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Juan Peregrina Martín recomienda Saturno de Eduardo Halfon

Juan Peregrina Martín recomiSATURNO2enda Saturno, de Eduardo Halfon, en ME NO KNOW NOTHING:

Las relaciones paterno-filiales tienen ciertos ingredientes que permiten a la literatura ahondar en sus orígenes, conflictos y resoluciones.

Eduardo Halfon (Guatemala, 1951) publicó una nouvelle que desde el título avisa de un protagonismo inmenso de la figura paterna, adquiriendo tintes del titanismo clásico por el que conocemos, entre otras características como la de querer devorar a su camada, al dios aludido con el mismo nombre.

Las Saturnales era una fiesta romana en la que elementos como la luz y las plantas eran fundamentales así como la relajación de las costumbres -propias de toda fiesta-: Saturno era el dios de las cosechas, de lo que crece y vive y se regenera cada año, ofreciendo frutos, alimento y bienestar a las personas.

Con todo esto sobre la mesa, Halfon decide que esa luz será oscuridad, la regeneración, muerte y la fiesta de la comunicación literaria, así, se transforma en una celebración de la intimidad más oscura por todo lo alto: conoceremos decenas de figuras literarias, fobias y tragedias en torno a ella.

La dificultad, superada con creces por el escritor, estriba en que en tan poco espacio -apenas 70 páginas- logra transportarnos mediante un leve y sutil hilo narrativo por el pensamiento y la (in-)acción de un narrador inestable, atractivo y que nos emociona hasta el extremo en alguna ocasión en que recuerda, ya que la memoria resulta imprescindible para la historia, cómo fue la conversación con su progenitor, cuál fue la frase que este lanzó y acertó a clavar en su hijo o la opinión que el hombre maduro tiene sobre la actividad literaria del joven inexperto en la vida.

Aparte de reiteraciones que nos introducen en una lectura profunda que nos sitúa al lado del narrador, -es decir, no estamos por encima, no nos creemos por debajo de él- lo que insinúa Halfon con un hermosos paralelismo es que la creación convive en lo materno y la destrucción en lo paterno, lo masculino como símbolo guerrero y el femenino como creador, que transforma así la violencia en lengua: nuestro narrador entonces repasa entre memoria y voces que acuden en su ayuda a tantas escritoras cuya historia acaba en tragedia, a tantos escritores que decidieron trasegar el otro lado tras terminar de escribir este, vivir aquí, soportar la carga que sus mentes insistían en que significaba la vida, un día y otro y otro. SEGUIR LEYENDO

Los desechables de Eduardo Halfon en Infobae


Los desechables, texto perteneciente al libro Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon (Jekyll & Jill, 2018), en el diario digital argentino Infobae.

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El escritor Eduardo Halfon, con un grupo de hombres y mujeres en rehabilitación, en la Biblioteca Puente Aranda (Foto: Margarita Mejía)

LOS DESECHABLES, Eduardo Halfon

Les dicen los desechables porque ya no sirven para nada. Yo los conocí mi última tarde en Bogotá, en una localidad industrial llamada Puente Aranda, bajo una llovizna etérea, casi invisible, que ni siquiera mojaba.

Llevaba una semana en Bogotá, contando los días para volver a casa, donde mi hijo estaba a punto de nacer, mientras participaba en eventos de tantas bibliotecas y librerías que ya todas empezaban a parecerse. El mismo público. Los mismos temas. Las mismas preguntas. O más que las mismas preguntas, las mismas respuestas mías. Unas respuestas trilladas, mecánicas, ya depuradas y practicadas hasta saber perfectamente cuál detona una risa, cuál empatía, cuál silencio. Pues un escritor, con los años, va desarrollando el discurso público que sustenta no sólo su obra, sino su razón de ser escritor. Va puliendo su mito fundacional (cómo empezó a escribir, por accidente, para salvarse), los detalles de su rutina un tanto excéntrica (escribir todas las mañanas, en soledad, con el gato a la par del teclado), su falsa modestia (es que, en el fondo, no entiende cómo hace lo que hace), su mejor pose de escritor cínico (mano en el mentón, pierna cruzada, mirada humilde y a la vez segura y profunda, es decir, los ojos cerrados a medias). Y es que no es lo mismo sentarse y tratar de expresar en palabras una idea o una emoción o una historia, que es- tar luego de gira tratando de explicar esas palabras, de darles sentido o al menos alguna semblanza de orden. No es lo mismo escribir que ser escritor.

Íbamos en el carro camino a Puente Aranda. Yo estaba sentado en el asiento de enfrente, a la par de un conductor amable, cincuentón, llamado Fredy (No, Fredy, me corrigió tajante cuando al verlo en el lobby del hotel lo llamé Alfredo), quien durante una hora de tráfico me había ido mostrando y explicando distintos puntos de la ciudad. El cerro de Monserrate. La candelaria. El parque de los novios. La mejor, según él, venta de arepas de huevo. El mejor, según él, club nocturno de Chapinero. Un edificio altísimo, aún en construcción, llamado Bacatá: palabra de la lengua muisca o muysccubun, no me quedó muy claro, y que es, me dijo, el origen del nombre de Bogotá. Me dijo que Puente Aranda era ya una zona principalmente industrial, y que se llamaba así debido a un puente que siglos atrás se había construido en la hacienda del terrateniente Aranda. El puente ya no está, me dijo. Ni tampoco don Juan Aranda. Pero aquí siguen con nosotros él y su puente, me dijo sonriendo. Al menos en nombre.

Se estacionó frente a un edificio comercial de dos niveles, mal pintado color crema, y apagó el motor. Le pregunté si la biblioteca pública quedaba cerca. Es ésa de ahí, me dijo, señalando la puerta de vidrio oscuro de uno de los locales comerciales del edificio. ¿Ese local es la biblioteca pública?, le pregunté, viendo los barrotes de hierro negro detrás del vidrio. Lo acompaño, dijo Fredy, abriendo su puerta. Le dije que no se preocupara, que no hacía falta, que podía entrar solo. En esta zona, dijo, mejor si lo acompaño.

El café estaba fuerte y chocolatoso y la porcelana tibia se sentía bien en mis manos. Más que un café, yo quería un cigarrillo. No me gusta tomar café en las tardes. Pero me dijeron que debía tomarme uno, pues el de ahí era el mejor café de Puente Aranda. ¿Sabroso, no?, me preguntó el encargado del evento de la biblioteca. Se llamaba Andrés. No tendría aún treinta años. Me había salido a saludar a la calle antes de poder entrar yo al local, a decirme que aún teníamos unos minutos para irnos a tomar un café. Le dije que sí, que muy bueno. Es famoso el café de este sitio, dijo Fredy, quien había aceptado acompañarnos. En el centro de la mesa había un clavel falso, un plato con galletas de almendra, otro plato con galletas de jengibre. La constante llovizna era ahora una brisa suave y agradable que entraba por la puerta abierta de la pequeña cafetería. Andrés de pronto alzó ligeramente la mano y la dejó en el aire, como jurando lealtad o como pidiendo la palabra. Quería hablarte antes del evento, Eduardo, me dijo, y yo tomé un trago largo de café, anticipando ya la misma agenda de siempre, las mismas preguntas de siempre. Quería contarte, continuó Andrés, que el público entero de hoy estará compuesto por habitantes de calle. Bajé despacio la taza de café. Son todos del Centro de Autocuidado Óscar Javier Molina para la rehabilitación de drogadictos, dijo. Espero eso no te moleste. ¿Quieres decir que son indigentes?, le pregunté. Así es, dijo, pero aquí se les llama habitantes de calle. O desechables, susurró Fredy tras dar un sorbo de café. Porque ya no sirven para nada.

El humo del diablo, dijo, y a mí se me ocurrió, viendo cómo le colgaban la camisa y el pantalón de lona, que estaba vestido con la ropa de alguien más grande y más gordo, o que tal vez ésa sí era su ropa pero todo él se había convertido en una osamenta de lo que algún día fue. Así le dicen al basuco, dijo. El humo del diablo. Yo tenía quince años cuando alguien del Bronx me lo presentó, dijo, y ahí me quedé. Ya nada más salía del Bronx para pedir limosna o para robar. Casi siempre a la Caracas, pero también a la Carrera Décima, a la 19, a la 13. Luego regresaba al Bronx a vender cualquier cosa en los puestos de la entrada y directo a comprar basuco en una de las taquillas. En la taquilla del Mosco, en la taquilla Nacional, en la taquilla Morado, en la taquilla Manguera, en la taquilla América, en la taquilla Escalera, en la taquilla de Homero, que se llama así por Homero Simpson.

¿Qué cosa podría decirme usted hoy, como escritor, para ayudarme?

Empecé en esto frecuentando el Bronx, dijo un señor ya viejo o que parecía ya viejo, de bigote canoso y des- cuidado. Mientras hablaba desde su silla de plástico, mantenía las manos juntas, palma contra palma, como si estuviera rezando. El Bronx, dijo, para que usted entienda, es una olla en el centro de Bogotá, llena de drogadictos, alcohólicos, vendedores de droga de todo tipo, ladrones, comerciantes de armas, trata de blancas, antisociales de bajo y alto calibre. Todo el Bronx son sólo tres cuadras, pero son las tres cuadras más custodiadas del país. A una cuadra está la Dirección de Reclutamiento del Ejército, a dos cuadras está la Policía Judicial y el comando de la Policía Metropolitana, y siete cuadras al oriente está la sede de la Presidencia de la República. Hasta Dios mismo lo custodia, dijo con una sonrisa. En la parte de atrás, dijo, desde la basílica del Sagrado Corazón de Jesús.

¿Escribir, para usted, es como rezar?

Durante años mi vida tenía una misma finalidad, dijo. Reciclaje, robo, retaque, consumo de basuco, pegante bóxer, marihuana y otras drogas. Ya no me importaba comer ni beber agua. Sólo conseguir droga. Cualquier cosa por conseguir droga.

¿Usted cree que consumir drogas puede ayudar a un escritor?

Yo conocí a Óscar Javier Molina en la olla El Cartucho, dijo, antes de que las autoridades la desmantelaran y así se creara el Bronx, y también antes de que él se reformara y dejara la calle. Aunque en realidad nunca la dejó. Ahí se mantenía siempre, en la calle, en las ollas, ayudando a cualquiera que necesitara ayuda. Honramos a Óscar Javier en el Centro de Autocuidado del cual somos parte, y que ahora lleva su nombre.

¿Y usted a quién honra cuando escribe?

Yo soy de un pueblo llamado Ocaña, dijo. Pero ahora mi casa es donde me coja la noche. A veces en la olla San Bernardino, o en la Quiroga, o en la Cinco Huecos. Pero conocí la droga en la olla Diana Turbay, que es un barrio en el sur de la ciudad, en la localidad Rafael Uribe Uribe. Imagínese usted que hoy una olla de la ciudad tiene el nombre de una periodista famosa, secuestrada y asesinada en los años noventa (su historia, me susurró Andrés, sentado a mi lado, la cuenta Gabriel García Márquez en Noticia de un secuestro). Pues ahí, en Diana Turbay, conocí el basuco. Pero antes, de joven, yo quería ser músico, dijo. Me gustaba el rock, dijo. Igual que a Óscar Javier.

Si usted no tuviera comida, ni dinero, ni casa, ¿seguiría escribiendo?

A mí me salvó Óscar Javier, dijo, su mirada hacia abajo, toda su postura hacia abajo, como derritiéndose entero. Al nomás empezar a hablar, se había quitado la cachucha de béisbol. La sostenía en sus manos. Él mismo me sacó del Bronx, dijo, cuando la cosa ahí dentro se puso muy caliente. Seguía entrando a realizar su labor social, a pesar de las amenazas y de la lluvia de basura que le tiraban desde las ventanas de los edificios. Al pobre le tocaba salir en pura a refugiarse debajo de un puente o de alguna carreta del mercado. Seis años llevaba trabajando ahí dentro. Llegaba con nosotros los ñeros y nos ofrecía un plato de comida caliente, ayudarnos con un servicio de salud, trasladarnos a un hogar. Él conocía bien ese infierno, y sabía por experiencia propia que era posible dejarlo. Hermanito, si yo pude, usted puede, me decía. Véame a mí, hermanito, es posible cambiar. Así me decía. Pero a los jefes del Bronx no les gustaba que Óscar Javier les estuviera quitando a los clientes. Una noche, un par de sicarios entraron a su casa en La Aurora y le metieron tres tiros en la cabeza.

¿Cuál diría usted que es su infierno?

Sayayines, les llaman, dijo. A uno le decían Lalo. Otro era El Negro. Otro era Valderrama, por su tremenda melena. Otro, don Saúl, es el que dicen mandó a matar a Óscar Javier. Un sayayín es como un soldado del Bronx, el que controla todo ahí dentro. La seguridad. La prostitución. El mercado de las armas. Las taquillas. A los jíbaros que venden la droga y a los sicarios que cobran las deudas de los drogadictos. Dicen que si un drogadicto no pagaba su deuda, don Saúl desaparecía el cadáver fumándose los huesos.

¿Cree usted que se puede escribir honestamente de la muerte de un hombre si nunca se ha visto a un hombre morir?

Unas horas antes de que lo mataran, dijo desde el fondo del salón, Óscar Javier me había dado agua de panela. Fue un sábado. Cuentan que esa mañana, mientras Óscar Javier instalaba una carpa de peluquería gratuita para los habitantes del Bronx, se le habían acercado cuatro tipos, le habían tirado huevos y bolsitas con materia fecal y le habían advertido que no regresara más. Óscar Javier se fue a limpiar a un jardín infantil del sector y después regresó al Bronx y nos repartió agua de panela a algunos habitantes. Esa misma noche lo mataron en su casa. Cuarenta años tenía.

El sobreviviente. Así le decíamos algunos de sus amigos, dijo, a Óscar Javier.

Yo quería ser Nadia Comaneci, dijo sonriendo como con pena. Eso me decía a mí misma, para mis adentros, de niña, creciendo en el Muzú, porque me gustaba la gimnasia olímpica y me gustaba la Nadia Comaneci. Pero cuando murió mi mamá me sumí en el trago y la droga y ahí sigo metida. Y es que un drogadicto nunca deja de serlo. Puede reformarse. Puede dejar de consumir droga. Pero siempre será un drogadicto. Yo tengo sesenta años y le pido que no nos olvide. Sólo eso le pido.

Y usted, como escritor, ¿qué consejo le daría a un drogadicto?

Era ya el final de la tarde. Seguía cayendo una suave llovizna. Estábamos todos de pie en la calle, fumando en la semipenumbra, a la espera del autobús que los llevaría de regreso al Centro de Autocuidado. Ellos me invitaron a visitarlos al día siguiente, para ver cómo vivían y trabajaban ahí dentro, y yo les dije que al día siguiente volaría ya de vuelta a casa, donde mi hijo estaba a punto de nacer, pero que haría lo posible por llegar antes de marcharme al aeropuerto. Alguien sugirió que debíamos hacernos una foto de grupo. Lancé mi cigarrillo a la calle y empezamos a formarnos frente a la puerta abarrotada de la biblioteca, algunos hincados en la primera fila, otros de pie en la segunda. Yo estaba en el centro, como rodeado y custodiado por ellos. Uno de los jóvenes se distanció del grupo y dijo que no quería salir en la foto y ninguno de nosotros logró convencerlo (luego me explicaría Andrés que era porque le daba vergüenza la condición de su rostro). Desde lejos, Fredy nada más nos observaba con desdén o quizás impaciencia. Y ya estábamos ubicados y listos para sonreír cuando de pronto todo se hizo silencio. Un silencio desabrido después de tantas palabras, como si las palabras fuesen aire y el mundo un globo flácido y desinflado. Y mientras yo intentaba sonreír en medio de ese silencio, bajo la lluvia casi invisible, sólo podía pensar que cada uno de ellos un día fue hija o hijo de alguien, que cada uno de ellos un día fue el bebé recién nacido de alguien, que cada uno de ellos un día fue arrullado por alguien con todo el amor de un padre o de una madre que sostiene en sus brazos una vida nueva, una vida llena de luz, una vida que apenas empieza.

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Saturno de Eduardo Halfon por Katherine Moreno


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Eduardo Halfon finalista del Neustadt International Prize

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Eduardo Halfon finalista del Neustadt International Prize

Robert Con Davis-Undiano, profesor de Neustadt y director ejecutivo de la organización World Literature Today en la Universidad de Oklahoma, ha anunciado los nueve finalistas para el Premio Internacional de Literatura Neustadt 2020. Según el comunicado de prensa, el premio, bienal y con una dotación de 50000 dólares, «reconoce importantes contribuciones a la literatura mundial».

Los finalistas son: Emmanuel Carrère (Francia), autor de The Adversary; Jorie Graham (Estados Unidos), autora de Fast; Jessica Hagedorn (Filipinas / Estados Unidos), autora de Dogeaters; Eduardo Halfon (Guatemala), autor de Mourning; Ismail Kadare (Albania), autor de Broken April; Sahar Khalifeh (Palestina), autora de Wild Thorns; Abdellatif Laâbi (Marruecos), autor de Beyond the Barbed Wire; Lee Maracle (Canadá), autora de Celia’s Song; Hoa Nguyen (Vietnam / Estados Unidos), autora de Red Juice.

El ganador se anunciará el 16 de octubre en el Neustadt Lit Festival de 2019.

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Libros de Eduardo Halfon publicados en Jekyll & Jill:

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Courbett Magazine recomienda Saturno de Eduardo Halfon


La revista Courbett Magazine recomienda Saturno, de Eduardo Halfon, en el especial Feria del Libro de Madrid 2019

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En realidad, leed por favor cualquier libro que haya escrito Eduardo Halfon. Eso sí, os recomendamos que comencéis con «Saturno», una obra breve pero intensa, casi diríamos que turbulenta, durísima. El escritor narra las relaciones con su padre, un ser gélido, distante, tiránico, excesivamente exigente y desprovisto de cualquier empatía hacia su hijo. Como si del mítico Saturno se tratase (el ser que devoraba a sus hijos al nacer), el padre provocó que su hijo se viese abocado a la constante amargura y que pensase incluso en el suicidio. El libro narra esos sentimientos y los entrelaza con las historias de escritores que se quitaron la vida, de Klaus Mann a Virginia Woolf. A través de las diferentes capas narrativas empiezan a aparecer diferentes voces, los planos se entrecruzan y… hasta aquí podemos leer. Simplemente, no os lo perdáis.

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Saturno de Eduardo Halfon en Mortal y Rosa



Mario Guerrero recomienda Saturno, de Eduardo Halfon, en su blog Mortal y Rosa.

¿Aún no te cantan los pájaros en griego?

Eduardo Halfon, Saturno

Saturno (Jekyll&Jill, 2017), de Eduardo Halfon, es un libro que me pareció extraño desde un primer momento. Apareció ante mí en diferentes redes sociales y blogs literarios, siempre llamándome la atención y reclamando mis ojos ávidos de lectura. No sé cuándo ni por qué, pero terminé cayendo en sus garras. Lo compré y nunca imaginé que fuera tan pequeño y breve, pero me gustó, porque si es bueno y breve, dos veces bueno.

En esta novela, un protagonista un poco desesperado, pero sin prisas por relatar su trastorno vital, narra con cierta lamentación la vida que le ha dado su padre, de insultos, de gritos, de silencios obligados, de miradas feroces… Al principio, el protagonista cuenta cómo el padre le enviaba cartas donde solo escribía su nombre, escrito con rapidez, lo cual no puedo evitar que me cause un escalofrío, por la manera tan sosegada con la que parece contarla el protagonista, casi como si pudiera escuchar su voz ronca, con silencios de por medio.

Dentro de la carta también iba un cheque con dinero, pero al protagonista lo que le importaban eran las palabras que le enviaba su padre, las cuales nunca llegaban, por lo que llegó a la conclusión de que el padre es un nombre. Esa es la conclusión de la novela, en la que el padre del protagonista es considerado por este como un tirano, y a lo largo de esta breve novela le hace recrisaturno2edminaciones, una tras otra, sobre lo que ha sido el padre para él.

Paralelamente a esto, el protagonista también nos va contando los suicidios (no las muertes, los suicidios) de numerosos escritores y escritoras, algunos más detallados que otros. Por ejemplo, cuenta el suicido de Hunter S. Thompson, Sylvia Plath, Alfonsina Storni, Gilles Deleuze, Rainer Maria Rilke, Virginia Woolf, Harold Hart Crane, Emilio Salgari, David Foster Wallace, Ernst Toller (este se suicidó tras, la noche anterior, haber criticado a los suicidas), Antonin Artaud, Primo Levi, Sergey Yesenin, Cesare Pavese, Jack London, Alejandra Pizarnik, Malcolm Lowry, John Kennedy Toole (el genio injustamente tratado), Stefan Zweig, Horacio Quiroga, Klaus Mann, Leopoldo Lugones, Ernest Hemingway o, precisamente, Yukio Mishima (del que hablo en la reseña inmediatamente anterior a esta).

Me ha sorprendido que no hablara sobre el suicidio de Sándor Márai, que, aunque, se suicidó con ochenta y ocho años, al fin y al cabo se pegó un disparo en la cabeza. Cuenta el de Hemingway en apenas dos páginas de una manera que es imposible no sentir un estremecimiento interior. El padre de Hemingway se suicidó de un disparo, y su hijo aprendió de ello e hizo lo mismo. Así que, a partir de este hecho, el protagonista le pregunta a su padre qué le ha enseñado él.

El protagonista le sigue recriminando a su padre que no le prestara atención, y le reclama, más que el dinero, la figura del padre, ese que solo le prestaba atención a los negocios e ignoraba a su hijo. Le pregunta a su padre, más adelante, si siente asco de él por haber sido poeta y por no haber llorado en su funeral. Le hace, en definitiva, muchas preguntas, que concluyen con un final sosegado y tremendo donde el protagonista escucha multitud de voces que le llegan de todas partes, las mismas voces, quizás, que escuchaba Virginia Woolf cuando se suicidó, o las mismas que escuchaba el protagonista de Plegaria por un Papa envenenado, de Evelio Rosero.

“¿Recordó usted [al morir] los desayunos perdidos, todos los gritos e insultos, todos los años de silencio, todo aquello que nunca logramos conocer? […] Usted se marchó sin jamás haber estado”, es una de las recriminaciones textuales que le hace el protagonista a su padre, aunque, “más que un padre, usted era un tirano”, asegura, al igual que afirma que “tristemente, padre, nadie gana las guerras”. Por eso su padre no ha ganado, ni tampoco él ganará pese a las reclamaciones que le hace.

Es inevitable pensar en la imagen goyesca de Saturno devorando a su hijo cuando el protagonista narra aquella vez que Virginia Woolf intentó suicidarse tirándose sin éxito desde el balcón (unos meses después lo lograría hundiéndose en el río Ouse) y en la que, al parecer, la escritora inglesa invita a matar al padre antes de que el padre nos mate a nosotros (la escritora “abandonó el apellido del padre”, que era Stephen, dejándose el de su marido, y sentía una gran admiración por su padre). La misma Woolf fue la que empezó a escuchar, además de voces, a pájaros cantando en griego. Por eso el protagonista, en cierto momento de su desquiciamiento, se pregunta si él también empieza ya a escuchar a los pájaros cantar en griego.

También es inevitable no pensar en la historia mitológica de Zeus, condenando a ser comido por su padre, Cronos, y salvado por aquel pastor y amamantado por aquella oveja en una remota cueva. El protagonista de esta obrita parece haberse librado de ser comido por su padre, aunque ahora es él el que no lo deja vivir en paz, quejándose una y otra vez de su actitud cuando él era un niño.

No me esperaba una obra de este calibre, por eso me gustaría que todos la leyeran, por el contenido tan grandioso que contiene y por las breves trazas de vidas de escritores que se suicidaron. Saturno es el padre hasta que el hijo se convierte en padre, entonces el círculo se cierra, ¿o se abre de nuevo para abarcar nuevos horizontes familiares y que se repita la intrahistoria de un apellido?

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Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon en Zona de obras



Cristina Torres Ripoll recomienda Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon, en Zona de Obras.

Eduardo Halfon sorprende con Biblioteca bizarra, una recopilación de textos que no responden a un género narrativo concreto. En ellos, el escritor guatemalteco aglutina desde lo que podrían ser las memorias de un padre primerizo, hasta un anecdótico ensayo sobre las distintas tipologías de bibliotecas con las que ha ido encontrándose a lo largo de su vida.

Puede que Biblioteca bizarra diste desmesuradamente de lo que el lector espera de Eduardo Halfon, ya que es un libro que, aunque comparte la sensibilidad con la que fue escrito Duelo, uno no sabría bien cómo etiquetarlo. No responde a un género concreto, pero sí lo hace a la identidad de Halfon.

De este modo, Biblioteca bizarra se inicia con un paseo por las distintas bibliotecas que el escritor guatemalteco ha tenido la suerte de visitar. A ellas, las dota de un nuevo sentido y significado, elaborando un exhaustivo listado que recorre las distintas tipologías: extrañas, peculiares y por qué no, obviando el uso español que pueda darse al adjetivo del título de este libro, también bizarras.BB COVERS2aED.indd

Así, entre lo anecdótico y lo memorable desfilan personajes y situaciones tras las que surgen estos nuevos tipos de bibliotecas: las de lomos blancos, las que acompañan a los muertos, las que más tarde se quedan con los vivos, las que se vuelven itinerantes, las que van cambiando de dueño y las mojadas.

Llegados a este punto del libro, no insistan en seguir buscando un sentido bajo el que aglutinar estos textos. Aquí, lo ecléctico es lo único que dota de sentido a este grupo de textos inclasificables y quizás también inagrupables, pero igualmente maravillosos. Como en el que lleva por título Los desechables y en el que Halfon relata con sumo detalle una charla que tuvo que dar en Bogotá para personas que vivían en la calle.

En Halfon, boy hace alusión al nacimiento de su hijo, adquiriendo incluso un tono epistolar. SaintNazaire alude al pasado polaco de Halfon y su abuelo, del que el lector ya ha podido leer en su anterior novela Duelo. Sus raíces se convierten en un tema recurrente a lo largo de su narrativa. Notas a pie de página sirve de antesala a su novela Mañana nunca lo hablamos. Y, por último, nos encontramos con Mejor no andar hablando demasiado, un artículo en el que describe su labor como escritor.

Biblioteca bizarra es un libro para leer despacio, saboreando el estilo con el que Halfon nos ha malacostumbrado y esperando a la siguiente entrega; porque si algo sabemos de Halfon fehacientemente es que al igual que lector empedernido, también cumple a la perfección su labor de escritor implacable.

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Eduardo Berti recomienda Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon



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El escritor Eduardo Berti recomienda Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon.

La memoria narrativa no es fluida. No es continua. Más que como una película, se manifiesta como una serie de imágenes fragmentadas. De cuadros. De recuadros.
Imágenes en el álbum de la memoria: inconexas y opacas y acaso inventadas. El hilo que las une es la literatura. La literatura, hilvanándolas, les da sentido. El oficio de un escritor no difiere del oficio de un sastre. Parches, remiendos, costuras, hilos, retazos que, con oficio, crean la ilusión de un todo.
En la memoria, las sensaciones son más intensas que los hechos, y las ausencias ocupan más espacio que las presencias. Algo que no tuvimos, que perdimos, que se marchó, deja en nosotros un vacío permanente, irreparable. Hacer literatura es el ejercicio de querer rellenar los espacios vacíos de la memoria, sabiendo todo el tiempo que no se puede.
Narramos desde nuestros lugares infantiles, desde un punto intermedio entre el recuerdo y el olvido.
Dibujar es el arte de la mirada. Hacer literatura es el arte de manipular el recuerdo.
Eduardo Halfon, Biblioteca bizarra (Jekyll & Jill, 2018)

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Saturno

Saturno de Eduardo Halfon en Poemas del alma



Tes Nehuén reseña Saturno, de Eduardo Halfon, en Poemas del alma:

«Saturno», de Eduardo Halfon

Mirar el abismo, entender sus límites, zambullirse en él, como lo expresara César Pavese, es la única forma de salvarse del dolor. Y es eso lo que hace en “Saturno” Eduardo Halfon (Jekyll & Jill). Y nos ofrece un libro en el que, a modo de carta, un narrador destrozado se dirige a su padre e intenta materializar la tristeza, la decepción y el abandono haciendo de toda esa herida literatura. Un libro exquisito, que te va a hacer llorar, porque llorar es lo mejor que sabemos hacer los heridos de muerte.

Saturno, el peor padre de la historia

Lo que realmente me interesaba no era su dinero sino sus palabras. Esta frustración es la que lleva al protagonista a dirigirse a su progenitor. Pero ¿cómo se le habla-escribe a un padre que no ha cumplido con su tarea de protector –o que ha entendido su función de padre únicamente en las tareas de procreación y manutención, dejando a su hijo absolutamente desprotegido en un mundo donde la crueldad y la incomprensión son moneda corriente–? ¿Cómo escribirle a un padre ausente, a quien ni siquiera le puedes reprochar la ausencia, porque te ha enviado reglamentariamente su dinero, te ha dado ropa y comida –es decir, no te ha faltado de nada, como suele decirse, gracias a él–? Con ira, tristeza y un punto de desesperación; porque has carecido de todo, de todo lo que alguna vez entendemos que nos habría hecho falta para crecer como criaturas sanas, libres, fuertes.

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“Saturno” es una larga carta que se asemeja a aquel libro maravilloso de Franz Kafka, “Carta al padre”, en el tono melancólico y la furia a la que nos condena la orfandad. Sin embargo, se levanta con ambición para hacer propia la voz de la tristeza de miles de niños y niñas abandonados. Porque escribir puede salvar del derrumbe y porque, a veces, la ira es lo único que puede mantenerte a salvo. Y aunque esa frase no es mía, la asimilo como si lo fuera.

Saturno, el dios capaz de destruirlo todo, el padre capaz de devorar a sus hijos, el dios reducido a simple mortal por contradecir las promesas de la herencia. Saturno, que no es precisamente el ejemplo de padre en la mitología, es el nombre que escoge Halfon para dar vida a este libro maravilloso. Partimos de esa idea: el peor padre de la mitología (progenitor, por cierto, de un par de dioses y diosas inolvidables) para referirse al propio padre.

Un corazón abierto a (en) la palabra

“Saturno” se trata de una mirada a la tristeza a la que nos condena la falta de padres, pero sobre todo es una mirada a lo que la literatura le debe a infancias infelices, por difícil que resulte mirarlo así. No obstante, no se queda en un discurso simplista. Y aquí creo que reside el carácter más llamativo de este libro: el discurso es desordenado, lleno de palabras que parecen tacharse o anularse entre sí. Así no es difícil comprender que se trata de un personaje cuyo sistema emocional es caótico, lleno de heridas y dudas. En este punto, la forma en la que hilvana su discurso Halfon me parece alucinante, porque te atrapa desde la primera línea y te lleva por un viaje a través de los suicidas y los huérfanos de la historia de la literatura.

Y quiero hablar especialmente de su estética, porque el editor, Víctor Gomollón, ha sabido construir una obra de arte fascinante. Creo que la lectura se disfruta mucho más gracias al material que lo acompaña. Se trata de una edición delicada, pequeña y oscura como una brasa, como el corazón en cenizas del narrador. Un objeto-libro exquisitoque sirve para demostrar que una buena encuadernación (escogida especialmente teniendo en cuenta el contenido) hace muchísimo en cuanto al resultado final de cada libro. Gomollón en Jekill & Jill está todo el rato dándonos pruebas de ello, como casi nadie.

 

Todas las voces de los huérfanos

Vachel Lindsay, Horacio Quiroga, Sylvia Plath, Assia Wevill, Paul Celan, Virginia Woolf. Huérfanos o hijos de padres ausentes o exigentes, que para el caso es lo mismo: carentes del amor paternal que dice la psicología puede ayudarnos a desarrollar una autoestima saludable y una vida feliz. Halfon construye un discurso escogiendo a un personaje desquiciado que se apoya en todos ellos para hilar su propia historia, para hablar con su padre y demostrarle que toda esa violencia que surge al pensarlo o hablarle no sólo no es gratuita sino que ni siquiera es responsabilidad suya. Podemos extraer así de esta lectura una tesis sobre lo que la literatura le debe a la orfandad y sobre lo mucho y poco que salva el descubrimiento de un método que sirva para canalizar ese corazón lleno de heridas, cenizas de un amor que debió suceder pero no tuvo tiempo ni lugar.

El libro parte con aquella cita de Pavese que dice que la única forma de salvarse del abismo es mirarlo, sondearlo, bajar hasta sus cimientos y abrazarlo. César Pavese, sin embargo, fue otro de los huérfanos que encontró la paz en el suicidio: murió de sobredosis a los cuarenta y dos años.

dice Halfon, en este monólogo que se abraza a la orfandad y que funciona como una plegaria contra el abandono, como una prueba irreductible de lo que el abandono nos hace. El hueco de infancia que ha dado vida a las mejores letras de la literatura, fue también el responsable de muertes catastróficas, de vidas solitarias en las que la frustración del beso y el abrazo no recibido latió como un corazón dormido, siempre dispuesto a despertarse con el beso del príncipe.

Hay que dejarse besar por la mirada de Halfon para reconstruir el sentimiento y nadar hacia la luz a través de sus letras, y de las voces de los huérfanos de la literatura.

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Courbett Magazine recomienda Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon



Courbett Magazine recomienda Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon, como lectura para este mes de noviembre:

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Leed este libro y cualquier libro que haya escrito Halfon, una de las voces más interesantes, portentosas y prometedoras de Centroamérica. Todos son una maravilla, con una prosa elegante, ágil, sin artificio innecesario, sin adjetivos sobrantes. Son, sobre todo, libros inteligentes, poderosos, repletos de referencias literarias. En “Biblioteca bizarra”, Halfon reúne seis crónicas literarias y personales donde trata sobre su relación con su país de nacimiento, con el lenguaje, con los libros. Una auténtica delicia.

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‘Mejor no hablar demasiado’ de Eduardo Halfon en El Periódico de Guatemala



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El relato de Eduardo Halfon Mejor no hablar demasiado (Biblioteca bizarra, Jekyll & Jill 2018), en El Periódico de Guatemala.

«Eduardo Halfon, uno de las principales voces de la narrativa latinoamericana actual, fue galardonado la semana pasada con el Premio Nacional “Miguel Ángel Asturias” 2018. Autor de un consistente cuerpo narrativo que viene construyendo desde 2003, con la publicción de “Esto no es una pipa, Saturno”, ha publicado importantes obras como “El ángel literario” (2004), “El boxeador polaco” (2008), “La pirueta” (2010), “Monasterio” (2014), “Signor Hoffman” (2015), “Duelo” (2017) y “Biblioteca bizarra” (2018), que han sido traducidas al inglés, portugués, alemán, neerlandés, francés, italiano, croata y japonés.»

usto después de publicar mi primera novela en Guatemala, a mediados de 2003, me tomé una cerveza con el escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya, quien estaba viviendo unos años en el país. Nos juntamos en un viejo bar llamado El Establo. Al nomás verme entrar, Castellanos Moya alzó su botella de cerveza, me felicitó, sonrió una ligera sonrisa de diablo y me advirtió que huyera de Guatemala lo más pronto posible.

***

Mi entrada al mundo literario había sido tan inesperada como accidental. Yo tenía entonces treintaidós años y no había publicado nunca, nada. No sólo sabía muy poco del ambiente literario en Guatemala, sabía aún menos de Guatemala en general. Había salido del país en 1981 –el día después de mi décimo cumpleaños– con mis padres y hermanos, a Estados Unidos. Crecí en Florida y luego estudié ingeniería en Carolina del Norte.

En el colegio siempre fui el niño matemático. Nunca leí libros. Nunca me gustaron. Y en 1994, al terminar la universidad, finalmente volví a Guatemala, un país que ya apenas conocía, y con un español muy rudimentario. Me puse a trabajar como ingeniero en la empresa de construcción de mi padre y poco a poco empecé a encontrar mi camino de vuelta a mi país y a mi lengua materna, aunque siempre invadido por un profundo sentimiento de desasosiego o desubicación, un sentimiento de no pertenecer. Hoy comprendo que aquella angustia existencial es más o menos normal a esa edad, al salir de la universidad, pero en aquel entonces me sentía como un hombre sin país, sin lengua propia, sin profesión (estaba, literalmente, en la de mi padre), sin un sentido real de quién era ni qué debía hacer. Y esa frustración continuó creciendo en mí durante los próximos cinco años. Hasta que decidí buscar ayuda. Pero mi concepto de ayuda, siendo tan metódico y tan ingeniero, fue buscar respuestas no en la psicología ni en la religión, sino en la filosofía. Fui a una de las universidades de la capital, la Universidad Rafael Landívar, a preguntar si era posible inscribirme en un par de cursos de filosofía, creyendo que quizás así encontraría algún tipo de respuesta. Pero en Guatemala, como en otros países de Latinoamérica, la carrera es doble: Letras y Filosofía. Si uno quiere estudiar una, debe también estudiar la otra. Y eso hice. Y en pocas semanas caí enamorado de la literatura, de los libros, de la ficción. Y en menos de un año había renunciado a mi trabajo como ingeniero y estaba viviendo de mis ahorros y leyendo ficción a tiempo completo, un libro al día, como una especie de junkie de la literatura.

Un año después empecé a trabajar en la universidad –primero como asistente, luego como profesor de letras–, mientras al mismo tiempo, tímida y secretamente, intentaba escribir ya mis primeros cuentos. Todos muy malos, claro. Quería escribir un cuento entero antes de poder escribir una buena oración. Aún no entendía que teclear no es escribir, que escribir está mucho más cercano a la música, a respirar, a caminar sobre el agua. Pero tenía hambre de aprender, y tuve la suerte de encontrarme con los instructores correctos, en especial con dos: Ernesto Loukota y Osvaldo Salazar, ambos filósofos y colegas míos en la universidad. Ernesto Loukota me enseñó la artesanía del lenguaje. Me pedía que escribiera una línea sobre algo –un árbol, un perro, una silla– y al día siguiente nos juntábamos en la universidad para comentar esa línea, su gramática y puntuación. Luego él me asignaba otra línea sobre otra cosa para el día siguiente. Y así. Una sola línea, todos los días. Como si fuera nuestro propio ejercicio zen. Pasó al menos un mes antes de que me permitiera escribir dos líneas. Osvaldo Salazar, en cambio, me enseñó a ser mi propio lector. De vez en cuando, yo le entregaba alguna cosa que había escrito y la estudiábamos juntos, la desmenuzábamos, editábamos no su lenguaje, sino su estructura, su desarrollo y sus temas y su contenido en general. Si Ernesto Loukota me enseñó la artesanía del lenguaje, Osvaldo Salazar me enseñó cómo ser mi propio y más exigente lector.

Yo pasaba aquellos días dando clases, y leyendo libros al igual que un viciado, y aprendiendo a escribir como si mi vida dependiese de ello (quizás mi vida sí dependía de ello), y antes de darme cuenta ya había publicado mi primer libro. Así nomás. Casi por accidente. Me había tropezado con los libros, y luego había caído en la escritura. Pero algo finalmente me empezaba a hacer sentido, sobre mí mismo, sobre mi país. Y entonces llegó un salvadoreño endiablado y me dijo que huyera de Guatemala lo más pronto posible.

***

Durante el último siglo, los escritores guatemaltecos han estado escribiendo, y muriendo, en el exilio. Miguel Ángel Asturias, quien recibió el Premio Nobel de Literatura en 1967, escribió sus libros sobre Guatemala mientras vivía exiliado, en Suramérica y Europa; murió en París, y está enterrado allá, en el cementerio Père-Lachaise. El gran cuentista Augusto Monterroso, tras ser detenido por las autoridades militares del dictador Jorge Ubico, tuvo que salir del país en 1944. Huyó primero a Chile, después a México, donde vivió el resto de su vida, y donde escribió la mayoría de sus cuentos, y donde hoy está enterrado. Luis Cardoza y Aragón, quizás el poeta guatemalteco más célebre del siglo pasado, sufrió un destino similar: también tuvo que exiliarse en México en los años treinta, donde escribió casi toda su poesía y dónde también murió. Carlos Solórzano, uno de los dramaturgos guatemaltecos más importantes, tuvo que huir del país en 1939 –primero a Alemania, después a México– y ya jamás volvió. Mario Payeras, un comandante guerrillero en los años setenta, también escribió mientras vivía exiliado en México, donde murió repentina y misteriosamente (sus restos fueron sepultados en un cementerio en el suroeste del país, pero luego desaparecieron). Una de las novelas guatemaltecas más significativas de las últimas décadas, El tiempo principia en Xibalbá, fue escrita por el autor Kaqchikel Luis de Lión. En 1984, fue secuestrado por las fuerzas militares, torturado durante veintiocho días y luego desaparecido. Su asesinato no se confirmaría sino hasta quince años después, en 1999, cuando su nombre y su número aparecieron en la lista del llamado “Diario Militar”, un documento tenebroso que detalla el destino de los guatemaltecos desaparecidos por las fuerzas militares entre agosto de 1983 y marzo de 1985. Luis de Lión, nacido José Luis de León Díaz, seudónimo Gómez, es el número 135. Su novela fue publicada póstumamente, el más extremo de los exilios.

***

Los escritores guatemaltecos –y los guatemaltecos en general– han estado viviendo durante décadas en un ambiente de miedo. Atreverse a decir algo significaba tener que desaparecer en el exilio, o ser desaparecido literalmente. Este miedo aún existe, tanto en la vida cotidiana como en el subconsciente de los guatemaltecos, a quienes con el tiempo se les ha enseñado a callar. A no hablar. A no decir o escribir palabras que puedan matarlos, matarnos.

La primera consecuencia de esto, por supuesto, es un silencio general. En Guatemala simplemente no se habla o escribe de algunos temas. El genocidio indígena de los años ochenta. El profundo racismo hacia el indígena. El alarmante número de mujeres asesinadas. La imposibilidad de reforma agraria o redistribución económica. Los vínculos estrechos entre el gobierno y los narcotraficantes. Aunque todos éstos son temas que casi definen al país, sólo son discutidos y comentados en susurros, o entre paredes, o desde fuera. Pero una segunda y quizás más peligrosa consecuencia de una cultura de silencio es un tipo de autocensura: al hablar o escribir, uno no debe decir algo que pueda ponerlo en peligro a él o a su familia. La censura se vuelve automática, casi inconsciente. Y el peligro es real. Aunque ya pasaron los tiempos de dictadores, el ejército es aún muy poderoso, y los asesinatos políticos y militares siguen siendo comunes.

¿Cómo puede un periodista ser periodista, entonces, si su vida está a la merced de los artículos que escribe?

¿Cómo puede un novelista o un poeta decir algo sincero sobre su propia gente, sobre la desigualdad social, sobre los niveles intolerables de racismo y pobreza, si su propia vida depende de las palabras de esa novela o ese poema? No pueden. El periodista no puede ser periodista. El novelista no puede permitirse a sí mismo ser sincero. Y el poeta deja de ser poeta. Salvo que, como muestra la historia reciente, y como me fue sugerido por un endiablado escritor salvadoreño, se vayan del país.

***

Me empezaron a seguir. O eso pensé. Fue un par de meses después de publicar mi primera novela en Guatemala, en 2003. Al inicio lo consideré una casualidad, ese sedán negro siempre estacionado cerca de mi casa, y constantemente viéndolo en el espejo retrovisor. Pero después de unos días, la casualidad se volvió paranoia y empecé a hacer las cosas que hacen los guatemaltecos en su estado psicótico normal, de todos los días: siempre cambiando mi ruta, evitando calles oscuras y callejones sin salida, nunca conduciendo solo por la noche (tengo una amiga que hasta compró un maniquí de un hombre, y lo pone a su lado, en el asiento de pasajero, y le habla mientras va conduciendo). También recuerdo que una mañana, en esa misma época, dando una clase en la universidad, dos tipos se pararon afuera del aula y se quedaron observándome por la ventana. Parecían sicarios o tal vez guardaespaldas. Yo sólo seguí dando mi clase, intentando ignorarlos en la ventana, y después de unos minutos ellos se fueron. Al terminar, me aseguré de salir caminando con mis alumnos, en grupo.

Días después, me abordaron.

Estaba en la librería Sophos, husmeando libros sobre una mesa, cuando un hombre mayor se me acercó, presentándose. Estaba vestido con saco y corbata. Me dijo que había leído mi novela y me habló durante unos minutos de sus impresiones. Luego me estrechó la mano de nuevo y, aún sosteniéndola, me dijo que había sido un honor conocerme, que debería de tener cuidado. Le pregunté cuidado con qué. El señor sólo sonrió con cortesía y se marchó. Lo consideré extraño, pero no le di mayor importancia. ¿Tal vez sólo estaba siendo amable conmigo? ¿Tal vez malinterpreté su despedida? En fin, casi lo había olvidado por completo hasta que unas semanas después recibí una llamada.

Era tarde en la noche. La voz en el teléfono me dijo que yo no lo conocía, pero que me estaba llamando como un amigo, para advertirme de mis enemigos. ¿Qué enemigos? Yo no tenía enemigos. Yo nunca he tenido enemigos. Me ignoró y continuó hablando y yo no lograba entender a qué se estaba refiriendo. ¿Era algo que había escrito en mi novela? ¿Algo que había dicho en alguna de las entrevistas recientes? ¿Algún comentario crítico sobre el país, sobre los políticos, sobre los guatemaltecos en general? De pronto me puse tan nervioso que dejé de prestar atención. Apenas oí lo que me dijo. Y ahora lo he olvidado casi por completo. Pero sí recuerdo tres cosas. Uno, pensar que su voz me sonó familiar, como si ya la hubiese escuchado en alguna parte. Dos, la mención de los nombres de mis padres y hermanos. Y tres, las últimas palabras que me dijo: Mejor no andar hablando demasiado. Luego colgó.

Al día siguiente cambié mi número de teléfono. Hasta cambié de proveedor. Pero igual empecé a dormir menos. Perdí peso. Salía de mi casa sólo cuando era absolutamente necesario. Hasta cancelé dos entrevistas de radio que tenía programadas, dándoles alguna excusa de mi trabajo o salud. No tenía ni idea qué estaba pasando, qué cosa había hecho o dicho o escrito, pero definitivamente algo estaba pasando. ¿O no? Y de pronto, al final de una tarde de lluvia, alguien llegó a mi casa.

Aún hoy, por seguridad, no puedo dar muchos detalles. Pero lo conocía de antes. Entonces, cuando abrí la puerta y lo vi ahí parado, no pensé nada malo. Sí me pareció extraño, claro, que él llegara a mi casa. Lo conocía, pero sólo casualmente. No lo había visto en años. Y nunca antes había estado en mi casa. Me sonrió y me estrechó la mano y hasta me dijo que sentía mucho tener que molestarme en mi casa. Pero luego entró sin pedir permiso y de inmediato, mientras se sentaba en uno de los sofás, desenfundó una enorme pistola negra y la colocó con fuerza y énfasis sobre la mesa de la sala. Me dejó mudo. Me senté en el otro sofá, frente a él. Y ahí quedó la pistola, entre nosotros, en todo su resplandor negro metálico. Estaba él vestido en botas de vaquero y un grueso chaleco lleno de bolsas, como los que usan los fotógrafos. Me habló un poco de menudeces, preguntándome por este o aquel amigo, y luego se quedó callado unos segundos, que a mí me parecieron horas, antes de lanzarse a hablar de Hitler. Yo me sentía perdido. Hasta mareado. Recuerdo percibir gotas de sudor descendiendo por mi espalda. Aunque quería ser discreto, no podía quitarle la mirada de encima a la pistola. Y él sólo me seguía hablando de Hitler, a mí, un judío. Me dijo que Hitler era uno de sus héroes. Me dijo que Hitler era uno de los mejores hombres que jamás había existido. Me dijo que admiraba a Hitler porque siempre supo cómo deshacerse de sus enemigos. Me dijo que todos deberíamos aprender de Hitler. Luego me preguntó si había entendido y yo logré balbucearle que sí y él tomó su pistola de la mesa y se puso de pie y se marchó en silencio de mi casa.

*Este ensayo es parte de “Biblioteca bizarra” (Jekyll & Jill, 2018)

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Eduardo Halfon Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2018



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El escritor Eduardo Halfon ha sido reconocido con el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2018. 

El Premio Nacional de Literatura de Guatemala «Miguel Ángel Asturias» es el máximo galardón literario otorgado anualmente por el Ministerio de Cultura y Deportes, a través de su Dirección General de Artes y por medio de un Consejo Asesor de Letras al conjunto de la producción de un autor o autora, en consideración de su calidad y aporte al desarrollo de la literatura guatemalteca.. En anteriores ediciones, el premio ha recaído en Augusto Monterroso, Ana María Rodas, Rodrigo Rey Rosa y Delia Quiñonez, entre otros.

Jekyll & Jill tiene el honor de haber publicado dos de sus obras: Saturno (2017) y Biblioteca bizarra (2018).


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Biblioteca bizarra en la revista de Air Nostrum (Iberia)



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Rafa Rodríguez recomienda Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon, en la revista de la compañía aérea Air Nostrum (Iberia). Nº. 14, septiembre/2018.

Biblioteca bizarra
Bizarre Library
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El guatemalteco Eduardo Halfon escribe con precisión, alma, ritmo y pasión en las seis crónicas reunidas en este libro. Habla debibliotecas, de la paternidad, de la memoria infantil o de los peligros de ser escritor en su país de origen. Una maravilla adictiva que engancha desde su llamativa portada.
Guatemalan Eduardo Halfon is the author of six exiting, passionate and precisely written chronicles featured in this book. In them, he talks about libraries, parenthood, childhood memories and the dangers of being a writer in his homeland. An addictive book with a cover that catches the attention of its readers straight away.

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David Pérez Vega reseña Biblioteca Bizarra



 

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David Pérez Vega reseña Biblioteca Bizarra de Eduardo Halfon  en revista Eñe:

Después de leer los tres libros que Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) ha publicado en la editorial Libros del Asteroide (Monasterio, Signor Hoffman y Duelo) en tan sólo cuatro días, me apeteció seguir con su obra y compré en La Central de Callao los libros Mañana nunca lo hablamos y Biblioteca bizarra.

Lo cierto es que intuía que si le escribía a Víctor Gomollón, el editor de Jekyll & Jill, al que sigo en Facebook, el libro de Biblioteca bizarra para reseñarlo, me lo enviaría. Pero ocurrieron dos cosas: quería leerlo de forma inmediata, tras los otros libros de Halfon, y además me di cuenta de que ya había salido al mercado la segunda edición, pero que en La Central aún quedaban ejemplares de la primera. Y al abrir ejemplares de la primera edición vi que los libros estaban numerados. Busqué el número más bajo y me lo llevé a casa. Tengo el 126 de la primera tirada de este libro. Éste tipo de detalles libresco-fetichistas se inventaron para gente como yo.

Después de acabar con Mañana nunca lo hablamos, el mismo día empecé (y terminé) Biblioteca bizarra. Este libro está formado por seis textos que fueron publicados en revistas literarias entre 2011 y 2017. Los seis han sido revisados y quizás ampliados o reescritos. Al final, en la nota que explica su lugar de procedencia, se da la siguiente información de cada una de estas composiciones: «Una primera versión de XXX fue publicada en YYY, con tal fecha.»

Los seis textos de Biblioteca bizarra podrían ser calificados de relatos, pequeños ensayos o artículos. En realidad, creo que no tiene mucha importancia la distinción, puesto que Eduardo Halfon, como otros escritores actuales, juega a la mezcla y confusión de géneros narrativos.

El primer texto es el que da título al libro, y en él se describen diversas bibliotecas que Halfon ha podido ver (o de las que ha oído hablar) a lo largo de su vida. La primera biblioteca es la de una de sus tías abuelas, que ha muerto recientemente, y Halfon va a su casa a ver la enorme biblioteca que esta mujer ha dejado tras de sí. «Me vestí con el entusiasmo que sólo conoce un bibliófilo.», leemos en la página 15. Se trata de una biblioteca dedicada a un único tema: el sionismo. Un aire melancólico acaba impregnando las reflexiones de Halfon, que, como en otros de sus libros, medita aquí sobre su condición de judío. Otra de las bibliotecas de las que habla es llamada La biblioteca salvaje y aquí se habla de la relación de Roberto Bolaño con Antonio di Benedetto que dio pie a la existencia del cuento de Bolaño titulado Sensini. En realidad este primer relato (o miniensayo o artículo) tiene un aire muy bolañesco, de ese Bolaño salvaje y erudito, del Bolaño que acaba de leer a Borges. De hecho, diría que además de hablar del cuento Sensini, existe aquí otro homenaje a Bolaño en las páginas de La biblioteca mojada, en las que se habla de un médico riojano que regala todos los libros que compra y que lee en la bañera. En una entrevista, Bolaño comentaba que su amigo el poeta Mario Santiago (que da origen al personaje Ulises Lima) leía en la ducha.

También, Biblioteca bizarra me ha hecho pensar en muchas de las páginas de un bibliófilo como Enrique Vila-Matas.

El segundo relato se titula Los desechables y habla de una conferencia sobre literatura que Halfon tuvo que dar en Bogotá para un público formado por personas de la calle en proceso de integración social. No es la primera vez que me ocurre al leer a Halfon, pero en estas páginas he sentido más que en otras la conexión de algunas de sus propuestas con las del escritor argentino Sergio Chejfec. En el libro de relatos de Chejfec Modo linterna, el autor también convierte en objeto del cuento los actos y las charlas literarias.

Halfon, boy es el texto que más me ha gustado de este libro. En este relato, Halfon habla del nacimiento de su hijo en Nebraska, donde trabajo como profesor de literatura. Se habla aquí del hijo y de los problemas que encuentra en la traducción de la obra del autor norteamericano William Carlos Williams, que a su vez fue traductor del español al inglés, y un médico pediatra que ayudó a que llegaran muchos niños al mundo. La forma en la que Halfon une sus reflexiones sobre la obra de Williams y el nacimiento de su propio hijo me ha parecido brillante.

Saint-Nazaire es el texto, de los presentes aquí, que más se relaciona con la parte de la obra de Halfon que ha tenido más repercusión (Monasterio, Signor Hoffman y Duelo), puesto que habla de una de las experiencias europeas de su abuelo polaco. También se habla aquí de escritores, y esto entronca más con el espíritu ensayístico de Biblioteca bizarra. «¿No es la nimiedad, pues, la materia prima del cuentista? ¿No son las anécdotas en apariencia mínimas, es decir, insignificantes, la arcilla misma con la cual el cuentista trabaja su artesanía y moldea su arte?», escribe Halfon en la página 78, comentando los cuentos de Chejov y también su propia obra.

El quinto texto se titula La memoria infantil y se subtitula Notas a pie de página. Me he sentido afortunado al leerlo, porque ha dado la causalidad de que estas páginas son un comentario al libro Mañana nunca lo hablamos que, como comentaba al comienzo de esta reseña, había acabado el mismo día que leía esta reflexión personal sobre los cuentos de ese otro libro. De hecho, el comienzo de este miniensayo es el texto de contraportada de Mañana nunca lo hablamos. Aquí se apostillan los cuentos del otro libro, y se explica, en cierta medida, cómo están hechos y por qué; cómo es el recuerdo o el impulso que lleva a Halfon a escribir un cuento a partir de un recuerdo o una sensación del pasado. «Un escritor escribe desde allí: desde lo que ha visto, desde lo que ha escuchado, desde los olores y sonidos que revolotean como mariposas en su memoria. No escribe su memoria. Escribe solamente a partir de ella. Desde ella. Hacia delante.» (pág. 88), «Veo esas imágenes en el álbum de mi memoria: inconexas y opacas y acaso inventadas. El hilo que las une es la literatura. La literatura, hilvanándolas, les da sentido. El oficio de un escritor no difiere del oficio de un sastre. Parches, remiendos, costuras, hilos, retazos que, con oficio, crean la ilusión de un todo.» (pág. 89)

De los recuerdos que cita lo que más curioso me ha resultado es ver cómo algunos de ellos servían de base a relatos que estaban en el libro Mañana nunca lo hablamos y otros no llegaban a relatos de ese libro; recuerdos que se perderán o que, tal vez, den lugar en el futuro a nuevas narraciones.

En esta quinta narración también nos encontramos con Rol, uno de los trabajadores de la casa familiar de Halfon, que protagonizaba uno de los relatos de Mañana nunca lo hablamos y del que se habla aquí, de nuevo, muchos años más tarde.

Cierra el volumen la narración más ominosa de todas, Mejor no andar hablando demasiado. Aquí Halfon reflexiona sobre la condición del escritor en un país como Guatemala, además de su propio proceso de transformación desde ser un ingeniero hasta convertirse en un escritor. «Durante el último siglo, los escritores guatemaltecos han estado escribiendo, y muriendo, en el exilio.» (pág. 102). Aquí hablará de Miguel Ángel Asturias, Augusto Monterroso, Luis Cardoso y Aragón o Luis de Lión. La escena final que cierra el relato y el libro es terrible: Halfon recibe una visita amenazante en su casa después de haber publicado su primer libro en Guatemala.

Biblioteca bizarra es un libro que gustará a los lectores habituales de Eduardo Halfon, a los que le conozcan por sus libros más famosos (los publicados por Libros del Asteroide), aunque creo que también podría ser una buena puerta de entrada a su obra. Hasta ahora no había leído ningún libro de la editorial Jekyll & Jill, dirigida por Víctor Gomollón y la verdad es que me ha impresionado el cuidado con que está editado Biblioteca bizarra, un precioso libro-objeto.

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Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon en Librújula



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Milo J. Krmpotić recomienda Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon. Excelente reseña para el libro de la semana de Librújula.

Existen numerosos (buenos) motivos para desconfiar de la autoficción. En el peor de los casos, la etiqueta esconde a un burócrata con ínfulas literarias, pero sigue habiendo autores capaces de conseguir que las dos partículas que la componen se erijan en oxímoron, amparen el misterio y una insondable belleza. Así, quien reniegue de la autoficción por principio no solo no ha leído a Eduardo Halfon, sino que debe urgentemente leer a Eduardo Halfon. En este nuevo capítulo de su pequeño idilio con la editorial Jekyll & Jill (1.300 ejemplares numerados a mano, imagen gloriosa en su sobrecubierta y encuadernación en rústica que es ya una primera, gozosa invitación a la lectura), el gatemalteco de nacimiento y norteamericano de adopción presenta seis crónicas marca de la casa, que vuelven a demostrar que la vida de Halfon es lo que más o menos le sucede a Halfon mientras ama los libros, se cuestiona el lenguaje y la identidad, viaja y recuerda o cree que recuerda, y con todo ello erige los cimientos de su oficio, de su profesión: un contarse a sí mismo entre la extrañeza y el reconocimiento universal. Solo la primera pieza, dedicada a una colección de bibliotecas peculiares, justifica el trayecto.

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La Carcoma recomienda Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon



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La revista de críticas de Cine, Teatro y Literatura La Carcoma recomienda Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon:
Hay una relación muy íntima entre los últimos títulos de Sam Shepard, Simon Roy y Eduardo Halfon. En los tres se relatan aspectos del yo, pero realmente resulta muy complicado encuadrarlos dentro de un género porque cada uno de ellos juega con diferentes modalidades en su exposición. El diálogo entre géneros es una constante que enriquece continuamente cada texto. El autor que mejor lo trabaja es Eduardo Halfon.

‘Biblioteca Bizarra’ es pura orfebrería. ¿A qué género pertenece? Imposible sacar conclusión alguna porque todos ellos se abrazan, se seducen, se engañan, pero siempre tienen una dirección muy bien estructurada. Aunque se trata en apariencia de crónicas independientes en la que escribe sobre él -o no- literatura, escritura, la llegada del hijo… todo está perfectamente ensamblado y relacionado. Texto poderosísimo en el que las propuestas del escritor guatemalteco toman una consistencia firme y coherente. Autor que está construyendo una obra solida e íntimamente relacionada entre sí. Las idas y venidas de sus textos son pequeños guiños y homenajes. Es el escritor que tiene más consonancia en cuánto a creación con Thelonious Monk: Cuando parecía que iba a tocar el mismo tema, jamás era igual. Eso es Halfon, alguien que siempre sorprende con talento ilimitado y que jamás nada en él es igual.

Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon en La antigua Biblos



Antonio F. Rodríguez reseña Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon, en La antigua Biblos:BB COVERS2aED.indd

Este librito maravilloso reune seis textos inclasificables, que podrían ser catalogados como monólogos, crónicas, ensayos, relatos o reflexiones de autor sobre su pasado, su vida y todo lo que puede ser interesante y tiene relación. El autor salta con ligereza de un aspecto a otro de lo que cuenta, cita a otros autores, elucubra, recuerda y compone seis fantásticos collages intelectuales llenos de sensibilidad y talento, a medio camino entre el ensayo y la autobiografía.
Los temas son a la vez íntimos y literarios: una disquisición y clasificación de los diferentes tipos de biblioteca; la experiencia de ir a presentar un libro a un barrio de drogadictos en Bogotá; el trance único y conmovedor de ser padre; cómo Chéjov comenzó a escribir relatos y la belleza de las obras de arte pequeñas; la memoria infantil de quien se tiene que ir a su país a los once años, y cómo actúa la presión social y la censura en un país realmente violento.
Son crónicas impagables, empapadas de literatura, que creo que apreciará especialmente el lector con muchas horas de vuelo y larga experiencia. Una joya de poco más de cien páginas, bellísima en su brevedad. Un libro del que me he quedado prendado y que os recomiendo de todo corazón.
La foto de la portada está tomada por la reportera Jean-Marie Simon, en 1981, en la carretera que va a Esquipulas (Guatemala), mientas acompañaba al guardaespaldas de Mario Sandoval Alarcón, fundador el Movimiento de Liberación Nacional y padrino de los temidos escuadrones de la muerte.
Esta edición, a cargo de la editorial aragonesa Jekill & Jill, está numerada y consta tan solo de 1300 ejemplares; yo tengo el 773, así que corred, corred a vuestra librería de cabecera a comprarlo antes de que se agote.
Eduardo Halfón (Ciudad de Guatemala, 1971) es un escritor guatemalteco, descendiente de una familia judía, que está considerado uno de los nuevos escritores más prometedores e interesantes de Latinoamérica. Escribe libro cortos, pero de mucha enjundia y fundamento.
Desde el 2003 está publicando títulos de mucha calidad. Ha visitado varias veces este humilde blog, sus libros han sido traducidos a más de diez idiomas, ha ganado varios premios y ha obtenido una beca Guggenheim. A mí, desde luego, me encanta y tiene ya un sitio reservado en mi santoral literario particular.

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Eduard Aguilar entrevista a Eduardo Halfon en Alicante Plaza

Eduard Aguilar entrevista a Eduardo Halfon con motivo de la publicación de Biblioteca bizarra (Jekyll & Jill, 2018) y lo somete a un interrogatorio que gustará mucho a los bibliotecabizarradictos. En Alicante Plaza y Valencia Plaza:

SED BUEN@S Y LEED A LA SOMBRA: DIÁLOGOS ESTIVALES

Eduardo Halfon: «Nada les gustaría más a mis editores que una novela larga»

29/07/2018 – ALICANTE. Leer, leer, leer, escribir, leer, escribir, escribir, verbos que se conjugan con vicio, con el convencimiento de una trascendencia que no siempre ratifica la realidad editoEstebanCh_NoticiaAmpliadarial. En el caso de Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971), el camino desde el aprendizaje de la escritura de un ingeniero, por el mecanismo inmersivo de la lectura, ha dado como resultado una sólida carrera hacia el canon, hacia un canon, pero no ciertamente hacia la canonización. Halfon es huidizo a su pesar, migrante obligado por fuerzas tan grandes como la violencia. Transita como un flâneur literario por los entresijos de su memoria familiar y afectiva, picotea aquí y allá y vampiriza su legado cultural para construir una de las más sólidas trayectorias literarias de la actualidad.

Escribía Alberto Manguel en La biblioteca de noche que “los que me visitan me preguntan con frecuencia si he leído todos mis libros; generalmente contesto que, sin duda, los he abierto todos. Lo cierto es que, para ser útil, una biblioteca no necesita ser leída en su totalidad: a todo lector le conviene un equilibrio razonable entre el conocimiento y la ignorancia, entre el recuerdo y el olvido”.

Y como un equilibrista entre el recuerdo y el olvido, Halfon ha reunido seis crónica literarias y personales de su relación con su entorno, con su país de nacimiento, con el lenguaje, con los libros, y los ha empaquetado junto a Víctor Gomollón, editor de la zaragozana Jekyll & Jill, en un garboso volumen envuelto en una camisa a todo color, desde la que nos mira socarrón el guardaespaldas de Mario Sandoval Alarcón, fundador del Movimiento de Liberación Nacional y padrino de los escuadrones de la muerte, fotografiado en plena campaña electoral de 1981, por la reportera gráfica Jean-Marie Simon.

En una conversación off-line/on-line transatlántica, Alicante-Nebraska, Eduardo Halfon nos habla de ficción, de memoria, de autores, escritores, editores y lectores. Algunas de las preguntas de este cuestionario son sugerencias del lector, filólogo y profesor de literatura Rafa Teruel (Puente de Génave, 1970)

—¿Dónde se encuentran las influencias de Eduardo Halfon? ¿Cual es su filiación literaria? ¿Qué lees, qué escuchas, qué ves que luego se vierta en tus escritos?
—Las influencias son fuerzas, decía Raymond Carver, irresistibles como la marea. En mis primeros libros, en Saturno, en El ángel literario, incluso en De cabo roto, es evidente que lo que me estaba influenciando era mis lecturas. Tanto como lector —actividad en la que estaba muy entusiasmado, hasta un tanto enloquecido—, como por mi condición en aquel momento de profesor de literatura. Todo eso se iba metiendo en mi obra. Pero luego hubo un cambio. En 2007 me marché de Guatemala, a España. Renuncié a Guatemala, renuncié también a la docencia, y empecé a dedicarme sólo a escribir. Surge entonces El boxeador polaco, un libro que más que beber de influencias literarias empieza a beber de las influencias vivenciales. Es ya mi vida la que va marcando lo que escribo. Y digo mi vida muy ampliamente. Desde entonces, en esta última década, todos mis libros y cuentos y aun ensayos han sido producto de experiencias vivenciales. Una conversación con mi padre, algún viaje, recuerdos de la infancia, el nacimiento de mi hijo. No estoy retratando mi vida en mi obra. No estoy escribiendo mis memorias ni mi autobiografía. Sino que hay chispas de mi vida diaria que irresistiblemente me mueven a escribir. Las influencias, por tanto, ya son más vivenciales que literarias. Al menos por ahora.

—Pre-Textos, Fulgencio Pimentel, Libros del Asteroide, Jekyll&Jill, Páginas de Espuma, Alfaguara, Anagrama, AMG… ¿hay como un anhelo de libertad en esta dispersión bibliográfica?
—No sé si es un anhelo de libertad. No lo planifiqué así. Nunca fue mi intención buscar tantas editoriales distintas. De hecho, al mirar una estantería, me gusta cuando son iguales todos los lomos de los libros de un autor. Es muy agradable, como lector y comprador de libros, entender el conjunto de un autor como una obra única, visualmente. Pero en mi caso no se dio así. Quizás hay una razón: no creo en el matrimonio entre escritor y editor, entre autor y editorial, sino más bien en el matrimonio entre manuscrito y editorial. Cada manuscrito necesita su propia casa. Yo tengo libros muy particulares que requieren a un editor que sepa presentarlos y mimarlos de una manera bastante especial. Saturno, por ejemplo, es un libro breve y extraño que necesitaba un Jekyll & Jill, donde supieron darle a ese texto la presentación que requería: el diseño de la cubierta, las dimensiones del libro, etcétera. El ángel literario, publicado en 2004 por Anagrama, es un libro muy literario, metaliterario, híbrido de géneros, muy en la línea editorial de Anagrama, al menos la Anagrama de aquel entonces. No es un anhelo por la libertad del autor, entonces, sino un anhelo por la libertad del manuscrito. Hay que buscarle a cada manuscrito su mejor casa, su lugar en el mundo.

—¿Para cuándo subir un ocho mil narrativo, una novela larga? ¿O todo lo publicado hasta ahora se puede considerar capítulos de una gran novela?
—Nada les gustaría más a mis editores que una novela larga. Es lo que se vende. Es lo que los editores y libreros quieren. Incluso es lo que los lectores quieren; lectores de novela larga, épica, que valga los quince o veinte euros que han pagado por ella. Pero ese no soy yo. Yo soy un escritor de distancia corta. Me siento muy cómodo en lo breve, en historia cortas, ya sean estas de un folio o de cien. Duelo, por ejemplo, es para mí un cuento de cien páginas, para ser leído de una sentada, con esa intensidad de lectura. Y la verdad es que, mientras estoy escribiendo, poco me importa lo que quieran vender los libreros y los editores. Yo tengo que escribir lo que tengo que escribir, no lo que se tiene que vender. Pero sí, si juntas mis libros, si reúnes y ensamblas todos esos pequeños libros, la suma es un solo libro. No me atrevo a decir una sola novela, o capítulos de una sola novela, porque la idea de novela es otra. Tal vez una novela episódica, fragmentaria, de las andanzas de un mismo narrador. Pero sí es un solo libro el que estoy escribiendo, y lo voy publicando por entregas, sin planificación, sin saber hacia dónde va, ni qué historia va a crecer, ni qué personaje me visitará de nuevo, de cuándo terminará o terminaré.

—¿En algún momento habrá un Halfon utilizando el inglés como lengua literaria? ¿Sería el mismo Halfon que en castellano?
—El inglés siempre está muy presente cuando escribo. Muchas veces sé lo que quiero decir en inglés y debo buscar las palabras para decirlo en español. Pasé mi infancia y adolescencia en Estados Unidos. Estudié ingeniería en Estados Unidos, antes de volver finalmente a Guatemala. Ahora estoy de vuelta en Estados Unidos: desde hace ocho años vivo en Nebraska, vivo nuevamente en inglés. Mi lengua literaria, no obstante, es el español. Sólo escribo en inglés si alguien me lo solicita. Por ejemplo, “Mejor no andar hablando demasiado”, el texto que cierra Biblioteca bizarra, es una crónica que me fue solicitada en inglés, la escribí en inglés, y después, para el libro, yo mismo la traduje al español, modificándola un poco, tomándome algunas libertades, no sólo con la historia sino también con el lenguaje. Pero incluso ahora, viviendo aquí en Estados Unidos, sigo escribiendo únicamente en español. Aunque escriba sobre experiencias en Estados Unidos, sigo escribiéndolas en español. No sé por qué. Tal vez porque es la lengua de mi infancia.

—¿Parte de tu obra se puede enmarcar dentro de la “literatura del lager”, a la manera en que lo es parte de la obra de Sebald, por ejemplo?
—Lo primero que se me viene a la mente cuando leo “literatura del lager” es literatura que sucede dentro del campo de concentración, dentro del lager, y en mi caso no es así. En mi obra nunca llega el lager. Aunque siempre está ahí, rondando, como una especie de fantasma. Estoy escribiendo sobre los campos de concentración nazi debido a mi abuelo polaco. Esa es mi herencia, mi obligación. Pero nunca he escrito desde adentro del lager. No soy quien para escribir sobre un campo de concentración nazi, sobre ese sufrimiento humano que experimentó mi abuelo. Pero sí puedo escribir sobre el lager en la distancia, a través de mi abuelo, desde el punto de vista de un nieto que ve ese lager con la mirada de su abuelo. Esto es algo que tenía muy presente cuando escribí el cuento El boxeador polaco. Durante años llevaba ese cuento metido en la bolsa, pero no sabía cómo contarlo, o quizás me daba miedo contarlo. Tardé mucho tiempo en lograr escribir ese cuento de apenas diez folios, y en parte creo que fue porque no quería escribir dentro de un lugar que yo no conocí personalmente. Resolví el cuento apropiándome de la mirada de la experiencia ajena, de la experiencia de mi abuelo, y entendiendo que en el fondo no era un cuento sobre el lager. No es literatura del lager, sino de algo más profundo y rabioso y universal.

—Obras como Signor Hoffman, Monasterio o Duelo, ¿crees que pueden ser lecturas para alumnos de 4o de la ESO o Bachillerato, 15, 16 o 17 años, obras para seducir en la lectura?
—Aunque breves, no son libros fáciles, no son obras cerradas que se autoexplican. Son obras que requieren una lectura muy atenta, de un lector muy participativo, y creo que en eso reside su clave. Hay lectores pasivos que quieren que les des la historia, que se las cierres, que se las expliques, que se las sirvas sólo para comérsela mientras vuelan a la Riviera Francesa o a Cancún. Pero en mi caso no es así. Creo que tiene que ver con que soy en esencia un cuentista, que escribo con la intencionalidad de un cuentista. El cuento funciona en un plano más cercano a la poesía que a la novela. Hay algo que un lector debe sentir en el cuento, más que pensar o descifrar. Signor Hoffman, Monasterio, Duelo, Saturno, Biblioteca bizarra, requieren de un lector muy atento, muy participativo, tenga 15 ó 40 años. No es tanto la edad como el tipo de lector, su disposición. Si el lector joven o de bachillerato llega a entender esto, si su profesor logra inculcárselo, la literatura puede ser una experiencia muy enriquecedora. Y el lector entonces se vuelve mi cómplice, mi socio, y vamos escribiendo juntos.

“Les dicen los desechables porque ya no sirven para nada. Yo los conocí mi última tarde en Bogotá, en una localidad industrial llamada Puente Aranda, bajo una llovizna etérea, casi invisible, que ni siquiera mojaba”, así empieza el segundo de los seis textos que forman Biblioteca Bizarra, el volumen de Halfon editado por la editorial Jekyll & Jill, Los desechables, originariamente publicado en el libro Bogotá contada 4, por el Instituto Distrital de las Artes, en 2017. Doce páginas y una fotografía de grupo con los “desechables”, entre los cuales no sabemos identificar al preguntador con alma de entrevistador, el lanzador de las preguntas que Eduardo Halfon intenta responder a continuación, en diferido, tiempo después de haberlas intercalado en el relato, interpelaciones a bocajarro.

Preguntas ‘Biblioteca bizarra’ 

(Extraídas del texto Los desechables):

—¿Qué cosa podría decirme usted hoy, como escritor, para ayudarme?
—No crea en la certeza. No crea que toda decisión es definitiva. No me crea nada.

—¿Escribir, para usted, es como rezar?
—No, escribir es mucho más religioso.

—¿Usted cree que consumir drogas puede ayudar a un escritor?
—No, si quiere escribir mejor. Sí, si quiere mejor sexo.

 —¿Y usted a quien honra cuando escribe?
—Al lenguaje, nada más.

 —Si usted no tuviera comida, ni dinero, ni casa, ¿seguiría escribiendo?
—Sí, pero por las noches, al volver de mi trabajo como ingeniero.

 —¿Cuál diría usted que es su infierno?
—Mi propia mente. Ahí me construyo y destruyo a mí mismo.

—¿Cree usted que se puede escribir honestamente de la muerte de un hombre si nunca se ha visto a un hombre morir?
—Honestamente, no. Literariamente, sí. No es lo mismo. La honestidad de la literatura reside en saber mentir hasta que ya nadie recuerde y a ni le importe que aquello que has escrito es una mentira. Y un hombre muerto en la página, entonces, se convierte en mucho más que un hombre muerto.

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Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon en Boulevard Literario


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Olga Vallès reseña Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon, en Boulevard literario:
Un orondo pistolero matón que luce una estridente camisa amarilla y un pantalón acampanado rojo, nos desafía desde la cubierta del último libro de Eduardo Halfon. Llegamos a él después de la sobria y elegante edición de esa absoluta belleza de texto que es «Saturno» y el contraste entre la portada de éste y la colorida imagen de Biblioteca bizarra no puede ser más desconcertante. Como es aconsejable hacer siempre con los libros publicados por Jekyll & Jill, hay que sacar  cubiertas y explorar a fondo el libro. Siempre hay sorpresas. Gratas y originales. Este pequeño volumen no es una excepción. Las portadas son amarillas y en un periodístico collage se recogen distintas acepciones del término «bizarro» ¿Pero qué tenemos exactamente entre manos? ¿Dónde está ese Halfon delicado y grave, conmovedoramente sobrio que conocimos en lecturas anteriores? Pues leyendo las 6 crónicas que componen Biblioteca bizarra, ese Halfon que tanto nos gusta está ahí mismo. Lo único que ha pasado es que, posiblemente confabulado con su editor, ha dejado volar su vena más lúdico-festiva, jugando ingeniosamente con nosotros al equívoco, que no, al engaño.
Empezar a leer «Biblioteca Bizarra«, el primero de los textos que da título al libro, significa relajarse y respirar tranquilos. Es empezar a leer y dejarse llevar a través de una interesante visita por curiosas bibliotecas personales seleccionadas por el autor que dan pie a las primeras reflexiones sobre el papel del escritor y la literatura.
¿Debe la literatura reflejar la realidad, comprometerse con ella, denunciar lo denunciable? ¿Hasta qué punto el escritor solo debe ficcionar o debe implicarse en la realidad que conoce?
En «Los desechables», la segunda crónica de Biblioteca bizarra, el autor establece un diálogo con las voces marginadas y olvidadas de la sociedad, un diálogo entre realidad y literatura, entre el escritor y la vida. Halfon hurga en el drama cotidiano y las miserias de unos individuos perdidos por causa propia o ajena y de ese contacto, del intercambio de presuntas preguntas y respuestas, la empatía y la humanidad trascienden más allá de las palabras.
En «Halfon, Boy», esa profunda humanidad enlaza con la condición cercana del propio escritor que va a ser padre. Asistimos al despliegue de un preciso y precioso andamiaje literario en el que se van alternando las reflexiones entorno a la obra del poeta Williams Carlos Williams que Halfon está traduciendo, con los miedos e ilusiones que le genera la responsabilidad de su próxima paternidad.
El niño siempre presente. El que va a tener y el que él mismo ha sido. La infancia como lugar de búsqueda y encuentro. Recuerdo y evocación de un tiempo en el que el escritor va en busca de sus orígenes, como persona y como literato. Así, en «Saint-Nazaire» y «La memoria infantil», la escritura adquiere dimensión de respuesta, explicación y posible redención, paseo por los recuerdos y las imágenes recuperados del pasado a partir de pequeños destellos de la memoria sobre los que se proyecta y construye el relato, el artefacto narrativo que cobra todo su sentido.
Por desgracia, Biblioteca bizarra se nos está acabando. No queremos abandonar sus páginas, demoramos el final  y sentimos ya la necesidad de una segunda relectura. Cierra el libro, «Mejor no andar hablando demasiado», donde percibimos y recuperamos la imagen de la cubierta, volvemos al chulesco personaje que pistolón en mano nos recibía en la portada y su presencia cobra sentido.
El miedo y la amenaza consiguen callar bocas, silenciar plumas y quemar papel, pero allí donde haya un escritor, y si ese escritor es Eduardo Halfon, seguro que siempre habrá un lugar, aunque sea lejos de sus raíces, en el que pueda encontrar su propio «pedacito árido de tierra» para seguir hilvanando retazos de memoria que se conviertan en literatura.
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La librería Los editores recomienda Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon


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Pilar Eusamio y Manuela Partearroyo, libreras de la librería Los editores (Madrid) recomienda Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon en Los diablos azules, Infolibre

Biblioteca bizarra reúne seis crónicas literarias y personales sobre la relación de Eduardo Halfon con su entorno, con su país de nacimiento, con el lenguaje, con los libros. Una dialéctica entre el oficio de ser escritor y el oficio de vivir.

«Yo pasaba aquellos días dando clases, y leyendo libros al igual que un viciado, y aprendiendo a escribir como si mi vida dependiese de ello (quizás mi vida sí dependía de ello), y antes de darme cuenta ya había publicado mi primer libro. Así nomás. Casi por accidente. Me había tropezado con los libros, y luego había caído en la escritura. Pero algo finalmente me empezaba a hacer sentido, sobre mí mismo, sobre mi país. Y entonces llegó un salvadoreño endiablado y me dijo que huyera de Guatemala lo más pronto posible.»

 

Librería Traficantes de sueños recomienda Biblioteca bizarra



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Librería Traficantes de sueños recomienda Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon, para este verano.

Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon (Editorial Jekyll & Jill, 2018) reúne seis crónicas literarias sobre la relación del autor con Guatemala, a través del lenguaje y los libros. Fusión de vida y literatura emborronada a modo de autoficción.

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Biblioteca bizarra en Artes y Letras Heraldo de Aragón

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Íñigo Linaje reseña Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon, en Artes & Letras de Heraldo de Aragón:
Todos sabemos que hay cosas que es mejor no decir. Podemos empezar por ahí; por la inquietante visita que un escritor recibe en su casa. Por una amenaza disfrazada de advertencia: «mejor no andar hablando demasiado». El error cometido por el joven novelista es el siguiente: haber publicado una singular carta al padre en forma de libro: un artefacto literario envenenado y lleno de odio. Este episodio cierra el último relato de ‘Biblioteca bizarra‘ (Jekyll & Jill, 2018), un volumen que reúne seis crónicas que Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) había publicado previamente en revistas y libros colectivos. El texto final aborda los años de formación del escritor, y consigna la desaparición —a manos de fuerzas militares— de otros compatriotas vinculados a las letras. Decía Cioran que un libro debe constituir un peligro para el lector; si no es un libro fallido. Dice Vila-Matas que si un escritor no se atreve a todo, jamás será un escritor. El propio Halfon lo advierte en su última novela: «Ninguna historia es imperativa, ninguna necesaria, salvo aquellas que alguien nos prohibe contar». He ahí una rotunda declaración de principios: es lo que Michel Leiris denomina literatura como tauromaquia. Todo lo que Eduardo Halfon ha hecho hasta la fecha en su obra, ha sido exponer su vida en el ruedo amenazante de la realidad, e intentar reconstruir, por medio del lenguaje, el edificio en ruinas de su identidad. Una reconstrucción, a través de la memoria, de sus orígenes familiares y su itinerario vital, algo que queda expuesto de manera magistral en la quinta crónica del libro, que lo mismo funciona como móvil evocador que como poética personal: «La memoria narrativa —dice— no es fluida. No es continua. Más que como una película, se manifiesta como una serie de imágenes fragmentadas. De cuadros. Abro el álbum de mi memoria y veo varias fotografías, y quiero narrarlas. Darles sentido». Economía verbal e intensidad lírica, claridad y contención: son los rasgos que mejor definen a este audaz orfebre de la lengua castellana. A su pasión por los libros dedica el texto que da título al volumen; a los prisioneros de una cárcel de Bogotá el segundo de la serie. Pero si hay una crónica brillante, y de una ternura conmovedora, es ‘Halfon, boy’, una carta dirigida a su hijo (y revés amable del último relato) donde el futuro padre muestra sus miedos e inquietudes ante la perspectiva de la paternidad. A medio camino entre la confesión y el reportaje, y con una prosa extremadamente delicada, Eduardo Halfon hace en estas páginas —igual que en sus mejores narraciones— un ejercicio soberbio de introspección. Y ensambla, con una naturalidad y contundencia poco habituales, vida y literatura, memoria y verdad. La generosidad siempre delante. ÍÑIGO LINAJE

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La librería Caótica, de Sevilla, recomienda Biblioteca bizarra



Belén Rubiano recomienda Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon, en el blog de la librería Caótica (Sevilla).

La memoria narrativa no es fluida. No es continua. Más que como una película, se manifiesta como una serie de imágenes fragmentadas (…) ¿Por qué? Veo esas imágenes en el álbum de mi memoria: inconexas y opacas y acaso inventadas. El hilo que las une es la literatura. La literatura, hilvanándolas, les da sentido. El oficio de un escritor no difiere del oficio de un sastre. Parches, remiendos, costuras, hilos, retazos que, con oficio, crean la ilusión de un todo.

Biblioteca bizarra
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Jekyll & Jill

A lo largo de estas seis crónicas brevísimas y autobiográficas, Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) narra su encuentro con los libros, con la escritura, con otros escritores, con la infancia, con su país y, como no podía ser de otro modo, con el exilio. Es de una concreción tan brillante que pocas veces he leído un texto que respete tanto el tiempo que el lector necesita para hacer otras cosas. Porque escribir no debe confundirse con abusar, yo también resolveré en muy pocas líneas el placer de recomendarlo. Este es un libro para quienes saben que aunque no podamos cambiar el hecho de que vivir es pisar de mentira en mentira (piadosas o no, chicas o grandes) no hay mayor sinceridad que dejar una biblioteca en una casa prestada o propia antes de abandonar el mundo. Los libros leídos, los releídos, los intonsos de los que no quisimos deshacernos, los dedicados, los robados o no devueltos, los que merecieron ser cargados en mudanzas o se quedaron en las divisiones, los repetidos, las obras completas de poquísimos, los que nos regalaron quienes nos quisieron mucho y nos conocieron mal, todo está ahí.
Armad una biblioteca y lo que el gran silencio cubrirá cuando llegue su hora será una inmensa verdad sin imposturas tan fácil de leer como miles de libros cerrados.

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Biblioteca bizarra de Eduardo Halfon en Deborahlibros


BIBLIOTECA BIZARRA, DE EDUARDO HALFON

 

BB COVERS.inddLo bizarro de Eduardo Halfon es lo bien que mezcla realidad e invención, lo bien que supera la última pantalla de la llamada autoficción. Para bizarra su alquimia. Resulta delicioso acompañar a este hombre en sus reflexiones sobre bibliotecas, escritores y lecturas en los primeros fragmentos de este libro que recoge seis textos que habían sido publicados en diversas revistas y periódicos. El placer con mayúsculas llega con dos de ellos, “Los desechables” y “Halfon boy”, porque es cuando Halfon desata ese talento inmenso que tiene para mezclar su vida con la literatura o para hacer de su vida literatura pata negra. Todos me han gustado pero si tuviese que elegir colocaría esos dos en la primera fila porque con ellos consigue eso que tantos aspiran a lograr y pocos alcanzan: emocionar al respetable. Y la emoción que nos regala Halfon siempre llega de forma sutil, suave, nos lleva de la manica hasta el final de un relato y nos deja mirando la última línea como quien contempla el último verso de un poema inolvidable. En tercer lugar del podio se sitúa el último, “Mejor no andar hablando demasiado”, que te deja temblando y da sentido a esa cubierta memorable. Gora -pero gora mil veces- Halfon.

Recomendación: a gustosos de lo mejorcito que se escribe actualmente en castellano.

Foto cabecera: Joan Puig para elperiodico.com

 

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