El escritor Ricardo Menéndez Salmón recomienda Dadas las circunstancias, de Paco Inclán, en La Opinión de Málaga:
Paco Inclán: Un mapa impecable
El libro más reciente de Paco Inclán, un escritor libre e impar, es Dadas las circunstancias, un volumen que puede parecer gamberro si no fuera porque es insultantemente inteligente
Ricardo Menéndez Salmón 17.05.2020 | 05:00
Ingenio puro. Un viaje al país del esperanto [encerrado en un museo], un paseo por La Habana en busca del chiste que mató a un escritor decimonónico, el encuentro con el último hablante del híbrido lingüístico entre el romaní y el euskera, son algunas de las misiones que Paco Inclán nos comparte en ‘Dadas las circunstancias’.
En ocasiones el mapa sirve para extraviarse. Otras veces, por el contrario, no sólo orienta al confuso y al perdido, sino que le permite soñar. Incluso hay noticia de un escritor que fantaseó con un mapa que coincidiera con el territorio que cartografiaba. De igual modo que el rumbo, en navegación, esconde una categoría psicológica, el trayecto por el mapa ayuda a entender los motivos del viajero. Su carácter; sus visiones; sus plegarias atendidas o ignoradas.
Se viaja mucho, casi con frenesí, en ‘Dadas las circunstancias’, el último libro, insólito como todos los suyos, de un escritor libre e impar: Paco Inclán. En este almacén de sucesos, que es también una guía Baedeker para quien carece de urgencias, se dan cita Praga y La Habana, Llodio y Valencia, Berlín y Veracruz, la parroquia viguesa de Valladares y Esperantujo, que para quien no lo sepa es ni más ni menos que el «autoglotónimo cacofónico con el que se conoce al territorio –imaginario, transfronterizo, sonoro– que se crea cada vez que dos o más personas se comunican en esperanto». Por todos estos espacios, que tienen su correspondencia en planos y atlas, Inclán herboriza crónicas extravagantes que obligan a aceptar que de todos los mapas urdidos ninguno es más exótico que ese que aspira a fijar los límites de un país llamado Realidad.
Hace ya unas cuantas décadas, en 1974, en el prólogo que antepuso a la edición francesa de su incómoda, afrodisiaca y patológica novela ‘Crash’, el gran maestro J. G. Ballard advirtió que la dictadura del capitalismo, de la televisión y de la política concebida como una rama de la publicidad hacían cada vez menos necesario que un escritor inventase contenidos ficticios. La ficción ya estaba aquí, entre nosotros, disuelta en la mentira cotidiana. La tarea del escritor consistía, por lo tanto, en inventar la realidad. A ello se aplica Inclán con éxito manifiesto y para goce del lector en este libro que podría parecer a veces gamberro si no fuera porque es insultantemente inteligente, y que entre abundante material para la ironía y la carcajada, destila una lucidez nunca del todo exenta de melancolía.
Si un texto como «Escatología en la obra de Arnau de Vilanova» hace pensar en un Perec levantino y esa maravilla que es «Pasajes cubanos» podría ser una postal conciliatoria enviada por Kundera a sus corresponsales postcomunistas, seguir los pasos de Inclán en busca del último hablante del erromintxela, un híbrido lingüístico entre el euskera y el romaní, es un recordatorio amargo bajo su aspecto jocoso de que, como el propio autor sugiere, es ingenuo pensar que los finales invitan al festejo. Dadas las circunstancias es, de hecho, mucho más que un cúmulo de los desvíos de un viajero y un abecedario de sus raras aventuras. Es una ocasión para celebrar la nota al pie y el acontecimiento en apariencia nimio. Un recordatorio de que la verdadera extrañeza reside aquí, ante nuestros ojos. Y una invitación para tener a mano el mapa correcto.
Conversación entre los escritores Miguel Ángel Hernández y Leonardo Cano sobre los libros Dadas las circunstancias eIncertidumbre, del escritor Paco Inclán en Conversaciones Literarias:
Conocí a un vagabundo en una gasolinera de San Luis Potosí que tenía el plan de acabar con el problema del frío talando todos los árboles del mundo para incendiarlos en una colosal hoguera amurallada. Mientras hablaba con él, no dejaba de pensar: ¿Dónde está Paco Inclán cuando más lo necesitas? En cierto modo, sentía que la historia se estaba desaprovechando conmigo. Una prosa aguda y sabia como la de Inclán, el gran nómada valenciano, sabría hacerle justicia a esta premisa mínima, absurda, ridícula y, a su vez, todopoderosa.
Me ocurrió de nuevo en un sonidero veracruzano, donde el dj más aclamado de los Tuxtlas me confesó su sueño de postularse para gobernador con el único fin de ordenar por decreto que todas las tortillerías de México vendieran tortillas de color azul en vez de amarillo. Son más sabrosas, sin duda, y el morado es un color más chingón, argumentaba. Yo lo escuchaba completamente desconcertado, no por su plan imposible, sino porque otra vez sentía que yo no era el escritor más adecuado para recibir su extraordinaria idea. ¿Dónde está Paco Inclán?
El cronista valenciano domina con maestría un rasgo imprescindible de la comedia que no tiene que ver exclusivamente con el contenido de una anécdota, sino con el ritmo. Cada uno de sus textos produce un efecto trascendental en el lector pese a que la mayor parte de sus tramas acudan a la ironía por decepción que encandilaba a los clásicos: Parturient montes, nascetur ridiculus mus, [Parirán los montes, nacerá un ridículo ratón].
Abro su nuevo libro publicado por Jekyll & Jill, Dadas las circunstancias, y temo, desde el epígrafe, que esta nueva obra no logre superar la gracia de su libro anterior, Incertidumbre, que es la única lectura que me ha hecho retorcerme a carcajadas en los pasillos de un tren de alta velocidad. A continuación ocurren muchas cosas, pero ninguna se parece a la desilusión. Otra vez Inclán hace de las suyas, guiándome por geografías insospechadas, enseñándome que locos hay en todo el mundo, y en todos los casos, su locura delata más genialidad que insania.
Me sumerjo en la primera crónica y atestiguo una maquiavélica conspiración, promovida por Walt Disney, para defender el estatus planetario de Plutón por ser el único astro del sistema solar descubierto por un americano y bautizado en homenaje al perro amarillo de Micky Mouse. La decisión de rebajarlo a “planeta enano” se tomó en Praga, donde ahora acompaño a Paco Inclán adentro de la misma cantina a la que Roque Dalton dedicara uno de sus mejores poemas. El conflicto apenas comienza. Inclán se inserta en una discusión gratuita con un escritor enano (que no habla español ni inglés), al que quiere preguntarle por todos los medios cuál es su opinión sobre el nuevo estatus de Plutón.
El tema por excelencia en la obra de Paco Inclán es la condena de Babel, la imposibilidad comunicativa debido a las múltiples lenguas y dialectos, que siempre lleva a malentendidos y conjeturas ingeniosas, donde caben todas las posibilidades. La ausencia de un código común orilla a los interlocutores a buscar a como dé lugar una pizca de sentido mediante traducciones improvisadas y una lectura coherente del contexto. Pero si los interlocutores además son especímenes obsesivos esta traducción pocas veces será acertada.
Arranca el desfile: un imitador del Che Guevara apuesta fortuna en un museo privado de sí mismo, el último hablante de una lengua mezcla de euskera y romaní, el editor de una revista de marihuana escrita en esperanto, un macabro refugiado sirio que organiza opíparas comidas mientras obliga a sus invitados a mirar imágenes de bombardeos; todos ellos coronados por el mismo Inclán, que hace hasta lo imposible por quedar a la merced de estos sabios marginados.
El segundo tema en la obra de Inclán es el humor como concepto y síntoma. Si en Incertidumbre nos presentaba a un mecánico de la periferia que, tras la crisis económica de España, fue a probar suerte en un poblado de Guinea Ecuatorial donde, pese a ser el único blanco, se integró a la perfección a base de incorrección política y un humor hiriente, en Dadas las circunstancias explora las posibilidades de este humor como una herramienta valiosa, la cual, llevada demasiado lejos, puede ser fatal.
Paco Inclán viaja a La Habana en busca del chiste que mató de risa al poeta Julián del Casal. Según nos indica en las notas al pie, no se trata de una muerte tan extraña; reyes y filósofos han caído fulminados por sus propias carcajadas. En inglés se le conoce como Fatal Hilarity y se refiere, literalmente, a morirse de risa. Pareciera que Inclán le hiciera una propuesta antagónica al lector. Por un lado parece decirle: Sigue conmigo que lo que viene a continuación será aun más gracioso. Y por otro lado: Ten mucho cuidado, pues la misma gracia que te hace la locura ajena podrá llevarte a la tumba y te sumará al repertorio de anómalas soledades que habitan este libro. No conozco pacto de complicidad con el lector más sincero, más horizontal, más reflexivo.
Hace poco vi en un viejo reportaje catalán una charla entre los escritores J. A. Masóliver y Enrique Vila Matas en donde el primero le decía al segundo que a ellos en España los consideraban raros, pero que en México eran uno más, porque en México lo normal es ser un poco raro. Claro que ellos lo decían con ese amor por México que sienten los europeos que visitan el país una vez al año para presentar libros o recibir premios. La relación con México de Paco Inclán es ligeramente distinta, su integración es plena, como le sucede en todos los países del globo. En la penúltima crónica de Dadas las circunstancias, descubrimos a un raro entre los raros, un cronista confuso que atestigua, sin condescendencias, lo que el europeo telescópico denominaría “surrealismo mexicano”, pero que el nativo designaría con todas sus letras como la estupidez de la burocracia cultural priista.
Inclán asiste a la proyección de un documental sobre la relación de Pancho Villa y el estado de Veracruz. Dicha relación consiste en que no hay ninguna: Pancho Villa jamás estuvo en Veracruz. El documental tiene por premisa su ausencia, pero esto no evita que las autoridades despilfarren un dineral en el evento; invitan a uno de los 300 nietos de Pancho Villa, al que tratan como a un rockstar, y los académicos más necios llegan a comparar al revolucionario duranguense en Veracruz con el campo de Higgs: “algo que no podemos detectar no prueba que no esté entre nosotros”. Aplausos. Paco Inclán encuentra una mina de oro para futuros proyectos: “Me imagino inmiscuido en inabarcables investigaciones para demostrar a ciencia cierta que ni Franz Kafka estuvo en Zaragoza ni Marie Curie pisó Bilbao”.
“El hombre del tiempo”, última crónica del conjunto, le revela al lector la existencia de un banco del tiempo en un pequeño poblado de Galicia, donde, en vez de dinero, se pagan y se adeudan horas de vida entre los pobladores. El banco es gestionado por Manuel, un tipo que vive al borde del colapso nervioso, preocupado porque su pequeña utopía salga a flote. Como toda convivencia debe contabilizarse para evitar las burbujas económicas, los favores no pueden existir. Por supuesto, el nómada valenciano llegará a perturbar todo el sistema y a hacer hasta lo imposible para integrarse y convertirse en uno más.
No sé si Dadas las circunstanciassea el mejor libro de Paco Inclán; quizás la crónica “El último hablante de Erromintxela” se queda un poco corta y a “Escatología en la obra de Arnau de Vilanova” le falta una conclusión que trascienda lo gástrico, pero sin duda en este nuevo libro hay textos que están entre lo mejor de su producción, y entre lo mejor que se ha escrito de crónica en la última década.
«Por la noche, lees Dadas las circunstancias, el último libro de Paco Inclán, y se te saltan las lágrimas de la risa. Agradeces este oasis en medio del derrumbe. Es uno de tus autores preferidos. Incertidumbre, su libro anterior, incluye alguna de las mejores crónicas que has leído jamás. Aquí ha destilado la fórmula. Inclán tiene la capacidad de relatar lo que le sucede combinando la visión precisa del mundo con el surrealismo y el humor. Son situaciones absurdas, como la confusión del término escatología, la búsqueda del último hablante de un idioma que mezcla el vasco con el romaní o el intento de encontrar el chiste que mató en Cuba a un poeta melancólico. Situaciones muchas veces embarazosas que desencadenan la carcajada. Crónicas –o antropologías– frustradas. Narrativa perfecta. Que un libro te haga reír y disfrutar de esa manera en estos días tristes es una doble alegría.»
Paco Cerdà y Paco Inclán, cuando los márgenes son el centro
Paco Cerdà (Genovés, 1985) y Paco Inclán (València, 1975). Los dos acaban de publicar nuevo libro. Cerdà, su cuarto, El peón (Pepitas de calabaza); Inclán, su séptimo, Dadas las circunstancias (Jekyll & Jill). Los dos estudiaron Periodismo, no tienen whatsapp personal y las redes sociales les producen alergia. Los dos escriben muy bien, muy muy bien. Los dos han sido editores, Cerdà en La Caja Books; Inclán en Bostezo. Los dos presentan sus nuevas criaturas este mes de marzo, en la Libreria Ramon Llull (donde quedamos para hablar con ellos), Cerdà el jueves día 5, Inclán el sábado 28.
El peón es un banquete de historias de bocados selectos.
Dadas las circunstancias es el viaje organizado ideal, siendo todo lo contrario.
El peón gira en torno a un año, 1962; una partida de ajedrez, Arturo Pomar vs Boby Fischer; dos países, España y Estados Unidos; y muchas vidas que rescatar, de la escritora Dolores Medio al soldado George Fryett, de Salvador Barluenga el estudiante de medicina que robó un retrato de Franco al activista negro Robert F. Williams.
Dadas las circunstancias nos lleva, mapa incluido, a Praga, con parada en un planeta enano y en un escritor con acondroplasia. También a Llodio, a la búsqueda de Goyo, un pintor que habla el erromintxela (euskera + romaní), seguramente el último. O a Veracruz, a la proyección de un documental sobre el vínculo inexistente que tuvo Pancho Villa con aquel lugar, sí habéis leído bien.
Los dos libros hacen zoom a lo(s) fuera de foco, a la periferia de la historia, con y sin mayúscula, convirtiendo los márgenes en el centro. Jaque mate a los lugares comunes.
Contáis historias que de no hacerlo vosotros igual no lo haría nadie.
Paco Cerdà: Personalmente, como periodista, lo que me ha interesado siempre ha sido la historia minúscula, la persona que en principio no tiene relevancia para aparecer en la portada de un diario, esa persona que tiene una enfermedad muy rara y las dificultades que comporta vivir con ella o esa otra que ha sido indocumentada toda su vida y es un apátrida… la historia que recuerdas cuando acabas de leer el periódico. Siempre me ha interesado lo anecdótico que es lo que da sentido al conjunto, y que es lo más interesante desde el punto de vista periodístico y, también, narrativo. No sería tan pretencioso de decir que si no lo contara yo no lo contaría ninguno, pero puede que la manera de abordarlo sí tenga un punto original. Y esto ocurre en El péon. A partir de un mismo hilo conductor, la metáfora del peón, hablo de personas minúsculas que han sido utilizadas a lo largo de la historia por un régimen político o por una causa, sea la que sea, del fascismo al comunismo, del maquis al Black Power, de un jugador de ajedrez como Arturo Pomar utilizado por el NODO y por el franquismo a otro jugador, de talento inconmensurable, como Bobby Fischer utilizado por el gobierno de Estados Unidos en la Guerra Fría de una manera obscena.
Paco Inclán: Sí, se trata de buscar un punto de vista original. Por ejemplo, yo voy a Cuba y no hablaría del comunismo, en Jamaica no lo haría de la marihuana, en México de la violencia. Se trata de darle la vuelta a lugares que ya están muy estereotipados e intentar narrarlos desde otro lugar. Es que si no, acabamos siempre hablando de lo mismo. Yo que he vivido mucho en México, cada vez que veo la imagen que se representa aquí…joder, a mí nunca me ha pasado eso, ni lo he vivido así, ni la gente que conozco está en eso. Que no es cuestión de ignorar esa realidad, pero tampoco que sea la realidad que se imponga.
PC: ¿Y eso lo haces más pensando en el lector o en ti?
PI: Me interesa a mí. Buscar esos lugares que no son narrados. Pero también hacerlo de cara al lector. Y como dices tú, Paco, me interesan mucho los personajes anónimos, corrientes, las rarezas de la gente cotidiana, la microhistoria.
PC: Los márgenes, ¿no?, en definitiva.
PI: Sí, lo que pasa es que cuando la gente nos habla de márgenes, lo que consideran como tales para mí es muy centrado.
PC: Sí, sí, eso está claro.
PI: Yo tengo una anécdota sobre esto muy esclarecedora. Llego a un poblado pequeño colombiano, después de un trayecto de muchas horas, salen a recibirme, y le digo a una señora que hay que ver lo lejos que están y ella me contesta “¿lejos de dónde?” Ella consideraba que estaba en el centro, que el centro no era ni Bogotá, ni Europa… Claro, te cuestionas dónde ubicas el margen y el centro.
PC: Exacto. Dile, por ejemplo, a Pedro Sánchez Martínez o a Caracremada, dos maquis de los que hablo en el libro, que ellos estaban en el margen cuando han dedicado toda su vida a combatir el franquismo. La reflexión de esa mujer colombiana que cuentas está muy bien. Al final es la óptica desde la que mires. Y en mi caso, lo que he intentado es mirar al poder desde abajo, desde la figura del peón. Cómo ese sacrificio que hicieron de su vida por luchar por una causa colectiva les afectó después. Prisión, exilio, muerte, rupturas familiares… y cómo a pesar de eso muchos lo hubieran vuelto a hacer porque no entendían su vida sin esa entrega.
¿Por qué os interesa más la realidad que la ficción?
PC: Porque soy periodista. Mi campo de trabajo siempre ha sido la realidad, las personas que la protagonizan, los hechos que suceden, el contexto en el que se mueven… Me interesa mucho conocer qué ha pasado a lo largo de la Historia, o en el presente. Me parece más interesante que fabular en escenarios parecidos. Eso implica mucho más trabajo. En El peón ha supuesto una documentación brutal. Si quería que fuera una historia de no ficción, o real, con pulso narrativo, me obligaba a ir poniendo detalles que para poderlos verificar me costaba mucho. Saber si la luna estaba en cuarto creciente para poderlo decir, saber si hacía frío en la prisión, saber si la chaqueta que llevaba alguien tenía cuatro botones o no… Puede parecer una tontería y una nimiedad, pero creo que es lo que da profundidad a la lectura y al mismo tiempo la hace digerible, y también más periodística, más crónica.
PI: Yo considero que no me ciño, 100%, a lo real. Desde el primer libro se me ha preguntado mucho cuánto de verdad y de mentira había, pero es que al final no me acuerdo. En ese sentido, trabajo un poco más desde la ficción, o desde la exageración de hechos reales, o a no limitarme solo a lo que veo sino también a lo que podría estar viendo. Mi intención en mis relatos es que, al final, dé igual lo que es real y lo que es imaginación. El otro día me pasó algo interesante. Me escribió una persona que se había leído el libro, pidiéndome la dirección de una de las protagonistas pensando que no existía. Pero sí existía. Y me dijo “Me acabas de engañar con una verdad”. Yo, al final, lo que intento es jugar, no es crónica periodística, pero tampoco es ficción 100%. Sí es cierto que en Dadas las circunstancias he introducido cuestiones más cercanas al ensayo, que es algo que cada vez me interesa más, como las lenguas artificiales o la figura de Arnau de Vilanova. Hay un tratamiento más desde la investigación o la documentación, aunque luego inevitablemente me sale ese personaje que se acaba metiendo en follones vinculadas a esos temas. Entre lo que veo y lo que invento surge una dimensión en que realidad y ficción no me importan. Estudié, también, Periodismo, y necesito ese poso de realidad, pero al final decidí alejarme de ella y de la objetividad. Pero no sé crear, desde mi casa, una ficción. Si tengo que narrar algo sobre algún sitio, aunque sea Bután, hasta que no vaya allí no puedo hacerlo.
¿Cuánto hay en vuestra escritura de emprender un camino sin saber con seguridad hacia dónde se dirige y lo que va a pasar?
PI: Yo, en un primer momento, no sabía que iba a hacer el libro que hice, pero acabé embarcado en una historia que me llevó a rozar la locura. (Risas)
PC: En mi caso, había quedado magnetizado por la historia de Arturito Pomar a partir de un documental que vi. Me encanta la épica deportiva y el ajedrez es un mundo que culturalmente me interesa mucho, aunque no juegue. Conocí la partida entre Pomar y Fischer y reparé en que en ese año, 1962, hubo cierta convulsión en España por la huelga minera, el contubernio de Munich, el Concilio Vaticano II… y descubrí que en Estados Unidos fue el año de la crisis de los misiles de Cuba, del auge tremendo de la lucha por los derechos civiles, hubo intercambio de espías…Y en un momento determinado pensé que Pomar y Fischer habían respondido a la misma figura de peón para sus regímenes y no sé cuando, pero surgió la chispa de ¿y cuántos peones se movían en otros tableros que no eran el de la partida ese mismo año? Y de una manera, posiblemente innecesaria, absurda y estúpida, me delimité unas normas más férreas que las del ajedrez y me obligué a que todas las historias que contara fueran reales, que se refirieran a España y a Estados Unidos, que hubieran ocurrido en 1962, que estuvieran conectadas a lo largo de la partida de Fischer y Pomar que, también, tuve que investigar.
PI: Normalmente, el objetivo de la investigación en los relatos no me interesa, es una manera de empezar a caminar. Ir a La Habana a buscar el chiste que mató a un poeta en el siglo XIX realmente me da igual, no quiero encontrarlo, lo que me interesa es todo lo que va a ir provocando el hecho de ir a buscarlo. A veces salgo a buscar algo y me encuentro otras cosa. O encuentro un tema que no pensaba que pudiera ser tal.
PC: Además de llamarnos igual, creo que compartimos la curiosidad. Porque a ti en un primer momento aquel chiste podría darte igual, o lo de Arnau de Vilanova, pero al final te acabas obsesionando, cuando hacía dos meses no sabías nada sobre ello y ahora lo quieres saber todo. A mí también me pasa. No sabía nada de James Meredith, el primer universitario negro que rompe las barreras raciales en Estados Unidos, y de repente necesitaba saber cuándo mecanografía la carta en la que solicita su acceso a la universidad, dónde vivía en el campus…
PI: Qué locura, ¿no? (Risas)
Vuestros textos están muy depurados y cuidados. ¿Cómo vivís el proceso de reescritura que, en ambos se intuye muy importante?
PC: Yo no escribo, yo reescribo. Creo, además, que es la parte más divertida de todo el proceso. Escribir es muy parecido a las matemáticas, encaja o no encaja el problema, das una solución o no la das. Hay frases que tienen un ritmo o no lo tienen, hay palabras que funcionan perfectamente o no funcionan, y hasta encontrar esa tecla hay que cambiar mucho, hay que reescribir mucho. Personalmente, es la parte que más disfruto.
PI: Para mí, también, reescribir es fundamental. De hecho, los primeros bocetos de mis relatos me dan vergüenza propia. Escribo primero como a lo bruto, casi sin mirar lo que estoy haciendo porque sé que después empieza un trabajo de podar y esculpir un texto, un trabajo muy arduo. Siempre digo que escribir es aprender a borrarse, que es algo que me interesa mucho, encontrar la esencia. Reescribir es tacharse, algo que me da mucho placer. Descubrir que vas quitando y que la frase va quedando como tú querías. Al final, reescribir es como autoeditarse, en el sentido de ser el primer editor, el primer crítico que se acerca al texto, hay que aplicar una mirada con cierta distancia. Cuando descubres que el texto tiene el ritmo que buscabas es muy placentero.
PC: Diría que hay cuatro unidades: la palabra, la frase, el párrafo y el capítulo. Y en cada momento del proceso de escritura hay que fijarse en una parte de cada una de ellas. Si falla una estás perdido. Si el capítulo es demasiado largo, o el párrafo no tiene ritmo, o…, creo que esas cuatro unidades son básicas y si descuidas una el resultado no es atisfactorio, al menos para mí.
PC: Es un honor publicar en Pepitas. Considero que es una editorial con un catálogo muy solvente, coherente y con mucha identidad a lo largo de los más de veinte años que llevan publicando. Merece mayor consideración de la que tiene en el mercado editorial español. Es una ayuda verte arropado por un catálogo tan potente, tan riguroso, tan interesante, porque de alguna forma cuando tu libro llega a la mesa de un suplemento literario, o de un medio de comunicación, lo miran con un respeto adecuado porque la editorial es un sello de garantía.
PI: Yo amo a mi editor y a mi editorial, Jekyll & Jill. Es un editor que cuida mucho a los autores y a los libros. Eso es un placer. Es una persona muy paciente, detallista, perfeccionista, que está encima de todo y te acompaña en las partes más desquiciantes del proceso creativo. Es una suerte que una editorial que está trabajando desde un criterio muy personal cuente conmigo. Victor Gomollón publica lo que quiere sin atender a cuestiones no literarias. En ese sentido, tanto Jekyll & Jill como Pepitas son editoriales muy valientes. Primero piensan lo que quieren hacer y luego ya verán como eso se puede rentabilizar.
PC: Yo no sé si habrá muchos autores de libros a los que en Nochebuena, a las dos de la madrugada, les envíe un correo su editor para hablar de una cosa de un libro. A mí me ha pasado. Es extraordinario. Julián Lacalle no tiene horarios y no duda en destinar todos los recursos posibles a que el proyecto salga adelante. Además, es que el corrector de Pepitas es José Ignacio Foronda, un maestro de la escritura, que tiene un libro magnífico, Días bajo el cielo, y todo el equipo que les rodea, Víctor y Raquel, son muy eficaces y muy buenas personas. Yo no sé cómo será la hoja de excel de Planeta, pero la hoja de excel emocional de Pepitas seguro que la supera.
Y vosotros que habéis sido editores, ¿cómo os lleváis con el vuestro?
PC: Yo le dije al mío, “ya conoces, Julián, el dicho, nunca sirvas a quien sirvió, ni edites a quien editó”. (Risas) Soy muy pejiguero con la portada, con los colores… y él es también muy perfeccionista. Es una combustión, una explosión de lento retardo.
PI: Me pasa igual. Víctor y yo deliramos en cuestiones muy mínimas como un punto y coma, matices que apenas se perciben, que seguramente el lector no notaría si no se hubiera cambiado. Recuerdo que un día a las tres de la madrugada le dije que las “f” y las “l” se encabalgaban y eso no me gustaba. (Risas)
PC: A mí sí. (Risas)
PI: Ese flirteo entre letras no (Risas), le hice separar un poquito las “l”… (Risas)
¿Qué importancia tiene el ser humano en vuestros textos como generador de historias?
PI: El contacto humano me parece muy interesante. Muchas de las historias de Dadas las circunstancias nacen de vínculos muy estrechos con gente en bares en México, en tabernas en Praga… Me gusta mucho sentarme en un lugar y que empiecen a pasar cosas. Cuando estás con esa predisposición para que ocurran, te van a pasar. A mí, tal y como cuento en el libro, se me ha sentado un tipo en una cantina mexicana y me ha dejado su casa y su coche en Sinaloa. Me interesa mucho narrar desde este contacto humano, que te cuenten historias, el ser humano es fascinante. Salgo a pasear por Torrefiel y pienso que cada persona con la que me cruzo tiene una historia fascinante que contarnos. Yo escribo mucho desde la escucha activa, pero hay veces, también, que hay que volver a la retaguardia y saber cuándo se ha escuchado demasiado (Risas).
PC: Igual que en Los últimos hablé con muchas personas, en El peón quería escuchar a la gente, a la gente de la que escribía. Y por eso, esa preocupación obsesiva por encontrar documentos escritos por ellos, cartas, diarios… porque quería que esas mismas palabras resonaran en su historia.
¿En qué momento dais por cerrada, narrativamente hablando, una historia?
PC: En el caso de El peón tenía la suerte, que es una desventaja, de que eran 76 fragmentos, uno por cada movimiento de la partida que disputaron Pomar y Fischer. Eso sí, cada uno podía tener dos páginas o diez. Pero quería que el ritmo que desprendiera el libro fuera el de una partida de ajedrez, pim pam, pim pam y sostenido. Y que las frases fluyeran y tuvieran tensión en todo el capítulo hasta la siguiente jugada. ¿Cuándo decido que ya está bien? Posiblemente cuando he leído y releído cada fragmento unas diez veces. Entonces lo cerraba y empezaba con otro.
PI: Yo doy el libro por cerrado cuando la editorial me dice que entra en imprenta, porque sigo corrigiendo el libro, incluso, una vez publicado, que me digo… no, por favor, no lo hagas.
Siempre tengo la sensación de que las novelas de Paco Inclán -aunque me gusta más decir los artefactos– mantienen una serie de conexiones subterráneas, literarias y hasta espirituales que, a su manera, las hacen inseparables. Forman parte de un gabinete de curiosidades, de una crónica de viajes sedentarios (esto último se lo leí hace un rato al propio autor) y de un gusto, más bien literario, por embellecer la anécdota hasta convertirla en un signo de cultura. En un vestigio. O, ya que estamos, en una tentativa de abarcar las cosas más comunes desde otros ángulos. A Jean Echenoz, por ejemplo, le preocupaba más construir a Ravel a partir de su obsesión por comprobar que había cerrado la llave de paso de su casa que a través de las partituras que compuso; al fin y al cabo, esto último está al alcance de cualquier estudio. Y algo así sucede cuando nos sumergimos en la primera miniatura de Dadas las circunstancias, en la que las cuitas en torno a la existencia (o la trascendencia de Plutón) se entremezclan con el recuerdo de Roque Dalton en una taberna checa, en medio de una conversación en otro idioma con Hesel, autor enano. Así, uno tiene la sensación de que Inclán nos conduce por cada recoveco de la historia, aglutinando gestos, detalles y cosas, como una especie de ruido de fondo, que paulatinamente dibujan un paisaje. Un paisaje marciano, pero al que nos agarramos como si se tratase de la traducción más cercana de aquello que nos conmueve. A esto suena Taberna, de Dalton, podría decir mientras trata de descodificar la sonrisa del enano Hesel en una mesa del U Fleku.
De Chequia pasamos a Cuba, Islandia o Sant Pau D’Ordal. A Inclán en busca de un chiste perdido en una Habana en la que se habla valencià y la hija del Che dicta una de tantas hagiografías en torno a la Revolución. Aquí hay un chiste asesino, como en el sketch aquel de los Monty Python, un barrido por la geografía cubana, ficción que parece una autoficción que parece una ficción, encuentros culturales y genealogías del chiste, alguna que otra recensión sobre la obra de Julián del Casal y una pizca de sexo para desengrasar la aventura. O para unir dos latitudes, dos idiosincrasias, en lo que dura leer un ejemplar de la revista Bostezo. Inclán siempre está ahí para sacar punta de la ocurrencia y brillo a lo insignificante, dejando que hablen las ruinas de una librería de viejo, que se critique con resignación el establishment que solo cree en la lectura del Granma y de José Martí o que un viaje a Cuba se convierta en toda una psicogeografía por una ciudad permanentemente atrapada en sus contradicciones.
No sé si fue por culpa de Los amos locos, de Jean Rouch, que me volví un hooligan de las etnoficciones y me pasé unos cuantos años con la idea de trabar contacto con otra cultura, más bien perdida, más bien olvidada, en busca de ese shock cultural que se produce cuando te topas con algo que apenas se ha estudiado, articulado o encadenado a una explicación. Todo esto viene a cuento del erromintxela, las lenguas nómadas y ese otro capítulo en el que Inclán narra el encuentro improbable con el último hablante de una lengua mezcla de euskera y romaní. O el periplo en dirección a Llodio para una improbable entrevista con el último superviviente del erromintxela. De Inclán me gusta ese gesto un poco autorreflexivo, otro poco irónico, de preguntarse y preguntar abiertamente por sus formas heterodoxas. En lugar de pasar el peaje de la Academia, del estudio -bostecemos- riguroso y bla, bla, bla, convierte cada historia en una microaventura, dejada de la mano de Dios y a merced de un ambiente más propio de Livingstone que de un Departamento de Filología; entre barro, frío, aire y bosques, pero sin un ápice de épica. Más bien, como un anticlímax que no necesita de desenlace para convencernos de que, al final, lo importante era la ocurrencia. Como cuando lees una plaquita ubicada en algún lugar ignoto y te da por imaginar qué puñetera historia te ha conducido hasta allí. Lo de menos, en definitiva, es si es verdad o no. Para eso está la ficción, ¿cierto?
Total, que Inclán nos transporta durante todo el libro por diversos estados. Hay capítulos, como el dedicado a Arnau de Vilanova, que duran lo que una carrera desesperada hacia el lavabo cuando vas de vientre. O lo que abarca una graciosa confusión etimológica con la fortuna de un término como escatología (la e, en este caso, no es baladí). De ahí a esa lengua-territorio que es el Esperanto, a una exaltación de Veracruz o, mi favorita, la historia en la que un banquete de comida se entremezcla con la crudeza de la proyección en vídeo de una guerra que no cesa. Esa misma a la que los estómagos agradecidos hacen oídos sordos mientras el mundo mira en cualquier otra dirección.
Y así, un poco por muchas cosas, uno llega a la última página de Dadas las circunstancias con la impresión de que Paco Inclán es un heterodoxo, un viajero sedentario o un aspirante a la logia del OuLiPo, si es que algún día le da por jugar con las palabras, además de con las anécdotas, y el orden del discurso. Mientras eso sucede, lo mejor es releer cada una de las piezas de ese gabinete de curiosidades que aloja en las páginas de su obra. De una obra capaz de saltar, de psicogeografía en psicogeografía, enseñándonos sus entrecruzamientos con la ficción, la autoficción y la etnoficción, con esa gracia con la que se saca brillo a lo insignificante. Que, como si hiciera falta volver a decirlo, en verdad es lo más valioso de las cosas.
Esther Peñas entrevista a Paco Inclán en el diario Solidaridad Digital, con motivo de la publicación de su nuevo libro Dadas las circunstancias:
«Cada uno ubica el centro y el margen donde le place, tanto en la literatura como en la vida»
Esther Peñas / Madrid
Viajemos. Pero zascandileando por entre raros, sorteando los lugares a donde hay que ir para escoger aquellos en los que queremos estar. Habitémoslos. Busquemos la compañía de insurrectos. Roque Dalton. Julián del Casal. Por ejemplo. Caminemos. Aún hay gente que habla esperanto y tabernas en las que sentir el latido más reconfortante de la vida. Y leamos. Estas doce historias que nos comparte Paco Inclán (Valencia, 1975) en su última entrega: Dadas las circunstancias (Jekyll & Jill).
¿Qué peso tienen, en el actuar de uno, las circunstancias?
Si nos atenemos a la definición de circunstancia supongo que debemos estar todo el rato actuando circunstancialmente, adaptándonos en la medida de nuestras posibilidades. No escogemos ni el lugar ni la época ni el entorno donde nacemos, cuestiones que influyen enormemente en nuestro devenir. Como dice un amigo: «Aquí, en la vida, cada uno hace lo que puede». Aplica también para la escritura.
Si hasta Plutón puede, en un momento determinado, dejar de ser planeta, ¿qué cosas hay en la vida inmutables? ¿Y en la escritura?
Hay dos momentos cruciales en la vida, uno no lo puedes recordar y el otro no lo puedes contar: uno es cuando naces, el otro cuando mueres. Entre uno y otro, pasan cosas.
Sobre lo inmutable en la escritura me lleva a pensar en la inalterabilidad de la letra impresa, algo que se ha perdido con lo digital. La emoción que provoca el cierre de un libro, el último cambio —una coma, un colofón, un detalle imperceptible— antes de que entre en imprenta. Una íntima trascendencia.
Aparte de traerle a la memoria al poeta Roque Dalton, ¿qué se encuentra en las tabernas, en las cantinas?
Durante muchos años fueron mi oficina. De hecho, mi cantina preferida en Guadalajara (México) se llama así, Mi oficina. Allí pasé algunas mañanas trabajando con horario de funcionario. Los bares han sido el espacio de trabajo idóneo donde recoger historias. De algunas me acuerdo, otras me las invento.
¿Qué tiene Roque Dalton que hace necesaria su compañía?
Dalton murió asesinado el año en el que nací, me he imaginado alguna vez que hubiéramos sido amigos. Me enganchó lo visceral de su vida y de su obra. Mi relación con El Salvador es curiosa. Es un país en el que nunca he estado pero que está muy presente en mi vida, a través de Dalton, del Mágico González, de amigos salvadoreños que he ido encontrando en el camino, de mis encuentros con José Luis Sanz, director del periódico digital El Faro, referente del periodismo bien hecho. Buena parte de salvadoreños viven fuera de El Salvador, quizás por eso sea un país que haya acabado conociendo también desde fuera, sin pisarlo. Si escribiera una guía de viajes sobre lugares en los que no estuve, empezaría por El Salvador: sus playas, sus gentes, sus bares, sus poetas, sus pupusas.
Julián del Casal, otro invocado en estas páginas. ¿La verdadera literatura transcurre en los márgenes?
Lo de los márgenes es cuestión de perspectiva. Cada uno ubica el centro y el margen donde le place, tanto en la literatura como en la vida. Recuerdo cuando tras un viaje tortuoso de muchas horas en camioneta llegué a un pueblo remoto en los Andes colombianos y le comenté a una señora que estaban muy lejos. «¿Lejos de dónde?», me respondió. Para mí era una esquina del mundo lo que para ella era el centro. Ese es el lugar desde donde me gusta contar historias.
¿Qué se le pregunta al último hablante de una lengua?
Do you speak english?
¿Qué aprende uno en cada viaje?
A mí viajar no me gusta mucho, padezco bastante en los trayectos. Lo que me gusta es estacionarme en muchos sitios, practicar una especie de ubicuidad sedentaria. Me encanta sentirme parte del lugar donde me encuentro, he aprendido a desarrollar esto. Cuando llego a un sitio localizo enseguida el que será mi bar de la esquina, mi tiendecita, me saco el carné de alguna biblioteca, me apropio de lugares que no aparecen en las guías. Me gusta la idea de tener un sofá y una mantita en cada ciudad del mundo. En algunas lo he conseguido. Agradezco a las amistades que me han hecho creer que uno puede afincarse en el mundo.
¿Qué tienen en común los países a los que ha viajado el protagonista de esta docena de historias?
Creo que lo que tienen en común es la mirada que aplica el narrador sobre cada una de las realidades reflejadas en los relatos del libro. Una mirada que no se deja influir por estereotipos ni expectativas, dispuesta a dejarse sorprender e incomodarse. Normalmente nos encontramos con lo que ya teníamos previsto encontrarnos. Cuando rompes con esto, entras una dimensión desconocida que me sirve como material narrativo.
Morirse de risa… ¿es la mejor de las muertes posibles?
Me provoca cierto desasosiego imaginarme muriendo de risa. Me veo agobiado mientras asumo que la risa se me está yendo de las manos, que ya no la podré atajar y que la muerte será irremediable. Visualizo segundos de mucha congoja, salpimentada además con el miedo a estar haciendo el ridículo; es ridículo sentir miedo a hacer el ridículo mientras te estás muriendo. Así imaginé la trágica muerte de risa de Julián del Casal. Si hay que morirse, prefiero hacerlo durmiendo mientras sueño que estoy en una playa caribeña, por ejemplo.
“…En España podrá faltar el pan, pero el ingenio y el buen humor no se acaban…”
Ramón María del Valle-Inclán
Luces de bohemia
Paco Inclán se ha convertido por méritos propios en uno de los autores más originales, inteligentes y atractivos
de la literatura española actual. Sus libros son, en el mejor sentido de la palabra, extraños, rarezas literarias en las que, iniciada su lectura, acabas inmerso en una extravagante historia en la que el principio de la misma no presagia nunca el extraño final que nos acontece, aunque por fortuna lo mejor de sus historias está en su trama, el peculiar sentido del humor que despliega y la originalidad que se desprende de su prosa, en la que con una erudición propia de un bibliotecario y un humor surrealista propio de Berlanga o Cuerda, es capaz de conducirnos a través de una recopilación de “relatos viajeros” por remotas ciudades y países en los que se entremezcla lo erudito, la ficción y algunas píldoras autobiográficas (ya se sabe, las mejores mentiras – y narraciones – son las que contienen un poco de verdad). Como en sus anteriores libros, los motivos que impulsan las historias de Inclán son variopintos y a medida que avanzamos en la lectura de sus relatos resultan secundarios, pues la narrativa hilarante y el humor sarcástico y surrealista que despliega su autor hacen que nos dejemos llevar por Inclán sin esperar un final acorde a las metas que impulsaron la narración.
En “Dadas las circunstancias”, su autor se convierte en una especie de investigador literario cuya misión es lograr desentrañar extraños asuntos relacionados con el lenguaje que, seamos sinceros, al común de los mortales nos importarían una higa, pero que a sus personajes les obsesiona y les llevan a aventurarse en disparatadas situaciones en las que se alcanzan momentos de tensión que anuncian la tragedia al doblar la siguiente página, pero que acaban milagrosamente diluyéndose como un azucarillo en un vaso de agua caliente en una escena cómica que roza lo trágico y que nos permite disipar los momentos de suspense vividos. Lo que busca el narrador de cada una de estas historias, como un antropólogo inocente que espera asistir a una representación de lo que imagina es la realidad de su estudio, es saboteado por circunstancias hilarantes y una realidad que lo acaban superando. Paradójicamente, este fracaso lleva al narrador a dotar a sus historias de nuevas cotas de parodia y empatía, ampliando los márgenes de la prosa tradicional hacia nuevos registros.
Comentaba Alfredo Landa sobre el humor que “…consiste en saber reírse de las propias desgracias”. El humor de Inclán convierte a sus historias en un juego emocional en el que nos dejamos arrastrar, convirtiéndonos en víctimas (voluntarias) de sus experimentos literarios, a la par que en protagonistas de su paródica narración. Sus historias son un ejemplo de como el pensamiento crítico puedo mutar en un humor inteligente que disecciona y pone ante nosotros lo absurdo de nuestra cotidianidad, rebajando la gravedad de las circunstancias que día a día nos atenazan. Y, en mundo como el nuestro, lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos es dejar de tomarnos tan en serio. No sean tontos, y no se pierdan la oportunidad de conocer (sino lo habían hecho antes) a este autor. Les espera un humor que fluye como una descarga eléctrica, un inquieto espíritu viajero con el que viajarán a las esquinas más remotas del planeta y una prosa que refleja con fidelidad las ideas que atraviesan la inquieta mente de este autor.
Dadas las circunstancias, de Paco Inclán, en el suplemento cultural de La Nueva España (Asturias), por Eugenio Fuentes.
Paco Inclán: humor inteligente para pensar y vivir despierto
Quienes sepan del valenciano Paco Inclán ya estarán familiarizados con tres rasgos muy suyos: un humor que fluye más deprisa que su respiración, un «culoinquietismo» que le propulsa a cualquier esquina del planeta y, lo más importante, una prosa que refleja con precisa flexibilidad cualquier destello que asaete sus neuronas. Inclán (1975) tiene una distancia ante el mundo reservada a quienes convierten el pensamiento crítico en ejercicio de inteligencia. El resultado, que se paladea de nuevo en Dadas las circunstancias, son textos, llámenlos autoficcionales, que les harán pensar y reír en Praga y en Berlín, en La Habana (un tercio del volumen) y en Veracruz, y hasta en la periferia de Vigo. Imaginen una historia disparatada. Por ejemplo, la del último hablante de erromintxela, romaní pasado por euskera. Pues Inclán la tiene. No sean tontos, no se lo pierdan.
Miguel Blasco dedica una excelente reseña al libro Incertidumbre, de Paco Inclán, en Lee/Algo.
El arte de reírse de uno mismo
Tuve el placer de conocer a Paco Inclán la semana pasada en un acto organizado por la Biblioteca Municipal de Valencia en el que ejerció de performático lector de sus propias narraciones y consiguió arrancar carcajadas y aplausos unánimes entre todos los presentes. Decidí, pues, que era momento de adquirir su último libro y fue una inversión a todas luces acertada: las carcajadas y el aplauso han proseguido durante toda su lectura sin bajar ni un instante el tono ni la intensidad, por lo que ubicaría Incertidumbre directamente en esa liga en la que juegan La conjura de los necios de John Kennedy Toole, o algunos pasajes absolutamente delirantes de la obra de César Aira o del Cervantes más subversivo y socarrón.
Lo cierto es que el humor fino aparece desde el primer momento hasta en la cuidadísima edición que ha hecho Víctor Gomollón para Jekyll & Jill: el libro está cubierto por unas tapas duras granates con las letras del título y el nombre del autor en caracteres dorados, lo que lo asemeja a una de esas ediciones “clásicas” que podíamos encontrar en casa de nuestros abuelos, o más bien lo asemeja a un misal romano; ambas hipótesis se confirman cuando descubrimos en la primera página una fotografía del propio Paco Inclán, vestido de riguroso negro, en una pose que hibrida la expresión corporal de un seminarista a punto de ser ordenado sacerdote y la seriedad conspicua con la que eran retratados autores pretéritos.
En cualquier caso, la efigie parece decirnos: permítanme que venga a ejercer de concelebrante en el agradecido rito de hacerles reír y lo haré a través de un método que no está nada de moda en este mundo en el que todos nos esforzamos por guardar las respetables apariencias: riéndome, en primer lugar, de mí mismo. Es esta la tónica dominante de todas las crónicas que componen Incertidumbre: el autor —cual Buster Keaton o Jacques Tati— se coloca en el centro mismo del huracán, su presencia (a veces su torpeza innata, a veces un desmedido afán por llegar hasta las últimas consecuencias del tema que investiga) desencadena que el Otro se active, cuente, empatice y se revele con el riesgo implícito de lo que, en ocasiones, eso conlleva. La búsqueda de una Verdad más allá de lo aparente puede terminar —como de hecho termina— al punto de que al sagaz Paco terminen pegándole una hostia o dándole por el culo. No exagero.
Las distintas ubicaciones geográficas (Irlanda, Formentera, Guinea Ecuatorial, Portugal, Islandia, Chile, Dajla, o la no menos exótica Alcobendas) por las que se mueve el autor dejan entrever un espíritu de viajero impenitente que pretende ampliar el mapa y el territorio de la única manera posible: transitando siempre de lo externo a lo interno (se podría leer toda la obra como un debate profundo acerca del tema de la identidad: ¿quién soy?, y de la otredad: ¿quién es mi congénere?), son viajes contados por un singular peregrino o un caballero andante que se empapa de todo al tiempo que lo relaciona con lo que lleva ya acumulado de polvo del camino.Completa la presente edición el cuaderno de campo Hacia una psicogeografía de lo rural, el desopilante intento de trasladar las teorías situacionistas de Guy Debord a la rururbana aldea de Valladares —ni rural, ni urbana, la expansión de Vigo se la ha comido prácticamente convirtiéndola en una especie de aldea-dormitorio— todo en el marco de una estadía en la residencia artística Alg-a Lab. Inclán emplea para esta sección otro tono, aparentemente más solemne, a mitad de camino entre el diario reflexivo y el catálogo de una exposición de arte contemporáneo, lo que no abandona es el regalo continuo de situaciones descacharrantes a la altura del mejor Buñuel (ese momento en el que monta un happening subido a un hórreo), o diálogos que parecen sacados de los Monty Python (“Vigo comienza a tres kilómetros de Vigo”, “No, Vigo comienza en un concesionario de coches”).
Lo cierto es que la lectura de Incertidumbre ha supuesto una bocanada de aire fresco o un dulce paréntesis, puesto que acababa de terminar las Obras completas de Osvaldo Lamborghini y lo empalmé con ese otro descenso a los abismos que es el Diario de Juan Bernier (Pre-textos, 2010, próximamente). Fue agua de mayo en pleno junio. Y bien, si este verano quieren que les dé un ataque de risa en plena playa o en la piscina, Paco Inclán es el autor a seguir.
Lino González Veiguela dedica una excelente reseña a Incertidumbre, de Paco Inclán, en el número 131 de la revista Clarín:
Los límites del narrador
Mientras se encuentra en la ciudad portuguesa de Braga, documentándose para escribir un artículo sobre una reliquia católica —el brazo derecho de San Vicente—, Paco Inclán (Valencia, 1975) lee en un medio local una entrevista con el biógrafo del periodista polaco Ryzsard Kapuscinski en la que se afirma que el maestro de reporteros había incluido en varias de sus crónicas hechos inventados. Inclán piensa: «Otra vez darle vueltas sobre lo que es cierto y lo que no lo es. Como si realmente importara». La distinción, claro está, importa. Pero no al narrador de los relatos —de ficción— que componen Incertidumbre, y está muy bien que sea así.
Los relatos incluidos en este volumen son, en apariencia, una serie de crónicas escritas por su autor a lo largo de los años mientras desarrolla una intermitente carrera periodística paralela a su trabajo como editor e historiador del Arte. La mayoría son crónicas de viaje a destinos tan dispares como una pequeña localidad de Irlanda del Norte, la isla de Formentera, los campamentos de refugiados saharauis en el desierto de Argelia, Guinea Ecuatorial, Islandia, la somnolienta ciudad de Braga o la región chilena de Chiloé. En algunos casos, Paco Inclán ha viajado a esos sitios con la intención de escribir una historia determinada, sobre la que ya se ha documentado previamente, con intención de publicarla en un medio. Puro trabajo periodístico. Los relatos que leemos en ‘Incertidumbre’ terminan siendo, sin embargo, unas crónicas de ficción —exitosas— sobre la imposibilidad de escribir las crónicas previstas —y fracasadas—. Si para un periodista resulta un desastre viajar a un sitio con la idea de contar una historia determinada y descubrir que no será capaz de cumplir con el encargo de su medio, en el caso de Paco Inclán ese fracaso supone, en varias de las crónicas, el inicio de la historia escrita finalmente y que el lector asume y disfruta como la única posible que resultaba digna de escribirse: mejor que la prevista inicialmente y, sobre todo, mucho más divertida. No sabemos qué parte de lo que leemos ocurrió tal y como lo cuenta Paco Inclán y qué parte es inventada. El talento de Inclán como narrador consiste en que todo resulte real. Incertidumbre sigue los pasos del anterior libro de relatos de Inclán,Tantas Mentiras. Doce actas de viaje y una novela (Jekyll & Jill, 2015): encontramos de nuevo actas de viaje, tono de periodismo gonzo y mucho sentido del humor. Inclán usa el sentido del humor —además de para hacer reír al lector, en ocasiones a carcajadas— para cuestionar algunas de las falsas verdades incuestionadas sobre las que se asienta nuestra percepción del mundo. La labor de desmontaje de Inclán suele comenzar con una puesta en entredicho de algunos de sus propios impulsos y de varias de sus motivaciones a la hora de abordar una historia cuando descubre que responden a una especie de herencia cultural constituida en buena medida por prejuicios. A partir de ese momento surgen las preguntas: ¿qué relato nos transmite el cronista cuando la lente a través de la que mira el mundo está deformada?, o ¿a qué distancia se ha de situar el narrador para comprender mejor lo que cuenta?
Para Inclán no hay respuestas definitivas. Su estilo en primera persona le permite exponer casi obscenamente su subjetividad, por lo que resulta muy fácil observar sus imperfecciones y límites. Nos confiesa, por ejemplo, que a veces la realidad le impide acercarse tanto como quisiera, siendo en otras ocasiones la excesiva proximidad la que termina alejándole. «Poco a poco, a medida que aumenta mi integración en el entorno, mi capacidad de observación va menguando», escribe en la pieza que cierra el libro, «Hacia una psicogeografía de lo rural», un texto particular dentro del volumen, aunque comparte con el resto muchas de las preocupaciones del autor a la hora de contarnos el mundo. La mayoría deberían ser también nuestras preocupaciones como lectores o espectadores. Leyendo ‘Incertidumbre’, además de divertirnos con las estrafalarias andanzas de un reportero sin brújula, entendemos que el gesto cotidiano de leer un artículo, ver un programa de televisión o abrir una colección de relatos no es algo inocente: por cotidianos que nos resulten, son actos cargados de responsabilidad. La manipulación solo logra su propósito cuando se lo permitimos. Mientras tanto es solo un arma cargada al alcance de nuestra mano. Inofensiva hasta que de modo voluntario —sea consciente o inconscientemente— decidimos dispararla contra nosotros mismos.
El próximo martes, 28 de noviembre, Paco Inclán impartirá una conferencia sobre su libro Incertidumbre en el CENDEAC (Centro de Documentación y Estudios Avanzados de Arte Contemporáneo) de Murcia, dentro del ciclo-club de lectura Un otoño de libros. Será a las 19:30 horas y la asistencia al acto es libre, hasta completar aforo. No pueden faltar.
Entre otras cosas, Paco Inclán hablará sobre su estancia en la Parroquia de Valladares, experiencia artística psicogeográfica que dio como fruto el cuaderno de campo Hacia una psicogeografía de lo rural, que los lectores encontrarán al final de su libro de relatos de viaje Incertidumbre. Aquí la noticia de agosto de 2011 en El Faro de Vigo:
Mayra Goxcon reseña Tantas mentiras de Paco Inclán en el Diario Veracruzano
Entre el periodismo y la ficción: Tantas mentiras
Si andan en busca de un texto que rete su intelecto y a la vez les divierta Paco Inclán escribió estás doce de actas de viaje y novela para su deleite.
Aunque no se trata del primer trabajo publicado del valenciano, ya que le anteceden La solidaridad no era esto (La Tapadera, 2001), El País Vasco no existe (La Tapadera, 2004), La vida póstuma (Fides Ediciones, México D. F., 2008) y Hacia una psicogeografía de lo rural (Fundación Campo Adentro, Madrid, 2011).
Es en 2015 cuando hace mancuerna con JEKYLL & JILL y vaya el resultado, un libro lleno de paisajes, cotidianidad y mucho absurdo. Vale la pena seguirle la pista tanto a la editorial como al escritor.
Letras que hablan desde la mirada de un narrador bien intencionado, protagonista de un viaje constante; me encanta el detalle de incluir al comienzo de cada capítulo un mapa del lugar donde a continuación sucederán las cosas más extrañas que te puedas imaginar ¡ojo! Nunca sabrás dónde empieza o termina la delgada línea entre lo real y lo irrisorio, que si la Dirección General de Extranjería de Ecuador o su propio chubasquero lo toman como rehén, que si sus hemorroides son el único tema que lo une a una vieja amistad de su pueblo, etc.
Le tengo particular aprecio a Paco, a quien algún día oír decir “solo soy un hombre de mi pueblo que escribe” y sí que tiene razón, porque sus relatos están cargados de intimidad y complicidad, cual amigo que se sienta una tarde a charlar de su más reciente aventura.
Magistralmente, ya al final de la obra se puede encontrar su primera “novela” acompañada de una descripción de su proceso creativo, de cómo una frase puede albergar tanto significado.
Los invito a leer todas y cada una de las mentiras que Paco Inclán ofrece en estás 171 páginas, conforme los capítulos avancen les dejará de importar y comenzarán a reír.
Isabel Parreño reseña Incertidumbre, de Paco Inclán, en la revista Vísperas:
La lectura de las primeras páginas de Incertidumbre de Paco Inclán no deja lugar a dudas sobre lo acertado del título. Porque es esa y no otra la sensación de inquietud, desasosiego o recelo que cerca al protagonista-narrador en la mayoría de los relatos que componen el libro. Publicado en 2016 por Jekyll & Jill, la edición responde al esmero y buen gusto que caracterizan a la editorial zaragozana.
El libro engarza varias historias breves y un relato final algo más extenso que podrían situarse a medio camino entre la crónica periodística, el cuaderno de viaje y el diario personal. La «incertidumbre» que puede asaltar al lector en sus inicios sobre lo que tiene entre manos se disipa velozmente ante el desparpajo con el que Paco Inclán maneja los resortes de la narración. El estilo periodístico contribuye en algunos casos al distanciamiento paródico con los hechos narrados, siendo el humor uno de los recursos más interesantes y atractivos de la obra.
¿Pero qué puede llevar al protagonista desde Alcobendas a Guinea Ecuatorial, o desde Islandia a Menorca, pasando por Chile? Desplazamientos geográficos tan dispares responden también a movimientos vitales no siempre justificables desde un punto de vista sensato. Ese es, a mi parecer, el mayor encanto del libro: mostrar las contradicciones, lo absurdo, lo disparatado de algunas situaciones de la vida, el esfuerzo inútil por domesticar y clasificar la realidad cuando ésta supera con creces cualquier ficción. El cuaderno de viaje pierde en parte su esencia descriptiva para convertirse en un análisis antropológico de la cambiante naturaleza humana. Porque no son los paisajes o las peripecias de la expedición lo que interesa al protagonista sino el retrato del individuo, sus motivaciones, su comportamiento, sus reacciones… El extrañamiento producido por la mirada del narrador proporciona, dentro de su innegable subjetividad, la perspectiva del extranjero, la del que da un paso atrás para contemplar con curiosidad el extenso panorama de los seres que habitamos la tierra.
La huida parece ser el motor de «Dar la cara por Irlanda» y «Relecturas de Julio Verne». En el primer caso, la huida de una relación sentimental fracasada acaba con el protagonista en un pub irlandés viendo la final del campeonato de fútbol gaélico. La ilusión de unidad entre católicos y protestantes frente al evento deportivo se disipará con la misma rapidez que los efectos de la borrachera. En el segundo caso, evitar las fiestas falleras es el punto de partida para refugiarse en la isla de Formentera. El descubrimiento de prácticas homosexuales furtivas en el Faro de la Mola —lo que se conoce como cruising— y su relación con Julio Verne es suficiente acicate para adentrarse en tan rocambolesca aventura.
Los encargos profesionales más o menos difusos relacionan otras dos historias. En «Cosmovisiones» es la cobertura del Festival Internacional de cine en Dajla, Sahara, lo que le permitirá al narrador comprobar de primera mano si la costumbre de eructar en la mesa significa un cumplido para las costumbres árabes.
La segunda tarea encomendada, la de realizar un reportaje sobre un histórico equipo de fútbol guineano, acaba en el olvido al conocer a un español, el único blanco de la población de Rebola. El personaje, un albañil bravucón víctima del descalabro inmobiliario del levante español, ha llegado a mimetizarse con la vida y costumbres del país de un modo tan sorprendente que fascina y cautiva al protagonista.
Otro grupo de relatos obedecen a empeños personales más o menos explicables. Llegar hasta la perdida población de Reykholt con la pretensión de conocer al escritor más famoso de Islandia puede ser una buena forma de matar el tiempo en las últimas horas de estancia en el país. Comprobar que se trata de un escritor medieval convierte la tarea en «crónicas que no serán». Desvelar el paradero del «otro brazo» de San Vicente en Braga, o entrevistarse con Paulino Cubero, el autor de la letra del himno español, dibujan recorridos más o menos azarosos cuyos resultados serán siempre insospechados.
Mención especial merece a mi juicio Munificencia, una irónica y desternillante descripción de una velada con la familia Cárdenas en Chile. Atrapado por el exceso (de comida, de atenciones, de halagos) el protagonista me ha recordado el genial cuadro de costumbres de Larra titulado «El castellano viejo».
El último capítulo lo ocupa la narración más extensa: «Hacia una psicogeografía de lorural». El texto, autodenominado cuaderno de campo, recoge a modo de apéndice una experiencia artística llevada a cabo en una parroquia de Vigo. Auspiciado por el colectivo Alg-a Lab, la Fundación Campo Adentro y el Museo Reina Sofía el narrador nos traslada el proceso vital experimentado durante su estancia de tres meses en un entorno rural vecino a una gran urbe, experiencia que le sirve para teorizar sobre los conceptos situacionistas acuñados por Guy Debord.
Según explica, la psicogeografía se basa en el estudio de los efectos y las formas del ambiente geográfico en las emociones y comportamiento de las personas. Para llevar a cabo esta experiencia, el autor se instala en un contenedor situado en una población periférica de Vigo. El método utilizado para recabar experiencias consiste en deambular sin rumbo fijo, abierto a sorpresas y situaciones no buscadas. Las anotaciones en el diario del artista constituyen una sabrosa narración, hilarante por momentos, de sus encuentros con los paisanos, su desesperación ante el rechazo de la comunidad o la feliz culminación del experimento.
Llegado a este punto no puedo sino confesar mi perplejidad ante lo que consideré el relato más disparatado, más paródico e imaginativo de todo el libro. Aclararé que vivo en Vigo y, llevada por una curiosidad de último momento, tecleé en Google tan bizarro experimento para comprobar que, en efecto, la noticia era recogida por el periódico local el 11 de septiembre de 2011.
La realidad al servicio de un modelo de ficción posible, la ficción transformada en expresión de una dimensión humana transcendente. ¿Existe un juego más literario que el que nos propone Paco Inclán?
En definitiva, es Incertidumbre un libro para celebrar sin prejuicios: divertido, íntimo por momentos, socarrón y desmitificador. Un libro imposible de etiquetar, desconcertante, contradictorio y tierno. Un libro por el que transita libre la melancolía porque, algunas veces, todos podemos encontrarnos perdidos… «pero sin derivas sin milongas».
El Diario Veracruzanovideoentrevista a Paco Inclán con motivo del taller de escritura creativa que impartirá del 1 al 3 de junio en Reflexionario Mocambo de Veracruz (México).
Incertidumbre, de Paco Inclán, recomendado en la sección de Libros de los diarios del Grupo Promecal (La Tribuna De Albacete, Diario de Ávila, Diario de Burgos, La Tribuna de Ciudad Real, Diario Palentino, La Tribuna de Toledo, La Tribuna de Cuenca, La Tribuna de Guadalajara, El Dia de León, El Dia de Salamanca, El Día de Segovia, El Día de Soria, El Día de Valladolid).
Si entenem la literatura, essencialment, com l’art d’explicar, de forma exagerada, un fet més o menys conegut o una anècdota, podem afirmar sense por a equivocar-nos que aquest Tantas Mentiras de l’escriptor i periodista valencià Paco Inclán (1975) n’és un dels exemples més fins. Perquè les històries aquí recollides parteixen d’anècdotes i vicissituds viscudes pel propi autor al llarg dels anys en diferents experiències com a periodista en diferents latituds: Mèxic, Galícia, el Sàhara Occidental, Colòmbia, Equador o al seu propi poble del País Valencià. I totes amb l’exageració com a bandera.
Paco Inclán a vegades en té prou amb un fet concret per fer-hi girar tota una història al seu voltant, vestint-la adequadament amb ambientació, personatges i diàlegs especials i memorables, absurditat i patetisme, unes gotes de mala llet i molt d’enginy i mordacitat, quan cal. Des del caos que es pot generar al voltant de les dificultats per obrir del tot la cremallera d’un impermeable fins a un estrany i kafkià estudi sociològic dut a terme en un llogarret gallec. Tant es planta en un acte zapatista en ple Zócalo del D.F., a mig camí entre l’acte polític i la xarlotada per a groupies, com en un festival de cinema en un camp de refugiats saharauis on tota la premsa espera l’arribada, en un clima de tensió creixent, de la gran estrella del cel·luloide. Ens mostra què pot passar a les nits xafogoses i solitàries en un tuguri de la frontera entre l’Equador i Colòmbia, el laberint d’obsessió malaltissa d’un català per la pilota basca internacional i la pèrdua de papers col·lectiva al més pur estil Monthy Python en una ambaixada equatoriana de la mà d’un heterogeni grup d’aspirants a Julian Assange. O com de ràpid poden canviar les tornes quan es participa, gairebé sense voler-ho, en una conxorxa amb un grup mexicà de suport Corea del Nord, quan les casualitats i els malentesos poden portar a la paranoia i al patir per la pròpia vida. Tantas mentiras acaba amb un apèndix, la primera novel·la de l’autor, una crònica del procés de (de)construcció d’aquesta.
Totes les històries que apareixen en aquest recull estan a mig camí entre la crònica i la ficció autoreferencial, el propi Paco Inclán n’és el protagonista, tot li passa a ell; ell és el testimoni d’unes situacions quotidianes on allò grotesc esdevé quotidià i on tot està narrat des de la perplexitat de veure’s, molts cops, superat per les circumstàncies. També són les típiques històries, unes més versemblants que d’altres, que et podria explicar algun amic que acaba de tornar de viatge i que fa temps que no veus, entre cerveses i cigarrets, fent-vos un fart de riure. I és que aquesta és una altra de les grans virtuts d’aquests relats: entren sols, són àgils, carregats de mordacitat, sentit de l’humor i del patetisme que traspuen les situacions «reals». Paco Inclán aconsegueix fer-nos creure aquestes històries, fer-les passar per reals. Perquè, són reals? O són tot mentides, pura invenció? La veritat és que és indiferent si tot plegat són històries inventades a partir d’un (remot) fet real, perquè l’autor ens engalipa i ens hi trobem bé, ens agrada sentir-les. Igual que amb les històries que el col·lega ens explica al bar, sabem que gran part del que ens diu pot ser mentida però ens ho passem tan bé sentint-lo que el que menys ens importa és saber si ens està prenent el pèl o no.
Un gran recull d’històries d’un gran narrador que acabo de descobrir gràcies a la recomanació d’un dels meus amics lectors/prescriptors de capçalera. Arribat aquí no puc fer més que recomanar-lo jo també. I molt.
Si entendemos la literatura, esencialmente, como el arte de explicar, de forma exagerada, un hecho más o menos conocido o una anécdota, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que este Tantas Mentiras del escritor y periodista valenciano Paco Inclán (1975) es uno de los ejemplos más finos. Porque las historias aquí recogidas parten anécdotas y vicisitudes vividas por el propio autor lo largo de los años en diferentes experiencias como periodista en diferentes latitudes: México, Galicia, el Sahara Occidental, Colombia Ecuador o en su propio pueblo del País Valenciano. Y todas con la exageración como bandera.
A veces a Paco Inclán le basta con un hecho concreto para hacer girar toda una historia a su alrededor, vistiéndola adecuadamente con ambientación, personajes y diálogos especiales y memorables, absurdidad y patetismo, unas gotas de mala leche y mucho ingenio y mordacidad cuando es necesario. Desde el caos que se puede generar en torno a las dificultades para abrir del todo la cremallera de un chubasquero hasta un extraño y kafkiano estudio sociológico llevado a cabo en una aldea gallega. Tanto se planta en un acto zapatista en pleno Zócalo del DF, a medio camino entre el acto político y la charlotada para groupies, como en un festival de cine en un campo de refugiados saharauis donde toda la prensa espera la llegada, en un clima de tensión creciente, de la gran estrella del celuloide. Nos muestra qué puede pasar en las noches bochornosas y solitarias en un tugurio de la frontera entre Ecuador y Colombia, el laberinto de obsesión enfermiza de un catalán por la pelota vasca internacional y la pérdida de papeles colectiva al más puro estilo Monty Python en una embajada ecuatoriana de la mano de un heterogéneo grupo de aspirantes a Julian Assange. O cómo, rápidamente, pueden cambiar las tornas cuando participa, casi sin quererlo, en una conjura con un grupo mexicano de apoyo a Corea del Norte, cuando las casualidades y los malentendidos pueden llevar a la paranoia y a sufrir por la propia vida. Tantas mentiras termina con un apéndice, la primera novela del autor, una crónica del proceso de (de)construcción de ésta.
Todas las historias que aparecen en esta recopilación están a medio camino entre la crónica y la ficción autorreferencial, el propio Paco Inclán es el protagonista, todo le pasa a él; él es el testimonio de unas situaciones cotidianas donde lo grotesco deviene cotidiano y donde todo está narrado desde la perplejidad de verse, muchas veces, superado por las circunstancias. También son las típicas historias, unas más verosímiles que otros, que te podría explicar algún amigo que acaba de regresar de viaje y que hace tiempo que no ves, entre cervezas y cigarrillos, acompañadas de un ataque de risa. Y es que esta es otra de las grandes virtudes de estos relatos: entran solos, son ágiles, cargados de mordacidad, sentido del humor y del patetismo que rezuman las situaciones «reales». Paco Inclán consigue hacernos creer estas historias, hacerlas pasar por reales. Porque, ¿son reales? O son todo mentiras, pura invención? La verdad es que es indiferente si todo son historias inventadas a partir de un (remoto) hecho real, porque el autor nos embauca y nos encontramos bien, nos gusta sentirlas. Al igual que con las historias que el colega nos cuenta en el bar, sabemos que gran parte de lo que nos dice puede ser mentira pero nos lo pasamos tan bien sintiéndolo que lo que menos nos importa es saber si nos está tomando el pelo o no.
Un gran recopilación de historias de un gran narrador que acabo descubrir gracias a la recomendación de uno de mis amigos lectores / prescriptores de cabecera. Llegado aquí no puedo hacer más que recomendarlo yo también. Y mucho.
Hoy viernes, 7 de abril, a las 20 h, Paco Inclán presentará Incertidumbre junto a Javier Montes, en Iberostar Las Letras (Gran Vía 11). Y al terminar, firmará ejemplares y tomaremos un vino bien contentos. ¡Vengan, vengan!
Silvia Hernando publica un artículo sobre la flânerie y escribe sobre Paco Inclán y su libro Incertidumbre (2/4/2017).
Elogio de la holganza
El actual ‘boom’ literario en torno a la ‘flânerie’ podría revelar una voluntad de retorno a la esencia física y sensorial de la vida.
HACE UNAS SEMANAS se publicó en España el libro de David Wagner De qué color es Berlín (Errata Naturae). Se trata del enésimo título que recupera la figura del flâneur, ese viajero a pie sin destino fijo que guía sus pasos al ritmo de los latidos de la ciudad y que, en su versión actualizada, ha decidido prescindir del móvil y de tecnologías como el GPS en sus expediciones urbanas. Si en esta ocasión el terreno de las caminatas lo propiciaba la capital alemana, en los últimos años se han editado volúmenes sobre Londres (La ciudad de las desapariciones, de Iain Sinclair), París (El peatón de París, de Léon-Paul Fargue) o, en general, sobre las bondades de deambular para el cuerpo y la mente (Wanderlust, de Rebecca Solnit, o Elogio del caminar, de Frédéric Gros). Existen incluso relatos que desbordan las fronteras naturales del flâneur en su sentido más estricto –las marcadas por los límites de la metrópolis– para dar un paseo por el campo. Es el caso de Hacia una psicogeografía de lo rural, un texto de Paco Inclán basado en una acción artística desarrollada en el pueblo vigués de Valladares e incluido en Incertidumbre (Jekyll & Jill).
Aunque el planteamiento se puede rastrear hasta el París del siglo XVIII, en cuyas noches ya se aventuró el escritor Rétif de la Bretonne, la idea del flâneur como algo más que un mero zascandil fue caracterizada por Baudelaire en el XIX.
Posteriormente, Walter Benjamin revisó su significado para izarlo como clave de la moderna cosmovisión capitalista. Hace 100 años se vagaba sin mayor pretensión que la de pasar el tiempo, pero este esparcimiento daba frutos en forma de vivencias y experiencias entre la multitud. A partir de los cincuenta, las tardovanguardias nimbaron esta noción del espíritu del juego y acuñaron términos como deriva o psicogeografía. “Al ser una actividad desinteresada”, apunta el fotógrafo Manolo Laguillo, “es normal que se asimilara a la ocupación artística”. Esta “idea situacionista del azar”, agrega Paco Inclán, estaba vinculada con otra opuesta y complementaria: la de la “toma de decisiones”. “Todo lo que tenga que ver con experimentar es una manera de mirar desde otra perspectiva”.
En el presente, como señala la escritora y crítica María Virginia Jaua, la urbe como espacio social se ha transformado hasta el punto de que “ya no hay ciudadanos, sino consumidores”. “Antes los barrios tenían su personalidad, se daban otro tipo de relaciones”. Siendo así, ¿cómo explicar este boom literario? ¿Qué relevancia tienen hoy –cuando Internet se ha elevado a la categoría de territorio– esas historias sobre azarosos itinerarios? Laguillo aporta una respuesta: “Porque estamos hartos de una ética del trabajo que impulsa a planificarlo todo”. Como artista (amén de estudioso de Benjamin y traductor de Franz Hessel, el autor de Paseos por Berlín), él lleva décadas volcado en la flânerie, con un enfoque estético y moral sobre la periferia. Inclán, escritor y editor de la revista Bostezo, intuye también que este retorno al vagabundeo plantea una reacción ante la digitalización de todo: un impulso por “recuperar lo físico y dejarse llevar por las sensaciones”. “Quizá sea una cuestión melancólica”, barrunta Jaua, “un mecanismo inconsciente para renovar la manera de transmitir la experiencia de la ciudad desde un punto de vista contemporáneo”.
Alejandro F. Orradre reseña Incertidumbre, de Paco Inclán, en Lecturafilic:
Título: Incertidumbre
Título original:Incertidumbre
Autor: Paco Inclán
Editorial: Jekyll & Jill
Número de páginas: 211
El autor de Tantas mentiras se sumerge de nuevo en escenarios para ahondar en las contradicciones de la condición humana, especialmente las suyas. Es así como sufre el conflicto norirlandés en sus carnes, se integra en un grupo de cruising de visita en Formentera, sale en atropellada búsqueda del brazo derecho de san Vicente Mártir, se cita con el ganador del concurso de letras para el himno de España o pone en riesgo su vida, amenazada por la ancestral generosidad que le brindan los habitantes de una isla del Pacífico. Situaciones que generan un estado de incertidumbre: ¿esto está pasando? Y si es así, ¿por qué demonios?
Sin rodeos: Incertidumbre es de los libros más raros que se han escrito en la literatura contemporánea española de los últimos veinte años. Tal cual. La sentencia puede parecer exagerada, una frase que iría en las fajas que adornan la portada de cualquier superventas. Pero resulta que es verdad, y lo mejor de todo es que por si fuera poco se trata de un libro extraordinariamente adictivo, divertido y hipnótico.
Paco Inclán nos regala en su segundo trabajo literario una hilarante sucesión de relatos que, narrados desde una vertiente periodística y escrita a forma de diario de viajes personal, nos meten de lleno en historias tan rocambolescas como sórdidas y que se pueden encontrar en las páginas de sucesos de cualquier periódico: son esas pequeñas tonterías a las que no les prestamos ninguna atención. En Incertidumbre se convierten en protagonistas, de ahí la genialidad de unas temáticas tan absurdas que mutan en morbosa curiosidad a medida que son explicadas. ¿Qué interés puede suscitar la historia que hay detrás del último intento por dar letra al himno español? ¿O el cruising en Formentera? ¿O eructar en África? Lo interesante de este ejercicio de «autoficción metaliteraria» -perdón por ese palabro-, es que logra en todo momento que no sepamos si lo que se narra es real o no; ante esa duda se produce en el lector una curiosidad que le empuja a seguir leyendo. Cuando quiere darse cuenta ya ha terminado.
Los textos siempre conservan la forma didáctica, pretendiendo enseñar de una forma erudita las vivencias -o no- del autor en sus periplos como periodista alrededor del mundo; viajamos a Islandia, Chile, Guinea Ecuatorial, Formentera… y siempre flota la sensación de que la locura es de muy difícil esquive, siempre acechando y poblando las mentes de los seres humanos. Asistimos a escenas que como si fueran sacadas de una película de García Berlanga nos recuerda la infinita variedad de historias que permanecen ocultas a nuestros ojos. Antropología surrealista.
A toro pasado -pues cuando estás inmerso en su lectura te atrapa por completo- se puede decir que es también un sano ejercicio de satírica periodística, sobre todo la segunda parte del libro, titulado Diario de campo de un proyecto de psicogeografía rural y que ya deja entrever el tono del texto, es una mirada cómica al mundo del arte y todo lo que la rodea: esa cutrez que se intenta enmascarar mediante discursos grandilocuentes e intentos de trascendencia artística. El tono de la narración es hilarante, pues el protagonista -de nuevo ese ejercicio de autoficción difusa- intenta por todos los medios magnificar un proyecto que termina por revelarse una extravagancia más, quizás incomprendida, del mundo del arte. Vivir en un contenedor, no entenderse con la gente del campo porque habla de un modo que ni siquiera en la ciudad se le entiende… la modernidad cutre.
En todos los relatos existe esa sencillez cutre, un halo de naturalidad con más defectos que virtudes, una desmitificación de los viajes alrededor del mundo, de lo exótico, de las aventuras. Inclán parece querer mostrarnos que como en nuestro barrio, en el bar de la esquina, en el supermercado… como en nuestros lugares comunes, a miles de kilómetros suceden las mismas cosas. No hay mística del viajero, ni épica del trotador de mundos: sólo las mismas miserias humanas, los mismos chascarrillos y temas mundanos que preocupan al de Murcia o al de Burkina Faso.
Incertidumbre se convierte por méritos propios en uno de los libros más interesantes e imprescindibles de esta década, y sin lugar a dudas merece que todos y todas os sumerjáis en sus páginas. Os convertiréis, como un servidor, en seguidores acérrimos de Paco Inclán al instante.
Tantas mentiras, doce actas de viaje y una novela (Jekyll y Jill) incluye un esperpéntico secuestro en una cafetería de Bogotá, un paranoico espionaje a tres excarpinteiros en una parroquia gallega, un hotel en la frontera colombo-ecuatoriana, un festival de cine en el Sáhara, un acto zapatista en el Zócalo del D. F., una encrucijada en la embajada de Corea del Norte en México. El narrador observa, transmitiéndonos una crónica fragmentada del encuentro entre las propias vivencias del narrador y las vicisitudes de sus prójimos —tan extraños como cercanos— con los que se va encontrando en su obstinado deambular.
Su autor, Paco Inclán (Valencia, 1975), es editor desde el año 2008 de la revista de arte y pensamiento Bostezo. En los últimos años ha participado en varios proyectos que lo han embarcado en una experiencia viajera constante: Feria del Libro de Malabo (Guinea Ecuatorial, 2014), residencia artística en Montalvo Arts Center (California, 2013), proyecto radiofónico La radio como herramienta para la construcción de la paz (frontera colombo-ecuatoriana, 2012) o una residencia artística de la Fundación Campo Adentro en Alg-a Lab (Valladares, Vigo, 2011), entre otros.
Ha investigado la época dorada (1924-1952) de la pelota vasca en Catalunya (Institut d’Estudis Catalans-Eusko Ikaskuntza, 2003) y la etapa de Max Aub como director de la radio y la televisión de la Universidad Nacional Autónoma de México (Fundación Max Aub, 2000). Durante una estancia de dos años en México (2005-2007) fue columnista dominical del diario Milenio y asiduo colaborador de la revista Replicante. Ha publicado La solidaridad no era esto (La Tapadera, 2001), El País Vasco no existe (La Tapadera, 2004), La vida póstuma (Fides Ediciones, México D. F., 2008) y Hacia una psicogeografía de lo rural (Fundación Campo Adentro, Madrid, 2011). La ilustración de cubierta de Tantas mentiras, doce actas de viaje y una novela es obra de Víctor Coyote Aparicio.
LOS OTROS ASSANGE
Dirección General de Extranjería de la República del Ecuador, avenida 6 de diciembre (entre La Niña y avenida Colón), Quito
Pasé cuarenta horas encerrado con otros extranjeros
en la Dirección General de Extranjería de Ecuador.
Todos esperábamos lo mismo: una firma.
Paradójicamente, el primero en perder los nervios ha sido un monje budista que, en inglés tibetano, ha soltado una serie de improperios que no he logrado entender del todo. Al parecer tiene prisa pues de madrugada debe viajar a la ciudad de Ambato para impartir una conferencia sobre cómo acceder a la paz espiritual. Ataviado con su túnica naranja, hacía apenas un rato que con gesto afable nos había estado repartiendo unos folletos sobre meditación al grupo de veinte extranjeros que permanecemos encerrados desde ayer por la mañana en la Dirección General de Extranjería de Ecuador. Esperamos con ansias la llegada de un señor al que los funcionarios nombran como El Embajador, que es el único que puede autorizar con su firma nuestros visados. Nos aseguraron que aparecería antes de las cuatro de la tarde. Son las diez de la noche del día siguiente.
La oficina cerró oficialmente ayer viernes. La información es confusa: a medianoche de hoy sábado entrará en vigor una nueva ley de extranjería y los funcionarios no nos aseguran si sus efectos serán de carácter retroactivo. De serlo nuestros trámites quedarán invalidados en un par de horas. Ningún extranjero se atreve a moverse de allí hasta que el mentado «embajador» firme sus documentos. Yo tampoco. La sola idea de tener que comenzar de cero la tramitación de mi visado me hace mantenerme firme en esta oficina ubicada en la avenida Colón de la ciudad de Quito. Habían sido meses de espera para conseguir que una funcionaria sin rostro del consulado de Ecuador en Valencia me autorizara la entrada en el país, previo pago de ciento veintiséis euros, no sin antes atormentarme con una serie de quebraderos burocráticos a través de notarías, colegio de médicos, detectores de metales, laboratorios de análisis sanguíneos, el ambulatorio, justificante de antecedentes penales, «vacíe sus bolsillos y deje sus pertenencias sobre la bandeja», vacunas, pago de tasas, detectores de metales, fotocopiadoras, «quítese el cinturón», fotografías tamaño carné con fondo azul y el cajón de mi infancia donde guardo mis amarillentos expedientes académicos. Tras cuatro meses de idas y venidas, a punto de tirar la toalla, obtuve un visado de entrada como misionero, ante la imposibilidad de que se me expendiera uno de cooperante o trabajador foráneo, estatus más relacionados con mi actividad a desarrollar en Ecuador. «Para eso usted debería acudir a la embajada en Madrid». Era 18 de marzo y estaba a punto de comenzar la mascletà en la plaza del Ayuntamiento de Valencia. Miles de personas jadeaban sudorosas al otro lado de la ventana del consulado. «No, no, está bien, póngame de misionero», decidí para acabar rápido con esto. Pero todavía faltaba que desde la Dirección General de Extranjería en Quito me firmaran el visado, un trámite que debía solicitar dentro de los primeros treinta días de mi entrada en el país andino, donde aterricé anteayer.
Lo peor ha sido pasar mi segunda noche en Ecuador en esta sala burocrática, donde un par de televisores repiten machaconamente amables anuncios gubernamentales que dan la bienvenida a los extranjeros. Los que hemos tenido más suerte hemos dormido sin cerrar los ojos sobre incómodos asientos de plástico; los demás han pernoctado de pie y durmiéndose abrazados a los pilares. A media noche una religiosa haitiana ha comenzado a usar mi hombro de almohada. Al amanecer, cuando llevaba unos cuarenta segundos durmiendo, me ha despertado una llamada de mi madre desde España. Le he dicho que estoy bien, sin entrar en detalles. Con la llegada del día, algunos, como el monje budista, han comenzado a exteriorizar su nerviosismo, aunque también es cierto que entre el grupo han surgido espontáneas relaciones de efímera amistad que ayudan a mejorar la atmósfera matutina; nos animamos con la esperanza de que El Embajador llegue hoy temprano. A partir de las primeras veinticuatro horas en el interior de un edificio institucional entra el síndrome de sentirse superviviente de un alud o un naufragio; al menos me gustaría regresar media hora al hotel para cambiarme de calzoncillos. Con nosotros permanecen encerrados cuatro funcionarios de la Dirección General y un par de miembros de seguridad, un hombre y una mujer, que tratan de apaciguar los ánimos, pero sin ofrecer ninguna respuesta a nuestras demandas. «Lo estamos pasando tan mal como ustedes», alega un funcionario. Algo de razón tiene, al menos han dormido igual de jodidos que nosotros. Y han cumplido su promesa de no irse hasta que El Embajador llegase.
Quizá asustados por los improperios del monje budista, los burócratas, que permanecen desde ayer tarde agazapados tras unas ventanillas, proponen que los religiosos tengamos prioridad a la hora de tramitar nuestros visados. Los demás aceptan resignados: «Los asuntos de Dios siempre van primero», dice con sorna un cubano. Nos acercamos a la ventanilla el tibetano malhumorado, un pastor protestante de Boston, la monja haitiana y yo, como falso misionero. Entablo una ligera amistad con el pastor que me explica su misión evangelizadora en el norte de Ecuador apoyándose en algunos pasajes de la Biblia. Me cuenta que él lleva tres años y unas veinte visitas a la Dirección General sin haber conseguido que El Embajador acepte a trámite su visado. Todo este tiempo lo ha pasado con un permiso provisional. «Es por ser gringo, el gobierno se piensa que todos somos espías», se queja sonriente. Incluso ha tenido que regresar a Estados Unidos a causa del papeleo. Apenas le queda una semana de permanencia en el país, con lo que, con suerte, hoy conseguirá legalizar su residencia en Ecuador, cuando está a punto de abandonarlo. Necesita ese papel para solventar unas cuestiones burocráticas en su país, me dice en un castellano bastante lamentable que salpica con palabras, como suplicio o bagatela, que parecen memorizadas de un diccionario. Me preocupa su historia; es mi primera vez en la Dirección General de Extranjería y aspiraba a que también fuese la última.
Un funcionario recoge los papeles de los religiosos —incluidos los míos— y desaparece con ellos a paradero desconocido. Tarda cuarenta y cinco minutos en regresar sin más información que El Embajador todavía no llega. En la espera, los otros funcionarios, tan amables como desconcertantes, han recogido para ganar tiempo las peticiones del resto de extranjeros, entre los que se encuentran un surafricano, cuatro haitianos, tres colombianas —y la bebé de una de ellas—, unos cubanos que esperan poder acceder a la reagrupación familiar (todos afirman ser primos o hermanos), una señora teutona que no abre la boca y una chica italiana que va descalza y que de vez en cuando nos deleita con alguna contorsión de su vientre. También hay un grupo de indígenas que, a pesar de vivir desde hace siglos en el interior de la Amazonia ecuatoriana, nunca se habían molestado en registrarse en ningún lado; les acompaña un antropólogo canadiense que es el que les está tramitando la nacionalidad. «Son ecuatorianos sin serlo por lo que no tienen acceso a ningún tipo de servicio público, claro que ahora falta que algún servicio público llegue hasta donde viven ellos», le explica en inglés al pastor protestante. Por lo que entiendo es una comunidad a la que se accede tras unas quince horas viajando en canoa.
Todos los haitianos afirman ser periodistas. Y no solo ellos; también una dominicana, dos argelinos, algunos cubanos, las colombianas, un paraguayo y un muchacho del Surinam, país del que desconozco su gentilicio. Gente que ayer viernes no dijo ser periodista, hoy sábado sí que afirma serlo. Hace apenas dos semanas que el gobierno ecuatoriano ha concedido asilo político al fundador de Wikileaks Julian Assange a través de su embajada en Londres, en la que se ha refugiado para evitar su extradición a Suecia, donde está encausado por dos supuestos delitos de violación y acoso sexual. El presidente Rafael Correa ha declarado que otorgar el asilo a Assange supone evitarle una hipotética extradición a Estados Unidos, donde podría ser condenado a pena de muerte por traición y espionaje. Para algunos analistas, Correa se ha apuntado un tanto ante la comunidad internacional en la defensa de la libertad de prensa, al mismo tiempo que es criticado por su persecución política a los medios de comunicación más conservadores del país. La maniobra del presidente ecuatoriano ha provocado una avalancha de solicitudes de cientos de personas que afirman ser periodistas y estar también siendo perseguidos como Assange. Por Internet se ha corrido el rumor de que Ecuador tramitará el permiso de residencia de las personas que se introdujeron ilegalmente en el país si demuestran que llegaron huyendo de amenazas sufridas en el ejercicio de su labor periodística. El gobierno lo ha desmentido, pero ya es tarde: el bulo ya circula por todo Quito y otras ciudades. Las autoridades se han comprometido a estudiar minuciosamente caso por caso, lo cual alarga los procesos. La mayoría de solicitudes están bajo sospecha, a sabiendas de que certificados de licenciatura en Periodismo son ahora una demanda en alza en el mercado ilegal de documentos.
El trío de colombianas, chillonas y dicharacheras, increpa con guasa a los funcionarios; contrasta la verborrea y la animosidad de ellas con la molicie de ellos, que tratan de saldar con beatíficas sonrisas su impericia para solucionar el desaguisado. Mientras la italiana danza por medio de la sala, una de las chicas colombianas me pregunta por qué y desde cuándo las mujeres en Europa ya no se afeitan los sobacos. No sé qué responderle. El ambiente es amable, podría ser peor para lo que estamos sufriendo. De alguna manera se crea un ligero sentimiento de solidaridad grupal a través de un problema colectivo, lo cual nos lleva a compartir víveres, cachitos biográficos, llamadas de móvil y caramelos. Animados por la italiana armamos una programación intercultural, un improvisado festival de las naciones: una dominicana nos cuenta la receta del sancocho, un haitiano nos regala un baile relacionado con el vudú y el pastor protestante nos cuenta las diferentes versiones del pecado original de Adán y Eva en los libros sagrados de cada una de las tres religiones monoteístas, un tostón que provoca que la atención del público se disperse. El chico de Surinam divierte sin pretenderlo a las colombianas, que no se acaban de creer que en Surinam, un país cuyo nombre nunca habían escuchado, hablen una especie de holandés y esté en Sudamérica. «Surinam es mentira», le dice una, la más coqueta. El muchacho, que apenas entiende el español, le dibuja el mapa en su espalda. Ella le sonríe y siguen jugando. Mientras, el monje budista trata de calmar su ira jugando a matar marcianos en su BlackBerry que se convierte en nuestra conexión con el mundo exterior. Le pedimos que nos lo preste para averiguar si con la entrada en vigor de la nueva ley de extranjería nuestros trámites anteriores quedarán invalidados, pero no encontramos ninguna página que nos lo aclare.
Desde ayer noche algunos allegados de los extranjeros retenidos, que les avisaron cuando vieron que sus trámites irían para largo, han montado guardia ante la puerta del edificio. Cada cierto tiempo se arma un alboroto en la entrada por la negativa de los vigilantes de seguridad a permitirles el acceso al interior de la sala; los que estamos dentro no nos atrevemos a salir, los que están fuera no pueden entrar, lo cual enrarece el ambiente. Un grupo, comandado por los cubanos, se amotina ante las ventanillas solicitando una solución inmediata. «Vamos a poner una bomba», grita una muchacha colombiana, con un notorio retintín sarcástico que los funcionarios no captan. Se monta un pequeño revuelo en la sala. En ese momento, la vigilante extrae una pistola de su cartuchera con la que nos convence a todos para regresar a la zona de los asientos, mientras ella accede a las ventanillas y comienza a poner orden con el tema de los papeles. Según me cuenta el pastor evangélico, y después de veinte visitas a la Dirección General de Extranjería sabrá de lo que habla, los funcionarios se han incorporado a sus puestos hace apenas un par de meses, razón por la que muestran tal nivel de desorganización, por lo que es la vigilante, que lleva más de quince años en el mismo puesto, la que suele acabar encargándose de la tramitación de los visados. Los funcionarios la conocen como La Embajadora. Por su carácter marimandón, pero también porque se rumorea que mantiene un affaire con El Embajador.
Lo cierto es que la imagen de esa mujer blandiendo un arma consigue por fin organizarnos. Vamos pasando uno por uno a contarle nuestro caso. La mujer recoge los papeles que faltan y se los sube por unas escaleras. Por la puerta principal entra un hombre de barba blanca y trajeado; tiene prisa, desaparece raudo de la escena. «Es él, El Embajador», nos confirma el pastor. Por fin parece que se solucionará algo más o menos rápido. Son casi las once de la noche, me aterra la idea de volver a pasar la noche aquí de nuevo, casi más que mis papeles queden caducos. Ha transcurrido día y medio desde que entré en esta sala que solo abandoné ayer al mediodía para comprarme un sándwich. Desde entonces hemos ido comiendo de un puesto ambulante de perritos calientes que se ha instalado en la puerta y que nos ha ido sirviendo hot-dogs con mostaza a precios populares para, más que el hambre, matar el tiempo.
A pesar de la llegada de El Embajador, los papeles no bajan. Algunas voces rumian que a saber qué estarán haciendo ahí arriba El Embajador y La Embajadora. La imagen de ella, libidinosa, metiéndole la pistola en la boca me turba por un instante. Los familiares que permanecen fuera pierden la poca paciencia que les queda. Me asomo a la puerta para pedirle a un señor si puede traerme una coca-cola. Le doy cinco dólares. Ya no regresa. Pregunto por él. Al parecer no es familiar de nadie. Pasaba por allí y se acercó a ver qué sucedía.
La chica italiana pasa una bolsa rota de supermercado pidiéndonos limosna —«incentivo económico», lo llama ella—, por habernos entretenido durante toda la jornada con su danza del vientre. Apenas consigue diez dólares. «Espero que le llegue para comprarse calzado», comenta la misma mujer que anteriormente se preocupó por el vello de sus sobacos. La vigilante de seguridad, todavía con pistola en mano, regresa con un montón de papeles. Empieza a nombrar gentes que no están, lo cual desmoraliza a los presentes. Al parecer, El Embajador ha comenzado a firmar autorizaciones sin priorizar a los que permanecemos desde ayer en la sala. Una de las cubanas toma el mando y apunta en un papelito nuestros nombres para que El Embajador los tenga en cuenta a la hora de firmar los visados. La Embajadora se los vuelve a subir. Todavía se demorará media hora más. Fuera, los allegados de los extranjeros hacen ademán de querer invadir a la fuerza la sala. De repente, después de varios intentos fallidos, brota un cántico desafinado entre el murmullo: «Somos Assange, somos Assange», corean al unísono las laringes de aquellos hombres y mujeres; también yo, poco propenso a este lirismo de aires futboleros, me dejo arrastrar por la euforia colectiva. «Somos Assange, somos Assange». Los argelinos lo gritan dándose fuertes golpes en la cabeza, las cubanas marcan las sílabas tónicas con sus caderas, la italiana mueve el vientre y los haitianos esconden entre sus párpados el iris de sus ojos. La bebé rompe a llorar y la señora teutona que no abre la boca balbucea entonces una serie de improperios que nadie entiende pero que suenan feos. El budista tibetano está perdiendo los nervios. Los miembros de seguridad asumen que la situación se les está yendo de las manos y solicitan refuerzos. En diez minutos aparecen una decena de patrullas de las que bajan policías de varios cuerpos para dispersar a la pequeña multitud que se amontona en la entrada. «El Embajador podría haber sido tan rápido», comenta la colombiana que antes bromeaba con hacer estallar una bomba.
Finalmente bajan los documentos firmados de los que sí estamos en la sala. No de todos, algunos tendrán que regresar a entregar documentación faltante. Contrasta la alegría de los que estamos admitidos con la pesadumbre de los que, después de cuarenta horas, reciben la noticia de que no obtendrán su visado, aunque los funcionarios les garantizan, sin mucha fe, que la nueva ley de extranjería no tendrá efectos retroactivos. La vigilante de seguridad comienza a repartir los pasaportes. Los religiosos —que supuestamente habíamos gozado de prioridad divina— somos los últimos en ser nombrados por una lógica burocrática: fuimos los primeros en entregar los papeles, con lo que quedaron amontonados debajo cuando subieron el resto. «Los últimos serán los primeros en el reino de los cielos», bromeo con el pastor protestante, que no me ríe la gracia. Mientras, a mis espaldas, el monje budista —que no entiende el español, lo cual acentúa su incomprensión ante la situación— pierde la paciencia y, con ella, los estribos: agarra una silla y la lanza contra un funcionario que salía del baño. El hombre comienza a sangrar abundantemente por su ceja izquierda. La Embajadora abandona la gestión de los papeles. Los policías que retienen a la muchedumbre en la puerta hacen acto de presencia en el interior de la sala, lo cual aprovechan los familiares para acceder al recinto. Se abrazan con los que estaban dentro, cae alguna lágrima. Entre unos diez policías y La Embajadora, que está en todos los frentes, tratan de inmovilizar al monje, que les ofrece resistencia, y se lo llevan a rastras tirando con fuerza de su túnica, que acaba desgarrada. Todo indica que, a pesar de tener el visado en regla, deberá suspender su conferencia de mañana en Ambato. Mientras, es la señora cubana la que, aprovechando el alboroto provocado por la silla, la sangre, los familiares, la policía, La Embajadora y el budista, recoge los papeles que hay sobre el mostrador y se hace cargo de ellos. Los timoratos funcionarios, conscientes de que la situación requiere ser desatascada, le dejan hacer. «Armen una fila, por favor», nos grita con una firmeza inusual en estos lares. Uno a uno, sin prioridades, va repartiéndonos los documentos. «Es lo que tiene haber vivido en un país donde la mitad del día te la pasas haciendo cola», se ufana.
Cuando faltan cinco minutos para medianoche recupero mi pasaporte con la firma estampada de El Embajador y el cuño necesario. Me siento aliviado. Y muy cansado. Han pasado cuarenta horas. Comienzo a despedirme de «los otros Assange»; unos ríen, otros lloran. El pastor de Boston, por fin, consigue su visado. El chico de Surinam abandona el edificio con la muchacha colombiana, que al parecer quiere conocer con mayor detalle algunos aspectos del país que es mentira. Mañana la bebé cumplirá su primer año de vida. Su madre me cuenta que tenía dos semanas la primera vez que entraron en la Dirección General de Extranjería. Nació en el taxi que les cruzaba la frontera colombo-ecuatoriana, entre Ipiales y Tulcán. Esa tierra de nadie que separa Ecuador de Colombia era clave para el futuro de ambas. La mujer huía de su país por unos «problemas» que no me llega a especificar. Le horroriza la idea de tener que regresar. Hoy, por fin, con la firma de El Embajador ha quedado refrendado que su hija nació del lado ecuatoriano, por lo que podrán tramitar sus permisos de residencia. Si yo estoy contento, ella se muestra exultante; no hay dos biografías iguales: ellas se jugaban mucho más en este trámite. Por si fallaba, también se había comprado un título de licenciada en Periodismo, de esos que vendedores ambulantes ofrecen desde hace dos semanas por cien dólares en la acera de enfrente.
El blog literario Ni un día sin libro reseña Incertidumbre, de Paco Inclán:
En uno de esos instantes únicos, luminosos, en los que llega a tus manos un libro como Incertidumbre, el mundo se detiene, y todos los libros anteriores – los que escriben la historia de nuestra relación con la literatura – dejan de tener sentido sin la suma de este.
Son esos instantes los que hacen que todo esto merezca la pena (leer, reseñar, descubrir). Hallar un libro como Incertidumbre me ha hecho querer recomendarle su lectura a todo aquel con el que me he cruzado desde que lo leí. Impulso natural cuando algo que has descubierto te entusiasma y que reconsideras tras una mínima reflexión: efectivamente, Incertidumbre no es un libro para cualquier lector. Incertidumbre te elige a ti.
¿Qué es Incertidumbre? Pues es un libro de viajes atípico, un recorrido personal del autor a lo largo del mundo buscando, explorando algunas de sus inquietudes vitales, crónica de reportajes dignos atemporales, lejanos a cualquier atisbo de actualidad. Es todo eso y mucho más. Para que os hagáis una idea, cada uno de los capítulos de Incertidumbre podría ser en reportaje digno de ser publicado en Panenka o Jot Down, con un toque disparatado, surrealista, ajeno a cualquier tipo de moda, cuyo interés reside paradójicamente en su en principio absoluta falta de interés.
Las historias de Incertidumbre llevan al autor a los puntos más dispares del planeta (y del ser humano) para: conocer el conflicto norirlandés de cerca a través de la experiencia de un partido de fútbol gaélico en un pub, explorar una suerte de encuentro a medio camino entre la literatura y el cruising en Formentera, vivir una experiencia surrealista en el Sahara con un eructo como protagonista, buscar en Islandia al escritor ¿vivo? más importante de la historia de la isla, entrevistarse con el ganador del concurso para ponerle letra al himno de España hace unos años y descubrir que hasta en las historias mínimas uno es capaz de encontrar la grandeza, o descubrir la azarosa vida de un español – una suerte de Coronel Kurtz – en Guinea Ecuatorial en un ejemplo que supone una patada en la entrepierna al choque intercultural entre pueblos.
En definitiva, pequeñas historias, gran literatura intergénero, pura magia.
Para terminar, el libro incluye un capítulo más amplio que los anteriores, Hacia una ppsicogeografía de lo rural, el testimonio escrito de un experimento sociocultural que el autor llevó a cabo en una aldea cercana a Vigo. Una deliciosa rareza única y difícil de describir en unas pocas líneas. Un regalo eque sirve de epílogo perfecto para este libro extraordinario.
Leyendo Incertidumbre he disfrutado como cuando comes con las manos tu comida favorita, relamiéndote los dedos, masticando con la boca abierta porque nadie te ve. He reído a carcajadas, ante la mirada sorprendida de mi compañera de cama, con la que he compartido en alto párrafos enteros de estas historias de la vida dignas de toda enciclopedia apócrifa que presuma de serlo.
Mención especial merece la edición de Jekyll&Jill. La editorial de nuevo marca distancias en el panorama editorial concibiendo cada libro como pieza única, obra artística que enriquece la experiencia lectora y puede enloquecer al enamorado del libro como objeto básico sin el que no se concibe esta adicción. Con Incertidumbre lo han bordado. Han creado un clásico en forma y fondo, una preciosidad cuya mejor explicación es verlo y tocarlo. Víctor, nunca dejes esto por favor.
Os advierto, ha nacido un clásico que no te debes perder.
Nicolás Miñambres reseña Incertidumbre, de Paco Inclán, en el Diario de León:
Atractivos de la rareza
Hay que advertirlo de entrada: Incertidumbre, el libro de viajes de Paco Inclán, es una gratísima sorpresa literaria. Sus recorridos por el mundo suponen el descubrimiento de espacios desconocidos casi o la presencia de tipos concretos, vulgares, a los que la vida convierte en raros e inesperados.
Es difícil explicarlo, pero cualquier lector descubrirá pronto el atractivo de esta clave literaria. Hay que considerar que, en apariencia (aparte de la rareza de la temática) no hay nada común en los relatos. Es algo que se observa en el que abre la obra, Dar la cara por Irlanda, una especie de anticipación del país, rematada con un extraño sentido de la melancolía. Si repasamos el resto de los cuentos, lo de menos es que nos encontremos con países de cuya existencia apenas tenemos noticia, en los que la vida de los personajes es curiosa e inesperada. Al narrador le interesa el desbarajuste que su comportamiento provoca en su quehacer bienintencionado, originado, por ejemplo, con la búsqueda del dedo de un santo. O las situaciones humorísticas que provoca la persecución de Snorri, un santo medieval a quien el narrador imagina vivo. Sorprende el retrato del personaje de El hombre que pudo ser Paulino Cubero, premiado oficialmente por componer un himno. O la convivencia de un valenciano con los negros de un pueblo nigeriano. No falta el agobio de la hospitalidad… Todo ello se transforma en situaciones que alcanzan la condición humorística de la literatura del absurdo.
La segunda parte del libro, Hacia una psicología de lo rural, presenta algo inesperado: la aparente seriedad científica del título choca con un método de estudio especial, la antropología de lo rural que el autor lleva a cabo desde un contenedor en Valladares, en las afueras de Vigo. No cabe mejor sentido de la caricatura de la ciencia. Ambas partes se convierten en el modelo de excelente literatura de viajes, poco esperable, casi nunca escrita.
Reseña-entrevista de Antón Castro con motivo de la publicación de Incertidumbre, de Paco Inclán, en el suplemento Artes y Letras de Heraldo de Aragón (26-1-2017).
«Jekyll & Jill publica un sorprendente y brillante libro de Paco Inclán
De cómo la verdad se vuelve ficción
Paco Inclán (Valencia, 1975) ya había dado muestra de su talento en ‘Tantas mentiras’, que publicó Jekyll & Jill. Era un libro abierto y miscelánea donde cabía casi todo: la travesía, el reportaje, la experimentación y diversos usos de la imaginación. Cuenta el autor que hacia 2002 o 2003 empezó un libro eminentemente periodístico que quería explorar diversos aspectos de la realidad. Dice Inclán «Una veces busco; otras, encuentro». Así ha surgido un volumen sorprendente que tiene mucho denarración de viaje y también de reportaje clásico, en el que la realidad supera a la fantasía. O la realidad resulta tan inverosímil que parece que Inclán esté fabulando.
Sucede casi todo el tiempo. Da igual el asunto que aborde y vaya donde vaya: en ‘Dar la cara por Irlanda’, la obcecación y el odio supera cualquier atisbo de sensatez y tanto el cronista como la joven Sarah pasan verdadero peligro en Irlanda. Inclán resuelve su relato con humor, amor y una efectividad casi novelesca y romántica.
Una de las piezas más logradas del libro es ‘Relecturas de Julio Verne. Formentera’. Inclán se ríe de si mismo durante su trabajo, es cualquier cosa menos un periodista infalible y arrogante, parece dispuesto a aceptar el no literalmente, el fracaso. Así por azar, se entera de que un grupo de homosexuales se citan ante una estatua de Julio Verne; a esa reunión un poco a ciegas se le llama ‘cruising’. Dice un paisano, ante la palabreja: «Yo de eso no entiendo. Hay varias zonas de esas en la isla, en verano se buscan entre ellos». Y a partir de allí Paco Inclán, que es el protagonista de casi todos los textos —o al menos, el coprotagonista, a la manera de Tom Wolfe, Gay Talesen de aquel Martin Girard, seudónimo de Gonzalo Suárez— inicia una curiosa pesquisa que adquiere, como sucede con otros textos, un carácter casi de ficción.
Si ‘El otro brazo de san Vicente’ podría aproximarse a las desaforadas vidas de santos, el autor busca los restos de su brazo derecho en Braga, ‘El tal Snorri (crónicas que no serán)’ es casi una ficción culta que recuerda a Snorri Sturluson, un personaje muy admirado por Jorge Luis Borges. Arranca así: «Paso mi último día en Islandia interesado en la figura de un tal Snorri, «el escritor irlandés más popular’»,y en su investigación se encontrará con un poeta gallego llamado Elías Portela. Nada menos.
Con todo, el texto más sorprendente, el más paradójico, es ‘El hombre que pudo ser Paulino Cubero’, el fascinante y dramático relato del poeta popular que escribió una letra para el himno español y pasó, poco después, a ser vapuleado, humillado y ofendido. Cuenta Inclán que ese reportaje lo hizo en 2015 y que le sorprendió Ia dignidad de Cubero. Un texto como este, que habla de la violencia gratuita, de la práctica arbitraria y del vértigo de pasar de la vida cotidiana a la gloria y de ahí a desplomarse hacia la nada en segundos, hace pensar en ‘Relato de un náufrago’ de García Márquez. «Me interesa la realidad y establezco un pacto con ella, pero a veces dejo que se incorpore la ficción. Lo que me interesa es lo que esta detrás, lo que apenas se ve, el destino de los antihéroes», declara el autor.
‘Incertidumbre’ incorpora su cuaderno de campo ‘Hacia una psicogeografía de lo rural; que nació de una beca del Centro de Arte Reina Sofia. Inclán vivió en Valladares (Vigo), en un contenedor, y cuenta cómo se percibía su presencia de andariego y vincula el espacio físico con la emoción y la actitud de la gente. El texto es de una gran sutileza y tiene, como todo el conjunto, humor, ingenio ironía, erudición y esa sencillez que también es humanidad, ternura y sabiduría.»
David García reseña Incertidumbre, de Paco Inclán, en el blog de la librería La Buena Vida(Madrid):
Del autor de este libro hay una foto nada más abrir sus páginas. A ella he acudido en numerosas ocasiones al leer estos relatos de viaje o crónicas o reportajes o ficciones, cuando me he adentrado en esta manera clásica, pero no por ello menos gozosa, de narrar. Como si al observar la fotografía, ésta me fuera a revelar algo que se me escapa. Si destaco esto es por que he imaginado, igual que el lector que no distingue entre autor/narrador/personaje, a este hombre de mediana edad y rostro servero, viviendo las experiencias que cuenta con humor e ingenuidad/crueldad contenida. Aunque no es por una imagen que Incertidumbre me haya parecido un libro muy recomendable.
Y dejaré de viajar para no tener que despedirme
En estos viajes, Inclán incurre en la primera persona, tan subjetiva como necesaria. En el primero de sus viajes se va a Irlanda del Norte o al norte de Irlanda, según quien mire, para ver la final del campeonato de fútbol galéico en un pub, junto a una amiga que se desvive por conciliar la vida entre católicos y protestantes. Tampoco es para tanto, pueden decir muchos. Pero ahí está la gracia. No es el qué sino el cómo. La mirada del extranjero es aquí central. Esa mirada que penetra en los pequeños detalles y se deja impresionar por aquello que al paisano le pasa desapercibido porque la costumbre le ha adormecido los sentidos, igual que su capacidad para dejarse impresionar. «(…) si alguien viaja una semana a un lugar, escribe un libro; si viaja un mes, escribe un cuento, y si viaja un año, escribe dos líneas», dice el autor/narrador/personaje.
El segundo texto cuenta un viaje a Formentera, la isla dependiente de Ibiza, una isla que es a la vez dependiente de otra isla, Mallorca. Huyendo de las fiestas más populares de Valencia, su tierra, Inclán busca las conexiones entre Julio Verne y el cruising, unas prácticas sexuales furtivas que los homosexuales mantienen en espacios públicos. Para ello se va al Faro de La Mola, inmortalizado por Verne y llevado a la pantalla, un siglo después, por el cineasta Julio Medem en Lucía y el sexo. Suena raro, y lo es. Pero el valenciano consigue levantar un relato entre íntimo, erudito y humorístico de gran originalidad.
Alcobendas, el Festival Internacional de Cine del Sahara en Dajla, un pequeño pueblo de Islandia en el que supuestamente vive el escritor más importante de esta isla o una pequeña comunidad en Guinea Ecuatorial, en la que un español con antecedentes que vivió a todo trapo la Ruta del Bacalao vive como uno más, son algunos de los espacios que Inclán cartografía con gracia y desparpajo.
El libro cierra con un texto más extenso: Hacia una psicogeografía de lo rural. Aquí el autor muestra un proyecto artístico desarrollado en Valladares, Vigo, con la ayuda del colectivo Alg-a Lab, la Fundación Campo Adentro y el Museo Reina Sofía, entre otros. Inclán cuenta la experiencia. Intenta teorizar a partir del concepto situacionsita acuñado por Guy Debord: psicogeografía. Y, aunque la estructura del relato está arbitrada por las reglas del formato, Inclán incluye la perspectiva humanista, a lo Barley en El antropólogo inocente, y convierte el texto casi en un cuento.
El Periódico recomienda Incertidimbre de Paco Inclán (3-01-2017)
«Un libro del editor y viajero y experto en pelota vasca Paco Inclán bellamente editado por Jekyll & Jill que cuenta a modo de crónicas sus improbables y disparatadas experiencias. A saber: en Formentera se integra cándidamente en un grupo de expertos en Julio Verne que utilizan al autor de La isla misteriosa como tapadera para sus actividades de ‘cruising’. Su inmersión en el nacionalismo irlandés en Belfast, borrachera incluida. Una cita con el autor de la nueva letras del himno español o la búsqueda del brazo derecho de San Vicente Mártir (el derecho, muy conocido, está en Valencia) en la ciudad portuguesa de Braga. Extravagancias más serias de lo que pueda parecer.»
Carlos Pardo recomienda Incertidumbre, de Paco Inclán, en el artículo «Los libros que leeremos más allá de 2016», en Infolibre, por Clara Morales.
«Es un libro raro, una especie de artículos frustrados. Paco Inclán hace una crónica del brazo de San Vicente, del tipo que hizo la letra del himno español, o sobre un equipo de fútbol de Guinea Ecuatorial. No sabes si estás leyendo artículos, ensayo o pura ficción. Es de los libros más divertidos que he leído en mucho tiempo, una parodio de las grandes vanidades especulativas: es chistoso, pero es mucho más. Juega con nuestros prejuicios, con los clichés con los que construimos la realidad. Luego me he leído el anterior [Tantas mentiras, Jekyll&Jill] y es otra maravilla. Este es de los buenos.»
Pasajes Librería Internacional (Calle de Génova, 3, Madrid) recomienda Tantas mentirase Incertidumbre, de Paco Inclán, y Últimas noticias de la escritura y Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec.
«Hoy os dejamos algunas recomendaciones en castellano editadas por Jekyll&Jill Editores; entre ellas, lo nuevo de Sergio Chejfec, de quien Enrique Vila-Matas se declara «adicto», o la preciosa edición en tapa dura de Paco Inclán. ¿Con cuál os quedáis? ;-)»
Carlos Pardo dedica reseña a Incertidumbre, el libro de Paco Inclán, en Babelia (El País)
Incertidumbre es uno de los libros más extraños, originales e inteligentes (y hasta piadosos) de la última literatura española. En apariencia es un recopilación de “relatos viajeros” por ciudades o pueblos de Irlanda del Norte, Guinea Ecuatorial, Chile o Islandia que entremezclan lo erudito y lo autobiográfico. Los motivos de estos viajes son variopintos: en Braga se busca la reliquia del brazo derecho de san Vicente (el izquierdo está en Valencia); en Formentera se investiga a un grupo de especialistas en Julio Verne que se reúne al atardecer en calas escondidas para practicar cruising (sexo ocasional entre hombres en lugares públicos); en Alcobendas se entrevista a Paulino Cubero, el denostado autor de la letra del himno nacional…
Paco Inclán (Valencia, 1975) se nombra “investigador de asuntos raros”. “El eslabón entre lo que quise realizar y lo efectivamente realizado” es la apuesta principal de una poética de la decepción: lo que busca el narrador, como un antropólogo demasiado influenciable (autenticidad, tradiciones o deportes pasados de moda), es saboteado por su empatía y unas circunstancias hilarantes. Paradójicamente, su fracaso como reportero favorece su triunfo como literato: amplía los márgenes de las narrativas más convencionales, del relato, la crónica periodística o la forma-novela con las herramientas de la parodia y la permeabilidad sentimental de la primera persona.
Inclán también insiste en descacharrar ciertos conceptos con “aura”: nomadismo, deriva, mapa, disenso… Por ejemplo, en “Hacia una psicogeografia de lo rural”: el autor es becado por el Museo Nacional Reina Sofía para vivir durante unos meses en un contenedor rehabilitado, sito en el paisaje “rururbano” del extrarradio de Vigo. Distinguir cuánto de ficción y de realidad hay en la anécdota no es importante. El resultado es una de la críticas más chistosas (y profundas) del mundo del arte en particular y de la pedantería intelectual con que medimos el mundo en general.
Hay que entender el humor como un asunto central y, de nuevo, piadoso: el extraño placer que viene de la certeza de que no hay certeza, diría Kundera a propósito de Rabelais y Cervantes. Gracias a él, personas y conceptos dejan de ser objetos, es decir, mercancía, a la vez que los objetos pierden la gravedad del marketing. El mundo se convierte en un juego emocional que no puede ser tratado con el distanciamiento (de un turista), sino con la empatía de quien se sabe la principal víctima (sentimental) de estos experimentos narrativos. “Supongo que éstas son las historias que luego adornaré en la barra de un bar y que si uno se piensa literato es para poder desarrollar este tipo de actividades improductivas en tierras extrañas”, escribe el personaje-autor con la humildad que lo caracteriza, pero que nadie se engañe, hay mucho más en juego.