Este libro nació con una sección de crónicas y entrevistas llamada ¡Cavernícolas! escrita desde Argentina. A su regreso a Barcelona, la escritora y periodista Andrea Valdés recibió del centro de arte La Virreina, el encargo que terminó por darle forma al que ahora es su primer libro. Distraídos venceremos es un ensayo sobre la literatura concebida como autorrelato hecho en el límite, y además está escrito con un estilo que se mueve entre lo periodístico y lo narrativo, haciendo de la autora casi un personaje más de un libro hecho de historias fascinantes.
Apenas hay nombres conocidos en la selección de autores de su libro. ¿Un intento de alejarse de lo evidente?
Ahí se me ve el deje librero y esa cosa un poco anacrónica de ir a buscar lo que una no tiene al alcance: el tesoro oculto, lo que entra de contrabando o por otros cauces. También lo que se considera “marginal” o “periférico” y aquí hago notar la connotación horrible de esta palabra. Periférico ¿para quién? ¿Según qué criterio? ¿Por qué muchos de estos autores no han llegado a España o les cuesta encontrar un sitio, cuando el idioma debería hacerlo más fácil?
¿Se puede hablar también de una necesidad como autora de explorar nuevos territorios?
Estaban mis ganas de leer desde cierta ignorancia, para formarme un juicio sin demasiados apriorismos ni el peso de algunas cátedras. En este ensayo, como en todo lo que hago, hay una voluntad de quedarme con algo, un aprendizaje. Por eso autores como J. M. Coetzee, Agota Kristof o Pierre Michon acabaron cayendo de mi primera lista. Si algo hay en Distraídos venceremos es un guiño a lo malogrado y, sobre todo, a lo precario, en la vida y en la escritura, por eso en mi selección no me veía “dialogando” con invitados a la feria de Frankfurt ni finalistas al Man Booker Prize. Quería a autores algo más huérfanos, un poco de otra liga, aunque esa orfandad sea una proyección que yo me hago. También asumo esa posibilidad. Quizás me monté una película. De hecho me pasa a menudo.
Muchos de esos nombres, la gran mayoría, provienen de Argentina y Brasil. ¿El hecho de viajar y estar próxima a su contexto potenció su interés personal por ellos?
Más que potenciar mi interés por ellos, me dio acceso a su obra porque no nos engañemos: los libros que nos llegan de Sudamérica son sólo una pequeña parte y, sí, a Paulo Leminski, Maura Lopes Cançado, Héctor Libertella, Carlos Correas o María Moreno los descubrí en “su tierra”. En general, aproximarse a los lugares desde las ficciones o escritos que generan me parece muy interesante, pues siempre hay una brecha insalvable entre el papel y lo que una está viendo en ese momento, y más si una es extranjera. Aunque no he querido exotizar a nadie. Al revés, he intentado que esa barrera sea lo más estrecha posible pero sin perderla de vista, sobre todo en la última parte. Luego hay otro asunto que menciono en el ensayo, medio en broma, y es el pensar que también se viaja para poder leer tranquila, pues es fuera de casa donde suelo encontrar ese espacio. Además no concibo el viajar porque sí, para dar vueltas. De alguna manera estos dos viajes hicieron que yo me acabara de creer el proyecto, me autorizaron a hacerlo y esto es algo muy de mi género: el sentirse o no autorizada a algo. A ver si acabamos de una vez con eso.
Dice usted que no quiere que su escritura sea un mero acto de vanidad y en cierto modo, los autores seleccionados para Distraídos venceremos son la antítesis del narcisismo.
Totalmente. Ni son narcisistas ni experimentales, que es lo que suele pensar la gente cuando se habla de autores algo fuera del canon, que son raros o experimentales. No, para mí fueron heterodoxos y creo que la mayoría lo fueron porque la vida les empujó a serlo y ese empuje fue mi principal motor. Lo he estado buscando en cada texto. Está en Rosa Chacel cuando se pregunta si alguien alguna vez logró plasmar “la grandiosidad de esa sombra que avanza”. En Sarduy frente a un cuadro: “Y quería decirle algo, decírselo con fuerza, pero no supe qué”. En Levrero afirmando: “No me fastidien con el estilo o la construcción. Esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida”. O en Viel Temperley cuando menciona que se encuentra con supoesía al no saber cómo hacerla. Todos se enfrentan a algo que les rebasa y humaniza en extremo. ¿Y cómo no iba a interesarme pensar y escribir sobre ello?
Cuando alguien escribe sobre sí mismo no escribe desde la realidad absoluta. ¿Cuál es la diferencia entre escritura autobiográfica y autoficción?
Entiendo que me hagas esta pregunta que en Distraídos venceremos pasé bastante por alto, lo que clama al cielo siendo un ensayo que incide en la escritura y sus circunstancias, pero es que cada vez me interesan menos esta clase de debates y distinciones, por eso en el libro tuve la impertinencia de llevarlas a un estado crítico citando aún más etiquetas… Hablo de biomitografía, transbiografía, heterobiografía, autohistoria, escrevivencia, etc. Incluso me salió alguna de cosecha propia, frivolidad que no sé cómo recibirá el lector, pero esta clase de insolencias también me forman parte. No pude evitarlo.
¿Se puede hacer literatura sin hablar de uno mismo?
Imagino que depende de lo literal que seas con lo de hablar de uno mismo. Pienso que quizás sí, es hablar de uno mismo pero a través de otros y de ciertos artificios. Para mí la literatura implica una translación, que se hace de maneras más o menos afortunadas. No es algo que cae del cielo. Hay que trabajarla y para mí exige un compromiso muy grande. El resto son vomitonas, ruido.
Foto: Xuan Álvarez
Su ensayo está escrito desde la primera persona, en ciertos momentos parece una novela. ¿Es consciente de que eso ayuda a que un lector no especializado se vea absorbido por tu texto?
Desde el inicio me dije que si iba a hablar de autores no muy conocidos, con la ventaja que me otorga eso, el lector tenía que recibir algo a cambio, pues en ningún momento quise que Distraídos venceremos fuera un mero escaparate de mis conocimientos. ¿Qué me aporta eso? Incluso diría que fue al revés. Este ensayo viene de mi dificultad para escribir: la vivo tan a pecho que se me ocurrió buscar la escritura en quienes lo consiguieron en situaciones muy adversas. Y ahí vuelvo a la idea de verse empujado, abocado a algo. Es cierto que todo esto lo he dramatizado un poco e incluso me permití darle un tono paródico, además de tomarme algunas licencias. Me refiero a la mezcla de formatos, el uso de imágenes o el sampleado de diálogos, recursos con los que no sólo pretendo ganarme al lector. También es un guiño a la naturaleza extraña de La Operación Masotta, Borderlands/La Frontera o Sobre Sánchez, por citar alguno de títulos que comento. Todos pueden leerse de varias maneras y eso me fascina.En este sentido quise que este ensayo funcionara como una posible guía para ampliar referencias, pero también como un relato coral de gente que se ha estado buscando en situaciones muy adversas y que yo explico a mi manera.
¿Son las redes sociales una forma de autoficción para aquellos que no hacen literatura?
Imagino que puede serlo pero son muchas otras cosas y algunas bien peligrosas.
En el texto hay una reflexión muy interesante acerca de la idea del bartleby en relación a la igualdad de género. ¿Es también este libro, aunque sea de manera indirecta, una reivindicación de lo que ha sido hacer literatura para muchas mujeres del siglo XX?
Sí. Este libro tiene mucho que ver con lo que elegimos y para mí era importante marcar que esas elecciones son muy distintas según el género, pero también la clase y el color de piel. No todos nos jugamos lo mismo al escribir. En este sentido me ha encantado descubrir la conexión de ciertas escrituras con las manos de quienes históricamente han tenido que lavar la mierda ajena y coser, zurcir con parches, lo que simbólicamente asocio a fragmentos de vida.
¿Hay alguna obra de las que hablas que recomendarías a la gente que lea tu libro?
Para mí son todas muy relevantes. Quizás la más accesible por formato y acabado es precisamente la que explica la historia más dura. Me refiero a El desierto y su semilla, y en parte tiene sentido que sea así, pues creo que Jorge Baron Biza luchó mucho por hacerla legible. Y eso me parece muy bello, que se “salvara” tratando de ser un texto y dar una forma a lo inenarrable, a un acto monstruoso.
Entre los cimientos de tu mundo figura David Bowie. ¿Podemos considerarlo como el gran escritor de la literatura autobiográfica que no opera desde la literatura?
Para mí David Bowie fue sobre todo un impacto estético que me vino muy de niña. En casa teníamos el vinilo de Ziggy Stardust y recuerdo no saber cómo mirar aquel cuerpo, con qué criterio y si era un ser inventado o real. Eso también me desconcertó mucho, la intuición de que se podía encarnar una ficción hasta ese punto. De niña fui muy masculina y toparme con esa ambigüedad me llenó de placer. Luego vino la música. Escuché Five Years… y aunque por el camino me averiase con MC Hammer, Duncan Dhu y la pesca de Tocata, Bowie siempre estuvo ahí como algo que no era sólo música. Era una posibilidad… ¡y qué posibilidad tan bonita! Como la que me han dado los autores que aparecen en este ensayo, pues también ellos me abrieron otras puertas.
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