de los años de juventud en Barcelona, «un pequeñísimo grupo» formado por Félix de Azúa, Pedro Gimferrer, Leopoldo María Panero y él mismo. «Fuimos jóvenes aficionados a la carne de ternera, con una inusual sensibilidad hacia las Bellas Artes, y con una leve disidencia hacia lo imperante, fuera la doctrina oficial o la extraoficial. Diría también que éramos educados».
En otro momento de la charla, reconoce que son pocos los títulos que han concitado su interés, si bien aquellos que sí lo han hecho los ha atendido «en profundidad, escudriñando sus mecanismos de escritura hasta extremos que rozan el ridículo». «Otra cosa son los manuales y las enciclopedias, viejas y modernas, fuente principal de los materiales que nutren mi obra más reciente y que son publicaciones no necesitadas de la tensión que sí exijo a la novela, al relato, a la poesía, y que evita que el libro se caiga de las manos», manifiesta.
Cuando la conversación discurre sobre el porqué de su nueva irrupción en los ámbitos literarios, confiesa que es consciente de que debe aprovechar el momento creativo actual, antes de que las fuerzas empiecen a abandonarle, aunque confía en su experiencia y en el oficio adquirido para «subsanar la pérdida paulatina de inspiración mediante un hábil mecanismo de incorporación directa de las fuentes, metabolizando sintagmas y palabras perdidas en otros libros que, incluso en los de factura pésima, siempre pueden contener material aprovechable. Un procedimiento, paleográfico, que me mantiene en forma».
Y en el párrafo final, el que cierra la amena disertación, Ferrer Lerín se declara «un fanático divulgador» de sus ‘miserias’. «A veces pienso que erré eligiendo oficios pese a que fueron muchos; el púlpito, el estrado, todos los foros frecuentados resultaron decepcionantes, quizá mi lugar estaba en la mazmorra o, al menos, en una de esas dependencias policiales poco ventiladas sometido a un interrogatorio inmisericorde».