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Ricardo Menéndez Salmón reseña Este pequeño arte de Kate Briggs



Ricardo Menéndez Salmón reseña Este pequeño arte  de Kate Briggs en el suplemento Cultura del diario La Nueva España:

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Este pequeño arte 

La reflexión, cerebral y romántica a la vez, de Kate Briggs sobre la tarea del traductor

RICARDO MENÉNDEZ SALMÓN

Si en literatura, siendo sinceros, a menudo nada resulta tan irreal como el realismo de ayer, dicha prevención cobra especial relevancia cuando hablamos de la traducción. En efecto, ninguna actividad literaria parece tan sujeta a mudanza como la del traductor. Walter Benjamin, alguien que hizo de la experiencia de lo extranjero tanto una razón de vida como una estrategia intelectual, advirtió esa falla cuando apuntó en La tarea del traductor: “Mientras la palabra del escritor sobrevive en el idioma de éste, la mejor traducción está destinada a diluirse una y otra vez en el desarrollo de su propia lengua y a perecer como consecuencia de esta evolución”. Por si no tuviera bastante con enfrentarse a la soberanía del texto ajeno, el traductor debe vérselas con la caducidad de su tarea, expuesta como pocas a la plasticidad de la lengua de recepción y a la sensibilidad cambiante de sus usuarios. El original es un mármol inquebrantable, protegido paradójicamente por su fecha de creación, mientras que sus sucesivas puestas al día obligan al traductor a equilibrios formidables. Pensemos por un momento, como un ejemplo entre miles, en la distancia que media entre la traducción de Rimbaud al español realizada en 1954 por Cintio Vitier y las propuestas por Miguel Casado y Eduardo Moga en fechas recientes. El viaje es tan largo como el que media entre las Ardenas donde el genio nace y el Yemen donde su voz se oculta y apaga.

Kate Briggs, traductora al inglés de Roland Barthes, lanza en Este pequeño arte una singularísima mirada a las aventuras de la traducción, a propósito de sus límites y certezas, en torno a sus expedientes satisfechos y sus cuitas inagotables. Lo hace valiéndose de herramientas características del espíritu barthesiano (elogio de la delicadeza, cuestionamiento de la autoridad, desviación y reformulación del canon) para urdir un bellísimo libro que, sin dejar de ser un ensayo, se lee con la emoción de una autobiografía y con el hechizo de una novela. La clave de tan feliz centauro, su encanto y fascinación, radica en la capacidad de Briggs para explorar con inteligencia, pero también con pasión, las estancias de su tarea. Libro cerebral y al tiempo casi romántico, nacido de las miles de horas de trabajo de la traductora y a la vez de la devoción de una lectora que emprende sus excursiones textuales sin buscar otra recompensa que el propio viaje, Este pequeño arte es un homenaje a la literatura y a tres de sus provincias mayores, la lectura, la escritura y la traducción, inextricables en ocasiones, estancas otras veces, de pronto inefables, puntualmente iluminadoras, opacas a menudo incluso para quienes más y mejor las cortejan. Pues al fin y al cabo, como Briggs anuncia amparándose en el magisterio de su admirado Barthes, la literatura es esa “preciosa indirección” que obra el misterio de que el conjunto del conocimiento, tan falible como infinito, se dé, como por ensalmo, en esa concreción intransigente e irreductible que es el monumento literario.

Porque ya no queda tiempo de Rafa Cervera en La Nueva España



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Eugenio Fuentes reseña la novela Porque ya no queda tiempo, de Rafa Cervera, en el suplemento cultural de La Nueva España.

Rafa Cervera o lo mucho que se puede hacer con la memoria

El nombre de Rafa Cervera (1963) resultará más que familiar desde hace décadas a los adictos al periodismo musical. Hace tres años se internó en la senda de la novela con Lejos de todo y, ahora, ha dado un paso más allá. De gigante. Con la inquietante frontera de los 60 reflejada en sus ojos, ha mirado atrás y le ha salido Porque ya no queda tiempo que, en sus propias palabras, es lo que ocurre cuando la literartura absorbe la realidad. Gran acierto es haber sabido disponer los hilos de la memoria como un juego de líneas cruzadas en el que destellan dos luminarias: el Lou Reed al que idolatra y Nueva York. Le ha salido así lo que llama juego de habitaciones de hotel, en lugar de una pantanosa historia de infancia, juventud y madurez. Otro diez es que lo mucho que sabe de la música y sus mundos se ha transformado en destellos que hilvanan el recuerdo y enganchan al lector en una red de la que no querrá salir.

Ricardo Menéndez Salmón reseña Los hombres de Rusia de Reinaldo Laddaga



Ricardo Menéndez Salmón escribe sobre Los hombres de Rusia, de Reinaldo Laddaga, en el diario La Nueva España:

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Huestes oscuras

RICARDO MENÉNDEZ SALMÓN

Una técnica de prestigio dentro de la tradición literaria, la del manuscrito encontrado, sirve a Reinaldo Laddaga para destilar un cóctel de ensayo político y novela de formación en Los hombres de Rusia, obra que por subtítulo lleva el marbete «documento», como si su autor quisiera adherirla antes al ámbito epistemológico de la historia de las ideas que a la indagación pura y dura, sin aristas, en el terreno de la ficción. No en vano, el redactor del manuscrito del que Laddaga se vale para exponer sus propósitos confiesa que la realidad es mucho más difícil de relatar que la invención, pues «la lógica de la vida es menos clara que la de los cuentos».

La lógica de la vida que Los hombres de Rusia persigue ilustrar es sin duda inquietante. Lo que Laddaga propone, como una suerte de precipitado tóxico de las potencias maléficas que vertebran nuestra época, es la construcción de una fábula en torno a las fuentes que han servido de abrevadero a esa extrema derecha que, como un virus de irradiación frenética, infecta hoy el mapa conmovido del planeta. Esa fábula, representada por un grupo de fanáticos que llegan a un desolado rincón de Florida parapetados tras sus teofanías, sus drogas de diseño y sus conspicuos profetas, se alimenta del panteón de excéntricos que ha venido nutriendo el imaginario de las razas intactas, la espiritualidad de las naciones, los fulgurantes mitos de la pureza. 

Por las páginas de Los hombres de Rusia desfilan así el experimento protofascista de Gabriele D’Annunzio en Fiume y las aberrantes teorías de Cyrus Teed en torno a la Tierra hueca, encuentra acomodo Miguel Serrano, el jerarca nazi chileno que alumbró la tesis del hitlerismo esotérico mientras compartía mesa y mantel con Hermann Hesse, pero también Aleksandr Duguin, el Rasputín del Kremlin de Putin, dios tonante del renacimiento de la soberana Eurasia, y a la vez asoman la patita el Partido Republicano en los tiempos de Barry Goldwater, las maquinarias de la violencia que Carl Schmitt amparó mediante sus estudios constitucionales e incluso el barón Julius Evola, mandarín de la extrema derecha italiana que logró el círculo cuadrado de conjugar en su obra a Mussolini con la misoginia de Weininger y los goces del tantrismo con la decadencia de Occidente del apocalíptico Spengler.

Semejante compañía conduce por necesidad a una debacle de la razón. Es entonces cuando el texto de Laddaga muestra su engarce con el presente. Pues su alegoría halla un sustrato más que verosímil en la sensación, a menudo trágica, que al sujeto confiado en las estrategias del consenso y la universalidad de la inteligencia le acosa hoy en día, esa ominosa evidencia de que el mundo ha regresado a la senda del pensamiento mágico, los avatares de las creencias numénicas, la pestífera seducción de la oscuridad. Y es que, quizá, los campeones del irracionalismo nunca se habían ido del todo. Sólo estaban esperando para regresar disfrazados de hombres de Rusia, evangelistas de sonrisa tierna, presidentes pendencieros.

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La coronación de las plantas en La Nueva España



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Eugenio Fuentes reseña la novela La coronación de las plantas, de Diego S. Lombardi, ilustrada por Claudio Romo, en su sección La Brújula del suplemento cultural de La Nueva España:

Una aventura iniciática para una conspiración vegetal

Tras contemplar con atención la fascinante cubierta de La coronación de las plantas, y luego recrearse en cualquiera de las once ilustraciones del chileno Claudio Romo que enriquecen el volumen, sólo cabe zambullirse en sus páginas para atrapar las promesas que se alojan en sus líneas. Y es ahí cuando el lector, que habrá de estar diplomado en la batalla literaria, empezará a felicitarse. Porque acompañará a un héroe en el cumplimiento de su misión. Un trompetista de jazz, un puñado de polaroids, un buen surtido de plantas mágicas, con descripción y recomendaciones de uso, es todo lo que el argentino Lombardi necesita para poner en marcha un penetrante relato iniciático. El camino hacia el descubrimiento de una realidad subyacente, imposible de imaginar desde el romo más acá, que encuentra sus vías de revelación en el mundo vegetal. El otro lado del espejo era, sobre todo, verde.

Cosmotheoros de Christiaan Huygens

Cosmotheoros, de Christiaan Huygens



Cosmotheoros de Christiaan Huygens
Cosmotheoros de Christiaan Huygens

Criaturas imposibles de un escrutador del cielo
Este libro, vaya por delante, es una de esas rarezas que sólo pueden generar caudales de agradecimiento hacia quienes osan publicarlas. Ilustrado con 20 láminas fantásticas —en todos los sentidos— y un desplegable de la chilena Alejandra Acosta, Cosmotheoros, del holandés Christiaan Huygens (1629-1695), es el primer tratado en el que se conjetura sobre seres extraterrestres a partir de teorías científicas. El astrónomo Huygens, descubridor del satélite Titán, fue también, como otros científicos de su época, matemático, físico, óptico y hasta fabricante de telescopios. Cosmotheoros quiere decir observador de estrellas y, en tanto que tal, Huygens, además de informar sobre los cuerpos celestes del sistema solar, imagina seres antrópicos adecuados a las características que suponía para cada uno de ellos. Completan esta pequeña joya numerosas notas a pie de página, una cronología biográfica y un documentado prefacio de los editores.

Eugenio Fuentes, La Brújula, diario La Nueva España (15-10-2015)

«Chris Marker y La Jetée» de Antònia Escandell Tur, en el diario La Nueva España (23-1-2014)


«La Jetée es un cortometraje de fotografías filmadas realizado en 1962, al que Marker llamó fotonovela. Su argumento, que encajaría dentro de la ciencia-ficción apocalíptica, ambientada en una hipotética Tercera Guerra Mundial que estallaría en el año 2040, nos muestra a un joven sometido a un experimento que le permite viajar en el tiempo. Este joven recuerda a una chica vista en un aeropuerto años antes de la guerra, cuando él no era más que un niño. En buena medida, el filme es esta historia de amor imposible entre alguien que recuerda que estuvo allí (La, j’étais), y recupera imágenes de los pliegues más remotos de la memoria, y quien es recordada pero está lejos, inaccesible, separada de él por estratos temporales que en el fondo, aunque parezcan lo contrario, son insalvables porque nadie puede eludir el tiempo. Un romance que se interpreta como la representación de las relaciones a la vez idílicas –por complementarias– e imposibles –por diferentes– entre la imagen fija, o fotografía, y la imagen enmovimiento, o cine.»

Reseña de Alfonso López Alfonso en el suplemento cultural del diario La Nueva España (Asturias) sobre el ensayo Chris Marker y La Jetée, la fotografía después del cine, de Antònia Escandell Tur.

Nota: hemos alterado la maquetación de la reseña, cambiándola de una a dos columnas, para facilitar su lectura.