Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en Le Cool



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddJuan Carlos Portero dedica su columna en Le Cool a Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec:

Ármense de valor, suban al ascensor que el recorrido es largo y tortuoso, difícil de seguir, mantengan la respiración. Si es necesario paren, retrocedan, vuelvan a leer, tomen nota. Al fin y al cabo es la lectura lenta la que reclama el autor. Caleidoscópico y poliédrico. “Terminada la lectura y a punto de cerrar el libro aún ignoramos de qué se ha tratado”, un buen comienzo o ponerte a prueba partícipe de este pasatiempo llamado literatura. En el viaje se detiene a explorar los posibles mundos que existen en los trabajos de otros escritores, como Mercedes Roffé, Martín Caparrós, Mario Bellatin, Carlos Ríos, Victoria de Stéfano o Igor Barreto. O los paseos por ciudades como Caracas o Nueva York. Las capacidades que tiene la literatura como puede ser la difícil tarea de la traducción. “Como si la literatura se toma la revancha de la negatividad, la deserción del original trastorna la voz de la traducción, que así se revierte sobre la original convirtiéndolo en algo sospechosamente trascendental”. Un arsenal de reflexiones sobre la ciudad, los transportes, el lenguaje, el idioma, la escritura, los escritores, el espacio, las relaciones… las materias que inquietan a la literatura de Chejfec.

“El autor tenía la idea de que la misión de las novelas era revelar un espacio más que contar una historia.”

La doble experiencia de aquello que se narra y la narración en sí misma, la recreación. Lo que dice y cómo lo dice. Un ejercicio gramatical extenuante, donde te imaginas ascensores que se deslizan en todos los sentidos posibles para dar forma al texto. Escribir la vida para contarla como una indecisión entre sus líneas.

“Hoy el escritor no quiere ser el único involucrado en saber lo que hay que poner o no, porque su relación viciada con la lengua propia lo aleja de cierta objetividad.”

Para ocultar hay que disimular. Hace tiempo que las novelas han dejado de enseñar, hay que cambiar la experiencia, ¿pero quién la modifica?. “Uno sabe, se supone, cómo llegar a una lengua. Pero no sabe cómo se quedará en ella.”

Muy recomendable.

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Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en Todo literatura y Cia



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddTeoría del ascensor, de Sergio Chejfec, recomendado en el programa Todo literatura y compañía (Gestiona Radio). Antonio Martín Asensio lee el excelente artículo que Patricio Pron dedicó a este libro en El Boomeran(g).

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Saturno

Adelanto de las primeras páginas de Saturno de Eduardo Halfon



SaturnoLa revista Penúltima publica en exclusiva las primeras páginas de Saturno, de Eduardo Halfon, de próxima aparición en Jekyll & Jill.

«Sus cartas, padre, me llegaban un par de veces cada año. Yo estaba lejos en la universidad, pero usted estaba aún más lejos de mí. Al inicio, ingenuo, yo abría el sobre con una emoción contenida. Y siempre, sin falta, hallaba un papel doblado en tres. Un solo papel con el membrete de su empresa. Mal doblado, por prisa, supongo. Buscando sus palabras, padre, necesitándolas, lo desdoblaba con ansia. Y como una hoja seca hamaqueándose en la brisa, lento, el cheque caía hacia el suelo. Yo lo dejaba allí, casi olvidado a la par de mis pies, pues lo que realmente me interesaba no era su dinero, padre, sino sus palabras. Ingenuo, buscaba sus palabras. Y en medio del papel, escrito en tinta negra, encontraba yo siempre lo mismo: su nombre. Nada más. Sólo su nombre, firmado con prisa. Una palabra. Sólo una palabra. El padre es un nombre.»

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Cosmotheoros en Revista de Letras por Antonio Tamez Elizondo



Cosmotheoros23

Existe una anécdota, seguramente apócrifa, en la que Joseph Conrad hizo girar un globo terráqueo con la intención de dirigirse a cualquier región del mundo que estuviera en blanco, pues la oferta era demasiada. Debe haber otras versiones de la misma escena, tal vez incluso con otro personaje, pero el punto sigue siendo el mismo: esto no es algo que se pueda hacer hoy, al menos no en la Tierra. El misterio de los espacios desconocidos, dónde existen reinos secretos o gente extraordinaria, ha quedado en los libros de aventuras y los mapas dónde las regiones en blanco prometen que ahí viven los dragones. Es solo en las periferias de la investigación ortodoxa, en la criptozoología, la historia alternativa y otras herejías que no gozan del buen trato en los medios y en los círculos académicos, dónde se encuentran vestigios de misterio. No del práctico y científico que resulta en una nueva tecnología y en la actualización de los libros de texto, sino ese que sirve de alimento para la imaginación.

La idea de otros mundos habitados viene de lejos y su carácter ha sido más o menos constante. En Grecia tenían una función más bien filosófica, diferente a las consideraciones astronómicas que siguieron a Nicolás Copérnico y su modelo heliocéntrico. Desde entonces muchos creyeron ver en la Luna ciudades y canales, obras de seres racionales, y solo fue lógico imaginar el resto de los planetas como si estuvieran habitados. Con el tiempo la idea, conocida como Pluralismo o la pluralidad de los mundos, fue tomando matices más técnicos y científicos, aunque limitados por los alcances del conocimiento disponible por aquel entonces. Y no es que hoy día los límites ya estén superados, es solo que las herramientas son un poco más sofisticadas. El universo como lo entendemos es una minúscula franja lumínica que parece absoluta, cuando en verdad su mayoría es inabarcable. Puede ser que ya no haya dragones aquí abajo, pero al menos podemos pensar que están allá arriba.

Hace ya tres siglos apareció en inglés y latín Cosmotheoros: Conjeturas relativas a los mundos planetarios, sus habitantes y producciones, de Christiaan Huygens, diseñador del primer reloj de bolsillo, fabricante de telescopios y primer autor de la teoría ondulatoria de la luz. Fue una publicación póstuma, escrita como una carta en dos volúmenes para su hermano, Constantijn, que por aquel entonces estaba fuera de casa cumpliendo sus labores como secretario del rey Guillermo Tercero. Hace unos meses Jekyll & Jill la ha traído al presente con una traducción de Rubén Martín Giráldez, dando así la oportunidad para conocer uno de los primeros intentos rigurosos por imaginar la naturaleza de la vida en los mundos de nuestro sistema solar y en los del resto de las estrellas.

La primera parte es el grueso del texto y es la lectura más interesante y ligera dónde se encuentra casi toda la especulación. La segunda está armada de solo algunas páginas y es algo más técnica. Es aquí dónde Huygens explica por primera vez su método para estimar las distancias estelares, además de apuntar varios datos hasta entonces observados sobre los seis planetas conocidos (Urano no sería encontrado sino hasta 83 años después de la publicación).

Jekyll&Jill

Jekyll&Jill

Desde nuestra perspectiva actual las ideas de Huygens pueden parecer ingenuas, incluso infantiles, pero no por eso carecen de razonamiento. Para él la vida en los mundos del Sol es una obviedad pues, alegando razones teológicas, Dios no se hubiera molestado en crear un universo tan amplio sin más testigos, además de nosotros, que pudieran apreciarlo. Esta convivencia intelectual de la ciencia con la teología y el misticismo, que hoy parece tan contraria, era común entre las clases educadas de aquellos años. Isaac Newton será recordado por sus estudios de la luz y óptica, el desarrollo del cálculo, sus leyes de gravitación y la mecánica, pero casi nadie habla de sus intereses en alquimia y profecías bíblicas. ¿O qué tal Kepler y sus ángeles que llevaban los planetas por sus orbitas? Hay quienes dicen que incluso Copérnico fue sacerdote y si quisiéramos encontrar paralelos modernos es gracioso que otro sacerdote, Georges Lemaitre, fuera el principal arquitecto de ese gran modelo que ha revolucionado el entendimiento del universo: el Big Bang. Esta dualidad de pensamiento es una de las primeras cosas que se descubren al leer los muchos pies de página que acompañan al texto, que contrastan los descubrimientos modernos en física y astronomía con la ciencia de aquel entonces y también ofrecen biografías mínimas y necesarias de algunos de los demás científicos y filósofos que Huygens menciona cada tres palabras. Es una lástima que solo sean líneas de texto y no hipervínculos, aunque es cierto que la experiencia de leer este libro en formato digital no hubiera sido comparable a la sensación de tener esta edición física tan bien trabajada.

La vida extraterrestre que Huygens concibe tiene poco que ver con las formas del imaginario actual; ahí no hay duendes grises de cabeza y ojos enormes, tampoco cosas gelatinosas o hechas de luz. Según su razonamiento la inteligencia y la curiosidad, al querer saber más sobre los astros, dotan a la vida de las herramientas corporales necesarias para obtener ese conocimiento, herramientas que siempre son iguales o parecidas a los órganos y extremidades de nuestros cuerpos: brazos con manos y dedos, un par de ojos en una posición superior que permita ver las estrellas, piernas para el desplazamiento, etc. Incluso, partiendo de la descripción física de un telescopio, él pasa a justificar toda la anatomía, ciencia y matemática de la humanidad, igualándola con la de los habitantes posibles de los demás mundos. Estos planetarios —cómo les llama— pueden ser los prototipos de las diferentes razas humanoides que pueblan el universo melancólico de Star Trek, o las fantasías ufológicas de George Adamski y Billy Meier. Extraterrestres de cuerpo y rostro demasiado humanos para nuestro gusto contemporáneo.

Eso no significa que sea una propuesta despreciable. Lo desconocido se alumbra con lo mundano y lo familiar, además de tratarse Cosmotheoros de un ejercicio de la imaginación demasiado ambicioso dentro de los parámetros impuestos por su autor. Tal vez sin que fuera su intención, Huygens termina por hablar de nosotros mismos en su intento por hablar de los otros, allá arriba en alguna estrella, y en el proceso también muestra lo contradictorio de su pensamiento moral. Mientras que en unas líneas milita por un humanismo cósmico, pidiendo respeto y amor a todos esos habitantes planetarios, no tiene problemas en comentar de vez en cuando sobre las limitaciones intelectuales y las costumbres de los pueblos bárbaros de la Tierra.

A las láminas originales de la primera edición las acompañan las imágenes de la artista Alejandra Acosta, que dan la impresión de un mundo paralelo al que se entra en sueños u otros estados de consciencia. Cuando Huygens habla sobre la existencia de una escritura planetaria ajena a lo conocido en la Tierra, es fácil pensar en los seres de las ilustraciones como los autores del hasta hoy indescifrable Codex Seraphinianus, de Luigi Serafini, otro libro que bien podría ser complemento a la lectura de este, además de las Crónicas marcianas de Bradbury.

Existe una cantidad inmensa de material visionario en la tradición de Cosmotheoros, desde bestiarios medievales hasta manuales de anatomía y alquimia, pero por el momento lo mejor que se puede hacer es viajar a bibliotecas y tramitar permisos para estudiarlos por un tiempo, ya no se diga leerlos en caso de estar escritos en latín o alguna forma antigua de las lenguas modernas. Solo queda esperar que Jekyll & Jill hagan un trabajo igual de magnífico con otros títulos de aquellos tiempos. Tal vez algún tratado mágico de John Dee, el Opus Maius de Roger Bacon o mejor, una versión anotada del Manuscrito Voynich, aunque buena suerte en traducir eso. Uno siempre puede soñar.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral de Rubén Martín Giráldez en FronteraD por José de Montfort



Magistral de Rubén Martín Giráldez¿Cómo escucha la literatura? Acerca de Magistral, de Rubén Martín Giráldez, por José de Montfort en FronteraD:

 

¿Cómo escucha la literatura? Se pregunta Marcelo Cohen en Notas sobre la literatura y el sonido de las cosas (Malpaso, 2017).

Y, ahí mismo dice que la literatura “sabe que no captura nada, y no le importa”.

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Pero yo diría que sí captura algo. Un algo. Las visiones periféricas, laterales, del mundo. Y las devuelve a la centralidad de la que han sido vapuleadas por el correr del mundo.

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Eso pasa en magistral (Jekyll & Jill, 2016), de rubén martín giráldez.

Una novela (la que no se lee) que no ya ha devuelto al lenguaje a su neutralidad, sino que, más aun, ha destrozado el código.

La lengua ya no sirve al modo de la estética blanca barthesiana (ese llevar a la escritura a su grado cero) sino como ente vírico, venenoso.

magistral (la novela que no se lee), a fuerza de mover la sintaxis y de desplazar los significados, ha creado un vacío en el mismo centro de la escritura/de la literatura.

magistral (la novela que leemos) es la glosa de esa hecatombe [Pero, también, no ya un ejercicio de crítica literaria o textual sino un experimento formal sobre la estética del gusto: al mismo tiempo un reto, una invitación compasiva y un desaire].

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Porque magistral está compuesta por dos novelas: la que se lee y sobre la que se escribe.

Y procediendo de ese modo, giráldez se garantiza un camino de ida y vuelta.

Porque si la novela que no leemos agota (ha agotado) el mundo de la literatura la novela que sí leemos enaltece (enaltecerá) el ejercicio libre de la escritura y propicia un interesante debate sobre los modos de lectura.

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magistral demuestra aquello que decía Piglia, que solo lo negativo brilla en el lenguaje.

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Pero volvamos al tema de la escucha, de la lectura.

Dice giráldez que la lectura no extingue lo que está escrito. Pero algo aún más importante, la no lectura. ¿Qué pasa con la no- lectura?

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magistral confronta este dilema (no ético sino más bien estructural) desde dos frentes: desde la traducción y desde los lectores imposibles (que, bien mirado, acaban siendo los mismos –aunque con diferente disfraz-).

De un lado, sin código compartido no hay manera posible para la lectura (¿o sí?). De otro lado, se batalla contra la incomprensión de quien no quiere hacer el esfuerzo de ajustarse al código (los no-lectores).

*

Ya vamos llegando a lo que quería decir.

*

En sus diarios escribe Piglia sobre la invisibilidad de un tono que constituye el sonido de una época y que, eventualmente cristaliza en “un gran escritor” o “un gran libro”. Si extrapolamos esta idea de la invisibilidad atronadora de una modulación de los escritores a la jactancia de una época, nos daremos cuenta de que hay toda una suerte de mecanismos secretos gracias a los cuales el arte (y, en particular la escritura [no la literatura]) es capaz de incidir en una época.

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O sea, respondiendo a la pregunta de Cohen (y continuando con su formulación), diremos que la literatura abre el oído y reforma la lengua para que las palabras vean mejor. Sí. Al tratar de consonar con lo que aparece y suena, las palabras se hacen eco inconsciente de esa “invisibilidad atronadora” de millones de dedos que teclean y manos que escriben en cuadernos (y corazones que laten).

O dicho de otra forma: la literatura, lo que acabamos en convenir como objeto literario, se impregna de esas múltiples escrituras salvajes escampadas por el mundo nocturno de la inmaterialidad recóndita.

Entonces sí, la literatura sí apresa algo: apresa la escritura silente de las circunvalaciones y coadyuva al mundo a ser tal cual es.

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Y aquí contesto también a algo que expone (y de lo que sufre magistral): esa escritura que fía su potencia al verbo, dirigida a quien no nos lee. Pue sí, Rubén, sí llega a su destinatario.

Porque, como decía Marguerite Duras, ya leer es escribir. Lo que pasa es que esas escrituras insomnes del mundo se leen, muchas veces, no con el oído sino con el corazón.

Y no me refiero a un modo sentimental –o epifánico- de percibir la barbarie, sino a algo tan pedestre como el mero flujo –quasipornográfico, sí, esto también- de los instintos y las pasiones primitivas.

Lo cual no es bueno ni malo, sino signo inequívoco de los tiempos que nos ha tocado vivir.

*

Así, resumiendo: la literatura sí (siempre) llega a su destinatario, que es el mundo en su conjunto (todas las cosas del mundo), solo que –algunos de- los seres que leen esas cosas del mundo lo hacen de una manera caprichosa, distorsionada e ilógica. Vamos, que no entienden nada de nada. Y, por esa razón, la literatura, en su escuchar(se), no percibe -o así lo parece en muchas ocasiones- nada más que un ruido blanco.

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Incertidumbre

Incertidumbre de Paco Inclán en Lecturafilic


IncertidumbreAlejandro F. Orradre reseña Incertidumbre, de Paco Inclán, en Lecturafilic:
Título: Incertidumbre
Título original: Incertidumbre
Autor: Paco Inclán
Editorial: Jekyll & Jill
Número de páginas: 211
El autor de Tantas mentiras se sumerge de nuevo en escenarios para ahondar en las contradicciones de la condición humana, especialmente las suyas. Es así como sufre el conflicto norirlandés en sus carnes, se integra en un grupo de cruising de visita en Formentera, sale en atropellada búsqueda del brazo derecho de san Vicente Mártir, se cita con el ganador del concurso de letras para el himno de España o pone en riesgo su vida, amenazada por la ancestral generosidad que le brindan los habitantes de una isla del Pacífico. Situaciones que generan un estado de incertidumbre: ¿esto está pasando? Y si es así, ¿por qué demonios?
 
Sin rodeos: Incertidumbre es de los libros más raros que se han escrito en la literatura contemporánea española de los últimos veinte años. Tal cual. La sentencia puede parecer exagerada, una frase que iría en las fajas que adornan la portada de cualquier superventas. Pero resulta que es verdad, y lo mejor de todo es que por si fuera poco se trata de un libro extraordinariamente adictivo, divertido y hipnótico.
Paco Inclán nos regala en su segundo trabajo literario una hilarante sucesión de relatos que, narrados desde una vertiente periodística y escrita a forma de diario de viajes personal, nos meten de lleno en historias tan rocambolescas como sórdidas y que se pueden encontrar en las páginas de sucesos de cualquier periódico: son esas pequeñas tonterías a las que no les prestamos ninguna atención. En Incertidumbre se convierten en protagonistas, de ahí la genialidad de unas temáticas tan absurdas que mutan en morbosa curiosidad a medida que son explicadas. ¿Qué interés puede suscitar la historia que hay detrás del último intento por dar letra al himno español? ¿O el cruising en Formentera? ¿O eructar en África? Lo interesante de este ejercicio de «autoficción metaliteraria» -perdón por ese palabro-, es que logra en todo momento que no sepamos si lo que se narra es real o no; ante esa duda se produce en el lector una curiosidad que le empuja a seguir leyendo. Cuando quiere darse cuenta ya ha terminado.
Los textos siempre conservan la forma didáctica, pretendiendo enseñar de una forma erudita las vivencias -o no- del autor en sus periplos como periodista alrededor del mundo; viajamos a Islandia, Chile, Guinea Ecuatorial, Formentera… y siempre flota la sensación de que la locura es de muy difícil esquive, siempre acechando y poblando las mentes de los seres humanos. Asistimos a escenas que como si fueran sacadas de una película de García Berlanga nos recuerda la infinita variedad de historias que permanecen ocultas a nuestros ojos. Antropología surrealista.
A toro pasado -pues cuando estás inmerso en su lectura te atrapa por completo- se puede decir que es también un sano ejercicio de satírica periodística, sobre todo la segunda parte del libro, titulado Diario de campo de un proyecto de psicogeografía rural y que ya deja entrever el tono del texto, es una mirada cómica al mundo del arte y todo lo que la rodea: esa cutrez que se intenta enmascarar mediante discursos grandilocuentes e intentos de trascendencia artística. El tono de la narración es hilarante, pues el protagonista -de nuevo ese ejercicio de autoficción difusa- intenta por todos los medios magnificar un proyecto que termina por revelarse una extravagancia más, quizás incomprendida, del mundo del arte. Vivir en un contenedor, no entenderse con la gente del campo porque habla de un modo que ni siquiera en la ciudad se le entiende… la modernidad cutre.
En todos los relatos existe esa sencillez cutre, un halo de naturalidad con más defectos que virtudes, una desmitificación de los viajes alrededor del mundo, de lo exótico, de las aventuras. Inclán parece querer mostrarnos que como en nuestro barrio, en el bar de la esquina, en el supermercado… como en nuestros lugares comunes, a miles de kilómetros suceden las mismas cosas. No hay mística del viajero, ni épica del trotador de mundos: sólo las mismas miserias humanas, los mismos chascarrillos y temas mundanos que preocupan al de Murcia o al de Burkina Faso.
Incertidumbre se convierte por méritos propios en uno de los libros más interesantes e imprescindibles de esta década, y sin lugar a dudas merece que todos y todas os sumerjáis en sus páginas. Os convertiréis, como un servidor, en seguidores acérrimos de Paco Inclán al instante.
Fábula de Isidoro de Julio Fuerte Tarín

Entrevista a Julio Fuertes Tarín en Canal Extremadura Radio



Entrevista a Julio Fuertes Tarín (Fábula de Isidoro) en Canal Extremadura Radio. El tiempo del CELARD

Julio Fuerte Tarín no sólo escribe, también ilustra y toca la guitarra en un grupo entre otraJulio Fuertes Tarins muchas cosas, pero ha pasado por el tiempo del CELARD para hablarnos de su peculiar forma de escribir, reflejada en La fábula de Isidoro, su última obra, que hemos comentado con Miguel Angel Carmona.

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Enrique Vila-Matas escribe sobre Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en El País


Enrique Vila-Matas dedica su columna a Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en El País:

Al margen de la Red

De los adictos a Chejfec, soy de los que disfrutan cuando sus escenas suceden de noche en un bar destartalado

Nada más abrir el libro, percibo que entro directamente en la “atmósfera Chejfec”. De entre los adictos a este escritor, soy de los que disfrutan cuando sus escenas suceden de noche en un bar destartalado, aunque también acepto las que transcurren en la calle al salir de un bar, como en ese impresionante documento que ya conocía y que Chejfec ha tenido a bien incluir en su nuevo libro, ese texto que recoge una conversación de madrugada con Antonio di Benedetto en la calle Talcahuano de Buenos Aires.

Esta vez, nada más irrumpir en el nuevo libro, en Teoría del ascensor (Jekyll & Jill), he ido a parar a un bar en el que el narrador escucha a alguien que dice que quiere volver a casa y no salir más, y no solamente no salir más, sino tampoco contestar al teléfono y, sobre todo, no leer el correo electrónico, olvidarse de Facebook y de Twitter, de WhatsApp y de Reddit, de Linkedin y de Instagram y de Skype: “Quisiera borrarme de todo esto y permanecer así durante largo tiempo, hasta que quienes me conocen se olviden de mí. Y una vez que eso ocurra, me gustaría empezar a vivir de otro modo”, dice la voz del bar.

Sé de quienes han desconectado de Internet porque no se resignan al cambio radical que se ha producido en el mundo: las cosas ya no ocurren en la vida real, sólo suceden en la Red. Por ejemplo, uno va caminando por una calle o entra en un bar y no sabe que en realidad ya solo es un personaje de Instagram.

En Teoría del ascensor hay alguien que acaba pensando que se ha convertido en “otro”, aunque no a la antigua manera, porque Chejfec dice que para él “ser otro”CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.indd significa no tanto una nueva personalidad, sino entrar en un mundo nuevo, es decir, un mundo donde la realidad y todos los individuos pierdan o dejen de lado su memoria y le admitan a él como un miembro desconocido, recién llegado…

Acaba de sonar mi móvil.

No hay salida, que decía Kafka. La única puerta abierta para huir de la vida real de la Red es la que señala ese vecino del bar de Chejfec que quiere volver a casa y no salir nunca más, que quiere comenzar un definitivo periodo de vida furtiva, porque es lo más parecido que encuentra a la idea de cortar con su propio sujeto: que las acciones, al no ser electrónicas y resultar por tanto difícilmente legibles, dejen de estar asociadas a él.

Sé que, de entre los que están logrando vivir desconectados de ellos mismos, para algunos situarse fuera de la Red equivale a encontrarse con “la infancia recuperada”, quizás porque en otro tiempo vivieron en algo parecido a la sigilosa y anticuada “atmósfera Sebald” que cita Chejfec en su libro. La memoria de ese clima calmo la tienen cuantos, aun habiendo presenciado el cambio radical de las últimas décadas, pasaron sus primeros años casi como si hubieran echado raíces en pueblos de altura, en sitios sin coches ni máquinas y en los que los únicos sonidos provenían de la naturaleza, de las herramientas manuales, o incluso de los materiales con que estaban hechas las casas cuando variaba la temperatura.

Perdón, me llega un whatsapp.

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Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en El coloquio de los perros



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddAntonio Gómez Ribelles reseña Teoría del ascensor en El coloquio de los perros:

Supongamos lo siguiente: estoy en una ciudad que no conozco o, en una variante, que sí conozco; consigo un mapa y acabo comprendiendo que no sirve de nada, que la diferencia entre mapa y realidad en el primer caso es evidente y en el segundo una realidad paralela ajustada por la representación en el mapa y la propia experiencia. Y supongamos que escribo un libro y que en él el mundo paralelo es la literatura, que me llamo Sergio Chejfec y que el libro es Teoría del ascensor.
El párrafo anterior recoge, no literalmente, un planteamiento de Chejfec que aparece en uno de los textos del libro. Son bastantes las ocasiones en que Sergio Chejfec habla en él del amor por las caminatas, del gusto por el deambular urbano, ese caminar que no tiene destino y que se ve abocado a la imposibilidad del conocimiento geográfico del territorio, a pesar de que sea «el mundo de la ciudad propia». Estamos lejos de lo que se ha llamado el paseo, lejos de Walser o Thoreau, incluso lejos de los artistas del walking, de los paseos por la naturaleza como búsqueda de uno mismo o del ensimismamiento, lejos de lo romántico. El autor es plenamente urbano (cita o habla desde catorce ciudades), y reconoce la imposibilidad de los mapas, lo difuso de lo conocido, la ambigüedad de los paisajes de calles y fachadas, y, por extensión y paralelismo, de las palabras, los términos y sus significados. Su caminata lo convierte a él en un observador y a la literatura en una mirada documental. Mirada documental de todo aquello que aparece o se busca que aparezca, de las historias potenciales que se encuentran en los pliegues de los mapas inútiles de las ciudades. El autor observa, pero alejándose de la metódica enumeración de documentos, objetos, situaciones. «Para un escritor, …, el mundo es una construcción verbal». El lenguaje de Chejfec se convierte en un deambular por los géneros y las palabras, definido como un sistema experiencial, «esa dimensión compartida por la realidad y la literatura llamada experiencia», pero necesitada de la suficiente abstracción para poder separarla y convertirla en objeto autónomo. Realmente, como una caminata por la ciudad.
Describir entonces el libro como perteneciente a un género no tiene sentido, como tampoco lo tiene decir que no pertenece a ninguno o que los mezcla o intercala, que me parecería otra descripción tópica. Evidentemente, seríamos capaces de decidir que en un fragmento domina el ensayo y en otro la reseña, o que aquí está la poesía de la imagen y en otro la enseñanza de la anécdota, y dónde la ironía. Describir sería una palabra ambigua y más en este caso, porque Sergio Chejfec va caminando por autores que se convierten en relatos, dobla una esquina y habla de la poesía de otros para escribir entre líneas acerca de su propia literatura, o encuentra en la observación demorada de los objetos, las palabras y sus relaciones un método de pensamiento. Como artista, no creo que deba ser de otra manera. Casi estoy hablando de una teoría de la caminata en vez de una teoría del ascensor, pero, inmiscuyéndome como artista en esta reseña, el proceso me recuerda a algunas formas personales de narrar en mi pintura, en una manera que pretende llenar los huecos que quedan entre lo observado y sus significados, entre la realidad y su memoria y olvido, entre las palabras que narran: «En mi recuerdo está presente como un abigarrado momento de historias potenciales». Desarrollar lo observado con un lenguaje es como escandir el texto de una noticia de prensa, «encontrar la idea principal multiplicada en otras distintas».

El nuevo libro de Sergio Chejfec tiene un título que podría llevar a un lector no conocedor del autor al error de pensar en esa técnica comunicativa que consiste en ser capaz de transmitir una idea en el menor tiempo posible, algo parecido a un trayecto de ascensor. La contaminación en este caso del lenguaje empresarial globalizado junto con la popularidad excesiva del microrrelato, puede hacernos creer que estamos ante textos breves e inconexos tendentes a la técnica efectista del microtexto. Nada más lejos. En el libro existe una línea que reúne los relatos que es la propia literatura del autor y sus reflejos; y también porque aquí el objeto ascensor tiene varios sentidos: por un lado, con ironía o sin ella, «el ascensor es una cabina que ofrece una concentrada experiencia de lo provisional», por otro, aparecemos ante los textos como quien abre puertas y leemos cosas nuevas o ligadas, reapariciones de las mismas ciudades o personas. A favor de la linealidad, de la coherencia y unión entre los fragmentos del libro (verticalidad o tráfico vertical de ascensor en este caso) se muestra la elección de la supresión de títulos en los textos, de un índice como tal y de optar sólo por un índice alfabético al final, todo un retrato en tránsito enumerando recorridos a través de nombres de ciudades, calles, autores, personas, organismos o supermercados. Es el único momento en que el libro se centra en la enumeración, aunque aparezcan los listados en las guías telefónicas o una relación de autores y comidas, que por lo demás no es método en el libro; lo cual, si en algún momento nos recordó al OULIPO, nos muestra un camino mucho más personal y gratificante, lleno de poderosas reflexiones.
Dice Vila-Matas en la contraportada que en los textos de Chejfec «no pasa nada, pasa sólo que son excepcionales», como también le he oído decir que donde no pasa nada es donde acaban ocurriendo más cosas. Y probablemente estemos otra vez enfrentándonos a la ambigüedad de términos y a la indecisión sobre qué es cosa o qué es nada. Lo importante es la literatura de Chejfec y sus lenguajes, sus devaneos entre lo narrado y lo real, la acción/inacción, es hallar en la escritura lo que de verdad nos interesa desde la indefinición. La narración no es tal porque no llega a ningún fin, es una manera de hablar de la literatura a través de lo literario. Incluso cuando habla de alguien parece estar usándolo para hablar de él mismo en la literatura. Y eso que cuando aparecen escritores y artistas, tanto reseñando su obra como cuando aparecen como personajes, compañeros observados o protagonistas de sus relatos, demuestra por ellos más que admiración: Saer, Cortázar y las imágenes, Roffé, Sebald, de Stefano, Bellatin y la traducción, Drumond de Andrade…
Doméstico, ordinario, mundano, provisional, difuso, caminante, digresivo, inseguridad, desorganización, caos, asertivo,
«Terminada la lectura y a punto de cerrar el libro aún ignoramos de qué se ha tratado». Y esto, dicho en las dos primeras líneas del libro, es la mejor manera de dejarnos el camino libre.

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Cuestionario básico a Julio Fuertes Tarín-Fábula de Isidoro



Julio Fuertes Tarin

Julio Fuertes Tarín responde al cuestionario básico de Miguel Sanfeliu en su blog Cierta Distancia

1.- ¿Por qué escribes?
Con la literatura y con la música intento que toda mi actividad y mi vida orbiten en torno a un conjunto de aptitudes y habilidades que cualquier persona hoy en día reconocería como “poco serias”, “poco productivas” o directamente “una pérdida de tiempo”.

2.- ¿Cuáles son tus costumbres, preferencias, supersticiones o manías a la hora de escribir?
Creo que mi gran tara es la sonoridad. No creo en una obra que no se pueda disfrutar desde todos los planos, incluido el de la peripecia. Pero sería incapaz de entregar algo que no tuviera sonido. El ideal al que tiendo es una charla entre Camilo José Cela y Diego de San Pedro en un after de ambiente.

3.- ¿Cuáles dirías que son tus preocupaciones temáticas?
Principalmente el Espíritu Santo, entendido como el principio que fundamenta las sociedades, la comunidad de los creyentes, lo sagrado de la convivencia: A cualquiera que diga alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no le será perdonado ni en esta época ni en la venidera (Mateo 12:32). Creo que es un follón considerable. También hablo de mi familia y de mis amigos, y a veces de seres de otras dimensiones y de drogas.

4.- ¿Algún  principio o consejo que tengas muy presente a la hora de escribir?
Intento desoír todos los decálogos que conozco porque la recepción siempre resulta ser mucho más divertida y airada.

5.- ¿Eres de los que se deja llevar por la historia o de los que lo tienen todo planificado desde el principio?
Normalmente, si no sé a dónde voy no me interesa mucho sentarme a escribir. Estar atento solamente al sonido de mi propia voz me parece una horrorosa modalidad de masturbación.

6.- ¿Cuáles son tusFábula de Isidoro de Julio Fuerte Tarín autores o libros de cabecera?
Mrs. Caldwell habla con su hijo, Fábula de Polifemo y Galatea, Pantagruel, Cómo escribir un cuento policíaco de G. K. Chesterton, George Lucas en general, Neon Genesis Evangelion, Boquitas pintadas, Teoría King Kong, La Batracomiomaquia. Me parecen hitos cuya fuerza gravitacional desvía inevitablemente la trayectoria textual con la que uno fantasea en su pobre cabeza.

7.- ¿Podrías hablarnos de tu último proyecto? Bien lo último que hayas publicado o lo último que hayas escrito o estés escribiendo.
Lo último que he publicado es una novela breve para Jekyll&Jill, Fábula de Isidoro, y pido prestadas las palabras de Alejandro Hermosilla, que la reseñó en el Coloquio de los perros: “Fábula de Isidoro es un grotesco relato de castizo punk. Un ácrata basta ya contra el franquismo y el autoritarismo que persisten como muros infranqueables en esa España del siglo XXI que, a ojos de Tarín, no es muy distinta de la del XVIII o la del XIX. Es una farsa sin fin que merece por tanto ser dinamitada literariamente (o vitalmente). Tal vez esté delirando. Algo que desde luego no me preocupa mucho cuando me introduzco en una obra de arte. Todo lo contrario. Lo considero necesario. O más bien, inevitable. Pero creo que Fábula de Isidoro, en realidad, es uno de los primeros eructos o cortes de manga surgidos en la narrativa española como consecuencia no tanto del 15-M sino de la total demolición de sus aspiraciones.”

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Del enebro Alejandra Acosta Hermanos Grimm

Del enebro de los hermanos Grimm en Milenio (México)



Del enebroErandi Cerbón Gómez dedica su columna en el diario Milenio (México) a Del enebro, de los hermanos Grimm:

Me da la impresión de que las características actuales del país le van impidiendo ser un escenario para la cultura histórica. Eso debería preocuparnos porque significa influir menos a nivel mundial. Espero que el espíritu de la época, aquel que proclama la presencia de un líder que rechaza la idea de que un líder dé solo órdenes, procure congruencia y descubra la vitalidad en lo vital, aunque la organización social moderna parece obedecer otras leyes implacables.
Declara Hegel en Principios de la filosofía del derecho: “La historia universal se mueve en torno de la justicia, de la virtud, de la injusticia, de la violencia y del vicio, de los talentos, de las grandes y pequeñas pasiones, de la culpa y de la inocencia”. Esto quiere decir: al margen de lo que llamamos humano, y por ello la vida posee siempre dimensiones que tienen cabida en la historia; sin embargo, nadie debe limitarse a ningún criterio tras advertir lo inagotable de la experiencia.
Entonces no basta con vivir, también hay que contar; de eso surge un género literario muy antiguo y proteico (prosaico): el cuento, imposible de interpretar desde un punto de vista estático ya que admite la posibilidad del cambio, suprimiendo el carácter excluyente del espacio y el tiempo.
Del enebro (Jekyll & Jill,2015), extraído del entrañable libro Kinder-und Hausmarchen, de Jacob Ludwig y Wilhelm Karl Grimm, inaugura una tradición que debemos hacer notar. Elaboran seductoras metáforas del mundo lindando lo natural con lo sobrenatural y manifestando cruces de variadas influencias: natalismo, botánica, odio, parricidio, canibalismo, gastronomía, ornitología, música, gremios, venganza y felicidad.
Los hermanos Grimm no desperdician la tradición de lo oral. Célebres debido a su labor filológica y germanística, moldearon lo fantástico hasta que adquiriera forma real: la vida vivida y vívida. Mediante sus investigaciones revelan misterios de la condición humana, al contar la épica de subsistir que desemboca en un previsible enfrentamiento con todo y todos. No son los sentimientos de lo bello los que toman la palabra, pero están fijados ahí, a pesar del horror.
Esta quinta edición bilingüe fue traducida directamente del Plattdeutsch, conservando su sonoridad original que pone empeño en comunicar la trascendencia de lo escrito, y así “se abre ante nosotros un mundo de magia, un mundo que todavía existe en bosques secretos, en grutas subterráneas y en la profundidad de los mares”.
Como afirma Jostein Gaarder: más allá de toda división política, cultural e histórica, el cuento proporciona a la humanidad en conjunto una “lengua materna” común.

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La cura de María Melero

La Cura de María Melero en Revista Vísperas



Marta Piñol reseña La cura, de María Melero, en Revista Vísperas:

maría melero

cubierta la curaUn libro como viaje, un viaje como rito, un rito como transformación catártica. La obra novel de la ilustradora María Melero deleita al espectador/lector con toda una serie de ilustraciones y textos que proponen un tránsito que va desde el miedo y el dolor hasta nada menos que «la cura», justo el título de la obra. A través de varias hojas compuestas por ilustraciones a página completa e impresas a todo color, quien se enfrenta a esta publicación no sólo atiende a una exposición íntima y personal de una lucha que ha vivido y experimentado la autora, sino que, de algún modo, se convierte en cómplice y partícipe de la misma en la medida en que María Melero le transmite una suerte de secreto: cómo ha encontrado este remedio. Por ello, la lectura supone ir más allá de un relato impersonal al que te puedes aproximar desde la distancia; implica, en cambio, acercarte a una narración compuesta por imágenes y textos en la que la ilustradora expone su paso de un estado inicial de parálisis, miedo e inseguridad, a la decisión de enfrentarse al peligro, asumir el combate sin antídotos ni trampas, aceptando la vulnerabilidad porque justamente es ahí donde reside la fuerza y, al final de todo ello, se esconde la cura.

Un viaje, pues, introspectivo, que convierte esta obra en un ejercicio de sinceridad, en un acto de desnudarse para transmitir un proceso íntimo y personal, lanzándolo al espectador para que tome el testigo y sea capaz de enfrentarse a sus propios miedos y a sus propios monstruos. Porque como ya dijo una vez un gran pintor, «el sueño de la razón produce monstruos», y es que, a veces, la solución no pasa por acudir a la parte más racional sino en ser capaces de indagar en aquello más íntimo, visceral o inconsciente. Las ilustraciones de esta artista apelan, de manera directa, al inconsciente de quien las mira y actúan no sólo como meras imágenes concisas y cerradas sobre qué es el miedo, sino que evidencian la estrecha línea que existe entre lo onírico y la vigilia, entre el interior de uno mismo y la canalización de las vivencias y los temores que fluyen desde el exterior hasta el yo más profundo. Y es que el temor y el miedo han sido, claro está, el motor que ha puesto en marcha numerosos mitos y sus consecuentes ritos que han pretendido acercarse y dar forma a esas emociones tan puras e inefables.

Por ello, resulta extremadamente adecuada la introducción que plantea en esta obra Jessica Aliaga Lavrisjen y sus alusiones a la mitología, a Freud, a los arquetipos de Carl Gustav Jung o a los ritos de paso de Arnold Gennep, pues establece muy bien los fundamentos en los que reposa este libro que, en el fondo, se aproxima a la transformación ritual como cura a partir de una exposición de sensaciones y procesos internos propios. Y estos se expresan a través de unas imágenes que surgen de su inconsciente y, por ello, penetran en el nuestro. Sucede así porque carecen no sólo de filtros sino también de una tradición y tipificación visual concreta según la cual una determinada forma equivale a un significado preciso; por el contrario, se recurre a imágenes despojadas de convenciones para que funcionen, justamente, como esas formas primigenias, sin tamiz alguno, emanadas y disparadas desde el inconsciente.

Además, estas se ofrecen al receptor de un modo directo y se acrecienta la idea de vivencia personal por medio de un texto escrito en primera persona y que no se anda con rodeos: la primera palabra de todo el libro es miedo, así como también es la primera que viene acompañada de una imagen, un perro, clara representación de esos temores que devoraron, en el sentido más literal —y visual, en este caso— a la autora. Por otra parte, también en este mismo texto se explicita que esta emoción afecta a todos los animales y, por tanto, también al lector, indicando exactamente lo siguiente: «El miedo puede ser real o supuesto, presente, futuro o pasado. Es una emoción natural al riesgo o a la amenaza y se manifiesta en todos los animales, eso te incluye a ti. Puedes leer esta definición en cualquier parte, sentirla ya es otra cosa». Esa voluntad de subrayar que el ser humano es un animal supone desprenderlo, claro está, de todos esos ropajes de racionalidad, así como también en estas frases se advierte una voluntad de interpelar al lector de manera directa, de eliminar cualquier distanciamiento, subrayando la importancia del «sentir», de aquello sensorial. De poco o nada sirve conceptualizar el miedo si no se siente. Y eso es justamente lo que evita esta obra: no teoriza sobre qué es el miedo y cómo nos afecta, sino que expone un sentimiento personal, un mirar frente a frente al temor y cómo en ese viaje se logra una cura.

la cura 3la cura 5la cura 4Mayor protagonismo tiene, sin embargo, la imagen que la palabra. De este modo, una serie de conceptos como «El miedo», «La lucha», «El veneno» y «La cura», tienen sus correspondientes ilustraciones y se simbolizan a partir de múltiples animales y seres monstruosos que funcionan como traducciones oníricas o del inconsciente, realizadas con unos colores muy vivos y con un estilo muy personal, totalmente liberado de convenciones o patrones concretos. Además de su indudable calidad artística como demostración de una gran capacidad inventiva e imaginativa, otro acierto de esta obra es la decisión de haber mantenido ciertas palabras tachadas, pues contribuye a reforzar esa idea de escritura automática, de ese emanciparse de los filtros de la razón y mostrar el resultado como, tal vez, un libro procesual; o en otras palabras, como fruto de un proceso y no como una reflexión fría y analítica, exponiendo y dando visibilidad a ese yo más interno.

Resulta muy interesante, hoy en día, esta noción de la existencia real de alguna cura para algo, de ahí que el libro tenga un final optimista y se constituya en la exposición de un ejercicio de autoconocimiento que se ofrece al lector dándole las herramientas para que pueda encontrar esa sanación, comunicándole ese rito de paso. Esta publicación se convierte, pues, en un ejercicio de honestidad y generosidad. Sin duda, lo mejor del arte es que cuando se acaba una obra y se ofrece al público, esta ya pasa a ser del público; en este caso, todavía va más allá: se libera y se ofrece, en circulación abierta, un proceso, un viaje terapéutico del síntoma a la solución por medio de un libro de contenido directo, cercano y comunicado sin ambages. Constatamos, pues, que todavía hoy se puede creer, sin resultar anacrónico, en el valor catártico de una obra.

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Tantas Mentiras Paco Inclán

Tantas mentiras de Paco Inclán en Revista Ñ



Paco Inclán

Con motivo de la publicación del libro Tantas mentiras, doce actas de viaje y una novela, de Paco Inclán, la revista Ñ publicó el relato «LOS OTROS ASSANGE»

Tantas mentiras, doce actas de viaje y una novela (Jekyll y Jill) incluye un esperpéntico secuestro en una cafetería de Bogotá, un paranoico espionaje a tres excarpinteiros en una parroquia gallega, un hotel en la frontera colombo-ecuatoriana, un festival de cine en el Sáhara, un acto zapatista en el Zócalo del D. F., una encrucijada en la embajada de Corea del Norte en México. El narrador observa, transmitiéndonos una crónica fragmentada del encuentro entre las propias vivencias del narrador y las vicisitudes de sus prójimos —tan extraños como cercanos— con los que se va encontrando en su obstinado deambular.

Su autor, Paco Inclán (Valencia, 1975), es editor desde el año 2008 de la revista de arte y pensamiento Bostezo. En los últimos años ha participado en varios proyectos que lo han embarcado en una experiencia viajera constante: Feria del Libro de Malabo (Guinea Ecuatorial, 2014), residencia artística en Montalvo Arts Center (California, 2013), proyecto radiofónico La radio como herramienta para la construcción de la paz (frontera colombo-ecuatoriana, 2012) o una residencia artística de la Fundación Campo Adentro en Alg-a Lab (Valladares, Vigo, 2011), entre otros.

Ha investigado la época dorada (1924-1952) de la pelota vasca en Catalunya (Institut d’Estudis Catalans-Eusko Ikaskuntza, 2003) y la etapa de Max Aub como director de la radio y la televisión de la Universidad Nacional Autónoma de México (Fundación Max Aub, 2000). Durante una estancia de dos años en México (2005-2007) fue columnista dominical del diario Milenio y asiduo colaborador de la revista Replicante. Ha publicado La solidaridad no era esto (La Tapadera, 2001), El País Vasco no existe (La Tapadera, 2004), La vida póstuma (Fides Ediciones, México D. F., 2008) y Hacia una psicogeografía de lo rural (Fundación Campo Adentro, Madrid, 2011). La ilustración de cubierta de Tantas mentiras, doce actas de viaje y una novela es obra de Víctor Coyote Aparicio.

 

 

LOS OTROS ASSANGE

Dirección General de Extranjería de la República del Ecuador,
avenida 6 de diciembre (entre La Niña y avenida Colón), Quito

Pasé cuarenta horas encerrado con otros extranjeros
en la Dirección General de Extranjería de Ecuador.
Todos esperábamos lo mismo: una firma.

Paradójicamente, el primero en perder los nervios ha sido un monje budista que, en inglés tibetano, ha soltado una serie de improperios que no he logrado entender del todo. Al parecer tiene prisa pues de madrugada debe viajar a la ciudad de Ambato para impartir una conferencia sobre cómo acceder a la paz espiritual. Ataviado con su túnica naranja, hacía apenas un rato que con gesto afable nos había estado repartiendo unos folletos sobre meditación al grupo de veinte extranjeros que permanecemos encerrados desde ayer por la mañana en la Dirección General de Extranjería de Ecuador. Esperamos con ansias la llegada de un señor al que los funcionarios nombran como El Embajador, que es el único que puede autorizar con su firma nuestros visados. Nos aseguraron que aparecería antes de las cuatro de la tarde. Son las diez de la noche del día siguiente.

La oficina cerró oficialmente ayer viernes. La información es confusa: a medianoche de hoy sábado entrará en vigor una nueva ley de extranjería y los funcionarios no nos aseguran si sus efectos serán de carácter retroactivo. De serlo nuestros trámites quedarán invalidados en un par de horas. Ningún extranjero se atreve a moverse de allí hasta que el mentado «embajador» firme sus documentos. Yo tampoco. La sola idea de tener que comenzar de cero la tramitación de mi visado me hace mantenerme firme en esta oficina ubicada en la avenida Colón de la ciudad de Quito. Habían sido meses de espera para conseguir que una funcionaria sin rostro del consulado de Ecuador en Valencia me autorizara la entrada en el país, previo pago de ciento veintiséis euros, no sin antes atormentarme con una serie de quebraderos burocráticos a través de notarías, colegio de médicos, detectores de metales, laboratorios de análisis sanguíneos, el ambulatorio, justificante de antecedentes penales, «vacíe sus bolsillos y deje sus pertenencias sobre la bandeja», vacunas, pago de tasas, detectores de metales, fotocopiadoras, «quítese el cinturón», fotografías tamaño carné con fondo azul y el cajón de mi infancia donde guardo mis amarillentos expedientes académicos. Tras cuatro meses de idas y venidas, a punto de tirar la toalla, obtuve un visado de entrada como misionero, ante la imposibilidad de que se me expendiera uno de cooperante o trabajador foráneo, estatus más relacionados con mi actividad a desarrollar en Ecuador. «Para eso usted debería acudir a la embajada en Madrid». Era 18 de marzo y estaba a punto de comenzar la mascletà en la plaza del Ayuntamiento de Valencia. Miles de personas jadeaban sudorosas al otro lado de la ventana del consulado. «No, no, está bien, póngame de misionero», decidí para acabar rápido con esto. Pero todavía faltaba que desde la Dirección General de Extranjería en Quito me firmaran el visado, un trámite que debía solicitar dentro de los primeros treinta días de mi entrada en el país andino, donde aterricé anteayer.

Lo peor ha sido pasar mi segunda noche en Ecuador en esta sala burocrática, donde un par de televisores repiten machaconamente amables anuncios gubernamentales que dan la bienvenida a los extranjeros. Los que hemos tenido más suerte hemos dormido sin cerrar los ojos sobre incómodos asientos de plástico; los demás han pernoctado de pie y durmiéndose abrazados a los pilares. A media noche una religiosa haitiana ha comenzado a usar mi hombro de almohada. Al amanecer, cuando llevaba unos cuarenta segundos durmiendo, me ha despertado una llamada de mi madre desde España. Le he dicho que estoy bien, sin entrar en detalles. Con la llegada del día, algunos, como el monje budista, han comenzado a exteriorizar su nerviosismo, aunque también es cierto que entre el grupo han surgido espontáneas relaciones de efímera amistad que ayudan a mejorar la atmósfera matutina; nos animamos con la esperanza de que El Embajador llegue hoy temprano. A partir de las primeras veinticuatro horas en el interior de un edificio institucional entra el síndrome de sentirse superviviente de un alud o un naufragio; al menos me gustaría regresar media hora al hotel para cambiarme de calzoncillos. Con nosotros permanecen encerrados cuatro funcionarios de la Dirección General y un par de miembros de seguridad, un hombre y una mujer, que tratan de apaciguar los ánimos, pero sin ofrecer ninguna respuesta a nuestras demandas. «Lo estamos pasando tan mal como ustedes», alega un funcionario. Algo de razón tiene, al menos han dormido igual de jodidos que nosotros. Y han cumplido su promesa de no irse hasta que El Embajador llegase.

Quizá asustados por los improperios del monje budista, los burócratas, que permanecen desde ayer tarde agazapados tras unas ventanillas, proponen que los religiosos tengamos prioridad a la hora de tramitar nuestros visados. Los demás aceptan resignados: «Los asuntos de Dios siempre van primero», dice con sorna un cubano. Nos acercamos a la ventanilla el tibetano malhumorado, un pastor protestante de Boston, la monja haitiana y yo, como falso misionero. Entablo una ligera amistad con el pastor que me explica su misión evangelizadora en el norte de Ecuador apoyándose en algunos pasajes de la Biblia. Me cuenta que él lleva tres años y unas veinte visitas a la Dirección General sin haber conseguido que El Embajador acepte a trámite su visado. Todo este tiempo lo ha pasado con un permiso provisional. «Es por ser gringo, el gobierno se piensa que todos somos espías», se queja sonriente. Incluso ha tenido que regresar a Estados Unidos a causa del papeleo. Apenas le queda una semana de permanencia en el país, con lo que, con suerte, hoy conseguirá legalizar su residencia en Ecuador, cuando está a punto de abandonarlo. Necesita ese papel para solventar unas cuestiones burocráticas en su país, me dice en un castellano bastante lamentable que salpica con palabras, como suplicio o bagatela, que parecen memorizadas de un diccionario. Me preocupa su historia; es mi primera vez en la Dirección General de Extranjería y aspiraba a que también fuese la última.

Un funcionario recoge los papeles de los religiosos —incluidos los míos— y desaparece con ellos a paradero desconocido. Tarda cuarenta y cinco minutos en regresar sin más información que El Embajador todavía no llega. En la espera, los otros funcionarios, tan amables como desconcertantes, han recogido para ganar tiempo las peticiones del resto de extranjeros, entre los que se encuentran un surafricano, cuatro haitianos, tres colombianas —y la bebé de una de ellas—, unos cubanos que esperan poder acceder a la reagrupación familiar (todos afirman ser primos o hermanos), una señora teutona que no abre la boca y una chica italiana que va descalza y que de vez en cuando nos deleita con alguna contorsión de su vientre. También hay un grupo de indígenas que, a pesar de vivir desde hace siglos en el interior de la Amazonia ecuatoriana, nunca se habían molestado en registrarse en ningún lado; les acompaña un antropólogo canadiense que es el que les está tramitando la nacionalidad. «Son ecuatorianos sin serlo por lo que no tienen acceso a ningún tipo de servicio público, claro que ahora falta que algún servicio público llegue hasta donde viven ellos», le explica en inglés al pastor protestante. Por lo que entiendo es una comunidad a la que se accede tras unas quince horas viajando en canoa.

Todos los haitianos afirman ser periodistas. Y no solo ellos; también una dominicana, dos argelinos, algunos cubanos, las colombianas, un paraguayo y un muchacho del Surinam, país del que desconozco su gentilicio. Gente que ayer viernes no dijo ser periodista, hoy sábado sí que afirma serlo. Hace apenas dos semanas que el gobierno ecuatoriano ha concedido asilo político al fundador de Wikileaks Julian Assange a través de su embajada en Londres, en la que se ha refugiado para evitar su extradición a Suecia, donde está encausado por dos supuestos delitos de violación y acoso sexual. El presidente Rafael Correa ha declarado que otorgar el asilo a Assange supone evitarle una hipotética extradición a Estados Unidos, donde podría ser condenado a pena de muerte por traición y espionaje. Para algunos analistas, Correa se ha apuntado un tanto ante la comunidad internacional en la defensa de la libertad de prensa, al mismo tiempo que es criticado por su persecución política a los medios de comunicación más conservadores del país. La maniobra del presidente ecuatoriano ha provocado una avalancha de solicitudes de cientos de personas que afirman ser periodistas y estar también siendo perseguidos como Assange. Por Internet se ha corrido el rumor de que Ecuador tramitará el permiso de residencia de las personas que se introdujeron ilegalmente en el país si demuestran que llegaron huyendo de amenazas sufridas en el ejercicio de su labor periodística. El gobierno lo ha desmentido, pero ya es tarde: el bulo ya circula por todo Quito y otras ciudades. Las autoridades se han comprometido a estudiar minuciosamente caso por caso, lo cual alarga los procesos. La mayoría de solicitudes están bajo sospecha, a sabiendas de que certificados de licenciatura en Periodismo son ahora una demanda en alza en el mercado ilegal de documentos.

El trío de colombianas, chillonas y dicharacheras, increpa con guasa a los funcionarios; contrasta la verborrea y la animosidad de ellas con la molicie de ellos, que tratan de saldar con beatíficas sonrisas su impericia para solucionar el desaguisado. Mientras la italiana danza por medio de la sala, una de las chicas colombianas me pregunta por qué y desde cuándo las mujeres en Europa ya no se afeitan los sobacos. No sé qué responderle. El ambiente es amable, podría ser peor para lo que estamos sufriendo. De alguna manera se crea un ligero sentimiento de solidaridad grupal a través de un problema colectivo, lo cual nos lleva a compartir víveres, cachitos biográficos, llamadas de móvil y caramelos. Animados por la italiana armamos una programación intercultural, un improvisado festival de las naciones: una dominicana nos cuenta la receta del sancocho, un haitiano nos regala un baile relacionado con el vudú y el pastor protestante nos cuenta las diferentes versiones del pecado original de Adán y Eva en los libros sagrados de cada una de las tres religiones monoteístas, un tostón que provoca que la atención del público se disperse. El chico de Surinam divierte sin pretenderlo a las colombianas, que no se acaban de creer que en Surinam, un país cuyo nombre nunca habían escuchado, hablen una especie de holandés y esté en Sudamérica. «Surinam es mentira», le dice una, la más coqueta. El muchacho, que apenas entiende el español, le dibuja el mapa en su espalda. Ella le sonríe y siguen jugando. Mientras, el monje budista trata de calmar su ira jugando a matar marcianos en su BlackBerry que se convierte en nuestra conexión con el mundo exterior. Le pedimos que nos lo preste para averiguar si con la entrada en vigor de la nueva ley de extranjería nuestros trámites anteriores quedarán invalidados, pero no encontramos ninguna página que nos lo aclare.

Desde ayer noche algunos allegados de los extranjeros retenidos, que les avisaron cuando vieron que sus trámites irían para largo, han montado guardia ante la puerta del edificio. Cada cierto tiempo se arma un alboroto en la entrada por la negativa de los vigilantes de seguridad a permitirles el acceso al interior de la sala; los que estamos dentro no nos atrevemos a salir, los que están fuera no pueden entrar, lo cual enrarece el ambiente. Un grupo, comandado por los cubanos, se amotina ante las ventanillas solicitando una solución inmediata. «Vamos a poner una bomba», grita una muchacha colombiana, con un notorio retintín sarcástico que los funcionarios no captan. Se monta un pequeño revuelo en la sala. En ese momento, la vigilante extrae una pistola de su cartuchera con la que nos convence a todos para regresar a la zona de los asientos, mientras ella accede a las ventanillas y comienza a poner orden con el tema de los papeles. Según me cuenta el pastor evangélico, y después de veinte visitas a la Dirección General de Extranjería sabrá de lo que habla, los funcionarios se han incorporado a sus puestos hace apenas un par de meses, razón por la que muestran tal nivel de desorganización, por lo que es la vigilante, que lleva más de quince años en el mismo puesto, la que suele acabar encargándose de la tramitación de los visados. Los funcionarios la conocen como La Embajadora. Por su carácter marimandón, pero también porque se rumorea que mantiene un affaire con El Embajador.

Lo cierto es que la imagen de esa mujer blandiendo un arma consigue por fin organizarnos. Vamos pasando uno por uno a contarle nuestro caso. La mujer recoge los papeles que faltan y se los sube por unas escaleras. Por la puerta principal entra un hombre de barba blanca y trajeado; tiene prisa, desaparece raudo de la escena. «Es él, El Embajador», nos confirma el pastor. Por fin parece que se solucionará algo más o menos rápido. Son casi las once de la noche, me aterra la idea de volver a pasar la noche aquí de nuevo, casi más que mis papeles queden caducos. Ha transcurrido día y medio desde que entré en esta sala que solo abandoné ayer al mediodía para comprarme un sándwich. Desde entonces hemos ido comiendo de un puesto ambulante de perritos calientes que se ha instalado en la puerta y que nos ha ido sirviendo hot-dogs con mostaza a precios populares para, más que el hambre, matar el tiempo.

A pesar de la llegada de El Embajador, los papeles no bajan. Algunas voces rumian que a saber qué estarán haciendo ahí arriba El Embajador y La Embajadora. La imagen de ella, libidinosa, metiéndole la pistola en la boca me turba por un instante. Los familiares que permanecen fuera pierden la poca paciencia que les queda. Me asomo a la puerta para pedirle a un señor si puede traerme una coca-cola. Le doy cinco dólares. Ya no regresa. Pregunto por él. Al parecer no es familiar de nadie. Pasaba por allí y se acercó a ver qué sucedía.

La chica italiana pasa una bolsa rota de supermercado pidiéndonos limosna —«incentivo económico», lo llama ella—, por habernos entretenido durante toda la jornada con su danza del vientre. Apenas consigue diez dólares. «Espero que le llegue para comprarse calzado», comenta la misma mujer que anteriormente se preocupó por el vello de sus sobacos. La vigilante de seguridad, todavía con pistola en mano, regresa con un montón de papeles. Empieza a nombrar gentes que no están, lo cual desmoraliza a los presentes. Al parecer, El Embajador ha comenzado a firmar autorizaciones sin priorizar a los que permanecemos desde ayer en la sala. Una de las cubanas toma el mando y apunta en un papelito nuestros nombres para que El Embajador los tenga en cuenta a la hora de firmar los visados. La Embajadora se los vuelve a subir. Todavía se demorará media hora más. Fuera, los allegados de los extranjeros hacen ademán de querer invadir a la fuerza la sala. De repente, después de varios intentos fallidos, brota un cántico desafinado entre el murmullo: «Somos Assange, somos Assange», corean al unísono las laringes de aquellos hombres y mujeres; también yo, poco propenso a este lirismo de aires futboleros, me dejo arrastrar por la euforia colectiva. «Somos Assange, somos Assange». Los argelinos lo gritan dándose fuertes golpes en la cabeza, las cubanas marcan las sílabas tónicas con sus caderas, la italiana mueve el vientre y los haitianos esconden entre sus párpados el iris de sus ojos. La bebé rompe a llorar y la señora teutona que no abre la boca balbucea entonces una serie de improperios que nadie entiende pero que suenan feos. El budista tibetano está perdiendo los nervios. Los miembros de seguridad asumen que la situación se les está yendo de las manos y solicitan refuerzos. En diez minutos aparecen una decena de patrullas de las que bajan policías de varios cuerpos para dispersar a la pequeña multitud que se amontona en la entrada. «El Embajador podría haber sido tan rápido», comenta la colombiana que antes bromeaba con hacer estallar una bomba.

Finalmente bajan los documentos firmados de los que sí estamos en la sala. No de todos, algunos tendrán que regresar a entregar documentación faltante. Contrasta la alegría de los que estamos admitidos con la pesadumbre de los que, después de cuarenta horas, reciben la noticia de que no obtendrán su visado, aunque los funcionarios les garantizan, sin mucha fe, que la nueva ley de extranjería no tendrá efectos retroactivos. La vigilante de seguridad comienza a repartir los pasaportes. Los religiosos —que supuestamente habíamos gozado de prioridad divina— somos los últimos en ser nombrados por una lógica burocrática: fuimos los primeros en entregar los papeles, con lo que quedaron amontonados debajo cuando subieron el resto. «Los últimos serán los primeros en el reino de los cielos», bromeo con el pastor protestante, que no me ríe la gracia. Mientras, a mis espaldas, el monje budista —que no entiende el español, lo cual acentúa su incomprensión ante la situación— pierde la paciencia y, con ella, los estribos: agarra una silla y la lanza contra un funcionario que salía del baño. El hombre comienza a sangrar abundantemente por su ceja izquierda. La Embajadora abandona la gestión de los papeles. Los policías que retienen a la muchedumbre en la puerta hacen acto de presencia en el interior de la sala, lo cual aprovechan los familiares para acceder al recinto. Se abrazan con los que estaban dentro, cae alguna lágrima. Entre unos diez policías y La Embajadora, que está en todos los frentes, tratan de inmovilizar al monje, que les ofrece resistencia, y se lo llevan a rastras tirando con fuerza de su túnica, que acaba desgarrada. Todo indica que, a pesar de tener el visado en regla, deberá suspender su conferencia de mañana en Ambato. Mientras, es la señora cubana la que, aprovechando el alboroto provocado por la silla, la sangre, los familiares, la policía, La Embajadora y el budista, recoge los papeles que hay sobre el mostrador y se hace cargo de ellos. Los timoratos funcionarios, conscientes de que la situación requiere ser desatascada, le dejan hacer. «Armen una fila, por favor», nos grita con una firmeza inusual en estos lares. Uno a uno, sin prioridades, va repartiéndonos los documentos. «Es lo que tiene haber vivido en un país donde la mitad del día te la pasas haciendo cola», se ufana.

Cuando faltan cinco minutos para medianoche recupero mi pasaporte con la firma estampada de El Embajador y el cuño necesario. Me siento aliviado. Y muy cansado. Han pasado cuarenta horas. Comienzo a despedirme de «los otros Assange»; unos ríen, otros lloran. El pastor de Boston, por fin, consigue su visado. El chico de Surinam abandona el edificio con la muchacha colombiana, que al parecer quiere conocer con mayor detalle algunos aspectos del país que es mentira. Mañana la bebé cumplirá su primer año de vida. Su madre me cuenta que tenía dos semanas la primera vez que entraron en la Dirección General de Extranjería. Nació en el taxi que les cruzaba la frontera colombo-ecuatoriana, entre Ipiales y Tulcán. Esa tierra de nadie que separa Ecuador de Colombia era clave para el futuro de ambas. La mujer huía de su país por unos «problemas» que no me llega a especificar. Le horroriza la idea de tener que regresar. Hoy, por fin, con la firma de El Embajador ha quedado refrendado que su hija nació del lado ecuatoriano, por lo que podrán tramitar sus permisos de residencia. Si yo estoy contento, ella se muestra exultante; no hay dos biografías iguales: ellas se jugaban mucho más en este trámite. Por si fallaba, también se había comprado un título de licenciada en Periodismo, de esos que vendedores ambulantes ofrecen desde hace dos semanas por cien dólares en la acera de enfrente.

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Incertidumbre

Incertidumbre de Paco Inclán en Ni un día sin libro


IncertidumbreEl blog literario Ni un día sin libro reseña Incertidumbre, de Paco Inclán:
En uno de esos instantes únicos, luminosos, en los que llega a tus manos  un libro como Incertidumbre, el mundo se detiene, y todos los libros anteriores – los que escriben la historia de nuestra relación con la literatura – dejan de tener sentido sin la suma de este.
Son esos instantes los que hacen que todo esto merezca la pena (leer, reseñar, descubrir). Hallar un libro como Incertidumbre me ha hecho querer recomendarle su lectura a todo aquel con el que me he cruzado desde que lo leí. Impulso natural cuando algo que has descubierto te entusiasma y que reconsideras tras una mínima reflexión: efectivamente, Incertidumbre no es un libro para cualquier lector. Incertidumbre te elige a ti.
¿Qué es Incertidumbre? Pues es un libro de viajes atípico, un recorrido personal del autor a lo largo del mundo buscando, explorando algunas de sus inquietudes vitales, crónica de reportajes dignos atemporales, lejanos a cualquier atisbo de actualidad. Es todo eso y mucho más. Para que os hagáis una idea, cada uno de los capítulos de Incertidumbre podría ser en reportaje digno de ser publicado en Panenka o Jot Down, con un toque disparatado, surrealista, ajeno a cualquier tipo de moda, cuyo interés reside paradójicamente en su en principio absoluta falta de interés.
Las historias de Incertidumbre llevan al autor a los puntos más dispares del planeta (y del ser humano) para: conocer el conflicto norirlandés de cerca a través de la experiencia de un partido de fútbol gaélico en un pub, explorar una suerte de encuentro a medio camino entre la literatura y el cruising en Formentera, vivir una experiencia surrealista en el Sahara con un eructo como protagonista, buscar en Islandia al escritor ¿vivo? más importante de la historia de la isla, entrevistarse con el ganador del concurso para ponerle letra al himno de España hace unos años y descubrir que hasta en las historias mínimas uno es capaz de encontrar la grandeza, o descubrir la azarosa vida de un español – una suerte de Coronel Kurtz – en Guinea Ecuatorial en un ejemplo que supone una patada en la entrepierna al choque intercultural entre pueblos.
En definitiva, pequeñas historias, gran literatura intergénero, pura magia.
Para terminar, el libro incluye un capítulo más amplio que los anteriores, Hacia una ppsicogeografía de lo rural, el testimonio escrito de un experimento sociocultural que el autor llevó a cabo en una aldea cercana a Vigo. Una deliciosa rareza única y difícil de describir en unas pocas líneas. Un regalo eque sirve de epílogo perfecto para este libro extraordinario.
Leyendo Incertidumbre he disfrutado como cuando comes con las manos tu comida favorita, relamiéndote los dedos, masticando con la boca abierta porque nadie te ve. He reído a carcajadas, ante la mirada sorprendida de mi compañera de cama, con la que he compartido en alto párrafos enteros de estas historias de la vida dignas de toda enciclopedia apócrifa que presuma de serlo.
Mención especial merece la edición de Jekyll&Jill. La editorial de nuevo marca distancias en el panorama editorial concibiendo cada libro como pieza única, obra artística que enriquece la experiencia lectora y puede enloquecer al enamorado del libro como objeto básico sin el que no se concibe esta adicción. Con Incertidumbre lo han bordado. Han creado un clásico en forma y fondo, una preciosidad cuya mejor explicación es verlo y tocarlo. Víctor, nunca dejes esto por favor.
Os advierto, ha nacido un clásico que no te debes perder.

Teoría del ascensor de Sergio Chejfec por Miguel Ángel Hernández en Ñ



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.indd Miguel Ángel Hernández escribe sobre Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en Eñe, revista para leer:

«Terminas de leer Teoría del ascensor, el libro de Sergio Chejfec que ha publicado la editorial Jekill & Jill. Chejfec es otro de tus autores de referencia. Y este es un libro extraño. No es un ensayo, no es una novela…, es un libro, un texto más allá de cualquier clasificación, un cúmulo de reflexiones sobre la ciudad, los transportes, el lenguaje, el idioma, la escritura, los escritores, el espacio, las relaciones…, en realidad, todas las cuestiones que preocupan a la literatura de Chejfec. Una literatura que es puro pensamiento, inteligencia desplegada. Pocos autores son capaces de observar y llegar a tocar la esencia de la realidad con tanta minuciosidad y precisión como él. Su escritura es una máquina de análisis del presente. Demuestra que la literatura sigue teniendo una función fundamental: la de desvelar el mundo en el que vivimos.»

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral, de Rubén Martín Giráldez, por Cristian López García



Magistral de Rubén Martín GiráldezCristian López García dedica una reseña a Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en Nada o el ardor:

Rubén Martín Giráldez cree que el castellano es un lenguaje o lenguajo que ya no da más de sí. Los grandes nombres de la literatura española de hoy (?), los que venden mucho y ganan premios amañados, ya no usan el castellano como solían hacerlo o solía hacerse o quizá nunca lo hicieron; de casta a caspa, con el lenguaje y la literatura dejados de la mano de Dios, sólo contribuyen ya talando árboles y ocupando espacio en librerías. Esto no lo digo yo sino Rubén Martín Giráldez, o por lo menos su homónimo narrador de Magistral, el libro en el que un libro llamado Magistral revoluciona el panorama literario gracias a un uso, por fin, ni académico ni acomodado del castellano.

Ante un lenguaje agotado, exangüe, la única solución es abandonarlo sin mirar atrás. Mudarse a otro lenguaje o crear uno nuevo, mejor que el anterior. Rubén Martín Giráldez el autor construye en su Magistral metalibro una diatriba contra un idioma agónico o más bien contra aquellos que lo utilizan mal y sin ganas, los lectores que les bailan el agua y los editores que no arriesgan, y consigue escapar de la caterva de literatos españoles a la que pertenece por definición y critica con razón, todos esos “[…] individuos aquejados de corrección, libretistas muertos de miedo de hacer una frase que no se entienda a la primera, copistas locos por evitar la menor arruga en la frente de su dios hipnótico, el lector“.

Y esto lo lleva a cabo con la mejor arma de que dispone: un castellano exigente, vasto y juguetón, sobrecargado en ocasiones y envidiablemente iluminador casi siempre, que produce a partes iguales sonrisas cómplices, cabreos y necesidad de consultar el diccionario. Ya saben cuánto me gustan a mí los libros de lenguaje lúdico, rarunos y/o meta: Magistral no es una excepción. Si bien siento que se me escapan muchas cosas, que merecería una relectura más pronto que tarde, la experiencia me ha servido para conocer a un autor interesantísimo y perlas como la que sigue. “Al escritor español de hoy no hay por dónde empezar a matarlo. Hay que tener arrestos para escribir con el lenguaje crudo con el que uno piensa, y si uno piensa en el idioma de los informativos nacionales, quizás es mejor que pierda el tiempo en pérdidas de tiempo de muy otra clase“. Amén.

[Citas extraídas de “Magistral” de Rubén Martín Giráldez. Ed. Jekyll & Jill, 2016.]

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Incertidumbre

Incertidumbre de Paco Inclán en Diario de León



Nicolás Miñambres reseña Incertidumbre, de Paco Inclán, en el Diario de León:

Atractivos de la rareza

Hay que advertirlo de entrada: Incertidumbre, el libro de viajes de Paco Inclán, es una gratísima sorpresa literaria. Sus recorridos por el mundo suponen el descubrimiento de espacios desconocidos casi o la presencia de tipos concretos, vulgares, a los que la vida convierte en raros e inesperados.

Es difícil explicarlo, pero cualquier lector descubrirá pronto el atractivo de esta clave literaria. Hay que considerar que, en apariencia (aparte de la rareza de la temática) no hay nada común en los relatos. Es algo que se observa en el que abre la obra, Dar la cara por Irlanda, una especie de anticipación del país, rematada con un extraño sentido de la melancolía. Si repasamos el resto de los cuentos, lo de Incertidumbremenos es que nos encontremos con países de cuya existencia apenas tenemos noticia, en los que la vida de los personajes es curiosa e inesperada. Al narrador le interesa el desbarajuste que su comportamiento provoca en su quehacer bienintencionado, originado, por ejemplo, con la búsqueda del dedo de un santo. O las situaciones humorísticas que provoca la persecución de Snorri, un santo medieval a quien el narrador imagina vivo. Sorprende el retrato del personaje de El hombre que pudo ser Paulino Cubero, premiado oficialmente por componer un himno. O la convivencia de un valenciano con los negros de un pueblo nigeriano. No falta el agobio de la hospitalidad… Todo ello se transforma en situaciones que alcanzan la condición humorística de la literatura del absurdo.

La segunda parte del libro, Hacia una psicología de lo rural, presenta algo inesperado: la aparente seriedad científica del título choca con un método de estudio especial, la antropología de lo rural que el autor lleva a cabo desde un contenedor en Valladares, en las afueras de Vigo. No cabe mejor sentido de la caricatura de la ciencia. Ambas partes se convierten en el modelo de excelente literatura de viajes, poco esperable, casi nunca escrita.

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Teoría del ascensor en el blog Mi palabra en tu vientre



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddM. Carmen Márquez reseña Teoría del ascensor,  de Sergio Chejfec, en su blog literario Mi palabra en tu vientre:

Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956) es un escritor argentino que actualmente da clases en NYU. Entre sus obras podemos destacar Lenta biografia (1990), Los incompletos (2004) o Últimas noticias de la escritura (2016).

El escritor argentino nos pone frente a las relaciones que entablamos con los demás y con nosotros mismos mediante nuestras experiencias. Pone a prueba al lector y le hace partícipe de este juego llamado literatura.

Chejfec no quiere que seamos una pieza aislada de este proceso sino que pongamos en práctica todo lo que sabemos.

El autor se detiene a explorar los posibles mundos que existen en los trabajos de otros escritores, como Mercedes Roffé o Martín Caparrós, y muestra que todas las realidades que relatan y/o imaginan son posibles. Todas tienen cabida y pueden ser ciertas dependiendo del punto de vista en que se traten.

Por otro lado, se adentra en las capacidades que tiene la literatura, como puede ser la traducción y su difícil tarea. Chejfec nos plantea un asunto bastante interesante: el objeto que por serlo ha de representar o no lo que físicamente es; quiere decir que cada cosa por sí sola e independientemente tiene un significado y no ha de vincularse siempre a sus semejantes por compartir aparentemente sus rasgos.

Esta Teoría del ascensor se deshace en las manos, en el buen sentido de la expresión, ya que Sergio Chejfec comparte su saber y sus reflexiones de una manera exquisita, interesante e intensa. Una joya literaria desde nuestro punto de vista.

Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, por Patricio Pron


Patricio Pron reseña Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en su blog de El Boomeran(g):
A la fantasía cultural de una lectura «veloz» para la que existirían técnicas específicas, la literatura parece haber respondido, por una parte, con la aceleración de la velocidad de desplazamiento del libro en tanto mercancía, devenida prácticamente instantánea con su pérdida de materialidad; y por otra parte, mediante la adopción de procedimientos que tienden a la constitución de una literatura asertiva, formalmente simple y temáticamente redundante, de la que se excluye todo aquello que pudiese entorpecer (y por consiguiente ralentizar) la lectura, convertida en una práctica presumiblemente engorrosa y algo indeseada, situada como está entre el deseo de haber leído y su realización.
Sergio Chejfec viene produciendo desde hace décadas una obra de un rigor desusado que desde el título del primer libro que la compone, Lenta biografía (1990), tiene en el tiempo uno de sus intereses más habituales. No se trata tan sólo de que los personajes de Chejfec parezcan vivir «fuera» de él, en una zona de contornos difusos en la que la percepción temporal es condicionada por prácticas deliberadamente ajenas a la duración como el vagabundeo y la elaboración de conjeturas: los libros en los que esos personajes aparecen (lo que podríamos denominar «la obra en sí») exigen del lector una velocidad de lectura baja, condicionada por su falta de linealidad, la falta de acciones otras que la percepción y las muchas incertidumbres que tienen lugar y son resueltas o no en ellos: quién habla, respecto de quién lo hace, dónde se encuentra, hacia dónde va, (sobre todo) cómo ve y de qué forma salva el abismo que existe entre la experiencia y su relato de ella.CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.indd
Si la obra de Chejfec es considerada habitualmente «difícil», no lo es sino debido a que (a modo de resistencia al imperio de la velocidad en literatura, le interese esto a su autor o no) su obra no pretende ser el relato de una experiencia sino una experiencia en sí misma: en su resistencia a la lectura adquisitiva, veloz, en el marco de la cual (podría decirse) hubo una experiencia y el lector debe leer el relato que se hizo de ella para conocerla, la opacidad de la obra de Chejfec, su apuesta decidida por la provisionalidad y la irresolución, devuelve a la lectura su condición de experiencia (y podría decirse que toda experiencia tiene su grado de dificultad, incluso la más agradable). Ya sea que narre una deriva por un parque en el sur de Brasil, aborde la obra de Rafaela Baroni o (como en esta Teoría del ascensor) se ocupe de contemporáneos como Mercedes Roffé, Martín Caparrós, Mario Bellatin, Carlos Ríos, Victoria de Stéfano o Igor Barreto, dé cuenta del descubrimiento azaroso de unas postales antiguas de Caracas o de su vida en Nueva York, visite el taller de Eduardo Stupía o escriba sobre sus muertos familiares (Lorenzo García Vega, Juan José Saer, Julio Cortázar), leer a Sergio Chejfec es asistir a una sofisticada forma de recordarnos que toda literatura constituye una doble experiencia: la de aquello que se narra (poco importa si situado en el pasado o en el presente; aquí, poco importa si protagonizada por los sucedáneos de una «primera persona» que Chejfec elude para que la narración autobiográfica no devenga irrelevante o banal: «él», «el escritor», etcétera) y la de la narración misma, devenida experiencia mediante su reenactment en la lectura. Quizás esa recreación constituya una lenta y algo dificultosa experiencia para los lectores habituados a la velocidad de otras literaturas, pero en ella radica la oportunidad de encontrarse con uno de los acontecimientos más importantes de la literatura en español de las últimas décadas, así como algo parecido a una promesa: la de una literatura que al rechazar radicalmente la lectura rápida no pasa, también rápidamente, sin dejar huellas.
La cura de María Melero

La cura de María Melero en Ni un día sin libro


La cura de María MeleroEl blog literario Ni un día sin libro reseña La cura, de María Melero:
Nos reencontramos  con la editorial Jekyll&Jill, de feliz recuerdo para nosotros. Por el blog han pasado la magnífica e inclasificable Magistral, la revolucionaria e iniciática Fábula de Isidoro y la poética y arriesgada Maleza viva. Tres obras que definen a una editorial para la que cada publicación es una obra especial que es tratada de forma única. Sus ediciones son obras de arte únicas, que demuestran que detrás de este proyecto editorial hay amor por la literatura, por el descubrimiento, por la experimentación, porque todavía queda mucho por inventar en el arte de las letras.
Siguiendo la línea de las propuestas no agrupables, sin clasificación posible, se presenta La cura, de María Melero.
A medio camino entre la novela gráfica, el arte conceptual y la literatura sin palabras esta preciosa obra es una viaje metafórico sobre el miedo, en un camino lleno de obstáculos sanador en el que la protagonista se enfrenta a sus temores —oníricos o reales— y los supera a través de su comprensión y asimilación. Como solo se superan los miedos, mirándoles a la cara.
No es posible hablar de La cura sin sus imágenes. Detenerse en ellas y dejarse llevar, cerrar los ojos para abrirlos de nuevo, y encontrar significados propios y personales, suponen la verdadera experiencia lectora de esta obra.
María Melero, deconocida para nosotros hasta La cura, es una ilustradora impresionante. Nos quedamos hambrientos de conocer más de su obra, que suponemos interdisciplinar, alejada seguramente del mundo editorial convencional. Prometemos investigar.
Os recomendamos encarecidamente La cura, para que sintáis que los libros nos ofrecen caminos creativos impredecibles, que a veces nos llevan a lugares muy diferentes a las palabras, que aquí son casi inexistentes (pero por otro lado imprescindibles como guías de viaje).

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La cura María Melero

La cura de María Melero en El Plural


La cura de María MeleroJosé Ángel Barrueco recomienda La cura,  de María Melero, en El Plural:

«En los cortometrajes de Michael Dudok de Wit, así como en su película La tortuga roja, el cineasta nunca se sirve de las palabras, dejando todo su juego a las imágenes: que hablen las ilustraciones y los movimientos, acompañados de la música. El ejercicio que hace María Melero en esta brevísima obra en torno a cómo afrontar nuestros miedos, sigue más o menos los mismos caminos: las ilustraciones se nos ofrecen sin acompañamiento de palabras, no hay bocadillos ni narración. Sólo al inicio de cada capítulo hay unas breves líneas de introducción que hablan en términos generales de lo que luego desarrolla la obra: El Miedo, La Lucha, El Veneno, La Cura, conceptos que la autora simboliza mediante animales peligrosos y criaturas sobrenaturales.»

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Incertidumbre

Incertidumbre de Paco Inclán en Artes y Letras

Paco Inclán

Reseña-entrevista de Antón Castro con motivo de la publicación de Incertidumbre, de Paco Inclán, en el suplemento Artes y Letras de Heraldo de Aragón (26-1-2017).

«Jekyll & Jill publica un sorprendente y brillante libro de Paco Inclán

De cómo la verdad se vuelve ficción

Paco Inclán (Valencia, 1975) ya había dado muestra de su talento en ‘Tantas mentiras’, que publicó Jekyll & Jill. Era un libro abierto y miscelánea donde cabía casi todo: la travesía, el reportaje, la experimentación y diversos usos de la imaginación. Cuenta el autor que hacia 2002 o 2003 empezó un libro eminentemente periodístico que quería explorar diversos aspectos de la realidad. Dice Inclán «Una veces busco; otras, encuentro». Así ha surgido un volumen sorprendente que tiene mucho denarración de viaje y también de reportaje clásico, en el que la realidad supera a la fantasía. O la realidad resulta tan inverosímil que parece que Inclán esté fabulando.
Sucede casi todo el tiempo. Da igual el asunto que aborde y vaya donde vaya: en ‘Dar la cara por Irlanda’, la obcecación y el odio supera cualquier atisbo de sensatez y tanto el cronista como la joven Sarah pasan verdadero peligro en Irlanda. Inclán resuelve su relato con humor, amor y una efectividad casi novelesca y romántica.
Una de las piezas más logradas del libro es ‘Relecturas de Julio Verne. Formentera’. Inclán se ríe de si mismo durante su trabajo, es cualquier cosa menos un periodista infalible y arrogante, parece dispuesto a aceptar el no literalmente, el fracaso. Así por azar, se entera de que un grupo de homosexuales se citan ante una estatua de Julio Verne; a esa reunión un poco a ciegas se le llama ‘cruising’. Dice un paisano, ante la palabreja: «Yo de eso no entiendo. Hay varias zonas de esas en la isla, en verano se buscan entre ellos». Y a partir de allí Paco Inclán, que es el protagonista de casi todos los textos —o al menos, el coprotagonista, a la manera de Tom Wolfe, Gay Talesen de aquel Martin Girard, seudónimo de Gonzalo Suárez— inicia una curiosa pesquisa que adquiere, como sucede con otros textos, un carácter casi de ficción.
Si ‘El otro brazo de san Vicente’ podría aproximarse a las desaforadas vidas de santos, el autor busca los restos de su brazo derecho en Braga, ‘El tal Snorri (crónicas que no serán)’ es casi una ficción culta que recuerda a Snorri Sturluson, un personaje muy admirado por Jorge Luis Borges. Arranca así: «Paso mi último día en Islandia interesado en la figura de un tal Snorri, «el escritor irlandés más popular’»,y en su investigación se encontrará con un poeta gallego llamado Elías Portela. Nada menos.

Incertidumbre

Con todo, el texto más sorprendente, el más paradójico, es ‘El hombre que pudo ser Paulino Cubero’, el fascinante y dramático relato del poeta popular que escribió una letra para el himno español y pasó, poco después, a ser vapuleado, humillado y ofendido. Cuenta Inclán que ese reportaje lo hizo en 2015 y que le sorprendió Ia dignidad de Cubero. Un texto como este, que habla de la violencia gratuita, de la práctica arbitraria y del vértigo de pasar de la vida cotidiana a la gloria y de ahí a desplomarse hacia la nada en segundos, hace pensar en ‘Relato de un náufrago’ de García Márquez. «Me interesa la realidad y establezco un pacto con ella, pero a veces dejo que se incorpore la ficción. Lo que me interesa es lo que esta detrás, lo que apenas se ve, el destino de los antihéroes», declara el autor.
‘Incertidumbre’ incorpora su cuaderno de campo ‘Hacia una psicogeografía de lo rural; que nació de una beca del Centro de Arte Reina Sofia. Inclán vivió en Valladares (Vigo), en un contenedor, y cuenta cómo se percibía su presencia de andariego y vincula el espacio físico con la emoción y la actitud de la gente. El texto es de una gran sutileza y tiene, como todo el conjunto, humor, ingenio ironía, erudición y esa sencillez que también es humanidad, ternura y sabiduría.»

 

Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en El Cultural



Sergio Chejfec Foto: Lisbeth Salas
Sergio Chejfec. Foto: Lisbeth Salas

Josep Maria Nadal Suau reseña Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en El Cultural de El Mundo:

El lector de Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956) reconocerá enseguida las pautas, y buena parte de los temas, que recorren Teoría del ascensor, su segunda publicación en el sello Jekyll & Jill: la presencia de Juan José Saer como piedra angular de la propia interpretación del canon argentino y latinoamericano; la cuestión territorial, que empieza con el recorrido de las ciudades chefjequianas (Buenos Aires, Caracas, Nueva York, París) y a partir de ahí va concentrándose en la contemplación de los espacios limítrofes, periféricos, íntimos o ausentes; un cúmulo siempre creciente de preguntas sobre la relación entre literatura y experiencia, o fenómeno y representación; el paseo como exigencia para el surgimiento de lo literario; lo anecdótico como disparadero de la reflexión, aunque a menudo no sea lo explícito de la anécdota aquello sobre lo que se piensa, sino más bien lo que se deriva de ella; etcétera.

En esta Teoría del ascensor, estas características se articulan en forma fragmentaria, a través de textos que a veces podrían pasar por narrativos y a veces, en apariencia con claridad, como ensayísticos: por ejemplo, aproximaciones a la obra de autores como Martín Caparrós, Mercedes Roffé, Sebald, Cortázar o el cineasta Béla Tarr. Y sin embargo, diría que las lógicas narrativa y ensayística se confunden en Chefjec, y que lo hacen de un modo deliberado e inquisitivo. Precisamente, el autor se refiere a la obra de Tarr en términos que no le sientan nada mal a su propia escritura: “Suele mencionarse la tendencia ensayística de Tarr. […] Creo que cabe otra idea de ensayo, menos formal y declarativa y notoriamente híbrida: más que intentos de respuestas, las películas de Tarr son interrogaciones sobre el realismo”. No creo que en estas líneas haya una voluntad apropiacionista sobre el referente del director húngaro, pero sí una más que razonable correspondencia.

A Chejfec le persigue la fama de escritor denso, incluso opaco; la contraportada de Teoría del ascensor recurre a unas palabras muy acertadas de Enrique Vila-Matas que se refieren a su “voz baja” y su “frío trato irónico”. Es todo cierto, y sin embargo nada más accesible que el universo particular de Chejfec, una vez se recuerda que el paseo es en él una clave estilística: callejeamos por un barrio porteño, por el listín telefónico o por un bucle mental del autor, pero callejeamos en definitiva.

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Y callejear tiene tanto de método como de azar. O, si no callejear, digamos con Chejfec que se puede ascensorear, una práctica que implica un desplazamiento vertical y automático, sí, y también un acceso solicitado o no a varios niveles. Acompañar a Chejfec es descubrir recorridos inesperados, como en el último y extraordinario texto del volumen: el autor estudia unas viejas postales de Caracas, y los agujeros que las termitas han hecho en ellas se le revela de pronto como “una elusiva acción connotativa” que conecta sorprendentemente todas esas imágenes, por otra parte tan fraudulentas como cabe esperar de la industria turística.

Los ensayos-no-tan-ensayos de Teoría del ascensor, tan valiosos como los anteriores cinco volúmenes de Chejfec publicados en nuestro país, exploran ideas sutiles y al mismo tiempo poderosas. Para cerrar, y a modo de ejemplo, sirvan dos citas lúcidas sobre el concepto de ruina: “Sé que el presente es reverberación del pasado. Pero a veces, gracias a la ruina, podemos plegarnos a la ilusión de que es a la inversa: el pasado como eco póstumo (o exhalación invertida) del presente”. Y “también es construida y puede estar arruinada nuestra forma de ver”. Un libro de Chejfec también es un territorio, también contiene pasadizos, también se ejecutan en él elusivas acciones connotativas. Es la literatura.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral en el blog de Alberto Roa Arbeteta


Magistral de Rubén Martín GiráldezNo le leído ningún libro como Magistral, de Rubén Martín Giráldez (editorial Jekyl&Jill). Ni remotamente parecido. Es la obra más extraña, provocativa y original que ha caído en mis manos. Un panfleto, un libelo, un manifiesto peculiar, un grito, una furibunda diatriba contra el lector español, de quien dice que la última página de un libro es un lugar por donde nunca ha transitado, y contra los escritores españoles, de quienes afirma que no hay por dónde empezar a matarlos. Diríamos que es un libro inclasificable si no fuera porque el autor ataca severamente el uso tan frecuente de este adjetivo en las críticas literarias. Porque, naturalmente, en este libelo se machaca sin piedad a la crítica española.
El punto de partida del libro, que no tiene personajes ni trama, que no es una novela al uso, pero tampoco un ensayo, no es ficción pura, aunque sí hay componentes ficticios, es la publicación de una obra llamada, precisamente, Magistral. La reacción a ese libro, que atacaba el idioma español y lo que se había hecho con él, en lo que lo habían convertido los escritores acomodados y los lectores poco exigentes. Propone el autor, directamente, romper con el español, que se habría roto, de tanto usarlo mal, de tanto malgastarlo, de tanto descuidarlo, y tomar al asalto otro idioma. Habla de una novela inglesa, que no existe, e incluso comparte fragmentos de la misma, en una edición también distinta a todo lo visto hasta ahora. Demuestra el libro, en fin, que no está todo inventado, que se puede innovar con ese idioma español que, con afán provocativo, el autor da por muerto.
Está escrita la obra con pasión y con un vocabulario muy rico, tanto que abundan los neologismos. La voz de Magistral, por ejemplo, se califica como una «voz brutal con la lengua negra como salsa putanesca de demonio». Quien afronte la lectura de este libro debe aceptar, de entrada, una postura radical, brutal, salvaje. Debe estar listo para ser atacado, para ser zarandeado. Debe aceptar una posición tan diferente a cualquier otra novela que haya leído, un planteamiento tan rompedor, como el del libro de Rubén Martín Giráldez.
Magistral pone patas arriba el sector literario en España. A cada página hay afirmaciones rotundas, aseveraciones explosivas. Por ejemplo, leemos que «ponían la misma cara a Magistral que al libelo más manso del panorama, valoraban con énfasis y enfisemas idénticos Magistral y librines que podrían gustar («hacer las delicias») tanto a jóvenes poco bregados en el otoño como a octogenarios dañinos de esos que buscan en la literatura una amistad o lo que surja. Había muerto la diferencia, por no hablar de la distinción. El criterio tuvo tanta culpa como los perpetradores de opinión: habíamos llevado el idioma al cero, habíamos vuelto la lengua castellana muelle y fantocha». Y así.
Ataca esta obra la literatura actual. Critica que las novelas actuales sean simples, de fácil digestión, de comprensión rápida. Censura las obras que se entienden a la primera, que no obligan a una relectura, que no suponen un reto para los lectores. Y también pone en cuestión, de forma velada (o no tanto) a los autores generalmente reconocidos, a la aristocracia literaria, digamos. «Sin unanimidad no hay democracia posible, eso es evidente». Parte de culpa de la destrucción del idioma, argumenta el autor, está en la crítica, adocenada, que ha hecho dejación de funciones. Y, claro, el lector, al que literalmente insulta. «(…) Me hicisteis demostrar que lo mío es más bonito y perpetuo que lo suyo; pero claro, para eso debería existir justicia y al menos una persona en España que sepa leer, porque al cabo, lo mismo da escribir mal que leer mal». 
No deja títere con cabeza. Por ejemplo, exige a los escritores una ambición que no encuentra hoy en España. Dice que ya vale eso de «fracasa otra vez, fracasa mejor». Que en lugar de ello hay que triunfar. Y se pregunta «¿para qué escribir si no se cree uno un genio? Si no crees ser el mejor, no me hagas perder el tiempo. No me pidas nada si al final me lo vas a pedir por favor». La obra contemporánea le parece menor, una obra falsaria que no será reconocida como genial dentro de unas décadas, sino que se extinguirán. Observa en los autores el ánimo de agradar al lector, sin exigirle nada. «Soy consciente de que un imperio sin filisteos no es un imperio. Sea. No necesitáis ni un solo autor más preocupado de complaceros que de escribir. Escribir no es una labor diplomática. No debería haber lugar para la amabilidad en la novela, quien se pierda que se enfurezca, que para eso estamos rellenos de sangre y no de cacahué». Magistral, en fin, es un libro feroz, radical, brutal. Una obra obligada. Un experimento fascinante.

Deshielo y ascensión de Álvaro Cortina Urdampilleta en La Nueva España



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddEugenio Fuentes reseña de Deshielo y ascensión de Álvaro Cortina Urdampilleta en La Nueva España (5/1/2017)

Una sorprendente ópera prima que agarra y no suelta
Lo primero un aviso: Deshielo y ascensión no es una novela convencional, aunque, básicamente sea una novela de aventuras, con su punto de exploración, goticismo y ciencia-ficción, y también sea una novela culta, con su aquel de biografía de pintor y de pedagogía iniciática. Se trata de un complejo artefacto que enganchará al lector con horas de vuelo. Dividida en cuatro partes, guiada cada una por una voz, la narración, ópera prima del bilbaíno Álvaro Cortina (1983), comienza en una cabaña de cazadores en una tundra septentrional, sin más localización de espacio o tiempo, para después pasar a la base de operaciones de una multinacional, no lejos de aquel refugio, y más tarde internarse en la única ciudad de la desolada superficie helada. La culminación del ascenso, ya pura ciencia ficción, transcurre en una abadía que orbita cerca del sol. De la cabaña a las estrellas, ecos de Lovecraft, Poe, Wells. Y toda una concepción del mundo. Muy sorprendente.

Incertidumbre

Incertidumbre de Paco Inclán en La Buena Vida



IncertidumbreDavid García reseña Incertidumbre, de Paco Inclán, en el blog de la librería La Buena Vida (Madrid):

Del autor de este libro hay una foto nada más abrir sus páginas.  A ella he acudido en numerosas ocasiones al leer estos relatos de viaje  o crónicas o reportajes o ficciones, cuando me he adentrado en esta manera clásica, pero no por ello menos gozosa, de narrar. Como si al observar la fotografía, ésta me fuera a revelar algo que se me escapa. Si destaco esto es por que he imaginado, igual que el lector que  no distingue entre autor/narrador/personaje, a este hombre  de mediana edad y rostro servero, viviendo las experiencias que   cuenta con  humor e ingenuidad/crueldad contenida. Aunque no es por una imagen que  Incertidumbre me haya parecido un libro muy recomendable.

Y dejaré de viajar para no tener que despedirme

En estos viajes, Inclán incurre en la primera persona, tan subjetiva como necesaria. En el primero de sus viajes se va a Irlanda del Norte o al norte de Irlanda, según quien mire, para ver  la final del campeonato de fútbol galéico en un pub, junto a una amiga que se desvive por conciliar la vida entre católicos y protestantes. Tampoco es para tanto, pueden decir muchos. Pero ahí está la gracia. No es el qué sino el cómo. La mirada del extranjero es aquí central. Esa mirada que penetra en los pequeños detalles y se deja impresionar por aquello que al paisano le pasa desapercibido porque la costumbre le ha adormecido los sentidos, igual que su capacidad para dejarse impresionar. «(…) si alguien viaja una semana a un lugar, escribe un libro; si viaja un mes, escribe un cuento, y si viaja un año, escribe dos líneas», dice el autor/narrador/personaje.

El segundo texto cuenta un viaje a Formentera, la isla dependiente de Ibiza, una isla que es a la vez dependiente de otra isla, Mallorca. Huyendo de las fiestas más populares de Valencia, su tierra,  Inclán busca las conexiones entre Julio Verne y el cruising, unas prácticas sexuales furtivas que los homosexuales mantienen en espacios públicos. Para ello se va al Faro de La Mola, inmortalizado por Verne y llevado a la pantalla, un siglo después, por el cineasta Julio Medem en Lucía y el sexo. Suena raro, y lo es. Pero el valenciano consigue levantar un relato entre íntimo, erudito y humorístico de gran originalidad.

Alcobendas, el Festival Internacional de Cine del Sahara en Dajla, un pequeño pueblo de Islandia en el que supuestamente vive el escritor más importante de esta isla o una pequeña comunidad en Guinea Ecuatorial, en la que un español con antecedentes que vivió a todo trapo la Ruta del Bacalao vive como uno más, son algunos de los espacios que Inclán cartografía con gracia y desparpajo.

El libro cierra con un texto más extenso: Hacia una psicogeografía de lo rural. Aquí el autor muestra un proyecto artístico desarrollado en Valladares, Vigo, con la ayuda del colectivo Alg-a Lab, la Fundación Campo Adentro y el Museo Reina Sofía, entre otros.  Inclán cuenta la experiencia. Intenta teorizar a partir del concepto situacionsita acuñado por Guy Debord: psicogeografía. Y, aunque la estructura del relato está arbitrada por las reglas del formato, Inclán incluye la perspectiva humanista, a lo Barley en El antropólogo  inocente, y convierte el texto casi en un cuento.

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Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en Valencia Plaza

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La mirada cuántica de Sergio Chejfec nos muestra lo que no vemos en ‘Teoría del ascensor’

La editorial Jekyll&Jill amplía su catálogo con una nueva obra del autor argentino, un volumen en el que se recoge su inequívoca vocación por detenerse en aquello que a otros pasaría desapercibido

9/01/2017 – 

VALENCIA. Se dice que la experiencia sensorial derivada de la vista es distinta para cada ser humano que cuenta con ella; ejemplo de ello son los enconados debates en torno a si un color se acerca más aquí, al verde, o más allá, al marrón. Este fenómeno ha sido protagonista incluso de modas virales recientes, como aquel vestido del que tanto se habló, sin ir más lejos. Constatar que el vecino navega en la misma realidad que nosotros pero con un radar diferente es algo que nos inquieta: ¿qué puede estar viendo que yo me estoy perdiendo? ¿Será mejor su opción o la mía? La incapacidad de trasladarnos y calzarnos su cuerpo remata la frustración. Qué fantástico sería poder introducirse temporalmente en otro ser y acercarnos a la realidad desde sus sentidos, descubrirlo todo de nuevo a través del tacto extraordinario de un topo, de la sensibilidad térmica de algunas serpientes, de la ecolocalización de los cetáceos, la electrocepción de los tiburones, la habilidad para entenderse con los campos magnéticos del planeta propia de algunas aves.

Como ocurre con esas historias abundantes en detalles las cuales pueden ser disfrutadas una y otra vez porque siempre se nos revelan nuevos matices en la relectura, podríamos percibir otras capas de la existencia que ahora nos resultan del todo invisibles. ¿En qué se convertiría la noche si nos guiásemos principalmente por el olfato? A veces no hace falta imaginar tanto: hay sujetos de nuestra especie que hacen gala de otro talento distinto pero con resultados similares, gente que emplea un sentido idéntico al nuestro de una forma distinta. Gente que mira de otra manera. Donde uno ve rutina, ellos ven ocasión. Donde otros sienten tedio, ellos encuentran un hecho digno de ser desmenuzado minuciosamente hasta comprenderlo y abarcarlo en su totalidad. Algo así le ocurre a Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), autor de Teoría del ascensor y de otros títulos como Mis dos mundos, Baroni: un viaje, La experiencia dramática, Lenta biografía, Sobre Giannuzzi o Últimas noticias de la escritura. En este compendio de reflexiones y visiones que es la última obra suya que nos ha llegado, gracias a la editorial Jekyll&Jill, Chejfec va iluminando parcelas de lo que se extiende allá donde la propiocepción -hablando de sentidos- nos dice que hemos terminado nosotros.

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Quizás de Japón y su idiosincrasia habríamos apreciado más otros elementos que su asombrosa tendencia al cero, una particularidad matemático-social que de pronto se torna un hecho muy tangible y verdadero una vez ha pasado por el particular filtro del autor. En este caso, el poso de quien escribe, su impronta, es más que evidente: es como una lente que ralentiza la llegada a una certeza, un cristal translúcido en ocasiones y en otras, tan transparente que podríamos chocarnos con él. Chejfec es un medio de transporte complejo al que hay que aproximarse con cierta precaución. La experiencia de leerle es difícil de explicar, algunos episodios -no son exactamente episodios- transcurren fluidos y reveladores, en otros corremos riesgo de quedar apresados por la densidad de la página. Enrique Vila-Matas vuelve a aparecer por estos pagos: si ya mencionamos su gusto por el bilbaíno Álvaro Cortina, autor de Deshielo y Ascensión, añadiremos ahora lo siguiente sobre Chejfec: “¿Es narrador o ensayista? Ahí a veces dudo, como ahora mismo; titubeo bastante, nunca sé qué decidir. Pero no importa. Después de todo, a él le atraen las indecisiones. Con todo, de algo creo estar seguro: en sus textos, poblados de fantasmas tenues y etéreos, acabo siempre de golpe comprendiendo que no pasa nada, pasa sólo que son excepcionales”.

Narrador o ensayista: Chejfec alterna entre un pelaje y otro sin prestar demasiada atención a la metamorfosis, su prosa se desenvuelve cómodamente en cualquier situación. Tan pronto nos informa de las mecánicas del premio literario que ideó junto a Alejandro Zambra y Guadalupe Nettel -el Alacrán-, como nos devuelve a esa época en la que las guías de teléfono -descritas con una maravillosa capacidad para poner palabras a algo tan cotidiano como el contraste entre robustez de estos tomos y lo aparentemente frágil de sus hojas- podían servir para localizar a escritores de la talla de Cortázar en mitad del caos y el frenesí de una gran metrópolis como el Buenos Aires que frecuenta en sus relatos. La mirada de Chejfec tiene una cualidad cuántica, sus ojos y su intención se posan en eventos discretos, en paisajes a los que ya estamos acostumbrados, y es allí, en estas normalidades, donde el escritor encuentra el material que requiere para desplegar su talento y su erudición.

Catalogar lo que nos ofrece el argentino es una tarea ardua; esta no es una obra recomendable para quienes busquen una única historia, ni tampoco para quienes deseen dedicar unas horas a la lectura de un ensayo al uso: en Teoría del ascensor las perspectivas se mezclan y los horizontes se difuminan. La ambigüedad a la que se le dedican palabras en el libro se mantiene presente en todo momento. Cita Chejfec a Walter Benjamin en uno de los pasajes del libro para compartir con el lector la semejanza entre la labor del escritor y la del cocinero: así como hay productos que crudos nos resultarían dañinos, y es el oficio del chef el que los hace digeribles y apetitosos, también sucede que muchos acontecimientos son anodinos o indigestos hasta pasar por las manos de un buen gourmet de la escritura, como en este caso sería Chejfec. Él puede transformar una reflexión en un capítulo perlado de grandes sentencias donde se nos enfrenta a nuestro propio idioma, de tal forma que conseguimos vislumbrar sus costuras, sus límites.

¿Y qué hay del ascensor? Dice el autor que los ascensores “ofrecen, para quien quiera encontrarlas, experiencias de la suspensión. El ascensor se manifiesta por sus efectos. No solo alude a la suspensión física de las cabinas cuando van de un punto a otro en la vertical, sino sobre todo a la pausa impuesta en el interior hasta que el tiempo corre de nuevo cuando la puerta se abre”. Un ascensor, un elevador que nos va parando en diferentes plantas de la literatura. Así es leer a este escritor que parece ser capaz de hacer grande lo más pequeño.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez

Magistral de Rubén Martín Giráldez en Gent Normal

Magistral de Rubén Martín GiráldezLluc Gallifa reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en Gent Normal

Ja fa uns mesos que va sortir al mercat aquesta novel·leta. I se n’ha dit de tot. Se n’ha dit de tot perquè és estranya i malparida. Alguns diuen: “no hi ha història ni argument”. I es posen nerviosos. Altres diuen “no l’acabo d’entendre”. I s’exciten. El cas és que posa en evidència la nostra comprensió lectora; Rubén només ha vingut a senyalar-la. Estem malacostumats a llegir sempre de la mateixa manera, vull dir, sota uns mateixos paràmetres. I serà precisament això, fer trontollar aquests fonaments, la lliçó que hi trobarem a Magistral. T’obliga a canviar d’enfocament i a comprendre des d’una altra posició. És difícil ressenyar un llibre d’aquestes característiques i també ho ha estat llegir-lo, però, aviam, provem-ho.
Per començar, hi trobem una veu, l’autor de Magistral (que no en Rubén), i ens parla d’història: la caiguda de la llengua castellana. Una caiguda en escala de valors, tot s’ha de dir. Afirma que s’ha reduït a simplesa, a prosa fàcil, a l’accessibilitat i a la comoditat. Una llengua vaga que produeix principalment una porqueria de literatura, d’entreteniment, llegida per lectors disposats a esforçar-se tan poc com sigui possible. L’autor de Magistral pretén, a través del seu llibre, destruir el castellà tal com el coneixem per reestructurar-lo en altres sistemes lingüístics, exigint noves formes de lectura. Reinventar-se o morir, que diuen. “Si no me entendéis, a lo mejor es porque tenéis habilitado el Adblock”.
Aquesta veu és altament odiable; un paio pretensiós, arrogant, que va de llest per la vida. No podíem esperar altra cosa d’un autor que titula Magistral a la seva obra. Segons ell, ha escrit el llibre que posarà fi a la lògica de la llengua castellana. I mentre va presumint de les seves habilitats narratives, ho va criticant tot; critica la literatura espanyola contemporània, critica els escriptors del moment, als lectors, a la hipocresia dels crítics. Parla dels hàbits que envolten el món literari. Hàbits segons ell totalment decadents. Anem a l’autocomplaença i a la llagrimeta fàcil. A l’autoajuda. A històries que es digereixen soles. Vaja, que et va tractant d’idiota, i no m’importa que ho faci, perquè reconec que he hagut de llegir paràgrafs seus més de tres vegades o, fins i tot, saltar-me’n d’altres (el tio en ocasions es posa massa insoportable). Però, no sé, no sé; vols dir que el panorama és tan així? Vull dir que és cert que es publiquen moltes marranades que aporten ben poca cosa a la literatura, però també es cert que sota aquesta capa superficial dominada pels best-sellers i les autobiografies de famosos televisius, existeixen alternatives i s’intenta apostar per noves propostes. Difícil trobar-ne, sí. Però hi són. I aquests també tenen el seu públic. O si més no, desperten algun tipus d’interès a alguns lectors encuriosits. Si no fos així, aquest llibre mai s’hauria comentat tantes vegades.
No es pot passar per alt l’evident domini (i treball) que trobem sobre el llenguatge. És bàsicament l’atracció principal del llibre; veure com et pot tornar a sorprendre utilitzant una inesperada combinatòria de paraules. Neologismes, tecnicismes, retòrica, fonètica, associacions, jocs semàntics… Pot resultar críptic, de vegades absurd, sobretot a mesura que ens acostem al final, on la llengua ha quedat ja totalment desmembrada i recosida sobre altres patrons desconeguts. És la nostra llengua i no ens és familiar. Llegim, per exemple, aquest fragement: “Tu langue es simple. Basta con ministrarme, cuando no puedo siento una torsión de sesos y una variedad y máquina de cosas que me dejan gloriabandoned, digno de un asshole con pintas, mutatis mutabal la burla burlando. BOYJERK, dispecable idiomante de oído tú, potro mío,;; taranto, serrallo de ventosas. Discula mi lentitudine de adqüisición. Percivo la urgencia de distintas motorizaciones. Más despacio, avanzo a base de singultos, te supero, me necrofollo tu idioma por el agujero de las oes, me pongo en vuestra piel de corderos y semántica preñada FUCK CONFIG, ya termino de traszumarme, vudú hago en tu tieso, tu yerto portal de lengua”. Ja veieu per dónde van los tiros. Però, sabeu? Allò realment curiós és veure com, tot i l’aparença abstrusa, el llibre va quedant ben lligat perquè els discurs acaba formant un tot, i encara que no s’entén el que està dient, acabes entenent què vol dir: un nou ús de la llengua.
No vull profunditzar aquí sobre els detalls tècnics de l’obra, que en són molts (i alguns de brillants), així com la seva curiosa estructura. Diré, per exemple, que treballa amb correspondències literàries i alhora és sempre autoreferencial; que hi trobem pàgines d’un altre llibre dins el llibre, el de Ben Marcus, molt influent alhora de realitzar Magistral. Diré també que mostra un curiós exercici de traducció que sembla fet pel puto traductor de Google. Però no vull dir-ne gaire més perquè resulta un pèl confús i no aporta res de sòlid a la ressenya, més que una confirmació de la seva voluntat d’innovació. Però és que el llibre és purament això. És un llibre amb caràcter propi, i per això val la pena llegir-lo, no per les crítiques que proposa, crítiques que ja hem sentit altres vegades i que alhora no n’acaba donant una resposta satisfactòria. La importància cau en la pròpia experiència que et brinda com a lector, una experiència que, si us interessa, recomano que us la prengueu com un joc. Un joc seriós, tot s’ha de dir.

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Pedro Bosqued escribe sobre Teoría del ascensor de Sergio Chejfec



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddPedro Bosqued, profesor de la Escuela de Escritores, escribe sobre los tiempos verbales y Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en El Asombrario & Co.

«Sirva como ejemplo, el siguiente extracto de una novedad editorial que acaba de llegar a las librerías. En su último libro, Teoría del ascensor (Jekyll & Jill), el argentino Sergio Chejfec cuenta un suceso que al narrador le sucedió hace ya algún tiempo. “Una madrugada de 1985 me tocó estar en la pizzería El cuartito, en la calle Talcahuano de Buenos Aires. Era hora de cerrar: la santamaría de la puerta ya había caído y dos mozos ponían las sillas patas arriba sobre las mesas. Por entonces esta pizzería era más barrial, sin la luz abundante que tiene ahora y con las paredes menos decoradas con fotos y recortes de prensa. Aquella noche cerca de la entrada se demoraba un señor mayor, hacía rato que había terminado el plato y la bebida, y ahora estaba concentrado en contar unos billetes que iba extrayendo del montoncito que había puesto sobre la mesa, presumiblemente para pagar. Los mozos hacían gestos de impaciencia cuando pasaban por detrás de él, pero también de complicidad, como si lo conocieran, lo cual se traducía en algo parecido a la burla”. No solo está el pretérito indefinido, aparece por ejemplo el presente (luz abundante que tiene ahora) para dinamizar la historia. De forma que al tiempo elegido para narrar la anécdota, el pretérito indefinido; Chejfec elige otros tiempos verbales que traen el suceso hasta el tiempo en el que se lee.»

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La cura de María Melero en Le Miau Noir


Lara Peiró dedica un amplio artículo a La cura, de María Melero:

El miedo es el motor del ser humano. Desde tiempos ancestrales el miedo ha sacado lo mejor y lo peor de las personas. Del miedo nace la heroína. Sobreponerse a la debilidad, aceptar la situación, superarse continuamente. Entender que la herida también puede ser cicatriz. Entender que la vida escuece y que lo que escuece cura.

María Melero María Melero || Fuente: Editorial Jekyll&Jill

María Melero es una de las ilustradoras más prometedoras de España. Nacida en Jerez de la Frontera, ha realizado ilustraciones para El Periódico de Cataluña o la revista Nylon y para libros como Hombres que cantan nanas al amanecer y comen cebollas de Sara Herrera Peralta (Ed. La Bella Varsovia, 2016). También ha participado en diferentes exposiciones tanto en España como en Estados Unidos. La cura, editado por Jekyll&Jill, es su primera novela ilustrada.

El miedo

La Cura ilustra un viaje a través de cuatro capítulos titulados «El miedo», «La lucha», «El veneno» y «La cura», respectivamente. En ellos, la autora narra las diferentes fases del viaje de una heroína. Una sucesión de imágenes que evocan la aventura del descenso al inframundo, la muerte simbólica de su alma y el renacer de su nuevo «yo» y su nueva visión de sí misma y el mundo que la rodea.

Portada de La Cura, primer libro de María MeleroPortada de La Cura, primer libro de María Melero || Fuente: Editorial Jekyll&Jill

Las imágenes de La Cura son metáforas de los miedos espirituales del ser humano. La recreación del miedo y de la lucha continua como ritos de paso y transformación. Las ilustraciones de animales como figuras ancestrales son representación de lo salvaje y mitológico. Durante el primer capítulo, la figura del perro encarna al propio miedo de la heroína. Ese miedo que te reconcome por dentro hasta sumirse en la oscuridad más profunda de tu propio ser.

La lucha

Las metáforas se siguen representando gráficamente mediante animales. En el segundo capítulo, el mono, el gato y la serpiente simbolizan la lucha interna de la heroína. Animales que, a su vez, ya no solo por el color de la ilustración, sino también por sus connotaciones habituales, recrean un entorno oscuro y tenebroso. La noche se cierne sobre la heroína y se alimenta de sus miedos. La heroína es herida en la lucha como la paloma blanca apuñalada en la batalla entre gato y serpiente. De esa herida, la heroína intenta buscar un antídoto para el miedo.

El veneno

El tercer capítulo del libro se titula «El veneno». Ojos que no ven, corazón que no siente. Tapar la herida para que no se vea. Dejarla en carne viva. La heroína busca un antídoto para sobrevivir. Pero sobrevivir cansa. La heroína quiere vivir y hacer de sus miedos el hilo y la aguja con la que coser su herida. El fuego representa el resurgir. Inmolarse una misma para volver a nacer.

: Ilustración perteneciente al capítulo “El veneno” || Fuente: Ilustración perteneciente al capítulo «El veneno» || Fuente: Editorial Jekyll&Jill

La cura

«La cura» es el título del último capítulo del libro. La medicina es mirar de frente a las pesadillas. Convivir con los miedos, alinear mente y cuerpo. Revivir con la consciencia de lo que se es y lo que rodea al individuo. Dominar al subconsciente. La cura es abrazar al miedo.

Imagen del texto del capítulo “La cura" || Fotografía: Lara PeiróImagen del texto del capítulo “La cura” || Fotografía: Lara Peiró

La cura es un libro indispensable. Imágenes donde reflejarse y aprender a encontrar el equilibrio. Buscarse a uno mismo es quizá una de las peores batallas que se pueden librar en el subconsciente. Ser conocedor de los propios miedos que habitan el cuerpo es ser libre. Aprender del miedo y buscar siempre la salida. Respirar y no ahogarse. Volverse paloma y abrir las alas. Buscar la cura y amar la cicatriz.

La cura Book Cover La cura
 Jekyll & Jill
9788494594007
 16€

La cura, obra novel de la ilustradora María Melero, es la aventura iniciática de una heroína que debe enfrentarse a sus miedos para renacer. Las seductoras imágenes del libro, que acceden directas al inconsciente, representan el dolor y la lucha presentes en todo rito de paso, en toda transformación ritual, y ofrecen la «cura» para librarse de los demonios internos.

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Paco Inclán. @Jose Bravo

El Periódico recomienda Incertidimbre de Paco Inclán



IncertidumbreEl Periódico recomienda Incertidimbre de Paco Inclán (3-01-2017)

«Un libro del editor y viajero y experto en pelota vasca Paco Inclán bellamente editado por Jekyll & Jill que cuenta a modo de crónicas sus improbables y disparatadas experiencias. A saber: en Formentera se integra cándidamente en un grupo de expertos en Julio Verne que utilizan al autor de La isla misteriosa como tapadera para sus actividades de ‘cruising’. Su inmersión en el nacionalismo irlandés en Belfast, borrachera incluida. Una cita con el autor de la nueva letras del himno español o la búsqueda del brazo derecho de San Vicente Mártir (el derecho, muy conocido, está en Valencia) en la ciudad portuguesa de Braga. Extravagancias más serias de lo que pueda parecer.»

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Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en El Imparcial



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddFrancisco Estévez reseña Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en El Imparcial:

La escritura de Sergio Chejfec no tiene más sastre qué sí misma ni traje que le tome exactas costuras en su libérrimo discurrir. A caballo intergéneros se desenvuelve sin aparente brida con extraño domeño del corcel. “¿Es narrador o ensayista?” se pregunta Enrique Vila-Matas. En definitiva, lo que ocurre es que, como el resto de géneros, el ensayo se desprende a las bravas de un gastado corsé que acotaba su narrar y busca prendas en el fondo de armario de la intimidad biográfica del escritor. Como el resto de disciplinas, buena parte de la literatura actual más interesante tiende a fusionar géneros, hibridar discursos.

En 2015 la ya famosa editorial Jekyll & Jill presentó en terreno español su Últimas noticias de la escritura. El argentino daba allí visión de la ambivalente posibilidad de memoria y olvido a la cual aboga impenitente la escritura desde aquella primera noticia escrita por Platón pero pregonada por boca de Sócrates en el conocido fragmento del Fedro. Ese inquietante sino doble de la escritura vuelve a tomar cariz fundamental desde los primeros párrafos de Teoría del ascensor. Con un arranque aclaratorio que expande más nieblas todavía con elegancia, al situar en terreno inestable su caminar textual: “Acaba de cerrar el libro y no entiende muy bien de qué ha tratado. Supone que si alguna educación o advertencia anima a este relato está bien oculta”.

Tampoco niega que ese ocultamiento sea parte del disimulo. Tras las consideraciones sobre enigma o evidencia, que, al entendimiento de este cronista quedan ligadas a las de la memoria o el olvido platónico, hay una propuesta de disolución del yo narrativo (pág. 9) pero también la toma de una naciente desconfianza textual y su quiebra narrativa ya convertida en tópico contemporáneo con el abandono resignado de la “ilusión ficcional”.

La idea reflexiva torna relato en el discurrir de la escritura física con su “incertidumbre selectiva”. En breves fragmentos, a veces con clara conexión, otras más subterránea, se reflexionará sobre el variable perfil de una misma lengua en distintos terrenos, la reflexión sobre la “literatura del yo”. Muy sugestivas serán las divagaciones acerca de la traducción y otras más adelante sobre las guías de teléfono, páginas esas que podrían dar para un pequeño tratado. Sin embargo aquí tenemos el esbozo, la trastienda de la escritura misma volteada hacia lo externo para tangenciar la mirada, oblicuar el pensamiento, acaso para tomar por los cuernos la propia voz.

Pero no a la manera de las propuestas jugosas de Mario Bellatin (mencionado en estas páginas), truncadas casi siempre en su propia lógica. Este paseo literario sube del exterior de la ciudad o desciende a lo íntimo del pensamiento, volcado aquí en la literatura. De lo más valioso, sin duda, las reflexiones sobre otros autores. De una frase de Kipling al desentramado de la voz de Oswaldo Lamborghini, hasta un fino desvelamiento del oficio de Juan José Saer. Sobresaliente son los párrafos dedicados al borroso lirismo de Mercedes Roffé. En estos apuntes emerge el sensible y cultivado lector que es el argentino. Obsérvese, por ejemplo, cómo merodea la amplia escritura de Martín Caparros: “Su lectorado imaginario que no se predica en términos psicológicos -a la María Moreno, por ejemplo-, tampoco idiosincráticos – a la Cortazar-, ni siquiera culturales- a la Fogwill-, o históricos -a la Piglia-“.

La narración sobre las bases del Premio Alacrán (pág. 33) donde ofician de jueces Guadalupe Nettel, Alejandro Zambra y el propio Chejfec, pueden dar juego al chascarrillo de algunos pues no se oculta la camaradería ni las connotaciones de tópico literario que rodean al premio basado en una botella de mezcal. Aunque uno dude sobre el carácter maledicente de la expresión “ser alacrán”, sino más bien traicionero.

El lector puede quedar desconcertado y no sabrá si Chejfec debiera aparecer en las lista de lecturas del año o, por el contrario, no aparecer en ninguna, no dejar apenas rastro más que en unas horas de fructuosa lectura. El presente es un libro de libros, de lecturas y vida entre sus líneas. Las postrimerías del año tienen aún curiosidades literarias de extraña clasificación que al igual que la novela para Sergio Chejfec pueden también “revelar un espacio más que contar una historia”.

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