Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en La mano que escribe con pluma



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María López Villarquide reseña Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en el blog La mano que escribe con pluma:

Nos comenta Vila-Matas en la contracubierta de Teoría del ascensor, que no sabe si su autor es narrador o ensayista, pero que tampoco le importa ya que la duda y la indecisión son elementos que atraen a Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956). Una no puede una mostrarse en desacuerdo con semejante idea, porque en su lectura, ella (o sea, yo) se ha visto precipitada a una sensación extraña que aún continúa sin identificar.
¿No era eso lo siniestro? Debería revisar mi propia tesis doctoral, creo.
No sé qué he leído. En cualquier caso, entre fragmento y fragmento reconocía tres asteriscos bien centrados que hacían el favor de indicarme (muy serviciales ellos) que uno acababa de concluir y que otro, se iniciaba.
¿Y qué sentido tiene que escriba sobre un libro tan provocador si no es para quejarme o decirles que lo eviten? Bueno, en cualquier caso, no es mi estilo pero tampoco lo haré. Teoría del ascensor es divertido, desconcertante y muy reflexivo. Léanlo. Hay pocas cosas parecidas.
Les parecerá una sucesión de anécdotas del autor en sus paseos por las calles de Buenos Aires, sus pizzerías y sus colectivos de conexiones infinitas, hasta que comience a hablarles de otra gente que no es él, gente a la que no conoce y que pasea por Nueva York, Londres o Caracas (de aquí además aportará imágenes de postales envejecidas y consumidas por el tiempo y algún que otro insecto, que son excusa para una anécdota o anécdotas para justificar lo raro de su presencia en mitad del texto).
Entonces pensarán que es una novela: breves capítulos salpicados de una trama atípica pero existente, en donde a los personajes, que a veces se repiten y a veces no, se les nombra por sus iniciales.
Eso creerán, pero entonces toparán con las píldoras filosóficas que el texto ensayístico de Teoría del ascensor esconde en la manga, y ellas les llevarán a ideas muy interesantes sobre la relación tirante que se establece entre el autor y su obra (no abandonen el lápiz y subrayen, subrayen mucho) o entre el autor y el traductor, o entre la escritura y la cocina. Es posible y aquí, se hace, sin dejar de citar de paso a Martín Caparrós, Cortázar, Kipling, Juan José Saer, Roland Barthes o Walter Benjamin ¿y por qué no?
Hasta aquí les cuento, pero es sólo un ejemplo: hay mucho más.

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