Autor: JEKYLL & JILL

Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon en Deborahlibros


BIBLIOTECA BIZARRA, DE EDUARDO HALFON

 

BB COVERS.inddLo bizarro de Eduardo Halfon es lo bien que mezcla realidad e invención, lo bien que supera la última pantalla de la llamada autoficción. Para bizarra su alquimia. Resulta delicioso acompañar a este hombre en sus reflexiones sobre bibliotecas, escritores y lecturas en los primeros fragmentos de este libro que recoge seis textos que habían sido publicados en diversas revistas y periódicos. El placer con mayúsculas llega con dos de ellos, “Los desechables” y “Halfon boy”, porque es cuando Halfon desata ese talento inmenso que tiene para mezclar su vida con la literatura o para hacer de su vida literatura pata negra. Todos me han gustado pero si tuviese que elegir colocaría esos dos en la primera fila porque con ellos consigue eso que tantos aspiran a lograr y pocos alcanzan: emocionar al respetable. Y la emoción que nos regala Halfon siempre llega de forma sutil, suave, nos lleva de la manica hasta el final de un relato y nos deja mirando la última línea como quien contempla el último verso de un poema inolvidable. En tercer lugar del podio se sitúa el último, “Mejor no andar hablando demasiado”, que te deja temblando y da sentido a esa cubierta memorable. Gora -pero gora mil veces- Halfon.

Recomendación: a gustosos de lo mejorcito que se escribe actualmente en castellano.

Foto cabecera: Joan Puig para elperiodico.com

 

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Lejos de todo de Rafa Cervera en Toxicosmos



 

La novela Lejos de todo, de Rafa Cervera, en Toxicosmos:

«¿Imaginas a David Bowie intentando huir de sus demonios? Quizás sí. ¿Lo imaginas haciéndolo por las calles de Valencia, acompañado de su amigo Iggy Pop y su asistenta Coco? Eso sería más difícil, pero no para Rafa Cervera. Con un Bowie fascinado por la arquitectura de la ciudad y su anonimato, conduciendo por El Saler lejos de su hábitat natural y planteándose su futuro, Lejos de todo nos descubre a un artista idealizado por el resto de protagonistas de la novela, tres adolescentes que en el verano de 1977 viven su historia de admiración hacia el artista, y entre ellos mismos. Y es que en esta novela, que durante años estuvo guardada en un cajón y que por fin ha visto la luz, se entrelazan dos tramas diferentes que nunca llegarán a cruzarse aunque se toquen. En un apasionante ejercicio de imaginación y pasión por el músico inglés, atando vivencias personales con la ficción y localizando la historia entre la ciudad y el paraje natural que tan bien conoce el autor, el debut literario del periodista valenciano supone una de las novelas más originales, desconcertantes y amenas que hemos leído en tiempo. Y encima con envoltorio de lujo a cargo de Roberta Marrero.»

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Lejos de todo de Rafa Cervera en Heraldo de Aragón

 

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Íñigo Linaje reseña Lejos de todo, de Rafa Cervera, en el suplemento Artes y Letras de Heraldo de Aragón.

DEBUT RAFA CERVERA; FIEBRE ADOLESCENTE

David Bowie siempre fue un artista inquieto con vocación experimental. El crítico musical Rafa Cervera lo es también en su primera novela, ‘Lejos de todo’ (Jekyll & Jill, 2017), en la que plantea una hipotética estancia del músico británico en la Valencia de 1976, justo antes de trasladarse a Berlín para grabar su álbum ‘Low‘. En el libro, escrito en primera persona por el autor-protagonista, se narran dos historias paralelas contadas en capítulos alternados. En una de ellas aparece Bowie, su novia e Iggy Pop; en la otra el propio escritor, la chica de la que se enamora y el hermano de ésta. Novela de formación y retrato generacional, y narración de avatares adolescentes (escarceos amorosos, pasión por el rock, idealización de la vida), el relato da cuenta de los sueños juveniles —rotos por la realidad— y el difícil aprendizaje de la madurez. Una historia que no fue pero es. ÍÑIGO LINAJE

Del enebro cuento Alejandra Acosta

Del enebro de los hermanos Grimm y Alejandra Acosta en Planeta Eris



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Del enebro, de los hermanos Grimm, ilustrado con los collages de Alejandra Acosta, en Planeta Eris:

«A veces me veo a mí misma como una simple cazadora de joyas literarias, de esas que son algo más que un libro, algo más que un cuento. Entre esas publicaciones que tocas y sientes se encuentra esta maravillosa edición que Jekyll&Jill ha dejado en las librerías para nosotros en la que se recupera un cuento de los Hermanos Grimm con una traducción exquisita acompañada, al final del libro, de la obra original convirtiéndolo en una edición bilingüe que nos muestra a esos Hermanos Grimm alejados de los cuentos de hadas y nos los presenta sin adornos.

Los protagonistas de esta pequeña gran historia son pocos; una pareja que se ama pero que no logran tener hijos por lo que la esposa rezaba a todas horas para que se produjera el milagro, sin embargo ese deseado hijo no llegaba. Un buen día la mujer pronunció su deseo bajo el enebro de su jardín y este pasa a convertirse en el testigo de todo lo que allí ocurrió a partir de ese momento.

Del enebro es un cuento que no escatima en actos macabros y crueles contándolos como si todo ello formara parte de la normalidad de la época así como normal es la narración en la que finalmente trata de dejar ver una moraleja que le da ese toque especial de cuento.

Todo esto podría ser la parte importante del libro pero lo mejor de todo es que no solo la historia es fantástica sino que el envoltorio es también digno de alabanza. El papel empleado para envolver Del enebro es de una calidad exquisita y la encuadernación es fantástica con una sobrecubierta en relieve que lo convierte no solo en la joya de la que os hablé al principio sino en una obra de arte ilustrada por Alejandra Acosta que acompaña de manera fiel con cada ilustración los terribles pasajes que conforman la narración. El prólogo de Francisco Ferrer Lerín, las notas sobre la traducción… de 10. Podría contaros más cosas que descubriréis en su interior pero a mí me gustó encontrarme las sorpresas que guarda así que no sigo tirando del hilo.»

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Saturno

Saturno de Eduardo Halfon en Librario Íntimo



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Rubén Castillo reseña Saturno, de Eduardo Halfon, en su blog Librario íntimo.

Saturno

La figura del padre, tiránica, enigmática, distante y gélida. Ese padre que arañó la infancia del narrador y que ahora lo lleva a elaborar un texto donde recuerda, donde analiza, donde ajusta cuentas. Ese padre que provocó en el alma y en la voz narrativa unos enormes impulsos de amargura, de incomprensión, de suicidio.

Con estas páginas donde lo narrativo y lo lírico se mezclan con datos históricos (sobre todo, de escritores que escogieron la vía del suicidio, cuyos finales son dibujados con elegantes pinceladas sobrecogedoras), Eduardo Halfon consigue un texto que se me antoja imposible de resumir. Incluso imposible de comentar. Es tan duro, tan denso, tan Kafka, tan lágrimas retenidas, tan perplejo, tan mentirosamente apolíneo, tan palpitante, que resulta cruel abordarlo como “texto” desde un punto de vista crítico: es pura vida doliente, puro escozor hecho tinta. Y con una filigrana de voces y planos cruzados que sorprende y deleita.

En resumen, un relato testimonial y sangrante sobre las difíciles relaciones entre un padre y un hijo que, se lo aseguro, se les quedará para siempre en su memoria.

Así que háganse a ustedes mismos un favor, olvídense de estas palabras mías y corran a leer las de Halfon.

En serio.

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Lejos de todo de Rafa Cervera en Diario Levante



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Abelardo Muñoz reseña la novela Lejos de todo, de Rafa Cervera, en Posdata del diario Levante (13-01-2018).

ENSUEÑO POP FETICHISMO ROCKERO

Verano de 1977: Playa del Saler. Un adolescente entabla amistad con una pareja de hermanos. Comparten la fascinación por David Bowie, el ídolo del «glamrock» que, por una casualidad, llega en tren a Valencia. Comienza la primera novela de Rafa Cervera, el prestigioso periodista musical.

La música es amor, es ensueño y es el alma de los recuerdos hermosos; «la vida sin música sería un error», escribió Nietzsche; al menos para varias generaciones de roqueros, que iniciaron su andadura sentimental en el universo yeyé de los 60, tan descafeinado, y saltaron al pop rock global de la mano de los Beatles y otras bandas planetarias. Y esta primera novela de Rafa Cervera (Valencia, 1963), destila fetichismo en estado puro; amor por la música y canto a la inocencia perdida; y una ficción pop encarnada en un personaje de su universo stardust más cool. Un tipo muy amado, por simpático, guapo y radicalmente genial. Cuando la libertad de expresión era frágil, muchos periodistas iniciaron su andadura crítica escribiendo sobre rock’n’roll. Desde José Manuel Costa y Jesús Ordovás, hasta Rafa Cervera; este último, el escritor de rock y de tendencias más interesante y documentado entre nosotros. Y a la hora de escribir su primera novela, Rafa no ha elegido otro asunto que la música, mejor dicho, un músico icono de la mejor época del pop del siglo pasado. Cervera ha alucinado con David Bowie, y casi a la manera de un alter ego, un superyó, y lo ha cruzado con el dulce tiempo de las ensoñaciones adolescentes. Con los primeros y tiernos amores y los lugares de veraneo. Novela corta, de hermoso título y rompedor diseño, de la artista Roberta Marrero (Gran Canaria, 1972); con relatos cruzados que ensamblan aventuras juveniles, claramente autobiográficas, con la ficción pura y dura que supone colocar bajo las Torres de Serranos a dos amigos muy pasotas, perdidos en la ciudad del Bowie y su colega Iggy Pop. Son los años 70, es decir, años en los que cualquier cosa podía suceder, antes de que llegara la apisonadora de lo correcto y domesticara la disidencia. Una novela pop, con fragante escenario valenciano, que recrea unas vacaciones del lejano año 1977, en el bucólico escenario del Saler, y en donde la desatada imaginación del autor, hirviente de sicodelia setentera, nos sitúa a Bowie en una secuencia memorable, en la que el cantante casi enloquece en las dunas del parque natural. Lo que podríamos llamar el síndrome Ziggy Stardust está presente en todo el libro; veneración por un disco que cambió nuestras vidas; ese friso sónico, que cuando se pinchó por vez primera en estos lares, nos hizo abrir a todos la boca de admiración, y pegar otra calada al porro para comprobar que seguíamos con los pies en la tierra. Atónitos ante un disco perfecto, sin fisuras, que anunciaba una nueva época. Un disco que hacía navegar, mucho antes que la red. Ya teníamos a un héroe privado que encarnaba todas las ansias de liberación, mental y sexual. Es uno de los picos de la narración de Cervera, cuando los amigos traducen en un capitulo especialmente conseguido, la mítica canción. I am an alligator. «Siempre seremos adolescentes porque siempre adoleceremos de algo importante», cita el autor a Mercedes Beroiz, del libro Llano de los caracoles. Novela de ambiente adolescente, tuneada por un veterano. Un ajuste de cuentas con las fantasías del pasado y una recuperación de la juventud perdida. Al tiempo que desarrolla su viaje imaginario, Cervera nos va dando claves de la vida de Bowie, en especial su fructífera relación con Brian Eno; un compositor que debe ser conocido para las nuevas generaciones como parte del disco duro de la música contemporánea más rompedora. Las recomendaciones que hace Eno a su amigo Bowie —en la novela—, no evitan que éste se pierda, subiendo las escaleras de caracol del Micalet; y protagonice otras trapisondas más o menos inverosímiles y kistch. Un relato partido en dos, un colocón de ensueños, en donde el narrador no se atreve a un encuentro directo con su fetiche privado. El tipo está enamorado de Bowie, es un mitómano sin remedio, pero actúa alejado de la ficción. Solo lo entrevé, como poseído por una timidez extrema al acercarse a su mito. Eso defrauda un poco. El narrador se recrea en el músico con barroco estilo. Describe como Bowie sale de la Estación del Norte y la gente lo mira. «El traje de franela de tres piezas que deja entrever el abrigo no logra disimular su delgadez. El sombrero de fieltro negro disipa la audacia del color de su pelo, rubial nacer en la frente para ir enrojeciendo a la altura de las sienes. Así y todo, el atuendo le confiere un aire noble». Al final, el lector se llevará una sorpresa imprevista, rúbrica perfecta para cerrar un relato. Pues como sentencia el protagonista en la página cincuenta: «Con la escritura puedes hacer algo parecido al rock’n’roll. La diferencia es que no necesitas ser adolescente para seguir haciéndolo bien».

Lejos de todo de Rafa Cervera en El Diario Vasco



Unos acontecimientos que comienzan en una habitación y se diría que terminan en la misma; un verano, el de 1977, en la Playa de El Saler, Valencia, y una primavera, la de 1976, de cuando David Bowie se encuentra sumido en una crisis artística y personal, atrapado en su adicción a la cocaína y decide aislarse para poder encontrar una salida al caos que le domina. La historia de un adolescente que entabla amistad con una pareja de hermanos, de un narrador sin nombre recordando algo de unos años que han ido borrando huellas y que escribe esta historia «porque escribir es la única fórmula para que las piezas encajen y el pasado adquiera sentido, que es como se da fin a esta historia».

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La coronación de las plantas en Ámbito Cultural El Corte Inglés


La coronación de las plantas, de Diego S. Lombardi

Sara Barquinero reseña la novedad editorial de Jekyll & Jill

Si algo hace importante el trabajo de las pequeñas editoriales es la posibilidad de ofrecer una apuesta original y alternativa a las voces de los grandes grupos. Jekyll & Jill (Zaragoza) se ha caracterizado por ofrecer un panorama genuino desde su nacimiento, tanto en la selección de sus textos como en su manera de presentarlos. La coronación de las plantas de Diego S. Lombardi (Buenos Aires, 1981) continúa con esa línea editorial.

La obra cuenta la búsqueda de un trompetista de jazz del herbario de August von Franken, un botánico relacionado con el nazismo. En su labor, que ya desde el principio se revela como destinada al fracaso, está acompañado de Paula, una traductora que recientemente se ha convertido en su pareja y cuya relación vemos desarrollarse a lo largo de las páginas. El texto, de una narración dispersa,  juega con los límites de una representación espacial y temporal lineal valiéndose de diversos mecanismos. El libro alterna distintos niveles de discurso: la propia narración de la búsqueda –interrumpida por unos extraños poemas–, un diario y algunos pasajes del herbario de Franken.

La estructura compleja, junto con la inclusión de ciertos personajes inquietantes (como el niño de los dientes picados, el viejo de las gallinas o la viuda de las tartas), que dotan al texto de una sensación de irrealidad, hacen de la experiencia de lectura de La coronación de las plantas algo exigente pero también muy enriquecedor: podría decirse que le pide al lector que se implique activamente para reordenar la constelación de elementos dispares, apropiándose de algún modo de ese impulso de “búsqueda” que guía al protagonista, y tal vez a cada uno de nosotros.

A lo largo de la lectura son precisamente las plantas las que sirven como hilo conductor del texto, marcando el ritmo junto con las ilustraciones de Claudio Romo (Chile,1968), que también se encarga del diseño de portada. Esta combinación entre diseño cuidado y texto con distintos registros y niveles de lectura recuerda, de alguna manera, a  títulos de la literatura posmoderna como La casa de hojas (Mark Z. Danielewski, Pálido Fuego y Alpha Decay, 2013), Z213: Exit (DimitrisLyacos, Shoestring Press, 2010) o a otro título del catálogo de Jekyll & Jill, Menos joven (Rubén Martín Giráldez, 2012).

Redacción de Ámbito Cultural

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Lejos de todo: entrevista a Rafa Cervera en la revista GQ

Jesús Merino entrevista a Rafa Cervera en la revista GQ con motivo de la publicación de su novela Lejos de todo:

 

‘Lejos de todo’: David Bowie, sueños adolescentes e inocencia perdida en la Valencia de los 70

  • El periodista y escritor Rafa Cervera –firma habitual de GQ– nos acerca a la figura del Duque Blanco desde un punto de vista inédito e intimista.
  • ¿Te imaginas a su Bowiestad en la playa de El Saler? Él sí, y lo ha reflejado en una novela apócrifa excepcional.
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Rafa Cervera. Foto ©Fotolateras

 

Mucho se ha escrito sobre David Bowie, y más ahora que se cumple el aniversario de su muerte. Sin embargo, nadie ha logrado hacer un retrato tan original y magnético del Duque Blanco como el que acaba de publicar el periodista y escritor Rafa Cervera en ‘Lejos de todo’ (Jekyll & Jill, 2017), su primera novela. En este sensacional relato apócrifo, Cervera, quien lleva años colaborando con esta casa en calidad de crítico musical –es una de las personas que más sabe de música pop de este país; palabrita de niño GQ–, entrelaza dos tramas en la Valencia de mediados de los 70 con la figura del músico británico como núcleo del texto.

Por un lado tenemos un adolescente que entabla amistad con una pareja de hermanos en playa de El Saler. Con él comparte la fascinación por Bowie. Hacia ella siente una irrefrenable atracción. Así, aislados en el escenario que impone un paisaje que actúa como un personaje más, los tres pasan a formar un extraño triángulo. Su relación se va definiendo a medida que el verano transcurre hasta convertirse en una mezcla de anhelos, secretos y sueños que acaban diluyendo el límite entre la fantasía y la realidad. Por otro lado está David Bowie sumido en una crisis artística y personal, atrapado en su adicción a la cocaína. Decide aislarse en algún lugar perdido que le permita ser anónimo y así poder encontrar una salida al caos que le domina. Dejándose llevar por el azar elige Valencia, donde se refugia durante unos días de la primavera de 1976 acompañado por sus dos amigos más fieles: Jimmy –Iggy Pop– y Coco. Una vez allí, su camino se cruzará con el de uno de los protagonistas de la historia anterior.

GQ: Bowie e Iggy Pop pasando desapercibidos por la Valencia de los 70. ¿Era ésta una situación realmente factible?
RC:
No porque, seamos sinceros, en esa época ni Iggy Pop ni David Bowie ni ninguna estrella se habría fijado en un sitio como Valencia, una ciudad provinciana y pequeña perdida en un país oscuro y maltratado como lo era entonces España. Precisamente por eso los metí en Valencia, porque no es que resulte una situación inverosímil, es que es una situación perfecta para una ficción. Si a eso le sumamos que Valencia en los setenta era un lugar donde ya se libraba la eterna lucha que todavía perdura, el folclore entendido como bandera cultural de la izquierda contra una modernidad que siempre nos quedaba grande por más que se empeñen políticos de todo pelaje en intentar convencernos de lo contrario. Poner a Bowie e Iggy acompañados por Coco Schwabb en esa Valencia es una maravillosa y dulce venganza contra la realidad. Es algo bastante cruel, si lo pienso mucho, porque en realidad, lo que hago es despojar esos escenarios de gente y dar relieve a los edificios y los paisajes. Lo demás es atrezo y figuración. No me interesaba lo más mínimo, sólo como escenario para incrustar en ello a personajes casi mitológicos como lo son estos dos. Y la verdad es que la combinación es perfecta. Porque yo los uso para explicar a través de sus ojos ciertos escenarios, pero sólo algunos. Los que me encajaban para la historia y con los personajes. No hay fallas, no hay Malvarrosa, no hay Cabañal. Sólo hay postales estupendas al servicio de una ficción.

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GQ: ¿Cuánto tiene el texto de autobiográfico?
RC:
La intención de la novela nunca fue contar mi vida. Es algo que no me apetece lo más mínimo porque ya me la sé y me aburriría mucho intentando revivirla. He usado muchos elementos que tienen que ver con mi vida, unos son muy evidentes y otros son privados. Pero eso da igual. Cuando me preguntan esto digo que este libro no es mi vida, este libro soy yo. Yo estoy en todos y cada uno de los personajes. Y con el que menos me identifico, uno de los personajes femeninos, lo que hice fue ponerle un nombre con mi apellido, para que no se librara de mí tan fácilmente.

GQ: Uno puede sentirse fácilmente identificado con el recuerdo nostálgico del personaje principal porque todos hemos pasado un primer verano de adolescente enamoradizo. ¿Cómo has logrado ofrecer un punto de vista tan universal desde una perspectiva tan personal?
RC:
La adolescencia es una etapa clave para todos. En mi caso, la recuerdo como un periodo muy confuso y doloroso porque yo, cuando mejor he vivido y más feliz he sido, fue de niño. Con la adolescencia empecé a darme cuenta de que lo bueno se había terminado y también empecé a ser consciente de lo que me esperaba. Así que lo que hasta entonces me había venido dado, que era tener un mundo propio de series de televisión (sí, yo de pequeño ya veía series y no perdonaba ni un capítulo), de dibujos animados de Warner Bros y Hannah-Barbera, libros de Walt Disney, coches Corgi de los Monkees y Batman, se acabó. Tuve que empezar de nuevo, buscar nuevos referentes para volver a tener un refugio. Entonces descubrí el rock y luego a Lou Reed y volví a sentir que estaba vinculada a algo que era para mí. Cuento todo esto porque creo que es el resorte que me ha llevado a escribir con tanta pasión sobre la adolescencia.

Y en cuanto al amor, yo en la novela veo más obsesión sexual que amor. Veo una atracción más allá de la razón, algo que toma el control de los sentidos. Ojalá mi adolescencia hubiese estado más dominada por eso y no por la noción del amor. Yo creo que he con seguido inyectar una pulsión erótica adulta a un adolescente, pero tampoco estoy seguro. Al final lo que cuenta es lo que le llega a cada lector.

GQ: Valencia es casi como un personaje más en la novela, ¿por qué decidiste darle tanta importancia a tu cuidad?
RC:
Eso mismo me pregunto yo. El otro día, un amigo asturiano me decía que si hubiese hecho lo mismo con Oviedo o Gijón ya me habrían puesto una plaza. Valencia está ahí como un personaje porque, a pesar de que he vivido casi 15 años en Madrid, es un escenario muy ligado a mi vida. El único lugar de la zona con el que mantengo una relación viva es con El Saler, que me mantiene cuerdo y en paz. El resto es como una colección de postales viejas que ya tengo demasiado vistas. Valencia y yo somos como dos amantes que hace años que terminaron pero que no pueden olvidar lo que tienen en común. Por eso está tan presente, para que quede claro que a pesar del hastío, el cansancio y la indiferencia, a mi manera la quiero. La mejor manera de demostrar mi afecto por algo o por alguien es que lo inserte en mis fabulaciones. Todo aquel que es secuestrado de la realidad y aparece transformado en mis escritos, está ahí como prueba de amor.

GQ: Si tuvieses que montar una banda sonora que acompañase la lectura de la novela, ¿qué canciones escogerías?
RC:
Sin duda estaría Low, que es el álbum que, supuestamente, va surgiendo en algunos de los capítulos de la novela. Pero yo creo que Lejos de todo se puede definir perfectamente con una sola canción, By This River, de Brian Eno. Cuando la escucho soy tan feliz, me siento tan reflejado, tan explicado por ella, que a veces creo que en realidad he escrito esta novela porque lo que quería era hacer mi propio By This River. Ese al menos podría ser el impulso inicial, porque cuando leo a Chirbes, a Marta Sanz, a Cheever, a Lucía Berlín, a Luisgé Martín, a Sara Mesa, a Agustín Fernández Mallo, a Rodrigo Fresán, a Banville, a Iris Murdoch, a Eduardo Halfon, a Vila-Matas, también quiero hacer esos libros que me dan tanto.

GQ: La historia es ficticia, pero da la sensación de que Bowie perfectamente pudo vivir una etapa como la que describes en la época que describes. ¿hasta qué punto te inspiraste en hechos reales?
RC:
Bowie se marchó a Berlín para terminar allí Low y sumergirse en un ambiente extraño que le protegiera y le inspirara. Yo he usado eso para crear una historia apócrifa, una especie de etapa breve e intermedia que supuestamente Bowie experimenta en Valencia y que le empuja a marcharse luego a Berlín en busca de nuevos aires. Como Bowie me gusta mucho no ha sido complicado documentarme al respecto. Hay cosas que suceden en la novela que en realidad sucedieron en Berlín. Otras son completamente inventadas pero podrían haber ocurrido perfectamente.

GQ: Tu primera novela. ¿Cómo ha sido el proceso que acompaña a la creación literaria? Me refiero a la búsqueda de la editorial adecuada, la edición, la revisión, la promoción… Todo esto debe ser un duro trabajo, ¿no?
RC:
Lo más duro ha sido escribirla, porque tenía miedo de no hacer lo que yo sabía que tenía que hacer. Por sus características, esta novela tenía que ser lo que es. La estructura, el planteamiento, el lenguaje. Es una apuesta que quizá para un escritor experimentado no sea en absoluto complicada. Para mí sí, porque necesitaba hacerlo bien, quería escribir literatura, si no corría el peligro de convertirme en un periodista musical que ha tenido una buena ocurrencia y la ha escrito con una cierta gracia, porque para eso está el oficio. Y no. En eso he sido ambicioso. Cuando mi querido amigo Agustín Fernández Mallo me dijo que podía estar tranquilo, entonces lo vi claro. Hasta entonces fue una lucha que, a pesar de todo, también me proporcionó momentos muy placenteros. Recuerdo perfectamente cuándo se me ocurrió el epílogo, que es determinante en la novela, cómo lo escribí y en qué momento, la facilidad con la que brotó.

Momentos como ese no los olvidaré jamás porque es cuando sabes que la narración fluye. Conseguir editorial tampoco era una tarea fácil, pero he tenido suerte. Jekyll & Jill siempre fue una de las primeras opciones y he tenido la gran fortuna de acabar publicando ahí. Me siento como en casa, con el privilegio de compartir catálogo con autores a los que admiro y formando parte de una labor exquisita. Trabajar con Víctor Gomollón, el responsable del sello, es una de las mejores cosas que me ha ocurrido jamás, a nivel profesional y a nivel humano. La promoción no es dura, quizá porque tampoco tengo un nivel de compromisos que me hagan odiarla. Me parece estupendo poder estar hablando de algo que para mí es tan importante. Lo único que sí me asusta un poco es que en algún momento que estoy hablando en público cierro los ojos para no perder el hilo de lo que estoy diciendo y luego, cuando me veo, me acuerdo de Jordi Pujol.

GQ: Ahora que has cogido ritmo, ¿para cuándo una segunda novela?
RC:
Ahora que veo que no se me da mal y que además tengo un hogar editorial en el que mis propuestas tienen cabida, habrá más ficción mía. No es que tenga muchas cosas que decir, o quizá sí y solamente seré consciente de ello con el tiempo. Pero sí, aún me quedan un par de libros de ficción más en la cabeza. Y el próximo no tardará demasiado en llegar. Estáis avisados.

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Lejos de todo de Rafa Cervera en Alquimia Sonora


Amalia Yusta reseña la novela Lejos de todo, de Rafa Cervera, en Alquimia Sonora:

Cuando Rafa Cervera soñó a David Bowie

El escritor y periodista valenciano publica su primera novela de ficción con Bowie como invitado.
“Lejos de todo” (Jekyll & Jill, 2017) es el sueño de Rafa Cervera. El sueño de sus querencias musicales, de sus debilidades emocionales y de una ficción verosímil. ¿Y si Bowie se dejara caer por El Saler? ¿Y si unos adolescentes comenzaran a “vivir” vestidos con las ansias de fans irredentos? Una primera novela que precisamente estos días se torna necesaria a ojos de la melancolía “bowienesca”. Bowie nos decía adiós el 10 de enero de 2016 y la sombra brillante de su genialidad radica en todos aquellos que se acercaron a su obra. Y entre ellos el propio escritor.

Una época de descubrimientos, tanto personales como culturales: la adolescencia. Una ciudad: València. Y tres personajes que, lejos de convertirse en los fantasmas deseados que cualquier chico, cualquier chica quiere encontrarse, hilan los deseos y las pulsiones de otros tres personajes que, paralelamente, se dejan llevar por la potencia de las composiciones del de Brixton. Rafa, El Regónzer y la hermana de este, Cala Cervera descubriéndose en época de cambios y Bowie, Jimmy (IggyPop) y Coco, asistente de David. Dos tríos, dos años prácticamente en paralelo en los que acabar encontrándose y ese tono melancólicamente familiar que riega toda la novela.

Una melancolía asociada a la propia adolescencia. A las incógnitas que el propio proceso de crecimiento aparecen en todos nosotros. El protagonista, el alter ego de Rafa Cervera, comparte sus descubrimientos musicales, se encuentra ante la imagen de una chica en la que encontrará ese deseo primigenio e inocente propios de su edad e intenta descifrar cuál es su lugar en el mundo. El mundo onírico de la música, de los trabajos de Bowie, y ese deseo oculto de querer conocer a los ídolos… ¿Quién no ha fantaseado alguna vez en plena adolescencia con encontrarse, por casualidad, con alguno de los personajes que abarrotaban las paredes de nuestras habitaciones?

En la novela subyace la familiaridad de haber sobrevivido a la adolescencia, de haber compartido situaciones muy parecidas. Pero también, como uno personaje esencial en la concepción de la historia, València. La propia ciudad como un personaje determinante más que como una localización aleatoria. Ni Bowie ni Coco ni Iggy pasaron una temporada en la ciudad del Turia, pero si así hubiera sido, les habrían sorprendido los mismos espacios que Rafa Cervera incluye en su texto. Desde El Saler, la Estació del Nord, el Palacio del Marqués de Dos Aguas, la Plaza de la Vírgen… Lugares comunes para muchos de los lectores en los que poder materializar las angostas figuras de David, Iggy y Coco.

Con esa mirada inocente (o cada vez menos inocente) es con la misma mirada con la que el lector comienza a encontrar su lugar en la novela. Lugares transitados y momentos que se han instalado en el colectivo de todos nosotros. Rafa Cervera consigue atrapar al lector y llevarlo a ese mundo de finales de los ’70 para sorprenderlo de la misma forma que el protagonista se sorprende. Esas miradas con los ojos completamente abiertos son las que hacen que sintamos la emoción que El Regónzer cuando cree haber visto a David Bowie en Valencia, y abrir también nosotros los ojos como si paseáramos por la Plaza de la Vírgen y nos lo encontráramos. Para ello, el escritor adopta un estilo que no nos resulta lejano: el propio estilo al que Rafa Cervera nos ha acostumbrado durante todos sus años de trayectoria profesional. Y si a un estilo cercano y directo, sin grandilocuencias efectistas, se le añade la pasión con la que habla de sus propios ídolos (de adolescencia o no), el resultado es “Lejos de todo”.

Un libro que no nace tras el fallecimiento de David Bowie en 2016, sino que se reactiva por el propio dolor, el vacío o la horfandad emocional en la que nos sumió su pérdida. Rafa Cervera, como el mismo fan protagonista de la obra, reavivió su ficción a golpe de cada lágrima derramada por el artista. Por eso hay un halo de emoción implícito más allá de sus propias páginas al enfrentarnos ante su portada (con ilustración de Roberta Marreno). “Lejos de todo” es una novela a través de la cual nos reencontramos con nuestra propia imagen adolescente, con las pérdidas, con el poder de las canciones, con la locura de compartirlas, con Iggy, con Coco, con los mitos y leyendas de los artistas, con el rock y, en definitiva, con la vida. Cuando Rafa Cervera soñó a Bowie y nos hizo partícipes de la ensoñación.

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Fábula de Isidoro de Julio Fuerte Tarín

Julio Fontán Jr. reseña Fábula de Isidoro de Julio Fuertes Tarín



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Julio Fontán Jr. dedica una excelente reseña a Fábula de Isidoro, de Julio Fuertes Tarín, en Goodreads:

Fábula de Isidoro de Julio Fuerte Tarín
«Como un chamán, Julio Fuertes grita, danza y patalea alrededor de una hoguera contándote esta historia histérica, caótica y autoconsciente, cogiéndote a menudo del pelo gritándote, como si fuera el propio Isidoro, «¡¿Lo pillas?! ¡Escucha esto, joder, es importante!», y, mientras lo escuchas, hace aspavientos mostrándote el panorama. Te enseña las ruinas de la humanidad y te explica cómo la nueva humanidad se construye sobre esas mismas ruinas. Te enseña dónde has crecido para explicarte por qué morirás.
La fábula es totalmente autoconsciente, pero no metanarrativa, lo cual era difícil de evitar al depender tanto de que el lector entre en el juego de su falta de lógica interna (la cual constituye, a su manera, su propia lógica interna (planes dentro de planes dentro de planes)), porque la posibilidad de evidenciar una serie de reglas para que fueran asumidas desde un principio estaba ahi, pero Fuertes pasa del camino fácil.
Rodeado de esos personajes excesivos y maniacos, liderados por el maravilloso Isidoro, un Max Estrella mefistofélico (¿veis cómo aquí yo sí he tirado por el camino fácil?), el lector se engancha al cinturón de Wynston para vivir esa odisea enloquecida por las calles de ESPAÑA (las mayúsculas son necesarias: ESPAÑA es la fábula y la fábula es ESPAÑA), por donde todas las posibles agarraderas le son negadas. O entras o sales, pero no hagas tapón. Y es una gozada dejarse llevar por esos ríos mientras la fábula te señala con dedo acusador las ruedas de molino con las que comulgas a diario, mucho mas difíciles de digerir (y con más gluten) que las hostias que te da la misma novela. Te coge del pelo y te grita: «¡¿PERO TÚ SABES QUIÉN ES TU PADRE?!», pero nunca te lo dice. Porque tampoco tiene ninguna intención. A la fábula se viene a jugar. Y joder, amigo, qué juego.»

Incertidumbre Paco Inclán

Incertidumbre de Paco Inclán en la revista Clarín

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Lino González Veiguela dedica una excelente reseña a Incertidumbre,  de Paco Inclán, en el número 131 de la revista Clarín:

Los límites del narrador

Mientras se encuentra en la ciudad portuguesa de Braga, documentándose para escribir un artículo sobre una reliquia católica —el brazo derecho de San Vicente—, Paco Inclán (Valencia, 1975) lee en un medio local una entrevista con el biógrafo del periodista polaco Ryzsard Kapuscinski en la que se afirma que el maestro de reporteros había incluido en varias de sus crónicas hechos inventados. Inclán piensa: «Otra vez darle vueltas sobre lo que es cierto y lo que no lo es. Como si realmente importara». La distinción, claro está, importa. Pero no al narrador de los relatos —de ficción— que componen Incertidumbre, y está muy bien que sea así.
Los relatos incluidos en este volumen son, en apariencia, una serie de crónicas escritas por su autor a lo largo de los años mientras desarrolla una intermitente carrera periodística paralela a su trabajo como editor e historiador del Arte. La mayoría son crónicas de viaje a destinos tan dispares como una pequeña localidad de Irlanda del Norte, la isla de Formentera, los campamentos de refugiados saharauis en el desierto de Argelia, Guinea Ecuatorial, Islandia, la somnolienta ciudad de Braga o la región chilena de Chiloé. En algunos casos, Paco Inclán ha viajado a esos sitios con la intención de escribir una historia determinada, sobre la que ya se ha documentado previamente, con intención de publicarla en un medio. Puro trabajo periodístico. Los relatos que leemos en ‘Incertidumbre’ terminan siendo, sin embargo, unas crónicas de ficción —exitosas— sobre la imposibilidad de escribir las crónicas previstas —y fracasadas—. Si para un periodista resulta un desastre viajar a un sitio con la idea de contar una historia determinada y descubrir que no será capaz de cumplir con el encargo de su medio, en el caso de Paco Inclán ese fracaso supone, en varias de las crónicas, el inicio de la historia escrita finalmente y que el lector asume y disfruta como la única posible que resultaba digna de escribirse: mejor que la prevista inicialmente y, sobre todo, mucho más divertida. No sabemos qué parte de lo que leemos ocurrió tal y como lo cuenta Paco Inclán y qué parte es inventada. El talento de Inclán como narrador consiste en que todo resulte real.
Incertidumbre sigue los pasos del anterior libro de relatos de Inclán, Tantas Mentiras. Doce actas de viaje y una novela (Jekyll & Jill, 2015): encontramos de nuevo actas de viaje, tono de periodismo gonzo y mucho sentido del humor. Inclán usa el sentido del humor —además de para hacer reír al lector, en ocasiones a carcajadas— para cuestionar algunas de las falsas verdades incuestionadas sobre las que se asienta nuestra percepción del mundo. La labor de desmontaje de Inclán suele comenzar con una puesta en entredicho de algunos de sus propios impulsos y de varias de sus motivaciones a la hora de abordar una historia cuando descubre que responden a una especie de herencia cultural constituida en buena medida por prejuicios. A partir de ese momento surgen las preguntas: ¿qué relato nos transmite el cronista cuando la lente a través de la que mira el mundo está deformada?, o ¿a qué distancia se ha de situar el narrador para comprender mejor lo que cuenta?
Para Inclán no hay respuestas definitivas. Su estilo en primera persona le permite exponer casi obscenamente su subjetividad, por lo que resulta muy fácil observar sus imperfecciones y límites. Nos confiesa, por ejemplo, que a veces la realidad le impide acercarse tanto como quisiera, siendo en otras ocasiones la excesiva proximidad la que termina alejándole. «Poco a poco, a medida que aumenta mi integración en el entorno, mi capacidad de observación va menguando», escribe en la pieza que cierra el libro, «Hacia una psicogeografía de lo rural», un texto particular dentro del volumen, aunque comparte con el resto muchas de las preocupaciones del autor a la hora de contarnos el mundo. La mayoría deberían ser también nuestras preocupaciones como lectores o espectadores. Leyendo ‘Incertidumbre’, además de divertirnos con las estrafalarias andanzas de un reportero sin brújula, entendemos que el gesto cotidiano de leer un artículo, ver un programa de televisión o abrir una colección de relatos no es algo inocente: por cotidianos que nos resulten, son actos cargados de responsabilidad. La manipulación solo logra su propósito cuando se lo permitimos. Mientras tanto es solo un arma cargada al alcance de nuestra mano. Inofensiva hasta que de modo voluntario —sea consciente o inconscientemente— decidimos dispararla contra nosotros mismos.

Rafa Cervera escribe sobre Bowie en Valencia Plaza



Rafa Cervera escribe sobre la vida sin Bowie en su sección Los recuerdos no pueden esperar, en CulturPlaza (Valencia Plaza).

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LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Año II después de David Bowie

VALÈNCIA. El próximo 10 de enero comienza el año II después de David Bowie. Su muerte no ha hecho más que incrementar su presencia en nuestra vida cotidiana. Nadie pudo prever que su desaparición tendría semejante efecto. Y sin embargo, ese efecto es completamente lógico. Atención: este artículo contiene un spoiler o dos.

A medida que concluye la secuencia final del tercer capítulo de Mindhunter, comienza a sonar una canción titulada ‘Right’. Aparecen los créditos y la voz y la música de David Bowie siguen escuchándose, creando una sensación turbadora. Desde el 10 de enero de 2016, cada vez que una canción de Bowie es extraída de su contexto natural (un disco, un concierto, una playlist), esta llega revestida de una nueva carga emocional. Antes de esa fecha se trataba sobre todo de canciones, ahora también son mensajes de ultratumba. Es lo que ocurre con ‘Five Years’ en un capítulo de Fear The Walking Dead, y también al despedirse Ray Donovancon ‘Rock & Roll Suicide’. Las canciones de Bowie han sido incorporadas a películas y series docenas de veces, pero desde su muerte, lo que canta parece provenir de otra dimensión. Nada que ver con Seu Jorge versionándolo a destajo en The Life Aquatic de Wes Anderson, porque cuando se estrenó, Bowie estaba vivo. Nada que ver con los homenajes de American Horror Story y el personaje de Elsa Mars encarnado por Jessica Lange, porque cuando se emitió, Bowie aún no había muerto. Nada que ver con esas otras canciones suyas sonando en capítulos de Los Simpson, Dexter o Mad Men, todos ellos anteriores a enero de 2016. Nada ha cambiado. Todo ha cambiado.

Año cero

Según la acertada definición que hicieron Nacho Canut y Alaska cuando el ídolo murió, el año que acaba de comenzar sería el año II después de Bowie. Dos años. En el siglo XXI, ese tiempo puede ser el equivalente a media vida. Cada vez que vayamos adentrándonos en el futuro, iremos descubriendo nuevos matices al analizar la cuestión de nuestro mundo sin Bowie. Por ahora, el gimoteo masivo se ha ido apagando. Cada tanto hay un ilustre difunto al cual llorar; como se trata de que nos compadezcan, vale prácticamente cualquiera, el único requisito es que sea conocido y críe malvas. Ahora que el llanto general por Bowie es menor y algo lejano, resulta algo más fácil intentar vislumbrar por qué resulta tan profundo ese vacío. Por qué escuchar ‘Right’, que me ha acompañado cientos de veces, me conmueve de una manera tan inesperada. Posiblemente sea porque aparece al final del capítulo de una serie, que siempre es un momento muy emocional. Pero también porque, de golpe, la canción me recuerda que su autor está muerto.

Agente Philip Jeffries

Llevo más de dos años analizando los motivos de esa devastación, que para mí comenzó a finales de 2013 con la muerte de Lou Reed. Es un sentimiento privado y personal, pero a la vez, es algo que le ocurre a más gente, quizá no a tanta como parece. Le ocurre a Loles, lo sufre Remi, le pasa a Juande o le pasa a Paula a la cual no conozco pero que el otro día comentaba en Twitter que temía el momento en que empezaran a aparecer artículos como este. El 10 de enero de 2016 Bowie protagonizó su propia versión de The Leftovers. Desapareció repentinamente, casi inexplicablemente, de este mundo con un involuntario golpe maestro. Un acto digno de Houdini, sólo que realizado a la inversa. El colofón de una carrera que, salvo en unos episodios muy concretos, fue monumental. Oímos el rumor desde el control de tierra y muchos pensamos, no, no digas que es cierto. La despedida ha concluido pero la sensación de ausencia es perenne. Cada tanto algo nos recuerda que el personaje que durante más tiempo amplió el poder y la semántica de la música pop, se ha ido para siempre. En la tercera entrega de Twin Peaks,  David Lynch le homenajeó a su eléctrica manera. Phillip Jeffries, personaje con una  brevísima aparición -y mucho más misteriosa desaparición- en Fire Walk With Me, adquiría un papel fundamental. Al igual que ha ocurrido con Bowie, Jeffreys está presente en la serie sin aparecer apenas en ella. Al igual que dicho personaje, viajó a un rincón del universo desconocido para nosotros.

Año uno

La muerte de Bowie duele porque dejó un poco más solos y vulnerables a aquellos que le seguimos con fascinación. Con su obra nos ayudó a contemplar el mundo al que pertenecemos. También logró que este resultara más soportable. El filósofo Simon Critchleyexplicaba en el ensayo David Bowie que “fue alguien que hizo de la vida algo menos trivial durante un periodo de tiempo tremendamente largo”. Luego corroboraba lo que el propio artista dijo en ‘Blackstar’: “No soy una estrella de pop”. Para Critchley, para mí y para sus fans, fue mucho más que eso: “Fue alguien que, simplemente, nos hizo sentir vivos”. Lo hizo, por ejemplo, al intentar describir la confusión que nos asedia sin descanso, en ‘Life On Mars?’ (“mira al hombre de la ley golpeando al tipo equivocado”) y mientras lo hacía, nos daba pistas para que intentásemos esbozar nuestra propia poesía. Es el horror de saber de qué trata este mundo, dijo en la letra de ‘Under Pressure’. Es la lucha entre lo sublime y lo horrendo, la sensatez y la paranoia, la inocencia y la malicia, y la inevitable desesperación para intentar discernir una cosa de la otra. Bowie, como cualquier otro artista de la música pop, implica muchas cosas –diversión, fantasía, osadía-, posibilidades que se convierten en armas y refugios para intentar comprender la vida. Su muerte plantea una cuestión alrededor del enigma que nadie sabe contestar. Él también se hizo esas preguntas mientras estaba aquí, y las expresó a través de su obra. Ahora que quizá sepa las respuestas, no nos las puede contar.

A nivel personal, la muerte de Lou Reed fue un acontecimiento desolador. Aunque sus problemas de salud habían sido difundidos públicamente, nunca me planteé que pudiera fallecer. Fue el artista que me alumbró en la oscuridad y la confusión de la adolescencia y me hizo ver que había un espacio en el cual, algún día, yo podría ser la criatura que estaba llamado a ser. A partir de cierta edad, la muerte deja de ser una fantasía para pasar a formar parte de lo cotidiano. La de Lou Reed marcó un punto de inflexión. Dos años después, la desaparición de Bowie corroboró que así había sido. Aquellos que me proporcionaron fe, autoestima, felicidad y conocimiento, también se van. A los 50 años posiblemente no los necesite tanto como a los 16, pero sí que necesito que sigan aquí, conmigo. Pero se van.  Después de habernos ayudado a entender y soportar la vida y la muerte, se van.

Año dos

La muerte de Bowie me impulsó a recuperar una novela cuya reescritura había abandonado. Sabía que, trabajando en la dirección correcta, podía sacar de ella la historia que necesitaba hacer. Él era uno de los protagonistas de la trama, una ficción que transcurre en València y El Saler. Es una historia de inocencia y perversión que construye una versión paralela de lo que pudo haber sido mi adolescencia. Mi adolescencia transcurrió en la playa de Pobla de Farnals. Eran pósteres de Lou Reed lo que había clavados en las paredes de mi habitación. Escuchaba sus canciones e indagaba en sus letras como podía, yo solo, en mi cuarto, con la ayuda de un diccionario de inglés americano que me trajo mi padre de un viaje a Estados Unidos. Escuchaba  a Reed con fervor y, a medida que su mundo me absorbía, fantaseaba con encontrármelo por Valencia, de incognito, como si hubiese decidido viajar hasta un sitio tan remoto sólo para darme la oportunidad de que me cruzase con él. Lou Reed fue el filtro que elegí para interpretar la realidad. Las primeras decepciones sentimentales. Los interrogantes del sexo. Los caprichos del alma humana. Lou Reed fue la puerta para cruzar al otro lado de la realidad. Si ingresaba allí, me decía mi instinto, podría empezar a ser yo mismo a pesar de todo. Cuarenta años después he publicado una novela que habla, entre otras cosas sobre eso. Si Lou Reed no hubiese existido, seguramente jamás la habría escrito. Si David Bowie no hubiese muerto, seguramente nunca la habría terminado.

El Saler es un buen sitio para muchas cosas, por eso lo elegí como escenario de ciertas escenas de la novela. Es un lugar perfecto para mirar, pensar, y no tener prisa para hacer nada. Es un sitio idóneo para perderse y olvidarse del resto del mundo, que acaba precisamente allí mismo. Un territorio impregnado por el sexo que se practica secretamente en sus bosques y  dunas, un contrapunto de carnalidad en medio de la belleza mística del paisaje. El Saler también es un buen sitio para ser invisible y llorar. Para escribir. Para vivir lejos de todo, anotando cosas en una libreta que sabe más de mí que nadie en el mundo. Un remolino de silencio en el cual sumergirse para soñar con lo irreal, como cuando tenía quince años. Para escribir sobre una mañana de verano, cuando la niebla flota a ras del suelo. Y a medida que esta se disipa y el sol se va elevando sobre las copas de los pinos, ver a David Bowie, despertando aturdido de un letargo. Está torpemente atado al tronco de un pino, rodeado de otros árboles y plantas. No muy lejos, en una situación similar, está Lou Reed. Al despertar contempla la vegetación que le rodea mientras intenta recordar qué le ha ocurrido y se deshace de la cuerda flácida que apenas le mantienen sujeto al tronco. Hay un tercer hombre que abre los ojos después de haberlos tenido cerrados más tiempos del que puede calcular. Andy Warhol balbucea algo mientras se desprende de las inocentes ligaduras y comienza a caminar colocándose bien la peluca. Los tres saben algo que ningún ser vivo puede saber. Si me quedo quieto donde estoy, acabaremos encontrándonos y me lo contarán.

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Lejos de todo de Rafa Cervera en la revista ICON



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Íñigo López Palacios reseña Lejos de todo, de Rafa Cervera, en la sección El Culturista de la revista ICON (número 47, enero 2018).

RAFA CERVERA
Lejos de todo
(Jekyll & Jill)
¿Escribe del libro de un amigo? Eso está feo. Cierto, lo confieso, conozco a Rafa hace un porrón de años, pero soy su lector desde mucho antes. De adolescente devoraba con admiración sus artículos. Algunos me marcaron tanto que soy capaz de recitar frases de memoria. ¿En serio? Lo prometo. Rafa fue desde el principio, en los ochenta, un periodista musical que escribía como los ángeles. Un tipo con una prosa brillante e ingeniosa. Con ritmo, capaz de ser tierno y caústico. Esta primera novela suya debería haberla escrito mucho antes. ¿Y de qué va? De sus obsesiones. De su ciudad, Valencia, a la que volvió hace años. De David Bowie, representación de aquellos mitos del rock de los setenta que eran personajes lejanos y fascinantes. De un hipotético viaje de incógnito de Bowie a Valencia en 1976. Y de su formación, de esa adolescencia en la que todo era tan nuevo y a la que debe lo que es hoy. (i./. p.)

Lejos de todo de Rafa Cervera en El País



 

Rafa Cervera posa en la redacción de EL PAÍS. GEMA GARCÍA
Rafa Cervera posa en la redacción de EL PAÍS. ©GEMA GARCÍA

 

Fernando Navarro escribe sobre Lejos de todo, de Rafa Cervera, en El País:

Fabulando con David Bowie

El crítico musical Rafa Cervera escribe ‘Lejos de todo’, su primera novela, ambientada en una Valencia postfranquista con el músico como inspiración

Para los habitantes de la república invisible de las canciones, todo lo importante sucedió dentro de los acordes, como templos sagrados fueron aquellas habitaciones cuyas puertas les protegían como si fueran “trincheras”. En palabras del chaval “extraño y fuera de contexto”, protagonista de Lejos de todo, la novela del crítico musical Rafa Cervera (Valencia, 1963), los mejores momentos de un mundo “hecho de soledad” llegaban cuando su héroe musical se ponía a cantar: “Quería creer que David Bowie emergería de este muro estucado en blanco para sacarme de aquí”. El anhelo de ese chico, perdido en mitad del verano de 1977 en la Playa de El Saler, ha sido un sentimiento universal en los corazones de tantos adolescentes que pisaron por primera vez la patria mostrada por Bowie, como si, al igual que Mayor Tom, pudiesen pasearse por la luna y las estrellas.

Bowie como inspiración, aunque podría ser cualquiera de los colosos musicales que han creado su propio y fascinante territorio artístico, prendido con fuego en existencias desorientadas, como confiesa el autor de Lejos de todo: “Si la novela fuese mi autobiografía, el que estaría en el poster sería Lou Reed, en la foto del disco Rock’n’roll Animal. Pero Bowie ha sido y es muy importante en mi vida. Lo meto porque me venía muy bien para la historia de adolescentes que quería contar”.

Cervera, firma habitual de EL PAÍS y referente en el periodismo musical desde los ochenta en publicaciones como Ruta 66, debuta en la literatura de ficción con un libro que diluye la fantasía y la realidad para cruzar las historias de un adolescente “confuso que se creía que era único” y un David Bowie que, atrapado en su adicción a la cocaína, acaba en Valencia con el fin de salvaguardarse del mundo acompañado de dos fieles amigos, uno de ellos un tal Jimmy, también conocido como Iggy Pop. “El Bowie que meto en la novela es una persona que está en crisis, que necesita cambiar y buscar soluciones, y refugiarse de sí mismo. Algo que le pasó en la vida real”, explica Cervera. “Me venía muy bien para hablar de la melancolía, la soledad y la pérdida”, añade.

Entre 1976 y 1977, años en los que transcurre el libro, Bowie realmente se escondió en las montañas del norte de Suiza, junto al lago Lemán. Fue un período de gran exploración personal, en el que se interesó por la música clásica, la literatura y la pintura, con especial amor por el arte expresionista. Pero para Cervera lo importante es “fabular”, situando al genio británico en su tierra natal, con la idea de revivir a través de la escritura esa sensación irrepetible en la que, como dice su protagonista, “la vida era algo nuevo, extraordinario y también inquietante”. “No era una necesidad volver a esa etapa, pero sí que era un territorio que me apetecía explorar. De cuando había pasión y te fundías con las voces que te inspiraron”, dice. “Es duro volver a la inocencia. A una inocencia que yo ya no tengo. Ya no soy ese. Es duro y doloroso volver a cuando descubriste quién querías ser. Entonces, estábamos completamente vírgenes y necesitados de algo que nos dijese: ‘Mira, como no eres buen estudiante, eres un desastre como deportista, ni sabes tocar la guitarra… no te preocupes porque está la música’. Esta gente te enseña el camino. Quieres seguirles y ya veremos luego a ver qué pasa”.

Cervera tardó ocho años en acabar la novela y también fue duro encontrarse durante el proceso de creación casi acabado con la muerte inesperada de Bowie. “Fue tremendo. Pero quise tener lealtad a alguien que me ha estado cantando al oído”, confiesa. Retomó el manuscrito inicial, lo cambió y reescribió la historia, colándose “más melancolía”. “Escribir es como una venganza contra la realidad. Cuando haces ficción, eres una especie de Dios. Puedes decidir cómo funciona ese mundo, colocas a los personajes y les dices cuando hablan o callan. Tienes el dominio de todo”, señala. Exactamente igual que cuando estás dentro de las canciones, como cuando eres un habitante de esa república invisible a la que Cervera, con el impulso de Bowie, le ha dedicado una oda literaria tierna y absorbente.

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Rubén Martín Giráldez recomienda La coronación de las plantas de Diego S. Lombardi



Rubén Martín Giráldez recomienda La coronación de las plantas, de Diego S. Lombardi, en el artículo Traductores, libros y lecturas para compartir, en Llanuras.

«La coronación de las plantas, de Diego S. Lombardi (Jekyll & Jill, 2017):
Si pudiese hacerle un blurb sería malsano como la vida misma; algo así: «Blavatsky, Crowley, Szentkuthy y —por romper la tónica de la y— un horror digno de la Posesión de Zulawski se dan carta negra en esta “vid de las entrañas” para que La coronación de las plantas cobre ultracuerpo transustanciada en giallo su carne y espesada su sangre con trífida, demónica herbalife». Poco estupendo me he puesto.

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Del enebro de los Grimm y Saturno de Halfon en Relatos en construcción



Del enebro, de los hermanos Grimm, ilustrado con los collages de Alejandra Acosta, y Saturno, de Eduardo Halfon, en la lista Mis libros de 2017, en el blog Relatos en construcción, de Patricia Millán:

«Pero, por quedarme con una de ellas, voy a escoger Jekyll & Jill. He tenido el placer de leer dos libros maravillosos: Del enebro, con una edición tan cuidada que deslumbra con tan solo mirarlo; y Saturno, un libro que está sin duda entre mis cinco favoritos del año, con el que he descubierto a Eduardo Halfón (ya tengo otro de sus libros en la estantería). Dos más esperan su turno, así que no será este el último año en que me oigáis hablar de esta editorial».

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Entrevista a Diego S. Lombardi en ABC



Inés Martín Rodrigo entrevista a Diego S. Lombardi con motivo de la publicación de su novela La coronación de las plantas. En el diario ABC:

El selfie que Diego S. Lombardi dedica a ABC Cultural
El selfie que Diego S. Lombardi dedica a ABC Cultural – ABC

 

DARÁN QUE HABLAR

Diego S. Lombardi: «En Facebook a veces florece lo más imbécil de nuestra condición»

Su novela «LA CORONACIÓN DE LAS PLANTAS» es de lo más inusual y mejor que este año se ha publicado en España
¿Cuáles son sus intereses como escritor?

Ejercitar nuestra capacidad creadora, utilizar el lenguaje como herramienta mediúmnica para hacer manifiesto lo subyacente; explorar sus límites con intención de transgredir las estructuras, buscando un estilo propio y transitar los resquicios donde se manifiesta lo numinoso e impera la contradicción, la fusión y el caos. Reelaborar fantasías, vivencias y conceptos y desarrollar historias y mundos que, por su semejanza o contraste, tengan algo para decir de nosotros.

¿Y como lector?

Depende del ánimo y las inquietudes. A veces sólo busco información dura; otras veces, la sorpresa, la belleza, el horror, que me sumerjan en una manera nueva de ver las cosas, pues tal vez sea ésta la más importante de las utilidades prácticas de la lectura, la capacidad de acercarnos, aun con las limitaciones del medio y aunque sea por instantes, al lugar de otro.

Sobre procesos, fractales, costumbrismo, los distintos grados de conexión e intercambio que existen entre las diez mil cosas, la perplejidad que causa lo desconocido, el malestar en la cultura, la resonancia de la voluntad en la construcción de la realidad, el desamparo de estar a merced de fuerzas inmensurables.

¿Dónde ha publicado hasta el momento?

Mi primera novela se publicó en Cuba por editorial Arte y Literatura tras ganar el premio ALBA de Narrativa. Mi segunda novela, en España y por Jekyll & Jill. También he participado con cuentos y relatos en algunas antologías y revistas.

¿Con cuáles de sus «criaturas» se queda?

Con la criatura que forman todas ellas.

Supo que se dedicaría a esto desde el momento en que…

Resulta difícil de establecer por tratarse de un proceso paulatino, aunque el desconcierto de mis tempranos veinte y la frustración de una vida laboral cutre, amparados por el realismo sucio, inspiradoras lecturas beat y el narcótico spleen de Baudelaire, fueron quienes tal vez me condujeron a escribir cuentos y poemas con un compromiso inédito hasta aquel momento. Creo que así fue como comenzó el asunto, aunque escribir sea una actividad que irrumpe en mi vida de modo caprichoso, en oleadas de intensidad abrumadora y durante breves periodos de tiempo.

¿Cómo se mueve en redes sociales? ¿Qué perfiles tiene?

Tengo un perfil de Facebook que utilizo para informarme y distraerme. Soy un usuario bastante austero, aunque puedo tener brotes de entusiasmo que se desvanecen casi al instante frente a una plataforma que censura contenidos y continúa rigiéndose con moralinas victorianas, donde por momentos resulta inevitable que, tamizado por anuncios publicitarios, florezca lo más imbécil de nuestra condición.

¿Qué otras actividades relacionadas con la literatura practica?

¿Visitar bares?

¿En qué está trabajando justamente ahora?

Me encuentro realizando una investigación acerca de la posibilidad de establecer vínculos con energías contenidas más allá del tiempo y la materia, abocado a otorgar cualidades animistas a los distintos elementos de la ciudad, a encadenar figuras geométricas sobre atmósferas cósmicas mediante progresiones de acordes y oír revelaciones en el silbido del sable cortando el aire con un certero nukitsuke.

¿Cuáles son sus referentes?

Diré tres nombres, los primeros que aparezcan en mi mente: Lao Tse, Miles Davis, Mónica Bellucci.

¿Y a qué otros colegas de generación (o no) destacaría?

Me resulta muy difícil elegir alguno pues son muchos y la verdad es que casi no los conozco.

¿Qué es lo que aporta de nuevo a un ámbito tan saturado como el literario?

Sería pretencioso y risible que yo lo dijera. Mi aporte es otro registro del infinito territorio que abarca la existencia. Un intento más de explicarnos.

¿Qué es lo más raro que ha tenido que hacer como escritor para sobrevivir?

Por supervivencia y trabajo de campo incursioné en lugares de lo más disímiles, aunque no creo haber hecho nada especialmente raro o que no se haya visto en el cine.

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Alfonso Cardenal entrevista a Rafa Cervera en Sofá Sonoro



Alfonso Cardenal entrevista a Rafa Cervera en el programa Sofá Sonoro de Cadena SER con motivo de la publicación de la novela Lejos de todo:

Cuando Bowie se refugió en El Saler

El periodista musical Rafa Cervera debuta como escritor con ‘Lejos de todo’

David Bowie durante un concierto en Detroit en 1976David Bowie durante un concierto en Detroit en 1976 / GETTY IMAGES 

Tras una vida escribiendo de música, Rafa Cervera debuta como novelista con Lejos de todo, un relato evocador y melancólico sobre la adolescencia y los descubrimientos que se producen en esa etapa. El primer trabajo narrativo del escritor valenciano se construye alrededor de un surrealista viaje de David Bowie a El Saler en compañía de su asistente y de su amigo Iggy Pop. Una novela escrita con mimo y gusto que refleja experiencias vitales del autor y sentimientos lejanos que cobran vida en un relato que habla de música, de pasiones y de descubrimientos.

¿De dónde surge tu amor por Bowie?

Bowie empezó a gustarme tarde. Con esto quiero decir que lo mío no fue un amor apasionado y adolescente, como me ocurrió con Lou Reed y Warhol y los miembros de Velvet Underground. Ese era el universo que me absorbía. Y después, Patti Smith y todo el punk neoyorquino. Bowie llegó después. Escuché Ziggy Stardust y David Live y empecé a encontrarle la gracia. Hasta entonces me parecía un personaje muy teatral y un poco exasperante porque parecía que, si querías ir más allá de los Stones o los Beatles, entonces tenías que ser de Bowie. Y yo, que le era muy fiel a Lou Reed decía, “este tío no es para tanto, el que mola de verdad es Lou”.

Cómo viviste la muerte de Bowie

Con mucha tristeza. Sé que no es fácil explicar esto pero voy a intentarlo. Todos los días muere gente de una manera injusta, terrible, gente inocente que es víctima del horror que hemos potenciado en este mundo. Artistas como Bowie funcionan como filtro y también como antídoto a eso. Hablamos de Bowie pero podríamos decir lo mismo de Woody Allen, Paul Auster, Sabina, qué sé yo. Se trata de gente que crea un universo que te ayuda a convivir con la realidad, a entenderla, a soportarla. En el caso de Bowie, su proyección era fantástica en el sentido más literal de la expresión. No era sólo música y letras, era también los vídeos, las portadas, la proyección que él hacía de sí mismo. Seguir a Bowie era excitante, era un aliciente a la vida, y si además acertaba de lleno, como ocurrió con The Next Day, entonces era perfecto. Me enteré de su muerte por la app de la SER y empecé a llorar. La muerte de Lou Reed me costó más asimilarla porque era demasiado tremendo para ser cierto. Creo que la muerte de Lou Reed fue como un punto de inflexión, se abría un nuevo escenario. La muerte de Bowie fue la constatación de que esto era así. Si Lou Reed había muerto, ya todo era posible. Es una sensación que también tiene que ver con el hecho de llegar a determinada edad, esa edad en la que los que son mayores que tú empiezan a marcharse.

Si no hubiera sido él e Iggy los protagonistas de tu libro, ¿a quién hubieses elegido?

Solamente podía ser Bowie. En el fondo, lo he usado para hablar de mí. Me he valido de sus circunstancias en una época determinada, para secuestrarlo y traérmelo a un terreno que conozco muy bien, que es la ciudad donde nací y el lugar donde vivo ahora, que es la playa de El Saler. Bowie confuso y deprimido en 1976 es una máscara para hablar de mi tristeza y mi confusión. Tristeza porque nunca me ha resultado fácil encajar en el mundo y a medida que me hago mayor veo que esa perplejidad no se va, al contrario, aumenta. Pero la escritura es una gran defensa para este tipo de cosas, y también un arma. Cuando acabé de escribir el primer borrador de la novela, en 2008, me di cuenta de que donde tenía que estar era lejos de todo, en El Saler, un lugar desierto y apacible la mayor parte del año. ¿Podría haber sido Lou Reed uno de los protagonistas de esta novela? Yo creo que no, que en todo caso podría haberlo sido de otra. En cuanto a Iggy, en 1976 y 1977 estaba muy unido a Bowie, viajaba con él, grababan juntos; Coco fue su asistente y amiga desde 1974 hasta el final de sus días. Veía bien que fueran tres porque la otra historia también tiene tres personajes. En ambos casos, dos personajes masculinos y uno femenino. Ese reflejo me gustaba y también me obligó a buscar nombres poco habituales para los adolescentes. Si unos personajes se llaman David Bowie, Jimmy o Coco, los otros no pueden llamarse Ana o Fernando. Así que usé el nombre de Cala Cervera, que me hizo mucha gracia cuando se lo escuché a un amigo. Y en cuanto a El Regónzer, es una expresión acuñada por una amiga. Parece que sea vasco, pero en absoluto, es invención pura.

Después de tantos años escribiendo de música por qué crees que la novela ha surgido justo en este momento.

El grueso de Lejos de todo ya estaba escrito cuando murió Bowie. Era un texto imperfecto y estaba en un cajón. Su muerte me hizo retomarlo. A medida que fui reescribiéndolo me di cuenta de que lo tenía, de que la historia estaba ahí. Era cuestión de quitar paja y pulir, pulir mucho. E inevitablemente, a medida que tenía lugar todo ese proceso, que ocurrió entre abril y septiembre de 2016, se fue filtrando el luto por Bowie. Y se mezcló con la melancolía que ya anegaba la novela. Para mí era muy importante hacerla como tenía que hacerla y que viera la luz en la editorial adecuada. Ha salido ahora porque es cuando estaba bien, cuando era literatura, cuando el lenguaje estaba cuidado y equilibrado. Un libro así, o está bien hecho o es un fracaso, porque, de entrada, trata de hacer verosímil lo inverosímil.

El libro tiene cierto tono melancólico con esa mirada tierna a la adolescencia, una etapa de la vida en la que se definen muchas cosas, ¿qué cambió en ti en esa etapa que siga vigente hoy en día?

Creo que sigo siendo un adolescente. Hay una parte de mí que no se ha desarrollado según los parámetros sociales y vitales habituales. Tengo 54 y no tengo hijos, me dedico a escribir de música y vivo rodeado de discos, libros, revistas. No hay ninguna señal en mi vida, salvo las propias del envejecimiento, que me aleje de la adolescencia. No es que se un inmaduro ni me niegue a crecer, al contrario, creo que soy bastante consciente de mi realidad, demasiado a veces. Pero el modo en que vivo y revivo todo aquello que me hizo feliz y que, sobre todo, me hizo ser yo mismo, apenas ha cambiado. Y eso me produce una gran melancolía porque me veo a mí mismo al comienzo de todo y sé que hay cosas que a ese chico y a mí nos siguen importando mucho, pero en medio de todo eso, hay una inevitable franja de tiempo y experiencia que hace que ya no podamos ser exactamente la misma persona.

¿Qué libros sobre esta etapa vital te han inspirado?

Mientras escribía no leí libros que tuvieran que ver con la adolescencia. Me gustaría pensar que algo de El guardián en el centeno se ha filtrado en algún momento en alguno de los personajes adolescentes masculinos. Holden Caulfield en El Saler, la verdad es que también podría haber estado allí durante el verano en el que transcurre la historia. Yo creo que todo lo que tiene que ver con los adolescentes en la novela proviene más de las canciones que de la literatura. Son muchos años oyendo ciertas letras y absorbiendo ciertas emociones.

Los amores adolescentes, los primeros amores, son de los que más marcan, de los que más se recuerdan, son como la primera vez que escuchas un disco que acaba siendo parte de tu vida y creo que eso se refleja en tu libro con esa doble pasión por Cala y Bowie, no sé si te pasa que hay ciertos discos u artistas que están de un modo extraño ligados a ciertas personas…

Estoy de acuerdo con lo que dices, pero he de decir que todo lo que se cuenta en la novela es invención. La historia es ficción. Me valgo de ella para contar determinadas cosas que son mías pero que pueden pertenecer a cualquier otra época de mi vida. Lo de que hay discos que están ligados a determinadas personas también lo veo así. Eso lo contó muy bien Fernando Navarro en Martha. Lejos de todo habla también de ese tipo de pasiones que marcan, pero está contado con piezas de mi propio puzle vital. Se trataba de expresar una serie de sentimientos a través de la ficción. Lo hice porque me parecía una buena historia, un buen tema, pero no estaba buscando exorcizar mi pasado. Estaba exorcizando mi presente a través de los chicos y sus pasiones, y también a través de un Bowie que aparece en un lugar que les completamente ajeno en el cual se siente bien. Ese misterio que tienen los lugares desconocidos, sitios en los que eres un completo extraño y sin embargo, o por eso mismo, te quedarías una larga temporada en ellos.

Tu forma de escribir me ha resultado relajante con unas descripciones pausadas y evocadoras, qué estabas leyendo mientras escribías o antes de ponerte a ello…

Gracias…Puedo decir que en la última fase de escritura sí hubo una influencia buscada de Lucia Berlín. La descubrí y la leí a la vez que me enfrentaba a la versión definitiva del texto. Fue una iluminación porque me ayudó a cortar las frases, frases que en muchos casos estaban escritas hace años y en las que yo ya no me reconocía. Lucia Berlín fue determinante para acabar la novela y darle ritmo. Alguien me dijo a través de Facebook que había cosas que le recordaban al estilo poético de Lou Reed. Ojalá fuese así, sería un triunfo enorme porque he pasado más de la mitad de mi vida escuchando y leyendo sus letras, que son gran literatura.

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Saturno de Eduardo Halfon en la revista Literal, Latin American Voices


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 José de María Romero Barea reseña Saturno, de Eduardo Halfon, en la revista Literal, Latin American Voices:

EDUARDO HALFON: SINFONÍA DE VOCES

Toda muerte es un acto de desobediencia. En algunos libros, nos llega empaquetada tan bellamente que parece pornografía. Sin lugar a la ambigüedad, su comercialización cumple lo que promete: una promesa incipiente de voyeurismo. La faja en la portada del volumen que nos ocupa prescribe la fecha de consumo preferente: “El padre es un nombre, escucho que susurra alguien. Me quedo quieto. Oigo risas. Varias risas atrás de mí. Pero no quiero volver la mirada, padre. Sé quiénes son, pero aún no quiero volver la mirada”. Saturno (2003; Jekyll & Jill, 2017) no es una novela más sobre la autodestrucción, sino una oblicua nota de despedida.

La tradicional lucha entre vástagos y progenitores, al igual que el sentido de inutilidad que siempre la acompaña, adquieren en manos de Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) una súbita sensación de propósito. En párrafos a menudo incompletos, fragmentarios o radicalmente inacabados, la falta de conclusión dota al conjunto de una rara coherencia: “Cuántos años pasaron antes de que usted conociera mi casa, mis amigos, mi profesión. Era usted indiferente ante mi vida, padre. Ante mí. Al igual que el padre de Hemingway, su mano también sostiene mi arma”. El resultado, una nouvelleconceptual, un abigarrado conjunto de propuestas, un bloque discontinuo de declaraciones (semiauto) biográficas, que desembocan en el cubismo literario: “Otro padre ausente, padre. Otro fantasma queriendo merodear más allá de su tiempo. Otro vacío que para siempre quedó vacío”.

Lo sensacional neorabelesiano, sujeto a configuraciones desnudas, engendra escritores que se autoaniquilan completamente vestidos. El espectáculo de Saturno, ilustrado o no, denuncia nuestro interés por la transfiguración de su fenomenología: “Tras los arbustos [Virginia Woolf] escuchaba a los pájaros cantando en griego. (Alejandra Pizarnik: “No puedo hablar con mi voz sino con mis voces”). Desde el balcón Virginia Leslie se lanzó. Pero sólo cayó pocos metros. Su primer intento había fracasado. Una década después abandonó el apellido de su padre”. Dado que suele suceder tras una cortina de privacidad aún más excluyente que la reservada al sexo, la capacidad del suicidio para captar nuestra atención está asegurada. De ahí los comentarios elípticos sobre el razonamiento con los que el narrador de la novela se dedica a teorizar sobre el significado de la (in)acción.

Escribe nuestro héroe para prevenir su autodestrucción: “Hay tantas voces que me cuesta distinguirlas. Vamos, hombre, ya deberías conocernos, escucho, pero todas me suenan igual”. Poco antes del final, la prosa gira en espiral hacia su conclusión burlona y posmoderna: “Una sinfonía de voces, padre, eso son, eso somos. Somos, en fin, las voces que escuchamos. Pero ya no les temo. Todo duerme en torno mío, y mi alma está tranquila, en paz”. Uno se esfuerza por escuchar, a pesar de la algarabía. En ese breve pasaje, todo la silenciosa (des)esperanza del libro.

Los monstruos locuaces de la primera ficción del autor de El ángel literario (Anagrama 2004), o El boxeador polaco (Pretextos 2008), son, pues, voces vívidas en la turbia polifonía de nuestra era enloquecida. Monólogo sin trama aparente, Saturno es la nota de un asesino de sí mismo, más Nabokov que Dickens, por citar dos de las influencias que presiden la narración. En ella, es posible leer la autoinmolación no simplemente como un cri de coeur velado, a cargo de alguien que busca airear las circunstancias desordenadas que lo llevan a cometerlo, sino como una obra de arte creada por un literato conceptual que quiere dejarnos un documento duradero con el que, paradójicamente, reunir fuerzas para seguir adelante.

Talsi, Letonia, 2017

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Irene Andres-Suárez escribe sobre la obra de Gemma Pellicer



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Irene Andres-Suárez, catedrática de literatura española en la Universidad de Neuchatel, Suiza, y una de las teóricas especialistas en el microrrelato, ha dedicado un excelente artículo a la obra de Gemma Pellicer, La danza de las horas (Eclipsados, 2012) y Maleza viva (Jekyll & Jill, 2016), en la revista Siglo XXI, Universidad de Valladolid.

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Magistral de Rubén Martín Giráldez en Diario de León


Nacho Abad reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en el Diario de León:

LE BIG MAC

Título magistral

NACHO ABAD  17/12/2017
Que qué tiempo lleva insistiendo el escritor Yago Ferreiro en que lea cierto libro cuyo título no te lo digo, no te lo digo. Seguro que coincide con la de veces que he declinado la invitación con la excusa de que no saco un rato para leer libros porque estoy muy ocupado leyendo libros. Pero Yago sigue. No a mí, en concreto. Al aire. Es un decir. Lo hace por ejemplo en un grupo de Whatsapp que se llama Lo del avión, y que está formado por mucha gente que no conozco aunque puede que tú sí, porque son columnistas, o poetas, o escritores, o músicos: a nuestras conversación le conviene testigos, que no lectores. Lector es quien te ríe los chistes, y esta gente ni abre los mensajes, como para echar la boca a reír. Pero estábamos hablando del libro que finalmente compro, pero del que no voy a decir nada porque no he leído del todo. Si fuera crítico literario, como Alberto Olmos, habría puesto una bandera en la página 25 y lo habría proclamado el mejor libro del año, que es exactamente lo que hizo, pero en 2016. Los lectores siempre llegamos tarde. O mejor, siempre llegamos después. Quizás fue en la página 45, ahora dudo.
magistral

Se titula Magistral (Jekyll & Jill editores, 2016), y lo firma Rubén Martín Giráldez. También es el mejor libro del 2017, digo yo, aunque esto no lo sabré hasta el año que viene, si lo he leído entero. Así que no corramos tanto. Hablemos primero del argumento, que es lo que más me está gustando: no hay. O si hay es el propio libro. Magistral trata de Magistral. Y los personajes, ¿adivinas?: «¿Habrá algo más pueril que necesitar un personaje a modo de pan para empujar la comida?» La opereta trata de repartir hostias en el mundo de las letras y hacerlas pasar por panes. Resulta fácil, porque somos dados a la metáfora. Literatura para escritores, que se dice. Ésa podría ser su frontera, su techado, si no hubiera tanta pornografía en estas páginas: «sospecho que los relatos que prescinden de una trama «de peripecias» y fían gran parte de su potencial al verbo se escriben hoy para los amigos, es decir, para quien no nos lee». Yo continúo leyendo sólo por ver cómo esta lágrima piroclástica que brota de libro y se abrasa a sí misma, me corre luego por las mejillas. No sé si es de risa o de tristeza, porque el lector también es quien te llora los chistes.

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Lejos de todo de Rafa Cervera en Revista Shangay con Roberta Marrero



Agustín Gómez Cascales entrevista a Rafa Cervera y a Roberta Marrero con motivo de la publicación de la novela Lejos de todo en la revista Shangay:

Rafa Cervera y Roberta Marrero, unidxs por Bowie


Fotos: Miguel Ángel Fernández

 

Rafa Cervera es uno de los grandes periodistas musicales de nuestro país, experto en contar historias que tienen que ver con la realidad de muchos artistas –sirva como ejemplo su libro Alaska y otras historias de la movida. Con Lejos de todo, su primera novela se revela como un gran fabulador, y con la manera en que fusiona realidad y ficción atrapará tanto a quienes conocen su trabajo como a quienes se dejen atrapar vírgenes por su propuesta. En ella, Cervera cuenta dos historias paralelas que se entrecruzan: una la protagonizan adolescentes en pleno proceso de dejar atrás la inocencia en la Albufera valenciana; la otra refleja un momento clave en la trayectoria de David Bowie, que arranca, de modo misterioso, en Valencia. Es una novela breve, con un aire melancólico y sugerente, en que Cervera demuestra que, con una enorme economía de recursos expresivos, se puede contar mucho. Es además una muestra de la devoción por uno de sus grandes iconos, y también una carta de amor a su pasado teen. Aunque nunca tienes del todo claro qué es real y qué no en lo que cuenta.

La crisis de los 40 de Rafa supuso el punto de partida de esta novela, la primera que ha escrito, “que empezó siendo un cuento y se fue haciendo largo”. Pero no es una novela esencialmente autobiográfica como cabría imaginar, dado que una de las historias que cuenta es la de un adolescente que se enfrenta a ciertos ritos de iniciación sexual y emocional. Uno, de primeras, piensa, que es Rafa contando su historia, pero no. “Hay detalles autobiográficos, pero son como agua subterránea”, apunta. Y no están donde uno iría a buscarlos, sino en la otra historia que vertebra Lejos de todo, protagonizada nada menos que por David Bowie, y en Valencia, ni menos ni más. “Se me ocurrió durante una crisis existencial, y decidí transferirle a Bowie mis angustias (la necesidad de buscar soluciones, de intentar averiguar quién eres y qué haces aquí), que coinciden en cierto modo con las que tenía él en el año 76”, que es donde ha situado la acción.


«LA NOVELA SE ME OCURRIÓ DURANTE UNA CRISIS EXISTENCIAL, Y DECIDÍ TRANSFERIRLE AL PERSONAJE DE BOWIE MIS ANGUSTIAS» (RAFA CERVERA)


Lo que Bowie ha unido, que no lo separe nadie. De ahí que tenga todo el sentido que sean dos los protagonistas de este reportaje. Cervera y la artista Roberta Marrero, autora del reciente libro El bebé verde –en que relata cómo ha vivido su transexualidad desde pequeña–, son amigos desde hace años, y comparten la pasión por el desaparecido icono. Rafa la conoció cuando ella llegó a Madrid a principios de los 00. “Me encantaban sus discos y sus vídeos, como me sucede con su obra plástica. Qué bien poder ser amigo de alguien con tanto talento”. Tuvo claro, incluso antes de proponérselo, que Roberta tenía que ilustrar la portada (“antes de acabarlo, o incluso de tener editorial, ya pensaba que la portada sería perfecta si la hacía Roberta”).

En un viaje que hizo Roberta Marrero a Valencia –precisamente a participar en una charla sobre Bowie–, su amigo Rafa le dio el manuscrito de la novela para que la leyera. Y le atrapó: “Me gustó que, con imposible que es lo que cuenta, lo de imaginarse a Bowie en Valencia, Rafa logra que resulte supercreíble y que fluya con naturalidad. También me gustó ese tono melancólico relacionado con la adolescencia, que tiene que ver con ese deseo de estar en otro sitio o ser otra persona. Y es que en ese sentido los creadores siempre estamos haciendo un autorretrato, al hablar no solo de las cosas que nos han pasado, también de las que nos gustaría que nos pasaran”. Inspirarse en Bowie no era algo nuevo para ella. “Le he usado hasta la saciedad en mi trabajo, me fascina su imagen. Y nunca lo he hecho por dibujarle, sino para hablar de otras cosas; incluso, siendo muy atrevida, me he hecho autorretratos como David Bowie, porque me gusta utilizar a personas que admiro como máscara”.


«SI ME LLAMARAN PARA ILUSTRAR LA PORTADA DE UNA BIOGRAFÍA DE RAJOY, DIRÍA QUE NO… HOMBRE, ¡SALVO QUE FUESE PARA PONERLE A CAER DE UN BURRO!» (ROBERTA MARRERO)


Hasta aquí, todo idílico, porque ambos muestran su admiración por el trabajo de su amigx en esta novela. Pero ¿qué hubiese sucedido si a Roberta, que fue de las primeras en leerla, no le hubiese gustado? ¿O si a Rafa no le hubiese convencido la ilustración de Roberta para la portada? Con ambos cara a cara, era el momento perfecto de plantear la hipótesis, una de esas que puede dar al traste con una amistad si no existe la suficiente confianza entre dos personas. Roberta se arranca diciendo: “Yo soy superrespetuosa con el trabajo de los demás. Y si la novela no me hubiese gustado, jamás se lo habría dicho”, confiesa. “No me vería con la autoridad moral de decirle eso a nadie. Pero la novela me gustó; normalmente, mis amigos hacen cosas que me interesan”.

A la hora de trabajar en la portada, Marrero se lo tomó como lo que es: un encargo. “Tenía claro que mi trabajo iba a estar sujeto a su criterio”. También tenía claro que iba a hacerlo porque, sí, le gustó la novela, y afirma que solo se implica en proyectos que le interesen. “Si me llamaran para hacer la portada de una biografía de Rajoy, diría que no… Hombre, ¡salvo que fuese para ponerle a caer de un burro!”. A Rafa le encantó la propuesta de portada que le envió Roberta, estaba muy tranquilo en ese sentido. Le preocupaba más la opinión de Roberta sobre la novela, porque además sabía que si no le gustaba, lo podría intuir. “Es prudente y diplomática… pero hasta cierto punto”, y ambos se echan a reír. “Su respuesta entusiasta me dejó tranquilo, porque era de las personas a las que quería que le gustara”. Final feliz pues.

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Rafa Cervera

Entrevista a Rafa Cervera en la revista Primera Línea



Paco Gisbert entrevista a Rafa Cervera con motivo de la publicación de su novela Lejos de todo en la revista Primera Línea:

Rafa Cervera, entre Bowie y la Valencia de los 70

Nuestro compañero Rafa Cervera, crítico musical en esta revista desde hace más de un cuarto de siglo, debuta como novelista con ‘Lejos de todo’, una obra llena de referencias musicales y de ensoñaciones eróticas.

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PACO GISBERT / FOTOS: FOTOLATERAS | 11/12/2017 – 13:05

La máxima que afirma que un periodista especializado en fútbol es un futbolista frustrado se puede aplicar perfectamente a Rafa Cervera. El valenciano quiso ser estrella de rock’n roll en su juventud y, dada su impericia como músico, se dedicó a escribir sobre lo que más le gustaba. Y no le ha ido mal, como podéis comprobar desde hace más de 27 años en nuestras páginas. Ahora debuta como novelista con ‘Lejos de todo’, una novela en la que se mezclan dos historias: la del descubrimiento de la sexualidad por parte de unos adolescentes en la playa de El Saler y la de la breve estancia de David Bowie en una Valencia en plena Transición. Pero mejor que sea el propio Cervera el que nos destripe su novela.

Después de tantos años oficiando como periodista, te has decidido a escribir una novela. Cuéntame cómo ha sido el parto.

Lo cierto es que escribir ficción es algo que siempre he querido hacer. Durante años acudí a talleres de escritura creativa y aprendí a hacer relato corto y novela breve. “Lejos de todo” viene de ahí, aunque ha sido un proceso lento. La empecé a escribir hace bastante y tuvo un par de versiones iniciales que no cuajaron. Al final la historia encontró su camino incluso a pesar de mí, que soy lento e inseguro en estos asuntos. Ahora que ha visto la luz espero que lo siguiente que haga fluya mejor.

Muchos periodistas freelance se escudan en el día a día para no dar el paso de convertirse en novelistas. ¿Ha sido tu caso? ¿Por qué acabaste dándolo?

Cuando empecé a escribir ficción podía permitirme el lujo de reservarme unas horas sólo para eso, y trabajar con tranquilidad. Hoy intentar repetir eso sería prácticamente imposible. Los dispositivos móviles son una distracción pero sobre todo lo que ha cambiado son las circunstancias generales. Un periodista freelance intenta diseñar su supervivencia día a día. Si no estás con la antena desplegada no hay propuestas que hacer, si no tienes reflejos puede que llegues tarde con ellas; hay que proponerlas, escribirlas, rezar para que se publiquen y esperar a cobrarlas. No es el mejor escenario para concentrarse en algo que, si en algún momento cristaliza, es bastante improbable que te saque del atolladero económico. Así que, precisamente por todo eso que acabo de contar, escribir ficción se me antoja como la mejor de las rebeliones. La realidad pesa más que nunca por eso da más gusto ignorarla y plantarle cara inventándote historias en las que tú eres el que manda, y no ella.

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¿Cómo surge la idea de las dos historias que se cuentan en la novela?

La historia de los tres adolescentes es algo que estaba en mi cabeza desde hace tiempo, tanto que ya no recuerdo por qué esa obsesión. Supongo que proviene de la necesidad de revisitar la adolescencia. Al final, con los años, la nostalgia ha ido dando paso a una fantasía que sigue teniendo mucho que ver con esa fase vital. Lo de Bowie tampoco recuerdo exactamente de dónde vino. Fue hace mucho (insisto en que los orígenes de esta novela se remontan más de 10 años atrás, soy muy lento) pero recuerdo vagamente el momento en que dije, “¡Sí! ¿Por qué no?” Y convertí un relato en primera persona que tenía hecho como ejercicio para el taller en el comienzo de la historia de Bowie.

¿Cuánta porción de autobiografía contiene la novela?

Por los ingredientes que tiene, es inevitable pensar que parece autobiográfica, sobre todo por los escenarios donde transcurre y esa fijación idólatra con una estrella de la música pop. La historia es pura ficción construida con elementos que le he robado a la realidad. Es como una realidad paralela soñada por el autor de la obra. “Lejos de todo” no es la historia de mi adolescencia, pero yo estoy en cada uno de los elementos que configuran la novela.

¿La idea de que Bowie visitó y vivió durante un breve periodo de tiempo en Valencia tiene algún referente real? Me refiero a si Bowie fue alguna vez a Valencia o si te has basado en otros músicos que sí lo hicieron.

Cuando tenía 15 años fantaseaba con la idea de que Lou Reed (que el músico que en realidad me abrió los ojos y me cambió la vida) actuaba en Valencia o se materializaba por el barrio del Carmen, como una aparición mariana. En 1977, la idea de que alguien que parecía proceder de otro planeta pudiera colarse en tu vida cotidiana era un sueño. Sobre todo si vivías en un lugar tan remoto como Valencia. Los músicos importantes iban a Madrid y Barcelona, Ibiza era una especie de oasis en ese sentido porque era un lugar de libertad aislado del agobio franquista y eso atraía a la bohemia musical. En cuanto a Valencia no venía casi nadie a actuar. La historia ha terminado por demostrar que esas cosas ocurrían más de lo que nos atrevíamos a creer entonces e incluso ahora. A medida que el tiempo avanza y aflora la información, descubrimos que por España pasaron de incógnito algunas estrellas del rock. Hace poco leí en ‘Valencia Plaza’ que Keith Richards se acostó por primera vez con Anita Pallenberg en Valencia, en 1967. Y Bowie pasó unos días con Bianca Jagger en 1977, en la Costa Brava. La idea de meter a Bowie en el Carmen y hacerlo pasear por el Micalet con Iggy Pop en lugar de colocarlos en Berlín, proviene de esa fascinación. De esa posibilidad milagrosa fraguada en la adolescencia en una época en la que estas cosas eran un sueño. Hoy en día nadie se extrañaría si, estando en Albalat del Sorells, apareciera Björk de repente. Las estrellas de la música han perdido gran parte de su misterio en el siglo XXI.

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En 1977 Valencia era una ciudad que despertaba del letargo franquista, pero quizás el Saler seguía dormido en aquella época…

Sinceramente, no lo sé. Yo pasé mi adolescencia en la playa de Pobla de Farnals. Mi familia tuvo allí un apartamento hasta mediados de los ochenta. Empezamos a frecuentar El Saler a principios de los noventa. El Saler es un lugar muy especial. Yo vivo ahí desde hace 10 años y cada día descubro algún detalle nuevo, casi siempre relacionado con la naturaleza. Es un lugar extraño, no por su geografía sino por sus circunstancias. Es una franja de tierra de dos o tres kilómetros de ancho que separa el mar de un lago de agua dulce que es el epicentro de folclore local. Posee una belleza muy particular. El aislamiento es uno de sus atributos. Y su propia historia. En los sesenta comenzó a ser urbanizado con la idea convertirlo en otro Benidorm. Se alzó un movimiento popular que acabó deteniendo esa tropelía y posteriormente se ha ido restaurando el mal realizado. Todo eso y algunos factores más contribuyen a hacer de todo ello un territorio extraño.

¿Bowie podría haber vivido en Valencia en 1977 o habría salido por piernas?

Si hubiese buscado lo que busca en la novela, habría sido un buen lugar para él. Los motivos por los que en esas fechas se trasladó a Berlín fueron resolver una crisis personal y buscar el anonimato. En Valencia lo hubiese encontrado seguro.

El adolescente que narra la primera historia descubre la sexualidad de manera muy intuitiva. ¿Es fruto de la época en la que vive?

Supongo que sí porque los recuerdos que puedo traspasarle a ese protagonista son los de mi experiencia. En aquella época apenas había información. Todo era un enigma y, por supuesto, un pecado. La única manera que se me ocurre para descubrir el sexo cuando se trata de un personaje introvertido y refugiado en su mundo interior es el instinto. No obstante, hay referencias veladas a autores malditos como Sacher-Masoch, al cual más de un adolescente de la época, -Alaska incluida- descubrió gracias a la canción “Venus in Furs”. Y la escena cumbre de la historia adolescente, la de la filmación, está inspirada en las primera películas experimentales de Warhol donde a veces aparecía una sexualidad muy estimulante, porque era casi pornografía mal hecha, realizada por amateurs, como pueden serlo ahora las grabaciones sexuales con el móvil.

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Me gustan los referentes a ‘Belle de jour’ y, evidentemente, los musicales. ¿Qué otros referentes te han inspirado para escribir?

Son pequeños guiños, también hay uno a “Lolita”, que recuerde ahora mismo. Hay muchas referencias de todo tipo pero al final, de tanto escribir, yo creo que todo ha quedado muy triturado y mezclado. El otro día mi padre me decía que algunas descripciones le recordaban a Blasco Ibáñez, pero jamás me inspiré en él. Yo creo que sí se filtra la influencia de Rodrigo Fresán, Vila-Matas, Agustín Fernandez Mallo al nivel que puedo filtrarla yo, sintiéndome inspirado por ellos. David Lynch también es otro referente, en este caso buscado.

¿Este es un libro para aficionados a la música?

Si no tienen prejuicios, sí. Pero sobre todo yo creo que es una novela para lectores que no necesitan ser fans de Bowie ni de ningún grupo. Quiero pensar que he hecho literatura más allá de cualquier otra consideración. La música es un elemento fundamental pero no es una finalidad en sí misma. Quería usar a un personaje tan poderoso como Bowie e incrustarlo en un paisaje que está muy lejos de ser el suyo. Si eso funciona, entonces ahí empieza la literatura y el crítico musical desaparece.

¿Y para los que siguen a Rafa Cervera como periodista musical?

Supongo que también, siempre y cuando tengan claro que esto es ficción y que la intención es otra en este caso. El lenguaje es otro, la intención es otra, aunque yo creo que sigo siendo muy reconocible para aquel que me haya leído como periodista.

La coronación de las plantas en Revista Leer



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La novela La coronación de las plantas, de Diego S. Lombardi, ilustrada por Claudio Romo, reseñada en el número 287 (noviembre-2017) de la revista Leer.

Diego S. Lombardi es trompetista de jazz, y eso nos da algunas pistas de lo que nos vamos a encontrar en La coronación de las plantas. Algunas, pero no todas. Nos su
giere de dónde procede su ritmo, su nervio y su manera de contorsionarse y distorsionarse en la mente del lector. Lombardi no adopta soluciones fáciles en un libro psicotrópico que combina el tratado botánico, la magia, las substancias psicoactivas o el ensayo ontológico. Sus páginas no ofrecen facilidades para el lector, pero a la vez le atrae de una manera morbosa, transformándose en un desafío que ofrece muchas recompensas. ción de las plantas es una obra tan infecciosa como curativa, tan inteligente como pasional y, por encima de todo, es un canto a la imaginación más sofisticada. En él encontramos botánicos nazis, conjuros para convertirse en un ser alado, diarios fracturados y una receta para escuchar los pasos del enemigo. Sin embargo, y por encima de todo, el lector se enfrenta con un texto tan arriesgado como hipnótico, que parece destinado a convertirse en una obra de culto. / A.A.S

LA CORONACCUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddIÓN DE LAS PLANTAS
Diego S. Lombardi
Jekyll & Jill, Zaragoza, 2017
184 págs. 20 €