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Juan Peregrina Martín recomienda Saturno de Eduardo Halfon

Juan Peregrina Martín recomiSATURNO2enda Saturno, de Eduardo Halfon, en ME NO KNOW NOTHING:

Las relaciones paterno-filiales tienen ciertos ingredientes que permiten a la literatura ahondar en sus orígenes, conflictos y resoluciones.

Eduardo Halfon (Guatemala, 1951) publicó una nouvelle que desde el título avisa de un protagonismo inmenso de la figura paterna, adquiriendo tintes del titanismo clásico por el que conocemos, entre otras características como la de querer devorar a su camada, al dios aludido con el mismo nombre.

Las Saturnales era una fiesta romana en la que elementos como la luz y las plantas eran fundamentales así como la relajación de las costumbres -propias de toda fiesta-: Saturno era el dios de las cosechas, de lo que crece y vive y se regenera cada año, ofreciendo frutos, alimento y bienestar a las personas.

Con todo esto sobre la mesa, Halfon decide que esa luz será oscuridad, la regeneración, muerte y la fiesta de la comunicación literaria, así, se transforma en una celebración de la intimidad más oscura por todo lo alto: conoceremos decenas de figuras literarias, fobias y tragedias en torno a ella.

La dificultad, superada con creces por el escritor, estriba en que en tan poco espacio -apenas 70 páginas- logra transportarnos mediante un leve y sutil hilo narrativo por el pensamiento y la (in-)acción de un narrador inestable, atractivo y que nos emociona hasta el extremo en alguna ocasión en que recuerda, ya que la memoria resulta imprescindible para la historia, cómo fue la conversación con su progenitor, cuál fue la frase que este lanzó y acertó a clavar en su hijo o la opinión que el hombre maduro tiene sobre la actividad literaria del joven inexperto en la vida.

Aparte de reiteraciones que nos introducen en una lectura profunda que nos sitúa al lado del narrador, -es decir, no estamos por encima, no nos creemos por debajo de él- lo que insinúa Halfon con un hermosos paralelismo es que la creación convive en lo materno y la destrucción en lo paterno, lo masculino como símbolo guerrero y el femenino como creador, que transforma así la violencia en lengua: nuestro narrador entonces repasa entre memoria y voces que acuden en su ayuda a tantas escritoras cuya historia acaba en tragedia, a tantos escritores que decidieron trasegar el otro lado tras terminar de escribir este, vivir aquí, soportar la carga que sus mentes insistían en que significaba la vida, un día y otro y otro. SEGUIR LEYENDO

Los desechables de Eduardo Halfon en Infobae


Los desechables, texto perteneciente al libro Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon (Jekyll & Jill, 2018), en el diario digital argentino Infobae.

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El escritor Eduardo Halfon, con un grupo de hombres y mujeres en rehabilitación, en la Biblioteca Puente Aranda (Foto: Margarita Mejía)

LOS DESECHABLES, Eduardo Halfon

Les dicen los desechables porque ya no sirven para nada. Yo los conocí mi última tarde en Bogotá, en una localidad industrial llamada Puente Aranda, bajo una llovizna etérea, casi invisible, que ni siquiera mojaba.

Llevaba una semana en Bogotá, contando los días para volver a casa, donde mi hijo estaba a punto de nacer, mientras participaba en eventos de tantas bibliotecas y librerías que ya todas empezaban a parecerse. El mismo público. Los mismos temas. Las mismas preguntas. O más que las mismas preguntas, las mismas respuestas mías. Unas respuestas trilladas, mecánicas, ya depuradas y practicadas hasta saber perfectamente cuál detona una risa, cuál empatía, cuál silencio. Pues un escritor, con los años, va desarrollando el discurso público que sustenta no sólo su obra, sino su razón de ser escritor. Va puliendo su mito fundacional (cómo empezó a escribir, por accidente, para salvarse), los detalles de su rutina un tanto excéntrica (escribir todas las mañanas, en soledad, con el gato a la par del teclado), su falsa modestia (es que, en el fondo, no entiende cómo hace lo que hace), su mejor pose de escritor cínico (mano en el mentón, pierna cruzada, mirada humilde y a la vez segura y profunda, es decir, los ojos cerrados a medias). Y es que no es lo mismo sentarse y tratar de expresar en palabras una idea o una emoción o una historia, que es- tar luego de gira tratando de explicar esas palabras, de darles sentido o al menos alguna semblanza de orden. No es lo mismo escribir que ser escritor.

Íbamos en el carro camino a Puente Aranda. Yo estaba sentado en el asiento de enfrente, a la par de un conductor amable, cincuentón, llamado Fredy (No, Fredy, me corrigió tajante cuando al verlo en el lobby del hotel lo llamé Alfredo), quien durante una hora de tráfico me había ido mostrando y explicando distintos puntos de la ciudad. El cerro de Monserrate. La candelaria. El parque de los novios. La mejor, según él, venta de arepas de huevo. El mejor, según él, club nocturno de Chapinero. Un edificio altísimo, aún en construcción, llamado Bacatá: palabra de la lengua muisca o muysccubun, no me quedó muy claro, y que es, me dijo, el origen del nombre de Bogotá. Me dijo que Puente Aranda era ya una zona principalmente industrial, y que se llamaba así debido a un puente que siglos atrás se había construido en la hacienda del terrateniente Aranda. El puente ya no está, me dijo. Ni tampoco don Juan Aranda. Pero aquí siguen con nosotros él y su puente, me dijo sonriendo. Al menos en nombre.

Se estacionó frente a un edificio comercial de dos niveles, mal pintado color crema, y apagó el motor. Le pregunté si la biblioteca pública quedaba cerca. Es ésa de ahí, me dijo, señalando la puerta de vidrio oscuro de uno de los locales comerciales del edificio. ¿Ese local es la biblioteca pública?, le pregunté, viendo los barrotes de hierro negro detrás del vidrio. Lo acompaño, dijo Fredy, abriendo su puerta. Le dije que no se preocupara, que no hacía falta, que podía entrar solo. En esta zona, dijo, mejor si lo acompaño.

El café estaba fuerte y chocolatoso y la porcelana tibia se sentía bien en mis manos. Más que un café, yo quería un cigarrillo. No me gusta tomar café en las tardes. Pero me dijeron que debía tomarme uno, pues el de ahí era el mejor café de Puente Aranda. ¿Sabroso, no?, me preguntó el encargado del evento de la biblioteca. Se llamaba Andrés. No tendría aún treinta años. Me había salido a saludar a la calle antes de poder entrar yo al local, a decirme que aún teníamos unos minutos para irnos a tomar un café. Le dije que sí, que muy bueno. Es famoso el café de este sitio, dijo Fredy, quien había aceptado acompañarnos. En el centro de la mesa había un clavel falso, un plato con galletas de almendra, otro plato con galletas de jengibre. La constante llovizna era ahora una brisa suave y agradable que entraba por la puerta abierta de la pequeña cafetería. Andrés de pronto alzó ligeramente la mano y la dejó en el aire, como jurando lealtad o como pidiendo la palabra. Quería hablarte antes del evento, Eduardo, me dijo, y yo tomé un trago largo de café, anticipando ya la misma agenda de siempre, las mismas preguntas de siempre. Quería contarte, continuó Andrés, que el público entero de hoy estará compuesto por habitantes de calle. Bajé despacio la taza de café. Son todos del Centro de Autocuidado Óscar Javier Molina para la rehabilitación de drogadictos, dijo. Espero eso no te moleste. ¿Quieres decir que son indigentes?, le pregunté. Así es, dijo, pero aquí se les llama habitantes de calle. O desechables, susurró Fredy tras dar un sorbo de café. Porque ya no sirven para nada.

El humo del diablo, dijo, y a mí se me ocurrió, viendo cómo le colgaban la camisa y el pantalón de lona, que estaba vestido con la ropa de alguien más grande y más gordo, o que tal vez ésa sí era su ropa pero todo él se había convertido en una osamenta de lo que algún día fue. Así le dicen al basuco, dijo. El humo del diablo. Yo tenía quince años cuando alguien del Bronx me lo presentó, dijo, y ahí me quedé. Ya nada más salía del Bronx para pedir limosna o para robar. Casi siempre a la Caracas, pero también a la Carrera Décima, a la 19, a la 13. Luego regresaba al Bronx a vender cualquier cosa en los puestos de la entrada y directo a comprar basuco en una de las taquillas. En la taquilla del Mosco, en la taquilla Nacional, en la taquilla Morado, en la taquilla Manguera, en la taquilla América, en la taquilla Escalera, en la taquilla de Homero, que se llama así por Homero Simpson.

¿Qué cosa podría decirme usted hoy, como escritor, para ayudarme?

Empecé en esto frecuentando el Bronx, dijo un señor ya viejo o que parecía ya viejo, de bigote canoso y des- cuidado. Mientras hablaba desde su silla de plástico, mantenía las manos juntas, palma contra palma, como si estuviera rezando. El Bronx, dijo, para que usted entienda, es una olla en el centro de Bogotá, llena de drogadictos, alcohólicos, vendedores de droga de todo tipo, ladrones, comerciantes de armas, trata de blancas, antisociales de bajo y alto calibre. Todo el Bronx son sólo tres cuadras, pero son las tres cuadras más custodiadas del país. A una cuadra está la Dirección de Reclutamiento del Ejército, a dos cuadras está la Policía Judicial y el comando de la Policía Metropolitana, y siete cuadras al oriente está la sede de la Presidencia de la República. Hasta Dios mismo lo custodia, dijo con una sonrisa. En la parte de atrás, dijo, desde la basílica del Sagrado Corazón de Jesús.

¿Escribir, para usted, es como rezar?

Durante años mi vida tenía una misma finalidad, dijo. Reciclaje, robo, retaque, consumo de basuco, pegante bóxer, marihuana y otras drogas. Ya no me importaba comer ni beber agua. Sólo conseguir droga. Cualquier cosa por conseguir droga.

¿Usted cree que consumir drogas puede ayudar a un escritor?

Yo conocí a Óscar Javier Molina en la olla El Cartucho, dijo, antes de que las autoridades la desmantelaran y así se creara el Bronx, y también antes de que él se reformara y dejara la calle. Aunque en realidad nunca la dejó. Ahí se mantenía siempre, en la calle, en las ollas, ayudando a cualquiera que necesitara ayuda. Honramos a Óscar Javier en el Centro de Autocuidado del cual somos parte, y que ahora lleva su nombre.

¿Y usted a quién honra cuando escribe?

Yo soy de un pueblo llamado Ocaña, dijo. Pero ahora mi casa es donde me coja la noche. A veces en la olla San Bernardino, o en la Quiroga, o en la Cinco Huecos. Pero conocí la droga en la olla Diana Turbay, que es un barrio en el sur de la ciudad, en la localidad Rafael Uribe Uribe. Imagínese usted que hoy una olla de la ciudad tiene el nombre de una periodista famosa, secuestrada y asesinada en los años noventa (su historia, me susurró Andrés, sentado a mi lado, la cuenta Gabriel García Márquez en Noticia de un secuestro). Pues ahí, en Diana Turbay, conocí el basuco. Pero antes, de joven, yo quería ser músico, dijo. Me gustaba el rock, dijo. Igual que a Óscar Javier.

Si usted no tuviera comida, ni dinero, ni casa, ¿seguiría escribiendo?

A mí me salvó Óscar Javier, dijo, su mirada hacia abajo, toda su postura hacia abajo, como derritiéndose entero. Al nomás empezar a hablar, se había quitado la cachucha de béisbol. La sostenía en sus manos. Él mismo me sacó del Bronx, dijo, cuando la cosa ahí dentro se puso muy caliente. Seguía entrando a realizar su labor social, a pesar de las amenazas y de la lluvia de basura que le tiraban desde las ventanas de los edificios. Al pobre le tocaba salir en pura a refugiarse debajo de un puente o de alguna carreta del mercado. Seis años llevaba trabajando ahí dentro. Llegaba con nosotros los ñeros y nos ofrecía un plato de comida caliente, ayudarnos con un servicio de salud, trasladarnos a un hogar. Él conocía bien ese infierno, y sabía por experiencia propia que era posible dejarlo. Hermanito, si yo pude, usted puede, me decía. Véame a mí, hermanito, es posible cambiar. Así me decía. Pero a los jefes del Bronx no les gustaba que Óscar Javier les estuviera quitando a los clientes. Una noche, un par de sicarios entraron a su casa en La Aurora y le metieron tres tiros en la cabeza.

¿Cuál diría usted que es su infierno?

Sayayines, les llaman, dijo. A uno le decían Lalo. Otro era El Negro. Otro era Valderrama, por su tremenda melena. Otro, don Saúl, es el que dicen mandó a matar a Óscar Javier. Un sayayín es como un soldado del Bronx, el que controla todo ahí dentro. La seguridad. La prostitución. El mercado de las armas. Las taquillas. A los jíbaros que venden la droga y a los sicarios que cobran las deudas de los drogadictos. Dicen que si un drogadicto no pagaba su deuda, don Saúl desaparecía el cadáver fumándose los huesos.

¿Cree usted que se puede escribir honestamente de la muerte de un hombre si nunca se ha visto a un hombre morir?

Unas horas antes de que lo mataran, dijo desde el fondo del salón, Óscar Javier me había dado agua de panela. Fue un sábado. Cuentan que esa mañana, mientras Óscar Javier instalaba una carpa de peluquería gratuita para los habitantes del Bronx, se le habían acercado cuatro tipos, le habían tirado huevos y bolsitas con materia fecal y le habían advertido que no regresara más. Óscar Javier se fue a limpiar a un jardín infantil del sector y después regresó al Bronx y nos repartió agua de panela a algunos habitantes. Esa misma noche lo mataron en su casa. Cuarenta años tenía.

El sobreviviente. Así le decíamos algunos de sus amigos, dijo, a Óscar Javier.

Yo quería ser Nadia Comaneci, dijo sonriendo como con pena. Eso me decía a mí misma, para mis adentros, de niña, creciendo en el Muzú, porque me gustaba la gimnasia olímpica y me gustaba la Nadia Comaneci. Pero cuando murió mi mamá me sumí en el trago y la droga y ahí sigo metida. Y es que un drogadicto nunca deja de serlo. Puede reformarse. Puede dejar de consumir droga. Pero siempre será un drogadicto. Yo tengo sesenta años y le pido que no nos olvide. Sólo eso le pido.

Y usted, como escritor, ¿qué consejo le daría a un drogadicto?

Era ya el final de la tarde. Seguía cayendo una suave llovizna. Estábamos todos de pie en la calle, fumando en la semipenumbra, a la espera del autobús que los llevaría de regreso al Centro de Autocuidado. Ellos me invitaron a visitarlos al día siguiente, para ver cómo vivían y trabajaban ahí dentro, y yo les dije que al día siguiente volaría ya de vuelta a casa, donde mi hijo estaba a punto de nacer, pero que haría lo posible por llegar antes de marcharme al aeropuerto. Alguien sugirió que debíamos hacernos una foto de grupo. Lancé mi cigarrillo a la calle y empezamos a formarnos frente a la puerta abarrotada de la biblioteca, algunos hincados en la primera fila, otros de pie en la segunda. Yo estaba en el centro, como rodeado y custodiado por ellos. Uno de los jóvenes se distanció del grupo y dijo que no quería salir en la foto y ninguno de nosotros logró convencerlo (luego me explicaría Andrés que era porque le daba vergüenza la condición de su rostro). Desde lejos, Fredy nada más nos observaba con desdén o quizás impaciencia. Y ya estábamos ubicados y listos para sonreír cuando de pronto todo se hizo silencio. Un silencio desabrido después de tantas palabras, como si las palabras fuesen aire y el mundo un globo flácido y desinflado. Y mientras yo intentaba sonreír en medio de ese silencio, bajo la lluvia casi invisible, sólo podía pensar que cada uno de ellos un día fue hija o hijo de alguien, que cada uno de ellos un día fue el bebé recién nacido de alguien, que cada uno de ellos un día fue arrullado por alguien con todo el amor de un padre o de una madre que sostiene en sus brazos una vida nueva, una vida llena de luz, una vida que apenas empieza.

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Saturno de Eduardo Halfon por Katherine Moreno


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Eduardo Halfon finalista del Neustadt International Prize

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Eduardo Halfon finalista del Neustadt International Prize

Robert Con Davis-Undiano, profesor de Neustadt y director ejecutivo de la organización World Literature Today en la Universidad de Oklahoma, ha anunciado los nueve finalistas para el Premio Internacional de Literatura Neustadt 2020. Según el comunicado de prensa, el premio, bienal y con una dotación de 50000 dólares, «reconoce importantes contribuciones a la literatura mundial».

Los finalistas son: Emmanuel Carrère (Francia), autor de The Adversary; Jorie Graham (Estados Unidos), autora de Fast; Jessica Hagedorn (Filipinas / Estados Unidos), autora de Dogeaters; Eduardo Halfon (Guatemala), autor de Mourning; Ismail Kadare (Albania), autor de Broken April; Sahar Khalifeh (Palestina), autora de Wild Thorns; Abdellatif Laâbi (Marruecos), autor de Beyond the Barbed Wire; Lee Maracle (Canadá), autora de Celia’s Song; Hoa Nguyen (Vietnam / Estados Unidos), autora de Red Juice.

El ganador se anunciará el 16 de octubre en el Neustadt Lit Festival de 2019.

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Libros de Eduardo Halfon publicados en Jekyll & Jill:

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Courbett Magazine recomienda Saturno de Eduardo Halfon


La revista Courbett Magazine recomienda Saturno, de Eduardo Halfon, en el especial Feria del Libro de Madrid 2019

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En realidad, leed por favor cualquier libro que haya escrito Eduardo Halfon. Eso sí, os recomendamos que comencéis con «Saturno», una obra breve pero intensa, casi diríamos que turbulenta, durísima. El escritor narra las relaciones con su padre, un ser gélido, distante, tiránico, excesivamente exigente y desprovisto de cualquier empatía hacia su hijo. Como si del mítico Saturno se tratase (el ser que devoraba a sus hijos al nacer), el padre provocó que su hijo se viese abocado a la constante amargura y que pensase incluso en el suicidio. El libro narra esos sentimientos y los entrelaza con las historias de escritores que se quitaron la vida, de Klaus Mann a Virginia Woolf. A través de las diferentes capas narrativas empiezan a aparecer diferentes voces, los planos se entrecruzan y… hasta aquí podemos leer. Simplemente, no os lo perdáis.

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Saturno de Eduardo Halfon en Mortal y Rosa



Mario Guerrero recomienda Saturno, de Eduardo Halfon, en su blog Mortal y Rosa.

¿Aún no te cantan los pájaros en griego?

Eduardo Halfon, Saturno

Saturno (Jekyll&Jill, 2017), de Eduardo Halfon, es un libro que me pareció extraño desde un primer momento. Apareció ante mí en diferentes redes sociales y blogs literarios, siempre llamándome la atención y reclamando mis ojos ávidos de lectura. No sé cuándo ni por qué, pero terminé cayendo en sus garras. Lo compré y nunca imaginé que fuera tan pequeño y breve, pero me gustó, porque si es bueno y breve, dos veces bueno.

En esta novela, un protagonista un poco desesperado, pero sin prisas por relatar su trastorno vital, narra con cierta lamentación la vida que le ha dado su padre, de insultos, de gritos, de silencios obligados, de miradas feroces… Al principio, el protagonista cuenta cómo el padre le enviaba cartas donde solo escribía su nombre, escrito con rapidez, lo cual no puedo evitar que me cause un escalofrío, por la manera tan sosegada con la que parece contarla el protagonista, casi como si pudiera escuchar su voz ronca, con silencios de por medio.

Dentro de la carta también iba un cheque con dinero, pero al protagonista lo que le importaban eran las palabras que le enviaba su padre, las cuales nunca llegaban, por lo que llegó a la conclusión de que el padre es un nombre. Esa es la conclusión de la novela, en la que el padre del protagonista es considerado por este como un tirano, y a lo largo de esta breve novela le hace recrisaturno2edminaciones, una tras otra, sobre lo que ha sido el padre para él.

Paralelamente a esto, el protagonista también nos va contando los suicidios (no las muertes, los suicidios) de numerosos escritores y escritoras, algunos más detallados que otros. Por ejemplo, cuenta el suicido de Hunter S. Thompson, Sylvia Plath, Alfonsina Storni, Gilles Deleuze, Rainer Maria Rilke, Virginia Woolf, Harold Hart Crane, Emilio Salgari, David Foster Wallace, Ernst Toller (este se suicidó tras, la noche anterior, haber criticado a los suicidas), Antonin Artaud, Primo Levi, Sergey Yesenin, Cesare Pavese, Jack London, Alejandra Pizarnik, Malcolm Lowry, John Kennedy Toole (el genio injustamente tratado), Stefan Zweig, Horacio Quiroga, Klaus Mann, Leopoldo Lugones, Ernest Hemingway o, precisamente, Yukio Mishima (del que hablo en la reseña inmediatamente anterior a esta).

Me ha sorprendido que no hablara sobre el suicidio de Sándor Márai, que, aunque, se suicidó con ochenta y ocho años, al fin y al cabo se pegó un disparo en la cabeza. Cuenta el de Hemingway en apenas dos páginas de una manera que es imposible no sentir un estremecimiento interior. El padre de Hemingway se suicidó de un disparo, y su hijo aprendió de ello e hizo lo mismo. Así que, a partir de este hecho, el protagonista le pregunta a su padre qué le ha enseñado él.

El protagonista le sigue recriminando a su padre que no le prestara atención, y le reclama, más que el dinero, la figura del padre, ese que solo le prestaba atención a los negocios e ignoraba a su hijo. Le pregunta a su padre, más adelante, si siente asco de él por haber sido poeta y por no haber llorado en su funeral. Le hace, en definitiva, muchas preguntas, que concluyen con un final sosegado y tremendo donde el protagonista escucha multitud de voces que le llegan de todas partes, las mismas voces, quizás, que escuchaba Virginia Woolf cuando se suicidó, o las mismas que escuchaba el protagonista de Plegaria por un Papa envenenado, de Evelio Rosero.

“¿Recordó usted [al morir] los desayunos perdidos, todos los gritos e insultos, todos los años de silencio, todo aquello que nunca logramos conocer? […] Usted se marchó sin jamás haber estado”, es una de las recriminaciones textuales que le hace el protagonista a su padre, aunque, “más que un padre, usted era un tirano”, asegura, al igual que afirma que “tristemente, padre, nadie gana las guerras”. Por eso su padre no ha ganado, ni tampoco él ganará pese a las reclamaciones que le hace.

Es inevitable pensar en la imagen goyesca de Saturno devorando a su hijo cuando el protagonista narra aquella vez que Virginia Woolf intentó suicidarse tirándose sin éxito desde el balcón (unos meses después lo lograría hundiéndose en el río Ouse) y en la que, al parecer, la escritora inglesa invita a matar al padre antes de que el padre nos mate a nosotros (la escritora “abandonó el apellido del padre”, que era Stephen, dejándose el de su marido, y sentía una gran admiración por su padre). La misma Woolf fue la que empezó a escuchar, además de voces, a pájaros cantando en griego. Por eso el protagonista, en cierto momento de su desquiciamiento, se pregunta si él también empieza ya a escuchar a los pájaros cantar en griego.

También es inevitable no pensar en la historia mitológica de Zeus, condenando a ser comido por su padre, Cronos, y salvado por aquel pastor y amamantado por aquella oveja en una remota cueva. El protagonista de esta obrita parece haberse librado de ser comido por su padre, aunque ahora es él el que no lo deja vivir en paz, quejándose una y otra vez de su actitud cuando él era un niño.

No me esperaba una obra de este calibre, por eso me gustaría que todos la leyeran, por el contenido tan grandioso que contiene y por las breves trazas de vidas de escritores que se suicidaron. Saturno es el padre hasta que el hijo se convierte en padre, entonces el círculo se cierra, ¿o se abre de nuevo para abarcar nuevos horizontes familiares y que se repita la intrahistoria de un apellido?

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Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon en Zona de obras



Cristina Torres Ripoll recomienda Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon, en Zona de Obras.

Eduardo Halfon sorprende con Biblioteca bizarra, una recopilación de textos que no responden a un género narrativo concreto. En ellos, el escritor guatemalteco aglutina desde lo que podrían ser las memorias de un padre primerizo, hasta un anecdótico ensayo sobre las distintas tipologías de bibliotecas con las que ha ido encontrándose a lo largo de su vida.

Puede que Biblioteca bizarra diste desmesuradamente de lo que el lector espera de Eduardo Halfon, ya que es un libro que, aunque comparte la sensibilidad con la que fue escrito Duelo, uno no sabría bien cómo etiquetarlo. No responde a un género concreto, pero sí lo hace a la identidad de Halfon.

De este modo, Biblioteca bizarra se inicia con un paseo por las distintas bibliotecas que el escritor guatemalteco ha tenido la suerte de visitar. A ellas, las dota de un nuevo sentido y significado, elaborando un exhaustivo listado que recorre las distintas tipologías: extrañas, peculiares y por qué no, obviando el uso español que pueda darse al adjetivo del título de este libro, también bizarras.BB COVERS2aED.indd

Así, entre lo anecdótico y lo memorable desfilan personajes y situaciones tras las que surgen estos nuevos tipos de bibliotecas: las de lomos blancos, las que acompañan a los muertos, las que más tarde se quedan con los vivos, las que se vuelven itinerantes, las que van cambiando de dueño y las mojadas.

Llegados a este punto del libro, no insistan en seguir buscando un sentido bajo el que aglutinar estos textos. Aquí, lo ecléctico es lo único que dota de sentido a este grupo de textos inclasificables y quizás también inagrupables, pero igualmente maravillosos. Como en el que lleva por título Los desechables y en el que Halfon relata con sumo detalle una charla que tuvo que dar en Bogotá para personas que vivían en la calle.

En Halfon, boy hace alusión al nacimiento de su hijo, adquiriendo incluso un tono epistolar. SaintNazaire alude al pasado polaco de Halfon y su abuelo, del que el lector ya ha podido leer en su anterior novela Duelo. Sus raíces se convierten en un tema recurrente a lo largo de su narrativa. Notas a pie de página sirve de antesala a su novela Mañana nunca lo hablamos. Y, por último, nos encontramos con Mejor no andar hablando demasiado, un artículo en el que describe su labor como escritor.

Biblioteca bizarra es un libro para leer despacio, saboreando el estilo con el que Halfon nos ha malacostumbrado y esperando a la siguiente entrega; porque si algo sabemos de Halfon fehacientemente es que al igual que lector empedernido, también cumple a la perfección su labor de escritor implacable.

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Eduardo Berti recomienda Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon



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El escritor Eduardo Berti recomienda Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon.

La memoria narrativa no es fluida. No es continua. Más que como una película, se manifiesta como una serie de imágenes fragmentadas. De cuadros. De recuadros.
Imágenes en el álbum de la memoria: inconexas y opacas y acaso inventadas. El hilo que las une es la literatura. La literatura, hilvanándolas, les da sentido. El oficio de un escritor no difiere del oficio de un sastre. Parches, remiendos, costuras, hilos, retazos que, con oficio, crean la ilusión de un todo.
En la memoria, las sensaciones son más intensas que los hechos, y las ausencias ocupan más espacio que las presencias. Algo que no tuvimos, que perdimos, que se marchó, deja en nosotros un vacío permanente, irreparable. Hacer literatura es el ejercicio de querer rellenar los espacios vacíos de la memoria, sabiendo todo el tiempo que no se puede.
Narramos desde nuestros lugares infantiles, desde un punto intermedio entre el recuerdo y el olvido.
Dibujar es el arte de la mirada. Hacer literatura es el arte de manipular el recuerdo.
Eduardo Halfon, Biblioteca bizarra (Jekyll & Jill, 2018)

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Saturno

Saturno de Eduardo Halfon en Poemas del alma



Tes Nehuén reseña Saturno, de Eduardo Halfon, en Poemas del alma:

«Saturno», de Eduardo Halfon

Mirar el abismo, entender sus límites, zambullirse en él, como lo expresara César Pavese, es la única forma de salvarse del dolor. Y es eso lo que hace en “Saturno” Eduardo Halfon (Jekyll & Jill). Y nos ofrece un libro en el que, a modo de carta, un narrador destrozado se dirige a su padre e intenta materializar la tristeza, la decepción y el abandono haciendo de toda esa herida literatura. Un libro exquisito, que te va a hacer llorar, porque llorar es lo mejor que sabemos hacer los heridos de muerte.

Saturno, el peor padre de la historia

Lo que realmente me interesaba no era su dinero sino sus palabras. Esta frustración es la que lleva al protagonista a dirigirse a su progenitor. Pero ¿cómo se le habla-escribe a un padre que no ha cumplido con su tarea de protector –o que ha entendido su función de padre únicamente en las tareas de procreación y manutención, dejando a su hijo absolutamente desprotegido en un mundo donde la crueldad y la incomprensión son moneda corriente–? ¿Cómo escribirle a un padre ausente, a quien ni siquiera le puedes reprochar la ausencia, porque te ha enviado reglamentariamente su dinero, te ha dado ropa y comida –es decir, no te ha faltado de nada, como suele decirse, gracias a él–? Con ira, tristeza y un punto de desesperación; porque has carecido de todo, de todo lo que alguna vez entendemos que nos habría hecho falta para crecer como criaturas sanas, libres, fuertes.

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“Saturno” es una larga carta que se asemeja a aquel libro maravilloso de Franz Kafka, “Carta al padre”, en el tono melancólico y la furia a la que nos condena la orfandad. Sin embargo, se levanta con ambición para hacer propia la voz de la tristeza de miles de niños y niñas abandonados. Porque escribir puede salvar del derrumbe y porque, a veces, la ira es lo único que puede mantenerte a salvo. Y aunque esa frase no es mía, la asimilo como si lo fuera.

Saturno, el dios capaz de destruirlo todo, el padre capaz de devorar a sus hijos, el dios reducido a simple mortal por contradecir las promesas de la herencia. Saturno, que no es precisamente el ejemplo de padre en la mitología, es el nombre que escoge Halfon para dar vida a este libro maravilloso. Partimos de esa idea: el peor padre de la mitología (progenitor, por cierto, de un par de dioses y diosas inolvidables) para referirse al propio padre.

Un corazón abierto a (en) la palabra

“Saturno” se trata de una mirada a la tristeza a la que nos condena la falta de padres, pero sobre todo es una mirada a lo que la literatura le debe a infancias infelices, por difícil que resulte mirarlo así. No obstante, no se queda en un discurso simplista. Y aquí creo que reside el carácter más llamativo de este libro: el discurso es desordenado, lleno de palabras que parecen tacharse o anularse entre sí. Así no es difícil comprender que se trata de un personaje cuyo sistema emocional es caótico, lleno de heridas y dudas. En este punto, la forma en la que hilvana su discurso Halfon me parece alucinante, porque te atrapa desde la primera línea y te lleva por un viaje a través de los suicidas y los huérfanos de la historia de la literatura.

Y quiero hablar especialmente de su estética, porque el editor, Víctor Gomollón, ha sabido construir una obra de arte fascinante. Creo que la lectura se disfruta mucho más gracias al material que lo acompaña. Se trata de una edición delicada, pequeña y oscura como una brasa, como el corazón en cenizas del narrador. Un objeto-libro exquisitoque sirve para demostrar que una buena encuadernación (escogida especialmente teniendo en cuenta el contenido) hace muchísimo en cuanto al resultado final de cada libro. Gomollón en Jekill & Jill está todo el rato dándonos pruebas de ello, como casi nadie.

 

Todas las voces de los huérfanos

Vachel Lindsay, Horacio Quiroga, Sylvia Plath, Assia Wevill, Paul Celan, Virginia Woolf. Huérfanos o hijos de padres ausentes o exigentes, que para el caso es lo mismo: carentes del amor paternal que dice la psicología puede ayudarnos a desarrollar una autoestima saludable y una vida feliz. Halfon construye un discurso escogiendo a un personaje desquiciado que se apoya en todos ellos para hilar su propia historia, para hablar con su padre y demostrarle que toda esa violencia que surge al pensarlo o hablarle no sólo no es gratuita sino que ni siquiera es responsabilidad suya. Podemos extraer así de esta lectura una tesis sobre lo que la literatura le debe a la orfandad y sobre lo mucho y poco que salva el descubrimiento de un método que sirva para canalizar ese corazón lleno de heridas, cenizas de un amor que debió suceder pero no tuvo tiempo ni lugar.

El libro parte con aquella cita de Pavese que dice que la única forma de salvarse del abismo es mirarlo, sondearlo, bajar hasta sus cimientos y abrazarlo. César Pavese, sin embargo, fue otro de los huérfanos que encontró la paz en el suicidio: murió de sobredosis a los cuarenta y dos años.

dice Halfon, en este monólogo que se abraza a la orfandad y que funciona como una plegaria contra el abandono, como una prueba irreductible de lo que el abandono nos hace. El hueco de infancia que ha dado vida a las mejores letras de la literatura, fue también el responsable de muertes catastróficas, de vidas solitarias en las que la frustración del beso y el abrazo no recibido latió como un corazón dormido, siempre dispuesto a despertarse con el beso del príncipe.

Hay que dejarse besar por la mirada de Halfon para reconstruir el sentimiento y nadar hacia la luz a través de sus letras, y de las voces de los huérfanos de la literatura.

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Eduardo Halfon Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2018



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El escritor Eduardo Halfon ha sido reconocido con el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2018. 

El Premio Nacional de Literatura de Guatemala «Miguel Ángel Asturias» es el máximo galardón literario otorgado anualmente por el Ministerio de Cultura y Deportes, a través de su Dirección General de Artes y por medio de un Consejo Asesor de Letras al conjunto de la producción de un autor o autora, en consideración de su calidad y aporte al desarrollo de la literatura guatemalteca.. En anteriores ediciones, el premio ha recaído en Augusto Monterroso, Ana María Rodas, Rodrigo Rey Rosa y Delia Quiñonez, entre otros.

Jekyll & Jill tiene el honor de haber publicado dos de sus obras: Saturno (2017) y Biblioteca bizarra (2018).


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Biblioteca bizarra en la revista de Air Nostrum (Iberia)



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Rafa Rodríguez recomienda Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon, en la revista de la compañía aérea Air Nostrum (Iberia). Nº. 14, septiembre/2018.

Biblioteca bizarra
Bizarre Library
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El guatemalteco Eduardo Halfon escribe con precisión, alma, ritmo y pasión en las seis crónicas reunidas en este libro. Habla debibliotecas, de la paternidad, de la memoria infantil o de los peligros de ser escritor en su país de origen. Una maravilla adictiva que engancha desde su llamativa portada.
Guatemalan Eduardo Halfon is the author of six exiting, passionate and precisely written chronicles featured in this book. In them, he talks about libraries, parenthood, childhood memories and the dangers of being a writer in his homeland. An addictive book with a cover that catches the attention of its readers straight away.

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David Pérez Vega reseña Biblioteca Bizarra



 

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David Pérez Vega reseña Biblioteca Bizarra de Eduardo Halfon  en revista Eñe:

Después de leer los tres libros que Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) ha publicado en la editorial Libros del Asteroide (Monasterio, Signor Hoffman y Duelo) en tan sólo cuatro días, me apeteció seguir con su obra y compré en La Central de Callao los libros Mañana nunca lo hablamos y Biblioteca bizarra.

Lo cierto es que intuía que si le escribía a Víctor Gomollón, el editor de Jekyll & Jill, al que sigo en Facebook, el libro de Biblioteca bizarra para reseñarlo, me lo enviaría. Pero ocurrieron dos cosas: quería leerlo de forma inmediata, tras los otros libros de Halfon, y además me di cuenta de que ya había salido al mercado la segunda edición, pero que en La Central aún quedaban ejemplares de la primera. Y al abrir ejemplares de la primera edición vi que los libros estaban numerados. Busqué el número más bajo y me lo llevé a casa. Tengo el 126 de la primera tirada de este libro. Éste tipo de detalles libresco-fetichistas se inventaron para gente como yo.

Después de acabar con Mañana nunca lo hablamos, el mismo día empecé (y terminé) Biblioteca bizarra. Este libro está formado por seis textos que fueron publicados en revistas literarias entre 2011 y 2017. Los seis han sido revisados y quizás ampliados o reescritos. Al final, en la nota que explica su lugar de procedencia, se da la siguiente información de cada una de estas composiciones: «Una primera versión de XXX fue publicada en YYY, con tal fecha.»

Los seis textos de Biblioteca bizarra podrían ser calificados de relatos, pequeños ensayos o artículos. En realidad, creo que no tiene mucha importancia la distinción, puesto que Eduardo Halfon, como otros escritores actuales, juega a la mezcla y confusión de géneros narrativos.

El primer texto es el que da título al libro, y en él se describen diversas bibliotecas que Halfon ha podido ver (o de las que ha oído hablar) a lo largo de su vida. La primera biblioteca es la de una de sus tías abuelas, que ha muerto recientemente, y Halfon va a su casa a ver la enorme biblioteca que esta mujer ha dejado tras de sí. «Me vestí con el entusiasmo que sólo conoce un bibliófilo.», leemos en la página 15. Se trata de una biblioteca dedicada a un único tema: el sionismo. Un aire melancólico acaba impregnando las reflexiones de Halfon, que, como en otros de sus libros, medita aquí sobre su condición de judío. Otra de las bibliotecas de las que habla es llamada La biblioteca salvaje y aquí se habla de la relación de Roberto Bolaño con Antonio di Benedetto que dio pie a la existencia del cuento de Bolaño titulado Sensini. En realidad este primer relato (o miniensayo o artículo) tiene un aire muy bolañesco, de ese Bolaño salvaje y erudito, del Bolaño que acaba de leer a Borges. De hecho, diría que además de hablar del cuento Sensini, existe aquí otro homenaje a Bolaño en las páginas de La biblioteca mojada, en las que se habla de un médico riojano que regala todos los libros que compra y que lee en la bañera. En una entrevista, Bolaño comentaba que su amigo el poeta Mario Santiago (que da origen al personaje Ulises Lima) leía en la ducha.

También, Biblioteca bizarra me ha hecho pensar en muchas de las páginas de un bibliófilo como Enrique Vila-Matas.

El segundo relato se titula Los desechables y habla de una conferencia sobre literatura que Halfon tuvo que dar en Bogotá para un público formado por personas de la calle en proceso de integración social. No es la primera vez que me ocurre al leer a Halfon, pero en estas páginas he sentido más que en otras la conexión de algunas de sus propuestas con las del escritor argentino Sergio Chejfec. En el libro de relatos de Chejfec Modo linterna, el autor también convierte en objeto del cuento los actos y las charlas literarias.

Halfon, boy es el texto que más me ha gustado de este libro. En este relato, Halfon habla del nacimiento de su hijo en Nebraska, donde trabajo como profesor de literatura. Se habla aquí del hijo y de los problemas que encuentra en la traducción de la obra del autor norteamericano William Carlos Williams, que a su vez fue traductor del español al inglés, y un médico pediatra que ayudó a que llegaran muchos niños al mundo. La forma en la que Halfon une sus reflexiones sobre la obra de Williams y el nacimiento de su propio hijo me ha parecido brillante.

Saint-Nazaire es el texto, de los presentes aquí, que más se relaciona con la parte de la obra de Halfon que ha tenido más repercusión (Monasterio, Signor Hoffman y Duelo), puesto que habla de una de las experiencias europeas de su abuelo polaco. También se habla aquí de escritores, y esto entronca más con el espíritu ensayístico de Biblioteca bizarra. «¿No es la nimiedad, pues, la materia prima del cuentista? ¿No son las anécdotas en apariencia mínimas, es decir, insignificantes, la arcilla misma con la cual el cuentista trabaja su artesanía y moldea su arte?», escribe Halfon en la página 78, comentando los cuentos de Chejov y también su propia obra.

El quinto texto se titula La memoria infantil y se subtitula Notas a pie de página. Me he sentido afortunado al leerlo, porque ha dado la causalidad de que estas páginas son un comentario al libro Mañana nunca lo hablamos que, como comentaba al comienzo de esta reseña, había acabado el mismo día que leía esta reflexión personal sobre los cuentos de ese otro libro. De hecho, el comienzo de este miniensayo es el texto de contraportada de Mañana nunca lo hablamos. Aquí se apostillan los cuentos del otro libro, y se explica, en cierta medida, cómo están hechos y por qué; cómo es el recuerdo o el impulso que lleva a Halfon a escribir un cuento a partir de un recuerdo o una sensación del pasado. «Un escritor escribe desde allí: desde lo que ha visto, desde lo que ha escuchado, desde los olores y sonidos que revolotean como mariposas en su memoria. No escribe su memoria. Escribe solamente a partir de ella. Desde ella. Hacia delante.» (pág. 88), «Veo esas imágenes en el álbum de mi memoria: inconexas y opacas y acaso inventadas. El hilo que las une es la literatura. La literatura, hilvanándolas, les da sentido. El oficio de un escritor no difiere del oficio de un sastre. Parches, remiendos, costuras, hilos, retazos que, con oficio, crean la ilusión de un todo.» (pág. 89)

De los recuerdos que cita lo que más curioso me ha resultado es ver cómo algunos de ellos servían de base a relatos que estaban en el libro Mañana nunca lo hablamos y otros no llegaban a relatos de ese libro; recuerdos que se perderán o que, tal vez, den lugar en el futuro a nuevas narraciones.

En esta quinta narración también nos encontramos con Rol, uno de los trabajadores de la casa familiar de Halfon, que protagonizaba uno de los relatos de Mañana nunca lo hablamos y del que se habla aquí, de nuevo, muchos años más tarde.

Cierra el volumen la narración más ominosa de todas, Mejor no andar hablando demasiado. Aquí Halfon reflexiona sobre la condición del escritor en un país como Guatemala, además de su propio proceso de transformación desde ser un ingeniero hasta convertirse en un escritor. «Durante el último siglo, los escritores guatemaltecos han estado escribiendo, y muriendo, en el exilio.» (pág. 102). Aquí hablará de Miguel Ángel Asturias, Augusto Monterroso, Luis Cardoso y Aragón o Luis de Lión. La escena final que cierra el relato y el libro es terrible: Halfon recibe una visita amenazante en su casa después de haber publicado su primer libro en Guatemala.

Biblioteca bizarra es un libro que gustará a los lectores habituales de Eduardo Halfon, a los que le conozcan por sus libros más famosos (los publicados por Libros del Asteroide), aunque creo que también podría ser una buena puerta de entrada a su obra. Hasta ahora no había leído ningún libro de la editorial Jekyll & Jill, dirigida por Víctor Gomollón y la verdad es que me ha impresionado el cuidado con que está editado Biblioteca bizarra, un precioso libro-objeto.

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Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon en Librújula



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Milo J. Krmpotić recomienda Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon. Excelente reseña para el libro de la semana de Librújula.

Existen numerosos (buenos) motivos para desconfiar de la autoficción. En el peor de los casos, la etiqueta esconde a un burócrata con ínfulas literarias, pero sigue habiendo autores capaces de conseguir que las dos partículas que la componen se erijan en oxímoron, amparen el misterio y una insondable belleza. Así, quien reniegue de la autoficción por principio no solo no ha leído a Eduardo Halfon, sino que debe urgentemente leer a Eduardo Halfon. En este nuevo capítulo de su pequeño idilio con la editorial Jekyll & Jill (1.300 ejemplares numerados a mano, imagen gloriosa en su sobrecubierta y encuadernación en rústica que es ya una primera, gozosa invitación a la lectura), el gatemalteco de nacimiento y norteamericano de adopción presenta seis crónicas marca de la casa, que vuelven a demostrar que la vida de Halfon es lo que más o menos le sucede a Halfon mientras ama los libros, se cuestiona el lenguaje y la identidad, viaja y recuerda o cree que recuerda, y con todo ello erige los cimientos de su oficio, de su profesión: un contarse a sí mismo entre la extrañeza y el reconocimiento universal. Solo la primera pieza, dedicada a una colección de bibliotecas peculiares, justifica el trayecto.

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La Carcoma recomienda Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon



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La revista de críticas de Cine, Teatro y Literatura La Carcoma recomienda Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon:
Hay una relación muy íntima entre los últimos títulos de Sam Shepard, Simon Roy y Eduardo Halfon. En los tres se relatan aspectos del yo, pero realmente resulta muy complicado encuadrarlos dentro de un género porque cada uno de ellos juega con diferentes modalidades en su exposición. El diálogo entre géneros es una constante que enriquece continuamente cada texto. El autor que mejor lo trabaja es Eduardo Halfon.

‘Biblioteca Bizarra’ es pura orfebrería. ¿A qué género pertenece? Imposible sacar conclusión alguna porque todos ellos se abrazan, se seducen, se engañan, pero siempre tienen una dirección muy bien estructurada. Aunque se trata en apariencia de crónicas independientes en la que escribe sobre él -o no- literatura, escritura, la llegada del hijo… todo está perfectamente ensamblado y relacionado. Texto poderosísimo en el que las propuestas del escritor guatemalteco toman una consistencia firme y coherente. Autor que está construyendo una obra solida e íntimamente relacionada entre sí. Las idas y venidas de sus textos son pequeños guiños y homenajes. Es el escritor que tiene más consonancia en cuánto a creación con Thelonious Monk: Cuando parecía que iba a tocar el mismo tema, jamás era igual. Eso es Halfon, alguien que siempre sorprende con talento ilimitado y que jamás nada en él es igual.

Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon en La antigua Biblos



Antonio F. Rodríguez reseña Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon, en La antigua Biblos:BB COVERS2aED.indd

Este librito maravilloso reune seis textos inclasificables, que podrían ser catalogados como monólogos, crónicas, ensayos, relatos o reflexiones de autor sobre su pasado, su vida y todo lo que puede ser interesante y tiene relación. El autor salta con ligereza de un aspecto a otro de lo que cuenta, cita a otros autores, elucubra, recuerda y compone seis fantásticos collages intelectuales llenos de sensibilidad y talento, a medio camino entre el ensayo y la autobiografía.
Los temas son a la vez íntimos y literarios: una disquisición y clasificación de los diferentes tipos de biblioteca; la experiencia de ir a presentar un libro a un barrio de drogadictos en Bogotá; el trance único y conmovedor de ser padre; cómo Chéjov comenzó a escribir relatos y la belleza de las obras de arte pequeñas; la memoria infantil de quien se tiene que ir a su país a los once años, y cómo actúa la presión social y la censura en un país realmente violento.
Son crónicas impagables, empapadas de literatura, que creo que apreciará especialmente el lector con muchas horas de vuelo y larga experiencia. Una joya de poco más de cien páginas, bellísima en su brevedad. Un libro del que me he quedado prendado y que os recomiendo de todo corazón.
La foto de la portada está tomada por la reportera Jean-Marie Simon, en 1981, en la carretera que va a Esquipulas (Guatemala), mientas acompañaba al guardaespaldas de Mario Sandoval Alarcón, fundador el Movimiento de Liberación Nacional y padrino de los temidos escuadrones de la muerte.
Esta edición, a cargo de la editorial aragonesa Jekill & Jill, está numerada y consta tan solo de 1300 ejemplares; yo tengo el 773, así que corred, corred a vuestra librería de cabecera a comprarlo antes de que se agote.
Eduardo Halfón (Ciudad de Guatemala, 1971) es un escritor guatemalteco, descendiente de una familia judía, que está considerado uno de los nuevos escritores más prometedores e interesantes de Latinoamérica. Escribe libro cortos, pero de mucha enjundia y fundamento.
Desde el 2003 está publicando títulos de mucha calidad. Ha visitado varias veces este humilde blog, sus libros han sido traducidos a más de diez idiomas, ha ganado varios premios y ha obtenido una beca Guggenheim. A mí, desde luego, me encanta y tiene ya un sitio reservado en mi santoral literario particular.

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Eduard Aguilar entrevista a Eduardo Halfon en Alicante Plaza

Eduard Aguilar entrevista a Eduardo Halfon con motivo de la publicación de Biblioteca bizarra (Jekyll & Jill, 2018) y lo somete a un interrogatorio que gustará mucho a los bibliotecabizarradictos. En Alicante Plaza y Valencia Plaza:

SED BUEN@S Y LEED A LA SOMBRA: DIÁLOGOS ESTIVALES

Eduardo Halfon: «Nada les gustaría más a mis editores que una novela larga»

29/07/2018 – ALICANTE. Leer, leer, leer, escribir, leer, escribir, escribir, verbos que se conjugan con vicio, con el convencimiento de una trascendencia que no siempre ratifica la realidad editoEstebanCh_NoticiaAmpliadarial. En el caso de Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971), el camino desde el aprendizaje de la escritura de un ingeniero, por el mecanismo inmersivo de la lectura, ha dado como resultado una sólida carrera hacia el canon, hacia un canon, pero no ciertamente hacia la canonización. Halfon es huidizo a su pesar, migrante obligado por fuerzas tan grandes como la violencia. Transita como un flâneur literario por los entresijos de su memoria familiar y afectiva, picotea aquí y allá y vampiriza su legado cultural para construir una de las más sólidas trayectorias literarias de la actualidad.

Escribía Alberto Manguel en La biblioteca de noche que “los que me visitan me preguntan con frecuencia si he leído todos mis libros; generalmente contesto que, sin duda, los he abierto todos. Lo cierto es que, para ser útil, una biblioteca no necesita ser leída en su totalidad: a todo lector le conviene un equilibrio razonable entre el conocimiento y la ignorancia, entre el recuerdo y el olvido”.

Y como un equilibrista entre el recuerdo y el olvido, Halfon ha reunido seis crónica literarias y personales de su relación con su entorno, con su país de nacimiento, con el lenguaje, con los libros, y los ha empaquetado junto a Víctor Gomollón, editor de la zaragozana Jekyll & Jill, en un garboso volumen envuelto en una camisa a todo color, desde la que nos mira socarrón el guardaespaldas de Mario Sandoval Alarcón, fundador del Movimiento de Liberación Nacional y padrino de los escuadrones de la muerte, fotografiado en plena campaña electoral de 1981, por la reportera gráfica Jean-Marie Simon.

En una conversación off-line/on-line transatlántica, Alicante-Nebraska, Eduardo Halfon nos habla de ficción, de memoria, de autores, escritores, editores y lectores. Algunas de las preguntas de este cuestionario son sugerencias del lector, filólogo y profesor de literatura Rafa Teruel (Puente de Génave, 1970)

—¿Dónde se encuentran las influencias de Eduardo Halfon? ¿Cual es su filiación literaria? ¿Qué lees, qué escuchas, qué ves que luego se vierta en tus escritos?
—Las influencias son fuerzas, decía Raymond Carver, irresistibles como la marea. En mis primeros libros, en Saturno, en El ángel literario, incluso en De cabo roto, es evidente que lo que me estaba influenciando era mis lecturas. Tanto como lector —actividad en la que estaba muy entusiasmado, hasta un tanto enloquecido—, como por mi condición en aquel momento de profesor de literatura. Todo eso se iba metiendo en mi obra. Pero luego hubo un cambio. En 2007 me marché de Guatemala, a España. Renuncié a Guatemala, renuncié también a la docencia, y empecé a dedicarme sólo a escribir. Surge entonces El boxeador polaco, un libro que más que beber de influencias literarias empieza a beber de las influencias vivenciales. Es ya mi vida la que va marcando lo que escribo. Y digo mi vida muy ampliamente. Desde entonces, en esta última década, todos mis libros y cuentos y aun ensayos han sido producto de experiencias vivenciales. Una conversación con mi padre, algún viaje, recuerdos de la infancia, el nacimiento de mi hijo. No estoy retratando mi vida en mi obra. No estoy escribiendo mis memorias ni mi autobiografía. Sino que hay chispas de mi vida diaria que irresistiblemente me mueven a escribir. Las influencias, por tanto, ya son más vivenciales que literarias. Al menos por ahora.

—Pre-Textos, Fulgencio Pimentel, Libros del Asteroide, Jekyll&Jill, Páginas de Espuma, Alfaguara, Anagrama, AMG… ¿hay como un anhelo de libertad en esta dispersión bibliográfica?
—No sé si es un anhelo de libertad. No lo planifiqué así. Nunca fue mi intención buscar tantas editoriales distintas. De hecho, al mirar una estantería, me gusta cuando son iguales todos los lomos de los libros de un autor. Es muy agradable, como lector y comprador de libros, entender el conjunto de un autor como una obra única, visualmente. Pero en mi caso no se dio así. Quizás hay una razón: no creo en el matrimonio entre escritor y editor, entre autor y editorial, sino más bien en el matrimonio entre manuscrito y editorial. Cada manuscrito necesita su propia casa. Yo tengo libros muy particulares que requieren a un editor que sepa presentarlos y mimarlos de una manera bastante especial. Saturno, por ejemplo, es un libro breve y extraño que necesitaba un Jekyll & Jill, donde supieron darle a ese texto la presentación que requería: el diseño de la cubierta, las dimensiones del libro, etcétera. El ángel literario, publicado en 2004 por Anagrama, es un libro muy literario, metaliterario, híbrido de géneros, muy en la línea editorial de Anagrama, al menos la Anagrama de aquel entonces. No es un anhelo por la libertad del autor, entonces, sino un anhelo por la libertad del manuscrito. Hay que buscarle a cada manuscrito su mejor casa, su lugar en el mundo.

—¿Para cuándo subir un ocho mil narrativo, una novela larga? ¿O todo lo publicado hasta ahora se puede considerar capítulos de una gran novela?
—Nada les gustaría más a mis editores que una novela larga. Es lo que se vende. Es lo que los editores y libreros quieren. Incluso es lo que los lectores quieren; lectores de novela larga, épica, que valga los quince o veinte euros que han pagado por ella. Pero ese no soy yo. Yo soy un escritor de distancia corta. Me siento muy cómodo en lo breve, en historia cortas, ya sean estas de un folio o de cien. Duelo, por ejemplo, es para mí un cuento de cien páginas, para ser leído de una sentada, con esa intensidad de lectura. Y la verdad es que, mientras estoy escribiendo, poco me importa lo que quieran vender los libreros y los editores. Yo tengo que escribir lo que tengo que escribir, no lo que se tiene que vender. Pero sí, si juntas mis libros, si reúnes y ensamblas todos esos pequeños libros, la suma es un solo libro. No me atrevo a decir una sola novela, o capítulos de una sola novela, porque la idea de novela es otra. Tal vez una novela episódica, fragmentaria, de las andanzas de un mismo narrador. Pero sí es un solo libro el que estoy escribiendo, y lo voy publicando por entregas, sin planificación, sin saber hacia dónde va, ni qué historia va a crecer, ni qué personaje me visitará de nuevo, de cuándo terminará o terminaré.

—¿En algún momento habrá un Halfon utilizando el inglés como lengua literaria? ¿Sería el mismo Halfon que en castellano?
—El inglés siempre está muy presente cuando escribo. Muchas veces sé lo que quiero decir en inglés y debo buscar las palabras para decirlo en español. Pasé mi infancia y adolescencia en Estados Unidos. Estudié ingeniería en Estados Unidos, antes de volver finalmente a Guatemala. Ahora estoy de vuelta en Estados Unidos: desde hace ocho años vivo en Nebraska, vivo nuevamente en inglés. Mi lengua literaria, no obstante, es el español. Sólo escribo en inglés si alguien me lo solicita. Por ejemplo, “Mejor no andar hablando demasiado”, el texto que cierra Biblioteca bizarra, es una crónica que me fue solicitada en inglés, la escribí en inglés, y después, para el libro, yo mismo la traduje al español, modificándola un poco, tomándome algunas libertades, no sólo con la historia sino también con el lenguaje. Pero incluso ahora, viviendo aquí en Estados Unidos, sigo escribiendo únicamente en español. Aunque escriba sobre experiencias en Estados Unidos, sigo escribiéndolas en español. No sé por qué. Tal vez porque es la lengua de mi infancia.

—¿Parte de tu obra se puede enmarcar dentro de la “literatura del lager”, a la manera en que lo es parte de la obra de Sebald, por ejemplo?
—Lo primero que se me viene a la mente cuando leo “literatura del lager” es literatura que sucede dentro del campo de concentración, dentro del lager, y en mi caso no es así. En mi obra nunca llega el lager. Aunque siempre está ahí, rondando, como una especie de fantasma. Estoy escribiendo sobre los campos de concentración nazi debido a mi abuelo polaco. Esa es mi herencia, mi obligación. Pero nunca he escrito desde adentro del lager. No soy quien para escribir sobre un campo de concentración nazi, sobre ese sufrimiento humano que experimentó mi abuelo. Pero sí puedo escribir sobre el lager en la distancia, a través de mi abuelo, desde el punto de vista de un nieto que ve ese lager con la mirada de su abuelo. Esto es algo que tenía muy presente cuando escribí el cuento El boxeador polaco. Durante años llevaba ese cuento metido en la bolsa, pero no sabía cómo contarlo, o quizás me daba miedo contarlo. Tardé mucho tiempo en lograr escribir ese cuento de apenas diez folios, y en parte creo que fue porque no quería escribir dentro de un lugar que yo no conocí personalmente. Resolví el cuento apropiándome de la mirada de la experiencia ajena, de la experiencia de mi abuelo, y entendiendo que en el fondo no era un cuento sobre el lager. No es literatura del lager, sino de algo más profundo y rabioso y universal.

—Obras como Signor Hoffman, Monasterio o Duelo, ¿crees que pueden ser lecturas para alumnos de 4o de la ESO o Bachillerato, 15, 16 o 17 años, obras para seducir en la lectura?
—Aunque breves, no son libros fáciles, no son obras cerradas que se autoexplican. Son obras que requieren una lectura muy atenta, de un lector muy participativo, y creo que en eso reside su clave. Hay lectores pasivos que quieren que les des la historia, que se las cierres, que se las expliques, que se las sirvas sólo para comérsela mientras vuelan a la Riviera Francesa o a Cancún. Pero en mi caso no es así. Creo que tiene que ver con que soy en esencia un cuentista, que escribo con la intencionalidad de un cuentista. El cuento funciona en un plano más cercano a la poesía que a la novela. Hay algo que un lector debe sentir en el cuento, más que pensar o descifrar. Signor Hoffman, Monasterio, Duelo, Saturno, Biblioteca bizarra, requieren de un lector muy atento, muy participativo, tenga 15 ó 40 años. No es tanto la edad como el tipo de lector, su disposición. Si el lector joven o de bachillerato llega a entender esto, si su profesor logra inculcárselo, la literatura puede ser una experiencia muy enriquecedora. Y el lector entonces se vuelve mi cómplice, mi socio, y vamos escribiendo juntos.

“Les dicen los desechables porque ya no sirven para nada. Yo los conocí mi última tarde en Bogotá, en una localidad industrial llamada Puente Aranda, bajo una llovizna etérea, casi invisible, que ni siquiera mojaba”, así empieza el segundo de los seis textos que forman Biblioteca Bizarra, el volumen de Halfon editado por la editorial Jekyll & Jill, Los desechables, originariamente publicado en el libro Bogotá contada 4, por el Instituto Distrital de las Artes, en 2017. Doce páginas y una fotografía de grupo con los “desechables”, entre los cuales no sabemos identificar al preguntador con alma de entrevistador, el lanzador de las preguntas que Eduardo Halfon intenta responder a continuación, en diferido, tiempo después de haberlas intercalado en el relato, interpelaciones a bocajarro.

Preguntas ‘Biblioteca bizarra’ 

(Extraídas del texto Los desechables):

—¿Qué cosa podría decirme usted hoy, como escritor, para ayudarme?
—No crea en la certeza. No crea que toda decisión es definitiva. No me crea nada.

—¿Escribir, para usted, es como rezar?
—No, escribir es mucho más religioso.

—¿Usted cree que consumir drogas puede ayudar a un escritor?
—No, si quiere escribir mejor. Sí, si quiere mejor sexo.

 —¿Y usted a quien honra cuando escribe?
—Al lenguaje, nada más.

 —Si usted no tuviera comida, ni dinero, ni casa, ¿seguiría escribiendo?
—Sí, pero por las noches, al volver de mi trabajo como ingeniero.

 —¿Cuál diría usted que es su infierno?
—Mi propia mente. Ahí me construyo y destruyo a mí mismo.

—¿Cree usted que se puede escribir honestamente de la muerte de un hombre si nunca se ha visto a un hombre morir?
—Honestamente, no. Literariamente, sí. No es lo mismo. La honestidad de la literatura reside en saber mentir hasta que ya nadie recuerde y a ni le importe que aquello que has escrito es una mentira. Y un hombre muerto en la página, entonces, se convierte en mucho más que un hombre muerto.

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Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon en Boulevard Literario


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Olga Vallès reseña Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon, en Boulevard literario:
Un orondo pistolero matón que luce una estridente camisa amarilla y un pantalón acampanado rojo, nos desafía desde la cubierta del último libro de Eduardo Halfon. Llegamos a él después de la sobria y elegante edición de esa absoluta belleza de texto que es «Saturno» y el contraste entre la portada de éste y la colorida imagen de Biblioteca bizarra no puede ser más desconcertante. Como es aconsejable hacer siempre con los libros publicados por Jekyll & Jill, hay que sacar  cubiertas y explorar a fondo el libro. Siempre hay sorpresas. Gratas y originales. Este pequeño volumen no es una excepción. Las portadas son amarillas y en un periodístico collage se recogen distintas acepciones del término «bizarro» ¿Pero qué tenemos exactamente entre manos? ¿Dónde está ese Halfon delicado y grave, conmovedoramente sobrio que conocimos en lecturas anteriores? Pues leyendo las 6 crónicas que componen Biblioteca bizarra, ese Halfon que tanto nos gusta está ahí mismo. Lo único que ha pasado es que, posiblemente confabulado con su editor, ha dejado volar su vena más lúdico-festiva, jugando ingeniosamente con nosotros al equívoco, que no, al engaño.
Empezar a leer «Biblioteca Bizarra«, el primero de los textos que da título al libro, significa relajarse y respirar tranquilos. Es empezar a leer y dejarse llevar a través de una interesante visita por curiosas bibliotecas personales seleccionadas por el autor que dan pie a las primeras reflexiones sobre el papel del escritor y la literatura.
¿Debe la literatura reflejar la realidad, comprometerse con ella, denunciar lo denunciable? ¿Hasta qué punto el escritor solo debe ficcionar o debe implicarse en la realidad que conoce?
En «Los desechables», la segunda crónica de Biblioteca bizarra, el autor establece un diálogo con las voces marginadas y olvidadas de la sociedad, un diálogo entre realidad y literatura, entre el escritor y la vida. Halfon hurga en el drama cotidiano y las miserias de unos individuos perdidos por causa propia o ajena y de ese contacto, del intercambio de presuntas preguntas y respuestas, la empatía y la humanidad trascienden más allá de las palabras.
En «Halfon, Boy», esa profunda humanidad enlaza con la condición cercana del propio escritor que va a ser padre. Asistimos al despliegue de un preciso y precioso andamiaje literario en el que se van alternando las reflexiones entorno a la obra del poeta Williams Carlos Williams que Halfon está traduciendo, con los miedos e ilusiones que le genera la responsabilidad de su próxima paternidad.
El niño siempre presente. El que va a tener y el que él mismo ha sido. La infancia como lugar de búsqueda y encuentro. Recuerdo y evocación de un tiempo en el que el escritor va en busca de sus orígenes, como persona y como literato. Así, en «Saint-Nazaire» y «La memoria infantil», la escritura adquiere dimensión de respuesta, explicación y posible redención, paseo por los recuerdos y las imágenes recuperados del pasado a partir de pequeños destellos de la memoria sobre los que se proyecta y construye el relato, el artefacto narrativo que cobra todo su sentido.
Por desgracia, Biblioteca bizarra se nos está acabando. No queremos abandonar sus páginas, demoramos el final  y sentimos ya la necesidad de una segunda relectura. Cierra el libro, «Mejor no andar hablando demasiado», donde percibimos y recuperamos la imagen de la cubierta, volvemos al chulesco personaje que pistolón en mano nos recibía en la portada y su presencia cobra sentido.
El miedo y la amenaza consiguen callar bocas, silenciar plumas y quemar papel, pero allí donde haya un escritor, y si ese escritor es Eduardo Halfon, seguro que siempre habrá un lugar, aunque sea lejos de sus raíces, en el que pueda encontrar su propio «pedacito árido de tierra» para seguir hilvanando retazos de memoria que se conviertan en literatura.
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Biblioteca bizarra en Artes y Letras Heraldo de Aragón

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Íñigo Linaje reseña Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon, en Artes & Letras de Heraldo de Aragón:
Todos sabemos que hay cosas que es mejor no decir. Podemos empezar por ahí; por la inquietante visita que un escritor recibe en su casa. Por una amenaza disfrazada de advertencia: «mejor no andar hablando demasiado». El error cometido por el joven novelista es el siguiente: haber publicado una singular carta al padre en forma de libro: un artefacto literario envenenado y lleno de odio. Este episodio cierra el último relato de ‘Biblioteca bizarra‘ (Jekyll & Jill, 2018), un volumen que reúne seis crónicas que Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) había publicado previamente en revistas y libros colectivos. El texto final aborda los años de formación del escritor, y consigna la desaparición —a manos de fuerzas militares— de otros compatriotas vinculados a las letras. Decía Cioran que un libro debe constituir un peligro para el lector; si no es un libro fallido. Dice Vila-Matas que si un escritor no se atreve a todo, jamás será un escritor. El propio Halfon lo advierte en su última novela: «Ninguna historia es imperativa, ninguna necesaria, salvo aquellas que alguien nos prohibe contar». He ahí una rotunda declaración de principios: es lo que Michel Leiris denomina literatura como tauromaquia. Todo lo que Eduardo Halfon ha hecho hasta la fecha en su obra, ha sido exponer su vida en el ruedo amenazante de la realidad, e intentar reconstruir, por medio del lenguaje, el edificio en ruinas de su identidad. Una reconstrucción, a través de la memoria, de sus orígenes familiares y su itinerario vital, algo que queda expuesto de manera magistral en la quinta crónica del libro, que lo mismo funciona como móvil evocador que como poética personal: «La memoria narrativa —dice— no es fluida. No es continua. Más que como una película, se manifiesta como una serie de imágenes fragmentadas. De cuadros. Abro el álbum de mi memoria y veo varias fotografías, y quiero narrarlas. Darles sentido». Economía verbal e intensidad lírica, claridad y contención: son los rasgos que mejor definen a este audaz orfebre de la lengua castellana. A su pasión por los libros dedica el texto que da título al volumen; a los prisioneros de una cárcel de Bogotá el segundo de la serie. Pero si hay una crónica brillante, y de una ternura conmovedora, es ‘Halfon, boy’, una carta dirigida a su hijo (y revés amable del último relato) donde el futuro padre muestra sus miedos e inquietudes ante la perspectiva de la paternidad. A medio camino entre la confesión y el reportaje, y con una prosa extremadamente delicada, Eduardo Halfon hace en estas páginas —igual que en sus mejores narraciones— un ejercicio soberbio de introspección. Y ensambla, con una naturalidad y contundencia poco habituales, vida y literatura, memoria y verdad. La generosidad siempre delante. ÍÑIGO LINAJE

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La librería Caótica, de Sevilla, recomienda Biblioteca bizarra



Belén Rubiano recomienda Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon, en el blog de la librería Caótica (Sevilla).

La memoria narrativa no es fluida. No es continua. Más que como una película, se manifiesta como una serie de imágenes fragmentadas (…) ¿Por qué? Veo esas imágenes en el álbum de mi memoria: inconexas y opacas y acaso inventadas. El hilo que las une es la literatura. La literatura, hilvanándolas, les da sentido. El oficio de un escritor no difiere del oficio de un sastre. Parches, remiendos, costuras, hilos, retazos que, con oficio, crean la ilusión de un todo.

Biblioteca bizarra
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Jekyll & Jill

A lo largo de estas seis crónicas brevísimas y autobiográficas, Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) narra su encuentro con los libros, con la escritura, con otros escritores, con la infancia, con su país y, como no podía ser de otro modo, con el exilio. Es de una concreción tan brillante que pocas veces he leído un texto que respete tanto el tiempo que el lector necesita para hacer otras cosas. Porque escribir no debe confundirse con abusar, yo también resolveré en muy pocas líneas el placer de recomendarlo. Este es un libro para quienes saben que aunque no podamos cambiar el hecho de que vivir es pisar de mentira en mentira (piadosas o no, chicas o grandes) no hay mayor sinceridad que dejar una biblioteca en una casa prestada o propia antes de abandonar el mundo. Los libros leídos, los releídos, los intonsos de los que no quisimos deshacernos, los dedicados, los robados o no devueltos, los que merecieron ser cargados en mudanzas o se quedaron en las divisiones, los repetidos, las obras completas de poquísimos, los que nos regalaron quienes nos quisieron mucho y nos conocieron mal, todo está ahí.
Armad una biblioteca y lo que el gran silencio cubrirá cuando llegue su hora será una inmensa verdad sin imposturas tan fácil de leer como miles de libros cerrados.

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Saturno

Saturno de Eduardo Halfon en Librario Íntimo



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Rubén Castillo reseña Saturno, de Eduardo Halfon, en su blog Librario íntimo.

Saturno

La figura del padre, tiránica, enigmática, distante y gélida. Ese padre que arañó la infancia del narrador y que ahora lo lleva a elaborar un texto donde recuerda, donde analiza, donde ajusta cuentas. Ese padre que provocó en el alma y en la voz narrativa unos enormes impulsos de amargura, de incomprensión, de suicidio.

Con estas páginas donde lo narrativo y lo lírico se mezclan con datos históricos (sobre todo, de escritores que escogieron la vía del suicidio, cuyos finales son dibujados con elegantes pinceladas sobrecogedoras), Eduardo Halfon consigue un texto que se me antoja imposible de resumir. Incluso imposible de comentar. Es tan duro, tan denso, tan Kafka, tan lágrimas retenidas, tan perplejo, tan mentirosamente apolíneo, tan palpitante, que resulta cruel abordarlo como “texto” desde un punto de vista crítico: es pura vida doliente, puro escozor hecho tinta. Y con una filigrana de voces y planos cruzados que sorprende y deleita.

En resumen, un relato testimonial y sangrante sobre las difíciles relaciones entre un padre y un hijo que, se lo aseguro, se les quedará para siempre en su memoria.

Así que háganse a ustedes mismos un favor, olvídense de estas palabras mías y corran a leer las de Halfon.

En serio.

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Del enebro de los Grimm y Saturno de Halfon en Relatos en construcción



Del enebro, de los hermanos Grimm, ilustrado con los collages de Alejandra Acosta, y Saturno, de Eduardo Halfon, en la lista Mis libros de 2017, en el blog Relatos en construcción, de Patricia Millán:

«Pero, por quedarme con una de ellas, voy a escoger Jekyll & Jill. He tenido el placer de leer dos libros maravillosos: Del enebro, con una edición tan cuidada que deslumbra con tan solo mirarlo; y Saturno, un libro que está sin duda entre mis cinco favoritos del año, con el que he descubierto a Eduardo Halfón (ya tengo otro de sus libros en la estantería). Dos más esperan su turno, así que no será este el último año en que me oigáis hablar de esta editorial».

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Saturno de Eduardo Halfon en la revista Literal, Latin American Voices


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 José de María Romero Barea reseña Saturno, de Eduardo Halfon, en la revista Literal, Latin American Voices:

EDUARDO HALFON: SINFONÍA DE VOCES

Toda muerte es un acto de desobediencia. En algunos libros, nos llega empaquetada tan bellamente que parece pornografía. Sin lugar a la ambigüedad, su comercialización cumple lo que promete: una promesa incipiente de voyeurismo. La faja en la portada del volumen que nos ocupa prescribe la fecha de consumo preferente: “El padre es un nombre, escucho que susurra alguien. Me quedo quieto. Oigo risas. Varias risas atrás de mí. Pero no quiero volver la mirada, padre. Sé quiénes son, pero aún no quiero volver la mirada”. Saturno (2003; Jekyll & Jill, 2017) no es una novela más sobre la autodestrucción, sino una oblicua nota de despedida.

La tradicional lucha entre vástagos y progenitores, al igual que el sentido de inutilidad que siempre la acompaña, adquieren en manos de Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) una súbita sensación de propósito. En párrafos a menudo incompletos, fragmentarios o radicalmente inacabados, la falta de conclusión dota al conjunto de una rara coherencia: “Cuántos años pasaron antes de que usted conociera mi casa, mis amigos, mi profesión. Era usted indiferente ante mi vida, padre. Ante mí. Al igual que el padre de Hemingway, su mano también sostiene mi arma”. El resultado, una nouvelleconceptual, un abigarrado conjunto de propuestas, un bloque discontinuo de declaraciones (semiauto) biográficas, que desembocan en el cubismo literario: “Otro padre ausente, padre. Otro fantasma queriendo merodear más allá de su tiempo. Otro vacío que para siempre quedó vacío”.

Lo sensacional neorabelesiano, sujeto a configuraciones desnudas, engendra escritores que se autoaniquilan completamente vestidos. El espectáculo de Saturno, ilustrado o no, denuncia nuestro interés por la transfiguración de su fenomenología: “Tras los arbustos [Virginia Woolf] escuchaba a los pájaros cantando en griego. (Alejandra Pizarnik: “No puedo hablar con mi voz sino con mis voces”). Desde el balcón Virginia Leslie se lanzó. Pero sólo cayó pocos metros. Su primer intento había fracasado. Una década después abandonó el apellido de su padre”. Dado que suele suceder tras una cortina de privacidad aún más excluyente que la reservada al sexo, la capacidad del suicidio para captar nuestra atención está asegurada. De ahí los comentarios elípticos sobre el razonamiento con los que el narrador de la novela se dedica a teorizar sobre el significado de la (in)acción.

Escribe nuestro héroe para prevenir su autodestrucción: “Hay tantas voces que me cuesta distinguirlas. Vamos, hombre, ya deberías conocernos, escucho, pero todas me suenan igual”. Poco antes del final, la prosa gira en espiral hacia su conclusión burlona y posmoderna: “Una sinfonía de voces, padre, eso son, eso somos. Somos, en fin, las voces que escuchamos. Pero ya no les temo. Todo duerme en torno mío, y mi alma está tranquila, en paz”. Uno se esfuerza por escuchar, a pesar de la algarabía. En ese breve pasaje, todo la silenciosa (des)esperanza del libro.

Los monstruos locuaces de la primera ficción del autor de El ángel literario (Anagrama 2004), o El boxeador polaco (Pretextos 2008), son, pues, voces vívidas en la turbia polifonía de nuestra era enloquecida. Monólogo sin trama aparente, Saturno es la nota de un asesino de sí mismo, más Nabokov que Dickens, por citar dos de las influencias que presiden la narración. En ella, es posible leer la autoinmolación no simplemente como un cri de coeur velado, a cargo de alguien que busca airear las circunstancias desordenadas que lo llevan a cometerlo, sino como una obra de arte creada por un literato conceptual que quiere dejarnos un documento duradero con el que, paradójicamente, reunir fuerzas para seguir adelante.

Talsi, Letonia, 2017

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Saturno

Saturno de Eduardo Halfon en Lecturas subnormales


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Nueva reseña para Saturno, de Eduardo Halfon, en el blog del club de lectura Lecturas Subnormales.

Saturno, de Eduardo Halfon (Jekyll & Jill, 2017)

“… El padre es un nombre, creo escuchar. Pero no hay nadie, padre. Estoy solo.*

Qué complicado sostener la mirada ante la herida, ¿no? Pero en Jekyll & Jill lo han vuelto a hacer; más bien, Halfon. Pero que el soporte material del relato adquiera el valor que le pertenece: que se vea, que se toque. El afecto correspondiente a sus editores, porque este libro es un regalo en todos los sentidos.

Si por algo se caracteriza la voz de Eduardo Halfon es por su musicalidad. El leitmotiv reiterado, no así paliza de la figura del padre surge ante el lector como un canto antiguo; una salmodia en yiddish. Tanto en Duelo (Los libros del Asteroide, 2017), como en Saturno (Jekyll & Jill, 2017), nuestro autor reflexiona en torno a la búsqueda de una genealogía familiar, capaz de configurar una identidad verdadera. En esta ocasión, el lenguaje íntimo viaja hacia el lugar donde reposan otras narraciones para confundirse con ellas en el devenir del río heraclitiano. ¿Puede nuestro dolor aspirar a ser singular?

El pretexto de la conversación casi imposible entre padres e hijos es un motivo que atraviesa la Literatura Universal, desde Trackl hasta Celan, pasando por Woolf y Plath. Sorprendemente, también el del suicidio. Ambos discursos, aquí hermanados conscientemente por  Halfon, permiten al escritor insertar su pesquisa personal en dicho fluir, dejando al lector al borde del llanto. Pero como la música latente en su prosa, se trata de un canto leve, no general; una réplica o una salvación. Un puente lingüístico sobre el que quizá podamos caminar. Porque la salvación no viene del cielo, sino de la lengua o la tierra propia: el corazón.

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Saturno de Eduardo Halfon en Relatos en construcción



Patricia Millán recomienda Saturno, de Eduardo Halfon, en su blog Relatos en construcción (10-10-2017):

SATURNO: LA ELEGÍA A LOS ESCRITORES MUERTOS

En 1919 Franz Kafka escribió Brief an den Vater (Carta al padre), una misiva de más de cien páginas dirigida a su padre Hermann, con la que pretendía criticar su actitud emocionalmente abusiva y las razones que la soportaban. No se publicaría sin embargo hasta 1952, tras su muerte, como buena parte de su obra literaria. En esa carta llegaba a expresar sentimientos tan duros como “No he conocido el sentimiento de familia”.

Eduardo Halfon (Guatemala, 1975) toma como referencia ese documento para escribir Saturno, obra que me llega por cortesía de la editorial Jekyll & Jill —aunque ya le tenía el ojo echado, razón por la que el regalo me ha hecho el doble de ilusión— y que he devorado con ansia, un ansia que sabe a poco por su reducida extensión. A pesar de su juventud, Halfón tiene una obra bastante extensa ya publicada que está llegando a nuestro país gracias a editoriales como Jekyll & Jill, Libros del asteroide, Pre-textos o Fulgencio Pimentel y que le está situando en la vanguardia de la literatura latinoamericana. Si el resto de sus obras se asemejan a Saturno, está claro el por qué.

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Eduardo Halfon

Saturno es, siguiendo la línea de Kafka, un grito desgarrado hacia un padre ausente en el plano emocional, que reduce su actuación paternal a mantener económicamente a su hijo mientras descuida lo que éste más ansía, el contacto, el abrazo, una palabra de cariño que nunca llega. “Yo estaba lejos en la universidad, pero usted estaba aún más lejos de mí“. Con estas palabras, dirigidas desde un usted que aquí ya resuena arcaico, la educación debida a los mayores aunque estos no demuestren con sus actos que sí, que es debida y obligada, Halfon separa el plano físico, el de la distancia, del emocional, que se hace eterno, se estira por la falta de acción del padre para con su hijo, por el sentimiento de vacío que éste ha acumulado a lo largo de su vida.

Pero junto con la voz del hijo, Saturno entremezcla otras voces, susurros individuales al principio que se convierten, poco a poco, en gritos colectivos que colapsan la propia voz del narrador, la oprimen y la desplazan hasta hacer suya la obra: son las voces de escritores que, a lo largo de la historia, han sucumbido a la necesidad de una muerte inmediata, se han suicidado. Así, Halfon establece una extraña conexión entre la relación del artista con su padre y la relación que mantiene con el propio proceso creativo, como si ambos fueran dos caras de la misma moneda. Y demuestra la suficiente pericia para conseguir que el lector identifique cada frase con su emisor, con el escritor que busca gritar por encima de los otros, que trata de que su obra llegue, como es menester, al mayor numero de lectores posibles, aunque para ello precise aplastar la voz original, que es a la vez la suya propia.

Desde Hart Crane a Henry James. Desde Ernest Hemingway hasta David Foster Wallace. De Virginia Woolf a Sylvia Plath. Muchos de ellos compartieron esa sensación de amor incompleto, de vida que es, más que un regalo, un pesar que llevar a cuestas al que no pudieron vencer. Todos estos, y muchos más nombres, algunos muy conocidos, otros no tanto, que salpican las páginas de Saturno nos hacen pensar en el ejercicio de la creación como algo que consume, que agota, que vuelca al exterior el alma del artista y la reparte, quedándose vacío y sin fuerzas. Al mismo tiempo, es una invitación a conocer a todos estos escritores que, en palabras de Halfon, se tornan deseables, apetecibles.

Saturno es, en palabras de Alejandro Hermosilla, “una batalla a muerte contra la escritura“. Pero lo es del modo en que unos padres luchan para que su hijo salga adelante. La escritura es, a la vez, causa de desvelo y de placer, de dolor y de amor. La extensión de la obra de Halfon no debe tomarse como referente: Saturno es una obra que cristaliza el sentimiento global hacia la creación y que se hace imperecedera. Una vía abierta a explorar el resto de la obra del autor.

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Saturno y Cosmotheoros en El Hype


Jesús García Cívico dedica un excelente artículo a Saturno, de Eduardo Halfon, y Cosmotheoros, de Christiaan Huygens, ilustrado por Alejandra Acosta, en El Hype.

¿Se suicidan los escritores extraterrestres con pistolas láser?

¿Se suicidan los escritores extraterrestres con pistolas láser?

Solo existen dos posibilidades: que exista vida inteligente fuera de la Tierra o que no exista. Siempre he sentido, de esa forma móvil, oscura e íntima que adquieren las cuestiones que apuntan a nuestra más profunda identidad, que ambas resultaban perfectamente intolerables. Solo recientemente he entendido que únicamente una de esas dos posibilidades debería causarnos desazón: que estemos solos entre miles de millones de planetas habitables de un universo interminable.

¿Y cómo serán esos seres de los que ahora no sabemos nada?, me pregunto. Pregunto: ¿qué aspecto tendrán?, ¿y su ropa? ¿Serán buenos? ¿Qué filosofías, qué narraciones, qué historias darán significado a su intrigante –para nosotros– existencia? ¿Leerán? ¿Escribirán? ¿Se suicidarán sus escritores como en la Tierra lo hicieron Sylvia Plath, Pavese, Pizarnick o Virgina Woolf?

Creo que Christiaan Huygens (La Haya, 1629-1695) respondería con atrevimiento ilustrado que sí, que los escritores de otros planetas no tendrían por qué no sentir una melancolía afín a la que sienten en la Tierra los hijos doloridos devorados por padres saturninos. Los suicidios se ajustarían a la atmósfera, a la temperatura, a la superficie serena, fluvial o gaseosa y a otras condiciones naturales del planeta.

Pero de huidas a la galaxia Gutemberg, listados de suicidas y profundos reproches paterno-filiales sabe más —lo descubrí también este verano— el Saturno de Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971), editada, al igual que Cosmotheoros, por una editorial por la que sentimos cariño terrícola y humana predilección: Jekyll & Jill

Christian Huygens (1629-1695)

Terminado en 1695, el mismo año de la muerte de su autor, el Cosmotheoros de Huygens es un libro hermoso, un artefacto vitalista que resulta improbable, quizás por solo la grisácea obsesión de los manuales escolares de la historia patria por limitarse tradicionalmente a hablar de reyes, conquistadores y batallas, en lugar de hacerlo sobre visiones celestes, barcos cargados de relojes de péndulo para medir la longitud exacta del mar, hacedores de telescopios, debates de ideas, soñadores de estrellas.

La edición de Saturno, por su parte, es una iniciativa de Jekyll and Jill (España) y SOPHOS (Guatemala) para rescatar, actualizándola, una nouvelle originalmente publicada en 2003 junto con Pan y cerveza, bajo el título Esto no es una pipa, el primer libro de Eduardo Halfon.

Cosmotheoros. Christiaan Huygens

La obra de Huygens, traducida con brío por Ruben Martín Giráldez, supone el primer tratado que conjetura la vida extraterrestre desde un punto de vista científico y a la vez el testimonio de un lugar y una época (Países Bajos, siglo XVII) extraordinariamente fértil para la cultura. Huygens dialoga en él con la valiente tradición astronómica de aquellos que supieron leer el cielo de forma inteligente y joven —Copérnico, Nicolás de Cusa, Kepler, Tycho Brahe pero también con algunos de los terrestres más sabios de la época: Descartes, Leibniz o Blaise Pascal.

Saturno es un texto fiero, entre el desbordamiento juvenil y el cálculo perfecto, sobre hijos opacados, lamentos, refugios literarios, narradores que reclaman amor, o mejor, comprensión vital mientras atisban de puntillas la figura inmensa, determinante y azarosa del padre recortada contra el cielo de la infancia: desazón, valentía, inventarios de muertos por disparos (Hemingway, Mayakovsky), hojas afiladas (Mishima, Salgari), cordón, cuerda o cinturones (Ernst Toller, David Foster Wallace, Gérard de Nerval).

"Saturno". Eduardo Halfon

Publicado en latín, tres años después de la muerte del estupendo astrónomo, pulidor de lentes y matemático, traducido con premura por un asesor de confianza de Pedro el Grande, Cosmotheoros elucubra la infraestructura extraterrestre en un universo inconmensurable, y luego las distancias, rasgos y perspectivas de los planetas del Sistema Solar, la Luna, las estrellas y el Sol: Saturno es en Cosmotheoros el objeto de la libido sciendi de un científico excepcional, la gran esfera anillada, el planeta singular.

Saturno, por su parte, es la entrada-aullido de Halfon en la literatura. Un universo íntimo, desasosegante (a menudo contradictorio y quizás por ello sincero y profundo), un listado de agravios existenciales hilado con la nómina nunca exhaustiva de los escritores suicidas. Un ajuste de cuentas con ecos de la Carta al padre de Kafka, una primera persona que recrimina dolida a su progenitor, esto es, a su nombre; un reproche sub-epidérmico enhebrado de forma fluida y fantasmal entre el amplio catálogo de suicidas de la literatura universal: Saturno es en Saturno el mito, el tiempo pasado, el devorador de hijos.

Dos Saturnos, pues. Pero, ¿hay alguna otra razón para hablar, como revueltos, de estos dos libros aquí?

Ilustración de Alejandra Acosta en "Cosmotheoros"

Ilustración de Alejandra Acosta

Creo que dos:

a) Un chaflán de honda simetría como observatorio privilegiado de dos mundos: la exploración del universo exterior / la exploración del universo interior.

b) El laberinto de la identidad que se descifra, precisamente, en la distancia: la identidad ahí fuera, la identidad dentro.

Eduardo Halfon

Eduardo Halfon

Sí, intuyo primeramente que la asimetría de ese espacio exterior cruzado de distancias pascalianas e infinitas que describe Cosmotheoros no se produce frente al universo de lo pequeño (como en la maravillosa y poética The Incredible Shrinking Man de Richard Matheson/ Jack Arnold) sino frente al universo… interior: lo más lejano y lo más hondo, la vida detrás de las estrellas y la vida en el interior del corazón; la luz de los astros fijos, posiblemente muertos, y el desfallecimiento de esa parte de nosotros mismos donde apenas llega la luz.

Ilustración de Alejandra Acosta en "Cosmotheoros"

Ilustración de Alejandra Acosta

El tratado de Huygens es la obra de un sabio lleno de voluntad, maravillado por el exterior sideral: la verdad –dice– es que cuando me paro a reflexionar llego a la conclusión de que nuestros conocimientos de aritmética son insignificantes y que estamos versados en los rudimentos más básicos de los números en comparación con lo que nos queda por saber, puesto que se requiere un inmenso acerbo que no se limite a 20 o 30 cifras en nuestra acostumbrada progresión de décuplos, sino tantas como granos de arena hay en la playa. Y, sin embargo, ¿quién puede asegurar que incluso un número tal excedería el de las estrellas!

Diagnóstico: Somos un grano de arena en una playa infinita, un ser de extraña suerte, apenas nada.

Y mientras, Halfon: ¿Oyes tú el tantaneo de las campanas? No. Todo esto da asco. Me da asco su nombre. ¿Y pájaros cantando en griego? Tampoco. Me da asco pensar en usted, padre. […] Usted me enseñó a no llorar, padre. Una sinfonía de voces, padre, eso son, eso somos. Somos, en fin, las voces que escuchamos.

"Saturno devorando a su hijo". Francisco de Goya

A Huygens le asiste el fundamento de la probabilidad, el optimismo de la observación, pero también el desprendimiento científico de su generosidad, por eso se le perdona la naturalización europea y algún exceso. La gran variedad de animales en nuestro planeta le lleva a imaginar otras faunas, otras flores y pronto un ser racional que se haga cargo de toda esa belleza: tanto si analizamos las cosas por sí mismas como por su proceso de producción es indudable que los mundos planetarios han de contar con tan estupenda variedad como el nuestro.

Y añade luego: creo que es más razonable convenir en que los habitantes de otros planetas disfrutarán de las mismas ventajas que nosotros […] deberíamos conceder que también ellos cuenten con estas bendiciones, a no ser que queramos acaparar todo lo buen para disfrute exclusivo nuestro como si valiésemos y nos mereciésemos más que otros.

Y en el Saturno sentimos que Klaus, el hijo de Thomas Mann, no llegó a encontrar (por acudir a la imagen de Kafka), el lugar libre que el cuerpo tendido de su padre deja en el mapa del mundo o de la vida, la intimidatoria autoridad de la figura paterna, la primera tiranía, la apatía inaugural, la huida al lenguaje y desde ahí recorremos los pasos de Fenimore Woolson, las Dream Song de Berryman, las últimas palabras de Paul Celan.

Ilustración de Alejandra Acosta en "Cosmotheoros"

Ilustración de Alejandra Acosta

Sorprende en verdad, incluso hoy, tiempo de extrañas positividades, la fuerte carga de optimismo y esperanza cósmica que irradia Cosmotheoros, más aún al conocer, gracias al estupendo aparato de notas de esta hermosísima edición de Víctor Gomollón, el estado anímico en que se hallaba el autor en los últimos años de su vida, tan en las curiosas antípodas de la nómina de los autores-Halfon, y sin embargo, algo afín y luminoso se localiza en la completitud de las dos obras, algo ordenado como dirigido a desvelar los materiales de los que estamos confeccionados: doble interpretación de una pregunta ¿quiénes somos? imposible de responder del todo sin detenerse a pensar bien de dónde venimos: las estrellas, los padres.

Cosmotheoros observa el mundo circundante para establecer conjeturas lógicas sobre el mundo exterior. Lentes, péndulos, antropología materialista, telescopios, lucidez, atinos y desatinos, ingenuidades, algún patinazo, a mí me parece una libro singularmente hermoso porque apunta justamente a la curiosidad, las ganas de saber y de vivir, al respeto por la razón que a menudo llevan… los otros, a la vitalidad como cualidad laica del alma, a la apertura del corazón a la sorpresa, a la necesidad de contarlo, o de cantarlo, como en La naturaleza de las cosas, el maravilloso libro de Lucrecio.

Saturno supuso el inicio de la marcha literaria de un escritor deslumbrante, Eduardo Halfon, del que enseguida, y creo que eso es lo mejor que se puede decir de un gran escritor, dan ganas de leerlo todo.

Dos títulos representativos del universo Jekyll and Jill. Dos miradas a dos mundos muy profundos, el universo exterior y el universo… interior, dos formas de indagar sobre una identidad sólo en apariencia dislocada, como el stevensoniano nombre de la estupenda editorial que los ha unido, para goce de lectores cuidadosos, en su personalísimo catálogo.

Astronomía

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Saturno

Alejandro Hermosilla reseña Saturno de Eduardo Halfon



Alejandro Hermosilla reseña Saturno de Eduardo Halfon en la revista El coloquio de los perros:

Saturno es una bomba literaria. Un libro potente, hermoso y demoledor y también frío y despiadado. Una bola de hielo rodando por las montañas de la desolación. El clásico texto que, de no haber escrito Eduardo Halfon ninguno más, habría pasado a la historia y habría consagrado para siempre a su hacedor. O, al menos, sería sin dudas desde hace tiempo una obra de culto. Un referente artístico capaz de superar su tiempo y circunstancias. Porque en Saturno, contrariamente a la inmensa mayoría de libros que se publican actualmente, hay verdad. Sangre. Hay una confrontación con las entrañas del monstruo-vida, y una batalla a muerte contra la escritura. Existe la sensación de hecho, al leerlo, de que el escritor hubiera muerto de no escribir estas pocas cuartillas y de que durante el tiempo que las estuvo escribiendo no había un acto vital más importante para él. Ya que Saturno es una de esas obras sacras que salvan vidas y fomentan vocaciones. De esas que se aman o se odian. Dejan a muchos sin aliento al leerlas y a otros tantos les hacen pronunciar aquello de “no era para tanto”. La típica frase de los tibios ante la enormidad y la intensidad. La locura y los maremotos artísticos.
¿Qué es Saturno? Una especie de Carta al padre kafkiana reescrita por Enrique Vila-Matas. Lo que significa que además de ser un texto en el que el narrador establece una conversación con su padre en el abismo, en medio de un árido desierto literario en donde apenas se escucha ruido alguno, también se lleva a cabo un recuento y recorrido por la vida y, sobre todo, manera de morir de unos cuantos escritores suicidas. La cruda realidad y el desamparo se mezclan con la intertextualidad y el dolor y la amargura con la cultura literaria. En realidad, Saturno es probablemente tan intenso porque de no haber sido por el poder catártico de la escritura, Halfon hubiera sido uno más de esos escritores suicidas que cita en el texto. Su libro, al menos, deja claro que su relación con su ancestro fue tortuosa, casi infernal. Que cada acercamiento entre ellos era un combate y cada alejamiento, un gesto desesperado. Cada palabra, fuego ardiendo en sus bocas y cada mirada, un cuchillo afilado desplazándose por sus espaldas. Una guerra a muerte que no crearía más que confusión, ruido y tragedia, pues ni la vida ni la muerte podrían interceder en una relación condenada al fracaso. Una relación más inexistente cuanto más intensa, tras las que se escuchan los aullidos de un protagonista que, en realidad, más que un acto catártico, está hilvanando una carta de despedida previa a su seguro suicidio. Pues el odio en Saturno es tan visceral que más que fuerza de separación lo es de unión. Siendo fácil entrever al final de la narración, que el hijo terminará por acompañar al padre en el camino hacia el reino del más allá para proseguir la disputa que no terminará jamás. Esa rivalidad infinita, a partir de la que Freud levantó toda una ciencia, que corroe las entrañas de los seres humanos y más que forjar su personalidad, traza su destino.

Vislumbro, no obstante, que siendo un texto tan intenso, Saturno no puede únicamente leerse como un cruento, descarnado y violento manifiesto filio-parental. Halfon es un escritor guatemalteco y, por tanto, americano. Una tierra donde los antiguos emigrantes sienten la ausencia del padre occidental con enorme crudeza, siendo por tanto el lamento personal del protagonista extrapolable al de América en su conjunto. De hecho, yo leo en parte Saturno como un texto en el que el inconsciente colectivo de América dialoga con Europa. Un relato certero de una conversación inconclusa y desesperada. Pero ocurre, asimismo, que Halfon es judío y, le guste más o menos, se ha visto obligado a relacionarse desde su infancia con el tiránico, furioso dios Yavhé. El dios cuyo rostro, como el de su padre real, nunca aparece. Por lo que pienso que su nouvelle puede leerse también como un texto religioso, o más bien, una tortuosa narración de un desengaño. La lucha desesperada de un joven muchacho y aspirante a escritor por renegar de su Creador. La búsqueda de su propia voz en medio de un territorio en el que la divinidad hebrea se encontraba ausente y cuando aparecía, lo hací a con aullidos de cólera. Lo que hizo que para Halfon, desde muy temprano, la literatura y la escritura fueran bálsamo y oasis y la mera posibilidad del suicidio, una manifestación de VITALIDAD TOTAL. Exactamente, lo que es Saturno para los amantes de la LITERATURA.

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Saturno

Saturno de Eduardo Halfon en Hablando con letras


Influencia parental: la muesca inconfundible del autor
Saturno, de Eduardo Halfon en el blog literario Hablando con letras:

Influencia parental: la muesca inconfundible del autor

La vida del autor confluye inequívocamente en los textos que escribe. De algún modo se derrama. No importa el origen del trauma ni el tiempo exacto que tarda en supurar una herida, al final todos los porqués desembocan en las letras, como buscando un sentido último antes de abandonar el terreno conocido de la memoria.

La familia, su influencia, el peso de nuestras decisiones, la transformación de las relaciones parentales son por lo tanto una muesca inconfundible en el sabor de cada escritor. Esta idea, creo, es válido para cualquier género literario. Porque hablemos en clave poética, narrativa o biográfica la influencia familiar siempre es un paso previo, una configuración de nosotros mismos que se expone ante el lector y que no podemos falsear.

Saturno, del autor guatemalteco Eduardo Halfón, es una guía sobre la influencia del padre tirano sobre el escritor. En apenas 68 páginas el protagonista lanza un dardo envenenado a su propio padre, centro de todos sus traumas, y desmiga la vida de otros autores célebres que sufrieron el peso de la figura paterna.

Thomas Mann se enteró de la muerte de su hijo al bajarse de un avión, años después admitió en una carta que “siempre proyectó una sombra sobre su vástago imposible de borrar y eso provocó que finalmente se quitase la vida”.

El padre de Alfonsina Storni, depresivo y alcohólico, fallece en 1906 y esto influye inequívocamente en la poetisa argentina. En el poema A mi padre recuerda tristemente “Por días enteros, vagabundo y huraño no volvió a casa, y como un ermitaño se alimentaba de aves, dormía en el suelo”. Una relación que marcó su existencia, al igual que sucedió posteriormente con la que mantuvo con su madre.

Así el narrador el omnisciente de Saturno expone de forma descarnada las faltas de su propio padre, ausente y tirano, frío y déspota que hiere su existencia de su vida. Al final, al igual que el dios Saturno hacía con sus hijos, es devorado como tantos otros por la figura absoluta, por la mirada acusadora del padre.

Pero la influencia parental no es solo un nido de traumas, también sirve de hilo conductor para la narración de nuestra propia existencia. La familia es testigo de nuestros cambios vitales, y por supuesto, de nuestras propias contradicciones. De esta idea parte el fantástico libro Una canción de Bob Dylan en la agenda de mi madre de Sergio Gazarla.

Los recuerdos, rara vez nos son sinceros y menos cuando versan de etapas dolorosas. Gazarla realiza en su libro un relato diáfano de la relación tortuosa – pero real – con su propia madre.

Es un mea culpa, una carta de despedida complicada de digerir y una declaración de amor total. El realismo con el que describe los sentimientos y la personalidad de madre e hijo nos muestra una fotografía familiar que nos sonará a casi todos. La foto de la falta de entendimiento durante la adolescencia, la de la rebeldía, la frialdad nos buscada y la de la pérdida de una madre.

Saturno y Una canción de Bob Dylan en la agenda de mi madre son, a fin de cuentas, dos libros que muestran la evidente influencia de la figura parental en los autores. En ocasiones actuando como salvación y otras adoptando la figura de verdugo. Pero siempre marcando una muesca singular de cada uno de nosotros.

Dicho sea de paso, Gazarla y Halfón son dos ejemplos de autores latinoamericanos exquisitos. Ambos contemporáneos, ambos marcados por la relación parental y por extensión ambos lectura recomendada queridos lectores.

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