Etiqueta: Sergio Chejfec

Últimas noticias de la escritura de Sergio Chejfec en Babelia El País



Mercedes Cebrián dedica un interesante artículo al futuro de los textos manuscritos y cita el libro Últimas noticias de la escritura, de Sergio Chejfec. En Babelia El País:

«Sobre la nueva materialidad de la escritura también se ha escrito en castellano. Un buen ejemplo es el ensayo del escritor argentino Sergio Chejfec titulado Últimas noticias de la escritura (Jekyll and Jill, 2015). A pesar de los radicales cambios sufridos en los manuscritos durante las últimas décadas, Chejfec detecta una paradoja en la organización textual de la escritura digital, y es que «sigue siendo básicamente la misma que en el pasado: la palabra, la línea, el párrafo, la página». Asimismo, a lo largo del ensayo, Chefjec da fe de la fascinación que ejerce todavía hoy sobre nosotros la escritura a mano al recordar una exposición de manuscritos de Proust a la que acudió en 2013 con motivo del centenario de la publicación de Por el camino de Swann. Fue precisamente en las salas de la Morgan Library donde el escritor reparó en que los asistentes «buscaban una verdad que se pusiera de manifiesto instantáneamente, como consecuencia de la cercanía física tanto de la letra original como de los objetos manipulados por Proust», y también en que, ante un manuscrito expuesto, siempre tiene lugar «una lucha entre mirar y leer».»

ENLACE al artículo

Sergio Chejfec, entrevista en Cuadernos Hispanoamericanos


Sergio Chejfec

«Apuntes para un panfleto»

Sergio Chejfec

© A. J. JOJI

Nacido en 1956 en Buenos Aires (Argentina), Sergio Chejfec empezó a publicar en revistas literarias al tiempo que se desempeñaba de librero, taxista u oficinista. Se trataba, en sus propias palabras, de «compatibilizar el “estudio” y la subsistencia». En 1990 se mudó a Caracas, donde formó parte de la redacción de la revista cultural y de ciencias sociales Nueva Sociedad. Radicado en Venezuela, Chejfec fue desplegando desde su país natal una bibliografía que, inaugurada con las novelas Lenta biografía y Moral —ambas aparecidas en 1990—, se compone fundamentalmente de obras narrativas, aunque también incluye la poesía —Tres poemas y una merced (2002), Gallos y huesos (2003)— y el ensayo —El punto vacilante (2005), Sobre Giannuzzi (2010)—. A sus dos primeras novelas de 1990 le sucedieron títulos como El aire (1992), Cinco (1996), El llamado de la especie (1997), Los planetas (1999), Boca de lobo (2000), Los incompletos (2004), Baroni: un viaje (2007), Mis dos mundos (2008) o La experiencia dramática (2012), así como los cuentos de Modo linterna (2013). Ha recibido prestigiosas becas literarias como las concedidas por la Civitella Ranieri Foundation, la Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs (MEET) de Saint-Nazaire o la John Simon Guggenheim Foundation. Desde 2005 vive en Estados Unidos y ejerce la docencia en el programa de Escritura Creativa del Departamento de Español y Portugués de la New York University (NYU), donde es Distinguished Writer in Residence. Sus últimos libros, característicos de la hibridez genérica y la renombrada incertidumbre referencial que singulariza la literatura de este autor, son Últimas noticias de la escritura (2016), El visitante (2017), Teoría del ascensor (2017) y 5 (2019).

En su último libro, 5, que se propulsa narrativamente a partir de Cinco, un texto originalmente publicado en 1996 gracias a una residencia literaria en Francia, se desliza la idea de que sus primeras obras —Lenta biografía, Moral y El aire— componen una especie de protohistoria personal. ¿Podría describir de qué naturaleza era su imaginación literaria durante aquella época?
Supongo que en ese momento estaba captado, probablemente sin advertirlo, por cuestiones amplias. La memoria y la herencia, la constitución de la escritura, el espacio de la ciudad. Me parece que son novelas indagatorias, y además que están asociadas a la adquisición de una lengua de escritura, por lo menos al intento. Son un poco tentativas y enfáticas a la vez; novelas de alguien que comienza. También es verdad que no me abandonó la sensación de comienzo, debe ser porque he tenido con la literatura una relación de ajenidad.
La imaginación literaria ha sido un poco cerrada, o directamente reducida. Sigue siendo así. Me siento ajeno de la idea de peripecia. Aunque muchas veces la disfrute frente a buenos libros, es un terreno un poco vedado para mí, quién sabe por qué. Diría que más que literaria, mi imaginación es narrativa, y aun así es bastante acotada. Es una imaginación más volcada a la idea de relato, en general y casi abstracto. Una enunciación que puede asumir distintas formas. Una imaginación asociada al relato, por lo tanto una imaginación relativa…

Su primera novela, Lenta biografía, suele catalogarse como una novela de la «posmemoria», es decir, esa memoria de segunda generación que, en el caso particular de su libro, aspira a verbalizar el pasado de un padre judío empeñado en no recordar el Holocausto. Y todavía en Los planetas, de 1999, la huida de la persecución nazi se vincula con el terrorismo de Estado en Argentina. Este tipo de coordenadas más o menos heredadas y de carácter histórico se fueron adelgazando posteriormente en sus libros. ¿Cuál fue el detonante que le condujo a explorar la memoria y la identidad por otros medios y estrategias?
No creo que hayan sido completamente heredadas. Al contrario, supongo que esos otros medios y estrategias obedecieron al peso real, emocional y perentorio, de estas cuestiones. Me parece también que la distancia narrativa respecto de la dimensión más testimonial buscaba no rebajarlas como problemas ni como temas, y asignarles una dimensión dramática por otras vías.

En el contexto de la literatura argentina, Ricardo Piglia o Graciela Speranza han subrayado el florecimiento de ciertas poéticas narrativas que, especialmente a raíz del Proceso de Reorganización Nacional, reaccionaban frente a la narrativa del Estado, cuya monolítica voz aspiraba a controlar y centralizar las historias que circulaban en su seno. ¿Proviene de tal circunstancia su elección de ese «tono menor» (Enrique Vila-Matas), conjetural y prolijo, capaz de obrar un llamativo extrañamiento de la realidad circundante?
No creo. Supongo que más bien se relaciona con las lecturas amadas y una forma de mirar en particular. También con una confianza negativa en la literatura o la narración. No tanto como instrumento para describir la realidad como para preguntarse sobre ella.

Desde el principio, el espacio se configuró como uno de los aspectos esenciales y más problemáticos de su literatura. Ya en El aire, el paisaje de Buenos Aires acusaba la ausencia de la mujer del protagonista, revelándose nuevas dimensiones del diseño urbano a causa de ella. En 5, su último libro, las deambulaciones del narrador por Saint-Nazaire, una ciudad francesa de astilleros y vinaterías, continúan vertebrando el discurso. Estos lugares se alzan como agentes provocadores de la narración y se convierten progresivamente en su asunto principal. Pero también parece que, de alguna manera, al transustanciarlos en literatura, se convirtieran en un lejano y sospechoso recuerdo. ¿Hasta qué punto su escritura clausura de forma consciente esos espacios o se distancia sentimentalmente de ellos?

Mi impresión es que la narrativa depende demasiado de la idea de cronología para contar una historia. Nuestra percepción de los hechos es más simultánea que secuencial, aun cuando precisemos de las secuencias para que lo real sea comprensible. Me gusta pensar mis relatos en términos de espacio, más que de progreso temporal. La ilusión es que se liberen de ese modo de las presiones hacia una forma de representación unívoca.
Supongo que para mí el espacio en los relatos es un ardid para evadir el tiempo. El recuento de lo que ocurrió antes y de lo que vino después. Es verdad que no es claro apartarse de eso, pero me gusta pensar en otros ejes para desarrollar un relato. El espacio, en sus distintas configuraciones, podría ser uno de ellos. Porque brinda la posibilidad de suspender el tiempo.

Tal vez sea en Mis dos mundos donde ha problematizado en mayor medida la tradición moderna del flâneur y del paseante urbano. Allí, las excursiones en torno a un parque brasileño no implican ninguna revelación o hallazgo, más bien sumen al narrador en la asfixiante e intermitente vida de la ciudad contemporánea (fundamentalmente de la urbe latinoamericana). ¿Puede relacionarse este hecho con la suburbanización de estos espacios, es decir, con la transformación de una parte del mundo en una sucesión de barrios descoyuntados, slums y bidonvilles?
Puede y no, no lo sé. En cuanto al flâneur, para mí es una figura residual que encarna la decepción. Seguir levantando al paseante como un icono de la modernidad en realidad es un intento de dar oxígeno a una actitud agotada e imposible. Muchas veces se ha convertido en un lugar común que permite el desarrollo de historias llenas de guiños culturales inútiles y de tics previsibles, porque aluden a un paisaje meramente voluntarista.

Unos apuntes incluidos en Teoría del ascensor profundizan en una actitud vital que usted ha designado como «deserción psicológica» y que considero esencial para comprender su literatura. Se trata de esa especie de «frontera interior» respecto del mundo cotidiano que suelen establecer sus narradores y personajes. ¿Es su literatura una consecuencia de la conciencia hiperselectiva, defensiva y a menudo paranoide que suelen desarrollar quienes viven en un país extranjero?
No creo que un personaje deba tener atributos de la literatura del siglo xix, expresados en términos de transparencia social y psicológica. Creo que la deserción psicológica sirve para refutar buena parte de las coordenadas dominantes. En esas deserciones encuentro más posibilidades literarias que en procesos de elocuente identificación con algo en particular.

Modo linterna reúne nueve textos que trasladan su poética al ámbito del cuento literario. Si, por lo general, su literatura tiende a lo deambulatorio y lo divagatorio, ¿qué espacios concretos o qué acechanzas específicas le permite encarar este género?
Son relatos cortos que podrían haber sido extensos. A lo mejor en algunos casos con una extensión más novelística. No los diferencio gran cosa de los relatos extensos. Sencillamente en cierto momento decidí que hasta ahí habían llegado. Me muevo de forma intuitiva, y atendiendo un poco al deseo de seguir o no con eso. Lo que uno busca es más o menos igual en los relatos cortos o extensos. Para mí, se relaciona con la memoria del lector. No me interesa tanto que vaya a recordar una historia como que tenga la sensación de haber asistido a un momento desplegado a lo largo de cierta cantidad de páginas.

En la permanente imbricación entre memoria e identidad que distingue su literatura, resulta llamativo constatar que, pese a que sus libros suelen gravitar sobre estos ejes, no creo que se pueda afirmar que el lector conozca o acceda finalmente a las interioridades de los narradores y personajes, cuya actitud es con frecuencia dubitativa, insegura, elusiva o desconfiada. Son, como el título de uno de sus libros, Los incompletos. El lenguaje, obviamente, representa un problema para ellos. Pero, como dijo Richard Poirier, «el lenguaje es el único modo de sortear los obstáculos del lenguaje». ¿De qué modo el lenguaje les permite (o no) conjeturar su arduo lugar en el mundo?
El tono es importante. Mi idea es la de un tono conversacional, que de este modo se aproxime al soliloquio. Otro elemento acaso sea la actitud hacia la narración, que tiende a ser reflexiva. Mis narradores no se preocupan tanto por lo que ocurre sino por el significado de ello. Es que, en definitiva, tiendo a creer que la narración se trata del despliegue del pensamiento. A lo mejor por eso me siento más identificado con la dimensión ensayística de un relato, que le permite liberarse de los mandatos del sentido en términos de acción o resultados.

La ficción constituye literalmente un problema en Baroni: un viaje a la hora de representar a la singularísima y multidimensional Rafaela Baroni, pero también para describir la amalgama de tradiciones artísticas, creencias religiosas, paisajes y fenómenos paranormales que se entrelazan con la vida de este personaje. Sin duda, ese libro eleva varios interrogantes acerca de la naturaleza de la creación artística. ¿Es esa incertidumbre ante lo descrito, ese indefinido vaivén genérico (ficción, ensayo, relato de viajes, écfrasis) el inevitable corolario de una realidad múltiple y escurridiza, refractaria a toda representación fija o estable?
La pregunta que traté de hacerme en Baroni pasaba por entender de qué modo tan profundo me sentía yo atravesado por un arte que es más elocuente que sofisticado. Ello me llevó a la descripción de cosas relacionadas con el arte de esta artista, con su vida y su paisaje. Fue también una suerte de despedida de Venezuela, país en el que estuve quince años. Tanto el impacto de conocer a Baroni como el hecho de separarme de tan bello y escurridizo territorio me pusieron en el trance de la descripción. Sentía que si «contaba», violentaba. Y que si describía, ponía a mi relato fuera de las luchas explícitas por el significado legible. Aun cuando, claro, el significado siga siendo, espero, un interrogante fuerte en el libro.

Y en relación con la pregunta anterior, ¿cómo se relacionarían las estrategias de representación que ha ido desarrollando con su propósito explícito, durante la época de Cinco, de escribir «antiliteratura»?
La idea de antiliteratura no tiene nada de novedoso ni excepcional. Es algo muy básico, casi inocente. Pasa por contestar, en la medida de lo posible, el peso institucional de lo literario. Traicionar o rebatir un mandato de legibilidad, de intencionalidad, de circulación, de corrección, etcétera.

En medio de esta encrucijada de discursos y géneros, ¿qué otra disciplina artística considera que ha marcado en mayor grado su escritura y su dicción?
Me gusta escribir sobre poetas y artistas plásticos. Acaso porque, en general, ambos tienen una relación con la temporalidad, en sus obras, que yo añoro para la narrativa. La relación es de mayor inmediatez con la percepción, no tanto con el desarrollo.

Finalmente, dado el carácter performativo de su obra (donde se combinan y ensamblan géneros, materiales e incluso imágenes), cada libro que publica parece alzarse al cabo como una faceta, tesela o capítulo de un episódico libro de artista. Es obvio que ponerle un título a semejante obra sería demasiado comprometido. Pero, si aceptamos que esto es así, ¿qué lema o subtítulo (provisional, si quiere) podría rotular este work in progress?
Elegiría el propio título de una cosa que termino ahora: «Apuntes para un panfleto». No está en la naturaleza de mi escritura asumir una voz alta, pero a la vez existe un deseo de operar en términos de disolución. Quisiera que mi literatura fuera más destructiva de lo que es. Por eso apuntaría a un panfleto imposible, porque carece de volumen acústico y debe conformarse con los apuntes.

ENLACE al artículo

5Teoría del ascensorÚltimas noticias de la escritura

5 de Sergio Chejfec en Cuadernos Hispanoamericanos



Cristian Crusat reseña 5, de Sergio Chejfec, en Cuadernos Hispanoamericanos:

Fenomenologías de lo eventual

5, el último libro de Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), por lo demás editado primorosamente, acentúa uno de los aspectos más sobresalientes de la literatura de este escritor: su radical espacialidad. De este modo, si consideramos que la obra de Chejfec constituye un episódico repertorio de actitudes frente a lo visible y lo representable, 5 significa la ratificación absoluta de que el espacio es el eje primordial sobre el que se articulan las relaciones del autor argentino con el mundo (y, dentro de éste, sobre todo, con las prácticas de la escritura). En efecto, la literatura de Chejfec depende del espacio, el cual se alza como agente provocador de la narración y se convierte progresivamente en su asunto principal. Profundizando aún más en estos presupuestos, cabe afirmar que la literatura de Chejfec —que parte de la observación y el movimiento— se enmarca siempre en un espacio concreto (a menudo novedoso y extranjero, ya sea por medio de un viaje, ya de una caminata), al que clausura de algún modo tras haberlo transustanciado en cuaderno o libro. Sin embargo, la naturaleza de los espacios con los que se imbrica el discurso de Chejfec no debería relacionarse con la de las célebres imágenes de espacios felices y ensalzados que, al cabo, conformaban la maravillosa e íntima topofilia de Gaston Bachelard en La poética del espacio: cajones, buhardillas, rincones, armarios, nidos y conchas… Encierran siempre los lugares en la literatura de Chejfec algún tipo de paradoja, singular incoherencia o cauteloso asombro. No obstante, la prosa de este autor sí refleja un mismo desequilibrio entre los vaivenes del exterior y la intimidad, aunque hablar de intimidad en la obra de Chejfec podría ser arriesgado, toda vez que los narradores de sus libros se caracterizan por su carácter elusivo e inseguro, propio de un intermitente, forastero y suburbano «hombre sin atributos».

En congruencia con lo anterior, cabe reseñar que ya en varios de los libros de Chejfec, aunque singularmente en Mis dos mundos (2008), se había problematizado la tradición moderna del flâneur y del consabido paseante urbano. Por medio de una demorada y minuciosa escritura, la caminata se convertía entonces en un mecanismo elemental y en un procedimiento literario básico de este autor, en una suerte de tic físico y social que, además de desvelar el esencial desequilibrio entre los mapas y la realidad urbana, motivaba un profundo desnortamiento en el narrador (en el caso de Mis dos mundos, a través de un anodino parque brasileño, justo antes de cumplir los cincuenta años; aunque Buenos Aires, París o Caracas también figuran en el particular atlas del desconcierto de Chejfec). Desamparado a merced de la inanidad de sus excursiones, el narrador quedaba extraviado en la discontinua vida de la ciudad contemporánea, privado de cualquier tipo de revelación o hallazgo y entregado a la deriva de la escritura fragmentaria e inconexa. Inacción, errancia y fractalidad definen el flâneurismo narrativo de Chejfec, quien ha convertido la caminata deambulatoria en su indolente abstracción literaria y su propia escritura, en un «réquiem impasible del paseante urbano clásico» (Graciela Speranza).

5-coverimage

En las primeras obras de Chejfec, como Lenta biografía (1990), El aire (1992) o incluso Los planetas (1999), los lugares y espacios establecían una densa relación con la memoria personal y familiar, de manera que el recuerdo (o su imposibilidad) determinaba tanto la configuración del escenario urbano como el delineamiento de la propia identidad del narrador. Poco a poco, tales coordenadas más o menos heredadas y de carácter histórico (el pasado de un padre judío que escapó del Holocausto, la desaparición de un amigo durante la dictadura militar argentina) dieron paso en la trayectoria de Chejfec a relatos que gravitaban sobre un puñado de modestas peripecias vitales, a través de cuya minuciosa narración comenzarán a desprenderse leves indicios, tímidas conjeturas sobre la propia identidad y el sentido que ésta puede encerrar. Radicado en Nueva York, adonde llegó después de vivir durante tres lustros en Caracas, la literatura de Chejfec responde a una actitud vital que él mismo llegó a designar como «deserción psicológica» en Teoría del ascensor (2016): a resultas de su condición extranjera y del medio multilingüístico que habita, Chejfec ha ido creando, como sus reconocibles narradores, una «especie de frontera interior, silenciosa, paradójicamente por proximidad, del mundo cotidiano», es decir, una conciencia hiperselectiva y a menudo paranoide en relación con todo lo que le rodea (y que, en cierta medida, gracias a su extranjería, convoca en el lector el recuerdo de esa galería de exiliados de la literatura de Nabokov: seres espectrales que, desposeídos de todo cuanto un día fue suyo, pierden incluso la certeza de la realidad de su propio yo).

Y tal vez éste represente el aspecto más cautivador de la literatura de Chejfec: su meticulosísima enunciación de cuanto sucedió o pudo haber sucedido, lo cual le confiere a cuantos libros publica su particular cualidad divagatoria y acechante, como si el fenómeno de la escritura se estableciera como un genuino mecanismo de alerta o precaución. De todas formas, esta cautela que pone en marcha la escritura chez Chejfec nunca se ve satisfecha; más bien sucede todo lo contrario, pues a medida que se profundiza en la descripción de los detalles y vislumbres se multiplican, inevitablemente, las sospechas. Quizá fuera en La experiencia dramática (2012), más aún que en Los incompletos (2004), donde este autor supo conjugar de manera más precisa su puntillista descripción del comportamiento de los personajes y, al mismo tiempo, convertir la narración en una permanente y admirable exploración de contingencias. En general, este breve repaso a la trayectoria de Chejfec debería resultar significativo, ya que 5, el libro que nos ocupa, es el testimonio de un momento decisivo en la escritura de este autor y acaso recrea su más determinante punto de inflexión.

Cumple referir desde el principio que, en puridad, 5, el último título publicado por Sergio Chejfec, constituye un díptico narrativo. Así, en primer lugar, figura un texto que, denominado «Cinco», fue el resultado de un periodo de residencia literaria de la que disfrutó Chejfec en 1995, concretamente en la Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs (MEET) de la ciudad bretona de Saint-Nazaire. Por este motivo, «Cinco» delinea una sucinta trama provinciana de aire inequívocamente francés, muy próxima a las asordinadas atmósferas de la nouvelle vague: tanto el carácter de sus personajes como el conflicto narrativo responden a la naturaleza portuaria del lugar, que convierte la original «Cinco» en una historia a medio camino entre aquellas protagonizadas por esos personajes de Éric Rohmer que de repente deciden espiar y seguir a algún desconocido en la calle y una imaginaria adaptación de alguna novela —tal vez nunca escrita— de Simenon. La narración aspira a encontrar en esos rastreos una verdad puramente sentimental sobre un puñado de personajes, es decir, una verdad conjetural, efímera e incompleta.

Le sigue a este texto de 1995 uno nuevo, «Nota», que le confiere todo su sentido al conjunto. Mediante la rememoración de la época en que «Cinco» fue escrito y, sobre todo, del repaso de las ideas que para el autor convocaba por aquel entonces la práctica de la escritura, esta «Nota» se convierte en un texto esencial para comprender el quehacer literario de Chejfec. Entre otras muchas cosas, «Nota» relata: las rutinas de trabajo durante el periodo de residencia, la relación del narrador con las personas vinculadas a la institución, su propósito de escribir «antiliteratura», las deambulaciones por una ciudad de astilleros y vinaterías (y el retrato de quienes frecuentan estos lugares), las rutas de autobús por el extrarradio, y un breve romance entre sesiones de lectura de El mar de las Sirtes, de Julien Gracq. Pero, en lo esencial, la «Nota» conforma una oblicua poética literaria de Chejfec, ya que gravita en torno a una época cardinal para su proyecto: «Porque debo decir también que poco a poco he ido considerando la Residencia como la circunstancia en que me plegué a la escritura de una forma nueva —o abandoné la anterior—; el “almácigo” o incubadora de otro tipo de imaginación».

En otras palabras, 5 (el díptico formado por «Cinco» y «Nota») da constancia del momento en que Chejfec se cayó del caballo de camino a su Damasco privado, tanto que en sus páginas llega a afirmar que los libros escritos antes de aquella residencia forman parte de una protohistoria personal. En esa ciudad bretona se consolidó la renombrada incertidumbre referencial que caracteriza los libros de Chejfec, uno de los rasgos que este autor comparte con uno de sus maestros reconocidos, Juan José Saer, a quien ya homenajeó en uno de los cuentos de Modo linterna (2013). Con el autor de El entenado, Glosa o En la zona, Chejfec parece asumir la distinción que Walter Benjamin estableció entre el novelista y el narrador, es decir, entre el sedentario y el viajero: «Yo tomé esa afirmación como una metáfora del novelista que está instalado en una teoría ya consolidada, y el narrador como el que viaja, el que explora y trata de modificar las formas, las posibilidades de su instrumento narrativo» (Saer). En congruencia con esto, desde entonces los libros de Chejfec se han erigido en seductoras tentativas narradoras de acceso a lo real, aunque sus aproximaciones pueden ser tan remiradas y prolijas que, paradójica y felizmente, obran un audaz extrañamiento de todo lo circundante, que queda distorsionado por un hiperrealismo sentimental y desestructurador.

A lo largo de estos años, el proyecto de Chejfec ha ido presentando pequeñísimas variaciones, al punto que, a tenor de su estricta y reconocible poética, pronto el hecho de titular sus libros podría dejar de tener sentido, ya que cada uno de ellos no es más que otra muy reconocible faceta de un núcleo esencial. Los riesgos de semejante escritura son evidentes, entre los que ciertos recelos acerca de lo previsible o pronosticable de su escritura no dejarán de ser esgrimidos por parte de algunos lectores. Sin embargo, estos riesgos son inherentes al sobresaliente desafío que representa la literatura de Chejfec en el contexto de la lengua española. Se trata de instalar entre el mundo y su representación una higiénica incertidumbre mediante la que la narración se galvaniza por mor de todas las tensiones que, de súbito, se anudan en torno a ella, especialmente en los lugares donde suceden: «El autor tenía la idea de que la misión de las novelas era revelar un espacio más que contar una historia», se decía ya entre los apuntes de Teoría del ascensor (2016). Deudora de Handke, Di Benedetto, Gracq, Saer o Sebald, la literatura de Chejfec representa una valiosa tentativa de agotamiento de lo representable, amén de una siempre sugerente propuesta ética. Entre sus muchas virtudes debe reseñarse el delineamiento de una admirable parcela de la sensibilidad contemporánea: la dizque deserción psicológica desde la que Chejfec escribe sus libros constituye una firme y admirable toma de posición a favor de una actitud de repliegue que, frente a lo que dictan la propaganda comercial y política, es mucho más común de lo que se piensa, o al menos debería serlo, así como otra poderosa razón por la que la lectura de este autor resulta prácticamente inexcusable.

ENLACE al artículo

EN LIBRERÍAS: 12345
COMPRAR EN LA WEB

5 de Sergio Chejfec en Lector salteado



Mario Aznar reseña 5, de Sergio Chejfec en Lector salteado:

5 (CINCO Y NOTA), SERGIO CHEJFEC

Hay espacios que se leen, como también hay textos que se recorren, que se transitan. El paseo como tópico intelectual ha suscitado en los últimos años nuevas ediciones y miradas renovadas sobre un fenómeno tan cotidiano que su sola presencia en un contexto artístico lo vuelve singular. Las implicaciones estéticas del caminar y sus usos metafóricos son infinitos y desbordantes, mediados casi siempre por el ejercicio de la idealización romántica que debe tanto a las escrituras de Rousseau, Baudelaire o Walser. Como es sabido, donde se dan la mano el ocio y la ciudad moderna surge una nueva forma de mirar, y también una nueva forma de hacer. Las rutinas del paseante solitario atraviesan las fronteras del día a día y llenan páginas de ensoñación sinuosa e imaginativa, de simbolismo y divagación psicogeográfica.

El escritor argentino Sergio Chejfec conoce bien esta tradición, pero se sitúa en sus márgenes para proponer desde allí un centro móvil, lúcido y fragmentario, emparentado al mismo tiempo con la ensoñación del flâneur y con ese otro rostro facetado de la reflexión y el pensamiento. Si la narración es duración —cambio, transformación—, el espacio, y más concretamente el espacio urbano, parece el medio idóneo para indagar sobre sus límites y su naturaleza. Tradicionalmente, la trama y las distintas peripecias que la conforman han sido asumidas como la forma ideal para expresar el proceso de transformación que opera sobre todas las cosas. Las acciones ocurren, los hechos se suceden, las causas tienen efectos, los efectos son consecuentes y las consecuencias son el resultado de esas acciones transformadoras que toda “novela que se precie” debe asumir como núcleo de su estructura. Pero esta lección ha sido ya puesta en duda demasiadas veces.

5-coverimageParece que solo podemos hablar del tiempo apelando, precisamente, a determinados atributos espaciales. Por eso decimos que el tiempo se alarga, se acorta, pasa, corre, vuela o se detiene. De hecho, la linealidad con la que nos referimos a la sucesión temporal puede dibujarse en un papel para mayor comprensión de cualquiera. Esto significa que ambas esferas son indisolubles, la del tiempo y la del espacio, y el relato no pertenece exclusivamente a ninguna de ellas, sino que participa de ambas en grados capaces de una contorsión todavía inédita. La singular literatura de Chejfec trabaja sobre ese nudo en el que el paseo no es ya un recorrido desde el punto A hasta el punto B (lo vimos en Mis dos mundos, editada por Candaya en 2008), sino que asume formas ensayísticas que no se desarrollan linealmente, sino por acumulación, en forma de vorágine o bola de nieve, como hemos podido leer, más recientemente, en Teoría del ascensor (Jekyll & Jill, 2016).

Con su escritura digresiva y tantas veces visual, Chejfec propone una cartografía del pensamiento —casi siempre del pensamiento privado, personal, quizá intransferible—que a través de una refinadísima destreza narrativa logra transponer lo que el propio autor —o ya la voz narradora— intuye en el prólogo como “el pliegue más profundo del mundo”. Este ejercicio tiene lugar en escenas más o menos deslavazadas o parciales, que suceden de costado, que son la culminación del realismo precisamente por esa insistencia que comparten los hechos y los pensamientos en presentarse siempre de forma sesgada y decididamente oblicua.

 

En un momento temí que el director descubriera la ausencia de un cuarto entero, o de toda la cocina o el baño, una cosa imposible de faltar, y que de todos modos esa falta me señalara como culpable de algo importante, cuya trascendencia se comprobaba en la dificultad de ser precisado.

 

5 (Cinco y nota) (2019), el último libro de Chejfec editado por Jekyll & Jill, supone la consumación de este proyecto implícito de espacialización del tiempo. No en vano se trata de un libro cuyas primeras páginas se recorren a vista de pájaro, sobrevolando las fotografías aéreas en blanco y negro de un pequeño estuario. Esa infraestructura marítima es el puerto de Saint-Nazaire, ciudad en la que el autor ubica la primera narración («Cinco») de las dos que componen el libro; la otra se titula «Nota», más extensa y retrospectiva. En una de estas imágenes, con una tipografía borrosa que podría pasar desapercibida a cualquiera, se lee: «Vaguer la nuit dans des lumieres narratives» , como en uno de los poemas del escocés John Burnside. Esas luces narrativas salpican el texto de Chejfec otorgándole un dinamismo fantasmático (y algo fantasmagórico), que está y no está al mismo tiempo. 

 

En el centro aparece la palabra yo. Parece un esquema equivocado, porque no previó que algunas de las líneas que van de un nombre a otro pasarían por el centro, implicando a ese yo. Quizá asignándole otro ángulo habría podido evitarlo, pero no lo intentó. Entonces hay líneas que al llegar al centro hacen un rodeo para dejar en claro que no lo atraviesan, con lo cual terminan dibujando un recuadro central presumiblemente no deseado, pero inequívoco.

 

Junto a las transformaciones del espacio que registra Teju Cole en Ciudad abierta o la singularización de lo cotidiano que lleva a cabo Gonzalo Maier en Material rodante, la apuesta literaria de Sergio Chejfec completa una suerte de constelación en la que, como artificios hiperrealistas, la novela sirve para plasmar esa lógica no-narrativa en la que tantas veces se traduce la vida. La escritora ecuatoriana Daniela Alcívar, gran conocedora de la literatura de Chejfec, ha experimentado en Siberia con esta ruptura de la narratividad en la que el cuerpo no se siente del todo cómo hasta pasado un tiempo—y un trauma— prudencial. Esa prudencia, que guarda una cruda relación con la espera, se respira en las páginas del libro de Chejfec como si fuera un mecanismo retórico y al mismo tiempo una condición de existencia. El lugar que ocupa el otro, las líneas que separan los espacios hasta hacernos sentir otros, la vivencia de uno mismo en otro espacio, la posibilidad de escribir esa vivencia o la posibilidad de escribir, sin más, son algunas de las incógnitas que viven en este libro extraordinario. “El viaje, promesa de la travesía, para él no prometía nada”: así comienza el relato. Pero Chejfec, quién sabe si involuntariamente, nos lo promete todo.

ENLACE al artículo

EN LIBRERÍAS: 12345
COMPRAR EN LA WEB

5 de Sergio Chejfec en Cuadernos Hispanoamericanos



Excelente artículo sobre 5, de Sergio Chejfec, por Cristian Crusat, en Cuadernos Hispanoamericanos.

En congruencia con lo anterior, cabe reseñar que ya en varios de los libros de Chejfec, aunque singularmente en Mis dos mundos (2008), se había problematizado la tradición moderna del flâneur y del consabido paseante urbano. Por medio de una demorada y minuciosa escritura, la caminata se convertía entonces en un mecanismo elemental y en un procedimiento literario básico de este autor, en una suerte de tic físico y social que, además de desvelar el esencial desequilibrio entre los mapas y la realidad urbana, motivaba un profundo desnortamiento en el narrador (en el caso de Mis dos mundos, a través de un anodino parque brasileño, justo antes de cumplir los cincuenta años; aunque Buenos Aires, París o Caracas también figuran en el particular atlas del desconcierto de Chejfec). Desamparado a merced de la inanidad de sus excursiones, el narrador quedaba extraviado en la discontinua vida de la ciudad contemporánea, privado de cualquier tipo de revelación o hallazgo y entregado a la deriva de la escritura fragmentaria e inconexa. Inacción, errancia y fractalidad definen el flâneurismo narrativo de Chejfec, quien ha convertido la caminata deambulatoria en su indolente abstracción literaria y su propia escritura, en un «réquiem impasible del paseante urbano clásico» (Graciela Speranza).

En las primeras obras de Chejfec, como Lenta biografía (1990), El aire (1992) o incluso Los planetas (1999), los lugares y espacios establecían una densa relación con la memoria personal y familiar, de manera que el recuerdo (o su imposibilidad) determinaba tanto la configuración del escenario urbano como el delineamiento de la propia identidad del narrador. Poco a poco, tales coordenadas más o menos heredadas y de carácter histórico (el pasado de un padre judío que escapó del Holocausto, la desaparición de un amigo durante la dictadura militar argentina) dieron paso en la trayectoria de Chejfec a relatos quegravitaban sobre un puñado de modestas peripecias vitales, a través de cuya minuciosa narración comenzarán a desprenderse leves indicios, tímidas conjeturas sobre la propia identidad y el sentido que ésta puede encerrar. Radicado en Nueva York, adonde llegó después de vivir durante tres lustros en Caracas, la literatura de Chejfec responde a una actitud vital que él mismo llegó a designar como «deserción psicológica» en Teoría del ascensor (2016): a resultas de su condición extranjera y del medio multilingüístico que habita, Chejfec ha ido creando, como sus reconocibles narradores, una «especie de frontera interior, silenciosa, paradójicamente por proximidad, del mundo cotidiano», es decir, una conciencia hiperselectiva y a menudo paranoide en relación con todo lo que le rodea (y que, en cierta medida, gracias a su extranjería, convoca en el lector el recuerdo de esa galería de exiliados de la literatura de Nabokov: seres espectrales que, desposeídos de todo cuanto un día fue suyo, pierden incluso la certeza de la realidad de su propio yo).

5-coverimage

Y tal vez éste represente el aspecto más cautivador de la literatura de Chejfec: su meticulosísima enunciación de cuanto sucedió o pudo haber sucedido, lo cual le confiere a cuantos libros publica su particular cualidad divagatoria y acechante, como si el fenómeno de la escritura se estableciera como un genuino mecanismo de alerta o precaución. De todas formas, esta cautela que pone en marcha la escritura chez Chejfec nunca se ve satisfecha; más bien sucede todo lo contrario, pues a medida que se profundiza en la descripción de los detalles y vislumbres se multiplican, inevitablemente, las sospechas. Quizá fuera en La experiencia dramática (2012), más aún que en Los incompletos (2004), donde este autor supo conjugar de manera más precisa su puntillista descripción del comportamiento de los personajes y, al mismo tiempo, convertir la narración en una permanente y admirable exploración de contingencias. En general, este breve repaso a la trayectoria de Chejfec debería resultar significativo, ya que 5, el libro que nos ocupa, es el testimonio de un momento decisivo en la escritura de este autor y acaso recrea su más determinante punto de inflexión.

Cumple referir desde el principio que, en puridad, 5, el último título publicado por Sergio Chejfec, constituye un díptico narrativo. Así, en primer lugar, figura un texto que, denominado «Cinco», fue el resultado de un periodo de residencia literaria de la que disfrutó Chejfec en 1995, concretamente en la Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs (MEET) de la ciudad bretona de Saint-Nazaire. Por este motivo, «Cinco» delinea una sucinta trama provinciana de aire inequívocamente francés, muy próxima a las asordinadas atmósferas de la nouvelle vague: tanto el carácter de sus personajes como el conflicto narrativo responden a la naturaleza portuaria del lugar, que convierte la original «Cinco» en una historia a medio camino entre aquellas protagonizadas por esos personajes de Éric Rohmer que de repente deciden espiar y seguir a algún desconocido en la calle y una imaginaria adaptación de alguna novela —tal vez nunca escrita— de Simenon. La narración aspira a encontrar en esos rastreos una verdad puramente sentimental sobre un puñado de personajes, es decir, una verdad conjetural, efímera e incompleta.

Le sigue a este texto de 1995 uno nuevo, «Nota», que le confiere todo su sentido al conjunto. Mediante la rememoración de la época en que «Cinco» fue escrito y, sobre todo, del repaso de las ideas que para el autor convocaba por aquel entonces la práctica de la escritura, esta «Nota» se convierte en un texto esencial para comprender el quehacer literario de Chejfec. Entre otras muchas cosas, «Nota» relata: las rutinas de trabajo durante el periodo de residencia, la relación del narrador con las personas vinculadas a la institución, su propósito de escribir «antiliteratura», las deambulaciones por una ciudad de astilleros y vinaterías (y el retrato de quienes frecuentan estos lugares), las rutas de autobús por el extrarradio, y un breve romance entre sesiones de lectura de El mar de las Sirtes, de Julien Gracq. Pero, en lo esencial, la «Nota» conforma una oblicua poética literaria de Chejfec, ya que gravita en torno a una época cardinal para su proyecto: «Porque debo decir también que poco a poco he ido considerando la Residencia como la circunstancia en que me plegué a la escritura de una forma nueva —o abandoné la anterior—; el “almácigo” o incubadora de otro tipo de imaginación».

En otras palabras, 5 (el díptico formado por «Cinco» y «Nota») da constancia del momento en que Chejfec se cayó del caballo de camino a su Damasco privado, tanto que en sus páginas llega a afirmar que los libros escritos antes de aquella residencia forman parte de una protohistoria personal. En esa ciudad bretona se consolidó la renombrada incertidumbre referencial que caracteriza los libros de Chejfec, uno de los rasgos que este autor comparte con uno de sus maestros reconocidos, Juan José Saer, a quien ya homenajeó en uno de los cuentos de Modo linterna (2013). Con el autor de El entenado, Glosa o En la zona, Chejfec parece asumir la distinción que Walter Benjamin estableció entre el novelista y el narrador, es decir, entre el sedentario y el viajero: «Yo tomé esa afirmación como una metáfora del novelista que está instalado en una teoría ya consolidada, y el narrador como el que viaja, el que explora y trata de modificar las formas, las posibilidades de su instrumento narrativo» (Saer). En congruencia con esto, desde entonces los libros de Chejfec se han erigido en seductoras tentativas narradoras de acceso a lo real, aunque sus aproximaciones pueden ser tan remiradas y prolijas que, paradójica y felizmente, obran un audaz extrañamiento de todo lo circundante, que queda distorsionado por un hiperrealismo sentimental y desestructurador.

A lo largo de estos años, el proyecto de Chejfec ha ido presentando pequeñísimas variaciones, al punto que, a tenor de su estricta y reconocible poética, pronto el hecho de titular sus libros podría dejar de tener sentido, ya que cada uno de ellos no es más que otra muy reconocible faceta de un núcleo esencial. Los riesgos de semejante escritura son evidentes, entre los que ciertos recelos acerca de lo previsible o pronosticable de su escritura no dejarán de ser esgrimidos por parte de algunos lectores. Sin embargo, estos riesgos son inherentes al sobresaliente desafío que representa la literatura de Chejfec en el contexto de la lengua española. Se trata de instalar entre el mundo y su representación una higiénica incertidumbre mediante la que la narración se galvaniza por mor de todas las tensiones que, de súbito, se anudan en torno a ella, especialmente en los lugares donde suceden: «El autor tenía la idea de que la misión de las novelas era revelar un espacio más que contar una historia», se decía ya entre los apuntes de Teoría del ascensor (2016). Deudora de Handke, Di Benedetto, Gracq, Saer o Sebald, la literatura de Chejfec representa una valiosa tentativa de agotamiento de lo representable, amén de una siempre sugerente propuesta ética. Entre sus muchas virtudes debe reseñarse el delineamiento de una admirable parcela de la sensibilidad contemporánea: la dizque deserción psicológica desde la que Chejfec escribe sus libros constituye una firme y admirable toma de posición a favor de una actitud de repliegue que, frente a lo que dictan la propaganda comercial y política, es mucho más común de lo que se piensa, o al menos debería serlo, así como otra poderosa razón por la que la lectura de este autor resulta prácticamente inexcusable.

ENLACE al artículo

5 de Sergio Chejfec en Le Cool Madrid



Juan Carlos Portero escribe sobre 5, de Sergio Chejfec, en Le Cool Madrid.5-coverimage

El autor argentino recuerda la estancia en una residencia de escritores situada en una ciudad extranjera. Esta ciudad y sus alrededores son lugares paradójicos en los que el escritor será al mismo tiempo un ser transparente y extraño. Todo sucede a principios de la década de los 90. Chejfec siempre quiso reescribir la historia que cobró vida durante ese periodo –Cinco-, pero en lugar de eso, optó por reflexionar sobre aquellos días, dando pie a una nueva narración mucho más compleja, más atractiva por la tensión que se genera en torno al recuerdo. El relato (o novela corta) 5 fue publicado originalmente en el año 1996. En esta edición, acompaña al relato un texto que lo aclara o complementa, y que lleva por título “Nota”.

Un libro que exige hasta la extenuación, una sesión de gimnasia sesuda no apta para blandengues. Textos, juntos o por separado, rompedores por un lado y esclarecedores por otro; independientes entre sí, comparten preguntas e ingredientes y se complementan de forma portentosa. Emanan géneros y espacios que conforman un todo un inclasificable. Para ello he atravesado cuevas, he sido oruga trepanadora de hojas, he descubierto nuevos mundos y nuevas gentes. He descubierto un personaje a través del cual el escritor práctica el desdoblamiento de su identidad. El tiempo para todas las historias se falsean en un espacio extraño para el narrador: desenfoca textos para descubrir tras ellos un trabajo que es pura minería de territorios, evocación y sueños.

EN LIBRERÍAS12345
COMPRAR EN LA WEB

5 de Sergio Chejfec en Culturamas



Pedro Pujante dedica una excelente reseña a 5, de Sergio Chejfec, en Culturamas.

5, de Sergio Chejfec

La idea vila-matiana de construir una obra en torno a notas (a pie de página) parece sustentar este último libro publicado en España del argentino Sergio Chejfec. Compuesto por un relato que da título a la obra y seguido por una “Nota” más extensa que el texto que refiere, 5 se convierte en un díptico metanarrativo cuyo valor y significado se encuentran precisamente en este juego de contar el cómo se escribió un relato, las circunstancias y las sensaciones que lo configuraron.5-coverimage

La prosa de Chejfec es siempre elusiva, sus narraciones bordean lo puramente narrativo (aunque, paradójicamente se adentran y adensan en su propia trama escritural) para desembocar en texturas aéreas, dotadas de cierta densidad y belleza, pero, al mismo tiempo, se comportan como si fuesen frágiles, difíciles de aprehender. Cuando leemos a Chejfec siempre nos acompaña la sensación de que algo nos está el autor sustrayendo; ejecuta, en cualquier caso, un juego de desnivelados inteligente, de escritura pura que busca aislarse de referentes externos pero sin renunciar, paradójicamente, a describir el mundo. Aunque este sea un mundo de ideas, un mundo propiamente literario y escritural, como si fuese este una masa de la que extrajese la materia prima con la que sustentarse.

No creo, en este sentido, que la primera frase que abre 5 sea casual, aquella de su maestro Di Benedetto: “No se puede saber si es verdad”, que iniciaba su novela El Pentágono. No obstante, el primer texto, “5”, es más convencional y narrativo y, en mi opinión el que carece también de más interés. Es la segunda parte, “Nota”, la que encarna al verdadero Chejfec, un texto delicioso y que se propaga como una onda expansiva sobre la condición del escritor en un espacio extranjero, una suerte de monólogo sobre el ser humano despojado de todos los atributos que no sean los propiamente literarios. El narrador reflexiona sobre el régimen de imprevisibilidad de la escritura, un estatuto que nos hace pensar en qué innecesaria es la literatura y que precisamente por esto es vital, como si la institucionalización del oficio de escritor diluyese su carácter mismo, quizá porque es de este modo trivializado, desposeído de su verdadera función creadora. El escritor, invitado a la Residencia, tiene intuiciones peculiares, como que ha sido invitado para descubrir una trama secreta, lo que en el fondo es una forma de entender la literatura como búsqueda, como indagación constante. Se siente el narrador aislado en la ciudad anfitriona que le impele a que escriba, también objeto de un teatro alucinante, como si todo fuese un montaje “para servir de escenografía a los escritores invitados”. En definitiva, es receptor de diversos y paradójicos estímulos: sorpresas, motivaciones y reflexiones que oscilan siempre entre lo literario y lo banal, construyendo así un relato sobre la propia naturaleza de la escritura y situándose de paso en el mismo centro de ella.

Hay hallazgos en la escritura de Chejfec, siempre debidos a su profundidad intelectual, una profundidad que lejos de antojarse presuntuosa o grave, se transforma en una voz intuitiva, fresca e ingeniosa. Compara la escritura con la navegación marítima (ambas a la deriva siempre) o al escritor con el chófer. Como se ve, a pesar de lo estático del planteamiento (un escritor encerrado en una Residencia para escribir) Chejfec siempre recurre al movimiento, al viaje, aunque este sea interior, mental.

Heredero de Saer y del mejor Robbe-Grillet, las novelas  de nuestro autor son hermosas construcciones, artefactos fabulosos cuyo máximo valor se encuentra precisamente en las palabras, en la perfección con que se transforma esa prosa tan sutil y a la vez tan elaborada, esa materia prima que parece siempre intacta, sin adulterar, genuina.

ENLACE al artículo

EN LIBRERÍAS12345
COMPRAR EN LA WEB

5 de Sergio Chejfec en diario El Noroeste



Basilio Pujante dedica una excelente reseña a 5, de Sergio Chejfec, en el diario El Noroeste:

5, Sergio Chejfec

La crítica literaria es un género parásito; sólo vive de otro texto anterior que comenta y del que depende tanto para su existencia como para su posible trascendencia, si consigue entablar un diálogo con ella. Sin embargo, en ocasiones, la labor del crítico no se limita a la mera invitación al lector a que conozca tal o cual libro o al comentario de sus rasgos fundamentales. Estoy pensando, por ejemplo, en la importancia que ha tenido Ignacio Echevarría en la publicación de algunos de los inéditos de Roberto Bolaño tras su muerte. Por supuesto que son casos extremos y que el mérito casi íntegro es del autor, pero es una muestra de que a veces ese parásito puede ayudar a vivir al ser del que se alimenta.
Sergio Chejfec plantea una nueva perspectiva de esta conflictiva pero necesaria relación entre la literatura y la crítica en 5, un libro formado por un relato (“Cinco”) y un comentario del mismo (“Nota”). El primer texto, sobre el que luego volveremos, fue publicado en 1996 fruto de una residencia artística en la ciudad francesa de Saint-Nazaire en el año anterior. “Nota” se presenta como una “explicación” (en palabras del propio autor) del relato original escrita veinte años después, pero deviene en una narración independiente que relata las circunstancias de aquella estancia. Chejfec parece concluir que esa explicación que estaba en su deseo inicial es inútil o imposible, optando por crear un texto nuevo que, si bien depende del primero, no ofrece esas respuestas que el lector podría esperar. De hecho, en un fragmento de “Nota”, el autor explicita ese desapego con el relato original con estas palabras: “de lo escrito entonces casi no guardo sentimientos” (pág. 144).
“Cinco” es una narración extraña, ambigua, en la que la trama no avanza de manera cronológica, sino que parece que vamos conociendo fragmentos de un texto previo a través de los comentarios del narrador. En lo relativo al argumento, podríamos citar la relación que establece el protagonista, una especie de vagabundo que camina sin descanso por las calles de una ciudad nueva para él, con Patricia, una panadera que le permite dormir en su tienda. Pero, como ya ocurría en otros relatos de Chejfec, ya estaba en Modo linterna (2014), el espacio posee un protagonismo incluso mayor que los personajes. El propio autor pondera en “Nota” la importancia que este posen: “en mi opinión (…) la organización física de la naturaleza, en cierto modo la geografía, era la verdadera aunque disimulada intención de la literatura” (pág. 153).
La ciudad portuaria y el personaje de Patricia vuelven a aparecer en “Nota”, que fracasa en su intento de explicar “Cinco” pero donde encontramos varias ideas de la poética, ya hemos reproducido un par de frases en párrafos anteriores, de este interesantísimo autor que es Sergio Chejfec. Si bien apenas tenemos referencias explícitas a la narración originaria, sí que se nos describe una situación muy parecida a la que vivió el autor en su concepción. Y es que en “Nota” encontramos a un escritor que es invitado a una ciudad por los responsables municipales y que debe “actuar” como se espera de él. Así, asistimos a sus paseos por la localidad con los responsables de la Residencia, a sus conversaciones con los habitantes de la localidad y a sus viajes en autobús hacia el extrarradio; todo ello con el fin de aprehender la esencia de la ciudad y hacerla protagonista del libro que escribirá, tal y como establece la invitación.
Reseña publicada en El Noroeste:
EN LIBRERÍAS12345
COMPRAR EN LA WEB

5 de Sergio Chejfec en El Correo

Íñigo Linaje dedica un excelente artículo a 5, de Sergio Chejfec, en El Correo (25/5/2019).

Leer a Sergio Chejfec es una de las experiencias más gratas y estimulantes que he tenido estos últimos años como lector. Adentrarse en sus libros es ingresar en un territorio (a ratos misterioso y siempre imprevisible) donde pensamientos, ciudades y personas son explorados minuciosamente antes de ser incorporados al discurso narrativo. Maestro de mestizajes literarios, pocos escritores modernos ensamblan como el argentino géneros tan dispares como la autobiografía, el ensayo y la memoria. Esto sucede, por ejemplo, en su opera prima y en ‘Teoría del ascensor’, un extraordinario libro misceláneo, pero también en ‘5’, su título más reciente.

articulo chejfecPublicado inicialmente en 1996, el volumen recupera el relato original e incorpora una ‘nota’ que acaba siendo más extensa y enjundiosa que el texto seminal. La trama de ‘5’ es sencilla: un hombre es invitado a una casa de escritores donde debe escribir un libro en su lengua materna. Allí, en una atmósfera inquietante de inspiración kafkiana, se convierte en el observador de una ciudad abstracta y de las gentes que le rodean, en lo que supone un pormenorizado trabajo de introspección no exento de humor.

Se suele decir que en los libros de Chejfec no pasa nada, pero pasa mucho si uno lee y escucha con atención, si se deja seducir por el misterio y los detalles que fija el autor en cada página. Entonces el lector descubre un discurso despacioso y reflexivo, un manejo impecable del lenguaje, una prosa adictiva de reminiscencias poéticas. Relato memorialístico o novela fragmentaria, ‘5’ es un libro magnífico —y primorosamente editado— de un escritor de culto al que hay que leer con urgencia.

ENLACE al artículo

EN LIBRERÍAS12345
COMPRAR EN LA WEB

Entrevista a Sergio Chejfec en Poemas del alma


entrevistachejfec0

 foto: Paco Fernández

Tes Nehuén entrevista a Sergio Chejfec en Poemas del Alma con motivo de la publicación de 5:

Sergio Chejfec: «Vivir en el exterior reafirmó una relación de distancia con lo escrito»

P—A propósito de «5», ¿de dónde surge el título?
R—El título viene de «Cinco», una novela corta que escribí en 1995, en una residencia para escritores. Durante un tiempo quise dar otra forma a ese relato, un tanto fragmentario y dislocado. Pero al final lo tomé como excusa para escribir una historia sobre esa residencia en la que escribí «Cinco». Me pareció justo conservar el espíritu de la reescritura, aunque fuera en el título. Por eso 5, que es y no lo mismo a cinco. Este «5» incluye «Cinco» y una «Nota», y viene a ser explicación caprichosa de aquella experiencia como residente.

P—Según la Numerología el 5 está relacionado con la adivinación y esas fuerzas misteriosas que se activan en los viajes. Me gustaría saber si es una pura coincidencia.

R—Coincidencia. El título «Cinco» fue homenaje a Antonio Di Benedetto, y alusión, también agradecida, a un extraño relato suyo titulado «El pentágono». No fue el único título de ese texto, en una época Di Benedetto solía cambiarlos, no sé con qué criterio. Quizá no sea necesario tener un criterio, porque cambiar un título es la operación más económica que un autor puede realizar para modificar un texto. En cualquier caso, como título «El pentágono» me intrigó por la arquitectura que prometía, un campo de fuerzas orgánico, un sistema de cinco elementos. Es un relato geométrico, o por lo menos parece derivarlo del título gracias a esa forma de enunciar tan escueta y afilada de Di Benedetto. Por estos motivos fue una narración inspiradora, y por eso precisé brindarle homenaje y en cierto modo hacerla mía como «Cinco».

P—Me interesan mucho las formas en las que la escritura se transforma cuando es atravesada por la experiencia migratoria. ¿Cómo ha repercutido en ti la extranjería?

R—Prefiero llamarlo cambio de lugar. Durante un tiempo pensé que, en realidad, había salido de mi país antes de haberme ido. Sigo pensando así. Pero también que con cada libro se renueva esa condición de “no estar”. Igual a una llama que arranca con fuerza y luego se va debilitando, hasta que otro libro le da nueva vida. La pregunta por los efectos sobre uno mismo de no residir en el propio país es de las más abstractas. Supongo que vivir en el exterior reafirmó una relación de distancia con lo escrito, que ya estaba desde antes.

P—¿Una extrañeza heredada?

R—Tendría motivos para hablar de una extrañeza heredada, pero creo que se trata más de una extrañeza adquirida. Claro, no deliberada. Una organización de las cosas.

P—Afirmas que la geografía es la verdadera motivación de la literatura, ¿qué quieres decir?

R—Quiero decir que la geografía, y la organización espacial en general, se levantan como desafío constante para lo literario. No me refiero al desafío de la representación, o no solamente a ello, sino a una negociación que amenaza con abolir a alguno de los contrarios. La geografía es lo que más resiste a quedar fijado por la narración o la poesía; la geografía sigue en pie, aunque cambie, es algo que debe asumir el relato, como si se tratara de una fuerza superior, una fuente de sabiduría. Creo que en esa imposibilidad permanente de lo literario está el motivo de su constante reproducción.

P—¿Es difícil escribir desde un lugar geográfico en el que no se han construido recuerdos?

R—No es más ni menos difícil. Al comienzo es diferente. El narrador establece una iconografía privada. Es igual de divertido porque se pone en escena una negociación.

P—¿No supone una mayor dificultad esta dicotomía en la identidad en cuanto a la toma de decisiones relacionadas con el punto de vista de la escritura; me refiero, por ejemplo, al punto de vista de la tradición a la que adherirse, tanto literaria como cultural?

R—No encuentro la dicotomía. La imaginación o la tradición te acompañan, con independencia del lugar. Uno advierte que no escribe para la comunidad inmediata en la que vive. Pero eso me ha ocurrido siempre, porque dejé de residir en Argentina a la semana que salió mi primer libro. Sin embargo mi inscripción es con la literatura argentina. Lo bueno de la literatura es que admite varias localizaciones simultáneas y no excluyentes.

P—¿Por qué te interesa moverte en ese territorio de orillas difusas entre géneros literarios?

R—En cierto modo en eso consiste la narración. Primero me oponía a la secuencia lineal de las historias, luego vi que ese tipo de historias, a veces, me llenaban de placer y me conmovían. Y sigue ocurriendo. Ahora pienso que una obra debe ser porosa a lo que no es; debe ser insegura respecto de la forma, porque esa inseguridad es un modo de hacer relativo el supuesto significado para, de ese modo, inducir más a preguntas que a respuestas.

P—Una calle inclinada en un barrio invisible. Esta imagen atraviesa la vida de María y la del niño, y sus destinos también. Lo veo mucho en tu obra: imágenes que sirven de disparadoras para explicar o plantear inquietudes casi sociológicas. ¿Cómo funciona en ti la asociación de ideas-imágenes en el proceso de escritura?

R—Esas ideas-imágenes tienen el valor de escenas, en su sentido teatral. O como si fueran vitrinas, atrios o espacios físicos en donde se producen las acciones y se dan las relaciones entre los objetos. Frente a una instalación no se supone una lectura lineal; cada quien arma el propio recorrido y contemplación. La mirada organiza lo visto en términos de secuencias simultáneas, porque todo convive en paralelo. Es lo que trato de explorar en mis libros; que el lector crea haber asistido a una constelación simultánea, con elementos que organizados en términos cronológicos, pero cuya presencia se prolonga a través de otros objetos o de una memoria interna que los relaciona.

P—¿No te preocupa que para alguien pueda perder rigurosidad un ensayo que se plantea como ficción o con cierta teatralidad?

R—Creo que no me preocupa. Tampoco me preocuparía lo contrario, por ejemplo que para alguien el ensayo de ficción sea lo más riguroso que puedo encontrar. En verdad no me hago cargo de lo que una persona encuentre, porque creo la lectura construye el relato y se interroga por sus significados de un modo abierto, no necesariamente al pie de la escritura.

Icult Sergio Chejfec foto Paco Fernández

 foto: Paco Fernández

Sergio Chejfec: «Llega un momento en que la extranjería no depende del lugar»

Publicado por Tes Nehuén 20 de mayo de 2019

P—La adivinación como un desvío literario de la vida, dices. ¿A qué te refieres?

R—La adivinación como ficción posible. Al igual que otros, el relato adivinatorio precisa de elementos narrativos. Uno de los más ejemplares finales en la literatura es el de «La hora de la estrella», de Clarice Lispector. Allí una adivinación errada anticipa el desenlace (o acaso, el desenlace es errado en la medida en que no obedece la adivinación). No sabemos a qué habría conducido la vida sin ese error adivinatorio, como tampoco sabemos qué habría pasado si no hubiese estado errado. Pero el futuro dentro de la novela se impone como cancelación de la ficción. Como toda ficción, lo adivinatorio busca encauzar la vida.

P—Quiero preguntarte por esa forma estética en la que abordas la violencia; ¿hay límites que no se pueden atravesar a la hora de escribir sobre este tema?

R—La representación en sí no tiene límite. Lo problemático puede pasar por la actitud moral de la narración. La actitud moral no trata de una ética declarada, sino de una economía discursiva. Pero, como tal, es flexible y por lo tanto va cambiando según la sensibilidad.

P“Era asombroso ver cómo los barcos se construían con cosas de todos los días”, dices. ¿Explica eso que te aferres a un lenguaje que sin ser coloquial se hace de palabras conocidas?

R—Me sale intentar un tono de conversación, o más bien de una coloquialidad desplazada, versionada. Por un lado están las palabras, que deben ser “conocidas” pero no por eso difusas, al contrario; y por otro están las frases, que según mi idea deben reflejar los intentos de alguien que quiere darse a entender, aun cuando no conozca a veces el significado de lo que describe.

P—Esto también podría devolvernos a Linspector. Siempre me ha fascinado su capacidad para economizar el lenguaje sin perder la esteticidad y el buen gusto. Creo que en eso tu literatura comparte cualidades con la suya.

R—Para mí en Lispector hay una zona irreductible, al borde de la incomprensión. Es de una imaginación única, es una escritura entregada a representar otras formas de corporalidad y otras formas de vida. A veces parece que Lispector está más urgida por terminar la frase que por continuar o revelar aquello que busca. Es elíptica a veces; otras veces prefiere dejar la cosa en manos de su ritmo único –entonces es, a su modo, sincopada–. No estoy seguro de que sea muy cerebral. También se situó en las antípodas del buen gusto, tanto que no vio la necesidad de denostarlo.

P—Sergio, dices que la verdad en la literatura argentina ha abandonado el interior de los personajes. ¿En qué autores o autoras te apoyas y qué hechos históricos pudieron imponer ese giro en la narrativa nacional?

R—La frase es del prólogo a «Cinco», de 1995. No sé si ahora lo plantearía de ese modo. En esa ocasión pensaba en un momento de la literatura argentina, la década de 1950. Es una década marcada por su diversidad un poco asordinada, las cosas estaban a punto de rebasar, como ocurrió en los sesenta. Ahí en los cincuenta la interioridad de los personajes literarios es plataforma o metáfora de disyuntivas políticas, psicológicas y existenciales. Tengo la impresión de que esa aptitud de los personajes para convertirse en símiles de lo que ocurría en lo social, luego se perdió. Pero en ese momento permitió obras absolutamente excepcionales, que hacen de la textura psicológica el contraplano de un paisaje colectivo que se percibe como ajeno e incomprensible. Entonces, esa interioridad de los personajes, tortuosa en varios aspectos, precisaba de esas claves para ponerse de manifiesto como tal, lo que derivaba en densidad psicológica, que a su vez se acercaba a la impostación. Ese momento de libertad para construir personajes impostados, podía ser visto con nostalgia en los años noventa.

P—¿Y en que autores pensabas con nostalgia cuando escribiste eso?

R—No sentía nostalgia de ningún autor. Era una nostalgia prestada, dirigida a un momento de la literatura.

P—Nos interesa saber —queremos saber a toda costa— si lo que leemos es cierto, si ocurrió realmente. ¿Vivimos en una época rara en la que la ficción propiamente dicha ya no interesa?

R—Creo que la pregunta por la veracidad de lo que leemos obedece a que la noción de representación de lo real es insuficiente. Cualquier ficción debería presentarse como incompleta, e inepta, para cumplir con la pretendida función que tiene. Sería la única condición tuviera un alto grado de coherencia con la realidad. La ineptitud puede referirse a muchos aspectos; quiero decir, la ficción debe ser fallida, estrábica, aproximativa, como una forma mantener una identidad dentro de la literatura. Idealmente, cada ficción debería postular un momento de autonegación creando sus propios documentos interiores, que la amenacen como ficción. Estoy de acuerdo con que la ficción no es verdadera ni falsa; también con que es verdadera y falsa a la vez. Como esa contradicción parece irresoluble, entiendo que cada ficción crea su propio sistema de verdad y falsedad.

P—Te pregunté por la extranjería, dices que prefieres denominarla cambio de lugar. ¿Por qué?

R—Porque llega un momento en que la extranjería no depende del lugar, es algo que te acompaña en todos los lugares que estés. Por lo tanto es una palabra, para mí, con sus connotaciones particulares. Es menos trascendental o recóndita que cotidiana, práctica.

P—¿Cómo es actualmente tu experiencia de extranjería o cambio de lugar?

R—La experiencia está un poco encapsulada. Me refiero a la experiencia en general. El extranjero tiene varios tipos de barreras. No me han tocado las peores, tengo suerte. Creo que la extranjería, que como fenómeno habla de la espacialidad y cada vez más remite a una política específica e inapelable sobre los cuerpos de las personas, en términos de temporalidad se multiplica. El extranjero vive distintos tiempos en uno, porque el cambio de geografía lo lleva a considerar el pasado como un relato medio autónomo, no cancelado. Digamos, el extranjero adquiere autoconciencia de su pasado, similar a la autoconciencia tramada por algunos novelistas en sus narraciones.

ENLACE a la primera parte de la entrevista
ENLACE a la segunda parte de la entrevista

EN LIBRERÍAS12345
COMPRAR EN LA WEB

5 de Sergio Chejfec en La Opinión de Málaga



SC

Ricardo Menéndez Salmón dedica un excelente artículo a 5, de Sergio Chejfec, en La Opinión de Málaga:

5 (Cinco y Nota)

Sergio Chejfec vuelve sobre Cinco para reflexionar sobre la escritura lo que permite disfrutar de uno de los autores ineludibles
en español

A mediados de los años 90, Sergio Chejfec vivió como residente en la Maison des Écrivains Étrangers et Traducteurs de Saint-Nazaire, ciudad desde cuya base submarina los U-Boote alemanes martirizaron el Atlántico durante la Segunda Guerra Mundial. Chejfec concibió allí un texto titulado Cinco, ficción por momentos confusa, a menudo hermética, siempre atractiva, en torno a un hombre inadvertido, una panadera sin clientes, un padre asesinado, una bruja protectora de la infancia y un niño que en las costas de Venezuela oficia de ángel de la guarda para marineros borrachos.

5-coverimageDos décadas más tarde, Chejfec sintió el impulso de regresar a ese texto para contar la parte invisible de su concepción, esa que no necesariamente redunda en la escritura pero que a menudo la ilumina de forma oblicua. Valiéndose de una fórmula de Hans Reichenbach, podría decirse que este segundo texto, prosaicamente titulado Nota, sirve al autor para aludir al contexto de descubrimiento, al ámbito de dinamismo e inspiración en que fue redactado el fragmento primitivo. El resultado del original Cinco más la Nota complementaria arroja así como resultado un libro titulado 5.

Lo primero que llama la atención en 5 es que la Nota dobla el tamaño del relato seminal. Sucede lo mismo que con Napoleón en sus comentarios a Maquiavelo, donde las consideraciones del emperador son más amplias que el texto de El Príncipe. Y ello es congruente, pues lo que Chejfec desarrolla en este añadido no es sólo una vívida plasmación de la experiencia de un foráneo, sino una conjetural concepción de la escritura. La lectura sociológica acaba por dar paso a una problemática consideración en torno al oficio de escribir.

Porque 5 supone un cuestionamiento de una pregunta acaso sin respuesta. ¿Qué es un escritor? O mejor: ¿qué distingue al escritor de quien no lo es? O mejor aún: ¿dónde buscar el matiz decisivo que permite adjudicar a una sensibilidad determinada la categoría de escritor? Chejfec desbarata cualquier pretensión idealista al respecto. La condición de escritor es «un artículo de inconstancia». La verdad de la escritura está sometida, como tantas otras vicisitudes, «a un régimen de imprevisibilidad». Chejfec no siente que la escritura sea un don, una potencia caprichosa, un privilegio. Pues no existe «ninguna autoridad real o imaginaria sobre la que se apoye». En este caminar no tanto a ciegas como sin mapas, el escritor, o quien aspira a serlo, queda librado al poder de las representaciones, a la capacidad de su inteligencia para extraer del misterio del mundo la promesa de un sentido. También a la salvaguarda de otras miradas que le han precedido, tan diversas y en apariencia inconmensurables en el caso presente como pueden ser las de Simenon o Gracq.

Tan inclasificable como su autor, una de las figuras más sugestivas de la antiliteratura y, por extensión, de cualquier canon alternativo que se precie, 5 propone un rotundo brindis para disfrutar de uno de los autores realmente ineludibles que hoy escriben (y piensan) en español.

ENLACE al artículo

5 de Sergio Chejfec en El Cultural de El Mundo

Josep Maria Nadal Suau dedica un excelente artículo a 5, de Sergio Chejfec, en El Cultural de El Mundo:

5, Sergio Chejfec

sergio-chejfec-foto-gonzalo-guyot

Nada en la literatura de Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956) parece definitivo, o tal vez sea mejor decir que todo es definitivo sólo por un instante, como las apariciones espectrales o los relieves de la orografía. Sin ir más lejos, el título de su último libro publicado en España, 5, fue distinto en otro tiempo: cuando apareció por primera vez, en 1995, lo hizo con el marbete Cinco, que definitivamente no es lo mismo aunque lo parezca.

Ese libro original era una narración, inasible como todas las del argentino, que ahora reaparece como ‘Cinco’, primera parte del volumen que tenemos entre manos; la segunda parte es una larga ‘Nota’ que regresa a las condiciones en las que fue escrito el texto precedente, durante una estancia en la residencia para escritores de una ciudad “abstracta”, industrial pero de ritmo provinciano, atravesada por el viento y definida por los astilleros de su estuarios (nadie escribe los espacios urbanos en lengua castellana como Chejfec, nadie como él logra recuperar el paseo de las garras del cliché para devolverlo a la literatura). El resultado es un conjunto desconcertante en el que territorio, memoria y sueño convergen en una forma de realismo indeter5-coverimageminado. 5 nos lleva de la mano por calles que parecen tomar forma a medida que son recorridas, nos presenta a personajes cuya “coreografía” queda descrita con precisión cinematográfica, y reincide en la idea de escritura que caracteriza cada nuevo libro del autor: una forma de topografía, la conversión del texto en mapa. Pero eso sí, teniendo en cuenta que ese mapa aspira a “refutar” el territorio, y que en las escasas ciento ochenta páginas de 5 aparece en dos significativas ocasiones el adjetivo “insondable”. Como dije, tampoco los mapas son definitivos en la narrativa de Chejfec.

Si todo esto les sugiere una literatura exigente, es una impresión exacta. La anécdota en estas páginas, aunque existe, no permite hilvanar una sinopsis tradicional: digamos que 5 es la historia de una voz que devanea por una población desconocida, por algunos recuerdos propios o inventados (por ejemplo, se menciona la muerte del padre en una reyerta muy novelística), y hasta por la superficie de los textos que escribió en el pasado. Chejfec dice muchas cosas sobre muchas cosas, y el diseño excepcional que Jekyll & Jill pone a su servicio le ayuda a decirlas (sólo un detalle maravilloso: la diferente calidad del papel en el que están impresos ‘Cinco’ y ‘Nota’), pero es inevitable concluir que cada apunte, pasaje o inflexión de la trama apuntalan una reflexión constante sobre la escritura.

Sin embargo, esa escritura no sucede en el vacío, sino que está enmarcada por un conjunto de circunstancias externas que conforman lo que podríamos llamar el “estatus” del escritor. Ese marco es también escrutado en este libro, puesto que el programa de residencia que organiza la ciudad convierte al autor en una figura socialmente reconocible, productiva: es una fuente de prestigio y capital simbólico para la localidad.

A cambio de su estancia, además, tiene que someterse a una serie de rigores: escribir una obra que aluda al lugar, recibir un trato protocolario preestablecido o, en los casos más exitosos, quedarse a vivir allí tras mimetizarse con el entorno. El peligro de la jerarquía o la institucionalización acechando a la naturaleza abierta de la literatura. Pero Chejfec no dice esto, sólo lo narra, recordándonos que el acto narrativo va mucho más allá de una estructura señalizada de acciones y personajes dirigiéndose a una conclusión. 5 es electricidad sin prisas.

EN LIBRERÍAS12345
COMPRAR EN LA WEB

5 de Sergio Chejfec en El Periódico Mediterráneo

56290904_2194610713952906_4869121023800246272_o

5, de Sergio Chejfec, Libro de la Semana en el suplemento cultural Cuadernos de El Periódico Mediterráneo, por Eric Gras:

Chejfec explora y actualiza su propia memoria narrativa

«La literatura es tiempo», me dijo una vez Sergio Chejfec a raíz de una charla que mantuvimos con motivo de la publicación de su breve y exquisito ensayo ‘Últimas noticias de la escritura’ (Jekyll & Jill). Pocos autores actuales personifican a la perfección esa afirmación como el autor argentino. La literatura de Chejfec requiere su tiempo, para ser leída, valorada, experimentada… Su escritura precisa de una lectura pausada, de a pocos, para poder ver y saber valorar en su totalidad la maestría que reside en ella. Esto es algo que he podido comprobar a lo largo de los últimos años en varias de sus obras, y tras la entrevista que me concedió quedó patente, en mi caso, que su modo de entender la literatura tiene mucho que ver con armar una memoria o con llevar a cabo un ejercicio de actualización de una memoria, idea que vuelvo a encontrarme en ‘5’ (Cinco y nota), obra que aparece nuevamente en el sello zaragozano que dirige Víctor Gomollón.
Este libro, como podrá comprobar el lector que se acerque a él, contiene dos partes, diferenciadas pero que están íntimamente ligadas. Por un lado, y en primera instancia, nos encontramos con ‘Cinco’, compendio de breves relatos —o, mejor dicho, un relato entrecortado, fragmentado— en los que Chejfec nos presenta a un singular personaje que deambula por una ciudad desconocida para él y en la que se va encontrando con otros individuos un tanto extraños, configurando así una atmósfera chocante en la que se suceden acciones variopintas y, por qué no decirlo, irracionales.
Al parecer, este texto fue escrito por Chejfec hace años, y ahora añade otro texto, que titula ‘Notas’ y con el que pretende, en cierto modo, explicar el proceso de escritura de ‘Cinco’. Aquí juega un papel de vital importancia ese «talismán equívoco», como él lo denomina, su ya célebre cuaderno verde —protagonista de Últimas noticias de la escritura— en el que resalta el valor de la escritura manual, así como el poder, la nostalgia o el olvido de la palabra. Y es, precisamente aquí, en ‘Notas’, cuando volvemos a asombrarnos —al menos yo me asombré— de esa facilidad que el argentino tiene para crear una historia a partir del desarrollo mismo de esa misma historia. Dicho de otro modo, volvemos a esa idea de memoria o desmemoria, de reajuste de la memoria, de una interpretación de la memoria.
Chejfec recuerda con su particular estilo armonioso, con su enriquecido y depurado lenguaje, la estancia en una de esas típicas residencias de escritores a principios de la década de los 90. Como el propio autor remarca, siempre quiso reescribir la historia que cobró vida durante ese periodo —‘Cinco’—, pero en lugar de eso, optó por reflexionar sobre aquellos días, dando pie a una nueva narración mucho más compleja, más atractiva a mi parecer por la tensión que se genera en torno al recuerdo —en el prólogo ya nos dice que «no se puede saber si es verdad»—, el pensamiento y la dimensión propia de un libro que, con el tiempo, se ha transformado o mutado en un número conclusivo. Una vez más, Chejfec me cautiva.

EN LIBRERÍAS12345
COMPRAR EN LA WEB

Planeta Eris recomienda ‘5’ de Sergio Chejfec



La mitad luminosa de este planeta, es decir, Eris, fue la que primero se fijó en los trabajos de esta editorial zaragozana que realiza una labor encomiable, con un catálogo reducido que nos hace llegar tanto obras extranjeras que no han sido traducidas al español como obras en nuestra lengua sin discriminar género ni intención.

Así que con este número de rima fácil decidí encontrarme con un escritor que no conocía y con una editorial con mucho valor. Al igual que Eris, con otros volúmenes, quedé gratamente impresionado, tanto como lector como devoto del soporte físico de los libros. Es necesario resaltar dos aspectos: continente y contenido y, al mismo tiempo, dentro del contenido hablar de dos partes, dos obras juntas e inseparables Cinco (la obra inicial) y Nota (la complementaria).5-coverimage

Es una obra y una edición que necesita una pequeña explicación, y de ello se encarga el propio autor en la solapa. Algo tan revelador como: “Este libro resulta de un deseo simple e incumplido”. Según nos cuenta Sergio Chejfec, durante mucho tiempo quiso volver sobre un relato escrito sobre 1995 en unas  circunstancias especiales, pero la intención no cristalizó en un proyecto real. Así que pasado el tiempo decidió completar la obra proponiendo una explicación. Aunque no una aclaración al uso, no recurriendo a la realidad para explicar una ficción, sino empleando las mismas armas del escritor de ficción, creando de esta forma una situación pocas veces presenciada, un equilibrio en la cuerda floja de la literatura.

El autor cambia el título de letra a número y continúa sus pasos por la paradójica cuerda con una explicación que revela algo diferente, quizá más perpendicular que paralela.

Chejfec nos sitúa en una ciudad junto al mar y nos ofrece un escritor como protagonista principal. Así que podemos suponer que el tema principal será la propia literatura. El acercamiento que hace es bastante peculiar, apenas citando autores. Es curioso que, aparte de Borges, sólo se mencione a Simenon y su gran obra El perro canelo (una de mis preferidas del autor) y a Julien Cracq y su deslumbrante El mar de las Sirtes. Lo restante son referencias tangenciales o deducciones a cargo del lector.

Estamos en una ciudad casi abstracta como con reminiscencias borgianas. Nos presenta a un escritor como a una figura social reglada dentro d
e una sociedad con aparente normalidad, pero escrupulosamente estamentada. Un escritor que desarrolla su tarea en un lugar llamado la Residencia, donde habitan el arte y los artistas. El escritor es como un trabajador manual cualquiera, semejante a los trabajadores de los astilleros cercanos. Él contempla esta ciudad con sus características para hacer abstracción de su labor y para entrar en cuestiones filosóficas de conocimiento teórico y práctico utilizando además a sus interlocutores (Patrice y su colega) para teorizar sobre literatura.

Los habitantes parecen estar sometidos a unas rutinas y unas vidas muy limitadas con protocolos muy rígidos. Asimismo hay una preocupación muy consciente de lo que esto implica, si en realidad somos producto de nuestras propias rutinas y acciones. Se hace mención sobre la relación del escritor con el público y el mismo sentido moral de los medios para conseguir esa atracción. Aquí es tan importante, o más, el espacio descrito como los personajes que lo habitan o la propia trama, como si éstos fueran una mera excusa para poder inscribirlos en un lugar determinado. Sergio Chejfec tiene una capacidad descriptiva espacial sobrecogedora.

Hay muchos más elementos que podéis descubrir en este pequeño gran libro, tesoros como las notas que hace el autor en la segunda parte o un esquema de relaciones para situar a los personajes.

Por último hay que hablar del propio soporte que lo diferencia de otras editoriales, una labor de un editor comprometido al que tuvimos la oportunidad de poner imagen y voz en uno de espacios del penúltimo programa de Página2 de RTVE. El libro está encuadernado en cartoné negro mate con sobrecubierta ilustrada, el papel es de alta calidad y el tono es diferente en las dos partes del libro (más oscuro en Nota que en Cinco), además esta editorial utiliza impresión que le confiere una calidad excepcional. Al final leemos los detalles técnicos y comprobamos que aparecen sellados y numerados, uno a uno, los 1.000 ejemplares de esta primera edición. Un tesoro bibliográfico.

Un estilo de contar que va más allá de unir o seleccionar palabras para expresar ideas, un gusto especial por la combinación de conceptos para crear hermosas frases llenas de contenidos. Para ejemplo un botón, como cuando el protagonista declara que “yo venía de experiencias que reducían mi tolerancia a los contrastes”.

La lectura provoca una sensación de extrañeza e incertidumbre, de no estar seguro de lo que estás leyendo (el lector también en la cuerda floja), pero al final alcanzas la recompensa que siempre se obtiene ante un buen libro.

ENLACE al artículo

5 de Sergio Chejfec en el diario La Provincia de Las Palmas


Elisa Rodríguez Court dedica su columna a 5, de Sergio Chejfec. Hoy en el diario La Provincia de Las Palmas.

Sergio Chejfec es un maestro en imaginar vidas que no se rijan solo por lo manifiesto. No parece entonces extraño que los protagonistas de su obra suelan moverse a tientas en fragmentos inestables de un mundo que se supone indeterminado y aleatorio. Así ocurre también en su último libro, 5, recién publicado en una hermosa edición por Jekill & Jill. Contiene dos textos de ficción literaria diferentes entre sí, aunque ambos guardan relación con las vivencias que le aportó a Sergio Chejfec su estancia como invitado en una residencia de escritores durante ocho semanas.

La residencia está situada en una pequeña ciudad marítima que se presenta abstracta y fantasmal ante sus ojos, tal vez bastante parecida a como el escritor recién llegado a la residencia experimenta la noche. Se asoma por primera vez al balcón y la oscuridad carente de acción, ruidos y colores diurnos le resulta más legible que la claridad del día. Porque no conoce todavía el entorno, la mirada se anticipa a construirlo.

Sergio Chejfec parece referirse en 5 a la naturaleza hipotética y huidiza de un mundo imposible de ser abarcado como unidad, en cuyos escenarios suceden acontecimientos que se vinculan antes a un espacio que a una cadena temporal. De ahí el significativo lugar que ocupa en su libro la descripción del entorno perceptible, a través de la que se narran las experiencias y sus modificaciones. Las circunstancias son, pues, decisivas. Crean realidades y verdades. También por eso, quizá, los protagonistas de 5 dicen y a continuación se desdicen, así como son capaces de mantener dos ideas contrarias a la vez sin que se contradigan, cuestión que Sergio Chejfec logra con maestría. Un motivo que se añade a mi admiración de su obra.

ENLACE al artículo

Entrevista a Sergio Chejfec en el diario La Provincia (Las Palmas de Gran Canaria)



Alberto García Saleh entrevista a Sergio Chejfec con motivo de su visita a la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria para presentar su libro Teoría del ascensor.
Diario La Provincia (31-5-2017)

«Teoría del ascensor no se pregunta por la escritura, pregunta sobre lo escrito»

¿Qué supone Teoría del ascensor en el contexto de su producción literaria?
Yo tomo Teoría del ascensor como un texto abierto, sometido a cambios que pueden ser de sustracción o agregación. Uno podría decir que está compuesto de historias y ensayos, pero también hay formas intermedias (ejercicios, notas diarísticas, pensamientos, ideas). Se ha publicado, entonces ha quedado cristalizado en el momento en que se lo dio por concluido. Pero creo que conserva, si no en la letra, sí en la circulación interna del pensamiento, una intención de forma abierta y no concluida. Me gusta pensar en libros que van cambiando por su cuenta. En parte por obra de la lectura, como pasa siempre, pero también porque no hay una jerarquía interna de elementos que privilegie unos aspectos o sentidos sobre otros.

¿Hasta qué punto la figura de Juan José Saer ha sido un referente en su obra?
Para mí tiene la importancia de un maestro. No debido a su acción, Saer veía con desconfianza los modelos encarnados en personas, y por lo tanto no hacía nada por tener seguidores, sino debido a sus libros. En ellos encontré, en un idioma propio (o sea, un idioma que instila desconfianza hacia el propio idioma), que podían existir una idea de realidad y una idea de literatura en un mismo nivel de complejidad. Saer me abrió esa posibilidad.

¿Coincide en que hay unas ciududades chejferianas que pasan por Buenos Aires, Caracas, Nueva York, París?
Para mi hay dos tipos de ciudades. Las que nombro y las que no. Pero son categorías intercambiables, porque a veces en un libro nombro una ciudad que luego en otro, siendo la misma, no se nombra. Por un lado supongo que obedece a lógicas internas de las historias, no siempre es bueno localizar y datar absolutamente todo —y a la inversa-; y por otro lado, pienso, se trata de creer en dimensiones urbanas transversales. Es obvio que la ciudad no es algo meramente territorial, aun cuando las experiencias que ofrecen las distintas ciudades nunca sean iguales. Pero hay una matriz de convivencia colectiva, incluso con sus desafecciones, que me gusta explorar así, en términos de literatura.

¿En este Teoría del ascensor ha querido hacer una síntesis entre el ensayo y la narrativa?
Creo que podria ser muy gráfico decirlo así. aunque no ha sido el espíritu. En realidad no sólo en este libro, en ocasiones voy hacia una mezcla entre ensayo y narración, pero eso no quiere decir que busque una síntesis. Diría justamente lo contrario. Ensayo y narración no son en absoluto irreconciliables, aun cuando puedan verse muchas veces bastante separados.

En el libro se abordan multitud de temas. pero ¿existe un aspecto particular que sirva como cohesión de cada uno de los textos?
A lo mejor el aspecto más presente no pertenece tanto a los contenidos, que en efecto son muy diversos, sino a una especie de postulación implícita sobre lo que significa escribir literatura. En mi opinión, es una opción entre lo determinado y lo indeterminado. No hay una sola manera de hacerlo. En ge nerallasnarraciones determinan lo general e indeterminan el detalle. Quizás yo opere a la inversa, determinando el detalle e indeterminando lo general. Creo que la literatura se basa en eso; no hay manera de escribir sin recurrir de uno u otro modo a esa dialéctica.

¿Se puede hacer un paralelismo entre la obra del director húgaro Béla Tarr y su escritura?
No lo había pensado. Sus pelíclas son bastante ensayísticas, en el sentido de distraerse respecto de la supuesta peripecia que deben mostrar. A mí me pasa algo parecido.

Sergio Chejfec. Foto: Alejandro Guyot
Sergio Chejfec. Foto: Alejandro Guyot

¿Su aproximacióna de autores como Martín Caparrós, Mercedes Roffé, Sebald y Cortázar puede entenderse como otra reflexión sobre la propia literatura como ha hecho con frecuencia?
Le pasa a todos, es inevitable. La literatura es una dimensión de la realidad. Los escritores escriben aun cuando no lo hagan. De la misma manera, cuan

do uno habla sobre un escritor, incluso en el caso de que no lo sea,también se está predicando a si mismo.

¿Puede entenderse el libro como la lógica continuación de Últimas noticias de la escritura?
Se puede entender así, aunque en Últimas noticias de la escritura el discurso busca la continuidad a través de distintos tópicos. En Teoría del ascensor la ruptura y el cambio de registro son más explícitos. Últimas noticias se pregunta por el significado de la escritura cuando casi no se la practica a mano; Teoría del ascensor no se pregunta por la escritura sino que son preguntas sobre lo escrito.

¿Qué opina de las palabras de Enrique Vila-Matas que define su estilo como de «voz baja» y «frío trato irónico»?
Me gusta tomarlos como inmerecidos elogios.

En el libro se suceden ideas, reflexiones, textos e imágenes continuamente. ¿Supone este estilo un guiño a una tendencia literaria cada vez más frecuente de no ceñirse a ningún género concreto?
Puede ser… Yo lo vincularía más con otras cosas también tendenciales Por un lado, en el plano de la vida de todos los días, la importancia de la interrupción como factor reiterado que introduce una dimensión rítmica en actividades que no necesariamente la requieren. Supongo que hay algo en el corte de las entradas del libro, y en los comienzos sin preámbulos, que aluden a cierta asimilación de lo fragmentario, en tanto trance de la experiencia. Cualquier cosa puede aparecer y apagarse de inmediato. Si dura,mejor, pero si se apaga pasamos a la siguiente. A ese movimiento sincopado nos sumamos. En ese sentido me ha gustado pensar en este libro como algo instalativo; de organización efimera y que puede comenzar a observarse —o leerse— desde cualquier página.

Carlos Pardo recomienda Teoría del ascensor y Saturno en Babelia El País



saturno-teoriadelascensor

Carlos Pardo recomienda Teoría del ascensor de Sergio Chejfec, y Saturno, de Eduardo Halfon, en el artículo sobre literatura latinoamericana para la Feria del Libro de Madrid. En Babelia El País:

«De algunos libros importantes ya se ha hablado en las páginas de este periódico: del genial El absoluto, del argentino Daniel Guebel, o de Había mucha neblina o humo o no sé qué, de la mexicana Cristina Rivera Garza, ambos publicados por Literatura Random House. También de Teoría del ascensor (Jekyll&Jill), del imprescindible escritor argentino Sergio Chejfec. Pero tres novelas también merecen destacarse. Saturno fue el primer libro de Eduardo Halfon (Guatemala, 1971), ahora lo publica, por primera vez en España, Jekyll&Jill. En él ya están las virtudes que hacen de Halfon un escritor importante: la estructura, siempre intensa y fluida, de variaciones sobre un tema. Saturno es una “carta al padre” y un inventario de despedidas de escritores suicidas.»

ENLACE al artículo

Teoría del ascensor de Sergio Chejfec recomendado en El Plural



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddJosé Ángel Barrueco recomienda Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en El Plural:

Tratar de explicar qué es exactamente Teoría del ascensor es una empresa vana, como intentar contarle a alguien qué es la poesía. Suele ocurrir con los libros del argentino Sergio Chejfec: no se sabe muy bien dónde acaba el ensayo y empieza la narrativa, pero eso es lo de menos. Lo primordial es lo mucho que disfrutamos con su prosa, pues sus efectos contagian y son parecidos a los primeros síntomas de la embriaguez: uno se va dejando llevar, entre trago y trago, entre párrafo y párrafo, y cuando menos se lo espera ya está metido en la borrachera, en la altura narrativa, en ese arte de contar en el que se van hilando experiencias, reflexiones, observación del entorno, análisis de la obra de otros autores, y paseos, sobre todo paseos, caminatas y vagabundeos por las ciudades, puntos de partida que desatan esas meditaciones. Escrito en forma de pequeños ensayos y variaciones de lo visto y de lo leído, constituye a la vez una especie de dietario inusual y un compendio de afinidades lectoras. Ya el propio arranque supone una declaración de intenciones: Terminada la lectura y a punto de cerrar el libro aún ignoramos de qué se ha tratado. Denso y fascinante.

ENLACE al artículo

Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en La mano que escribe con pluma



Processed with VSCO with a5 preset

 

María López Villarquide reseña Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en el blog La mano que escribe con pluma:

Nos comenta Vila-Matas en la contracubierta de Teoría del ascensor, que no sabe si su autor es narrador o ensayista, pero que tampoco le importa ya que la duda y la indecisión son elementos que atraen a Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956). Una no puede una mostrarse en desacuerdo con semejante idea, porque en su lectura, ella (o sea, yo) se ha visto precipitada a una sensación extraña que aún continúa sin identificar.
¿No era eso lo siniestro? Debería revisar mi propia tesis doctoral, creo.
No sé qué he leído. En cualquier caso, entre fragmento y fragmento reconocía tres asteriscos bien centrados que hacían el favor de indicarme (muy serviciales ellos) que uno acababa de concluir y que otro, se iniciaba.
¿Y qué sentido tiene que escriba sobre un libro tan provocador si no es para quejarme o decirles que lo eviten? Bueno, en cualquier caso, no es mi estilo pero tampoco lo haré. Teoría del ascensor es divertido, desconcertante y muy reflexivo. Léanlo. Hay pocas cosas parecidas.
Les parecerá una sucesión de anécdotas del autor en sus paseos por las calles de Buenos Aires, sus pizzerías y sus colectivos de conexiones infinitas, hasta que comience a hablarles de otra gente que no es él, gente a la que no conoce y que pasea por Nueva York, Londres o Caracas (de aquí además aportará imágenes de postales envejecidas y consumidas por el tiempo y algún que otro insecto, que son excusa para una anécdota o anécdotas para justificar lo raro de su presencia en mitad del texto).
Entonces pensarán que es una novela: breves capítulos salpicados de una trama atípica pero existente, en donde a los personajes, que a veces se repiten y a veces no, se les nombra por sus iniciales.
Eso creerán, pero entonces toparán con las píldoras filosóficas que el texto ensayístico de Teoría del ascensor esconde en la manga, y ellas les llevarán a ideas muy interesantes sobre la relación tirante que se establece entre el autor y su obra (no abandonen el lápiz y subrayen, subrayen mucho) o entre el autor y el traductor, o entre la escritura y la cocina. Es posible y aquí, se hace, sin dejar de citar de paso a Martín Caparrós, Cortázar, Kipling, Juan José Saer, Roland Barthes o Walter Benjamin ¿y por qué no?
Hasta aquí les cuento, pero es sólo un ejemplo: hay mucho más.

ENLACE al artículo

Teoría del acensor de Chejfec en el diario Democracia (Argentina)



Sergio Chejfec Foto: Lisbeth Salas
Sergio Chejfec. Foto: Lisbeth Salas

 

El escritor Juan Becerra escribe sobre Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en el diario Democracia (Argentina):

Para prestar servicio a las máquinas

En su asombroso último libro, “Teoría del ascensor” (Jekyll & Jill, Zaragoza, 2016), Sergio Chejfec se interna a fondo en paisajes, objetos, recuerdos y lecturas, de las cuales la de un libro de entrevistas a W.G. Sebald publicado en inglés lo obliga a detenerse en una respuesta, en la que Sebald dice —la glosa es de Chejfec— que “si uno instala en su casa un sistema de circuito cerrado, tendrá la impresión, al ver las imágenes, de que la gente vive para prestar servicio a las máquinas”. La observación es reveladora porque descubre aspectos trillados pero al mismo tiempo invisibles de la vida cotidianCUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.indda dominada por los artefactos, sobre todo los alimentados con energía eléctrica.
Supongamos que una persona de clase media y mediana edad, habituada a sentir como extremidades íntimas a los artefactos vinculados a la aceleración de los procesos que sostienen la cultura en la que vive, se levanta de la cama un día cualquiera. ¿Qué hace? Una secuencia posible sería: se despierta con la alarma de su teléfono, abre Whatsapp, Facebook, Twitter e Instagram para leer y ocasionalmente escribir (en todo caso también vigilar las cuentas de las personas que la obsesionan); va a la cocina sin abandonar el teléfono, abre la heladera, se sirve café de la cafetera, tuesta el pan en la tostadora, saca de la heladera la manteca o la mermelada y enciende el televisor para ver el reporte del tiempo y las noticias mientras sigue exprimiendo el teléfono y levanta la taza para tomar el primer trago del día.
Todo eso ha sucedido en poco más de media hora y ha implicado una relación con seis artefactos y varios sistemas. La experiencia es la de la robotización naturalizada. Esa persona no sabe lo que está haciendo, ni que lo que hace sea posiblemente lo mismo que hacen sus vecinos. Pero lo que siente es que la mañana le ha dado una primera satisfacción a la sed de supervivencia (las tostadas con manteca y el café con  leche calman a las fieras) y la ilusión de una individualidad panperceptiva.
Por cuestiones de antropocentrismo, es decir, de narcisismo colectivo, no creemos que les prestamos servicios de esclavitud a las máquinas sino que las máquinas son nuestro valet. La presión evolutiva de la cultura empuja sobre las máquinas para obtener de ellas más servicios. El resultado inadvertido es una dependencia que sólo se asume en modo catástrofe cuando… se corta la luz.
Vivimos una ciudad en la que los cortes de electricidad han comenzado a crear rutinas de claroscuros, pero cuando eso sucede trayendo consigo efectos mágicos (ahora lo ves, ahora no lo ves), la oscuridad nos ofrece un viaje en el tiempo que hay que aprovechar. Retrocedemos hacia escenas rembrandtianas: la luz de una vela en la oscuridad. ¿Qué se puede hacer? Personalmente me pasa que leo compulsivamente a la luz oscura de las velas. Leer me parece la consecuencia natural de un corte de electricidad, no porque sea lo único que se puede hacer sino porque es la escena perfecta para hacerlo. La vela es el objeto precursor de la tecnología ambiental. En “La casa: historia de una idea”, de Witold Rybczynski, se cuenta que la vela fue inventada por los fenicios hace 2400 años. Si bien su luminosidad era inestable y mortecina -cien velas iluminan menos que una bombilla de 60 watts-, no fue superada por las lámparas de aceite (Leonardo Da Vinci fracasó en su perfeccionamiento) hasta que en 1783 Ami Argand inventó la lámpara Argand, una mecha protegida por un cilindro de vidrio.
La luz eléctrica probó su eficacia en el alumbrado público de París en 1877, luego en Londres y, en 1882, en Nueva York, donde Edison tendió una red de cables subterráneos de 2,5 kilómetros a la redonda para abastecer a 200 millonarios entre los que se encontraba el protofinancista J. P. Morgan, cuyos sucesores les están dando tantas satisfacciones a la economía argentina que no para de crecer.
El contacto con el libro de Rybczynski nos empuja a irnos por las ramas. Pero, en resumen, la vela y todas las fuentes de luz artificial que se sucedieron después de Gütemberg tuvieron como principal objetivo iluminar la lectura nocturna de libros de papel, una experiencia de interiores que entre 1920 y hoy fue obligada a competir con la radio, la televisión, la PC y los smartphones con los resultados irreversibles ya conocidos.
En un texto de 1959 llamado “De la plusvalía a los medios masivos”, Norman Mailer le apunta a la cabeza del orden capitalista. Empieza con una frase demoledora de la que nadie puede decir que no sostiene la existencia de una verdad pura sin una gota de pérdida: “Nadie puede abrirse camino a través de ‘El Capital’, de Karl Marx, sin grabarse en la mente para siempre el conocimiento de que la ganancia debe provenir de la pérdida: con la energía perdida de un ser humano pagando por la comodidad de otro”. Es muy impresionante descubrir, como si fuera un planeta nuevo que siempre estuvo ahí, la correcta inversión del lenguaje que produce Mailer. Se supone por obra del cliché capitalista que el que paga lo hace con dinero, por lo que el concepto de pago sucedería exclusivamente en términos de economía monetaria: vos trabajás y yo te pago. Sin embargo, Mailer sostiene que el pago es en energía, es decir, en pérdida de fuerza humana (digamos vida) destinada al trabajo que sostiene la comodidad de los otros.
Luego dice que el precio del jugo de naranja envasado obedece al cálculo inconsciente del empresario que lo fabrica y que sólo tiene en cuenta la comodidad del consumidor en relación a todas las molestias que evita: no hacer él mismo el jugo mezclando polvo con agua, no exprimir él mismo las naranjas, etc. Estamos frente a lo que Mailer llama ya en 1959 “la manipulación psíquica del ocio”, que vale para el jugo de naranjas pero también para el resto de los artefactos que aceleran los procesos de producción con el propósito de darnos un falso tiempo libre que no es otra cosa que un tiempo cautivo de consumo parecido a la experiencia de lobotomía. Si el capitalismo del siglo XIX fue una máquina de destruir cuerpos, el del XX (ni hablar del siglo XXI) “apunta a destruir la mente del hombre civilizado” del que depende la estabilidad de la economía. Y todo sucede en el tiempo de falso ‘dolce far niente’ que llamamos descanso y que empleamos para la contemplación viciosa de pantallas, por donde entra en nosotros una realidad en forma de “ficción organizada”.
Todos, más o menos, estamos bailando la misma milonga. Encontramos en la masividad, paradójicamente, la aparente individualidad del “uno más” (el sujeto numérico reversible, invento ontológico del capital, ya sea para hacernos trabajar o consumir). Entonces, tienen razón Sebald, Mailer y también Chejfec, que encendió la mecha de estos párrafos: vivimos al servicio de las máquinas a tal extremo que no dejamos de servirles tanto en los niveles más íntimos de la vida como en el trabajo. Comemos conectados a las máquinas (y hacemos cosas peores) y las horas productivas son invadidas por la manipulación psíquica del ocio, donde la información en red nos quema literalmente la cabeza despertando en nuestro interior un menú de reacciones intratables. Conclusión: no hay descanso.
Lo que traen las máquinas con pantallas, a las que servimos mucho más tiempo que a las tostadoras y las cafeteras, son manifestaciones híbridas de realidad, donde la tasa de realidad varía de acuerdo a la tasa de ficción que la acompañe, y que siempre es alta porque la realidad es un fenómeno compositivo. Detrás de la relación del hombre con las máquinas de “contenido” parece vibrar la vieja estructura que sostiene la fe en todos los campos en los que aparece. Compuestos o no, los contenidos de las pantallas pulsan el botón de la credulidad o el rechazo frente a la ilusión de totalidad que representan. Pero faltaba algo. Superado el desafío de tener  al alcance de un pase de digitopuntura el Aleph de la calle Garay en la alquimia de 4G y smartphone, la máquina va en busca de la conexión con el más allá.
En el Mobile World Congress 2017 que se realizó en Barcelona hace unos días, la empresa Elrois Inc. de Corea del Sur presentó una aplicación llamada With Me destinada a las necroselfies. La espeluznante prestación ofrece fotos y conversaciones con muertos que hayan tenido la suerte terrestre de quedar en los smartphones en imágenes 3D, es decir, como avatares. La información almacenada es sometida a una inteligencia artificial que sube la imagen viva de la persona muerta al encuadre donde su deudo lo espera para el ¡click! y una charla corriente sobre cómo siguen las cosas en este mundo. Buenas noches. Que duerman bien.
ENLACE al artículo

Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en Le Cool



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddJuan Carlos Portero dedica su columna en Le Cool a Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec:

Ármense de valor, suban al ascensor que el recorrido es largo y tortuoso, difícil de seguir, mantengan la respiración. Si es necesario paren, retrocedan, vuelvan a leer, tomen nota. Al fin y al cabo es la lectura lenta la que reclama el autor. Caleidoscópico y poliédrico. “Terminada la lectura y a punto de cerrar el libro aún ignoramos de qué se ha tratado”, un buen comienzo o ponerte a prueba partícipe de este pasatiempo llamado literatura. En el viaje se detiene a explorar los posibles mundos que existen en los trabajos de otros escritores, como Mercedes Roffé, Martín Caparrós, Mario Bellatin, Carlos Ríos, Victoria de Stéfano o Igor Barreto. O los paseos por ciudades como Caracas o Nueva York. Las capacidades que tiene la literatura como puede ser la difícil tarea de la traducción. “Como si la literatura se toma la revancha de la negatividad, la deserción del original trastorna la voz de la traducción, que así se revierte sobre la original convirtiéndolo en algo sospechosamente trascendental”. Un arsenal de reflexiones sobre la ciudad, los transportes, el lenguaje, el idioma, la escritura, los escritores, el espacio, las relaciones… las materias que inquietan a la literatura de Chejfec.

“El autor tenía la idea de que la misión de las novelas era revelar un espacio más que contar una historia.”

La doble experiencia de aquello que se narra y la narración en sí misma, la recreación. Lo que dice y cómo lo dice. Un ejercicio gramatical extenuante, donde te imaginas ascensores que se deslizan en todos los sentidos posibles para dar forma al texto. Escribir la vida para contarla como una indecisión entre sus líneas.

“Hoy el escritor no quiere ser el único involucrado en saber lo que hay que poner o no, porque su relación viciada con la lengua propia lo aleja de cierta objetividad.”

Para ocultar hay que disimular. Hace tiempo que las novelas han dejado de enseñar, hay que cambiar la experiencia, ¿pero quién la modifica?. “Uno sabe, se supone, cómo llegar a una lengua. Pero no sabe cómo se quedará en ella.”

Muy recomendable.

ENLACE al artículo

Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en Todo literatura y Cia



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddTeoría del ascensor, de Sergio Chejfec, recomendado en el programa Todo literatura y compañía (Gestiona Radio). Antonio Martín Asensio lee el excelente artículo que Patricio Pron dedicó a este libro en El Boomeran(g).

ESCUCHAR podcast

ENLACE al artículo de Patricio Pron

Enrique Vila-Matas escribe sobre Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en El País


Enrique Vila-Matas dedica su columna a Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en El País:

Al margen de la Red

De los adictos a Chejfec, soy de los que disfrutan cuando sus escenas suceden de noche en un bar destartalado

Nada más abrir el libro, percibo que entro directamente en la “atmósfera Chejfec”. De entre los adictos a este escritor, soy de los que disfrutan cuando sus escenas suceden de noche en un bar destartalado, aunque también acepto las que transcurren en la calle al salir de un bar, como en ese impresionante documento que ya conocía y que Chejfec ha tenido a bien incluir en su nuevo libro, ese texto que recoge una conversación de madrugada con Antonio di Benedetto en la calle Talcahuano de Buenos Aires.

Esta vez, nada más irrumpir en el nuevo libro, en Teoría del ascensor (Jekyll & Jill), he ido a parar a un bar en el que el narrador escucha a alguien que dice que quiere volver a casa y no salir más, y no solamente no salir más, sino tampoco contestar al teléfono y, sobre todo, no leer el correo electrónico, olvidarse de Facebook y de Twitter, de WhatsApp y de Reddit, de Linkedin y de Instagram y de Skype: “Quisiera borrarme de todo esto y permanecer así durante largo tiempo, hasta que quienes me conocen se olviden de mí. Y una vez que eso ocurra, me gustaría empezar a vivir de otro modo”, dice la voz del bar.

Sé de quienes han desconectado de Internet porque no se resignan al cambio radical que se ha producido en el mundo: las cosas ya no ocurren en la vida real, sólo suceden en la Red. Por ejemplo, uno va caminando por una calle o entra en un bar y no sabe que en realidad ya solo es un personaje de Instagram.

En Teoría del ascensor hay alguien que acaba pensando que se ha convertido en “otro”, aunque no a la antigua manera, porque Chejfec dice que para él “ser otro”CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.indd significa no tanto una nueva personalidad, sino entrar en un mundo nuevo, es decir, un mundo donde la realidad y todos los individuos pierdan o dejen de lado su memoria y le admitan a él como un miembro desconocido, recién llegado…

Acaba de sonar mi móvil.

No hay salida, que decía Kafka. La única puerta abierta para huir de la vida real de la Red es la que señala ese vecino del bar de Chejfec que quiere volver a casa y no salir nunca más, que quiere comenzar un definitivo periodo de vida furtiva, porque es lo más parecido que encuentra a la idea de cortar con su propio sujeto: que las acciones, al no ser electrónicas y resultar por tanto difícilmente legibles, dejen de estar asociadas a él.

Sé que, de entre los que están logrando vivir desconectados de ellos mismos, para algunos situarse fuera de la Red equivale a encontrarse con “la infancia recuperada”, quizás porque en otro tiempo vivieron en algo parecido a la sigilosa y anticuada “atmósfera Sebald” que cita Chejfec en su libro. La memoria de ese clima calmo la tienen cuantos, aun habiendo presenciado el cambio radical de las últimas décadas, pasaron sus primeros años casi como si hubieran echado raíces en pueblos de altura, en sitios sin coches ni máquinas y en los que los únicos sonidos provenían de la naturaleza, de las herramientas manuales, o incluso de los materiales con que estaban hechas las casas cuando variaba la temperatura.

Perdón, me llega un whatsapp.

ENLACE al artículo

Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en El coloquio de los perros



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddAntonio Gómez Ribelles reseña Teoría del ascensor en El coloquio de los perros:

Supongamos lo siguiente: estoy en una ciudad que no conozco o, en una variante, que sí conozco; consigo un mapa y acabo comprendiendo que no sirve de nada, que la diferencia entre mapa y realidad en el primer caso es evidente y en el segundo una realidad paralela ajustada por la representación en el mapa y la propia experiencia. Y supongamos que escribo un libro y que en él el mundo paralelo es la literatura, que me llamo Sergio Chejfec y que el libro es Teoría del ascensor.
El párrafo anterior recoge, no literalmente, un planteamiento de Chejfec que aparece en uno de los textos del libro. Son bastantes las ocasiones en que Sergio Chejfec habla en él del amor por las caminatas, del gusto por el deambular urbano, ese caminar que no tiene destino y que se ve abocado a la imposibilidad del conocimiento geográfico del territorio, a pesar de que sea «el mundo de la ciudad propia». Estamos lejos de lo que se ha llamado el paseo, lejos de Walser o Thoreau, incluso lejos de los artistas del walking, de los paseos por la naturaleza como búsqueda de uno mismo o del ensimismamiento, lejos de lo romántico. El autor es plenamente urbano (cita o habla desde catorce ciudades), y reconoce la imposibilidad de los mapas, lo difuso de lo conocido, la ambigüedad de los paisajes de calles y fachadas, y, por extensión y paralelismo, de las palabras, los términos y sus significados. Su caminata lo convierte a él en un observador y a la literatura en una mirada documental. Mirada documental de todo aquello que aparece o se busca que aparezca, de las historias potenciales que se encuentran en los pliegues de los mapas inútiles de las ciudades. El autor observa, pero alejándose de la metódica enumeración de documentos, objetos, situaciones. «Para un escritor, …, el mundo es una construcción verbal». El lenguaje de Chejfec se convierte en un deambular por los géneros y las palabras, definido como un sistema experiencial, «esa dimensión compartida por la realidad y la literatura llamada experiencia», pero necesitada de la suficiente abstracción para poder separarla y convertirla en objeto autónomo. Realmente, como una caminata por la ciudad.
Describir entonces el libro como perteneciente a un género no tiene sentido, como tampoco lo tiene decir que no pertenece a ninguno o que los mezcla o intercala, que me parecería otra descripción tópica. Evidentemente, seríamos capaces de decidir que en un fragmento domina el ensayo y en otro la reseña, o que aquí está la poesía de la imagen y en otro la enseñanza de la anécdota, y dónde la ironía. Describir sería una palabra ambigua y más en este caso, porque Sergio Chejfec va caminando por autores que se convierten en relatos, dobla una esquina y habla de la poesía de otros para escribir entre líneas acerca de su propia literatura, o encuentra en la observación demorada de los objetos, las palabras y sus relaciones un método de pensamiento. Como artista, no creo que deba ser de otra manera. Casi estoy hablando de una teoría de la caminata en vez de una teoría del ascensor, pero, inmiscuyéndome como artista en esta reseña, el proceso me recuerda a algunas formas personales de narrar en mi pintura, en una manera que pretende llenar los huecos que quedan entre lo observado y sus significados, entre la realidad y su memoria y olvido, entre las palabras que narran: «En mi recuerdo está presente como un abigarrado momento de historias potenciales». Desarrollar lo observado con un lenguaje es como escandir el texto de una noticia de prensa, «encontrar la idea principal multiplicada en otras distintas».

El nuevo libro de Sergio Chejfec tiene un título que podría llevar a un lector no conocedor del autor al error de pensar en esa técnica comunicativa que consiste en ser capaz de transmitir una idea en el menor tiempo posible, algo parecido a un trayecto de ascensor. La contaminación en este caso del lenguaje empresarial globalizado junto con la popularidad excesiva del microrrelato, puede hacernos creer que estamos ante textos breves e inconexos tendentes a la técnica efectista del microtexto. Nada más lejos. En el libro existe una línea que reúne los relatos que es la propia literatura del autor y sus reflejos; y también porque aquí el objeto ascensor tiene varios sentidos: por un lado, con ironía o sin ella, «el ascensor es una cabina que ofrece una concentrada experiencia de lo provisional», por otro, aparecemos ante los textos como quien abre puertas y leemos cosas nuevas o ligadas, reapariciones de las mismas ciudades o personas. A favor de la linealidad, de la coherencia y unión entre los fragmentos del libro (verticalidad o tráfico vertical de ascensor en este caso) se muestra la elección de la supresión de títulos en los textos, de un índice como tal y de optar sólo por un índice alfabético al final, todo un retrato en tránsito enumerando recorridos a través de nombres de ciudades, calles, autores, personas, organismos o supermercados. Es el único momento en que el libro se centra en la enumeración, aunque aparezcan los listados en las guías telefónicas o una relación de autores y comidas, que por lo demás no es método en el libro; lo cual, si en algún momento nos recordó al OULIPO, nos muestra un camino mucho más personal y gratificante, lleno de poderosas reflexiones.
Dice Vila-Matas en la contraportada que en los textos de Chejfec «no pasa nada, pasa sólo que son excepcionales», como también le he oído decir que donde no pasa nada es donde acaban ocurriendo más cosas. Y probablemente estemos otra vez enfrentándonos a la ambigüedad de términos y a la indecisión sobre qué es cosa o qué es nada. Lo importante es la literatura de Chejfec y sus lenguajes, sus devaneos entre lo narrado y lo real, la acción/inacción, es hallar en la escritura lo que de verdad nos interesa desde la indefinición. La narración no es tal porque no llega a ningún fin, es una manera de hablar de la literatura a través de lo literario. Incluso cuando habla de alguien parece estar usándolo para hablar de él mismo en la literatura. Y eso que cuando aparecen escritores y artistas, tanto reseñando su obra como cuando aparecen como personajes, compañeros observados o protagonistas de sus relatos, demuestra por ellos más que admiración: Saer, Cortázar y las imágenes, Roffé, Sebald, de Stefano, Bellatin y la traducción, Drumond de Andrade…
Doméstico, ordinario, mundano, provisional, difuso, caminante, digresivo, inseguridad, desorganización, caos, asertivo,
«Terminada la lectura y a punto de cerrar el libro aún ignoramos de qué se ha tratado». Y esto, dicho en las dos primeras líneas del libro, es la mejor manera de dejarnos el camino libre.

ENLACE al artículo

Teoría del ascensor de Sergio Chejfec por Miguel Ángel Hernández en Ñ



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.indd Miguel Ángel Hernández escribe sobre Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en Eñe, revista para leer:

«Terminas de leer Teoría del ascensor, el libro de Sergio Chejfec que ha publicado la editorial Jekill & Jill. Chejfec es otro de tus autores de referencia. Y este es un libro extraño. No es un ensayo, no es una novela…, es un libro, un texto más allá de cualquier clasificación, un cúmulo de reflexiones sobre la ciudad, los transportes, el lenguaje, el idioma, la escritura, los escritores, el espacio, las relaciones…, en realidad, todas las cuestiones que preocupan a la literatura de Chejfec. Una literatura que es puro pensamiento, inteligencia desplegada. Pocos autores son capaces de observar y llegar a tocar la esencia de la realidad con tanta minuciosidad y precisión como él. Su escritura es una máquina de análisis del presente. Demuestra que la literatura sigue teniendo una función fundamental: la de desvelar el mundo en el que vivimos.»

ENLACE al artículo

 

 

Teoría del ascensor en el blog Mi palabra en tu vientre



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddM. Carmen Márquez reseña Teoría del ascensor,  de Sergio Chejfec, en su blog literario Mi palabra en tu vientre:

Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956) es un escritor argentino que actualmente da clases en NYU. Entre sus obras podemos destacar Lenta biografia (1990), Los incompletos (2004) o Últimas noticias de la escritura (2016).

El escritor argentino nos pone frente a las relaciones que entablamos con los demás y con nosotros mismos mediante nuestras experiencias. Pone a prueba al lector y le hace partícipe de este juego llamado literatura.

Chejfec no quiere que seamos una pieza aislada de este proceso sino que pongamos en práctica todo lo que sabemos.

El autor se detiene a explorar los posibles mundos que existen en los trabajos de otros escritores, como Mercedes Roffé o Martín Caparrós, y muestra que todas las realidades que relatan y/o imaginan son posibles. Todas tienen cabida y pueden ser ciertas dependiendo del punto de vista en que se traten.

Por otro lado, se adentra en las capacidades que tiene la literatura, como puede ser la traducción y su difícil tarea. Chejfec nos plantea un asunto bastante interesante: el objeto que por serlo ha de representar o no lo que físicamente es; quiere decir que cada cosa por sí sola e independientemente tiene un significado y no ha de vincularse siempre a sus semejantes por compartir aparentemente sus rasgos.

Esta Teoría del ascensor se deshace en las manos, en el buen sentido de la expresión, ya que Sergio Chejfec comparte su saber y sus reflexiones de una manera exquisita, interesante e intensa. Una joya literaria desde nuestro punto de vista.

Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, por Patricio Pron


Patricio Pron reseña Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en su blog de El Boomeran(g):
A la fantasía cultural de una lectura «veloz» para la que existirían técnicas específicas, la literatura parece haber respondido, por una parte, con la aceleración de la velocidad de desplazamiento del libro en tanto mercancía, devenida prácticamente instantánea con su pérdida de materialidad; y por otra parte, mediante la adopción de procedimientos que tienden a la constitución de una literatura asertiva, formalmente simple y temáticamente redundante, de la que se excluye todo aquello que pudiese entorpecer (y por consiguiente ralentizar) la lectura, convertida en una práctica presumiblemente engorrosa y algo indeseada, situada como está entre el deseo de haber leído y su realización.
Sergio Chejfec viene produciendo desde hace décadas una obra de un rigor desusado que desde el título del primer libro que la compone, Lenta biografía (1990), tiene en el tiempo uno de sus intereses más habituales. No se trata tan sólo de que los personajes de Chejfec parezcan vivir «fuera» de él, en una zona de contornos difusos en la que la percepción temporal es condicionada por prácticas deliberadamente ajenas a la duración como el vagabundeo y la elaboración de conjeturas: los libros en los que esos personajes aparecen (lo que podríamos denominar «la obra en sí») exigen del lector una velocidad de lectura baja, condicionada por su falta de linealidad, la falta de acciones otras que la percepción y las muchas incertidumbres que tienen lugar y son resueltas o no en ellos: quién habla, respecto de quién lo hace, dónde se encuentra, hacia dónde va, (sobre todo) cómo ve y de qué forma salva el abismo que existe entre la experiencia y su relato de ella.CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.indd
Si la obra de Chejfec es considerada habitualmente «difícil», no lo es sino debido a que (a modo de resistencia al imperio de la velocidad en literatura, le interese esto a su autor o no) su obra no pretende ser el relato de una experiencia sino una experiencia en sí misma: en su resistencia a la lectura adquisitiva, veloz, en el marco de la cual (podría decirse) hubo una experiencia y el lector debe leer el relato que se hizo de ella para conocerla, la opacidad de la obra de Chejfec, su apuesta decidida por la provisionalidad y la irresolución, devuelve a la lectura su condición de experiencia (y podría decirse que toda experiencia tiene su grado de dificultad, incluso la más agradable). Ya sea que narre una deriva por un parque en el sur de Brasil, aborde la obra de Rafaela Baroni o (como en esta Teoría del ascensor) se ocupe de contemporáneos como Mercedes Roffé, Martín Caparrós, Mario Bellatin, Carlos Ríos, Victoria de Stéfano o Igor Barreto, dé cuenta del descubrimiento azaroso de unas postales antiguas de Caracas o de su vida en Nueva York, visite el taller de Eduardo Stupía o escriba sobre sus muertos familiares (Lorenzo García Vega, Juan José Saer, Julio Cortázar), leer a Sergio Chejfec es asistir a una sofisticada forma de recordarnos que toda literatura constituye una doble experiencia: la de aquello que se narra (poco importa si situado en el pasado o en el presente; aquí, poco importa si protagonizada por los sucedáneos de una «primera persona» que Chejfec elude para que la narración autobiográfica no devenga irrelevante o banal: «él», «el escritor», etcétera) y la de la narración misma, devenida experiencia mediante su reenactment en la lectura. Quizás esa recreación constituya una lenta y algo dificultosa experiencia para los lectores habituados a la velocidad de otras literaturas, pero en ella radica la oportunidad de encontrarse con uno de los acontecimientos más importantes de la literatura en español de las últimas décadas, así como algo parecido a una promesa: la de una literatura que al rechazar radicalmente la lectura rápida no pasa, también rápidamente, sin dejar huellas.

Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en El Cultural



Sergio Chejfec Foto: Lisbeth Salas
Sergio Chejfec. Foto: Lisbeth Salas

Josep Maria Nadal Suau reseña Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en El Cultural de El Mundo:

El lector de Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956) reconocerá enseguida las pautas, y buena parte de los temas, que recorren Teoría del ascensor, su segunda publicación en el sello Jekyll & Jill: la presencia de Juan José Saer como piedra angular de la propia interpretación del canon argentino y latinoamericano; la cuestión territorial, que empieza con el recorrido de las ciudades chefjequianas (Buenos Aires, Caracas, Nueva York, París) y a partir de ahí va concentrándose en la contemplación de los espacios limítrofes, periféricos, íntimos o ausentes; un cúmulo siempre creciente de preguntas sobre la relación entre literatura y experiencia, o fenómeno y representación; el paseo como exigencia para el surgimiento de lo literario; lo anecdótico como disparadero de la reflexión, aunque a menudo no sea lo explícito de la anécdota aquello sobre lo que se piensa, sino más bien lo que se deriva de ella; etcétera.

En esta Teoría del ascensor, estas características se articulan en forma fragmentaria, a través de textos que a veces podrían pasar por narrativos y a veces, en apariencia con claridad, como ensayísticos: por ejemplo, aproximaciones a la obra de autores como Martín Caparrós, Mercedes Roffé, Sebald, Cortázar o el cineasta Béla Tarr. Y sin embargo, diría que las lógicas narrativa y ensayística se confunden en Chefjec, y que lo hacen de un modo deliberado e inquisitivo. Precisamente, el autor se refiere a la obra de Tarr en términos que no le sientan nada mal a su propia escritura: “Suele mencionarse la tendencia ensayística de Tarr. […] Creo que cabe otra idea de ensayo, menos formal y declarativa y notoriamente híbrida: más que intentos de respuestas, las películas de Tarr son interrogaciones sobre el realismo”. No creo que en estas líneas haya una voluntad apropiacionista sobre el referente del director húngaro, pero sí una más que razonable correspondencia.

A Chejfec le persigue la fama de escritor denso, incluso opaco; la contraportada de Teoría del ascensor recurre a unas palabras muy acertadas de Enrique Vila-Matas que se refieren a su “voz baja” y su “frío trato irónico”. Es todo cierto, y sin embargo nada más accesible que el universo particular de Chejfec, una vez se recuerda que el paseo es en él una clave estilística: callejeamos por un barrio porteño, por el listín telefónico o por un bucle mental del autor, pero callejeamos en definitiva.

CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.indd


Y callejear tiene tanto de método como de azar. O, si no callejear, digamos con Chejfec que se puede ascensorear, una práctica que implica un desplazamiento vertical y automático, sí, y también un acceso solicitado o no a varios niveles. Acompañar a Chejfec es descubrir recorridos inesperados, como en el último y extraordinario texto del volumen: el autor estudia unas viejas postales de Caracas, y los agujeros que las termitas han hecho en ellas se le revela de pronto como “una elusiva acción connotativa” que conecta sorprendentemente todas esas imágenes, por otra parte tan fraudulentas como cabe esperar de la industria turística.

Los ensayos-no-tan-ensayos de Teoría del ascensor, tan valiosos como los anteriores cinco volúmenes de Chejfec publicados en nuestro país, exploran ideas sutiles y al mismo tiempo poderosas. Para cerrar, y a modo de ejemplo, sirvan dos citas lúcidas sobre el concepto de ruina: “Sé que el presente es reverberación del pasado. Pero a veces, gracias a la ruina, podemos plegarnos a la ilusión de que es a la inversa: el pasado como eco póstumo (o exhalación invertida) del presente”. Y “también es construida y puede estar arruinada nuestra forma de ver”. Un libro de Chejfec también es un territorio, también contiene pasadizos, también se ejecutan en él elusivas acciones connotativas. Es la literatura.

ENLACE al artículo

Teoría del ascensor de Sergio Chejfec en Valencia Plaza

SERGIO-CHEJFEC-Foto-Alejandro-Guyot_Multimedia-destacada

La mirada cuántica de Sergio Chejfec nos muestra lo que no vemos en ‘Teoría del ascensor’

La editorial Jekyll&Jill amplía su catálogo con una nueva obra del autor argentino, un volumen en el que se recoge su inequívoca vocación por detenerse en aquello que a otros pasaría desapercibido

9/01/2017 – 

VALENCIA. Se dice que la experiencia sensorial derivada de la vista es distinta para cada ser humano que cuenta con ella; ejemplo de ello son los enconados debates en torno a si un color se acerca más aquí, al verde, o más allá, al marrón. Este fenómeno ha sido protagonista incluso de modas virales recientes, como aquel vestido del que tanto se habló, sin ir más lejos. Constatar que el vecino navega en la misma realidad que nosotros pero con un radar diferente es algo que nos inquieta: ¿qué puede estar viendo que yo me estoy perdiendo? ¿Será mejor su opción o la mía? La incapacidad de trasladarnos y calzarnos su cuerpo remata la frustración. Qué fantástico sería poder introducirse temporalmente en otro ser y acercarnos a la realidad desde sus sentidos, descubrirlo todo de nuevo a través del tacto extraordinario de un topo, de la sensibilidad térmica de algunas serpientes, de la ecolocalización de los cetáceos, la electrocepción de los tiburones, la habilidad para entenderse con los campos magnéticos del planeta propia de algunas aves.

Como ocurre con esas historias abundantes en detalles las cuales pueden ser disfrutadas una y otra vez porque siempre se nos revelan nuevos matices en la relectura, podríamos percibir otras capas de la existencia que ahora nos resultan del todo invisibles. ¿En qué se convertiría la noche si nos guiásemos principalmente por el olfato? A veces no hace falta imaginar tanto: hay sujetos de nuestra especie que hacen gala de otro talento distinto pero con resultados similares, gente que emplea un sentido idéntico al nuestro de una forma distinta. Gente que mira de otra manera. Donde uno ve rutina, ellos ven ocasión. Donde otros sienten tedio, ellos encuentran un hecho digno de ser desmenuzado minuciosamente hasta comprenderlo y abarcarlo en su totalidad. Algo así le ocurre a Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), autor de Teoría del ascensor y de otros títulos como Mis dos mundos, Baroni: un viaje, La experiencia dramática, Lenta biografía, Sobre Giannuzzi o Últimas noticias de la escritura. En este compendio de reflexiones y visiones que es la última obra suya que nos ha llegado, gracias a la editorial Jekyll&Jill, Chejfec va iluminando parcelas de lo que se extiende allá donde la propiocepción -hablando de sentidos- nos dice que hemos terminado nosotros.

CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.indd

Quizás de Japón y su idiosincrasia habríamos apreciado más otros elementos que su asombrosa tendencia al cero, una particularidad matemático-social que de pronto se torna un hecho muy tangible y verdadero una vez ha pasado por el particular filtro del autor. En este caso, el poso de quien escribe, su impronta, es más que evidente: es como una lente que ralentiza la llegada a una certeza, un cristal translúcido en ocasiones y en otras, tan transparente que podríamos chocarnos con él. Chejfec es un medio de transporte complejo al que hay que aproximarse con cierta precaución. La experiencia de leerle es difícil de explicar, algunos episodios -no son exactamente episodios- transcurren fluidos y reveladores, en otros corremos riesgo de quedar apresados por la densidad de la página. Enrique Vila-Matas vuelve a aparecer por estos pagos: si ya mencionamos su gusto por el bilbaíno Álvaro Cortina, autor de Deshielo y Ascensión, añadiremos ahora lo siguiente sobre Chejfec: “¿Es narrador o ensayista? Ahí a veces dudo, como ahora mismo; titubeo bastante, nunca sé qué decidir. Pero no importa. Después de todo, a él le atraen las indecisiones. Con todo, de algo creo estar seguro: en sus textos, poblados de fantasmas tenues y etéreos, acabo siempre de golpe comprendiendo que no pasa nada, pasa sólo que son excepcionales”.

Narrador o ensayista: Chejfec alterna entre un pelaje y otro sin prestar demasiada atención a la metamorfosis, su prosa se desenvuelve cómodamente en cualquier situación. Tan pronto nos informa de las mecánicas del premio literario que ideó junto a Alejandro Zambra y Guadalupe Nettel -el Alacrán-, como nos devuelve a esa época en la que las guías de teléfono -descritas con una maravillosa capacidad para poner palabras a algo tan cotidiano como el contraste entre robustez de estos tomos y lo aparentemente frágil de sus hojas- podían servir para localizar a escritores de la talla de Cortázar en mitad del caos y el frenesí de una gran metrópolis como el Buenos Aires que frecuenta en sus relatos. La mirada de Chejfec tiene una cualidad cuántica, sus ojos y su intención se posan en eventos discretos, en paisajes a los que ya estamos acostumbrados, y es allí, en estas normalidades, donde el escritor encuentra el material que requiere para desplegar su talento y su erudición.

Catalogar lo que nos ofrece el argentino es una tarea ardua; esta no es una obra recomendable para quienes busquen una única historia, ni tampoco para quienes deseen dedicar unas horas a la lectura de un ensayo al uso: en Teoría del ascensor las perspectivas se mezclan y los horizontes se difuminan. La ambigüedad a la que se le dedican palabras en el libro se mantiene presente en todo momento. Cita Chejfec a Walter Benjamin en uno de los pasajes del libro para compartir con el lector la semejanza entre la labor del escritor y la del cocinero: así como hay productos que crudos nos resultarían dañinos, y es el oficio del chef el que los hace digeribles y apetitosos, también sucede que muchos acontecimientos son anodinos o indigestos hasta pasar por las manos de un buen gourmet de la escritura, como en este caso sería Chejfec. Él puede transformar una reflexión en un capítulo perlado de grandes sentencias donde se nos enfrenta a nuestro propio idioma, de tal forma que conseguimos vislumbrar sus costuras, sus límites.

¿Y qué hay del ascensor? Dice el autor que los ascensores “ofrecen, para quien quiera encontrarlas, experiencias de la suspensión. El ascensor se manifiesta por sus efectos. No solo alude a la suspensión física de las cabinas cuando van de un punto a otro en la vertical, sino sobre todo a la pausa impuesta en el interior hasta que el tiempo corre de nuevo cuando la puerta se abre”. Un ascensor, un elevador que nos va parando en diferentes plantas de la literatura. Así es leer a este escritor que parece ser capaz de hacer grande lo más pequeño.

ENLACE al artículo

Pedro Bosqued escribe sobre Teoría del ascensor de Sergio Chejfec



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddPedro Bosqued, profesor de la Escuela de Escritores, escribe sobre los tiempos verbales y Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en El Asombrario & Co.

«Sirva como ejemplo, el siguiente extracto de una novedad editorial que acaba de llegar a las librerías. En su último libro, Teoría del ascensor (Jekyll & Jill), el argentino Sergio Chejfec cuenta un suceso que al narrador le sucedió hace ya algún tiempo. “Una madrugada de 1985 me tocó estar en la pizzería El cuartito, en la calle Talcahuano de Buenos Aires. Era hora de cerrar: la santamaría de la puerta ya había caído y dos mozos ponían las sillas patas arriba sobre las mesas. Por entonces esta pizzería era más barrial, sin la luz abundante que tiene ahora y con las paredes menos decoradas con fotos y recortes de prensa. Aquella noche cerca de la entrada se demoraba un señor mayor, hacía rato que había terminado el plato y la bebida, y ahora estaba concentrado en contar unos billetes que iba extrayendo del montoncito que había puesto sobre la mesa, presumiblemente para pagar. Los mozos hacían gestos de impaciencia cuando pasaban por detrás de él, pero también de complicidad, como si lo conocieran, lo cual se traducía en algo parecido a la burla”. No solo está el pretérito indefinido, aparece por ejemplo el presente (luz abundante que tiene ahora) para dinamizar la historia. De forma que al tiempo elegido para narrar la anécdota, el pretérito indefinido; Chejfec elige otros tiempos verbales que traen el suceso hasta el tiempo en el que se lee.»

ENLACE al artículo