Saturno

Saturno de Eduardo Halfon en revista Eñe


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Saturno

Miguel Ángel Hernández escribe sobre Saturno, de Eduardo Halfon, en su sección Aquí y ahora (Diario de escritura) nº 38, Revista Ñ:

«Llegáis a Edimburgo con el tiempo justo para dejar el coche y facturar el equipaje. Por problemas técnicos, en el avión no os dejan usar los dispositivos móviles y no podéis ver el final de Big Little Lies. Lees de un tirón Saturno, la pequeña novela de Eduardo Halfon que ha publicado Jekyll&Jill. Es una delicia. Una carta al padre, como la de Kafka, pero también un estudio sobre el suicidio literario. Halfon es un autor al que sigues desde hace tiempo. Te sedujo con El ángel literario y desde entonces no has dejado de leerlo. Este librito es en realidad lo primero que publicó, pero estaba inédito en España. Es una suerte que alguien se haya atrevido a editarlo aquí. Y sobre todo que lo haya hecho de esa forma tan delicada y primorosa.»

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Saturno de Eduardo Halfon en el programa de TV Plaza Mayor



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Dos recomendaciones literarias de Eric Gras en el programa Plaça Mayor de la Nova Televisió de Castelló Mediterráneo: En el corazón del corazón del país, de William H. Gass, publicado por la nueva editorial madrileña La Navaja Suiza, y Saturno, de Eduardo Halfon (Jekyll & Jill, 2017).

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Saturno de Eduardo Halfon en Artes & Letras de Heraldo de Aragón



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Saturno, de Eduardo Halfon, en el suplemento cultural Artes & Letras de Heraldo de Aragón, página 9, artículo «Autores e instantes», de Antón Castro, junto a Juan Rulfo, García Márquez, Miguel Hernández…

EDUARDO HALFON
«»Sus cartas, padre, me llegaban un par de veces cada año. Yo estaba lejos en la universidad, pero usted estaba aún más lejos de mí. Al inicio,
ingenuo, yo abría el sobre con una emoción contenida». Así empieza el libro ‘Saturno’ del narrador Eduardo Halfon que acaba de publicar la zaragozana Jekyll  & Jill en una edición pequeña y primorosa de un texto intenso, que es un homenaje a la ‘Carta al padre’ de Franz Kafka. Es un libro revelador, de búsquedas, de lecturas, de sombras, de citas de escritores y de continuo desconcierto existencial. «Yo también, padre, pienso continuamente en el suicidio». En el libro, de apenas 60 páginas pequeñas, abunda el dramatismo, el desamparo y la vecindad de la muerte.»

Saturno

Rocío Tizón reseña Saturno de Eduardo Halfon


SaturnoSaturno es un dios de la mitología conocido sobre todo por el cuadro de Goya, en el que aparece devorando a sus hijos. A cambio de ser nombrado rey, se comprometió a no tener hijos para que gobernaran sus sobrinos. Pero pronto descubrió que podría tener hijos y luego devorarlos. De la misma manera, la figura del padre planea a lo largo de Saturno (Jekyll & Jill), pero sin aparecer en ningún momento.
Se trata de un texto breve, de una nouvelle escrita hace tiempo por Eduardon Halfon y que ahora nos llega a los lectores españoles en una cuidada edición numerada. En ella, al igual que hiciera Frank Kafka con su famosa Carta al Padre, Eduardo Halfon nos presenta a un narrador atormentado que se dirige a su progenitor para reprocharle todo el daño que le ha hecho. Sus acusaciones no son baladíes: le culpa no sólo de todo lo malo que ocurre en su vida, sino también le acusa de maltrato físico y psicológico. Asimismo, también le reprocha sus ausencias. Esa dualidad, de padre ausente y maltratador cuando se encuentra en casa, ha marcado el carácter del narrador, obligándole a sacar a la luz sus propios fantasmas como forma de expiación.
Aparte de esta serie de reproches, analiza con detalle los suicidios que se han dado entre los escritores más famosos. De este modo encontramos a Virginia Woolf, Primo Levi, Ernst Hemingway, Silvia Plath, Horacio Quiroga, Alfonsina Storni o Cesare Pavese, entre otros. Todas son vidas más o menos trágicas que se nos narran brevemente y que culminan con la muerte voluntaria por mano del protagonista. A pesar de ello, no se trata tanto de la historia de un suicidio como de un intento de venganza hacia el padre, humillador y censor toda la vida, capaz de recriminarle al protagonista y de apuntarle hasta con un tenedor en la mano.
Se trata de una pequeña joya que se lee con gusto y que al mismo tiempo remueve la conciencia del lector. Muchas de las situaciones del libro serán fácilmente reconocibles por aquellos que han tenido padres severos. La sombra del padre es alargada y, en ocasiones, puede arruinar la vida del hijo, ya sea de forma inconsciente o con toda la intención, lo que resulta (si cabe) aun más aterrador.

La librería Cervantes y Compañía recomienda Saturno de Eduardo Halfon



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La librería Cervantes y Compañía (Madrid) recomienda Saturno de Eduardo Halfon:

«Saturno. Un joyita editada por Jekyll&Jill Editores. Una nouvelle de Eduardo Halfon que atrapa al lector desde sus breves pero potentes páginas. El narrador escribe una desgarrada carta a un padre severo y devorador. De su necesidad de escribir, va intercalando un contundente texto donde aparecen otros escritores atormentados y sus trágicos finales en suicidio, desde Yukio Mishima, Sylvia Plath, Jack London, Alejandra Pizarnik, Stefan Zweig, Hunter S. Thompson, Virginia Woolf o Hemingway. Editado en una serie limitada de 1000 ejemplares.»

Cervantes y Compañía (Pez, 27, Malasaña, Madrid)

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Saturno de Eduardo Halfon en El Boomeran(g)



Saturno, de Eduardo Halfon, en el Escaparate de Novedades de El Boomeran(g).

PÁGINAS DEL LIBRO

Sus cartas, padre, me llegaban un par de veces cada año. Yo estaba lejos en la universidad, pero usted estaba aún más lejos de mí. Al inicio, ingenuo, yo abría el sobre con una emoción contenida. Y siempre, sin falta, hallaba un papel doblado en tres. Un solo papel con el membrete de su empresa. Mal doblado, por prisa, supongo. Buscando sus palabras, padre, necesitándolas, lo desdoSaturnoblaba con ansia. Y como una hoja seca hamaqueándose en la brisa, lento, el cheque caía hacia el suelo. Yo lo dejaba allí, casi olvidado a la par de mis pies, pues lo que realmente me interesaba no era su dinero, padre, sino sus palabras. Ingenuo, buscaba sus palabras. Y en medio del papel, escrito en tinta negra, encontraba yo siempre lo mismo: su nombre. Nada más. Sólo su nombre, firmado con prisa. Una palabra. Sólo una palabra. El padre es un nombre.

     Quizás por eso escribo, o mejor dicho, quizás por eso necesito escribir.

     Al sepelio de Klaus Mann sólo llegó Michael, su hermano menor, cargando en la mano derecha un misterioso estuche. Era el verano de 1949. Su padre había recibido el Premio Nobel de Literatura veinte años atrás.

     Como había escrito en su ensayo Selbstmörder, en donde narraba con «envidia tan amarga» los suicidios de varias personas que él había conocido, Klaus mismo decidió, por segunda vez, terminar su vida. Su primer intento había ocurrido diez meses antes, en California, cortándose las venas de ambas muñecas, tomando pastillas y respirando gases tóxicos. Pero fracasó. Supuesta causa: las infidelidades de su amante, un joven marinero. En su segundo intento, mientras pasaba las vacaciones en Cannes, ingirió exitosamente una dosis letal de somníferos.

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Incertidumbre de Paco Inclán recomendado en los diarios del grupo Promecal



: BUZON SPC : SOCIEDAD 12 DOMINICAL

Incertidumbre, de Paco Inclán, recomendado en la sección de Libros de los diarios del Grupo Promecal (La Tribuna De Albacete, Diario de Ávila, Diario de Burgos, La Tribuna de Ciudad Real, Diario Palentino, La Tribuna de Toledo, La Tribuna de Cuenca, La Tribuna de Guadalajara, El Dia de León, El Dia de Salamanca, El Día de Segovia, El Día de Soria, El Día de Valladolid).

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Rubén Martín Giráldez en el Seminario Internazionale sul Romanzo de Trento

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Mañana, 20 de abril, Rubén Martín Giráldez participará en el Seminario Internazionale sul Romanzo ‘La Conoscenza Romanzesca’ en la Università degli Studi di Trento (Italia), Dipartamento di Lettere e Filosofia.

—Jueves, 20 de abril, 11:00 h:
Miguel Gallego Roca dialogará con Rubén Martín Giráldez.

 

Saturno de Eduardo Halfon en La lectora futura


Jekyll & Jill trae a España el Saturno de Eduardo Halfon: una obra inédita con una cuidada edición

04/04/2017 | Edición | La lectora futura España

La editorial apuesta por la opera prima del escritor guatemalteco, que ya fuese publicada en 2003 por Alfaguara y Punto de Lectura en el continente americano pero que no que nunca cruzó el Atlántico. Esta editorial rompe así el poco comprensible muro que a veces se alza entra la creación en español de ambas orillas del océano.

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En Saturno, un narrador desquiciado arremete contra un padre severo y devorador que ha plagado su vida de silencios. Es esta una carta amarga dirigida a un padre por la que discurre la trágica narración de los últimos días de una larga lista de escritores suicidas.

Esta obra, publicada en Guatemala en 2003, llega ahora a España de la mano de Jekyll & Jill, y supuso la irrupción de Eduardo Halfon en el tortuoso mundo de la literatura.

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Tantas Mentiras Paco Inclán

Tantas mentiras de Paco Inclán en Especulacions d’un Neanderthal

Jordi Sellarès reseña Tantas mentiras (2015), el primer libro que Jekyll & Jill publicó de Paco Inclán. Luego, en 2016, llegó Incertidumbre.

Perplexitat quotidiana

Si entenem la literatura, essencialment, com l’art d’explicar, de forma exagerada, un fet més o menys conegut o una anècdota, podem afirmar sense por a equivocar-nos que aquest Tantas Mentiras de l’escriptor i periodista valencià Paco Inclán (1975) n’és un dels exemples més fins. Perquè les històries aquí recollides parteixen d’anècdotes i vicissituds viscudes pel propi autor al llarg dels anys en diferents experiències com a periodista en diferents latituds: Mèxic, Galícia, el Sàhara Occidental, Colòmbia, Equador o al seu propi poble del País Valencià. I totes amb l’exageració com a bandera.
Paco Inclán a vegades en té prou amb un fet concret per fer-hi girar tota una història al seu voltant, vestint-la adequTantas Mentiras Paco Inclánadament amb ambientació, personatges i diàlegs especials i memorables, absurditat i patetisme, unes gotes de mala llet i molt d’enginy i mordacitat, quan cal. Des del caos que es pot generar al voltant de les dificultats per obrir del tot la cremallera d’un impermeable fins a un estrany i kafkià estudi sociològic dut a terme en un llogarret gallec. Tant es planta en un acte zapatista en ple Zócalo del D.F., a mig camí entre l’acte polític i la xarlotada per a groupies, com en un festival de cinema en un camp de refugiats saharauis on tota la premsa espera l’arribada, en un clima de tensió creixent, de la gran estrella del cel·luloide.  Ens mostra què pot passar a les nits xafogoses i solitàries en un tuguri de la frontera entre l’Equador i Colòmbia, el laberint d’obsessió malaltissa d’un català per la pilota basca internacional i la pèrdua de papers col·lectiva al més pur estil Monthy Python en una ambaixada equatoriana de la mà d’un heterogeni grup d’aspirants a Julian Assange. O com de ràpid poden canviar les tornes quan es participa, gairebé sense voler-ho, en una conxorxa amb un grup mexicà de suport Corea del Nord, quan les casualitats i els malentesos poden portar a la paranoia i al patir per la pròpia vida. Tantas mentiras acaba amb un apèndix, la primera novel·la de l’autor, una crònica del procés de (de)construcció d’aquesta.

Totes les històries que apareixen en aquest recull estan a mig camí entre la crònica i la ficció autoreferencial, el propi Paco Inclán n’és el protagonista, tot li passa a ell; ell és el testimoni d’unes situacions quotidianes on allò grotesc esdevé quotidià i on tot està narrat des de la perplexitat de veure’s, molts cops, superat per les circumstàncies. També són les típiques històries, unes més versemblants que d’altres, que et podria explicar algun amic que acaba de tornar de viatge i que fa temps que no veus, entre cerveses i cigarrets, fent-vos un fart de riure. I és que aquesta és una altra de les grans virtuts d’aquests relats: entren sols, són àgils, carregats de mordacitat, sentit de l’humor i del patetisme que traspuen les situacions «reals». Paco Inclán aconsegueix fer-nos creure aquestes històries, fer-les passar per reals. Perquè, són reals? O són tot mentides, pura invenció? La veritat és que és indiferent si tot plegat són històries inventades a partir d’un (remot) fet real, perquè l’autor ens engalipa i ens hi trobem bé, ens agrada sentir-les. Igual que amb les històries que el col·lega ens explica al bar, sabem que gran part del que ens diu pot ser mentida però ens ho passem tan bé sentint-lo que el que menys ens importa és saber si ens està prenent el pèl o no.

Un gran recull d’històries d’un gran narrador que acabo de descobrir gràcies a la recomanació d’un dels meus amics lectors/prescriptors de capçalera. Arribat aquí no puc fer més que recomanar-lo jo també. I molt.

Perplejidad cotidiana

Si entendemos la literatura, esencialmente, como el arte de explicar, de forma exagerada, un hecho más o menos conocido o una anécdota, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que este Tantas Mentiras del escritor y periodista valenciano Paco Inclán (1975) es uno de los ejemplos más finos. Porque las historias aquí recogidas parten anécdotas y vicisitudes vividas por el propio autor lo largo de los años en diferentes experiencias como periodista en diferentes latitudes: México, Galicia, el Sahara Occidental, Colombia Ecuador o en su propio pueblo del País Valenciano. Y todas con la exageración como bandera.

A veces a Paco Inclán le basta con un hecho concreto para hacer girar toda una historia a su alrededor, vistiéndola adecuadamente con ambientación, personajes y diálogos especiales y memorables, absurdidad y patetismo, unas gotas de mala leche y mucho ingenio y mordacidad cuando es necesario. Desde el caos que se puede generar en torno a las dificultades para abrir del todo la cremallera de un chubasquero hasta un extraño y kafkiano estudio sociológico llevado a cabo en una aldea gallega. Tanto se planta en un acto zapatista en pleno Zócalo del DF, a medio camino entre el acto político y la charlotada para groupies, como en un festival de cine en un campo de refugiados saharauis donde toda la prensa espera la llegada, en un clima de tensión creciente, de la gran estrella del celuloide. Nos muestra qué puede pasar en las noches bochornosas y solitarias en un tugurio de la frontera entre Ecuador y Colombia, el laberinto de obsesión enfermiza de un catalán por la pelota vasca internacional y la pérdida de papeles colectiva al más puro estilo Monty Python en una embajada ecuatoriana de la mano de un heterogéneo grupo de aspirantes a Julian Assange. O cómo, rápidamente, pueden cambiar las tornas cuando participa, casi sin quererlo, en una conjura con un grupo mexicano de apoyo a Corea del Norte, cuando las casualidades y los malentendidos pueden llevar a la paranoia y a sufrir por la propia vida. Tantas mentiras termina con un apéndice, la primera novela del autor, una crónica del proceso de (de)construcción de ésta.

Todas las historias que aparecen en esta recopilación están a medio camino entre la crónica y la ficción autorreferencial, el propio Paco Inclán es el protagonista, todo le pasa a él; él es el testimonio de unas situaciones cotidianas donde lo grotesco deviene cotidiano y donde todo está narrado desde la perplejidad de verse, muchas veces, superado por las circunstancias. También son las típicas historias, unas más verosímiles que otros, que te podría explicar algún amigo que acaba de regresar de viaje y que hace tiempo que no ves, entre cervezas y cigarrillos, acompañadas de un ataque de risa. Y es que esta es otra de las grandes virtudes de estos relatos: entran solos, son ágiles, cargados de mordacidad, sentido del humor y del patetismo que rezuman las situaciones «reales». Paco Inclán consigue hacernos creer estas historias, hacerlas pasar por reales. Porque, ¿son reales? O son todo mentiras, pura invención? La verdad es que es indiferente si todo son historias inventadas a partir de un (remoto) hecho real, porque el autor nos embauca y nos encontramos bien, nos gusta sentirlas. Al igual que con las historias que el colega nos cuenta en el bar, sabemos que gran parte de lo que nos dice puede ser mentira pero nos lo pasamos tan bien sintiéndolo que lo que menos nos importa es saber si nos está tomando el pelo o no.

Un gran recopilación de historias de un gran narrador que acabo descubrir gracias a la recomendación de uno de mis amigos lectores / prescriptores de cabecera. Llegado aquí no puedo hacer más que recomendarlo yo también. Y mucho.

 

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Saturno de Eduardo Halfon en Revista Détour



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Juan Jiménez García reseña Saturno, de Eduardo Halfon, en la Revista Détour:

Eduardo Halfon. Una historia compartida de la destrucción, por Juan Jiménez García

Con treinta y dos años, Eduardo Halfon publica su primer libro. En él recoge dos relatos o, a la francesa, nouvelles: Esto no es una pipa, Saturno. Era el año 2003 y ni tan siquiera ha pasado mucho tiempo. Poco más de una década, poco menos de dos. Tras ese tiempo, Halfon se nos presenta como un escritor al que no podemos perder de vista, en el que cada libro es una entrega más de una experiencia vital. Y es una experiencia vital porque va más allá de la escritura, al situarse tan cerca de uno mismo. O eso creemos, porque aun la literatura nos sigue pareciendo cierta y nos cuesta distinguir al autor del narrador. Así también eSaturnostá bien. Jekyll & Jill, esa editorial para la que cada libro es un objeto único, con un corazoncito que late en su interior, vuelve a recuperar uno de aquellos dos relato, Saturno. Momento para invocar, pues, aquellos viejos días del pasado.

Saturno devorando a un hijo. A todos. También a los hijos de los demás. A sus hijos escritores. Saturno tal vez solo sea la vida, la literatura, los padres, los otros. Halfon construye una letanía de muertes, pero no cualquier muerte. De suicidios, de distintas maneras de acabar con todo eso. Los culpables, los motivos, son sombras, más o menos precisas. Las mujeres de Cesare Pavese, Ted Hughes (motivo repetido), la enfermedad, la necesidad,… El narrador tiene los suyos. Tiene a ese padre que se avergüenza de él, de su profesión. Ese padre que pretende ignorar al hijo, hasta que la muerte no lo ignora a él.

Lejos de volvernos insensibles, como todas esos horrores televisados, esa sucesión de suicidados, se convierten en gotas de agua que acaban por dejarnos completamente empapados. De dudas, de riesgos. Como sí escribir fuera algo tremendamente peligroso, otra manera de robar el fuego. Otra manera de cruzar algún tipo de límites, visibles e invisibles, aunque a veces los motivos sean humanos, tan humanos, como que, simplemente, no nos quieran. Hay tantos fantasmas… por todos lados.

Eduardo Halfon ha andado lo suyo desde aquella primera obra. Y sin embargo, en cierta manera, hay tantas cosas aquí que permanecen… Igual es solo una sensación que duda en convertirse en certeza. Escondido tras esos nombres, a la manera de Vila-Matas, se sitúa a sí mismo. No es una cita vana, si recordamos aquel Suicidios ejemplares. En realidad es pensar, lejos del egocentrismo tan de nuestros días, que podemos contarnos a través de los demás. Situarnos en algún punto de la historia. Una historia común de la destrucción.

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Llibreria Nollegiu recomienda Saturno de Eduardo Halfon para Sant Jordi 2017



SaturnoXavier Vidal, de Llibreria Nollegiu, recomienda Saturno de Eduardo Halfon para Sant Jordi 2017:

Un llibre tant breu com intens. La relació de l’autor amb el seu pare explicada amb la contundència narrativa d’un autor de Guatemala que ja ens té acostumats a explicar-nos històries amb una intensitat que fa por. Comences i quedes atrapat. Acabes i quedes commocionat. Si us agrada Saturno – la primera novel·la de Halfon que recupera aquesta editorial de Saragossa a la qual hauríeu d’estar molt atents – podeu buscar Monasterio o Signor Hoffman, les dues publicades per Libros del Asteroide.

Un libro tan breve como intenso. La relación del autor con su padre explicada con la contundencia narrativa de un autor de Guatemala que ya nos tiene acostumbrados a contarnos historias con una intensidad que da miedo. Comienzas y quedas atrapado. Acabas y quedas conmocionado. Si os gusta Saturno —la primera novela de Halfon que recupera esta editorial de Zaragoza a la que deberíamos estar muy atentospuede buscar Monasterio o Signor Hoffman, ambas publicadas por Libros del Asteroide.

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Saturno, de Eduardo Halfon en el blog En construcción


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José Fernández Belmonte escribe sobre Saturno, de Eduardo Halfon, en su blog En construcción:
El padre, nuestros padres, tienen la sombra alargada como un ciprés. Su ejemplo, su figura, su temperamento, su afectividad, para bien o para mal, nos condiciona durante toda la vida. A nuestro padre, nuestro abuelo, y nosotros a nuestros hijos. La cadena se transmite mediante una especie de corriente eléctrica que lo condiciona todo. Un ejemplo erosivo, sigiloso, a la par que excesivamente contagioso. El padre ausente, ocupado, desvirtuado y alejado de su condición, que aparece únicamente cuando le viene en gana, se requiere de su autoridad, o más bien de su autoritarismo.
El padre banco, el padre dictador, el padre amenaza, el padre impertérrito, el padre todopoderoso, justiciero, y casi eterno. Sólo casi.
Saturno se comió a sus propios hijos. Y al igual que Goya, que a través de sus cuadros dejó buena cuenta de ello, el escritor Guatemalteco Eduardo Halfon, en su novela Saturno, nos habla de un padre así, un padre como el mío, o como el suyo, o como yo mismo, que también soy padre ausente y penitente y no llevo camino de mejorar.
Es cierto que ejercer de padre es de las cosa más complicadas a las que nos enfrentamos en la vida, y tal vez por ello, o quién sabe si por cualquier otro motivo inconfesable, incluso teniendo hijos, en ocasiones, renunciamos a ello.
Y, al final, por mucho que queramos aparentar, todo padre no deja de ser un gigante con los pies de barro.
Emotiva y preciosa novela corta ésta que hoy les recomiendo.

Saturno de Eduardo Halfon en Blumm, la manía de leer



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Bernardo Luis Munuera reseña Saturno, de Eduardo Halfon en su blog literario Blumm, la manía de leer:

«Usted, padre, también se burlaba de mi trabajo literario. Le parecía a usted ridículo que su hijo pretendiese ganarse la vida escribiendo. Se avergonzaba usted de mi vocación. A sus amigos les solía mentir. ¿Lo recuerda, padre? Entré al restaurante y usted, recio, imponente, ya estaba hablando con uno de sus socios. Al verme, usted me dio una palmadita en la espalda. Te presento a mi hijo, el ingeniero. Otras veces, yo era un abogado. Nunca pudo usted aceptar que su primogénito no siguiera sus mismos pasos. Nunca pudo usted comprender que mi vocación no era la suya. Yo, padre, le daba pena. Lo humillaba. Ante sus ojos, yo era un fracaso y, por lo tanto, como padre, usted también era un fracaso. Y esa frustración, ese dolor, salía en sus bromas e insultos. ¿Lo recuerda, padre? No soy ingeniero, le dije a su socio. Soy un escritor. Yo escribo, rematé con estoicismo. Usted, padre, me devoró con su mirada»[1].

«Los romanos identificaban a Saturno, su antigua divinidad agrícola, con el dios griego Cronos, hijo de Urano (el Cielo) y de Gea (la Madre Tierra), que tras expulsar a su padre se hizo dueño del mundo. Se casó con Rea y tuvo numerosos hijos, pero Gea le predijo que uno de ellos le arrebataría el poder y los devoró a todos salvo a Júpiter, a quien Rea logró poner a salvo en Creta, donde creció alimentándose con la leche de la cabra Amaltea; cuando estuvo preparado, se enfrentó con su padre y lo destronó, convirtiéndose en señor de todos los dioses»[2].

«No pienso en absoluto en la muerte, pero la muerte piensa continuamente en mí»[3]. Thomas Bernhard se atreve a abrir un libro de Álvaro Colomer: Los bosques de Upsala.

Cuando lees Saturno, de Eduardo Halfon, te preguntas si, para ser escritor, tienes que acabar suicidándote, si tienes que terminar, a la fuerza, devorado por una madeja de demonios rojos a los que diste entrada un día frío de enero. Te lo preguntas así, ahora, en abril, sin mucho sentido común de por medio.

Saturno es una metáfora en sesenta y ocho páginas. Una metáfora que rotula la peculiar relación de un padre con el hijo de puta de su hijo —piensa el padre— que ha decidido destinar su vida a la escritura. Y así como Saturno lo hizo, así el padre quiso «irrelevar» su paraíso, la escritura. El protagonista, entonces, entra en una enumeración de suicidios; y lo hace en barrena. Es una metáfora también, sí, donde Rea, o la escritura, logra salvar a Eduardo, o al narrador de Saturno.

El libro se lee antes de que puedas actualizar el timeline de Twitter. Así que, con la angustia y la ansiedad que soportan hoy los libros, qué me dices de la ventaja. Además, la edición está numerada y es una edición preciosista; está cuidadísima. Enhorabuena. Ni que fuese un libro de poesía, doctor Jekyll. Pero aunque no lo sea, ¿cuándo una metáfora no ha sido el tropo perfecto para hacer poesía, poeta? Pues imagina una metáfora de sesenta y ocho páginas sobre la prosa depurada de Halfon, sin tilde en la «o». Querré leer más de Halfon, sin duda. Saturno ha sido un sabroso aperitivo. Y no sé por dónde empezar. ¡Por turno!

[1] Eduardo Halfon en la página 40 de Saturno, título editado por Jekyll & Jill el 3 de marzo de 2017.

[2] Fragmento del comentario al óleo de Francisco Goya “Saturno devorando a un hijo” publicado en la página 170 de Goya. Los grandes genios del arte, Biblioteca El Mundo, 2005.

[3] Cita de Thomas Bernhard con la que Álvaro Colomer abre Los bosques de Upsala (Alfaguara, 2009).

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Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en La mano que escribe con pluma



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María López Villarquide reseña Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en el blog La mano que escribe con pluma:

Nos comenta Vila-Matas en la contracubierta de Teoría del ascensor, que no sabe si su autor es narrador o ensayista, pero que tampoco le importa ya que la duda y la indecisión son elementos que atraen a Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956). Una no puede una mostrarse en desacuerdo con semejante idea, porque en su lectura, ella (o sea, yo) se ha visto precipitada a una sensación extraña que aún continúa sin identificar.
¿No era eso lo siniestro? Debería revisar mi propia tesis doctoral, creo.
No sé qué he leído. En cualquier caso, entre fragmento y fragmento reconocía tres asteriscos bien centrados que hacían el favor de indicarme (muy serviciales ellos) que uno acababa de concluir y que otro, se iniciaba.
¿Y qué sentido tiene que escriba sobre un libro tan provocador si no es para quejarme o decirles que lo eviten? Bueno, en cualquier caso, no es mi estilo pero tampoco lo haré. Teoría del ascensor es divertido, desconcertante y muy reflexivo. Léanlo. Hay pocas cosas parecidas.
Les parecerá una sucesión de anécdotas del autor en sus paseos por las calles de Buenos Aires, sus pizzerías y sus colectivos de conexiones infinitas, hasta que comience a hablarles de otra gente que no es él, gente a la que no conoce y que pasea por Nueva York, Londres o Caracas (de aquí además aportará imágenes de postales envejecidas y consumidas por el tiempo y algún que otro insecto, que son excusa para una anécdota o anécdotas para justificar lo raro de su presencia en mitad del texto).
Entonces pensarán que es una novela: breves capítulos salpicados de una trama atípica pero existente, en donde a los personajes, que a veces se repiten y a veces no, se les nombra por sus iniciales.
Eso creerán, pero entonces toparán con las píldoras filosóficas que el texto ensayístico de Teoría del ascensor esconde en la manga, y ellas les llevarán a ideas muy interesantes sobre la relación tirante que se establece entre el autor y su obra (no abandonen el lápiz y subrayen, subrayen mucho) o entre el autor y el traductor, o entre la escritura y la cocina. Es posible y aquí, se hace, sin dejar de citar de paso a Martín Caparrós, Cortázar, Kipling, Juan José Saer, Roland Barthes o Walter Benjamin ¿y por qué no?
Hasta aquí les cuento, pero es sólo un ejemplo: hay mucho más.

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Eduardo Halfon y Saturno en La Torre de Babel – Aragón Radio



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Ana Segura entrevista a Eduardo Halfon en el programa cultural La Torre de Babel, de Aragón Radio (06/04/2017) con motivo de la publicación en España de su libro Saturno.

«Escribir no es autoayuda. Leer puede serlo, pero escribir no es sentirse mejor. Cuando escribo un libro me siento aún más confundido y desasosegado.
Las palabras corresponden a Eduardo Halfon que en 2003 publico en Guatemala Saturno. Una historia tan breve como enorme. Una carta, un ajuste de cuentas, un grito de dolor y al mismo tiempo un recorrido por una lista mucho más larga de lo que pensabamos de escritores y artistas que optaron por terminar con su vida.
Jekyll and Jill, la editorial aragonesa que destaca por el mimo con que elige y trata cada uno de sus libros reedita y publica por primera vez en España este relato. Un relato tan desgarrador como atrayente en una edición que recoge, en si misma, el espíritu de la historia. Hoy, en la torre de Babel, sentamos a autor y editor de un libro extraordinario. Saturno de Eduardo Halfon en Jekyll and Jill.»

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Saturno de Eduardo Halfon en Valencia Plaza



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Eduardo Halfon. Foto: Adriana Bianchedi

 

Eduardo Almiñana reseña Saturno, de Eduardo Halfon, en Valencia Plaza:

Eduardo Halfon devora al padre en Saturno, el nuevo libro de la editorial Jekyll&Jill

El escritor guatemalteco nos presenta el ajuste de cuentas entre un narrador atormentado y su padre, un narrador que a la vez se confiesa y se cobra una anhelada venganza literaria

3/04/2017 – VALÈNCIA. Según la mitología romana, Saturno fue concebido por el dios Caelus —el cielo, el firmamento— y por la diosa frigia Cibeles —para los romanos Tellus, la tierra—. A cambio de reinar en lugar de Titán, su hermano mayor y por tanto el legítimo heredero del trono divino, Saturno prometió no tener hijos, para que de esta manera, a su muerte, los hijos de su hermano continuasen la dinastía. Sin embargo, las palabras se las lleva el viento también en el reino celestial, y Saturno, lejos de respetar el pacto, lo interpretó a su manera: sí engendraba hijos, pero se los comía, en un terrible acto de canibalismo parricida que Goya o Rubens ilustraron con gran talento. Saturno, en cuyo honor se celebraban las Saturnalia —días de excesos, banquetes y regalos a propósito del solsticio de invierno coincidentes con nuestra Nochebuena y Navidad—, acabó sus días rendido y vencido por su hijo Júpiter, quien no se conformó con arrebatarle la corona y culminó su venganza mandando a su padre al inframundo, molesto por su feliz jubilación en el Lacio.

Un amigo especialmente sabio e iluminado, el escritor Carlos Lopezosa, me aseguró una Saturnovez que cualquier conflicto que podamos imaginar ha sido ya tratado en los mitos grecolatinos, que solo Cervantes ha sabido desde entonces crear algo nuevo en este campo, en el de los mitos —su aportación vino con El Quijote y guarda relación con el peso del tiempo frente a la modernidad—. Cuando uno hace el experimento se da cuenta de que hasta los miedos más actuales, al ser despojados de toda la parafernalia tecnológica, son muy similares a esas historias que tanto hemos oído; es realmente complejo el asunto, hasta el punto de que inventar un mito por completo original se presenta como una tarea titánica. Las relaciones paternofiliales más tormentosas no están exentas de este reflejo mitológico, por eso el escritor guatemalteco Eduardo Halfon tituló Saturno a esta nouvelle escrita en dos mil tres —hasta ahora inédita en España— que llega a nuestras manos ahora por obra y gracia de Jekyll&Jill, un sello gourmet siempre garantía de calidad literaria. La editorial de Víctor Gomollón nos ofrece esta vez un libro ligero que carga con una historia enorme, como Atlas y el peso del mundo sobre sus —cabe suponer— doloridas espaldas.

Si Júpiter enviaba a su derrotado padre al Averno, Halfon inicia su alegato aludiendo al abismo: parece inevitable hacer referencia a las profundidades más oscuras cuando se tiene que narrar el dolor provocado por un progenitor ausente. En Saturno somos testigos de una larga confesión, la de un hijo tratando de poner nombre a sus heridas, las que le dejó toda una vida de silencio e indiferencia paternal, cuando no de rechazo. “El padre es un nombre”, se repite nuestro protagonista como un mantra, en un esfuerzo por conjurar los demonios que invoca cada vez que piensa en cómo su vocación de escritor siempre fue ridiculizada, en cómo su padre le decía a sus amigos que su vástago era ingeniero para aliviar la vergüenza que sentía ante el oficio que en realidad había escogido. Los demonios emergen cada vez que recuerda el desprecio con que eran recibidos sus escritos, que se amontonaban en la mesita de noche de su padre, que se refería a ellos como artículos en lugar de cuentos -hasta ese punto ignoraba a qué se dedicaba-. Los dhiemonios aparecen más nauseabundos que nunca cada vez que la memoria recupera el nefasto día en que él, su poderoso y autoritario padre, en la última batalla que escenificaron, le recriminó su supuesta frialdad, distancia e ingratitud, tenedor en mano en un almuerzo. Allí, a los gritos, le reveló que sentía la necesidad de vengarse de él. Tras toda una vida de humillaciones, para colmo, el padre ansiaba vengarse del hijo.

Una tragedia familiar así puede desencadenar impulsos de todo tipo, y de entre todos ellos, el suicidio es uno de los más recurrentes. De ahí que el narrador devorado de la nouvelle de Halfon vaya tejiendo su monólogo acompañándose de imágenes prestadas de otras vidas zanjadas con mayor o menor brusquedad, pero siempre por voluntad del finado o la finada: desde Hemingway hasta Virginia Woolf pasando por Yukio Mishima, Yasunari Kawabata, Paul Celan, Hart Crane, Sylvia Plath, Cesare Pavese -autor de la cita que abre el libro-, Jack London, Malcolm Lowry, R.H. Barlow, Alejandra Pizarnik, Andrés Caicedo, Stefan Zweig, Vachel Lindsay, Horacio Quiroga, Pablo de Rokha, Hunter S. Thompson, Vladimir Mayakovsky, Tadeusz Borowski, Sergey Yesenin o Alfonsina Storni. La lista es tan larga que abruma. Confiesa nuestro protagonista con brutal honestidad que piensa a menudo en la posibilidad de quitarse de en medio, que al igual que tantos y tantas ha fantaseado con su propia muerte. ¿Qué tiene el oficio de la escritura que cuenta con tantos suicidas en su haber? ¿O es solo una ilusión, y el porcentaje no es tan elevado? ¿Cuántos corredores de bolsa se suicidan, cuántos jockeys, cuántos panaderos, cuántos policías?

Pese a todo, Saturno no es la crónica de un suicidio anunciado, si no de una venganza jupiteriana, la que se cobra el hijo cuando por fin puede, cuando la sombra gigantesca del padre se diluye en la tierra. Cuando como el Henry James enloquecido al que se refiere en un pasaje del libro, coge su luto y se deshace de él, una farsa a medias, un montaje perfecto, un ritual necesario para expiar todos esos pecados que no cometió pero por los que tuvo que pagar. Cuánto habrá de Halfon en las voces que leemos en su relato puede intuirse aunque sin ningún tipo de certeza: compartir el dolor puede ser un ejercicio de ficción y resultar tan agotador como una migraña. Aquí asistimos a una moderna representación del mito del padre que devora y destruye hasta que el hijo se recompone y toma el relevo en la destrucción, a una alternativa a la Carta al padre de Franz Kafka: de lo que se trata es de destruir al padre, como hizo Louise Bourgeois, como algunos animales, incluido el humano.

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Saturno

Saturno de Eduardo Halfon por Pedro Pujante



SaturnoEl escritor Pedro Pujante reseña Saturno, de Eduardo Halfon:

Eduardo Halfon es una de esas voces que cada vez tiene más repercusión en nuestro país. Su nombre resuena en los medios y ha sido reconocido con prestigiosos premios como el Roger Caillois de Literatura latinoamericana.
Ahora se recupera esta nouvelle de 2003, de la mano de la genial editorial Jekyll & Jill, que además de apostar por voces divergentes y alejadas del trivial establishment, realiza con los libros prodigiosas artesanías. En este caso, la edición de este librito, sobrio, con tapas de cartón negro, letras doradas y una faja decorativa, es una serie limitada de 1000 ejemplares, una delicia para coleccionistas.
Con la voz desgarrada por el reproche, un grito contenido, el narrador increpa a su difunto padre, quien, según escuchamos, jamás actuó como tal. Escuchamos, sí, porque el libro, a medida que entramos en él, se transforma en una voz que parece surgir de una polifonía fantasmal, a medio camino de la vida y el tiempo. Escuchamos el estertor de un Kafka guatemalteco —desvalido, también renuente a su judeidad, también desoído como escritor— recriminando a su padre haber sido un gigante insensible hacia su mundo interior. Pero, el libro es además una suerte de catálogo de escritores suicidas, que recuerda a los extraños, libérrimos y balbuceantes inventarios de David Markson. Así, encontraremos los relatos anecdóticos de los suicidios de Hemingway, Kawabata, Mishima, Alfonsina Storni, Virginia Woolf, Crane, Edouard Levé, Celan, Tralk o Zweig, y otros más, que jalonan esta suerte de carta abierta a un padre que jamás la leerá.
La relación entre la muerte suicida y el hueco que deja el padre. Los huérfanos existenciales abocados a borrarse de la existencia. El narrador parece resumir en sí mismo todas y cada una de las voces de esos escritores suicidas y las ausencias paternas que padecieron. Como un caleidoscópico ser que recoge otras existencias para justificar así la suya. Recuento de otras voces moribundas para así exorcizar la propia melancolía de sobrevivir y matar al padre que, eduardo-halfonmetafórica y existencialmente, le ha matado a él. En las últimas páginas, la misiva se irán cerrando, cercando al progenitor con preguntas sin respuesta, declarando que también él se ha convertido en un ser impasible, lleno de voces a las que no teme, que le acompañan siempre, “Y aquí están todas, reunidas, por fin en silencio. Esperándome”.
Lectura intensa.

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Saturno Eduardo Halfon

Saturno de Eduardo Halfon en La mano que escribe con pluma



Saturno Eduardo Halfon

 

María López Villarquide reseña Saturno, de Eduardo Halfon, en el blog literario La mano que escribe con pluma:

En su nombre

Si en lugar de devorar a sus hijos se hubiera sentado a escuchar sus discursos, Saturno se habría sentido más o menos como el lector de esta nouvelle. El narrador encara a su padre, sin que sepamos exactamente con qué motivos; lo hace para vencerlo y superarlo.
En escasas setenta páginas de referencias a célebres autores -compositores, escritores, pintores- el hijo exige a su padre que lo escuche. «Somos, en fin, las voces que escuchamos» le dice, porque todas ellas guían su narración.
Saturno es un reproche contundente, un libro que se edita en un formato exquisito, en ejemplares numerados y con un tamaño que recuerda a los diminutos blocs de notas que caben en los bolsillos de las chaquetas de los escritores. Será casualidad, pero genera cercanía.
El  lector de Saturno verá ante sí una acumulación de tormentosas relaciones que muchos (demasiados) artistas mantuvieron con sus «viejos». El hijo se lo cuenta al padre. El hijo le habla de esos artistas y de sus muertes voluntarias, de sus suicidios. Cada párrafo del libro agolpa ejemplos de anécdotas y abre infinitos paréntesis en sus mitades para alojar nuevas frases: otro caso, otro genio suicida.
Publicada por primera vez hace catorce años, este texto de Eduardo Halfon habla ahora en una edición española que una quiere devorar página a página. Cosas de los mitos.

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Incertidumbre de Paco Inclán en El País Semanal



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Silvia Hernando publica un artículo sobre la flânerie y escribe sobre Paco Inclán y su libro Incertidumbre (2/4/2017).

Elogio de la holganza

El actual ‘boom’ literario en torno a la ‘flânerie’ podría revelar una voluntad de retorno a la esencia física y sensorial de la vida.

HACE UNAS SEMANAS se publicó en España el libro de David Wagner De qué color es Berlín (Errata Naturae). Se trata del enésimo título que recupera la figura del flâneur, ese viajero a pie sin destino fijo que guía sus pasos al ritmo de los latidos de la ciudad y que, en su versión actualizada, ha decidido prescindir del móvil y de tecnologías como el GPS en sus expediciones urbanas. Si en esta ocasión el terreno de las caminatas lo propiciaba la capital alemana, en los últimos años se han editado volúmenes sobre Londres (La ciudad de las desapariciones, de Iain Sinclair), París (El peatón de París, de Léon-Paul Fargue) o, en general, sobre las bondades de deambular para el cuerpo y la mente (Wanderlust, de Rebecca Solnit, o Elogio del caminar, de Frédéric Gros). Existen incluso relatos que desbordan las fronteras naturales del flâneur en su sentido más estricto –las marcadas por los límites de la metrópolis– para dar un paseo por el campo. Es el caso de Hacia una psicogeografía de lo rural, un texto de Paco Inclán basado en una acción artística desarrollada en el pueblo vigués de Valladares e incluido en Incertidumbre (Jekyll & Jill).

Aunque el planteamiento se puede rastrear hasta el París del siglo XVIII, en cuyas noches ya se aventuró el escritor Rétif de la Bretonne, la idea del flâneur como algo más que un mero zascandil fue caracterizada por Baudelaire en el XIX.

Posteriormente, Walter Benjamin revisó su significado para izarlo como clave de la moderna cosmovisión capitalista. Hace 100 años se vagaba sin mayor pretensión que la de pasar el tiempo, pero este esparcimiento daba frutos en forma de vivencias y experiencias entre la multitud. A partir de los cincuenta, las ­tardovanguardias nimbaron esta noción del espíritu del juego y acuñaron términos como deriva o psicogeografía. “Al ser una actividad desinteresada”, apunta el fotógrafo Manolo Laguillo, “es normal que se asimilara a la ocupación artística”. Esta “idea situacionista del azar”, agrega Paco Inclán, estaba vinculada con otra opuesta y complementaria: la de la “toma de decisiones”. “Todo lo que tenga que ver con experimentar es una manera de mirar desde otra perspectiva”.

En el presente, como señala la escritora y crítica María Virginia Jaua, la urbe como espacio social se ha transformado hasta el punto de que “ya no hay ciudadanos, sino consumidores”. “Antes los barrios tenían su personalidad, se daban otro tipo de relaciones”. Siendo así, ¿cómo explicar este boom literario? ¿Qué relevancia tienen hoy –­cuando Internet se ha elevado a la categoría de territorio– esas historias sobre azarosos itinerarios? Laguillo aporta una respuesta: “Porque estamos hartos de una ética del trabajo que impulsa a planificarlo todo”. Como artista (amén de estudioso de Benjamin y traductor de Franz ­Hessel, el autor de Paseos por Berlín), él lleva décadas volcado en la flânerie, con un enfoque estético y moral sobre la periferia. Inclán, escritor y editor de la revista Bostezo, intuye también que este retorno al vagabundeo plantea una reacción ante la digitalización de todo: un impulso por “recuperar lo físico y dejarse llevar por las sensaciones”. “Quizá sea una cuestión melancólica”, barrunta Jaua, “un mecanismo inconsciente para renovar la manera de transmitir la experiencia de la ciudad desde un punto de vista contemporáneo”.

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Anni B. Sweet recomienda Cosmotheoros



Anni B Sweet

Cosmotheoros

 

La cantautora malagueña Anni B. Sweet recomienda Cosmotheoros, de Christiaan Huygens, en Librotea El País:

«El mundo de la física, el cosmos y el universo están presentes en Cosmotheoros, de Christiaan Huygens, que Anni B Sweet recomienda porque “en él encontramos conjeturas sobre la vida extraterrestre que Huygens trata de explicar basándose en la ciencia. Aun siendo bastante técnico y realista, la imaginación te lleva a tus propias teorías y sueños sobre la vida más allá de la tierra”.

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Teoría del acensor de Chejfec en el diario Democracia (Argentina)



Sergio Chejfec Foto: Lisbeth Salas
Sergio Chejfec. Foto: Lisbeth Salas

 

El escritor Juan Becerra escribe sobre Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en el diario Democracia (Argentina):

Para prestar servicio a las máquinas

En su asombroso último libro, “Teoría del ascensor” (Jekyll & Jill, Zaragoza, 2016), Sergio Chejfec se interna a fondo en paisajes, objetos, recuerdos y lecturas, de las cuales la de un libro de entrevistas a W.G. Sebald publicado en inglés lo obliga a detenerse en una respuesta, en la que Sebald dice —la glosa es de Chejfec— que “si uno instala en su casa un sistema de circuito cerrado, tendrá la impresión, al ver las imágenes, de que la gente vive para prestar servicio a las máquinas”. La observación es reveladora porque descubre aspectos trillados pero al mismo tiempo invisibles de la vida cotidianCUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.indda dominada por los artefactos, sobre todo los alimentados con energía eléctrica.
Supongamos que una persona de clase media y mediana edad, habituada a sentir como extremidades íntimas a los artefactos vinculados a la aceleración de los procesos que sostienen la cultura en la que vive, se levanta de la cama un día cualquiera. ¿Qué hace? Una secuencia posible sería: se despierta con la alarma de su teléfono, abre Whatsapp, Facebook, Twitter e Instagram para leer y ocasionalmente escribir (en todo caso también vigilar las cuentas de las personas que la obsesionan); va a la cocina sin abandonar el teléfono, abre la heladera, se sirve café de la cafetera, tuesta el pan en la tostadora, saca de la heladera la manteca o la mermelada y enciende el televisor para ver el reporte del tiempo y las noticias mientras sigue exprimiendo el teléfono y levanta la taza para tomar el primer trago del día.
Todo eso ha sucedido en poco más de media hora y ha implicado una relación con seis artefactos y varios sistemas. La experiencia es la de la robotización naturalizada. Esa persona no sabe lo que está haciendo, ni que lo que hace sea posiblemente lo mismo que hacen sus vecinos. Pero lo que siente es que la mañana le ha dado una primera satisfacción a la sed de supervivencia (las tostadas con manteca y el café con  leche calman a las fieras) y la ilusión de una individualidad panperceptiva.
Por cuestiones de antropocentrismo, es decir, de narcisismo colectivo, no creemos que les prestamos servicios de esclavitud a las máquinas sino que las máquinas son nuestro valet. La presión evolutiva de la cultura empuja sobre las máquinas para obtener de ellas más servicios. El resultado inadvertido es una dependencia que sólo se asume en modo catástrofe cuando… se corta la luz.
Vivimos una ciudad en la que los cortes de electricidad han comenzado a crear rutinas de claroscuros, pero cuando eso sucede trayendo consigo efectos mágicos (ahora lo ves, ahora no lo ves), la oscuridad nos ofrece un viaje en el tiempo que hay que aprovechar. Retrocedemos hacia escenas rembrandtianas: la luz de una vela en la oscuridad. ¿Qué se puede hacer? Personalmente me pasa que leo compulsivamente a la luz oscura de las velas. Leer me parece la consecuencia natural de un corte de electricidad, no porque sea lo único que se puede hacer sino porque es la escena perfecta para hacerlo. La vela es el objeto precursor de la tecnología ambiental. En “La casa: historia de una idea”, de Witold Rybczynski, se cuenta que la vela fue inventada por los fenicios hace 2400 años. Si bien su luminosidad era inestable y mortecina -cien velas iluminan menos que una bombilla de 60 watts-, no fue superada por las lámparas de aceite (Leonardo Da Vinci fracasó en su perfeccionamiento) hasta que en 1783 Ami Argand inventó la lámpara Argand, una mecha protegida por un cilindro de vidrio.
La luz eléctrica probó su eficacia en el alumbrado público de París en 1877, luego en Londres y, en 1882, en Nueva York, donde Edison tendió una red de cables subterráneos de 2,5 kilómetros a la redonda para abastecer a 200 millonarios entre los que se encontraba el protofinancista J. P. Morgan, cuyos sucesores les están dando tantas satisfacciones a la economía argentina que no para de crecer.
El contacto con el libro de Rybczynski nos empuja a irnos por las ramas. Pero, en resumen, la vela y todas las fuentes de luz artificial que se sucedieron después de Gütemberg tuvieron como principal objetivo iluminar la lectura nocturna de libros de papel, una experiencia de interiores que entre 1920 y hoy fue obligada a competir con la radio, la televisión, la PC y los smartphones con los resultados irreversibles ya conocidos.
En un texto de 1959 llamado “De la plusvalía a los medios masivos”, Norman Mailer le apunta a la cabeza del orden capitalista. Empieza con una frase demoledora de la que nadie puede decir que no sostiene la existencia de una verdad pura sin una gota de pérdida: “Nadie puede abrirse camino a través de ‘El Capital’, de Karl Marx, sin grabarse en la mente para siempre el conocimiento de que la ganancia debe provenir de la pérdida: con la energía perdida de un ser humano pagando por la comodidad de otro”. Es muy impresionante descubrir, como si fuera un planeta nuevo que siempre estuvo ahí, la correcta inversión del lenguaje que produce Mailer. Se supone por obra del cliché capitalista que el que paga lo hace con dinero, por lo que el concepto de pago sucedería exclusivamente en términos de economía monetaria: vos trabajás y yo te pago. Sin embargo, Mailer sostiene que el pago es en energía, es decir, en pérdida de fuerza humana (digamos vida) destinada al trabajo que sostiene la comodidad de los otros.
Luego dice que el precio del jugo de naranja envasado obedece al cálculo inconsciente del empresario que lo fabrica y que sólo tiene en cuenta la comodidad del consumidor en relación a todas las molestias que evita: no hacer él mismo el jugo mezclando polvo con agua, no exprimir él mismo las naranjas, etc. Estamos frente a lo que Mailer llama ya en 1959 “la manipulación psíquica del ocio”, que vale para el jugo de naranjas pero también para el resto de los artefactos que aceleran los procesos de producción con el propósito de darnos un falso tiempo libre que no es otra cosa que un tiempo cautivo de consumo parecido a la experiencia de lobotomía. Si el capitalismo del siglo XIX fue una máquina de destruir cuerpos, el del XX (ni hablar del siglo XXI) “apunta a destruir la mente del hombre civilizado” del que depende la estabilidad de la economía. Y todo sucede en el tiempo de falso ‘dolce far niente’ que llamamos descanso y que empleamos para la contemplación viciosa de pantallas, por donde entra en nosotros una realidad en forma de “ficción organizada”.
Todos, más o menos, estamos bailando la misma milonga. Encontramos en la masividad, paradójicamente, la aparente individualidad del “uno más” (el sujeto numérico reversible, invento ontológico del capital, ya sea para hacernos trabajar o consumir). Entonces, tienen razón Sebald, Mailer y también Chejfec, que encendió la mecha de estos párrafos: vivimos al servicio de las máquinas a tal extremo que no dejamos de servirles tanto en los niveles más íntimos de la vida como en el trabajo. Comemos conectados a las máquinas (y hacemos cosas peores) y las horas productivas son invadidas por la manipulación psíquica del ocio, donde la información en red nos quema literalmente la cabeza despertando en nuestro interior un menú de reacciones intratables. Conclusión: no hay descanso.
Lo que traen las máquinas con pantallas, a las que servimos mucho más tiempo que a las tostadoras y las cafeteras, son manifestaciones híbridas de realidad, donde la tasa de realidad varía de acuerdo a la tasa de ficción que la acompañe, y que siempre es alta porque la realidad es un fenómeno compositivo. Detrás de la relación del hombre con las máquinas de “contenido” parece vibrar la vieja estructura que sostiene la fe en todos los campos en los que aparece. Compuestos o no, los contenidos de las pantallas pulsan el botón de la credulidad o el rechazo frente a la ilusión de totalidad que representan. Pero faltaba algo. Superado el desafío de tener  al alcance de un pase de digitopuntura el Aleph de la calle Garay en la alquimia de 4G y smartphone, la máquina va en busca de la conexión con el más allá.
En el Mobile World Congress 2017 que se realizó en Barcelona hace unos días, la empresa Elrois Inc. de Corea del Sur presentó una aplicación llamada With Me destinada a las necroselfies. La espeluznante prestación ofrece fotos y conversaciones con muertos que hayan tenido la suerte terrestre de quedar en los smartphones en imágenes 3D, es decir, como avatares. La información almacenada es sometida a una inteligencia artificial que sube la imagen viva de la persona muerta al encuadre donde su deudo lo espera para el ¡click! y una charla corriente sobre cómo siguen las cosas en este mundo. Buenas noches. Que duerman bien.
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Maleza viva de Gemma Pellicer en el Nacional de Venezuela



maleza-viva-gemma-pellicerEl diario El Nacional de Venezuela publica seis microrrelatos del libro Maleza viva, de Gemma Pellicer, en el espacio de Minificción.

 

El loco de la Ku’damm

Un loco marca las horas y los segundos al son de un radiocasete de los años noventa, encaramado a un taburete en mitad de la noche. Ocupa el mismo sitio de siempre, y viste la falda escocesa de cada vez, con su correspondiente imperdible y esos calcetines a rombos, que deberían cubrirle al menos las pantorrillas, vencidos a la altura de los tobillos, dejando a la vista una carne translúcida y como de cera; el cuerpo apenas abrigado con un chaquetón raído. Cuando lo alcanzo, calculo que las calles llevarán desiertas un par de horas. El hombre, más joven que yo, aunque no lo parezca, actúa para el público ausente de otras veces, animado por el soniquete de la única música que le conozco, como si los movimientos de este autómata humano fueran a durar toda la noche. De pronto, unos jóvenes hermosos, rebosantes de salud, se han acercado al loco por divertirse, y con la excusa de echarle unas monedas han decidido increparlo, parodiándolo con gestos simiescos. Les hace mucha gracia gritarle a la cara para comprobar que el loco no se inmuta, situación que los excita y espolea en sus burlas, redobles y pantomimas, mientras repiten la gracia sin gracia y aumentan sus risotadas. Cuando los alcanzo y reprendo, compruebo que pese al jaleo que arman apenas son unos cuantos chicos de entre 18 y 20 años. “Demasiado mayores”, pienso para mis adentros. Compruebo también que están absolutamente sobrios. No tengo intención de moverme, así que me quedo plantada ahí, con la sangre hirviéndome, sin dejar de gritarles con el mismo desprecio que ellos han empleado con mi loco. Me miran sorprendidos sin entender. Sin ver tampoco. Como harían sus abuelos. Cansados de esperar, su juego se enfría y deciden marcharse. Al autómata y a mí nos tiemblan las piernas. El frío arrecia.

La vagabunda

He vuelto a reconocerla. Hoy, sin ir más lejos, estaba sentada en el banco de los borrachos. Fumaba un pequeño cigarro a sorbos, como buscando recomponer sus fuerzas o el ánimo intacto que alguna vez tuvo. Fingía no haberme visto. Aunque no hayamos hablado nunca, suelo encontrármela a diario al salir de casa. Si no la veo, la busco hasta dar con ella. Siempre que toma el camino que corre paralelo a la vía de la estación Julius-Leber-Brücke, se embosca para beber a solas, a sus anchas. La he visto hacerlo en más de una ocasión. Se traga a morro el contenido de una cerveza tibia, mientras con la otra mano arruga una bolsa de plástico. Da la espalda al mundo para mejor empinar el codo. Es la vagabunda de Shöneberg. Una mujer de mediana edad que parece una vieja. La mayoría de las veces, una rubia alcohólica; otras, sin embargo, una dama solitaria y un poco coja.

Entre sábanas, 1

“Umbral”

Mi casa tiene una habitación

y otra en la que ronca feroz el niño muerto.

Agustín Martínez Valderrama

Dos enfermeros forzudos entraron a hurtadillas en la sala. No querían despertar al viejo, que en esos instantes lloraba en sueños desconsolado. Venían como cada tarde a cambiarle los pañales. El anciano invocaba a su madre entre hipidos, desdenes y pataletas varias, consumido entre sábanas bajo el ahogo de una pena enorme. A los presentes nos maravillaba su poderosa capacidad pulmonar.

—En todo viejo que llora hay un niño que ronca, dijo alguien de pronto, como queriendo romper el hielo.

Los demás asintieron concienzudos. Pero ninguno lograba acallar la creciente irritación que había empezado a invadirnos y se abría paso rencorosa, como ese futuro de témpano que nos aguardaba imperturbable.

Entre sábanas, 2

Yo estaba abrazado a su pecho cálido cuando dos enfermeros han irrumpido de forma violenta en la sala. Mamá me acunaba e intentaba calmarme, aunque mi desconsuelo era tan grande que no parecían bastarme todos los arrumacos de la tierra. Cuando han venido esos hombres y me han arrancado de sus brazos, me he sentido morir. Al parecer de nada ha servido que me desgañitara y revolviera contra ellos. “En todo viejo que llora hay un niño que ronca”, he oído a no sé quién pronunciar desde no sé dónde. Yo no pienso roncar nunca, me he dicho por toda respuesta antes de quedarme profundamente dormido. Mamá seguía a mi lado.

Árbor

¿Viejo, yo? ¿Quién se atreve? ¿Quién lo dice? ¿Aquel? ¿Quién, veamos, es el valiente? ¿Aquel otro, tal vez? ¿Acaso soy solo lo que mis ramas peladas, hirsutas, dañinas a veces, dejan ver? ¿Acaso estoy hecho solo de brazos retorcidos, anudados, deshilados? ¿Solo veis en mí esa madeja desgreñada que aparento ser? ¿Solo eso creéis, maldita sea, seréis?

La verruga

Tenía en la cabeza una especie de verruga salvaje que no podía evitar rascarse con frenesí. Cada vez que lo hacía la excrecencia crecía como un junco silvestre, aunque su textura no fuera verde ni suave sino, por el contrario, rojiza y rugosa, semejante a una lija. Temía que le empezaran a nacer hijas y hojas por todas partes, así que sin sentarse a esperar en qué quedaba la cosa, se plantó audaz frente al espejo y comenzó a tirar fuerte de sí como si fuera un cable de fibra óptica. Para su sorpresa, el junco resultó raíz milagrosa. En cuanto la hubo arrancado por completo, un océano de desasosiego la colmó por dentro. Nadie quiso asomarse en todo el día por el agujero.

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Gemma Pellicer - Maleza viva