Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon, en la pizarra de Llibreria Nollegiu (Barcelona).
La máxima que afirma que un periodista especializado en fútbol es un futbolista frustrado se puede aplicar perfectamente a Rafa Cervera. El valenciano quiso ser estrella de rock’n roll en su juventud y, dada su impericia como músico, se dedicó a escribir sobre lo que más le gustaba. Y no le ha ido mal, como podéis comprobar desde hace más de 27 años en nuestras páginas. Ahora debuta como novelista con ‘Lejos de todo’, una novela en la que se mezclan dos historias: la del descubrimiento de la sexualidad por parte de unos adolescentes en la playa de El Saler y la de la breve estancia de David Bowie en una Valencia en plena Transición. Pero mejor que sea el propio Cervera el que nos destripe su novela.
Después de tantos años oficiando como periodista, te has decidido a escribir una novela. Cuéntame cómo ha sido el parto.
Lo cierto es que escribir ficción es algo que siempre he querido hacer. Durante años acudí a talleres de escritura creativa y aprendí a hacer relato corto y novela breve. “Lejos de todo” viene de ahí, aunque ha sido un proceso lento. La empecé a escribir hace bastante y tuvo un par de versiones iniciales que no cuajaron. Al final la historia encontró su camino incluso a pesar de mí, que soy lento e inseguro en estos asuntos. Ahora que ha visto la luz espero que lo siguiente que haga fluya mejor.
Muchos periodistas freelance se escudan en el día a día para no dar el paso de convertirse en novelistas. ¿Ha sido tu caso? ¿Por qué acabaste dándolo?
Cuando empecé a escribir ficción podía permitirme el lujo de reservarme unas horas sólo para eso, y trabajar con tranquilidad. Hoy intentar repetir eso sería prácticamente imposible. Los dispositivos móviles son una distracción pero sobre todo lo que ha cambiado son las circunstancias generales. Un periodista freelance intenta diseñar su supervivencia día a día. Si no estás con la antena desplegada no hay propuestas que hacer, si no tienes reflejos puede que llegues tarde con ellas; hay que proponerlas, escribirlas, rezar para que se publiquen y esperar a cobrarlas. No es el mejor escenario para concentrarse en algo que, si en algún momento cristaliza, es bastante improbable que te saque del atolladero económico. Así que, precisamente por todo eso que acabo de contar, escribir ficción se me antoja como la mejor de las rebeliones. La realidad pesa más que nunca por eso da más gusto ignorarla y plantarle cara inventándote historias en las que tú eres el que manda, y no ella.
¿Cómo surge la idea de las dos historias que se cuentan en la novela?
La historia de los tres adolescentes es algo que estaba en mi cabeza desde hace tiempo, tanto que ya no recuerdo por qué esa obsesión. Supongo que proviene de la necesidad de revisitar la adolescencia. Al final, con los años, la nostalgia ha ido dando paso a una fantasía que sigue teniendo mucho que ver con esa fase vital. Lo de Bowie tampoco recuerdo exactamente de dónde vino. Fue hace mucho (insisto en que los orígenes de esta novela se remontan más de 10 años atrás, soy muy lento) pero recuerdo vagamente el momento en que dije, “¡Sí! ¿Por qué no?” Y convertí un relato en primera persona que tenía hecho como ejercicio para el taller en el comienzo de la historia de Bowie.
¿Cuánta porción de autobiografía contiene la novela?
Por los ingredientes que tiene, es inevitable pensar que parece autobiográfica, sobre todo por los escenarios donde transcurre y esa fijación idólatra con una estrella de la música pop. La historia es pura ficción construida con elementos que le he robado a la realidad. Es como una realidad paralela soñada por el autor de la obra. “Lejos de todo” no es la historia de mi adolescencia, pero yo estoy en cada uno de los elementos que configuran la novela.
¿La idea de que Bowie visitó y vivió durante un breve periodo de tiempo en Valencia tiene algún referente real? Me refiero a si Bowie fue alguna vez a Valencia o si te has basado en otros músicos que sí lo hicieron.
Cuando tenía 15 años fantaseaba con la idea de que Lou Reed (que el músico que en realidad me abrió los ojos y me cambió la vida) actuaba en Valencia o se materializaba por el barrio del Carmen, como una aparición mariana. En 1977, la idea de que alguien que parecía proceder de otro planeta pudiera colarse en tu vida cotidiana era un sueño. Sobre todo si vivías en un lugar tan remoto como Valencia. Los músicos importantes iban a Madrid y Barcelona, Ibiza era una especie de oasis en ese sentido porque era un lugar de libertad aislado del agobio franquista y eso atraía a la bohemia musical. En cuanto a Valencia no venía casi nadie a actuar. La historia ha terminado por demostrar que esas cosas ocurrían más de lo que nos atrevíamos a creer entonces e incluso ahora. A medida que el tiempo avanza y aflora la información, descubrimos que por España pasaron de incógnito algunas estrellas del rock. Hace poco leí en ‘Valencia Plaza’ que Keith Richards se acostó por primera vez con Anita Pallenberg en Valencia, en 1967. Y Bowie pasó unos días con Bianca Jagger en 1977, en la Costa Brava. La idea de meter a Bowie en el Carmen y hacerlo pasear por el Micalet con Iggy Pop en lugar de colocarlos en Berlín, proviene de esa fascinación. De esa posibilidad milagrosa fraguada en la adolescencia en una época en la que estas cosas eran un sueño. Hoy en día nadie se extrañaría si, estando en Albalat del Sorells, apareciera Björk de repente. Las estrellas de la música han perdido gran parte de su misterio en el siglo XXI.
En 1977 Valencia era una ciudad que despertaba del letargo franquista, pero quizás el Saler seguía dormido en aquella época…
Sinceramente, no lo sé. Yo pasé mi adolescencia en la playa de Pobla de Farnals. Mi familia tuvo allí un apartamento hasta mediados de los ochenta. Empezamos a frecuentar El Saler a principios de los noventa. El Saler es un lugar muy especial. Yo vivo ahí desde hace 10 años y cada día descubro algún detalle nuevo, casi siempre relacionado con la naturaleza. Es un lugar extraño, no por su geografía sino por sus circunstancias. Es una franja de tierra de dos o tres kilómetros de ancho que separa el mar de un lago de agua dulce que es el epicentro de folclore local. Posee una belleza muy particular. El aislamiento es uno de sus atributos. Y su propia historia. En los sesenta comenzó a ser urbanizado con la idea convertirlo en otro Benidorm. Se alzó un movimiento popular que acabó deteniendo esa tropelía y posteriormente se ha ido restaurando el mal realizado. Todo eso y algunos factores más contribuyen a hacer de todo ello un territorio extraño.
¿Bowie podría haber vivido en Valencia en 1977 o habría salido por piernas?
Si hubiese buscado lo que busca en la novela, habría sido un buen lugar para él. Los motivos por los que en esas fechas se trasladó a Berlín fueron resolver una crisis personal y buscar el anonimato. En Valencia lo hubiese encontrado seguro.
El adolescente que narra la primera historia descubre la sexualidad de manera muy intuitiva. ¿Es fruto de la época en la que vive?
Supongo que sí porque los recuerdos que puedo traspasarle a ese protagonista son los de mi experiencia. En aquella época apenas había información. Todo era un enigma y, por supuesto, un pecado. La única manera que se me ocurre para descubrir el sexo cuando se trata de un personaje introvertido y refugiado en su mundo interior es el instinto. No obstante, hay referencias veladas a autores malditos como Sacher-Masoch, al cual más de un adolescente de la época, -Alaska incluida- descubrió gracias a la canción “Venus in Furs”. Y la escena cumbre de la historia adolescente, la de la filmación, está inspirada en las primera películas experimentales de Warhol donde a veces aparecía una sexualidad muy estimulante, porque era casi pornografía mal hecha, realizada por amateurs, como pueden serlo ahora las grabaciones sexuales con el móvil.
Me gustan los referentes a ‘Belle de jour’ y, evidentemente, los musicales. ¿Qué otros referentes te han inspirado para escribir?
Son pequeños guiños, también hay uno a “Lolita”, que recuerde ahora mismo. Hay muchas referencias de todo tipo pero al final, de tanto escribir, yo creo que todo ha quedado muy triturado y mezclado. El otro día mi padre me decía que algunas descripciones le recordaban a Blasco Ibáñez, pero jamás me inspiré en él. Yo creo que sí se filtra la influencia de Rodrigo Fresán, Vila-Matas, Agustín Fernandez Mallo al nivel que puedo filtrarla yo, sintiéndome inspirado por ellos. David Lynch también es otro referente, en este caso buscado.
¿Este es un libro para aficionados a la música?
Si no tienen prejuicios, sí. Pero sobre todo yo creo que es una novela para lectores que no necesitan ser fans de Bowie ni de ningún grupo. Quiero pensar que he hecho literatura más allá de cualquier otra consideración. La música es un elemento fundamental pero no es una finalidad en sí misma. Quería usar a un personaje tan poderoso como Bowie e incrustarlo en un paisaje que está muy lejos de ser el suyo. Si eso funciona, entonces ahí empieza la literatura y el crítico musical desaparece.
¿Y para los que siguen a Rafa Cervera como periodista musical?
Supongo que también, siempre y cuando tengan claro que esto es ficción y que la intención es otra en este caso. El lenguaje es otro, la intención es otra, aunque yo creo que sigo siendo muy reconocible para aquel que me haya leído como periodista.