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Sergio Chejfec, entrevista en Cuadernos Hispanoamericanos


Sergio Chejfec

«Apuntes para un panfleto»

Sergio Chejfec

© A. J. JOJI

Nacido en 1956 en Buenos Aires (Argentina), Sergio Chejfec empezó a publicar en revistas literarias al tiempo que se desempeñaba de librero, taxista u oficinista. Se trataba, en sus propias palabras, de «compatibilizar el “estudio” y la subsistencia». En 1990 se mudó a Caracas, donde formó parte de la redacción de la revista cultural y de ciencias sociales Nueva Sociedad. Radicado en Venezuela, Chejfec fue desplegando desde su país natal una bibliografía que, inaugurada con las novelas Lenta biografía y Moral —ambas aparecidas en 1990—, se compone fundamentalmente de obras narrativas, aunque también incluye la poesía —Tres poemas y una merced (2002), Gallos y huesos (2003)— y el ensayo —El punto vacilante (2005), Sobre Giannuzzi (2010)—. A sus dos primeras novelas de 1990 le sucedieron títulos como El aire (1992), Cinco (1996), El llamado de la especie (1997), Los planetas (1999), Boca de lobo (2000), Los incompletos (2004), Baroni: un viaje (2007), Mis dos mundos (2008) o La experiencia dramática (2012), así como los cuentos de Modo linterna (2013). Ha recibido prestigiosas becas literarias como las concedidas por la Civitella Ranieri Foundation, la Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs (MEET) de Saint-Nazaire o la John Simon Guggenheim Foundation. Desde 2005 vive en Estados Unidos y ejerce la docencia en el programa de Escritura Creativa del Departamento de Español y Portugués de la New York University (NYU), donde es Distinguished Writer in Residence. Sus últimos libros, característicos de la hibridez genérica y la renombrada incertidumbre referencial que singulariza la literatura de este autor, son Últimas noticias de la escritura (2016), El visitante (2017), Teoría del ascensor (2017) y 5 (2019).

En su último libro, 5, que se propulsa narrativamente a partir de Cinco, un texto originalmente publicado en 1996 gracias a una residencia literaria en Francia, se desliza la idea de que sus primeras obras —Lenta biografía, Moral y El aire— componen una especie de protohistoria personal. ¿Podría describir de qué naturaleza era su imaginación literaria durante aquella época?
Supongo que en ese momento estaba captado, probablemente sin advertirlo, por cuestiones amplias. La memoria y la herencia, la constitución de la escritura, el espacio de la ciudad. Me parece que son novelas indagatorias, y además que están asociadas a la adquisición de una lengua de escritura, por lo menos al intento. Son un poco tentativas y enfáticas a la vez; novelas de alguien que comienza. También es verdad que no me abandonó la sensación de comienzo, debe ser porque he tenido con la literatura una relación de ajenidad.
La imaginación literaria ha sido un poco cerrada, o directamente reducida. Sigue siendo así. Me siento ajeno de la idea de peripecia. Aunque muchas veces la disfrute frente a buenos libros, es un terreno un poco vedado para mí, quién sabe por qué. Diría que más que literaria, mi imaginación es narrativa, y aun así es bastante acotada. Es una imaginación más volcada a la idea de relato, en general y casi abstracto. Una enunciación que puede asumir distintas formas. Una imaginación asociada al relato, por lo tanto una imaginación relativa…

Su primera novela, Lenta biografía, suele catalogarse como una novela de la «posmemoria», es decir, esa memoria de segunda generación que, en el caso particular de su libro, aspira a verbalizar el pasado de un padre judío empeñado en no recordar el Holocausto. Y todavía en Los planetas, de 1999, la huida de la persecución nazi se vincula con el terrorismo de Estado en Argentina. Este tipo de coordenadas más o menos heredadas y de carácter histórico se fueron adelgazando posteriormente en sus libros. ¿Cuál fue el detonante que le condujo a explorar la memoria y la identidad por otros medios y estrategias?
No creo que hayan sido completamente heredadas. Al contrario, supongo que esos otros medios y estrategias obedecieron al peso real, emocional y perentorio, de estas cuestiones. Me parece también que la distancia narrativa respecto de la dimensión más testimonial buscaba no rebajarlas como problemas ni como temas, y asignarles una dimensión dramática por otras vías.

En el contexto de la literatura argentina, Ricardo Piglia o Graciela Speranza han subrayado el florecimiento de ciertas poéticas narrativas que, especialmente a raíz del Proceso de Reorganización Nacional, reaccionaban frente a la narrativa del Estado, cuya monolítica voz aspiraba a controlar y centralizar las historias que circulaban en su seno. ¿Proviene de tal circunstancia su elección de ese «tono menor» (Enrique Vila-Matas), conjetural y prolijo, capaz de obrar un llamativo extrañamiento de la realidad circundante?
No creo. Supongo que más bien se relaciona con las lecturas amadas y una forma de mirar en particular. También con una confianza negativa en la literatura o la narración. No tanto como instrumento para describir la realidad como para preguntarse sobre ella.

Desde el principio, el espacio se configuró como uno de los aspectos esenciales y más problemáticos de su literatura. Ya en El aire, el paisaje de Buenos Aires acusaba la ausencia de la mujer del protagonista, revelándose nuevas dimensiones del diseño urbano a causa de ella. En 5, su último libro, las deambulaciones del narrador por Saint-Nazaire, una ciudad francesa de astilleros y vinaterías, continúan vertebrando el discurso. Estos lugares se alzan como agentes provocadores de la narración y se convierten progresivamente en su asunto principal. Pero también parece que, de alguna manera, al transustanciarlos en literatura, se convirtieran en un lejano y sospechoso recuerdo. ¿Hasta qué punto su escritura clausura de forma consciente esos espacios o se distancia sentimentalmente de ellos?

Mi impresión es que la narrativa depende demasiado de la idea de cronología para contar una historia. Nuestra percepción de los hechos es más simultánea que secuencial, aun cuando precisemos de las secuencias para que lo real sea comprensible. Me gusta pensar mis relatos en términos de espacio, más que de progreso temporal. La ilusión es que se liberen de ese modo de las presiones hacia una forma de representación unívoca.
Supongo que para mí el espacio en los relatos es un ardid para evadir el tiempo. El recuento de lo que ocurrió antes y de lo que vino después. Es verdad que no es claro apartarse de eso, pero me gusta pensar en otros ejes para desarrollar un relato. El espacio, en sus distintas configuraciones, podría ser uno de ellos. Porque brinda la posibilidad de suspender el tiempo.

Tal vez sea en Mis dos mundos donde ha problematizado en mayor medida la tradición moderna del flâneur y del paseante urbano. Allí, las excursiones en torno a un parque brasileño no implican ninguna revelación o hallazgo, más bien sumen al narrador en la asfixiante e intermitente vida de la ciudad contemporánea (fundamentalmente de la urbe latinoamericana). ¿Puede relacionarse este hecho con la suburbanización de estos espacios, es decir, con la transformación de una parte del mundo en una sucesión de barrios descoyuntados, slums y bidonvilles?
Puede y no, no lo sé. En cuanto al flâneur, para mí es una figura residual que encarna la decepción. Seguir levantando al paseante como un icono de la modernidad en realidad es un intento de dar oxígeno a una actitud agotada e imposible. Muchas veces se ha convertido en un lugar común que permite el desarrollo de historias llenas de guiños culturales inútiles y de tics previsibles, porque aluden a un paisaje meramente voluntarista.

Unos apuntes incluidos en Teoría del ascensor profundizan en una actitud vital que usted ha designado como «deserción psicológica» y que considero esencial para comprender su literatura. Se trata de esa especie de «frontera interior» respecto del mundo cotidiano que suelen establecer sus narradores y personajes. ¿Es su literatura una consecuencia de la conciencia hiperselectiva, defensiva y a menudo paranoide que suelen desarrollar quienes viven en un país extranjero?
No creo que un personaje deba tener atributos de la literatura del siglo xix, expresados en términos de transparencia social y psicológica. Creo que la deserción psicológica sirve para refutar buena parte de las coordenadas dominantes. En esas deserciones encuentro más posibilidades literarias que en procesos de elocuente identificación con algo en particular.

Modo linterna reúne nueve textos que trasladan su poética al ámbito del cuento literario. Si, por lo general, su literatura tiende a lo deambulatorio y lo divagatorio, ¿qué espacios concretos o qué acechanzas específicas le permite encarar este género?
Son relatos cortos que podrían haber sido extensos. A lo mejor en algunos casos con una extensión más novelística. No los diferencio gran cosa de los relatos extensos. Sencillamente en cierto momento decidí que hasta ahí habían llegado. Me muevo de forma intuitiva, y atendiendo un poco al deseo de seguir o no con eso. Lo que uno busca es más o menos igual en los relatos cortos o extensos. Para mí, se relaciona con la memoria del lector. No me interesa tanto que vaya a recordar una historia como que tenga la sensación de haber asistido a un momento desplegado a lo largo de cierta cantidad de páginas.

En la permanente imbricación entre memoria e identidad que distingue su literatura, resulta llamativo constatar que, pese a que sus libros suelen gravitar sobre estos ejes, no creo que se pueda afirmar que el lector conozca o acceda finalmente a las interioridades de los narradores y personajes, cuya actitud es con frecuencia dubitativa, insegura, elusiva o desconfiada. Son, como el título de uno de sus libros, Los incompletos. El lenguaje, obviamente, representa un problema para ellos. Pero, como dijo Richard Poirier, «el lenguaje es el único modo de sortear los obstáculos del lenguaje». ¿De qué modo el lenguaje les permite (o no) conjeturar su arduo lugar en el mundo?
El tono es importante. Mi idea es la de un tono conversacional, que de este modo se aproxime al soliloquio. Otro elemento acaso sea la actitud hacia la narración, que tiende a ser reflexiva. Mis narradores no se preocupan tanto por lo que ocurre sino por el significado de ello. Es que, en definitiva, tiendo a creer que la narración se trata del despliegue del pensamiento. A lo mejor por eso me siento más identificado con la dimensión ensayística de un relato, que le permite liberarse de los mandatos del sentido en términos de acción o resultados.

La ficción constituye literalmente un problema en Baroni: un viaje a la hora de representar a la singularísima y multidimensional Rafaela Baroni, pero también para describir la amalgama de tradiciones artísticas, creencias religiosas, paisajes y fenómenos paranormales que se entrelazan con la vida de este personaje. Sin duda, ese libro eleva varios interrogantes acerca de la naturaleza de la creación artística. ¿Es esa incertidumbre ante lo descrito, ese indefinido vaivén genérico (ficción, ensayo, relato de viajes, écfrasis) el inevitable corolario de una realidad múltiple y escurridiza, refractaria a toda representación fija o estable?
La pregunta que traté de hacerme en Baroni pasaba por entender de qué modo tan profundo me sentía yo atravesado por un arte que es más elocuente que sofisticado. Ello me llevó a la descripción de cosas relacionadas con el arte de esta artista, con su vida y su paisaje. Fue también una suerte de despedida de Venezuela, país en el que estuve quince años. Tanto el impacto de conocer a Baroni como el hecho de separarme de tan bello y escurridizo territorio me pusieron en el trance de la descripción. Sentía que si «contaba», violentaba. Y que si describía, ponía a mi relato fuera de las luchas explícitas por el significado legible. Aun cuando, claro, el significado siga siendo, espero, un interrogante fuerte en el libro.

Y en relación con la pregunta anterior, ¿cómo se relacionarían las estrategias de representación que ha ido desarrollando con su propósito explícito, durante la época de Cinco, de escribir «antiliteratura»?
La idea de antiliteratura no tiene nada de novedoso ni excepcional. Es algo muy básico, casi inocente. Pasa por contestar, en la medida de lo posible, el peso institucional de lo literario. Traicionar o rebatir un mandato de legibilidad, de intencionalidad, de circulación, de corrección, etcétera.

En medio de esta encrucijada de discursos y géneros, ¿qué otra disciplina artística considera que ha marcado en mayor grado su escritura y su dicción?
Me gusta escribir sobre poetas y artistas plásticos. Acaso porque, en general, ambos tienen una relación con la temporalidad, en sus obras, que yo añoro para la narrativa. La relación es de mayor inmediatez con la percepción, no tanto con el desarrollo.

Finalmente, dado el carácter performativo de su obra (donde se combinan y ensamblan géneros, materiales e incluso imágenes), cada libro que publica parece alzarse al cabo como una faceta, tesela o capítulo de un episódico libro de artista. Es obvio que ponerle un título a semejante obra sería demasiado comprometido. Pero, si aceptamos que esto es así, ¿qué lema o subtítulo (provisional, si quiere) podría rotular este work in progress?
Elegiría el propio título de una cosa que termino ahora: «Apuntes para un panfleto». No está en la naturaleza de mi escritura asumir una voz alta, pero a la vez existe un deseo de operar en términos de disolución. Quisiera que mi literatura fuera más destructiva de lo que es. Por eso apuntaría a un panfleto imposible, porque carece de volumen acústico y debe conformarse con los apuntes.

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5Teoría del ascensorÚltimas noticias de la escritura

5 de Sergio Chejfec en Cuadernos Hispanoamericanos



Cristian Crusat reseña 5, de Sergio Chejfec, en Cuadernos Hispanoamericanos:

Fenomenologías de lo eventual

5, el último libro de Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), por lo demás editado primorosamente, acentúa uno de los aspectos más sobresalientes de la literatura de este escritor: su radical espacialidad. De este modo, si consideramos que la obra de Chejfec constituye un episódico repertorio de actitudes frente a lo visible y lo representable, 5 significa la ratificación absoluta de que el espacio es el eje primordial sobre el que se articulan las relaciones del autor argentino con el mundo (y, dentro de éste, sobre todo, con las prácticas de la escritura). En efecto, la literatura de Chejfec depende del espacio, el cual se alza como agente provocador de la narración y se convierte progresivamente en su asunto principal. Profundizando aún más en estos presupuestos, cabe afirmar que la literatura de Chejfec —que parte de la observación y el movimiento— se enmarca siempre en un espacio concreto (a menudo novedoso y extranjero, ya sea por medio de un viaje, ya de una caminata), al que clausura de algún modo tras haberlo transustanciado en cuaderno o libro. Sin embargo, la naturaleza de los espacios con los que se imbrica el discurso de Chejfec no debería relacionarse con la de las célebres imágenes de espacios felices y ensalzados que, al cabo, conformaban la maravillosa e íntima topofilia de Gaston Bachelard en La poética del espacio: cajones, buhardillas, rincones, armarios, nidos y conchas… Encierran siempre los lugares en la literatura de Chejfec algún tipo de paradoja, singular incoherencia o cauteloso asombro. No obstante, la prosa de este autor sí refleja un mismo desequilibrio entre los vaivenes del exterior y la intimidad, aunque hablar de intimidad en la obra de Chejfec podría ser arriesgado, toda vez que los narradores de sus libros se caracterizan por su carácter elusivo e inseguro, propio de un intermitente, forastero y suburbano «hombre sin atributos».

En congruencia con lo anterior, cabe reseñar que ya en varios de los libros de Chejfec, aunque singularmente en Mis dos mundos (2008), se había problematizado la tradición moderna del flâneur y del consabido paseante urbano. Por medio de una demorada y minuciosa escritura, la caminata se convertía entonces en un mecanismo elemental y en un procedimiento literario básico de este autor, en una suerte de tic físico y social que, además de desvelar el esencial desequilibrio entre los mapas y la realidad urbana, motivaba un profundo desnortamiento en el narrador (en el caso de Mis dos mundos, a través de un anodino parque brasileño, justo antes de cumplir los cincuenta años; aunque Buenos Aires, París o Caracas también figuran en el particular atlas del desconcierto de Chejfec). Desamparado a merced de la inanidad de sus excursiones, el narrador quedaba extraviado en la discontinua vida de la ciudad contemporánea, privado de cualquier tipo de revelación o hallazgo y entregado a la deriva de la escritura fragmentaria e inconexa. Inacción, errancia y fractalidad definen el flâneurismo narrativo de Chejfec, quien ha convertido la caminata deambulatoria en su indolente abstracción literaria y su propia escritura, en un «réquiem impasible del paseante urbano clásico» (Graciela Speranza).

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En las primeras obras de Chejfec, como Lenta biografía (1990), El aire (1992) o incluso Los planetas (1999), los lugares y espacios establecían una densa relación con la memoria personal y familiar, de manera que el recuerdo (o su imposibilidad) determinaba tanto la configuración del escenario urbano como el delineamiento de la propia identidad del narrador. Poco a poco, tales coordenadas más o menos heredadas y de carácter histórico (el pasado de un padre judío que escapó del Holocausto, la desaparición de un amigo durante la dictadura militar argentina) dieron paso en la trayectoria de Chejfec a relatos que gravitaban sobre un puñado de modestas peripecias vitales, a través de cuya minuciosa narración comenzarán a desprenderse leves indicios, tímidas conjeturas sobre la propia identidad y el sentido que ésta puede encerrar. Radicado en Nueva York, adonde llegó después de vivir durante tres lustros en Caracas, la literatura de Chejfec responde a una actitud vital que él mismo llegó a designar como «deserción psicológica» en Teoría del ascensor (2016): a resultas de su condición extranjera y del medio multilingüístico que habita, Chejfec ha ido creando, como sus reconocibles narradores, una «especie de frontera interior, silenciosa, paradójicamente por proximidad, del mundo cotidiano», es decir, una conciencia hiperselectiva y a menudo paranoide en relación con todo lo que le rodea (y que, en cierta medida, gracias a su extranjería, convoca en el lector el recuerdo de esa galería de exiliados de la literatura de Nabokov: seres espectrales que, desposeídos de todo cuanto un día fue suyo, pierden incluso la certeza de la realidad de su propio yo).

Y tal vez éste represente el aspecto más cautivador de la literatura de Chejfec: su meticulosísima enunciación de cuanto sucedió o pudo haber sucedido, lo cual le confiere a cuantos libros publica su particular cualidad divagatoria y acechante, como si el fenómeno de la escritura se estableciera como un genuino mecanismo de alerta o precaución. De todas formas, esta cautela que pone en marcha la escritura chez Chejfec nunca se ve satisfecha; más bien sucede todo lo contrario, pues a medida que se profundiza en la descripción de los detalles y vislumbres se multiplican, inevitablemente, las sospechas. Quizá fuera en La experiencia dramática (2012), más aún que en Los incompletos (2004), donde este autor supo conjugar de manera más precisa su puntillista descripción del comportamiento de los personajes y, al mismo tiempo, convertir la narración en una permanente y admirable exploración de contingencias. En general, este breve repaso a la trayectoria de Chejfec debería resultar significativo, ya que 5, el libro que nos ocupa, es el testimonio de un momento decisivo en la escritura de este autor y acaso recrea su más determinante punto de inflexión.

Cumple referir desde el principio que, en puridad, 5, el último título publicado por Sergio Chejfec, constituye un díptico narrativo. Así, en primer lugar, figura un texto que, denominado «Cinco», fue el resultado de un periodo de residencia literaria de la que disfrutó Chejfec en 1995, concretamente en la Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs (MEET) de la ciudad bretona de Saint-Nazaire. Por este motivo, «Cinco» delinea una sucinta trama provinciana de aire inequívocamente francés, muy próxima a las asordinadas atmósferas de la nouvelle vague: tanto el carácter de sus personajes como el conflicto narrativo responden a la naturaleza portuaria del lugar, que convierte la original «Cinco» en una historia a medio camino entre aquellas protagonizadas por esos personajes de Éric Rohmer que de repente deciden espiar y seguir a algún desconocido en la calle y una imaginaria adaptación de alguna novela —tal vez nunca escrita— de Simenon. La narración aspira a encontrar en esos rastreos una verdad puramente sentimental sobre un puñado de personajes, es decir, una verdad conjetural, efímera e incompleta.

Le sigue a este texto de 1995 uno nuevo, «Nota», que le confiere todo su sentido al conjunto. Mediante la rememoración de la época en que «Cinco» fue escrito y, sobre todo, del repaso de las ideas que para el autor convocaba por aquel entonces la práctica de la escritura, esta «Nota» se convierte en un texto esencial para comprender el quehacer literario de Chejfec. Entre otras muchas cosas, «Nota» relata: las rutinas de trabajo durante el periodo de residencia, la relación del narrador con las personas vinculadas a la institución, su propósito de escribir «antiliteratura», las deambulaciones por una ciudad de astilleros y vinaterías (y el retrato de quienes frecuentan estos lugares), las rutas de autobús por el extrarradio, y un breve romance entre sesiones de lectura de El mar de las Sirtes, de Julien Gracq. Pero, en lo esencial, la «Nota» conforma una oblicua poética literaria de Chejfec, ya que gravita en torno a una época cardinal para su proyecto: «Porque debo decir también que poco a poco he ido considerando la Residencia como la circunstancia en que me plegué a la escritura de una forma nueva —o abandoné la anterior—; el “almácigo” o incubadora de otro tipo de imaginación».

En otras palabras, 5 (el díptico formado por «Cinco» y «Nota») da constancia del momento en que Chejfec se cayó del caballo de camino a su Damasco privado, tanto que en sus páginas llega a afirmar que los libros escritos antes de aquella residencia forman parte de una protohistoria personal. En esa ciudad bretona se consolidó la renombrada incertidumbre referencial que caracteriza los libros de Chejfec, uno de los rasgos que este autor comparte con uno de sus maestros reconocidos, Juan José Saer, a quien ya homenajeó en uno de los cuentos de Modo linterna (2013). Con el autor de El entenado, Glosa o En la zona, Chejfec parece asumir la distinción que Walter Benjamin estableció entre el novelista y el narrador, es decir, entre el sedentario y el viajero: «Yo tomé esa afirmación como una metáfora del novelista que está instalado en una teoría ya consolidada, y el narrador como el que viaja, el que explora y trata de modificar las formas, las posibilidades de su instrumento narrativo» (Saer). En congruencia con esto, desde entonces los libros de Chejfec se han erigido en seductoras tentativas narradoras de acceso a lo real, aunque sus aproximaciones pueden ser tan remiradas y prolijas que, paradójica y felizmente, obran un audaz extrañamiento de todo lo circundante, que queda distorsionado por un hiperrealismo sentimental y desestructurador.

A lo largo de estos años, el proyecto de Chejfec ha ido presentando pequeñísimas variaciones, al punto que, a tenor de su estricta y reconocible poética, pronto el hecho de titular sus libros podría dejar de tener sentido, ya que cada uno de ellos no es más que otra muy reconocible faceta de un núcleo esencial. Los riesgos de semejante escritura son evidentes, entre los que ciertos recelos acerca de lo previsible o pronosticable de su escritura no dejarán de ser esgrimidos por parte de algunos lectores. Sin embargo, estos riesgos son inherentes al sobresaliente desafío que representa la literatura de Chejfec en el contexto de la lengua española. Se trata de instalar entre el mundo y su representación una higiénica incertidumbre mediante la que la narración se galvaniza por mor de todas las tensiones que, de súbito, se anudan en torno a ella, especialmente en los lugares donde suceden: «El autor tenía la idea de que la misión de las novelas era revelar un espacio más que contar una historia», se decía ya entre los apuntes de Teoría del ascensor (2016). Deudora de Handke, Di Benedetto, Gracq, Saer o Sebald, la literatura de Chejfec representa una valiosa tentativa de agotamiento de lo representable, amén de una siempre sugerente propuesta ética. Entre sus muchas virtudes debe reseñarse el delineamiento de una admirable parcela de la sensibilidad contemporánea: la dizque deserción psicológica desde la que Chejfec escribe sus libros constituye una firme y admirable toma de posición a favor de una actitud de repliegue que, frente a lo que dictan la propaganda comercial y política, es mucho más común de lo que se piensa, o al menos debería serlo, así como otra poderosa razón por la que la lectura de este autor resulta prácticamente inexcusable.

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5 de Sergio Chejfec en Lector salteado



Mario Aznar reseña 5, de Sergio Chejfec en Lector salteado:

5 (CINCO Y NOTA), SERGIO CHEJFEC

Hay espacios que se leen, como también hay textos que se recorren, que se transitan. El paseo como tópico intelectual ha suscitado en los últimos años nuevas ediciones y miradas renovadas sobre un fenómeno tan cotidiano que su sola presencia en un contexto artístico lo vuelve singular. Las implicaciones estéticas del caminar y sus usos metafóricos son infinitos y desbordantes, mediados casi siempre por el ejercicio de la idealización romántica que debe tanto a las escrituras de Rousseau, Baudelaire o Walser. Como es sabido, donde se dan la mano el ocio y la ciudad moderna surge una nueva forma de mirar, y también una nueva forma de hacer. Las rutinas del paseante solitario atraviesan las fronteras del día a día y llenan páginas de ensoñación sinuosa e imaginativa, de simbolismo y divagación psicogeográfica.

El escritor argentino Sergio Chejfec conoce bien esta tradición, pero se sitúa en sus márgenes para proponer desde allí un centro móvil, lúcido y fragmentario, emparentado al mismo tiempo con la ensoñación del flâneur y con ese otro rostro facetado de la reflexión y el pensamiento. Si la narración es duración —cambio, transformación—, el espacio, y más concretamente el espacio urbano, parece el medio idóneo para indagar sobre sus límites y su naturaleza. Tradicionalmente, la trama y las distintas peripecias que la conforman han sido asumidas como la forma ideal para expresar el proceso de transformación que opera sobre todas las cosas. Las acciones ocurren, los hechos se suceden, las causas tienen efectos, los efectos son consecuentes y las consecuencias son el resultado de esas acciones transformadoras que toda “novela que se precie” debe asumir como núcleo de su estructura. Pero esta lección ha sido ya puesta en duda demasiadas veces.

5-coverimageParece que solo podemos hablar del tiempo apelando, precisamente, a determinados atributos espaciales. Por eso decimos que el tiempo se alarga, se acorta, pasa, corre, vuela o se detiene. De hecho, la linealidad con la que nos referimos a la sucesión temporal puede dibujarse en un papel para mayor comprensión de cualquiera. Esto significa que ambas esferas son indisolubles, la del tiempo y la del espacio, y el relato no pertenece exclusivamente a ninguna de ellas, sino que participa de ambas en grados capaces de una contorsión todavía inédita. La singular literatura de Chejfec trabaja sobre ese nudo en el que el paseo no es ya un recorrido desde el punto A hasta el punto B (lo vimos en Mis dos mundos, editada por Candaya en 2008), sino que asume formas ensayísticas que no se desarrollan linealmente, sino por acumulación, en forma de vorágine o bola de nieve, como hemos podido leer, más recientemente, en Teoría del ascensor (Jekyll & Jill, 2016).

Con su escritura digresiva y tantas veces visual, Chejfec propone una cartografía del pensamiento —casi siempre del pensamiento privado, personal, quizá intransferible—que a través de una refinadísima destreza narrativa logra transponer lo que el propio autor —o ya la voz narradora— intuye en el prólogo como “el pliegue más profundo del mundo”. Este ejercicio tiene lugar en escenas más o menos deslavazadas o parciales, que suceden de costado, que son la culminación del realismo precisamente por esa insistencia que comparten los hechos y los pensamientos en presentarse siempre de forma sesgada y decididamente oblicua.

 

En un momento temí que el director descubriera la ausencia de un cuarto entero, o de toda la cocina o el baño, una cosa imposible de faltar, y que de todos modos esa falta me señalara como culpable de algo importante, cuya trascendencia se comprobaba en la dificultad de ser precisado.

 

5 (Cinco y nota) (2019), el último libro de Chejfec editado por Jekyll & Jill, supone la consumación de este proyecto implícito de espacialización del tiempo. No en vano se trata de un libro cuyas primeras páginas se recorren a vista de pájaro, sobrevolando las fotografías aéreas en blanco y negro de un pequeño estuario. Esa infraestructura marítima es el puerto de Saint-Nazaire, ciudad en la que el autor ubica la primera narración («Cinco») de las dos que componen el libro; la otra se titula «Nota», más extensa y retrospectiva. En una de estas imágenes, con una tipografía borrosa que podría pasar desapercibida a cualquiera, se lee: «Vaguer la nuit dans des lumieres narratives» , como en uno de los poemas del escocés John Burnside. Esas luces narrativas salpican el texto de Chejfec otorgándole un dinamismo fantasmático (y algo fantasmagórico), que está y no está al mismo tiempo. 

 

En el centro aparece la palabra yo. Parece un esquema equivocado, porque no previó que algunas de las líneas que van de un nombre a otro pasarían por el centro, implicando a ese yo. Quizá asignándole otro ángulo habría podido evitarlo, pero no lo intentó. Entonces hay líneas que al llegar al centro hacen un rodeo para dejar en claro que no lo atraviesan, con lo cual terminan dibujando un recuadro central presumiblemente no deseado, pero inequívoco.

 

Junto a las transformaciones del espacio que registra Teju Cole en Ciudad abierta o la singularización de lo cotidiano que lleva a cabo Gonzalo Maier en Material rodante, la apuesta literaria de Sergio Chejfec completa una suerte de constelación en la que, como artificios hiperrealistas, la novela sirve para plasmar esa lógica no-narrativa en la que tantas veces se traduce la vida. La escritora ecuatoriana Daniela Alcívar, gran conocedora de la literatura de Chejfec, ha experimentado en Siberia con esta ruptura de la narratividad en la que el cuerpo no se siente del todo cómo hasta pasado un tiempo—y un trauma— prudencial. Esa prudencia, que guarda una cruda relación con la espera, se respira en las páginas del libro de Chejfec como si fuera un mecanismo retórico y al mismo tiempo una condición de existencia. El lugar que ocupa el otro, las líneas que separan los espacios hasta hacernos sentir otros, la vivencia de uno mismo en otro espacio, la posibilidad de escribir esa vivencia o la posibilidad de escribir, sin más, son algunas de las incógnitas que viven en este libro extraordinario. “El viaje, promesa de la travesía, para él no prometía nada”: así comienza el relato. Pero Chejfec, quién sabe si involuntariamente, nos lo promete todo.

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Entrevista a Sergio Chejfec en el diario La Provincia (Las Palmas de Gran Canaria)



Alberto García Saleh entrevista a Sergio Chejfec con motivo de su visita a la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria para presentar su libro Teoría del ascensor.
Diario La Provincia (31-5-2017)

«Teoría del ascensor no se pregunta por la escritura, pregunta sobre lo escrito»

¿Qué supone Teoría del ascensor en el contexto de su producción literaria?
Yo tomo Teoría del ascensor como un texto abierto, sometido a cambios que pueden ser de sustracción o agregación. Uno podría decir que está compuesto de historias y ensayos, pero también hay formas intermedias (ejercicios, notas diarísticas, pensamientos, ideas). Se ha publicado, entonces ha quedado cristalizado en el momento en que se lo dio por concluido. Pero creo que conserva, si no en la letra, sí en la circulación interna del pensamiento, una intención de forma abierta y no concluida. Me gusta pensar en libros que van cambiando por su cuenta. En parte por obra de la lectura, como pasa siempre, pero también porque no hay una jerarquía interna de elementos que privilegie unos aspectos o sentidos sobre otros.

¿Hasta qué punto la figura de Juan José Saer ha sido un referente en su obra?
Para mí tiene la importancia de un maestro. No debido a su acción, Saer veía con desconfianza los modelos encarnados en personas, y por lo tanto no hacía nada por tener seguidores, sino debido a sus libros. En ellos encontré, en un idioma propio (o sea, un idioma que instila desconfianza hacia el propio idioma), que podían existir una idea de realidad y una idea de literatura en un mismo nivel de complejidad. Saer me abrió esa posibilidad.

¿Coincide en que hay unas ciududades chejferianas que pasan por Buenos Aires, Caracas, Nueva York, París?
Para mi hay dos tipos de ciudades. Las que nombro y las que no. Pero son categorías intercambiables, porque a veces en un libro nombro una ciudad que luego en otro, siendo la misma, no se nombra. Por un lado supongo que obedece a lógicas internas de las historias, no siempre es bueno localizar y datar absolutamente todo —y a la inversa-; y por otro lado, pienso, se trata de creer en dimensiones urbanas transversales. Es obvio que la ciudad no es algo meramente territorial, aun cuando las experiencias que ofrecen las distintas ciudades nunca sean iguales. Pero hay una matriz de convivencia colectiva, incluso con sus desafecciones, que me gusta explorar así, en términos de literatura.

¿En este Teoría del ascensor ha querido hacer una síntesis entre el ensayo y la narrativa?
Creo que podria ser muy gráfico decirlo así. aunque no ha sido el espíritu. En realidad no sólo en este libro, en ocasiones voy hacia una mezcla entre ensayo y narración, pero eso no quiere decir que busque una síntesis. Diría justamente lo contrario. Ensayo y narración no son en absoluto irreconciliables, aun cuando puedan verse muchas veces bastante separados.

En el libro se abordan multitud de temas. pero ¿existe un aspecto particular que sirva como cohesión de cada uno de los textos?
A lo mejor el aspecto más presente no pertenece tanto a los contenidos, que en efecto son muy diversos, sino a una especie de postulación implícita sobre lo que significa escribir literatura. En mi opinión, es una opción entre lo determinado y lo indeterminado. No hay una sola manera de hacerlo. En ge nerallasnarraciones determinan lo general e indeterminan el detalle. Quizás yo opere a la inversa, determinando el detalle e indeterminando lo general. Creo que la literatura se basa en eso; no hay manera de escribir sin recurrir de uno u otro modo a esa dialéctica.

¿Se puede hacer un paralelismo entre la obra del director húgaro Béla Tarr y su escritura?
No lo había pensado. Sus pelíclas son bastante ensayísticas, en el sentido de distraerse respecto de la supuesta peripecia que deben mostrar. A mí me pasa algo parecido.

Sergio Chejfec. Foto: Alejandro Guyot
Sergio Chejfec. Foto: Alejandro Guyot

¿Su aproximacióna de autores como Martín Caparrós, Mercedes Roffé, Sebald y Cortázar puede entenderse como otra reflexión sobre la propia literatura como ha hecho con frecuencia?
Le pasa a todos, es inevitable. La literatura es una dimensión de la realidad. Los escritores escriben aun cuando no lo hagan. De la misma manera, cuan

do uno habla sobre un escritor, incluso en el caso de que no lo sea,también se está predicando a si mismo.

¿Puede entenderse el libro como la lógica continuación de Últimas noticias de la escritura?
Se puede entender así, aunque en Últimas noticias de la escritura el discurso busca la continuidad a través de distintos tópicos. En Teoría del ascensor la ruptura y el cambio de registro son más explícitos. Últimas noticias se pregunta por el significado de la escritura cuando casi no se la practica a mano; Teoría del ascensor no se pregunta por la escritura sino que son preguntas sobre lo escrito.

¿Qué opina de las palabras de Enrique Vila-Matas que define su estilo como de «voz baja» y «frío trato irónico»?
Me gusta tomarlos como inmerecidos elogios.

En el libro se suceden ideas, reflexiones, textos e imágenes continuamente. ¿Supone este estilo un guiño a una tendencia literaria cada vez más frecuente de no ceñirse a ningún género concreto?
Puede ser… Yo lo vincularía más con otras cosas también tendenciales Por un lado, en el plano de la vida de todos los días, la importancia de la interrupción como factor reiterado que introduce una dimensión rítmica en actividades que no necesariamente la requieren. Supongo que hay algo en el corte de las entradas del libro, y en los comienzos sin preámbulos, que aluden a cierta asimilación de lo fragmentario, en tanto trance de la experiencia. Cualquier cosa puede aparecer y apagarse de inmediato. Si dura,mejor, pero si se apaga pasamos a la siguiente. A ese movimiento sincopado nos sumamos. En ese sentido me ha gustado pensar en este libro como algo instalativo; de organización efimera y que puede comenzar a observarse —o leerse— desde cualquier página.

Carlos Pardo recomienda Teoría del ascensor y Saturno en Babelia El País



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Carlos Pardo recomienda Teoría del ascensor de Sergio Chejfec, y Saturno, de Eduardo Halfon, en el artículo sobre literatura latinoamericana para la Feria del Libro de Madrid. En Babelia El País:

«De algunos libros importantes ya se ha hablado en las páginas de este periódico: del genial El absoluto, del argentino Daniel Guebel, o de Había mucha neblina o humo o no sé qué, de la mexicana Cristina Rivera Garza, ambos publicados por Literatura Random House. También de Teoría del ascensor (Jekyll&Jill), del imprescindible escritor argentino Sergio Chejfec. Pero tres novelas también merecen destacarse. Saturno fue el primer libro de Eduardo Halfon (Guatemala, 1971), ahora lo publica, por primera vez en España, Jekyll&Jill. En él ya están las virtudes que hacen de Halfon un escritor importante: la estructura, siempre intensa y fluida, de variaciones sobre un tema. Saturno es una “carta al padre” y un inventario de despedidas de escritores suicidas.»

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Teoría del ascensor de Sergio Chejfec recomendado en El Plural



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddJosé Ángel Barrueco recomienda Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en El Plural:

Tratar de explicar qué es exactamente Teoría del ascensor es una empresa vana, como intentar contarle a alguien qué es la poesía. Suele ocurrir con los libros del argentino Sergio Chejfec: no se sabe muy bien dónde acaba el ensayo y empieza la narrativa, pero eso es lo de menos. Lo primordial es lo mucho que disfrutamos con su prosa, pues sus efectos contagian y son parecidos a los primeros síntomas de la embriaguez: uno se va dejando llevar, entre trago y trago, entre párrafo y párrafo, y cuando menos se lo espera ya está metido en la borrachera, en la altura narrativa, en ese arte de contar en el que se van hilando experiencias, reflexiones, observación del entorno, análisis de la obra de otros autores, y paseos, sobre todo paseos, caminatas y vagabundeos por las ciudades, puntos de partida que desatan esas meditaciones. Escrito en forma de pequeños ensayos y variaciones de lo visto y de lo leído, constituye a la vez una especie de dietario inusual y un compendio de afinidades lectoras. Ya el propio arranque supone una declaración de intenciones: Terminada la lectura y a punto de cerrar el libro aún ignoramos de qué se ha tratado. Denso y fascinante.

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Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en La mano que escribe con pluma



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María López Villarquide reseña Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en el blog La mano que escribe con pluma:

Nos comenta Vila-Matas en la contracubierta de Teoría del ascensor, que no sabe si su autor es narrador o ensayista, pero que tampoco le importa ya que la duda y la indecisión son elementos que atraen a Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956). Una no puede una mostrarse en desacuerdo con semejante idea, porque en su lectura, ella (o sea, yo) se ha visto precipitada a una sensación extraña que aún continúa sin identificar.
¿No era eso lo siniestro? Debería revisar mi propia tesis doctoral, creo.
No sé qué he leído. En cualquier caso, entre fragmento y fragmento reconocía tres asteriscos bien centrados que hacían el favor de indicarme (muy serviciales ellos) que uno acababa de concluir y que otro, se iniciaba.
¿Y qué sentido tiene que escriba sobre un libro tan provocador si no es para quejarme o decirles que lo eviten? Bueno, en cualquier caso, no es mi estilo pero tampoco lo haré. Teoría del ascensor es divertido, desconcertante y muy reflexivo. Léanlo. Hay pocas cosas parecidas.
Les parecerá una sucesión de anécdotas del autor en sus paseos por las calles de Buenos Aires, sus pizzerías y sus colectivos de conexiones infinitas, hasta que comience a hablarles de otra gente que no es él, gente a la que no conoce y que pasea por Nueva York, Londres o Caracas (de aquí además aportará imágenes de postales envejecidas y consumidas por el tiempo y algún que otro insecto, que son excusa para una anécdota o anécdotas para justificar lo raro de su presencia en mitad del texto).
Entonces pensarán que es una novela: breves capítulos salpicados de una trama atípica pero existente, en donde a los personajes, que a veces se repiten y a veces no, se les nombra por sus iniciales.
Eso creerán, pero entonces toparán con las píldoras filosóficas que el texto ensayístico de Teoría del ascensor esconde en la manga, y ellas les llevarán a ideas muy interesantes sobre la relación tirante que se establece entre el autor y su obra (no abandonen el lápiz y subrayen, subrayen mucho) o entre el autor y el traductor, o entre la escritura y la cocina. Es posible y aquí, se hace, sin dejar de citar de paso a Martín Caparrós, Cortázar, Kipling, Juan José Saer, Roland Barthes o Walter Benjamin ¿y por qué no?
Hasta aquí les cuento, pero es sólo un ejemplo: hay mucho más.

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Teoría del acensor de Chejfec en el diario Democracia (Argentina)



Sergio Chejfec Foto: Lisbeth Salas
Sergio Chejfec. Foto: Lisbeth Salas

 

El escritor Juan Becerra escribe sobre Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en el diario Democracia (Argentina):

Para prestar servicio a las máquinas

En su asombroso último libro, “Teoría del ascensor” (Jekyll & Jill, Zaragoza, 2016), Sergio Chejfec se interna a fondo en paisajes, objetos, recuerdos y lecturas, de las cuales la de un libro de entrevistas a W.G. Sebald publicado en inglés lo obliga a detenerse en una respuesta, en la que Sebald dice —la glosa es de Chejfec— que “si uno instala en su casa un sistema de circuito cerrado, tendrá la impresión, al ver las imágenes, de que la gente vive para prestar servicio a las máquinas”. La observación es reveladora porque descubre aspectos trillados pero al mismo tiempo invisibles de la vida cotidianCUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.indda dominada por los artefactos, sobre todo los alimentados con energía eléctrica.
Supongamos que una persona de clase media y mediana edad, habituada a sentir como extremidades íntimas a los artefactos vinculados a la aceleración de los procesos que sostienen la cultura en la que vive, se levanta de la cama un día cualquiera. ¿Qué hace? Una secuencia posible sería: se despierta con la alarma de su teléfono, abre Whatsapp, Facebook, Twitter e Instagram para leer y ocasionalmente escribir (en todo caso también vigilar las cuentas de las personas que la obsesionan); va a la cocina sin abandonar el teléfono, abre la heladera, se sirve café de la cafetera, tuesta el pan en la tostadora, saca de la heladera la manteca o la mermelada y enciende el televisor para ver el reporte del tiempo y las noticias mientras sigue exprimiendo el teléfono y levanta la taza para tomar el primer trago del día.
Todo eso ha sucedido en poco más de media hora y ha implicado una relación con seis artefactos y varios sistemas. La experiencia es la de la robotización naturalizada. Esa persona no sabe lo que está haciendo, ni que lo que hace sea posiblemente lo mismo que hacen sus vecinos. Pero lo que siente es que la mañana le ha dado una primera satisfacción a la sed de supervivencia (las tostadas con manteca y el café con  leche calman a las fieras) y la ilusión de una individualidad panperceptiva.
Por cuestiones de antropocentrismo, es decir, de narcisismo colectivo, no creemos que les prestamos servicios de esclavitud a las máquinas sino que las máquinas son nuestro valet. La presión evolutiva de la cultura empuja sobre las máquinas para obtener de ellas más servicios. El resultado inadvertido es una dependencia que sólo se asume en modo catástrofe cuando… se corta la luz.
Vivimos una ciudad en la que los cortes de electricidad han comenzado a crear rutinas de claroscuros, pero cuando eso sucede trayendo consigo efectos mágicos (ahora lo ves, ahora no lo ves), la oscuridad nos ofrece un viaje en el tiempo que hay que aprovechar. Retrocedemos hacia escenas rembrandtianas: la luz de una vela en la oscuridad. ¿Qué se puede hacer? Personalmente me pasa que leo compulsivamente a la luz oscura de las velas. Leer me parece la consecuencia natural de un corte de electricidad, no porque sea lo único que se puede hacer sino porque es la escena perfecta para hacerlo. La vela es el objeto precursor de la tecnología ambiental. En “La casa: historia de una idea”, de Witold Rybczynski, se cuenta que la vela fue inventada por los fenicios hace 2400 años. Si bien su luminosidad era inestable y mortecina -cien velas iluminan menos que una bombilla de 60 watts-, no fue superada por las lámparas de aceite (Leonardo Da Vinci fracasó en su perfeccionamiento) hasta que en 1783 Ami Argand inventó la lámpara Argand, una mecha protegida por un cilindro de vidrio.
La luz eléctrica probó su eficacia en el alumbrado público de París en 1877, luego en Londres y, en 1882, en Nueva York, donde Edison tendió una red de cables subterráneos de 2,5 kilómetros a la redonda para abastecer a 200 millonarios entre los que se encontraba el protofinancista J. P. Morgan, cuyos sucesores les están dando tantas satisfacciones a la economía argentina que no para de crecer.
El contacto con el libro de Rybczynski nos empuja a irnos por las ramas. Pero, en resumen, la vela y todas las fuentes de luz artificial que se sucedieron después de Gütemberg tuvieron como principal objetivo iluminar la lectura nocturna de libros de papel, una experiencia de interiores que entre 1920 y hoy fue obligada a competir con la radio, la televisión, la PC y los smartphones con los resultados irreversibles ya conocidos.
En un texto de 1959 llamado “De la plusvalía a los medios masivos”, Norman Mailer le apunta a la cabeza del orden capitalista. Empieza con una frase demoledora de la que nadie puede decir que no sostiene la existencia de una verdad pura sin una gota de pérdida: “Nadie puede abrirse camino a través de ‘El Capital’, de Karl Marx, sin grabarse en la mente para siempre el conocimiento de que la ganancia debe provenir de la pérdida: con la energía perdida de un ser humano pagando por la comodidad de otro”. Es muy impresionante descubrir, como si fuera un planeta nuevo que siempre estuvo ahí, la correcta inversión del lenguaje que produce Mailer. Se supone por obra del cliché capitalista que el que paga lo hace con dinero, por lo que el concepto de pago sucedería exclusivamente en términos de economía monetaria: vos trabajás y yo te pago. Sin embargo, Mailer sostiene que el pago es en energía, es decir, en pérdida de fuerza humana (digamos vida) destinada al trabajo que sostiene la comodidad de los otros.
Luego dice que el precio del jugo de naranja envasado obedece al cálculo inconsciente del empresario que lo fabrica y que sólo tiene en cuenta la comodidad del consumidor en relación a todas las molestias que evita: no hacer él mismo el jugo mezclando polvo con agua, no exprimir él mismo las naranjas, etc. Estamos frente a lo que Mailer llama ya en 1959 “la manipulación psíquica del ocio”, que vale para el jugo de naranjas pero también para el resto de los artefactos que aceleran los procesos de producción con el propósito de darnos un falso tiempo libre que no es otra cosa que un tiempo cautivo de consumo parecido a la experiencia de lobotomía. Si el capitalismo del siglo XIX fue una máquina de destruir cuerpos, el del XX (ni hablar del siglo XXI) “apunta a destruir la mente del hombre civilizado” del que depende la estabilidad de la economía. Y todo sucede en el tiempo de falso ‘dolce far niente’ que llamamos descanso y que empleamos para la contemplación viciosa de pantallas, por donde entra en nosotros una realidad en forma de “ficción organizada”.
Todos, más o menos, estamos bailando la misma milonga. Encontramos en la masividad, paradójicamente, la aparente individualidad del “uno más” (el sujeto numérico reversible, invento ontológico del capital, ya sea para hacernos trabajar o consumir). Entonces, tienen razón Sebald, Mailer y también Chejfec, que encendió la mecha de estos párrafos: vivimos al servicio de las máquinas a tal extremo que no dejamos de servirles tanto en los niveles más íntimos de la vida como en el trabajo. Comemos conectados a las máquinas (y hacemos cosas peores) y las horas productivas son invadidas por la manipulación psíquica del ocio, donde la información en red nos quema literalmente la cabeza despertando en nuestro interior un menú de reacciones intratables. Conclusión: no hay descanso.
Lo que traen las máquinas con pantallas, a las que servimos mucho más tiempo que a las tostadoras y las cafeteras, son manifestaciones híbridas de realidad, donde la tasa de realidad varía de acuerdo a la tasa de ficción que la acompañe, y que siempre es alta porque la realidad es un fenómeno compositivo. Detrás de la relación del hombre con las máquinas de “contenido” parece vibrar la vieja estructura que sostiene la fe en todos los campos en los que aparece. Compuestos o no, los contenidos de las pantallas pulsan el botón de la credulidad o el rechazo frente a la ilusión de totalidad que representan. Pero faltaba algo. Superado el desafío de tener  al alcance de un pase de digitopuntura el Aleph de la calle Garay en la alquimia de 4G y smartphone, la máquina va en busca de la conexión con el más allá.
En el Mobile World Congress 2017 que se realizó en Barcelona hace unos días, la empresa Elrois Inc. de Corea del Sur presentó una aplicación llamada With Me destinada a las necroselfies. La espeluznante prestación ofrece fotos y conversaciones con muertos que hayan tenido la suerte terrestre de quedar en los smartphones en imágenes 3D, es decir, como avatares. La información almacenada es sometida a una inteligencia artificial que sube la imagen viva de la persona muerta al encuadre donde su deudo lo espera para el ¡click! y una charla corriente sobre cómo siguen las cosas en este mundo. Buenas noches. Que duerman bien.
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Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en Le Cool



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddJuan Carlos Portero dedica su columna en Le Cool a Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec:

Ármense de valor, suban al ascensor que el recorrido es largo y tortuoso, difícil de seguir, mantengan la respiración. Si es necesario paren, retrocedan, vuelvan a leer, tomen nota. Al fin y al cabo es la lectura lenta la que reclama el autor. Caleidoscópico y poliédrico. “Terminada la lectura y a punto de cerrar el libro aún ignoramos de qué se ha tratado”, un buen comienzo o ponerte a prueba partícipe de este pasatiempo llamado literatura. En el viaje se detiene a explorar los posibles mundos que existen en los trabajos de otros escritores, como Mercedes Roffé, Martín Caparrós, Mario Bellatin, Carlos Ríos, Victoria de Stéfano o Igor Barreto. O los paseos por ciudades como Caracas o Nueva York. Las capacidades que tiene la literatura como puede ser la difícil tarea de la traducción. “Como si la literatura se toma la revancha de la negatividad, la deserción del original trastorna la voz de la traducción, que así se revierte sobre la original convirtiéndolo en algo sospechosamente trascendental”. Un arsenal de reflexiones sobre la ciudad, los transportes, el lenguaje, el idioma, la escritura, los escritores, el espacio, las relaciones… las materias que inquietan a la literatura de Chejfec.

“El autor tenía la idea de que la misión de las novelas era revelar un espacio más que contar una historia.”

La doble experiencia de aquello que se narra y la narración en sí misma, la recreación. Lo que dice y cómo lo dice. Un ejercicio gramatical extenuante, donde te imaginas ascensores que se deslizan en todos los sentidos posibles para dar forma al texto. Escribir la vida para contarla como una indecisión entre sus líneas.

“Hoy el escritor no quiere ser el único involucrado en saber lo que hay que poner o no, porque su relación viciada con la lengua propia lo aleja de cierta objetividad.”

Para ocultar hay que disimular. Hace tiempo que las novelas han dejado de enseñar, hay que cambiar la experiencia, ¿pero quién la modifica?. “Uno sabe, se supone, cómo llegar a una lengua. Pero no sabe cómo se quedará en ella.”

Muy recomendable.

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Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en Todo literatura y Cia



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddTeoría del ascensor, de Sergio Chejfec, recomendado en el programa Todo literatura y compañía (Gestiona Radio). Antonio Martín Asensio lee el excelente artículo que Patricio Pron dedicó a este libro en El Boomeran(g).

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Enrique Vila-Matas escribe sobre Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en El País


Enrique Vila-Matas dedica su columna a Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en El País:

Al margen de la Red

De los adictos a Chejfec, soy de los que disfrutan cuando sus escenas suceden de noche en un bar destartalado

Nada más abrir el libro, percibo que entro directamente en la “atmósfera Chejfec”. De entre los adictos a este escritor, soy de los que disfrutan cuando sus escenas suceden de noche en un bar destartalado, aunque también acepto las que transcurren en la calle al salir de un bar, como en ese impresionante documento que ya conocía y que Chejfec ha tenido a bien incluir en su nuevo libro, ese texto que recoge una conversación de madrugada con Antonio di Benedetto en la calle Talcahuano de Buenos Aires.

Esta vez, nada más irrumpir en el nuevo libro, en Teoría del ascensor (Jekyll & Jill), he ido a parar a un bar en el que el narrador escucha a alguien que dice que quiere volver a casa y no salir más, y no solamente no salir más, sino tampoco contestar al teléfono y, sobre todo, no leer el correo electrónico, olvidarse de Facebook y de Twitter, de WhatsApp y de Reddit, de Linkedin y de Instagram y de Skype: “Quisiera borrarme de todo esto y permanecer así durante largo tiempo, hasta que quienes me conocen se olviden de mí. Y una vez que eso ocurra, me gustaría empezar a vivir de otro modo”, dice la voz del bar.

Sé de quienes han desconectado de Internet porque no se resignan al cambio radical que se ha producido en el mundo: las cosas ya no ocurren en la vida real, sólo suceden en la Red. Por ejemplo, uno va caminando por una calle o entra en un bar y no sabe que en realidad ya solo es un personaje de Instagram.

En Teoría del ascensor hay alguien que acaba pensando que se ha convertido en “otro”, aunque no a la antigua manera, porque Chejfec dice que para él “ser otro”CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.indd significa no tanto una nueva personalidad, sino entrar en un mundo nuevo, es decir, un mundo donde la realidad y todos los individuos pierdan o dejen de lado su memoria y le admitan a él como un miembro desconocido, recién llegado…

Acaba de sonar mi móvil.

No hay salida, que decía Kafka. La única puerta abierta para huir de la vida real de la Red es la que señala ese vecino del bar de Chejfec que quiere volver a casa y no salir nunca más, que quiere comenzar un definitivo periodo de vida furtiva, porque es lo más parecido que encuentra a la idea de cortar con su propio sujeto: que las acciones, al no ser electrónicas y resultar por tanto difícilmente legibles, dejen de estar asociadas a él.

Sé que, de entre los que están logrando vivir desconectados de ellos mismos, para algunos situarse fuera de la Red equivale a encontrarse con “la infancia recuperada”, quizás porque en otro tiempo vivieron en algo parecido a la sigilosa y anticuada “atmósfera Sebald” que cita Chejfec en su libro. La memoria de ese clima calmo la tienen cuantos, aun habiendo presenciado el cambio radical de las últimas décadas, pasaron sus primeros años casi como si hubieran echado raíces en pueblos de altura, en sitios sin coches ni máquinas y en los que los únicos sonidos provenían de la naturaleza, de las herramientas manuales, o incluso de los materiales con que estaban hechas las casas cuando variaba la temperatura.

Perdón, me llega un whatsapp.

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Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en El coloquio de los perros



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddAntonio Gómez Ribelles reseña Teoría del ascensor en El coloquio de los perros:

Supongamos lo siguiente: estoy en una ciudad que no conozco o, en una variante, que sí conozco; consigo un mapa y acabo comprendiendo que no sirve de nada, que la diferencia entre mapa y realidad en el primer caso es evidente y en el segundo una realidad paralela ajustada por la representación en el mapa y la propia experiencia. Y supongamos que escribo un libro y que en él el mundo paralelo es la literatura, que me llamo Sergio Chejfec y que el libro es Teoría del ascensor.
El párrafo anterior recoge, no literalmente, un planteamiento de Chejfec que aparece en uno de los textos del libro. Son bastantes las ocasiones en que Sergio Chejfec habla en él del amor por las caminatas, del gusto por el deambular urbano, ese caminar que no tiene destino y que se ve abocado a la imposibilidad del conocimiento geográfico del territorio, a pesar de que sea «el mundo de la ciudad propia». Estamos lejos de lo que se ha llamado el paseo, lejos de Walser o Thoreau, incluso lejos de los artistas del walking, de los paseos por la naturaleza como búsqueda de uno mismo o del ensimismamiento, lejos de lo romántico. El autor es plenamente urbano (cita o habla desde catorce ciudades), y reconoce la imposibilidad de los mapas, lo difuso de lo conocido, la ambigüedad de los paisajes de calles y fachadas, y, por extensión y paralelismo, de las palabras, los términos y sus significados. Su caminata lo convierte a él en un observador y a la literatura en una mirada documental. Mirada documental de todo aquello que aparece o se busca que aparezca, de las historias potenciales que se encuentran en los pliegues de los mapas inútiles de las ciudades. El autor observa, pero alejándose de la metódica enumeración de documentos, objetos, situaciones. «Para un escritor, …, el mundo es una construcción verbal». El lenguaje de Chejfec se convierte en un deambular por los géneros y las palabras, definido como un sistema experiencial, «esa dimensión compartida por la realidad y la literatura llamada experiencia», pero necesitada de la suficiente abstracción para poder separarla y convertirla en objeto autónomo. Realmente, como una caminata por la ciudad.
Describir entonces el libro como perteneciente a un género no tiene sentido, como tampoco lo tiene decir que no pertenece a ninguno o que los mezcla o intercala, que me parecería otra descripción tópica. Evidentemente, seríamos capaces de decidir que en un fragmento domina el ensayo y en otro la reseña, o que aquí está la poesía de la imagen y en otro la enseñanza de la anécdota, y dónde la ironía. Describir sería una palabra ambigua y más en este caso, porque Sergio Chejfec va caminando por autores que se convierten en relatos, dobla una esquina y habla de la poesía de otros para escribir entre líneas acerca de su propia literatura, o encuentra en la observación demorada de los objetos, las palabras y sus relaciones un método de pensamiento. Como artista, no creo que deba ser de otra manera. Casi estoy hablando de una teoría de la caminata en vez de una teoría del ascensor, pero, inmiscuyéndome como artista en esta reseña, el proceso me recuerda a algunas formas personales de narrar en mi pintura, en una manera que pretende llenar los huecos que quedan entre lo observado y sus significados, entre la realidad y su memoria y olvido, entre las palabras que narran: «En mi recuerdo está presente como un abigarrado momento de historias potenciales». Desarrollar lo observado con un lenguaje es como escandir el texto de una noticia de prensa, «encontrar la idea principal multiplicada en otras distintas».

El nuevo libro de Sergio Chejfec tiene un título que podría llevar a un lector no conocedor del autor al error de pensar en esa técnica comunicativa que consiste en ser capaz de transmitir una idea en el menor tiempo posible, algo parecido a un trayecto de ascensor. La contaminación en este caso del lenguaje empresarial globalizado junto con la popularidad excesiva del microrrelato, puede hacernos creer que estamos ante textos breves e inconexos tendentes a la técnica efectista del microtexto. Nada más lejos. En el libro existe una línea que reúne los relatos que es la propia literatura del autor y sus reflejos; y también porque aquí el objeto ascensor tiene varios sentidos: por un lado, con ironía o sin ella, «el ascensor es una cabina que ofrece una concentrada experiencia de lo provisional», por otro, aparecemos ante los textos como quien abre puertas y leemos cosas nuevas o ligadas, reapariciones de las mismas ciudades o personas. A favor de la linealidad, de la coherencia y unión entre los fragmentos del libro (verticalidad o tráfico vertical de ascensor en este caso) se muestra la elección de la supresión de títulos en los textos, de un índice como tal y de optar sólo por un índice alfabético al final, todo un retrato en tránsito enumerando recorridos a través de nombres de ciudades, calles, autores, personas, organismos o supermercados. Es el único momento en que el libro se centra en la enumeración, aunque aparezcan los listados en las guías telefónicas o una relación de autores y comidas, que por lo demás no es método en el libro; lo cual, si en algún momento nos recordó al OULIPO, nos muestra un camino mucho más personal y gratificante, lleno de poderosas reflexiones.
Dice Vila-Matas en la contraportada que en los textos de Chejfec «no pasa nada, pasa sólo que son excepcionales», como también le he oído decir que donde no pasa nada es donde acaban ocurriendo más cosas. Y probablemente estemos otra vez enfrentándonos a la ambigüedad de términos y a la indecisión sobre qué es cosa o qué es nada. Lo importante es la literatura de Chejfec y sus lenguajes, sus devaneos entre lo narrado y lo real, la acción/inacción, es hallar en la escritura lo que de verdad nos interesa desde la indefinición. La narración no es tal porque no llega a ningún fin, es una manera de hablar de la literatura a través de lo literario. Incluso cuando habla de alguien parece estar usándolo para hablar de él mismo en la literatura. Y eso que cuando aparecen escritores y artistas, tanto reseñando su obra como cuando aparecen como personajes, compañeros observados o protagonistas de sus relatos, demuestra por ellos más que admiración: Saer, Cortázar y las imágenes, Roffé, Sebald, de Stefano, Bellatin y la traducción, Drumond de Andrade…
Doméstico, ordinario, mundano, provisional, difuso, caminante, digresivo, inseguridad, desorganización, caos, asertivo,
«Terminada la lectura y a punto de cerrar el libro aún ignoramos de qué se ha tratado». Y esto, dicho en las dos primeras líneas del libro, es la mejor manera de dejarnos el camino libre.

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Teoría del ascensor de Sergio Chejfec por Miguel Ángel Hernández en Ñ



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.indd Miguel Ángel Hernández escribe sobre Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en Eñe, revista para leer:

«Terminas de leer Teoría del ascensor, el libro de Sergio Chejfec que ha publicado la editorial Jekill & Jill. Chejfec es otro de tus autores de referencia. Y este es un libro extraño. No es un ensayo, no es una novela…, es un libro, un texto más allá de cualquier clasificación, un cúmulo de reflexiones sobre la ciudad, los transportes, el lenguaje, el idioma, la escritura, los escritores, el espacio, las relaciones…, en realidad, todas las cuestiones que preocupan a la literatura de Chejfec. Una literatura que es puro pensamiento, inteligencia desplegada. Pocos autores son capaces de observar y llegar a tocar la esencia de la realidad con tanta minuciosidad y precisión como él. Su escritura es una máquina de análisis del presente. Demuestra que la literatura sigue teniendo una función fundamental: la de desvelar el mundo en el que vivimos.»

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Teoría del ascensor en el blog Mi palabra en tu vientre



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddM. Carmen Márquez reseña Teoría del ascensor,  de Sergio Chejfec, en su blog literario Mi palabra en tu vientre:

Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956) es un escritor argentino que actualmente da clases en NYU. Entre sus obras podemos destacar Lenta biografia (1990), Los incompletos (2004) o Últimas noticias de la escritura (2016).

El escritor argentino nos pone frente a las relaciones que entablamos con los demás y con nosotros mismos mediante nuestras experiencias. Pone a prueba al lector y le hace partícipe de este juego llamado literatura.

Chejfec no quiere que seamos una pieza aislada de este proceso sino que pongamos en práctica todo lo que sabemos.

El autor se detiene a explorar los posibles mundos que existen en los trabajos de otros escritores, como Mercedes Roffé o Martín Caparrós, y muestra que todas las realidades que relatan y/o imaginan son posibles. Todas tienen cabida y pueden ser ciertas dependiendo del punto de vista en que se traten.

Por otro lado, se adentra en las capacidades que tiene la literatura, como puede ser la traducción y su difícil tarea. Chejfec nos plantea un asunto bastante interesante: el objeto que por serlo ha de representar o no lo que físicamente es; quiere decir que cada cosa por sí sola e independientemente tiene un significado y no ha de vincularse siempre a sus semejantes por compartir aparentemente sus rasgos.

Esta Teoría del ascensor se deshace en las manos, en el buen sentido de la expresión, ya que Sergio Chejfec comparte su saber y sus reflexiones de una manera exquisita, interesante e intensa. Una joya literaria desde nuestro punto de vista.

Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, por Patricio Pron


Patricio Pron reseña Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en su blog de El Boomeran(g):
A la fantasía cultural de una lectura «veloz» para la que existirían técnicas específicas, la literatura parece haber respondido, por una parte, con la aceleración de la velocidad de desplazamiento del libro en tanto mercancía, devenida prácticamente instantánea con su pérdida de materialidad; y por otra parte, mediante la adopción de procedimientos que tienden a la constitución de una literatura asertiva, formalmente simple y temáticamente redundante, de la que se excluye todo aquello que pudiese entorpecer (y por consiguiente ralentizar) la lectura, convertida en una práctica presumiblemente engorrosa y algo indeseada, situada como está entre el deseo de haber leído y su realización.
Sergio Chejfec viene produciendo desde hace décadas una obra de un rigor desusado que desde el título del primer libro que la compone, Lenta biografía (1990), tiene en el tiempo uno de sus intereses más habituales. No se trata tan sólo de que los personajes de Chejfec parezcan vivir «fuera» de él, en una zona de contornos difusos en la que la percepción temporal es condicionada por prácticas deliberadamente ajenas a la duración como el vagabundeo y la elaboración de conjeturas: los libros en los que esos personajes aparecen (lo que podríamos denominar «la obra en sí») exigen del lector una velocidad de lectura baja, condicionada por su falta de linealidad, la falta de acciones otras que la percepción y las muchas incertidumbres que tienen lugar y son resueltas o no en ellos: quién habla, respecto de quién lo hace, dónde se encuentra, hacia dónde va, (sobre todo) cómo ve y de qué forma salva el abismo que existe entre la experiencia y su relato de ella.CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.indd
Si la obra de Chejfec es considerada habitualmente «difícil», no lo es sino debido a que (a modo de resistencia al imperio de la velocidad en literatura, le interese esto a su autor o no) su obra no pretende ser el relato de una experiencia sino una experiencia en sí misma: en su resistencia a la lectura adquisitiva, veloz, en el marco de la cual (podría decirse) hubo una experiencia y el lector debe leer el relato que se hizo de ella para conocerla, la opacidad de la obra de Chejfec, su apuesta decidida por la provisionalidad y la irresolución, devuelve a la lectura su condición de experiencia (y podría decirse que toda experiencia tiene su grado de dificultad, incluso la más agradable). Ya sea que narre una deriva por un parque en el sur de Brasil, aborde la obra de Rafaela Baroni o (como en esta Teoría del ascensor) se ocupe de contemporáneos como Mercedes Roffé, Martín Caparrós, Mario Bellatin, Carlos Ríos, Victoria de Stéfano o Igor Barreto, dé cuenta del descubrimiento azaroso de unas postales antiguas de Caracas o de su vida en Nueva York, visite el taller de Eduardo Stupía o escriba sobre sus muertos familiares (Lorenzo García Vega, Juan José Saer, Julio Cortázar), leer a Sergio Chejfec es asistir a una sofisticada forma de recordarnos que toda literatura constituye una doble experiencia: la de aquello que se narra (poco importa si situado en el pasado o en el presente; aquí, poco importa si protagonizada por los sucedáneos de una «primera persona» que Chejfec elude para que la narración autobiográfica no devenga irrelevante o banal: «él», «el escritor», etcétera) y la de la narración misma, devenida experiencia mediante su reenactment en la lectura. Quizás esa recreación constituya una lenta y algo dificultosa experiencia para los lectores habituados a la velocidad de otras literaturas, pero en ella radica la oportunidad de encontrarse con uno de los acontecimientos más importantes de la literatura en español de las últimas décadas, así como algo parecido a una promesa: la de una literatura que al rechazar radicalmente la lectura rápida no pasa, también rápidamente, sin dejar huellas.

Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en El Cultural



Sergio Chejfec Foto: Lisbeth Salas
Sergio Chejfec. Foto: Lisbeth Salas

Josep Maria Nadal Suau reseña Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en El Cultural de El Mundo:

El lector de Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956) reconocerá enseguida las pautas, y buena parte de los temas, que recorren Teoría del ascensor, su segunda publicación en el sello Jekyll & Jill: la presencia de Juan José Saer como piedra angular de la propia interpretación del canon argentino y latinoamericano; la cuestión territorial, que empieza con el recorrido de las ciudades chefjequianas (Buenos Aires, Caracas, Nueva York, París) y a partir de ahí va concentrándose en la contemplación de los espacios limítrofes, periféricos, íntimos o ausentes; un cúmulo siempre creciente de preguntas sobre la relación entre literatura y experiencia, o fenómeno y representación; el paseo como exigencia para el surgimiento de lo literario; lo anecdótico como disparadero de la reflexión, aunque a menudo no sea lo explícito de la anécdota aquello sobre lo que se piensa, sino más bien lo que se deriva de ella; etcétera.

En esta Teoría del ascensor, estas características se articulan en forma fragmentaria, a través de textos que a veces podrían pasar por narrativos y a veces, en apariencia con claridad, como ensayísticos: por ejemplo, aproximaciones a la obra de autores como Martín Caparrós, Mercedes Roffé, Sebald, Cortázar o el cineasta Béla Tarr. Y sin embargo, diría que las lógicas narrativa y ensayística se confunden en Chefjec, y que lo hacen de un modo deliberado e inquisitivo. Precisamente, el autor se refiere a la obra de Tarr en términos que no le sientan nada mal a su propia escritura: “Suele mencionarse la tendencia ensayística de Tarr. […] Creo que cabe otra idea de ensayo, menos formal y declarativa y notoriamente híbrida: más que intentos de respuestas, las películas de Tarr son interrogaciones sobre el realismo”. No creo que en estas líneas haya una voluntad apropiacionista sobre el referente del director húngaro, pero sí una más que razonable correspondencia.

A Chejfec le persigue la fama de escritor denso, incluso opaco; la contraportada de Teoría del ascensor recurre a unas palabras muy acertadas de Enrique Vila-Matas que se refieren a su “voz baja” y su “frío trato irónico”. Es todo cierto, y sin embargo nada más accesible que el universo particular de Chejfec, una vez se recuerda que el paseo es en él una clave estilística: callejeamos por un barrio porteño, por el listín telefónico o por un bucle mental del autor, pero callejeamos en definitiva.

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Y callejear tiene tanto de método como de azar. O, si no callejear, digamos con Chejfec que se puede ascensorear, una práctica que implica un desplazamiento vertical y automático, sí, y también un acceso solicitado o no a varios niveles. Acompañar a Chejfec es descubrir recorridos inesperados, como en el último y extraordinario texto del volumen: el autor estudia unas viejas postales de Caracas, y los agujeros que las termitas han hecho en ellas se le revela de pronto como “una elusiva acción connotativa” que conecta sorprendentemente todas esas imágenes, por otra parte tan fraudulentas como cabe esperar de la industria turística.

Los ensayos-no-tan-ensayos de Teoría del ascensor, tan valiosos como los anteriores cinco volúmenes de Chejfec publicados en nuestro país, exploran ideas sutiles y al mismo tiempo poderosas. Para cerrar, y a modo de ejemplo, sirvan dos citas lúcidas sobre el concepto de ruina: “Sé que el presente es reverberación del pasado. Pero a veces, gracias a la ruina, podemos plegarnos a la ilusión de que es a la inversa: el pasado como eco póstumo (o exhalación invertida) del presente”. Y “también es construida y puede estar arruinada nuestra forma de ver”. Un libro de Chejfec también es un territorio, también contiene pasadizos, también se ejecutan en él elusivas acciones connotativas. Es la literatura.

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Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en Valencia Plaza

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La mirada cuántica de Sergio Chejfec nos muestra lo que no vemos en ‘Teoría del ascensor’

La editorial Jekyll&Jill amplía su catálogo con una nueva obra del autor argentino, un volumen en el que se recoge su inequívoca vocación por detenerse en aquello que a otros pasaría desapercibido

9/01/2017 – 

VALENCIA. Se dice que la experiencia sensorial derivada de la vista es distinta para cada ser humano que cuenta con ella; ejemplo de ello son los enconados debates en torno a si un color se acerca más aquí, al verde, o más allá, al marrón. Este fenómeno ha sido protagonista incluso de modas virales recientes, como aquel vestido del que tanto se habló, sin ir más lejos. Constatar que el vecino navega en la misma realidad que nosotros pero con un radar diferente es algo que nos inquieta: ¿qué puede estar viendo que yo me estoy perdiendo? ¿Será mejor su opción o la mía? La incapacidad de trasladarnos y calzarnos su cuerpo remata la frustración. Qué fantástico sería poder introducirse temporalmente en otro ser y acercarnos a la realidad desde sus sentidos, descubrirlo todo de nuevo a través del tacto extraordinario de un topo, de la sensibilidad térmica de algunas serpientes, de la ecolocalización de los cetáceos, la electrocepción de los tiburones, la habilidad para entenderse con los campos magnéticos del planeta propia de algunas aves.

Como ocurre con esas historias abundantes en detalles las cuales pueden ser disfrutadas una y otra vez porque siempre se nos revelan nuevos matices en la relectura, podríamos percibir otras capas de la existencia que ahora nos resultan del todo invisibles. ¿En qué se convertiría la noche si nos guiásemos principalmente por el olfato? A veces no hace falta imaginar tanto: hay sujetos de nuestra especie que hacen gala de otro talento distinto pero con resultados similares, gente que emplea un sentido idéntico al nuestro de una forma distinta. Gente que mira de otra manera. Donde uno ve rutina, ellos ven ocasión. Donde otros sienten tedio, ellos encuentran un hecho digno de ser desmenuzado minuciosamente hasta comprenderlo y abarcarlo en su totalidad. Algo así le ocurre a Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), autor de Teoría del ascensor y de otros títulos como Mis dos mundos, Baroni: un viaje, La experiencia dramática, Lenta biografía, Sobre Giannuzzi o Últimas noticias de la escritura. En este compendio de reflexiones y visiones que es la última obra suya que nos ha llegado, gracias a la editorial Jekyll&Jill, Chejfec va iluminando parcelas de lo que se extiende allá donde la propiocepción -hablando de sentidos- nos dice que hemos terminado nosotros.

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Quizás de Japón y su idiosincrasia habríamos apreciado más otros elementos que su asombrosa tendencia al cero, una particularidad matemático-social que de pronto se torna un hecho muy tangible y verdadero una vez ha pasado por el particular filtro del autor. En este caso, el poso de quien escribe, su impronta, es más que evidente: es como una lente que ralentiza la llegada a una certeza, un cristal translúcido en ocasiones y en otras, tan transparente que podríamos chocarnos con él. Chejfec es un medio de transporte complejo al que hay que aproximarse con cierta precaución. La experiencia de leerle es difícil de explicar, algunos episodios -no son exactamente episodios- transcurren fluidos y reveladores, en otros corremos riesgo de quedar apresados por la densidad de la página. Enrique Vila-Matas vuelve a aparecer por estos pagos: si ya mencionamos su gusto por el bilbaíno Álvaro Cortina, autor de Deshielo y Ascensión, añadiremos ahora lo siguiente sobre Chejfec: “¿Es narrador o ensayista? Ahí a veces dudo, como ahora mismo; titubeo bastante, nunca sé qué decidir. Pero no importa. Después de todo, a él le atraen las indecisiones. Con todo, de algo creo estar seguro: en sus textos, poblados de fantasmas tenues y etéreos, acabo siempre de golpe comprendiendo que no pasa nada, pasa sólo que son excepcionales”.

Narrador o ensayista: Chejfec alterna entre un pelaje y otro sin prestar demasiada atención a la metamorfosis, su prosa se desenvuelve cómodamente en cualquier situación. Tan pronto nos informa de las mecánicas del premio literario que ideó junto a Alejandro Zambra y Guadalupe Nettel -el Alacrán-, como nos devuelve a esa época en la que las guías de teléfono -descritas con una maravillosa capacidad para poner palabras a algo tan cotidiano como el contraste entre robustez de estos tomos y lo aparentemente frágil de sus hojas- podían servir para localizar a escritores de la talla de Cortázar en mitad del caos y el frenesí de una gran metrópolis como el Buenos Aires que frecuenta en sus relatos. La mirada de Chejfec tiene una cualidad cuántica, sus ojos y su intención se posan en eventos discretos, en paisajes a los que ya estamos acostumbrados, y es allí, en estas normalidades, donde el escritor encuentra el material que requiere para desplegar su talento y su erudición.

Catalogar lo que nos ofrece el argentino es una tarea ardua; esta no es una obra recomendable para quienes busquen una única historia, ni tampoco para quienes deseen dedicar unas horas a la lectura de un ensayo al uso: en Teoría del ascensor las perspectivas se mezclan y los horizontes se difuminan. La ambigüedad a la que se le dedican palabras en el libro se mantiene presente en todo momento. Cita Chejfec a Walter Benjamin en uno de los pasajes del libro para compartir con el lector la semejanza entre la labor del escritor y la del cocinero: así como hay productos que crudos nos resultarían dañinos, y es el oficio del chef el que los hace digeribles y apetitosos, también sucede que muchos acontecimientos son anodinos o indigestos hasta pasar por las manos de un buen gourmet de la escritura, como en este caso sería Chejfec. Él puede transformar una reflexión en un capítulo perlado de grandes sentencias donde se nos enfrenta a nuestro propio idioma, de tal forma que conseguimos vislumbrar sus costuras, sus límites.

¿Y qué hay del ascensor? Dice el autor que los ascensores “ofrecen, para quien quiera encontrarlas, experiencias de la suspensión. El ascensor se manifiesta por sus efectos. No solo alude a la suspensión física de las cabinas cuando van de un punto a otro en la vertical, sino sobre todo a la pausa impuesta en el interior hasta que el tiempo corre de nuevo cuando la puerta se abre”. Un ascensor, un elevador que nos va parando en diferentes plantas de la literatura. Así es leer a este escritor que parece ser capaz de hacer grande lo más pequeño.

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Pedro Bosqued escribe sobre Teoría del ascensor de Sergio Chejfec



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddPedro Bosqued, profesor de la Escuela de Escritores, escribe sobre los tiempos verbales y Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en El Asombrario & Co.

«Sirva como ejemplo, el siguiente extracto de una novedad editorial que acaba de llegar a las librerías. En su último libro, Teoría del ascensor (Jekyll & Jill), el argentino Sergio Chejfec cuenta un suceso que al narrador le sucedió hace ya algún tiempo. “Una madrugada de 1985 me tocó estar en la pizzería El cuartito, en la calle Talcahuano de Buenos Aires. Era hora de cerrar: la santamaría de la puerta ya había caído y dos mozos ponían las sillas patas arriba sobre las mesas. Por entonces esta pizzería era más barrial, sin la luz abundante que tiene ahora y con las paredes menos decoradas con fotos y recortes de prensa. Aquella noche cerca de la entrada se demoraba un señor mayor, hacía rato que había terminado el plato y la bebida, y ahora estaba concentrado en contar unos billetes que iba extrayendo del montoncito que había puesto sobre la mesa, presumiblemente para pagar. Los mozos hacían gestos de impaciencia cuando pasaban por detrás de él, pero también de complicidad, como si lo conocieran, lo cual se traducía en algo parecido a la burla”. No solo está el pretérito indefinido, aparece por ejemplo el presente (luz abundante que tiene ahora) para dinamizar la historia. De forma que al tiempo elegido para narrar la anécdota, el pretérito indefinido; Chejfec elige otros tiempos verbales que traen el suceso hasta el tiempo en el que se lee.»

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Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en El Imparcial



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddFrancisco Estévez reseña Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en El Imparcial:

La escritura de Sergio Chejfec no tiene más sastre qué sí misma ni traje que le tome exactas costuras en su libérrimo discurrir. A caballo intergéneros se desenvuelve sin aparente brida con extraño domeño del corcel. “¿Es narrador o ensayista?” se pregunta Enrique Vila-Matas. En definitiva, lo que ocurre es que, como el resto de géneros, el ensayo se desprende a las bravas de un gastado corsé que acotaba su narrar y busca prendas en el fondo de armario de la intimidad biográfica del escritor. Como el resto de disciplinas, buena parte de la literatura actual más interesante tiende a fusionar géneros, hibridar discursos.

En 2015 la ya famosa editorial Jekyll & Jill presentó en terreno español su Últimas noticias de la escritura. El argentino daba allí visión de la ambivalente posibilidad de memoria y olvido a la cual aboga impenitente la escritura desde aquella primera noticia escrita por Platón pero pregonada por boca de Sócrates en el conocido fragmento del Fedro. Ese inquietante sino doble de la escritura vuelve a tomar cariz fundamental desde los primeros párrafos de Teoría del ascensor. Con un arranque aclaratorio que expande más nieblas todavía con elegancia, al situar en terreno inestable su caminar textual: “Acaba de cerrar el libro y no entiende muy bien de qué ha tratado. Supone que si alguna educación o advertencia anima a este relato está bien oculta”.

Tampoco niega que ese ocultamiento sea parte del disimulo. Tras las consideraciones sobre enigma o evidencia, que, al entendimiento de este cronista quedan ligadas a las de la memoria o el olvido platónico, hay una propuesta de disolución del yo narrativo (pág. 9) pero también la toma de una naciente desconfianza textual y su quiebra narrativa ya convertida en tópico contemporáneo con el abandono resignado de la “ilusión ficcional”.

La idea reflexiva torna relato en el discurrir de la escritura física con su “incertidumbre selectiva”. En breves fragmentos, a veces con clara conexión, otras más subterránea, se reflexionará sobre el variable perfil de una misma lengua en distintos terrenos, la reflexión sobre la “literatura del yo”. Muy sugestivas serán las divagaciones acerca de la traducción y otras más adelante sobre las guías de teléfono, páginas esas que podrían dar para un pequeño tratado. Sin embargo aquí tenemos el esbozo, la trastienda de la escritura misma volteada hacia lo externo para tangenciar la mirada, oblicuar el pensamiento, acaso para tomar por los cuernos la propia voz.

Pero no a la manera de las propuestas jugosas de Mario Bellatin (mencionado en estas páginas), truncadas casi siempre en su propia lógica. Este paseo literario sube del exterior de la ciudad o desciende a lo íntimo del pensamiento, volcado aquí en la literatura. De lo más valioso, sin duda, las reflexiones sobre otros autores. De una frase de Kipling al desentramado de la voz de Oswaldo Lamborghini, hasta un fino desvelamiento del oficio de Juan José Saer. Sobresaliente son los párrafos dedicados al borroso lirismo de Mercedes Roffé. En estos apuntes emerge el sensible y cultivado lector que es el argentino. Obsérvese, por ejemplo, cómo merodea la amplia escritura de Martín Caparros: “Su lectorado imaginario que no se predica en términos psicológicos -a la María Moreno, por ejemplo-, tampoco idiosincráticos – a la Cortazar-, ni siquiera culturales- a la Fogwill-, o históricos -a la Piglia-“.

La narración sobre las bases del Premio Alacrán (pág. 33) donde ofician de jueces Guadalupe Nettel, Alejandro Zambra y el propio Chejfec, pueden dar juego al chascarrillo de algunos pues no se oculta la camaradería ni las connotaciones de tópico literario que rodean al premio basado en una botella de mezcal. Aunque uno dude sobre el carácter maledicente de la expresión “ser alacrán”, sino más bien traicionero.

El lector puede quedar desconcertado y no sabrá si Chejfec debiera aparecer en las lista de lecturas del año o, por el contrario, no aparecer en ninguna, no dejar apenas rastro más que en unas horas de fructuosa lectura. El presente es un libro de libros, de lecturas y vida entre sus líneas. Las postrimerías del año tienen aún curiosidades literarias de extraña clasificación que al igual que la novela para Sergio Chejfec pueden también “revelar un espacio más que contar una historia”.

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Sergio Chejfec y Paco Inclán – Librería Pasajes (Madrid)



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Pasajes Librería Internacional (Calle de Génova, 3, Madrid) recomienda Tantas mentiras e Incertidumbre, de Paco Inclán, y Últimas noticias de la escritura y Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec.

«Hoy os dejamos algunas recomendaciones en castellano editadas por Jekyll&Jill Editores; entre ellas, lo nuevo de Sergio Chejfec, de quien Enrique Vila-Matas se declara «adicto», o la preciosa edición en tapa dura de Paco Inclán. ¿Con cuál os quedáis? ;-)»

Sergio Chejfec y Teoría del Ascensor en La Opinión de Murcia


CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddRuby Fernández reseña Teoría del ascensor de Sergio Chejfec, en el diario La Opinión de Murcia (24- Dic- 2016).

Optar al título y consideración propia de ser habitante de una ciudad, únicamente se gana con el paso del tiempo y la asimilación de la rutina en soledad, este es el verdadero e indiscutible sentimiento urbano. La editorial Jekyll and Jill, nos proponen un paseo por el interior de las fronteras de América Latina y Europa, nos invita a validar el erotismo de la urgencia de una panadera en ciudades como Buenos Aires, Caracas o Rosario. En casi todas estas siempre hay algo que está por ocurrir, siempre hay germen para un poema, aunque este parta de una moción policial. Totalidad oculta dentro de una generalidad informativa.
Aquí, el libro de todo y nada nos sugiere instalar la lectura en el campo de la desconfianza  si lo que queremos es  crear mejor. El buen escritor grafía para si mismo, se cuenta las historias una y otra vez, hace oscilar la trama y cuando más seguro está de lo que ha escrito, lo hace atravesar el pasillo de la censura ya que -según él-  el lirismo usado por todos le sirve para poco, por eso, usémoslo únicamente si la necesidad adolece. 
A lo largo de estas páginas se nos plantea la manera de subsanar las heridas de una ciudad mediante la recopilación de datos y colores. Este autor, mantiene la teoría de la simultaneidad igualadora de la guía de teléfono, estar en dos planos a la vez, visitando así tiempos pasados, convirtiéndose este volumen de papel malo en diario involuntario. Las Páginas Amarillas o el poder del color sensacionalista.
Como buen lingüista, el argentino, pone en un momento el papel de la traducción en tela de juicio. Los mercenarios encargados de vestir con otro traje al mismo individuo, son acusados de distanciar el opus inicial del objetivo principal y esque no todos los idiomas sufren igual, temen igual. A nadie le gusta acudir a una reunión y no saber de qué se habla. 
Experimento a medio camino entre la novela planteada en forma tríada temática -literatura, lectura, traducción- y la lucha anotada, por todos es sabido que la escritura, para que sea de verdad, no ha de ser algo pacífico.Podemos decir que lo que hace Sergio Chejfec en su Teoría del Ascensor es enlazar rituales en los que se baila casi igual sobre los diferentes matices. Partiendo de la nada occidental, el autor nos muestra los pros y contras de la ritualidad japonesa del té, del poder de una mirada dentro y fuera del cine y la literatura. Aquí las cajas, sirven para algo más que para acumular polvo. 
Mitología del alma contra jerarquía moral con el único final de sobrevivir en el mundo.

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