«Jekyll & Jill ha publicado uno de los ensayos más suculentos y luminosos de este annus horribilis, un texto que reflexiona sobre el arte del matute lingüístico, sobre el oficio de la alquimia semántica, la traducción. Este pequeño arte, de Kate Briggs, que tradujo a uno de los tipos más hondos en su pensamiento, Roland Barthes. Pero, ¿qué sucede en la traducción cuando lo que se traduce en un texto que habla sobre eso mismo? Hemos conversado con Rubén Martínez Giráldez, encargado de trasvasar al castellano esta celebración de contenido.
Traducir un texto sobre la traducción, ¿no resulta un tanto inquietante?
A mí me cuesta más pensar en un texto o en una frase oída al vuelo que no estén reflexionando —aunque sea de una manera elíptica— sobre su propio desciframiento. O, más bien, que no llamen la atención sobre su cifrado. Seguramente eso explica por qué se me da mal hablar. Me parece que cada frase, incluso la que acabo de pronunciar hace un momento —«Cuando puedas, ¿un café aquí fuera, por favor?»—, lleva su propio aviso de posible error del sistema. De manera que una traducción sobre traducción casi es un oasis de excusas para refocilarse en el sentido, paréntesis entre paréntesis dentro de un corchete en una nota al pie de los caballos. Aquí se puede confesar la convención, se puede hablar abiertamente de la convención, y nadie se va a escandalizar. Lo inquietante es que pasas al primer plano cuando se empieza a hablar del papel del traductor en segundo plano.
Un buen texto original, ¿resiste cualquier traducción, por pésima que sea?
Yo creo que un libro bueno se puede destruir cambiándole unas cinco palabras. En unos segundos puedes destruir la confianza del lector en que lo que hace el autor es fruto del estilo y no de una carencia, o que hay voluntad y no sólo suerte (vamos a decirlo así) en sus oraciones.
¿Cuánto de autoría tiene la traducción?
Al final, creo que se puede resumir diciendo que se trata de una colaboración, en sentido recto. Por citar a Briggs: «Nos llega escrito por partida doble; la segunda vez, de mano de su traductora.»
En su caso, ¿prima más el sentido general del texto frente a la exactitud del modo?
Me gusta mucho cómo lo plantea el libro echando mano de la traductora de Mann, Lowe-Porter: «[…] se espera, como de hecho sucede, que fusione materia y estilo en un todo orgánico. Las traducciones tienen que traslucir un esfuerzo parejo por parte del traductor».
Para que «este pequeño arte» funcione, ¿qué se requiere? ¿Qué cualidades ha de tener un buen traductor?
Una incomprensión casi absoluta de todo lo que no sean las palabras, a lo mejor. No lo sé; traductor o no, siempre hay que huir del aforismo. Igual eso es un aforismo, no hay escapatoria.» Seguir leyendo