Tes Nehuén entrevista a Raúl Quinto en su canal literario Bestia Lectora con motivo de la publicación del libro La canción de NOF4:
Tes Nehuén entrevista a Raúl Quinto en su canal literario Bestia Lectora con motivo de la publicación del libro La canción de NOF4:
La vida extraterrestre en el siglo XVII
Tes Nehuén reseña la novela Porque ya no queda tiempo, de Rafa Cervera, en Poemas del Alma:
Autoficción. Relaciones truncadas. Héroes que se convierten en faros. Familias que se van rajando con el paso de los años. Vidas que se construyen desde el apego y el reflejo. Pero sobre todo un fabuloso ejercicio de reflexión en torno al trabajo periodístico, a la naturaleza del oficio y a la pasión que lo motiva. «Porque ya no queda tiempo» es un libro maravilloso de Rafa Cervera (Jekyll & Jill) en el que podemos descubrirnos como si fuese la primera vez, de pie junto al escenario de nuestra banda favorita, con la ilusión de un año y la sensación de haberlo vivido todo ya. Un libro que nadie debería dejar pasar.
Víctor Gomollón me recomendó que comenzara por la sección «Hoteles». Sabía que si yo leía primero esa parte me enamoraría perdidamente de ese libro. Y así fue. Dice que sólo le falta el puntito argentino para ser psicólogo del todo. Conmigo siempre sabe qué libros pueden interesarme, y nunca falla. Así que le creo. Y voy a comenzar mi reseña por ésta, que para mí es la mejor parte del libro: una reflexión sobre el arte de entrevistar.
Las reflexiones que hace Cervera sobre el oficio no sólo me parecen muy acertadas sino, y esto es más importante, sinceras. Parecen escritas y pensadas desde la pasión del que quiere entablar una conexión con una criatura extraña a la que admira por lo que sea. Empujadas desde dentro con el deseo de iluminar nuestras inquietudes respecto al género.
De un tiempo a esta parte, el arte de la entrevista ha caído en manos de las masas. En estos tiempos de Zoom y de Instagram sobran las conversaciones en directo y, así como ha ocurrido con otros géneros literarios, la entrevista ha perdido brillo. Porque existe la idea de que cualquiera puede preguntar, porque cualquiera puede montarse un vivo en las redes sociales y hacer una serie de preguntas, y esto ha provocado que este subgénero periodístico, al igual que su madre, ocupe un lugar menos relevante. Y aquí otra consecuencia más triste: quienes en verdad han desarrollado el oficio y vienen ejerciéndolo con responsabilidad quedan invisibilizados y son suplantados por conversaciones planas e inconsistentes. Por todo esto, este capítulo es muy importante. En él Rafa narra su acercamiento al periodismo desde las entrañas y nos conmueve de raíz.
Ahora bien, ¿qué implica el acto de entrevistar? Acto y gesto. Dice Rafa que es un sueño dentro de otro sueño; porque verdaderamente estás ahí frente a tu escritor o músico favorito y tienes la oportunidad de mirarlo a los ojos y preguntarle lo que quieras. Y en tu interior se mueve esa sensación ¡¡es tal!! con la responsabilidad de hacer la pregunta adecuada, de estar atento a lo que dice tu interlocutor para saber reformular con la mayor lucidez posible.
Tes Nehuén entrevista a Paco Inclán en Bestia lectora con motivo de la publicación de su libro Dadas las circunstancias:
Tes Nehuén reseña Dadas las circunstancias, de Paco Inclán, en Poemas del alma:
La noticia de que Plutón dejó de ser un planeta le llegó al narrador mientras se bañaba en unas playas de México. Éste es el punto de partida de Dadas las circunstancias de Paco Inclán (Jekyll & Jill), un libro difícil de calificar y cuya simiente es una epifanía que sirve para reflexionar sobre todos aquellos grandes descubrimientos que desaparecen, se pierden como polvo de estrella, sin que podamos hacer nada por evitarlo. Es decir, sobre la cualidad inasible de la vida.
El fantasma de la lengua
«Dadas las circunstancias» no es un libro de viajes, pero nos lleva a través de distintos paisajes. Viajamos a una Habana descascarillada donde todo el ideal revolucionario se desparrama sobre un suelo derruido, también visitamos bibliotecas y edificios que conservan algunas obras exquisitas de la literatura.
Berlín, Valencia, Praga y los muchos idiomas que baldean nuestra vida y nuestra cultura. La búsqueda del esperanto y el erronmintxela; el placer de hablar el propio idioma a océanos de distancia. El lenguaje de los cuerpos, de los ojos que no quieren ver. El lenguaje de la literatura y el de la risa. Todo esto nos ofrece: un viaje evidentemente, tan alucinante como inspirador y divertido.
Sobre lenguas muertas, dialectos moribundos y búsquedas lingüísticas, se construye la parte más interesante del libro. Con un mestizaje curioso y divertido que se apoya en lo escatológico y que abre la posibilidad de exploración de un sinfín de imágenes, asociaciones y teorías que nos hablan del fin del mundo y de lo material que resulta el lenguaje al fin y al cabo.
Paco Inclán viaja y nos enseña los mapas de esos viajes pero en verdad los sitios a los que nos lleva tienen mucho del imaginario literario que rodea a esos lugares. Por eso, pese a que visitamos sitios específicos, nuestra mirada siempre está en otra parte, como si el sentido de las cosas no pudiera atravesarse con realismo, sólo con la simbología, a veces incomprensible, del lenguaje.
Quizá en esta frase resida gran parte de la identidad del libro. Los viajes nos cambian y ciertamente el narrador va mutando y resignificando su propia existencia a la luz de los paisajes que visita. Sus obsesiones cambian en torno a los estímulos y el aprendizaje. Lo que resulta verdaderamente importante no es el viaje en sí, ni siquiera los lugares que se visitan, sino todo aquello que no está, lo que ya no está. En ese sentido podría ser un libro sobre lo que estuvo y ya no está, sobre nuestra efímera huella en los lugares.
¿Puede alguien morir de risa literalmente? El segundo relato de este viaje es alucinante. Inclán, como un personaje que se mueve entre lo ficcional y lo autobiográfico, llega a La Habana buscando el chiste que mató a un poeta cubano del siglo XIX. La risa le provocó un aneurisma. Se murió de risa. En el sentido pleno de la frase. Y lo cuento tan sólo para que puedas hacerte una idea del tipo de hilos que tira Inclán para componer una obra fabulosa. Hilos que le sirven para reflexionar sobre temas diversos, todos ellos atravesados por el oficio de la escritura, como puerta de la memoria y también como refugio frente al vacío del futuro incierto. Pero en la escritura también hay miedo y senderos inconclusos.
Hay varias cosas fascinantes en esta lectura. Supongo que esto es muy subjetivo, pero hay algo en la escritura de Inclán me ha devuelto a mi adorado Hunter Thompson. Tiene que ver con la escritura que atraviesa el terreno de lo sórdido pero no por ello se rebaja a lo vano; es decir, que sigue y se mantiene en una línea estética dificilísima, imposible. En el periodismo gonzo hubo (y hay) muy pocos escritores capaces de hacerlo. Es difícil entender la regla principal de esta estética, que consiste en atravesar la suciedad del mundo sin mancharse, procurando que el lenguaje siempre vuele un poco más alto que la mugre. Paco Inclán sorprende siempre consiguiendo tocar temas pringosos sin perder el norte del lenguaje y su estética. Y creo que esta es una de las principales razones por las que hay que leerle; como volvemos a «Los diarios del ron», con la sensación de llegar por vez primera.
Y sigo. Paco Inclán tiene dos cualidades que yo le admiro, y que me encantaría tener. Sabe atraparte en sus narraciones de forma casi inmediata, como si te contara un cuento de hadas, una historia tradicional, con su intriga y su heroísmo. Su otra virtud es encontrar en el humor un hueco donde hacer las preguntas importantes, sin llegar a ser pedante y sin visitar el terreno de lo ordinario. Una escritura que nos incómoda pero no nos aplasta.
En este libro volvemos a encontrarnos con lo más delicioso de su búsqueda como escritor: el fondo del lenguaje, el cruce lingüístico de las voces que nos alimentan y conforman. «Dadas las circunstancias» es un libro que lleva a su sentido más elevado la incertidumbre de la vida y la escritura y nos invita a mirarnos de una forma nueva. Cabe un comentario más a la edición: el mimo con el que cuida Gomollón sus libros tampoco es de este mundo. Quién no haya tenido en sus manos un título de Jekyll & Jill, no sabe lo que se está perdiendo. Viajemos todos con Inclán en estos días revueltos porque dadas las circunstancias que atravesamos un poco de luz y de humor no nos vendrá nada mal.
DADAS LAS CIRCUNSTANCIAS
Paco Inclán
Jekyll & Jill
978-84-948915-4-0
160 páginas
16,00 €
Tes Nehuén recomienda La huída de la imaginación, de Vicente Luis Mora (Pre-textos); Distraídos venceremos. Usos y derivas en la escritura autobiográfica, de Andrea Valdés; y Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos de Ben Marcus, con unos pinitos en pedantería a cargo de Rubén Martín Giráldez en el artículo 3 ensayos sobre escritura autobiográfica, en Poemas del alma.
Estamos en este momento del año en el que a los buenos lectores lo único que verdaderamente nos apetece es que llegue la nochecita y baje un poco el calor para poder sentarnos a la sombra con un refresco (o lo que sea, pero fresquito) para zambullirnos en una buena lectura. Contra lo que se cree, esta época es idónea para lecturas potentes, que nos lleven a pensar y repensarnos; parece que la vida se renueva con la llegada del verano o algo así. Pensando en esto y para ir contra un sistema que nos invita a leer «cositas livianas» he preparado esta triple recomendación: con tres libros sobre la escritura autobiográfica que no deberías dejar pasar.
No voy a decir mucho sobre este libro, porque me reservo para la reseña que publico la próxima semana y no quiero repetirme tanto. Pero como libro que me fascina, libro sobre el que no dejo de hablar, recomendar e incluir en estas peculiares listas, no podía dejármelo fuera. Es un ensayo que merece muchísimo la pena.
En «Huida de la imaginación» encontramos una lectura concienzuda en torno a esa tendencia tan común de la literatura de aferrarse al realismo y lo autobiográfico en detrimento de la fantasía. Y no hablamos del género de fantasía sino de la fantasía que utiliza el lenguaje para componer miradas en torno a los colores y las sensaciones que no rozan el mundo real. Evidentemente el discurso desemboca en la escritura autobiográfica y la narrativa de autoficción.
Quiero señalar uno de los aspectos que más me ha gustado. Tiene que ver con la estructura del libro. Vicente Luis Mora se decanta por una escritura densa pero que consigue convencernos al fragmentar el discurso en miles de temas y puntos específicos de interés. Esto es útil tanto para el lector paciente como a quien lee con ansias; porque nos permite releer, revisar y comparar puntos de vista. La concatenación de los temas, asimismo, se encuentra ligada a través de obras y autores fundamentales para comprender la teoría en torno a la escritura autobiográfica.
Con un discurso tan sincero como abrasivo Mora nos anima a reflexionar sobre la escritura desde diversos espacios y matices. Libro y autor son altamente recomendables. Y sobre ellos escribo muy pronto.
¡Quédate atenta para la reseña! Podrás encontrarla aquí.
Este es otro libro de lecturas. En este caso tenemos un ensayo publicado por la hermosísima Jekyll & Jill que nos invita a una revisión de autores y autoras latinoamericanos poco conocidos; la autora repasa algunos hitos en sus vidas y teoriza en torno de las muchas formas de convertir las experiencias propias en literatura. Se aferra al pulso artístico, a la búsqueda de lo colectivo en la experiencia individual y nos revela detalles interesantísimos de la obra de escritores y escritoras fascinantes.
Al estudiar la obra autobiográfica de estos personajes, Valdés descubre que la autobiografía siempre es una creación ficticia, que la vida nunca se narra tal cual ocurre y que por eso, aferrarse al realismo nato parece una estupidez.
Héctor Viel Temperley, Héctor Libertella, María Moreno y Gloria Anzaldúa, con sus escrituras tan arraigadas al terruño y tan, por otra parte, flotando en una atmósfera onírica o subliminal, son los autores y autoras que vertebran las reflexiones. A través de sus peculiares obras, Valdés reconstruye la idea de identidad y en ella, de escritura autobiográfica. Asimismo nos invita a pensar en el canon como algo que sirve pero también limita. Y deja flotando en el aire la gran pregunta ¿Por qué recordamos a unos y olvidamos a otros?
Es este un ensayo fantástico que se nutre de muchas lecturas, y que nos invita a seguir indagando en la idea de género y autobiografía de una manera dislocada: ajena a los tiempos y alas imposiciones culturales y canónicas, aferrándonos a esa pasión lectora que es deriva y es empeño en construir nuestra propia biblioteca.
Puedes leer aquí la reseña completa sobre este ensayo que publiqué en esta misma web.
Después de «Magistral», Rubén Martín Giráldez publicó este ensayo igual de rompedor y combativo. Me encanta su escritura medio rabiosa medio esperpéntica. Me gusta la forma en la que Giráldez es capaz de meterse con quien haga falta por defender la calidad, el compromiso del autor (algo que ya carece de total importancia en estos tiempos) y el buen gusto en la escritura. Me encanta Giráldez, y este libro es una delicia.
Hay también una interesante observación de lo que implica lo experimental; concepto muchas veces utilizado por la crítica y por el propio mercado para menospreciar el trabajo hondo de escritura de aquéllos que conocedores de la tradición son capaces de torcer el lenguaje y ofrecer nuevas formas de decir. S
i tenemos en cuenta la definición de obra literaria como aquella creación que ofrece una reflexión sobre nuestra experiencia vital colectiva y que puede servirnos para pensarnos como comunidad que evoluciona con el paso de los años, y a la vez persigue un fin estético determinado centrado en el lenguaje, podríamos establecer dos argumentos: 1)ni hablar de literatura experimental es determinar la calidad de una obra, ni hablar de realismo es definir la reflexión sobre la vida en el terreno literario. 2) el uso del término realista en contraposición con fantástico no es del todo razonable, teniendo en cuenta que hay muchas formas de mirar y contar la realidad, siendo una de ellas a través de la fantasía.
Este libro, de título ya peculiar nos invita a pensar en la frontera entre lo fantástico y lo realista, entre la buena literatura y la literatura mediocre, y nos anima a tomar partido en nuestras lecturas y a separarnos de la masa. Un ensayo impresionante, para releer y disfrutar durante mucho tiempo.
Te dejo el enlace a la reseña completa, por si te apetece leerla.
Tes Nehuén dedica su artículo a Los hombres de Rusia, de Reinaldo Laddaga, en Poemas del Alma:
Estamos hechos de profecías. Muchas de las cosas que nos ocurren comparten hilo con acontecimientos del pasado y son el preciso puntapié que necesita una catástrofe para florecer. Todas las profecías se cumplen. Creamos o no en ellas. Las asumamos o no. Las enfrentemos o no. Y lo que la literatura viene haciendo desde sus orígenes es servir de canal para expresarlas, estableciendo analogías y puntos de encuentro entre fenómenos aparentemente distantes. Buscar respuestas y explicar la forma en la que hemos terminado en este punto histórico parece ser también el impulso que da vuelo a «Los hombres de Rusia» de Reinaldo Laddaga (Jekyll & Jill). Una historia que reúne todos los elementos de las leyendas proféticas y que cuenta con un discurso fascinante y un árbol bibliográfico exquisito. Es decir, todo lo que le pedimos a un buen libro. Una lectura que les deseo a todos.
Lo primero que habría que decir de este libro es que no es un ensayo ni tampoco una historia de ficción. Se trata de un relato con un sólido basamento en la realidad pero que se lee como una fábula. Laddaga nos ofrece un texto en el que encontramos una voz joven que va descubriendo un mundo, que es ventana y herencia, donde los que triunfan son los malos. Su familia se ha asentado en Florida hace varias décadas y ha sido atravesada por las diversas crisis económicas que han asolado a la clase media desde mediados del siglo pasado hasta la actualidad. A lo largo del texto, parece como si el joven intentara entender qué le faltó a su familia para asumir el liderazgo, en lugar de haberse quedado siempre a la sombra: adoptando una actitud sumisa y de súbdito alucinado frente a la verdad ajena. La historia se desarrolla en un escenario peculiar pero acertadísimo para la búsqueda que fundamenta el relato. Viajamos a un zoológico casi abandonado, casi en decadencia sostenido –como la realidad política de nuestro tiempo– por frágiles razones y estructuras. Un espacio condenado a la desaparición que de pronto adquiere importancia porque es elegido como base de operaciones de un grupo de militantes de la derecha extrema, que apuestan por un mundo sin libertades.
Podría decirse que es un libro que enlaza y establece paralelismos entre los cambios del mundo actual y el surgimiento del racismo y del fascismo en Europa durante el siglo XX. Asimismo permite una lectura en torno al peso de la herencia y la forma en la que se va gestando nuestra comprensión del entorno, teniendo en cuenta los condicionantes que operan en esa interacción.
Pero habría que volver al principio, para explicar mejor lo que el libro ofrece. En un prefacio fúlgido Laddaga nos transmite su curiosidad al hallar un texto extravagante a través de la red social 4chan (una red social frecuentada por partidarios de la derecha: jóvenes que se sienten algo así como los iluminados de su tiempo, portadores de la verdad que podrá salvar a la especie de lo que denominan mediocridad). La curiosidad lleva al oficio y así, esta historia promete ser una traducción de ese documento –curiosamente, desaparecido–. Y aquí entra en juego el pulso de la ficción que otorga al libro verosimilitud; no por tratarse de un documento real, sino por contar con todas las explicaciones para convencernos de ello.
Entre las cosas más interesantes con las juega Laddaga me quiero centrar en dos elementos que atraviesan el discurso: la búsqueda de la iluminación (algo muy propio de quienes desarrollan discursos vinculados a la derecha alternativa) y el uso de una retórica que por momentos resulta apocalíptica (muy frecuente también en estos discursos). En la práctica estos objetivos discursivos se consiguen a través de la provocación, la propaganda libertina y los excesos; ¿existen ingredientes más atractivos que éstos para un grupo de jóvenes desidiosos? De hecho, la provocación es la herramienta que mejor domina la derecha alternativa, que utilizan en discursos que se difunden en ciertos espacios en Internet como los foros 4chan y 8chan y les sirven para conseguir el apoyo de jóvenes –que traen la rabia de la edad combinada con la rabia de la decadencia del mundo, y con el fin de la prosperidad–, niños-grandes que necesitan creer en algo, sentirse parte de algo más grande que ellos mismos. Estas manifestaciones discursivas también ocupan un espacio relevante en el relato. Y todo ello parece colaborar con la sensación de estar ante algo cierto, es decir, verdadero, es decir, necesario. Y entonces, redescubrimos la idea de ficción como espacio de pensamiento y de verdad, por encima de la realidad misma.
Entre aquel poema épico inglés, «Beowulf», las «Noches áticas» de Aulus Gellius y «Los devoradores de cadáveres» de Michael Crichton, se construye un texto críptico cuyos destinatarios son los integrantes de una comunidad que ha alcanzado una gran fuerza en las últimas décadas, contribuyendo con la proliferación de ideas antisemitas y fascistas que son, precisamente, las que ellos defienden. A lo largo de la lectura descubrimos las bases que consolidarían el mandato y la línea política del presidente actual de los Estados Unidos, Donald Trump, y en las que su narrador nos asegura encontraremos una explicación contundente sobre los cambios que se están viviendo en la estructuración social y el resurgimiento de la extrema derecha. Sin embargo, también encontramos a un joven impulsado por su curiosidad y su deseo a experimentar una vida que no le permiten, que se siente rodeado de una fauna (y ahora hablo de los hombres) que se muestra insensible a todo estímulo que se escape de sus ambiciones.
Se establece a través de la lectura un debate en torno a la mirada de los otros que me ha resultado muy interesante. Y se aparecen numerosos autores que han contribuido con el pensamiento occidental. Thomas Mann, Gabriele D´Anunzio, Giuseppe Antonio Borgese, Elisabeth Mann Borgese y W. A Waden, entre otros. Anécdotas, pensamientos y miradas en torno al mundo, a sus vidas y a su forma de contribuir con la dictadura del siglo pasado.
En este punto cabe la estampa del pensamiento de Furio Jesi acerca de la cultura de derechas como la reidentificación de una serie de imágenes y símbolos mitológicos a los que se dota de un nuevo sentido, que traspasa la esfera de lo real y abarca un terreno nebuloso y espiritual; donde las ideas se amasan según la conveniencia y la violencia en su sentido más descarnado es lo más aceptable. Y podríamos desembocar en uno de los puntos más inquietantes del libro, que es ese enlace que hallan los combatientes de este extraño grupo entre el pasado nómada y la restauración de una vida arcaica, viendo en ellos el futuro de una especie que debe preservar sus valores y eliminar lo que se les opone.
Me han resultado profundamente impactantes las afirmaciones respecto a la vida de los animales, y la mirada especista que desprenden los ojos del narrador ante su soledad y su despojo. Y pienso que puede ser ésta una interesante lectura para afrontar reflexiones en torno al bienestar animal y su historia –aunque el texto no se detenga en esto ¿por qué no habríamos de hacerlo nosotros?–. Una pregunta que abarque también la dicotomía tan popular entre los derechos animales y humanos, y que en estos tiempos críticos nos está haciendo falta. Justamente para posicionarme mejor en el conflicto he indagado sobre Jungle Habitat Preserve y lo que he leído es lamentable (lejos de tratarse de un organismo en favor de la vida salvaje, es uno más de las muchas instituciones mercantilistas que aumentan su capital a costa de la vida y el sufrimiento de los demás animales). Sin duda el trato que les hemos dado a los demás animales está estrechamente vinculado con la crisis socioecónomica que atravesamos. Y como considero difícil hablar de dictaduras y de fascismos dejando a un costado el incremento de la explotación como eje central en el resurgimiento de la derecha, quiero apuntarlo. Y os deseo que el libro también los saque de vuestras casillas para pensar en esto.
Otro tema que también se desprende de esta lectura es la emancipación de las mujeres, y el lugar que hemos ocupado en esta locura de capitalismo que avala el poder de los blancos sobre el mundo de los otros, y las otras. A través de la figura de la madre del personaje y de Elisabeth Mann Borgese se introduce una mirada sobre el pensamiento occidental y el feminismo. Una reflexión que nos ponga en estado de alerta respecto a la manipulación que amenaza las raíces y el desarrollo lúcido del discurso feminista.
No sabemos si realmente existió este personaje que escribe. Y en caso de haber existido, si lo que ha visto es idéntico a lo que cuenta. No sabemos si los hombres de Rusia existieron, pero sí intuimos que todo lo que leemos es cierto. Estamos ante un relato auténtico, diferente, en el que podemos encontrar respuestas y preguntas para la vida que nos rodea y que vivimos. Un libro que te deja anonadado y del que es difícil despegarse.
Me quedo con una imagen de zoológicos vacíos y mujeres en lucha. Es probable que textos como éste puedan ser útiles para entender que en cuestiones de pensamiento siempre es mejor leer aquello que sabemos que va contra lo que sentimos o pensamos, para no convertirnos en criaturas conformistas, para que la confortabilidad del discurso no nos lleve a desatender la reflexión profunda, que es en definitiva la que puede salvarnos como criaturas y como grupos.
Este libro de Laddaga es profético pero también nos permite desentrañar el fondo de una literatura de derechas que ocupa las esferas más altas de canon, y que ha consolidado un pensamiento que ya está de vuelta y, como lo expresan los fundadores en su tratado, «ha vuelto para quedarse». Espero lo mismo de este libro: que haya llegado para quedarse y pensar(se) y pensar(nos) Un libro al que volveré sin duda, porque me han quedado muchas dudas y muchas lecturas paralelas por hacer. Y lo mismo les deseo.
«Distraídos venceremos. Usos y derivas en la escritura autobiográfica», de Andrea Valdés (Jekyll & Jill) es un ensayo que se apoya en las escrituras de diversos autores y autoras rioplatenses para indagar en torno a la naturaleza de la autoficción desde nuevas perspectivas.
En esa frase, todo lo que me interesa de la literatura. Lo que puede haber en ella de nosotros, de nosotras. La vida a través de las palabras que hablan de la vida de otras personas, a veces en posiciones alejadísimas de la nuestra, y sin embargo, que nos interpelan. «Distraídos venceremos. Usos y derivas en la escritura autobiográfica», de Andrea Valdés —Jekyll & Jill— es una indagación en torno a la semilla de la escritura autobiográfica en un camino atravesado por las poéticas de numerosos autores y autoras rioplatenses que exploraron una escritura personal fronteriza y peculiar. Un libro fascinante y fundamental para el pensamiento de nuestros días, que nadie debería perderse.
Me gusta encontrarme con la narrativa de mi tierra desde una mirada extranjera. Esto que hace Valdés es un gesto valiente teniendo en cuenta el auge que ha tenido de un tiempo a esta parte el concepto de «apropiación cultural» –seguir insistiendo en la cultura como algo único, propio y auténtico de un territorio específico es absurdo: nuestra naturaleza nómada es incompatible con esta idea– y es una representación de lo que el poder de la lectura y la divagación nos ofrecen. Y me gusta tanto la forma en la que se acerca a la narrativa rioplatense: me parece tan sentida, tan cercana. Hay una mirada lúcida pero sobre todo un deseo de impregnarse de esas poéticas, de entenderlas, de empatizar con la realidad que las hizo posible. Y esta es una de las características más reseñables del libro. En tiempos de egos encendidos alivia el ánimo encontrarse con una lectura luminosa que parte de la humildad: nada sé y nada sabré, pero procuraré disfrutar de esta exploración.
Y me ha encantado reencontrarme con palabras como «croto» (que la aprendí de muy pequeña cuando un hombre nómada llegó a mi casa cargado de cepillos que él mismo fabricaba, condicionando mi curiosidad por la vida en movimiento para siempre) o «desenchufá» (que es un interrumpir el contacto con el afuera para ocuparse de lo íntimo), o ¡esa expresión! «mandar todo al diablo» (con la fiebre y la intensidad que corre por esas venas mestizas y traicioneras que nos caracteriza).
Me ha resultado fabuloso redescubrir las voces de Héctor Viel Temperley, Héctor Libertella, María Moreno y Gloria Anzaldúa, entre otras, pero sobre todo descubrir nuevas-viejas voces de mi sur perdido en la voz de una autora española. Esta capacidad de atravesar fronteras que tiene la literatura y de convertirse en patrimonio de todos, me resulta tan fascinante, quizá su rasgo más hermoso, promiscuo y rebelde. Descubrir cómo las voces de casa cruzan el océano y se plantan en nuevas culturas, reinterpretando nuestro pasado pero también demostrando que la Historia es de todos y todas, y confirmar así que ha sido gracias a esa naturaleza nómada que algunos intentan negar que han surgido las cosas más valiosas de nuestro entendimiento de la realidad, ¿no es para alucinar?
Andrea Valdés construye aquí una reflexión sobre la literatura autobiográfica partiendo de poéticas que comparten entre sí una extrañeza con la vida, con el mundo, con la tierra en la que nacieron (que a veces es familia, pueblo, política). Así, Rosa Chacel, Maura Lopes Cançado, Jorge Baron Biza, Audre Lorde y Conceição Evaristo –y aunque sus obras viajan hacia puntos distintos–, son forjadores de imaginarios literarios que se parecen en tanto a la búsqueda identitaria que persiguen; la cual, en casi todos los casos, es reconstrucción del pasado, de la experiencia familiar y colectiva.
Encontramos entonces la autobiografía como un espejo que sirve para indagar en el pasado de los otros y explicarse a través de ellos. Del mismo modo trabaja Andrea el discurso de este libro: manchando la experiencia de los autores y autoras que analiza, para atrapar y dibujar un argumento que le sirva para entender su propia identidad.
Valdés recorre las vidas de estos personajes y construye conexiones simbólicas entre sus identidades y sus proyectos literarios; donde las cicatrices, las máscaras y las cárceles son escenarios, ejes e hilos conductores de una determinada escritura. Y en esa indagación la piel como reducto y confirmación de la memoria juega un papel importante, adoptando distintas formas y sirviendo al narrador o narradora para posicionarse en una lucha personal que en la mayoría de los casos es también colectiva: nos habla de un momento histórico y cultural específico, nos deja ver las injusticias de un tiempo, de una nación, contra un grupo, que es contra todas.
Encontramos aquí un acto amplio de reflexión que se extiende a la colonización, cuya normalización como un daño colateral del «gran proyecto civilizatorio» la autora compara con lo que sería asumir que el desarrollo industrial del acero y el uso «singular» que tuvieron los medios de comunicación masiva en su momento sirvieran para justificar el fascismo. La imposición de nuevas identidades es una de las cosas que más ha marcado la literatura rioplatense, y en todos estos autores y autoras encontramos una rabiosa necesidad de volver a las raíces para redescubrirse y reescribir lo que está dormido.
También la búsqueda atraviesa las estructuras rígidas y las dictaduras que han impedido el libre desarrollo de ciertas escrituras. Encontramos el caso de Maura Lopes, que pasó gran parte de su vida en centros de internamiento por su delicada salud mental. Cabe aquí una interesante indagación por la tendencia humana de legislar y normalizar sobre la conducta para imponer rígidas miradas sobre las personaz. Y aquí, sobre todo las mujeres terminamos llevándonos el papel desagradable en la representación de la tragedia.
«Distraídos venceremos» es un texto rebelde y alejado de la estética que se pretendepara este tipo de lecturas –¿y qué otra editorial que Jekyll & Jill iba a hacer tan hermosa apuesta?–. Sin embargo, me ha sabido a poco. Si bien me gusta mucha el planteo agudo sobre las numerosas estéticas y narrativas que se analizan, me habría gustado una mayor indagación en temas de identidad y censura, que sirvieran para un entendimiento más profundo de los autores y autoras que se analizan. Ya ven, un detalle que igual es hasta desubicado y quisquilloso señalar frente a la apuesta valiente y fuera de este mundo que es este libro.
Estas palabras de Andalzúa –que nos cuenta Valdés que durante mucho tiempo escribió Aldanzúa sin que ocurriese nada (porque la invisibilidad se acentúa si la piel es oscura o la sexualidad, no convencional)– podrían definir una de las partes más interesantes del libro. Y necesaria en tiempos en que el feminismo se cubre de frases quemadísimas, de autoras blancas que escriben desde una posición de oligarquía que aunque no lo deseen siempre las ubica alejadas de las sufrientes. Buenísimas autoras en algunos casos, pero con una construcción colectiva reducida, que no nos incluye a todas. Valdés nos propone la construcción de una genealogía plural acercándonos la obra de autoras menos conocidas, algunas que personalmente no conocía y que voy de cajón a leer, que además comparten entre ellas el rasgo de haber vivido experiencias de marginalidad. Y así nos invita a no anclarnos en las frases bonitas sino a buscar más lejos, atrás de lo que se dice. Como aquella frase que abre mi lectura.
Una distracción, en un uso semántico ya casi perdido, es la imposición de una distancia, la separación entre dos cosas que deberían estar por regla, ligadas. Si partimos de esa idea podemos captar la esencia deliciosa de esta lectura. Y es que esa brecha que se abre en la escritura cuando la vida impone sus propias derivas es el punto de fuga en el confluyen todas las poéticas que Valdés analiza aquí, y es también el lugar de descanso donde su voz se nutre de ellas para crear una nueva mirada de lo autobiográfico, y por qué no, de la narrativa feminista. La distracción en ese sentido se ve reflejada en una actitud, que supone alejarse de la voz de mando, de los cánones establecidos, de las lecturas prefijadas para todo texto autobiográfico (y su estructura y expectativas que alimenta y de las que se alimenta) e incorporar nuevas miradas sobre esa distancia.
Y es sin duda la tercera parte del libro la más interesante en ese sentido. Aquí, el análisis de Valdés se apoya en las narrativas de autoras como Audre Lorde, Gloria Anzaldúa y Concenção Evaristo, y el punto de encuentro es la pertenencia a grupos minoritarios donde pobreza, homosexualidad y extranjería atraviesan la escritura. Y entonces, lo autobiográfico se vuelve político, por ende, comunitario, ya que todo lo político es colectivo –nos pertenece pero también les pertenece a otras–. En esa mirada plural sobre el feminismo me gustaría quedarme. En el deseo de la construcción de una genealogía, del ordenamiento de una tradición (tan necesaria) para redefinir nuestra búsqueda como colectivo plural, que nos incluya a todas y donde el pensamiento se distraiga de las tendencias. Y a esto nos anima sin duda esta bellísima lectura.
La escritura autobiográfica carece de reglas, nada puede definirla, por eso ciertos libros de autoficción terminan resultando sosos al responder a una estructura predeterminada por el mercado y no por el deseo vital de encontrarse, de indagar en la tradición, en las palabras de la infancia. Valdés nos invita entonces a leer a los autores y autoras que atraviesan estas páginas para entender que la autoficción podría atravesar nuevas estéticas si la dejamos, y dejar atrás esta repetición anodina en la que se ha convertido el género en los últimos años.
Me gusta que Andrea haya construido un texto rebelde, que se alimenta de diversos géneros y aunque se apoya fundamentalmente en el ensayo tiene mucho de fábula, de búsqueda filosófica, de ficción que puja por convertir en materia todo lo que toca. Me gusta que haya sido capaz de aunar en una obra tantas obras y autores poco conocidos, que abogue por la construcción de una nueva genealogía que nos represente y que no nos adormezca.
«Distraídos venceremos…» nos anima a una distracción lúcida, donde seamos capaces de mover nuestra mirada del foco principal y optemos por nuevas perspectivas para la escritura. ¡No deberíamos pedirle más a la lectura!
Le agradezco a Valdés que haya iniciado esta búsqueda con ese poema de Leónidas que siempre me ha fascinado y al que vuelvo también con cierta obsesión. Esa mágica agonía que es «Verme». Porque en esa palabra también hay algo de respuesta a la inquietud que sirve de punto de partida a esta investigación. No podemos escribir nada si no atravesamos con nuestras manos, con nuestra sangre, con nuestras cicatrices la propia escritura.
Termino con esta otra frase de Andalzúa que es agua fresca para nuestra (re)construcción.
¡Y que nadie se pierda esta maravilla de esa hermosa y fabulosa colección de Jekyll & Jill que es Fontanela!
foto: Paco Fernández
Tes Nehuén entrevista a Sergio Chejfec en Poemas del Alma con motivo de la publicación de 5:
P—A propósito de «5», ¿de dónde surge el título?
R—El título viene de «Cinco», una novela corta que escribí en 1995, en una residencia para escritores. Durante un tiempo quise dar otra forma a ese relato, un tanto fragmentario y dislocado. Pero al final lo tomé como excusa para escribir una historia sobre esa residencia en la que escribí «Cinco». Me pareció justo conservar el espíritu de la reescritura, aunque fuera en el título. Por eso 5, que es y no lo mismo a cinco. Este «5» incluye «Cinco» y una «Nota», y viene a ser explicación caprichosa de aquella experiencia como residente.
P—Según la Numerología el 5 está relacionado con la adivinación y esas fuerzas misteriosas que se activan en los viajes. Me gustaría saber si es una pura coincidencia.
R—Coincidencia. El título «Cinco» fue homenaje a Antonio Di Benedetto, y alusión, también agradecida, a un extraño relato suyo titulado «El pentágono». No fue el único título de ese texto, en una época Di Benedetto solía cambiarlos, no sé con qué criterio. Quizá no sea necesario tener un criterio, porque cambiar un título es la operación más económica que un autor puede realizar para modificar un texto. En cualquier caso, como título «El pentágono» me intrigó por la arquitectura que prometía, un campo de fuerzas orgánico, un sistema de cinco elementos. Es un relato geométrico, o por lo menos parece derivarlo del título gracias a esa forma de enunciar tan escueta y afilada de Di Benedetto. Por estos motivos fue una narración inspiradora, y por eso precisé brindarle homenaje y en cierto modo hacerla mía como «Cinco».
P—Me interesan mucho las formas en las que la escritura se transforma cuando es atravesada por la experiencia migratoria. ¿Cómo ha repercutido en ti la extranjería?
R—Prefiero llamarlo cambio de lugar. Durante un tiempo pensé que, en realidad, había salido de mi país antes de haberme ido. Sigo pensando así. Pero también que con cada libro se renueva esa condición de “no estar”. Igual a una llama que arranca con fuerza y luego se va debilitando, hasta que otro libro le da nueva vida. La pregunta por los efectos sobre uno mismo de no residir en el propio país es de las más abstractas. Supongo que vivir en el exterior reafirmó una relación de distancia con lo escrito, que ya estaba desde antes.
P—¿Una extrañeza heredada?
R—Tendría motivos para hablar de una extrañeza heredada, pero creo que se trata más de una extrañeza adquirida. Claro, no deliberada. Una organización de las cosas.
P—Afirmas que la geografía es la verdadera motivación de la literatura, ¿qué quieres decir?
R—Quiero decir que la geografía, y la organización espacial en general, se levantan como desafío constante para lo literario. No me refiero al desafío de la representación, o no solamente a ello, sino a una negociación que amenaza con abolir a alguno de los contrarios. La geografía es lo que más resiste a quedar fijado por la narración o la poesía; la geografía sigue en pie, aunque cambie, es algo que debe asumir el relato, como si se tratara de una fuerza superior, una fuente de sabiduría. Creo que en esa imposibilidad permanente de lo literario está el motivo de su constante reproducción.
P—¿Es difícil escribir desde un lugar geográfico en el que no se han construido recuerdos?
R—No es más ni menos difícil. Al comienzo es diferente. El narrador establece una iconografía privada. Es igual de divertido porque se pone en escena una negociación.
P—¿No supone una mayor dificultad esta dicotomía en la identidad en cuanto a la toma de decisiones relacionadas con el punto de vista de la escritura; me refiero, por ejemplo, al punto de vista de la tradición a la que adherirse, tanto literaria como cultural?
R—No encuentro la dicotomía. La imaginación o la tradición te acompañan, con independencia del lugar. Uno advierte que no escribe para la comunidad inmediata en la que vive. Pero eso me ha ocurrido siempre, porque dejé de residir en Argentina a la semana que salió mi primer libro. Sin embargo mi inscripción es con la literatura argentina. Lo bueno de la literatura es que admite varias localizaciones simultáneas y no excluyentes.
P—¿Por qué te interesa moverte en ese territorio de orillas difusas entre géneros literarios?
R—En cierto modo en eso consiste la narración. Primero me oponía a la secuencia lineal de las historias, luego vi que ese tipo de historias, a veces, me llenaban de placer y me conmovían. Y sigue ocurriendo. Ahora pienso que una obra debe ser porosa a lo que no es; debe ser insegura respecto de la forma, porque esa inseguridad es un modo de hacer relativo el supuesto significado para, de ese modo, inducir más a preguntas que a respuestas.
P—Una calle inclinada en un barrio invisible. Esta imagen atraviesa la vida de María y la del niño, y sus destinos también. Lo veo mucho en tu obra: imágenes que sirven de disparadoras para explicar o plantear inquietudes casi sociológicas. ¿Cómo funciona en ti la asociación de ideas-imágenes en el proceso de escritura?
R—Esas ideas-imágenes tienen el valor de escenas, en su sentido teatral. O como si fueran vitrinas, atrios o espacios físicos en donde se producen las acciones y se dan las relaciones entre los objetos. Frente a una instalación no se supone una lectura lineal; cada quien arma el propio recorrido y contemplación. La mirada organiza lo visto en términos de secuencias simultáneas, porque todo convive en paralelo. Es lo que trato de explorar en mis libros; que el lector crea haber asistido a una constelación simultánea, con elementos que organizados en términos cronológicos, pero cuya presencia se prolonga a través de otros objetos o de una memoria interna que los relaciona.
P—¿No te preocupa que para alguien pueda perder rigurosidad un ensayo que se plantea como ficción o con cierta teatralidad?
R—Creo que no me preocupa. Tampoco me preocuparía lo contrario, por ejemplo que para alguien el ensayo de ficción sea lo más riguroso que puedo encontrar. En verdad no me hago cargo de lo que una persona encuentre, porque creo la lectura construye el relato y se interroga por sus significados de un modo abierto, no necesariamente al pie de la escritura.
foto: Paco Fernández
Publicado por Tes Nehuén 20 de mayo de 2019
P—La adivinación como un desvío literario de la vida, dices. ¿A qué te refieres?
R—La adivinación como ficción posible. Al igual que otros, el relato adivinatorio precisa de elementos narrativos. Uno de los más ejemplares finales en la literatura es el de «La hora de la estrella», de Clarice Lispector. Allí una adivinación errada anticipa el desenlace (o acaso, el desenlace es errado en la medida en que no obedece la adivinación). No sabemos a qué habría conducido la vida sin ese error adivinatorio, como tampoco sabemos qué habría pasado si no hubiese estado errado. Pero el futuro dentro de la novela se impone como cancelación de la ficción. Como toda ficción, lo adivinatorio busca encauzar la vida.
P—Quiero preguntarte por esa forma estética en la que abordas la violencia; ¿hay límites que no se pueden atravesar a la hora de escribir sobre este tema?
R—La representación en sí no tiene límite. Lo problemático puede pasar por la actitud moral de la narración. La actitud moral no trata de una ética declarada, sino de una economía discursiva. Pero, como tal, es flexible y por lo tanto va cambiando según la sensibilidad.
P—“Era asombroso ver cómo los barcos se construían con cosas de todos los días”, dices. ¿Explica eso que te aferres a un lenguaje que sin ser coloquial se hace de palabras conocidas?
R—Me sale intentar un tono de conversación, o más bien de una coloquialidad desplazada, versionada. Por un lado están las palabras, que deben ser “conocidas” pero no por eso difusas, al contrario; y por otro están las frases, que según mi idea deben reflejar los intentos de alguien que quiere darse a entender, aun cuando no conozca a veces el significado de lo que describe.
P—Esto también podría devolvernos a Linspector. Siempre me ha fascinado su capacidad para economizar el lenguaje sin perder la esteticidad y el buen gusto. Creo que en eso tu literatura comparte cualidades con la suya.
R—Para mí en Lispector hay una zona irreductible, al borde de la incomprensión. Es de una imaginación única, es una escritura entregada a representar otras formas de corporalidad y otras formas de vida. A veces parece que Lispector está más urgida por terminar la frase que por continuar o revelar aquello que busca. Es elíptica a veces; otras veces prefiere dejar la cosa en manos de su ritmo único –entonces es, a su modo, sincopada–. No estoy seguro de que sea muy cerebral. También se situó en las antípodas del buen gusto, tanto que no vio la necesidad de denostarlo.
P—Sergio, dices que la verdad en la literatura argentina ha abandonado el interior de los personajes. ¿En qué autores o autoras te apoyas y qué hechos históricos pudieron imponer ese giro en la narrativa nacional?
R—La frase es del prólogo a «Cinco», de 1995. No sé si ahora lo plantearía de ese modo. En esa ocasión pensaba en un momento de la literatura argentina, la década de 1950. Es una década marcada por su diversidad un poco asordinada, las cosas estaban a punto de rebasar, como ocurrió en los sesenta. Ahí en los cincuenta la interioridad de los personajes literarios es plataforma o metáfora de disyuntivas políticas, psicológicas y existenciales. Tengo la impresión de que esa aptitud de los personajes para convertirse en símiles de lo que ocurría en lo social, luego se perdió. Pero en ese momento permitió obras absolutamente excepcionales, que hacen de la textura psicológica el contraplano de un paisaje colectivo que se percibe como ajeno e incomprensible. Entonces, esa interioridad de los personajes, tortuosa en varios aspectos, precisaba de esas claves para ponerse de manifiesto como tal, lo que derivaba en densidad psicológica, que a su vez se acercaba a la impostación. Ese momento de libertad para construir personajes impostados, podía ser visto con nostalgia en los años noventa.
P—¿Y en que autores pensabas con nostalgia cuando escribiste eso?
R—No sentía nostalgia de ningún autor. Era una nostalgia prestada, dirigida a un momento de la literatura.
P—Nos interesa saber —queremos saber a toda costa— si lo que leemos es cierto, si ocurrió realmente. ¿Vivimos en una época rara en la que la ficción propiamente dicha ya no interesa?
R—Creo que la pregunta por la veracidad de lo que leemos obedece a que la noción de representación de lo real es insuficiente. Cualquier ficción debería presentarse como incompleta, e inepta, para cumplir con la pretendida función que tiene. Sería la única condición tuviera un alto grado de coherencia con la realidad. La ineptitud puede referirse a muchos aspectos; quiero decir, la ficción debe ser fallida, estrábica, aproximativa, como una forma mantener una identidad dentro de la literatura. Idealmente, cada ficción debería postular un momento de autonegación creando sus propios documentos interiores, que la amenacen como ficción. Estoy de acuerdo con que la ficción no es verdadera ni falsa; también con que es verdadera y falsa a la vez. Como esa contradicción parece irresoluble, entiendo que cada ficción crea su propio sistema de verdad y falsedad.
P—Te pregunté por la extranjería, dices que prefieres denominarla cambio de lugar. ¿Por qué?
R—Porque llega un momento en que la extranjería no depende del lugar, es algo que te acompaña en todos los lugares que estés. Por lo tanto es una palabra, para mí, con sus connotaciones particulares. Es menos trascendental o recóndita que cotidiana, práctica.
P—¿Cómo es actualmente tu experiencia de extranjería o cambio de lugar?
R—La experiencia está un poco encapsulada. Me refiero a la experiencia en general. El extranjero tiene varios tipos de barreras. No me han tocado las peores, tengo suerte. Creo que la extranjería, que como fenómeno habla de la espacialidad y cada vez más remite a una política específica e inapelable sobre los cuerpos de las personas, en términos de temporalidad se multiplica. El extranjero vive distintos tiempos en uno, porque el cambio de geografía lo lleva a considerar el pasado como un relato medio autónomo, no cancelado. Digamos, el extranjero adquiere autoconciencia de su pasado, similar a la autoconciencia tramada por algunos novelistas en sus narraciones.
ENLACE a la primera parte de la entrevista
ENLACE a la segunda parte de la entrevista
Tes Nehuén reseña Saturno, de Eduardo Halfon, en Poemas del alma:
Mirar el abismo, entender sus límites, zambullirse en él, como lo expresara César Pavese, es la única forma de salvarse del dolor. Y es eso lo que hace en “Saturno” Eduardo Halfon (Jekyll & Jill). Y nos ofrece un libro en el que, a modo de carta, un narrador destrozado se dirige a su padre e intenta materializar la tristeza, la decepción y el abandono haciendo de toda esa herida literatura. Un libro exquisito, que te va a hacer llorar, porque llorar es lo mejor que sabemos hacer los heridos de muerte.
Lo que realmente me interesaba no era su dinero sino sus palabras. Esta frustración es la que lleva al protagonista a dirigirse a su progenitor. Pero ¿cómo se le habla-escribe a un padre que no ha cumplido con su tarea de protector –o que ha entendido su función de padre únicamente en las tareas de procreación y manutención, dejando a su hijo absolutamente desprotegido en un mundo donde la crueldad y la incomprensión son moneda corriente–? ¿Cómo escribirle a un padre ausente, a quien ni siquiera le puedes reprochar la ausencia, porque te ha enviado reglamentariamente su dinero, te ha dado ropa y comida –es decir, no te ha faltado de nada, como suele decirse, gracias a él–? Con ira, tristeza y un punto de desesperación; porque has carecido de todo, de todo lo que alguna vez entendemos que nos habría hecho falta para crecer como criaturas sanas, libres, fuertes.
“Saturno” es una larga carta que se asemeja a aquel libro maravilloso de Franz Kafka, “Carta al padre”, en el tono melancólico y la furia a la que nos condena la orfandad. Sin embargo, se levanta con ambición para hacer propia la voz de la tristeza de miles de niños y niñas abandonados. Porque escribir puede salvar del derrumbe y porque, a veces, la ira es lo único que puede mantenerte a salvo. Y aunque esa frase no es mía, la asimilo como si lo fuera.
Saturno, el dios capaz de destruirlo todo, el padre capaz de devorar a sus hijos, el dios reducido a simple mortal por contradecir las promesas de la herencia. Saturno, que no es precisamente el ejemplo de padre en la mitología, es el nombre que escoge Halfon para dar vida a este libro maravilloso. Partimos de esa idea: el peor padre de la mitología (progenitor, por cierto, de un par de dioses y diosas inolvidables) para referirse al propio padre.
“Saturno” se trata de una mirada a la tristeza a la que nos condena la falta de padres, pero sobre todo es una mirada a lo que la literatura le debe a infancias infelices, por difícil que resulte mirarlo así. No obstante, no se queda en un discurso simplista. Y aquí creo que reside el carácter más llamativo de este libro: el discurso es desordenado, lleno de palabras que parecen tacharse o anularse entre sí. Así no es difícil comprender que se trata de un personaje cuyo sistema emocional es caótico, lleno de heridas y dudas. En este punto, la forma en la que hilvana su discurso Halfon me parece alucinante, porque te atrapa desde la primera línea y te lleva por un viaje a través de los suicidas y los huérfanos de la historia de la literatura.
Y quiero hablar especialmente de su estética, porque el editor, Víctor Gomollón, ha sabido construir una obra de arte fascinante. Creo que la lectura se disfruta mucho más gracias al material que lo acompaña. Se trata de una edición delicada, pequeña y oscura como una brasa, como el corazón en cenizas del narrador. Un objeto-libro exquisitoque sirve para demostrar que una buena encuadernación (escogida especialmente teniendo en cuenta el contenido) hace muchísimo en cuanto al resultado final de cada libro. Gomollón en Jekill & Jill está todo el rato dándonos pruebas de ello, como casi nadie.
Todas las voces de los huérfanos
Vachel Lindsay, Horacio Quiroga, Sylvia Plath, Assia Wevill, Paul Celan, Virginia Woolf. Huérfanos o hijos de padres ausentes o exigentes, que para el caso es lo mismo: carentes del amor paternal que dice la psicología puede ayudarnos a desarrollar una autoestima saludable y una vida feliz. Halfon construye un discurso escogiendo a un personaje desquiciado que se apoya en todos ellos para hilar su propia historia, para hablar con su padre y demostrarle que toda esa violencia que surge al pensarlo o hablarle no sólo no es gratuita sino que ni siquiera es responsabilidad suya. Podemos extraer así de esta lectura una tesis sobre lo que la literatura le debe a la orfandad y sobre lo mucho y poco que salva el descubrimiento de un método que sirva para canalizar ese corazón lleno de heridas, cenizas de un amor que debió suceder pero no tuvo tiempo ni lugar.
El libro parte con aquella cita de Pavese que dice que la única forma de salvarse del abismo es mirarlo, sondearlo, bajar hasta sus cimientos y abrazarlo. César Pavese, sin embargo, fue otro de los huérfanos que encontró la paz en el suicidio: murió de sobredosis a los cuarenta y dos años.
dice Halfon, en este monólogo que se abraza a la orfandad y que funciona como una plegaria contra el abandono, como una prueba irreductible de lo que el abandono nos hace. El hueco de infancia que ha dado vida a las mejores letras de la literatura, fue también el responsable de muertes catastróficas, de vidas solitarias en las que la frustración del beso y el abrazo no recibido latió como un corazón dormido, siempre dispuesto a despertarse con el beso del príncipe.
Hay que dejarse besar por la mirada de Halfon para reconstruir el sentimiento y nadar hacia la luz a través de sus letras, y de las voces de los huérfanos de la literatura.
Aunque “Maleza viva” de Gemma Pellicer (Jekyll & Jill) se presenta como un libro de microrrelatos su lectura te obliga a despertar en la poesía. La sensibilidad, el uso de los colores y los aromas que hace Pellicer para presentarte pequeñas estampas donde la flora es protagonista es más propia de alguien vecino a la poesía que a la narrativa. Y como es un libro que me ha gustado tanto no he querido dejarlo fuera.
Estoy convencida de que las mejores obras son esas que se encuentran a mitad de camino entre un género y otro, que se saltan las barreras y ofrecen una autenticidad en el uso del lenguaje que les vuelve únicos. Y “Maleza viva” de Gemma Pellicer se halla escrito con una sensibilidad extraordinaria, olvidando lo que estuvo antes y caminando sobre la incertidumbre, ¡creo que nadie debería perdérselo porque es una bellísima apuesta que ha hecho con ella la exquisita Jekyll & Jill!
Gemma Pellicer, nació en Barcelona en 1972 y se ha especializado en el género breve. Es también autora de “La danza de las horas” y editora en la revista literaria Quimera.
¡No dejes de leer estos tres libros! Y, permanece atento, que muy pronto publicaré mi extensa lectura de cada uno de ellos en nuestra sección Reseñas.
En el Día de las Escritoras no viene mal leer poesía de mujeres, pero no hay que olvidarse de que no basta con recordar un día que hay mujeres que escriben, debemos dar vuelta y reescribir el canon literario ya, con muchas más aes y vocales híbridas.