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Lejos de todo de Rafa Cervera en Diario Levante



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Abelardo Muñoz reseña la novela Lejos de todo, de Rafa Cervera, en Posdata del diario Levante (13-01-2018).

ENSUEÑO POP FETICHISMO ROCKERO

Verano de 1977: Playa del Saler. Un adolescente entabla amistad con una pareja de hermanos. Comparten la fascinación por David Bowie, el ídolo del «glamrock» que, por una casualidad, llega en tren a Valencia. Comienza la primera novela de Rafa Cervera, el prestigioso periodista musical.

La música es amor, es ensueño y es el alma de los recuerdos hermosos; «la vida sin música sería un error», escribió Nietzsche; al menos para varias generaciones de roqueros, que iniciaron su andadura sentimental en el universo yeyé de los 60, tan descafeinado, y saltaron al pop rock global de la mano de los Beatles y otras bandas planetarias. Y esta primera novela de Rafa Cervera (Valencia, 1963), destila fetichismo en estado puro; amor por la música y canto a la inocencia perdida; y una ficción pop encarnada en un personaje de su universo stardust más cool. Un tipo muy amado, por simpático, guapo y radicalmente genial. Cuando la libertad de expresión era frágil, muchos periodistas iniciaron su andadura crítica escribiendo sobre rock’n’roll. Desde José Manuel Costa y Jesús Ordovás, hasta Rafa Cervera; este último, el escritor de rock y de tendencias más interesante y documentado entre nosotros. Y a la hora de escribir su primera novela, Rafa no ha elegido otro asunto que la música, mejor dicho, un músico icono de la mejor época del pop del siglo pasado. Cervera ha alucinado con David Bowie, y casi a la manera de un alter ego, un superyó, y lo ha cruzado con el dulce tiempo de las ensoñaciones adolescentes. Con los primeros y tiernos amores y los lugares de veraneo. Novela corta, de hermoso título y rompedor diseño, de la artista Roberta Marrero (Gran Canaria, 1972); con relatos cruzados que ensamblan aventuras juveniles, claramente autobiográficas, con la ficción pura y dura que supone colocar bajo las Torres de Serranos a dos amigos muy pasotas, perdidos en la ciudad del Bowie y su colega Iggy Pop. Son los años 70, es decir, años en los que cualquier cosa podía suceder, antes de que llegara la apisonadora de lo correcto y domesticara la disidencia. Una novela pop, con fragante escenario valenciano, que recrea unas vacaciones del lejano año 1977, en el bucólico escenario del Saler, y en donde la desatada imaginación del autor, hirviente de sicodelia setentera, nos sitúa a Bowie en una secuencia memorable, en la que el cantante casi enloquece en las dunas del parque natural. Lo que podríamos llamar el síndrome Ziggy Stardust está presente en todo el libro; veneración por un disco que cambió nuestras vidas; ese friso sónico, que cuando se pinchó por vez primera en estos lares, nos hizo abrir a todos la boca de admiración, y pegar otra calada al porro para comprobar que seguíamos con los pies en la tierra. Atónitos ante un disco perfecto, sin fisuras, que anunciaba una nueva época. Un disco que hacía navegar, mucho antes que la red. Ya teníamos a un héroe privado que encarnaba todas las ansias de liberación, mental y sexual. Es uno de los picos de la narración de Cervera, cuando los amigos traducen en un capitulo especialmente conseguido, la mítica canción. I am an alligator. «Siempre seremos adolescentes porque siempre adoleceremos de algo importante», cita el autor a Mercedes Beroiz, del libro Llano de los caracoles. Novela de ambiente adolescente, tuneada por un veterano. Un ajuste de cuentas con las fantasías del pasado y una recuperación de la juventud perdida. Al tiempo que desarrolla su viaje imaginario, Cervera nos va dando claves de la vida de Bowie, en especial su fructífera relación con Brian Eno; un compositor que debe ser conocido para las nuevas generaciones como parte del disco duro de la música contemporánea más rompedora. Las recomendaciones que hace Eno a su amigo Bowie —en la novela—, no evitan que éste se pierda, subiendo las escaleras de caracol del Micalet; y protagonice otras trapisondas más o menos inverosímiles y kistch. Un relato partido en dos, un colocón de ensueños, en donde el narrador no se atreve a un encuentro directo con su fetiche privado. El tipo está enamorado de Bowie, es un mitómano sin remedio, pero actúa alejado de la ficción. Solo lo entrevé, como poseído por una timidez extrema al acercarse a su mito. Eso defrauda un poco. El narrador se recrea en el músico con barroco estilo. Describe como Bowie sale de la Estación del Norte y la gente lo mira. «El traje de franela de tres piezas que deja entrever el abrigo no logra disimular su delgadez. El sombrero de fieltro negro disipa la audacia del color de su pelo, rubial nacer en la frente para ir enrojeciendo a la altura de las sienes. Así y todo, el atuendo le confiere un aire noble». Al final, el lector se llevará una sorpresa imprevista, rúbrica perfecta para cerrar un relato. Pues como sentencia el protagonista en la página cincuenta: «Con la escritura puedes hacer algo parecido al rock’n’roll. La diferencia es que no necesitas ser adolescente para seguir haciéndolo bien».