Entrevista a Diego S. Lombardi en PenúltiMa



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Paco Inclán entrevista a Diego S. Lombardi, autor de la novela La coronación de las plantas, en Revista PenúltiMa.

Con su primera novela, Reflexiones de un cazador de hormigas, Diego Lombardi obtuvo el prestigioso premio ALBA narrativa. Con la segunda nos propone un viaje al mundo mágico de las plantas en el que el escritor argentino descifra mensajes ocultos de un herbario con poderes lisérgicos. Con pluma hábil, Lombardi nos arrastra por escenarios y personajes que parecen extraídos de un lugar donde, en palabras del autor, la materia aún no se configura y los pensamientos adquieren una densidad aterradora.

 

La primera es fácil: ¿qué has querido contarnos con La coronación de las plantas?

El libro surge por las ganas de compartir una historia y una serie de sensaciones e imágenes que fueron conformándose alrededor de infinidad de notas y entradas, producto del registro de vivencias personales, lecturas y meditaciones, hilvanadas por un designio que tiene que ver más con la intuición que con el artificio. El hecho de no poder controlar o racionalizar ciertos aspectos del proceso agrega una esfera que excede cualquier intento de explicarme. Sí queda en evidencia una exploración de los distintos grados de enlace entre los elementos, un tiempo que pierde su aparente linealidad, voluntades que trascienden cualquier dualismo y el horror de descubrir el doble fondo de una realidad tambaleante. La novela debe leerse como un mensaje de las plantas que me fue revelado durante todo aquel tiempo que pasé deambulando entre las plantas las plantas las plantas y que, por pertenecer a un mundo desconocido, se expuso a través de la única conexión común, hallada en terrenos arcaicos y primitivos e impregnada de intenciones olvidadas por la cultura.

En la novela llama la atención la mezcla de la sabiduría mística de las plantas con constantes referencias a la cultura occidental; una mezcla de herbario mágico con cultura ocultista-pop al fondo. ¿Qué conexión estableces entre ambas?

En la novela aparecen muchas cosas que me interesan y que provienen de fuentes de lo más diversas. La conexión es, tal vez, un hecho fortuito. La cosa pop está ahí, Marilyn Monroe llega sin que la busques; el conejo que atosiga con una lanza a un hombrecillo en el espacio liminar de un herbario del siglo XVI digitalizado y disponible en el portal de la Biblioteca Estatal de Baviera, difícilmente; aunque, ¿quién sabe? Antes de darte cuenta te habrás alejado demasiado por seguirlo a través del infinito hoyo negro del mashup.

La aparición de personajes misteriosos y escenas desconcertantes otorgan una dimensión mágica a la lectura de La coronación de las plantas. A medida que avanza la lectura, lo que llamamos realidad y fantasía se acaban confundiendo. Hay momentos en los que no se sabe muy bien qué está pasando, un desconcierto muy estimulante para los que nos gusta que nos saquen de nuestra esfera plana y predecible. ¿Cómo fue el proceso de escritura de la novela? ¿Igual de desconcertante o tenías claro el qué y cómo querías contarlo?

Me dejé arrastrar durante un par de años por un concepto difuso, una escena y la persuasiva presencia de las plantas. La irrupción constante de estos elementos terminó por tamizar todas mis observaciones y tuvo su momento más significativo durante una larga temporada en el monte. Sobre esta búsqueda y exploración fueron manifestándose personajes, algunos de forma esporádica y poco nítida, otros de forma insistente y concreta, provenientes de realidades tan distintas que parecen de fantasía. No fue sino hasta regresar a la ciudad cuando pude organizar y destilar el material de varios archivos y tres cuadernos de tapa dura, lisos y forrados en papel araña verde. Para ese entonces había logrado componer una imagen bastante clara del libro que quería hacer y me senté frente al teclado durante algunas semanas y en total abstracción. Al terminar, lo que bien dices: el desconcierto.

El lenguaje está muy cuidado. Gracias a eso logras introducir al lector en escenarios muy confusos a la vez que perfectamente verosímiles. No es fácil hacer que parezca fácil lo que fue complicado. ¿Trabajaste con muchas versiones antes de enviar el manuscrito a la editorial?

Hubo una primera versión casi idéntica a la definitiva, por supuesto que mucho más torpe y arrebatada. Continué trabajando el manuscrito durante algunos meses, limando asperezas y amenizando las formas. He cuidado el lenguaje como a un jardín. Aun así debo advertirte que al fondo, en los yermos que separan largas parrafadas, crece oculta una planta, esa que siempre es arrancada ni bien se la distingue de entre las rosas.

Ahora que están de moda todo tipo de terapias, ¿por qué no recurrir al poder mágico del herbario? ¿Qué cambios sociales experimentaríamos si se normalizara el consumo de plantas como método sanador, mágico y/o terapéutico?

Para esbozar una respuesta más concreta tendríamos que definir múltiples aspectos. ¿Puede considerarse un método sanador una dieta basada en plantas y frutos? ¿Desde qué lugar una persona decide tomar un té de tilo para relajarse, vaporizar flores de Bach para armonizar su vida o cocinar una pócima para acceder a planos de existencia más sutiles, allí donde la materia aún no se configura, pero donde los pensamientos adquieren una densidad aterradora? Considero el consumo de plantas, más que un método, una herramienta que puede desencadenar procesos de toda índole. He visto alguna vez el anuncio de una crema facial que hecha de aloe vera promete eliminar cualquier tipo de cicatriz; han transcurrido eones y aún continúo untándome, porque no veo mi cicatriz, pero la siento. ¿Sigue estando ahí? ¿Puedes, por favor, decirme?

¿Cómo valoras tu primera experiencia editorial en España? ¿Qué tal ha sido el proceso con Jekyll&Jill?

Publicar es siempre satisfactorio y conlleva la posibilidad de poder compartir mi trabajo con más personas. El proceso con Jekyll&Jill ha sido maravilloso. Víctor es un editor detallista, que asume riesgos e imprime en sus libros una dedicación asombrosa. Contar, además, con el alucinante y ponzoñoso lápiz de Claudio deviene en una situación ideal que nada deja librado al azar, haciendo de esta novela un objeto delicado y complejo.

La coronación de las plantas es una novela rica en referentes literarios y cinematográficos, ¿cuáles son tus lecturas y películas de referencia?

Tengo en más alta estima aquellas obras de carácter menos perecedero, que asumen riesgos en su contenido y estilo, resultan atractivas por sus particularidades o demuestran maestría en su ejecución. Ni qué hablar de esas creaciones en las que se ha apostado todo. Me gustan los clásicos, el pulp, el género, lo experimental. Que se deslicen referencias ha sido algo inevitable, como así también la filtración de cierto bagaje común a una generación inicialmente educada por la homogénea luz del televisor, aún lejos de la variedad y oferta de contenidos que, junto al acceso a Internet, llegaría en décadas posteriores.

¿A quién recomiendas la lectura de La coronación de las plantas?

A quienes hayan soñado con gorgojos en el arroz is arroz, escuchado los gritos del pasto recién cortado o comprendido de qué se trata acariciar a un gato en la madrugada.

¿Y a quién un viaje herbo-lisérgico?

Un viaje herbo-lisérgico podría salvarte la vida, asustarte y dejarte confundido o entretenerte con imágenes de colores vistosos; cada persona leerá lo que le permitan sus ojos, así como la intención y el contexto serán fundamentales en el desarrollo de la odisea. Recomendado para todos, lo que es casi lo mismo que recomendado para nadie.

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La coronación de las plantas en revista Penúltima



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddLa revista PenúltiMa publica en exclusiva las primeras páginas de la novela La coronación de las plantas, de Diego S. Lombardi

Una novela o un viaje herbo-lisérgico, es complicado decir en qué consiste exactamente La coronación de las plantas del argentino Diego S. Lombardi e ilustrada por Claudio Romo, que edita Jekyll & Jill, editorial que, generosamente, ha decidido regalar un lote de libro, póster, postal y marcapáginas mediante un concurso, puedes averiguar más sobre el concurso siguiendo este enlace.

Debíamos seguir el camino de tierra, vadear el río y continuar hasta donde la huella se pierde, donde antes había un cartel que señalizaba el sendero y donde ahora no quedaba más que el poste. Teníamos las vagas referencias de pasar una lomada, una higuera, datos proporcionados por un anciano con quien nos topamos a escasos pasos de la iglesia; había indicado la dirección a seguir frunciendo los labios, acompañando el gesto con un seco movimiento de la cabeza. El sol de la tarde hacía sentir su calor con una intensidad inusitada para la primavera. Nos detuvimos en una explanada a estudiar las posibilidades, pues ninguno de aquellos senderos ocultos por la maleza se ofrecía más importante que otro; a primera vista parecían no tener el mismo destino. Saqué de la mochila una botella, di unos sorbos y se la pasé a Paula. Antes de guardarla eché un poco de agua sobre mi coronilla. Y entonces lo vi, casi junto a nosotros. El Guriburi. Así lo bautizamos luego. No sé a quién de los dos se le ocurrió semejante apodo, pero la ambigüedad de aquella absurda palabra encajaba de maravilla con su persona. Había aparecido de la nada misma. Nunca supimos su nombre y continuamos refiriéndonos a él con aquel mote que parecía cargar cierta intención peyorativa. Avanzaba con la vista hacia el suelo, levantando de tanto en tanto la mirada para que descubriéramos unos ojos chiquitos e inquietos.…seguir leyendo

Saturno y Cosmotheoros en El Hype


Jesús García Cívico dedica un excelente artículo a Saturno, de Eduardo Halfon, y Cosmotheoros, de Christiaan Huygens, ilustrado por Alejandra Acosta, en El Hype.

¿Se suicidan los escritores extraterrestres con pistolas láser?

¿Se suicidan los escritores extraterrestres con pistolas láser?

Solo existen dos posibilidades: que exista vida inteligente fuera de la Tierra o que no exista. Siempre he sentido, de esa forma móvil, oscura e íntima que adquieren las cuestiones que apuntan a nuestra más profunda identidad, que ambas resultaban perfectamente intolerables. Solo recientemente he entendido que únicamente una de esas dos posibilidades debería causarnos desazón: que estemos solos entre miles de millones de planetas habitables de un universo interminable.

¿Y cómo serán esos seres de los que ahora no sabemos nada?, me pregunto. Pregunto: ¿qué aspecto tendrán?, ¿y su ropa? ¿Serán buenos? ¿Qué filosofías, qué narraciones, qué historias darán significado a su intrigante –para nosotros– existencia? ¿Leerán? ¿Escribirán? ¿Se suicidarán sus escritores como en la Tierra lo hicieron Sylvia Plath, Pavese, Pizarnick o Virgina Woolf?

Creo que Christiaan Huygens (La Haya, 1629-1695) respondería con atrevimiento ilustrado que sí, que los escritores de otros planetas no tendrían por qué no sentir una melancolía afín a la que sienten en la Tierra los hijos doloridos devorados por padres saturninos. Los suicidios se ajustarían a la atmósfera, a la temperatura, a la superficie serena, fluvial o gaseosa y a otras condiciones naturales del planeta.

Pero de huidas a la galaxia Gutemberg, listados de suicidas y profundos reproches paterno-filiales sabe más —lo descubrí también este verano— el Saturno de Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971), editada, al igual que Cosmotheoros, por una editorial por la que sentimos cariño terrícola y humana predilección: Jekyll & Jill

Christian Huygens (1629-1695)

Terminado en 1695, el mismo año de la muerte de su autor, el Cosmotheoros de Huygens es un libro hermoso, un artefacto vitalista que resulta improbable, quizás por solo la grisácea obsesión de los manuales escolares de la historia patria por limitarse tradicionalmente a hablar de reyes, conquistadores y batallas, en lugar de hacerlo sobre visiones celestes, barcos cargados de relojes de péndulo para medir la longitud exacta del mar, hacedores de telescopios, debates de ideas, soñadores de estrellas.

La edición de Saturno, por su parte, es una iniciativa de Jekyll and Jill (España) y SOPHOS (Guatemala) para rescatar, actualizándola, una nouvelle originalmente publicada en 2003 junto con Pan y cerveza, bajo el título Esto no es una pipa, el primer libro de Eduardo Halfon.

Cosmotheoros. Christiaan Huygens

La obra de Huygens, traducida con brío por Ruben Martín Giráldez, supone el primer tratado que conjetura la vida extraterrestre desde un punto de vista científico y a la vez el testimonio de un lugar y una época (Países Bajos, siglo XVII) extraordinariamente fértil para la cultura. Huygens dialoga en él con la valiente tradición astronómica de aquellos que supieron leer el cielo de forma inteligente y joven —Copérnico, Nicolás de Cusa, Kepler, Tycho Brahe pero también con algunos de los terrestres más sabios de la época: Descartes, Leibniz o Blaise Pascal.

Saturno es un texto fiero, entre el desbordamiento juvenil y el cálculo perfecto, sobre hijos opacados, lamentos, refugios literarios, narradores que reclaman amor, o mejor, comprensión vital mientras atisban de puntillas la figura inmensa, determinante y azarosa del padre recortada contra el cielo de la infancia: desazón, valentía, inventarios de muertos por disparos (Hemingway, Mayakovsky), hojas afiladas (Mishima, Salgari), cordón, cuerda o cinturones (Ernst Toller, David Foster Wallace, Gérard de Nerval).

"Saturno". Eduardo Halfon

Publicado en latín, tres años después de la muerte del estupendo astrónomo, pulidor de lentes y matemático, traducido con premura por un asesor de confianza de Pedro el Grande, Cosmotheoros elucubra la infraestructura extraterrestre en un universo inconmensurable, y luego las distancias, rasgos y perspectivas de los planetas del Sistema Solar, la Luna, las estrellas y el Sol: Saturno es en Cosmotheoros el objeto de la libido sciendi de un científico excepcional, la gran esfera anillada, el planeta singular.

Saturno, por su parte, es la entrada-aullido de Halfon en la literatura. Un universo íntimo, desasosegante (a menudo contradictorio y quizás por ello sincero y profundo), un listado de agravios existenciales hilado con la nómina nunca exhaustiva de los escritores suicidas. Un ajuste de cuentas con ecos de la Carta al padre de Kafka, una primera persona que recrimina dolida a su progenitor, esto es, a su nombre; un reproche sub-epidérmico enhebrado de forma fluida y fantasmal entre el amplio catálogo de suicidas de la literatura universal: Saturno es en Saturno el mito, el tiempo pasado, el devorador de hijos.

Dos Saturnos, pues. Pero, ¿hay alguna otra razón para hablar, como revueltos, de estos dos libros aquí?

Ilustración de Alejandra Acosta en "Cosmotheoros"

Ilustración de Alejandra Acosta

Creo que dos:

a) Un chaflán de honda simetría como observatorio privilegiado de dos mundos: la exploración del universo exterior / la exploración del universo interior.

b) El laberinto de la identidad que se descifra, precisamente, en la distancia: la identidad ahí fuera, la identidad dentro.

Eduardo Halfon

Eduardo Halfon

Sí, intuyo primeramente que la asimetría de ese espacio exterior cruzado de distancias pascalianas e infinitas que describe Cosmotheoros no se produce frente al universo de lo pequeño (como en la maravillosa y poética The Incredible Shrinking Man de Richard Matheson/ Jack Arnold) sino frente al universo… interior: lo más lejano y lo más hondo, la vida detrás de las estrellas y la vida en el interior del corazón; la luz de los astros fijos, posiblemente muertos, y el desfallecimiento de esa parte de nosotros mismos donde apenas llega la luz.

Ilustración de Alejandra Acosta en "Cosmotheoros"

Ilustración de Alejandra Acosta

El tratado de Huygens es la obra de un sabio lleno de voluntad, maravillado por el exterior sideral: la verdad –dice– es que cuando me paro a reflexionar llego a la conclusión de que nuestros conocimientos de aritmética son insignificantes y que estamos versados en los rudimentos más básicos de los números en comparación con lo que nos queda por saber, puesto que se requiere un inmenso acerbo que no se limite a 20 o 30 cifras en nuestra acostumbrada progresión de décuplos, sino tantas como granos de arena hay en la playa. Y, sin embargo, ¿quién puede asegurar que incluso un número tal excedería el de las estrellas!

Diagnóstico: Somos un grano de arena en una playa infinita, un ser de extraña suerte, apenas nada.

Y mientras, Halfon: ¿Oyes tú el tantaneo de las campanas? No. Todo esto da asco. Me da asco su nombre. ¿Y pájaros cantando en griego? Tampoco. Me da asco pensar en usted, padre. […] Usted me enseñó a no llorar, padre. Una sinfonía de voces, padre, eso son, eso somos. Somos, en fin, las voces que escuchamos.

"Saturno devorando a su hijo". Francisco de Goya

A Huygens le asiste el fundamento de la probabilidad, el optimismo de la observación, pero también el desprendimiento científico de su generosidad, por eso se le perdona la naturalización europea y algún exceso. La gran variedad de animales en nuestro planeta le lleva a imaginar otras faunas, otras flores y pronto un ser racional que se haga cargo de toda esa belleza: tanto si analizamos las cosas por sí mismas como por su proceso de producción es indudable que los mundos planetarios han de contar con tan estupenda variedad como el nuestro.

Y añade luego: creo que es más razonable convenir en que los habitantes de otros planetas disfrutarán de las mismas ventajas que nosotros […] deberíamos conceder que también ellos cuenten con estas bendiciones, a no ser que queramos acaparar todo lo buen para disfrute exclusivo nuestro como si valiésemos y nos mereciésemos más que otros.

Y en el Saturno sentimos que Klaus, el hijo de Thomas Mann, no llegó a encontrar (por acudir a la imagen de Kafka), el lugar libre que el cuerpo tendido de su padre deja en el mapa del mundo o de la vida, la intimidatoria autoridad de la figura paterna, la primera tiranía, la apatía inaugural, la huida al lenguaje y desde ahí recorremos los pasos de Fenimore Woolson, las Dream Song de Berryman, las últimas palabras de Paul Celan.

Ilustración de Alejandra Acosta en "Cosmotheoros"

Ilustración de Alejandra Acosta

Sorprende en verdad, incluso hoy, tiempo de extrañas positividades, la fuerte carga de optimismo y esperanza cósmica que irradia Cosmotheoros, más aún al conocer, gracias al estupendo aparato de notas de esta hermosísima edición de Víctor Gomollón, el estado anímico en que se hallaba el autor en los últimos años de su vida, tan en las curiosas antípodas de la nómina de los autores-Halfon, y sin embargo, algo afín y luminoso se localiza en la completitud de las dos obras, algo ordenado como dirigido a desvelar los materiales de los que estamos confeccionados: doble interpretación de una pregunta ¿quiénes somos? imposible de responder del todo sin detenerse a pensar bien de dónde venimos: las estrellas, los padres.

Cosmotheoros observa el mundo circundante para establecer conjeturas lógicas sobre el mundo exterior. Lentes, péndulos, antropología materialista, telescopios, lucidez, atinos y desatinos, ingenuidades, algún patinazo, a mí me parece una libro singularmente hermoso porque apunta justamente a la curiosidad, las ganas de saber y de vivir, al respeto por la razón que a menudo llevan… los otros, a la vitalidad como cualidad laica del alma, a la apertura del corazón a la sorpresa, a la necesidad de contarlo, o de cantarlo, como en La naturaleza de las cosas, el maravilloso libro de Lucrecio.

Saturno supuso el inicio de la marcha literaria de un escritor deslumbrante, Eduardo Halfon, del que enseguida, y creo que eso es lo mejor que se puede decir de un gran escritor, dan ganas de leerlo todo.

Dos títulos representativos del universo Jekyll and Jill. Dos miradas a dos mundos muy profundos, el universo exterior y el universo… interior, dos formas de indagar sobre una identidad sólo en apariencia dislocada, como el stevensoniano nombre de la estupenda editorial que los ha unido, para goce de lectores cuidadosos, en su personalísimo catálogo.

Astronomía

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Tantas mentiras de Paco Inclán en el Diario Veracruzano (México)



Tantas Mentiras Paco InclánMayra Goxcon reseña Tantas mentiras de Paco Inclán en el Diario Veracruzano

Entre el periodismo y la ficción: ​Tantas mentiras
Si andan en busca de un texto que rete su intelecto y a la vez les divierta Paco Inclán escribió  estás doce de actas de viaje y novela para su deleite.
Aunque no se trata del primer trabajo publicado del valenciano, ya que le anteceden La solidaridad no era esto (La Tapadera, 2001), El País Vasco no existe (La Tapadera, 2004), La vida póstuma (Fides Ediciones, México D. F., 2008) y Hacia una psicogeografía de lo rural (Fundación Campo Adentro, Madrid, 2011).
Es en 2015 cuando hace mancuerna con JEKYLL & JILL y vaya el resultado, un libro lleno de paisajes, cotidianidad y mucho absurdo. Vale la pena seguirle la pista tanto a la editorial como al escritor.
Letras que hablan desde la mirada de un narrador bien intencionado, protagonista  de un viaje constante; me encanta el detalle de incluir al comienzo de cada capítulo  un mapa del lugar donde a continuación sucederán las cosas más extrañas que te puedas imaginar ¡ojo! Nunca sabrás dónde empieza o termina la delgada línea entre lo real y lo irrisorio, que si la Dirección General de Extranjería de Ecuador o su propio chubasquero lo toman como rehén, que si sus hemorroides son el único tema que lo une a una vieja amistad de su pueblo, etc.

Le tengo particular aprecio a Paco, a quien algún día oír decir “solo soy un hombre de mi pueblo que escribe” y sí que tiene razón, porque sus relatos están cargados de intimidad y complicidad, cual amigo que se sienta una tarde a charlar de su más reciente aventura.

Magistralmente, ya al final de la obra se puede encontrar su primera “novela” acompañada de una descripción de su proceso creativo, de cómo una frase puede albergar tanto significado.

Los invito a leer todas y cada una de las mentiras que Paco Inclán ofrece en estás 171 páginas, conforme los capítulos avancen les dejará de importar y comenzarán a reír.

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Saturno

Alejandro Hermosilla reseña Saturno de Eduardo Halfon



Alejandro Hermosilla reseña Saturno de Eduardo Halfon en la revista El coloquio de los perros:

Saturno es una bomba literaria. Un libro potente, hermoso y demoledor y también frío y despiadado. Una bola de hielo rodando por las montañas de la desolación. El clásico texto que, de no haber escrito Eduardo Halfon ninguno más, habría pasado a la historia y habría consagrado para siempre a su hacedor. O, al menos, sería sin dudas desde hace tiempo una obra de culto. Un referente artístico capaz de superar su tiempo y circunstancias. Porque en Saturno, contrariamente a la inmensa mayoría de libros que se publican actualmente, hay verdad. Sangre. Hay una confrontación con las entrañas del monstruo-vida, y una batalla a muerte contra la escritura. Existe la sensación de hecho, al leerlo, de que el escritor hubiera muerto de no escribir estas pocas cuartillas y de que durante el tiempo que las estuvo escribiendo no había un acto vital más importante para él. Ya que Saturno es una de esas obras sacras que salvan vidas y fomentan vocaciones. De esas que se aman o se odian. Dejan a muchos sin aliento al leerlas y a otros tantos les hacen pronunciar aquello de “no era para tanto”. La típica frase de los tibios ante la enormidad y la intensidad. La locura y los maremotos artísticos.
¿Qué es Saturno? Una especie de Carta al padre kafkiana reescrita por Enrique Vila-Matas. Lo que significa que además de ser un texto en el que el narrador establece una conversación con su padre en el abismo, en medio de un árido desierto literario en donde apenas se escucha ruido alguno, también se lleva a cabo un recuento y recorrido por la vida y, sobre todo, manera de morir de unos cuantos escritores suicidas. La cruda realidad y el desamparo se mezclan con la intertextualidad y el dolor y la amargura con la cultura literaria. En realidad, Saturno es probablemente tan intenso porque de no haber sido por el poder catártico de la escritura, Halfon hubiera sido uno más de esos escritores suicidas que cita en el texto. Su libro, al menos, deja claro que su relación con su ancestro fue tortuosa, casi infernal. Que cada acercamiento entre ellos era un combate y cada alejamiento, un gesto desesperado. Cada palabra, fuego ardiendo en sus bocas y cada mirada, un cuchillo afilado desplazándose por sus espaldas. Una guerra a muerte que no crearía más que confusión, ruido y tragedia, pues ni la vida ni la muerte podrían interceder en una relación condenada al fracaso. Una relación más inexistente cuanto más intensa, tras las que se escuchan los aullidos de un protagonista que, en realidad, más que un acto catártico, está hilvanando una carta de despedida previa a su seguro suicidio. Pues el odio en Saturno es tan visceral que más que fuerza de separación lo es de unión. Siendo fácil entrever al final de la narración, que el hijo terminará por acompañar al padre en el camino hacia el reino del más allá para proseguir la disputa que no terminará jamás. Esa rivalidad infinita, a partir de la que Freud levantó toda una ciencia, que corroe las entrañas de los seres humanos y más que forjar su personalidad, traza su destino.

Vislumbro, no obstante, que siendo un texto tan intenso, Saturno no puede únicamente leerse como un cruento, descarnado y violento manifiesto filio-parental. Halfon es un escritor guatemalteco y, por tanto, americano. Una tierra donde los antiguos emigrantes sienten la ausencia del padre occidental con enorme crudeza, siendo por tanto el lamento personal del protagonista extrapolable al de América en su conjunto. De hecho, yo leo en parte Saturno como un texto en el que el inconsciente colectivo de América dialoga con Europa. Un relato certero de una conversación inconclusa y desesperada. Pero ocurre, asimismo, que Halfon es judío y, le guste más o menos, se ha visto obligado a relacionarse desde su infancia con el tiránico, furioso dios Yavhé. El dios cuyo rostro, como el de su padre real, nunca aparece. Por lo que pienso que su nouvelle puede leerse también como un texto religioso, o más bien, una tortuosa narración de un desengaño. La lucha desesperada de un joven muchacho y aspirante a escritor por renegar de su Creador. La búsqueda de su propia voz en medio de un territorio en el que la divinidad hebrea se encontraba ausente y cuando aparecía, lo hací a con aullidos de cólera. Lo que hizo que para Halfon, desde muy temprano, la literatura y la escritura fueran bálsamo y oasis y la mera posibilidad del suicidio, una manifestación de VITALIDAD TOTAL. Exactamente, lo que es Saturno para los amantes de la LITERATURA.

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Saturno

Saturno de Eduardo Halfon en Hablando con letras


Influencia parental: la muesca inconfundible del autor
Saturno, de Eduardo Halfon en el blog literario Hablando con letras:

Influencia parental: la muesca inconfundible del autor

La vida del autor confluye inequívocamente en los textos que escribe. De algún modo se derrama. No importa el origen del trauma ni el tiempo exacto que tarda en supurar una herida, al final todos los porqués desembocan en las letras, como buscando un sentido último antes de abandonar el terreno conocido de la memoria.

La familia, su influencia, el peso de nuestras decisiones, la transformación de las relaciones parentales son por lo tanto una muesca inconfundible en el sabor de cada escritor. Esta idea, creo, es válido para cualquier género literario. Porque hablemos en clave poética, narrativa o biográfica la influencia familiar siempre es un paso previo, una configuración de nosotros mismos que se expone ante el lector y que no podemos falsear.

Saturno, del autor guatemalteco Eduardo Halfón, es una guía sobre la influencia del padre tirano sobre el escritor. En apenas 68 páginas el protagonista lanza un dardo envenenado a su propio padre, centro de todos sus traumas, y desmiga la vida de otros autores célebres que sufrieron el peso de la figura paterna.

Thomas Mann se enteró de la muerte de su hijo al bajarse de un avión, años después admitió en una carta que “siempre proyectó una sombra sobre su vástago imposible de borrar y eso provocó que finalmente se quitase la vida”.

El padre de Alfonsina Storni, depresivo y alcohólico, fallece en 1906 y esto influye inequívocamente en la poetisa argentina. En el poema A mi padre recuerda tristemente “Por días enteros, vagabundo y huraño no volvió a casa, y como un ermitaño se alimentaba de aves, dormía en el suelo”. Una relación que marcó su existencia, al igual que sucedió posteriormente con la que mantuvo con su madre.

Así el narrador el omnisciente de Saturno expone de forma descarnada las faltas de su propio padre, ausente y tirano, frío y déspota que hiere su existencia de su vida. Al final, al igual que el dios Saturno hacía con sus hijos, es devorado como tantos otros por la figura absoluta, por la mirada acusadora del padre.

Pero la influencia parental no es solo un nido de traumas, también sirve de hilo conductor para la narración de nuestra propia existencia. La familia es testigo de nuestros cambios vitales, y por supuesto, de nuestras propias contradicciones. De esta idea parte el fantástico libro Una canción de Bob Dylan en la agenda de mi madre de Sergio Gazarla.

Los recuerdos, rara vez nos son sinceros y menos cuando versan de etapas dolorosas. Gazarla realiza en su libro un relato diáfano de la relación tortuosa – pero real – con su propia madre.

Es un mea culpa, una carta de despedida complicada de digerir y una declaración de amor total. El realismo con el que describe los sentimientos y la personalidad de madre e hijo nos muestra una fotografía familiar que nos sonará a casi todos. La foto de la falta de entendimiento durante la adolescencia, la de la rebeldía, la frialdad nos buscada y la de la pérdida de una madre.

Saturno y Una canción de Bob Dylan en la agenda de mi madre son, a fin de cuentas, dos libros que muestran la evidente influencia de la figura parental en los autores. En ocasiones actuando como salvación y otras adoptando la figura de verdugo. Pero siempre marcando una muesca singular de cada uno de nosotros.

Dicho sea de paso, Gazarla y Halfón son dos ejemplos de autores latinoamericanos exquisitos. Ambos contemporáneos, ambos marcados por la relación parental y por extensión ambos lectura recomendada queridos lectores.

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Isabel del Río reseña Saturno de Eduardo Halfon



SaturnoIsabel del Río reseña Saturno de Eduardo Halfon en su blog La odisea del cuentista:

¿Qué decir de Saturno? Quizá que ha sabido hurgar ahí donde duele, en el preciso lugar donde la herida no está del todo cerrada, donde todavía supura tristeza y resentimiento hacia una infancia no vivida, bajo la sombra y el yugo de aquél que debería amar, pero no lo hace.

En la mitología, Saturno es el dios que devoraba a sus hijos por temor a ser superado y suplantado. En el pensamiento colectivo es el reflejo del padre dictatorial y violento, pero también el del ausente, quien transforma su mano ejecutora en silencio.

‹‹Buscando sus palabras, padre, necesitándolas, lo desdoblaba con ansia. Y como una hoja seca hamaqueándose en la brisa, lento, el cheque caía hacia el suelo.››

La metamorfosis en forma de suicidio. Ese sería el tema central de esta novelita de apenas setenta páginas. Un relato en el que Eduardo Halfon se sirve de la vida torturada, y la trágica y voluntaria muerte de distintos personajes históricos, voces que atormentan al narrador de la historia, quien, al tiempo que se abre al lector, se hunde en la locura.

Lo que en un principio puede parecer la mente desquiciada de un personaje sumido en la depresión tras la muerte de su padre, se traduce en una ruptura y un cambio brusco en la realidad. La muerte como motor de cambio.

No puedo alargarme hablando del contenido sin destripar el libro, así que hablaré de la forma. El estilo de Halfon es cuidado y poético, y la metáfora y los símbolos, así como los arquetipos, son parte del lenguaje que conforman sus párrafos.

Pasado y presente se dan cita en una narrativa ágil y profunda, una amalgama de emociones y pensamientos dolorosos que, inevitablemente, mutan a su protagonista en algo que intuimos, pero no llegamos a ver.

‹‹Nada más. Sólo un nombre, firmado con prisa. Una palabra. Sólo una palabra. El padre es un nombre. Quizá por eso escribo, o mejor dicho, quizás por eso necesito escribir.››

Recomendada a aquellos que no teman a las voces ni a la muerte del “Yo” presente; para quienes gusten de la historia y la narrativa bien construida; para valientes con ganas de algo distinto.

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Deshielo y ascensión de Álvaro Cortina Urdampilleta en El coloquio de los perros



Alfonso García Villalba reseña Deshielo y ascensión de Álvaro Cortina Urdampilleta en El coloquio de los perros:

NARRATIVAS POLÍPTICAS: DE LA TUNDRA AL ESPACIO EXTERIOR
(Notas en torno a una novela cromática de Álvaro Cortina Urdampilleta)

En un mundo que realmente se ha vuelto del revés, la verdad es un momento de falsedad.
GUY DEBORDConozco este sitio… ¡Es maléfico!
MOEBIUS

Toda novela debe romper con las verdades establecidas y, a su modo, proponer nuevas ideas, conceptos que se salgan de aquello a lo que estamos acostumbrados de tal forma que iluminen la realidad desde una perspectiva diferente. Si la novela que tenemos entre manos no logra tal propósito, estamos entonces ante un artefacto literario que es más deudor del entretenimiento que del arte o que, sencillamente, reproduce patrones que funcionan dentro del mercado editorial con beneficios sustanciosos para editores y autores. Todo ello dentro de una perspectiva más industrial que artística, evidentemente. Sin menospreciar ni alabar a uno u otro, arte y entretenimiento tienen sus propios territorios y sus correspondientes habitantes, seres que pueden deambular por uno u otro campo igual que animales anfibios ocupan ámbitos tan dispares como el agua o la tierra firme sin ver peligrar su vida.
Teniendo presente lo anterior, debemos tener en cuenta que Deshielo y ascensión de Álvaro Cortina Urdampilleta supone un punto de ruptura, una CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddsuerte de romper con esas verdades establecidas de las que antes se hablaba, de ir más allá de ellas. Y cuando hablamos de rupturas o fracturas podemos hablar, sencillamente, de la transformación de los significados que una palabra pueda tener (algo que sucede con el uso que los hablantes hacen de la lengua, algo que sucede con algunos aciertos poéticos dentro de la literatura). En ese sentido, el propio título del libro no avanza lo que encontramos finalmente en sus páginas, sino que revela otra realidad bien distinta, siendo muy sutil el modo de proceder de Cortina Urdampilleta a la hora de llevarlo a cabo. Podríamos entonces decir que el autor (desde el mismo título) comienza a subvertir una serie de conceptos que, en ocasiones, pueden tomarse como inmóviles, estáticos. Aquí, por ejemplo, el deshielo no significa la promesa de la primavera o el renacimiento de la vida después del invierno polar. E igualmente la ascensión no significa, en su caso, un viaje vertical como podría ser el de los místicos, un viaje vertical donde la ascensión tendría su final en la iluminación, un modo de ella tal vez. Como tampoco traduce la búsqueda del aire puro que quizás podría animar a los alpinistas.
          La voluntad semántica de conceptos tales como deshielo o ascensión son desenmascarados en esta novela: quitar máscaras, sin duda, es aquello que toda buena narración debe perseguir y buscar en cada una de sus páginas. Sobre todo si lo que se pretende es crear un texto que vaya más allá de La Corriente Principal (ese flujo que viene dictado por los gurús y mandarines de la cultura y su industria). Y Cortina Urdampilleta lo consigue en Deshielo y ascensión. Lo logra, entre otras cosas, manejando diferentes narradores a lo largo de una novela que susurra al lector la fragilidad de casi todo aquello que nos rodea.
La estructura narrativa de Deshielo y ascensión se caracteriza por contar con cuatro voces que construyen el relato de forma independiente, complementándose entre sí y ampliando la visión que cada uno de los narradores tiene de los hechos. Eso es lo que, a primera vista, podríamos decir. De hecho, esta estrategia narrativa permite (al igual que el Políptico de las estrellas que pinta Anselm Des Près en esta novela) que la focalización sobre los hechos sea múltiple de modo que no encontramos una sola perspectiva sobre los mismos. No obstante, más que configurarse como un caleidoscopio narrativo en el que las diferentes voces se complementan y ofrecen distintos puntos de vista sobre un mismo hecho, lo que encontramos aquí son diferentes relatos (relatos en el sentido amplio de su acepción). Así, y aun compartiendo una indudable base narrativa común, las cuatro voces que aquí se dan cita se caracterizan, más bien, por imprimir un continuum narrativo a la acción que, en cierto modo, va variando e introduciendo nuevas tramas y personajes que (a modo de políptico) aparecen vinculados entre sí precisamente por la figura del narrador de turno que, desde su propia perspectiva, retoma el argumento previo para desarrollar otro nuevo que, tangencialmente, está relacionado con el que le precede y, al mismo tiempo, lo amplía.
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Prestemos atención ahora a estas palabras que, a continuación, vienen:Pero, ¿contra qué se lucha ahí arriba? Subimos a las montañas porque son aristocráticas, porque aquello es más puro, el aire es más puro. Es una persecución del aire, en buena medida. Pero yo no pienso que ascender más allá de la atmósfera y llegar al mundo estático y muerto, sonambúlico, justo como el mirar de la señora, Solange Heddar, sea algo así como subir.

Son palabras que pone sobre la mesa el narrador de Abadía de Isenheim (cuarta narración de la novela). Sin duda alguna, esta cita subraya a la perfección esa idea de desenmascaramiento de conceptos que, al principio de este texto, se comentaba. Así, tal y como ya se sugirió en párrafos anteriores, la ascensión no tiene aquí nada que ver con subir, sino que por el contrario (y de acuerdo con su autor o, más concretamente, con uno de los personajes que hace de narrador) «es más bien enterrarse», palabras que aparecen en Abadía de Isenheim.
La ascensión es siempre (por ejemplo dentro de teorías y prácticas místicas) una suerte de crecimiento en pos de la iluminación. Pero no hay aquí altares de la luz. Nada de eso. Tampoco encontramos iluminados (ni alumbrados). No hace falta, no es necesario: aquí el propósito es otro (el contrario, sobre todo eso), si bien en Sitka damos con un pintor, Anselm Des Près, cuyo trabajo plástico gira en torno a la religión y los diversos trabajos que una comunidad de Testigos de Jehová le encarga. Sin embargo, en las páginas de Deshielo y ascensión nos tropezamos más bien con personajes escépticos que se asoman al abismo y que ven, de cerca, los ojos de la muerte y la destrucción pese a cierto aliento místico que envuelve sus pasos:

(…) cada cosa que acudía a mi cabeza, adoptaba una forma mística.

         La ascensión a la que aquí asistimos no es más que un viaje espacial. Así de sencillo, poco más. Solamente una elevación de carácter físico, un alejamiento de La Tierra. Y ese viaje, más allá de la atmósfera terrestre, es en las páginas de esta novela una forma de asomarse a una sima, una mirada al vacío, una contemplación de la oscuridad por el predominio —a nivel cromático en el paisaje espacial que atisbamos— de colores negros, apagados, que al mismo tiempo traducen desolación y frialdad. Unido a esto, el narrador precisa que la vida en el espacio es, en realidad, imposible, si no fuera por el uso de la tecnología:

Sin la mediación de la técnica, dormida, como las inteligencias artificiales, ni siquiera podríamos deambular sin saber por qué, por ese frío que nunca sentirá el hombre.

Todo aquí (en Abadía de Isenheim) parece estar inanimado, muerto en vida, congelado:

El frío de los astros, un frío sin propósito ni viento.

Todo se aletarga, carece de utilidad, de fin en sí mismo:

Sentidos como el olfato son del todo inservibles en el espacio. No hay nada que hacer.

La vida en el espacio es, según Cortina Urdampilleta, sinónimo de aniquilación, algo de lo que se escapa gracias a la tecnología, a las máquinas, máquinas e inteligencia artificial que salvan al individuo de una segura y gélida muerte en el espacio exterior. Se podría hablar entonces de una vida simulada en el cosmos, lejos de la tierra, un simulacro que entra en contradicción con el concepto de ascensión, entendido éste como crecimiento, ir más allá. Todo, a decir verdad, se convierte en apariencia de realidad en el ámbito espacial (exactamente en la cuarta narración que compone esta novela polifónica) puesto que:

(…) todo el que sube se lleva arriba un pedazo de mundo sobre el que pensar, porque frente a uno no hay nada.

El espacio es el vacío absoluto, pero un vacío que tiene que ver con la muerte y el frío. Cualquier cápsula que viaja más allá de los límites borrosos de nuestra atmósfera se introduce en una realidad absolutamente diferente, una realidad que supondría la muerte del individuo sin la ayuda de los avances técnicos de la ingeniería aeroespacial.
Y el sueño eterno se hace también protagonista dentro de las palabras de este narrador, puesto que nos acerca de modo incuestionable a una situación de la que no se puede escapar: una estación espacial que no es otra cosa que una abadía más allá de la atmósfera terrestre donde los monjes se dedican a la meditación y la oración, donde viven aislados del mundo en su burbuja que, al final, se convertirá en una burbuja de muerte.
Así, si en la abadía galáctica encontramos la muerte alrededor de la misma, en la Base de Furth o Sitka, y más concretamente en las afueras de esta ciudad en Alaska (que vertebra buena parte de los espacios narrativos donde discurre la acción), asistimos a la aparición de aquella a consecuencia del deshielo. De tal modo, el deshielo que, sin duda alguna, puede traer el despertar de la vida, la llegada de la primavera y todo lo que ello conlleva, no se presenta aquí de esa forma sino, precisamente, como todo lo contrario ya que el retroceso de hielos y nieves con el descenso de la temperatura hace posible la aparición de unos líquenes altamente tóxicos que llevan a la locura a quienes inhalan los gases que de ellos emanan:

No quiero ni hablar de los terribles informes que recibimos sobre las granjas apartadas de los suburbios de la ciudad. Familias enteras saltaban por los aires movidas por secretas pulsiones. Locos, suicidas pululaban hablando solos por el extrarradio como si el demonio los persiguiera o los poseyera o les hablara. Crímenes innombrables o casi innombrables de puro absurdo.

De tal manera, deshielo y ascensión se configuran aquí como preámbulo de la muerte, el prólogo que lleva hacia la enajenación y la destrucción. Enajenación y destrucción que, más adelante, tendrán que ver con la oscuridad, con el espacio exterior, un cosmos que sólo es un páramo de aniquilación, un desierto oscuro, insondable y negro, ese color que parece monopolizar la visión del narrador.

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Y ya que estamos con cuestiones de índole cromático, pensemos entonces en el color, por ejemplo, ese color que varía en virtud del narrador que maneja los hilos del argumento y que se amplía y varía con el cambio de voz que relata la historia al lector. Pensemos en una percepción subjetiva del color. Hagamos eso. Pensemos, entonces, en Goethe, por ejemplo.
Goethe atribuía a los colores un valor determinado. Lo hacía en su Teoría de los colores. En ella Johan Wolfgang establecía una suerte de diagrama de la mente humana dando a cada color ciertos valores. Si pensamos un poco en ello, podemos decir (sin problemas) que Álvaro Cortina Urdampilleta juega con el espectro cromático en su novela Deshielo y ascensión. Y lo hace imprimiendo un significado al color que entra en juego en los diferentes fragmentos de los que se compone este libro, a través de la percepción cromática de los diversos narradores que, aquí, tienen cabida y que prestan atención al espacio que les rodea y a través del cual construyen la trama, la historia que llega al lector.
En todos y cada uno de los narradores encontramos una atención hacia el entorno circundante y, en concreto, hacia los colores que lo componen. Hay incluso una delectación descriptiva del paisaje. Sobre todo en la primera narración. Sin duda alguna, Deshielo y ascensión es una novela en la que el color del paisaje, el color de los escenarios por los que discurre la acción y por donde transitan los personajes tiene una importancia fundamental, una relevancia que quizás no pueda ser aprehendida en una lectura superficial pero que, a decir verdad, compone de forma estudiada la escenografía donde se desarrollan los cuatro fragmentos que forman la novela, este políptico de la tundra y las estrellas.
Si pensamos o nos centramos en los colores, en la primera narración (Hommstadt) encontramos la presencia del blanco que polariza la visión del narrador. Es un blanco que invade todo aquello que cae en la retina del observador, de aquel que traslada al lector el argumento: el señor Erikson-Vargas. Es un blanco que, a veces, puede confundir y que lo ocupa todo:

No había más que aquella inmaculada potencia sobre el horizonte de un océano en parte común, y en parte muerto, y en parte vagamente irreal. Era imposible permanecer ausente, aislado de semejante ataque sensorial.

Es un blanco casi nítido y perfecto que tiene que ver con el hielo y la nieve, ese hielo y nieve al que se enfrentan desde sus puestos de vigilancia los dos cazadores sobre los que gira la narración en sus primeras páginas. Es un blanco que parece más real que cualquiera de las peripecias que a lo largo de sus páginas puedan narrarse:

Toda amenaza, toda tristeza, toda verdad se transfiguraba mágicamente en aquel disco blanco que pendía frente a nuestro ventanal.

           Un blanco que casi nos habla de cierta purificación, semejante a la que se puede sentir en el desierto, semejante a la que encontramos en las narraciones de las primeras expediciones al Polo Sur de exploradores tan singulares como Roald Amundsen o Scott Charcot o incluso en algunos de los pasajes de la ficción lovecraftiana que encontramos en En las montañas de la locura.
Un blanco que lo filtra todo, que lo invade todo, tal y como apunta Stefano Lenz, narrador de La base de Furth / Isoko Lithium-3000, tercera historia que compone esta novela:Todo era blanco. Los armarios de la despensa, las camas, el microondas, el frigorífico y los armarios. El color del invierno continuaba ahí dentro.

El paisaje aquí tiene incluso una dimensión mística, de clarificación, aunque ésta pueda llegar a confundirse con la enajenación y el delirio tal y como ocurre al propio narrador Erikson-Vargas. No hay más que nieve y hielo, un hielo que, según se acerque la primavera, irá desvelando o dejando pasar a un primer plano la muerte, la destrucción.
La llegada de la primavera, como ya se ha indicado más arriba, supone la aparición de gases tóxicos liberados por musgos y líquenes que, durante el invierno, permanecen en estado de (llamémoslo así) hibernación y que, solamente con el descenso de la temperatura comenzarán a liberar toxinas que afectarán a la percepción y al entendimiento del propio narrador de Hommstadt, sobre todo a ojos de los demás que, debido a los líquenes y sus gases, considerarán que Erikson-Vargas ha sufrido de alucinaciones desde el primer momento en que abandonó su seguro refugio de caza. Algo que queda patente en La Base de Furth / Isoko Lithium 3000, en las palabras que emplea Stefano Lenz que, como continuador de la historia de Erikson-Vargas, nos dice:

Conocimos el efecto de los líquenes naranjas y rojos sobre los seres humanos, cuando, durante el pasado deshielo, un compañero de la base inhaló las partículas venenosas que estos liberan. Nos dejó a todos el recuerdo desasosegante de una enajenación profunda, porque no supimos qué hacer con él. Los meses del verano tenían un punto maléfico, mimetizado tras un fondo de discutible belleza, de charcas y flores mínimas.

En un primer momento, el narrador de este relato nos hace conocer la base minera de Furth, sus rutinas, la vida en familia que allí lleva amortiguada por la escucha casi constante de la música de Schubert o Liszt, entre otros. Más adelante, como él mismo indica, se dedicará a observar la naturaleza:

(…) ahora debía dedicarme a la contemplación de los paisajes.

Tal contemplación se inicia, precisamente, en el momento en que comienza una travesía marítima bordeando la costa, pasando cerca de pequeñas bahías dentro de un barco desde el que el paisaje nevado es sustituido por el mar, por el océano:

Aquel lugar abandonado evocaba el nacimiento de algo trascendental y cósmico (…), convergencia de roca erguida y exaltada sobre el latido de la onírica marina ante nosotros, con el agua que extendía su imperio líquido hacia el cielo y el sol y que se confundía en esa lluvia rápida del oleaje que a veces recorría los cristales del Valence II (…).

Stefano Lenz es testigo de la deriva de los icebergs sobre la superficie marina, esos icebergs que, a su modo, siguen perpetuando el blanco, su presencia, dentro de Deshielo y ascensión, frente a la lógica acuática y azul del océano.
No obstante, la antítesis del blanco y de sus posibles valores, significados o aquello que deseemos otorgarle al color se dibuja a la perfección en el último fragmento de esta novela, en Abadía de Isenheim, al que ya hemos hecho alusión en algún momento. Aquí todo se oscurece y adquiere tonos sombríos. Al igual que en la tundra el blanco era el color predominante dentro de las páginas de Hommstadt, encontramos en Abadía de Isenheim que el espacio exterior y su oscuridad ingrávida monopoliza el espectro de color:

En el espacio no sucede nada, no cabe, por ejemplo, un amanecer. ¿Y si un día un sol más grande que todos los soles juntos amaneciera en lo oscuro?

Incluso encontramos ciertas reminiscencias de literatura gótica (pero en el espacio) en el pasaje donde se habla de Eco III, el pequeño cementerio que orbita a cierta distancia de la abadía:

Al salir a Eco III, a su atmósfera mortuoria, rodeados de caminos de piedra y setos falsos, rectilíneos, perfectamente cortados, geométricos, pensé que ojalá no fueran destruidos también (…). Había largas cadenas que bordeaban las avenidas, para que el visitante se agarrara a ellas sin flotar.

Sin duda alguna, la oscuridad dominante en esta narración supone también la colonización de ese diagrama mental del que hablaba Goethe de modo que el negro se convierte en metáfora cromática que sintetiza, desde una perspectiva visual, la verdadera naturaleza de esta novela que en sus primeras páginas revelaba un fulgor blanco y nevado pero que, según nos aproximamos a su final, muestra al lector el verdadero significado de todo lo que aquí maneja su autor: la precipitación hacia la muerte, la extinción. Deshielo y ascensión es una novela en la que los personajes que habitan sus páginas suelen salir mal parados, vapuleados por los acontecimientos que, en más de una ocasión, los llevan hacia la disolución y, en definitiva, la muerte. Una novela que, a modo de cubo de Rubik, compone una historia donde el color, como ya hemos dicho, anima el pulso narrativo, la atmósfera por la que deambulan estos personajes abocados a una destrucción que, poco a poco, les sorprende sin que ellos puedan hacer nada para evitar, en muchos casos, una suerte de destino fatal que se traduce, a la perfección, en las palabras de Solange Heddar al hablar de la pintura de Anselm des Près:

Pero Dios estaba ahí, terrible, ajeno, sanguinario, cruel, benévolo, monstruoso, bello y reflejado. Y yo comencé a adorarlo, en aquellas sangres, en aquella naturaleza exaltada.

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Saturno

Elisa Rodríguez Court reseña Saturno de Eduardo Halfon



SaturnoElisa Rodríguez Court reseña Saturno, de Eduardo Halfon, en su blog Trayectos ciegos:

La ausencia del padre cabe a veces en una breve frase: «El padre es un nombre.» Son palabras que pronuncia el narrador de Saturno, libro del escritor Eduardo Halfon (Guatemala 1971), publicado por la editorial Jekyll & Jill. Una delikatesse para amantes de la literatura en la que el narrador ajusta cuentas, a través de una voz peculiar hecha de múltiples voces literarias, con su padre ausente.
La ausencia del progenitor suele remitir a la idea de su pérdida, bien por muerte o porque el padre decide marcharse y dejar a los hijos en la estacada. Eduardo Halfon no le da la espalda a esta clase de pérdida y la aborda en relación a escritores que han sufrido sus secuelas. Sin embargo, su empresa narrativa es mucho más vasta. La ausencia del padre se debe en el caso del narrador a un exceso de presencia paterna. Un padre autoritario, que, como el de Kafka, no le pone la mano encima, no lo maltrata físicamente, pero ejerce con crueldad el maltrato psíquico a base de insultos y humillaciones, venganza e indiferencia.
Es un tirano que acusa al hijo, mediante la violencia de gestos y palabras, de su propio comportamiento execrable. Se trata de un hombre egoísta, frío, calculador, distante y desagradecido. Proyecta, además, su fracaso personal sobre el narrador, al que culpabiliza y castiga sin piedad.
Eduardo Halfon narra con sutileza y maestría ese silencio que encubre odio, o total rechazo, y absoluta falta de amor. No es, pues, extraño, que la idea del suicidio recorra Saturno. Escritores que se han suicidado, la figura del padre ausente y la falta de amor en un sentido amplio se deslizan por las páginas de este libro, cuyo estilo sencillo y de alto vuelo literario atrapa a los lectores desde el comienzo.

Cosmotheoros

Paco Bellido escribe sobre Christiaan Huygens



Paco Bellido dedica un amplio artículo a la vida y obra de Christiaan Huygens, autor de Cosmotheoros:

Christiaan Huygens interpretó correctamente por primera vez la naturaleza de los anillos de Saturno, descubrió su primer satélite, Titán, e hizo contribuciones notables en matemáticas, óptica y diseño de relojes. En esta entrega recorremos algunos lugares de su vida.

Hofwijck

A pocos metros de la estación de tren de Voorburg, en La Haya, vemos un bonito edificio cúbico del siglo XVII con techo piramidal que destaca sobre el estanque circundante. La fachada aparece decorada con grisallas y llama la atención la armonía del conjunto, rematado por una chimenea cuadrada con elementos de forja. A la casa se accede cruzando un puente decorado con cuatro estatuas de niños que representan las cuatro estaciones. Estamos en Hofwijck, la casa de campo de Constantijn Huygens, padre del astrónomo, físico y matemático Christiaan Huygens.

Entrada a Hofwijck. Foto: © Paco Bellido
Entrada a Hofwijck. Foto: © Paco Bellido

Constantijn (1596-1687) fue un importante hombre de estado, diplomático y secretario de la corte. Pero, como era habitual entre los hombres cultos de la época, también era polifacético: poeta, compositor, intérprete de diversos instrumentos musicales y gran amante del arte. Se considera uno de los poetas más importantes del fecundo Siglo de Oro neerlandés, ya desde joven era capaz de escribir versos tanto en latín como en francés y holandés. Sus conocimientos de arquitectura le permitieron diseñar dos hermosos edificios y un jardín que alcanzó notoriedad.

La casa y el jardín siguen el esquema del hombre de Vitruvio, representando un cuerpo humano en el que la residencia ocupa el lugar de la cabeza. En la actualidad, la autovía y la vía de tren han amputado una parte de este hombre ideal, pero todavía pueden apreciarse las proporciones y la simetría originales ideadas por su creador en 1640.

Esquema orgánico de los jardines y la casa.
Esquema orgánico de los jardines y la casa.

Constantijn tuvo cinco hijos con su prima, Suzanne van Baerle: en 1628 nació el primero, Constantijn; en 1629 nació Christiaan; en 1631, Lodewijk y en 1633, Philips. La única hija, Suzanna, nació en 1637 poco antes de la muerte de su madre. Entre 1650 y 1652 Huygens escribió el poema Hofwijck, una suerte de memento mori, en el que describía la alegría de la vida lejos de la ciudad.

En el interior podemos hacernos una idea bastante precisa de cómo era la vida en una casa de campo acomodada del siglo XVII. En la planta baja se encuentra la cocina y el depósito de hielo que permitía mantener frescos los alimentos. El estanque servía para criar peces y la fruta y verdura procedían del huerto propio.

Cocina de la casa de campo de los Huygens. Foto: © Lola Vázquez.
Cocina de la casa de campo de los Huygens. Foto: © Lola Vázquez.

El salón principal está dominado por una gran chimenea y destaca un péndulo recuperado de una iglesia de Scheveningen, localidad costera próxima a La Haya, uno de los primeros péndulos ajustados por Huygens. En esta planta noble se daban conciertos cuando no era posible hacerlo en el jardín. También encontramos una pequeña pero bien surtida biblioteca con las obras de Christiaan Huygens.

Sala principal de la casa. Foto: © Lola Vázquez
Sala principal de la casa. Foto: © Lola Vázquez
Detalle del péndulo original de Huygens instalado en la iglesia de Scheveningen. Foto: © Lola Vázquez.
Detalle del péndulo original de Huygens instalado en la iglesia de Scheveningen. Foto: © Lola Vázquez.

La segunda planta, donde en otro tiempo estaban los dormitorios, está dedicada a la historia del edificio y de sus moradores. En ella encontramos uno de los retratos más conocidos del científico, un retrato al pastel realizado en 1686 por Bernard Vaillant (1632-1698), pintor de origen francés afincado en los Países Bajos. En los diversos cajones y expositores se pueden ver objetos personales, por ejemplo la muñeca original de Suzanne Huygens, a la que el guía se refiere con sorna como “una Barbie del siglo XVII”, así como libros originales.

Biblioteca con las obras completas de Huygens padre e hijo. Foto: © Lola Vázquez.
Biblioteca con las obras completas de Huygens padre e hijo. Foto: © Lola Vázquez.

En la tercera planta hay una exposición permanente, Christiaan bajo las estrellas, dedicada al astrónomo. Se pueden ver varios telescopios y relojes originales del siglo XVII en el mismo ático desde el que Huygens observaba Saturno con su telescopio. También destaca un planetario mecánico tipo Orrery.

Planetario mecánico del Hofwijck. Foto: © Lola Vázquez.
Planetario mecánico del Hofwijck. Foto: © Lola Vázquez.

Hofwijck funciona como museo y centro educativo, con programas para alumnos de primaria y secundaria. La visita se realiza con una completa audioguía (disponible en inglés y neerlandés) que permite conocer en profundidad la historia del edificio y de sus moradores.

Christiaan Huygens

El segundo hijo de Constantijn nació el 14 de abril de 1629 en La Haya. Christiaan recibió una exquisita educación en su propia casa a través de tutores hasta la edad de 16 años. Pasaba mucho tiempo dibujando y haciendo modelos mecánicos, una afición que sus tutores no aprobaban en un joven de su posición social. La educación liberal que recibió se centraba en el estudio de idiomas y de la música, de la historia y la geografía, con unas buenas nociones de matemáticas y lógica. No en vano, el padre contaba entre sus amistades a Galileo Galilei, Marin Mersenne y René Descartes. De hecho, el propio Descartes quedó impresionado por las habilidades geométricas del joven Huygens. Pero además de estos conocimientos, su padre también se encargó de que aprendiera cuestiones más mundanas como la danza, la esgrima o la equitación.

Adriaen Hanneman, Retrato de Constantijn Huygens (1596-1687) con cinco de sus hijos. © Mauritshuis, La Haya.
Adriaen Hanneman, Retrato de Constantijn Huygens (1596-1687) con cinco de sus hijos. © Mauritshuis, La Haya.

En mayo de 1645 empieza sus estudios de leyes y matemáticas en la Universidad de Leiden, a la que asiste en compañía de su hermano mayor Constantijn. Van Schooten, académico de esta universidad y tutor de los hermanos, lo introduce en los trabajos de Fermat acerca de la geometría diferencial.

A partir de marzo de 1647 y a causa de un duelo entre su hermano Lodewijk y otro estudiante, Huygens continúa sus estudios lejos de Leiden, en el Ateneo del Colegio de Orange recién fundado en Breda del que su padre era administrador. Durante esta época mantuvo correspondencia en francés con Mersenne, un fraile de la orden de los mínimos conocido en la actualidad por su estudio de los números primos. Huygens descubrió algunas propiedades matemáticas interesantes, por ejemplo la demostración de que la catenaria de un puente colgante no es una parábola. En agosto de 1649 finaliza sus estudios y es enviado en misión diplomática a varias ciudades del norte de Europa. Constantijn Huygens había imaginado un futuro como diplomático para su hijo, pero su carrera tomó otros derroteros.

A partir de 1654 Christiaan regresa a la casa paterna en La Haya, donde se dedica por entero a la investigación. Los veranos los pasa en la cercana residencia de Hofwijck. La vida de estudioso, sin embargo, no evita que pase temporadas sumido en la depresión.

Esquema de los jardines del Hofwijck. Fuente: Wikimedia Commons.
Esquema de los jardines del Hofwijck. Fuente: Wikimedia Commons.

El primer trabajo impreso aparece en 1651, Theoremata de quadratura, donde trata el problema de la cuadratura del círculo, un tema muy en boga a mediados del siglo XVII. Al año siguiente estudia las lentes esféricas desde un punto de vista teórico, con el objetivo de comprender el uso del telescopio. En 1655, en colaboración con su hermano mayor, comienza a pulir sus propias lentes. Ese mismo año propone que Saturno está rodeado por un anillo sólido “un anillo delgado y plano que no toca al planeta en ningún punto y que aparece inclinado respecto a la Eclíptica”. Mediante un telescopio refractor de diseño propio que alcanzaba los 50 aumentos descubrió Titán, la primera de las lunas de Saturno. Tras tres años de observaciones de Saturno determinó los períodos sidéreo y sinódico del planeta. Desde finales de noviembre de 1655 el anillo había dejado de ser visible, hasta que reapareció en junio de 1656. En octubre todo el planeta había recuperado la forma que tenía en noviembre del año anterior. Las observaciones le permitieron llegar a la conclusión de que cuando la Tierra atravesaba el plano de los anillos, estos dejaban de ser visibles.

También hizo el primer dibujo conocido de la Nebulosa de Orión, publicado posteriormente en 1659 en Systema Saturnium. El telecopio le permitió observar las pequeñas estrellas del interior de la nebulosa, la región de Huygens de la conocida M42 toma su nombre del célebre científico neerlandés.

Systema Saturnium, la principal obra dedicada al planeta de los anillos. Foto: © Lola Vázquez
Systema Saturnium, la principal obra dedicada al planeta de los anillos. Foto: © Lola Vázquez

En 1662 diseñó un nuevo tipo de ocular formado por dos lentes plano convexas, el primer ocular compuesto de la historia. Este tipo de ocular funcionaba bien con los telescopios aéreos de gran longitud focal propios de la época.

El interés por las lentes le permitió conocer en la década de 1660 a Baruch Spinoza, el gran filósofo, que era pulidor profesional de lentes. Este trabajo era un oficio de vanguardia en la época, comparable al de un desarrollador de dispositivos electrónicos de última generación en la actualidad. Se conservan algunas cartas entre ellos. En esa época también conoció a van Leeuwenhoek, otro fabricante de lente, que inventó el microscopio.

Estatua dedicada a Spinoza en La Haya situada en las proximidades de la casa donde vivía. Foto: © Lola Vázquez.
Estatua dedicada a Spinoza en La Haya situada en las proximidades de la casa donde vivía. Foto: © Lola Vázquez.

El 3 de mayo de 1661 tuvo ocasión de observar el tránsito de Mercurio delante del Sol mediante un telescopio fabricado en Inglaterra por Richard Reeve. Tras encontrarse con Robert Boyle y el círculo de Gresham College en Londres, Huygens fue aceptado en otoño de 1663 como miembro de la Royal Society.

Huygens también era miembro activo de la Academia de Montmor, un círculo de pensadores que se reunía en la casa del erudito francés Henri Louis Habert de Montmor. Huygens era un firme defensor de las demostraciones experimentales que cortaban de raíz las discusiones teóricas estériles.

En 1666 se mudó a París, ocupando un puesto en la recién creada Academia Francesa de Ciencias. Su relación con la academia no siempre fue sencilla, pidiendo a Francis Vernon que sus papeles fueran a parar a la Royal Society de Londres en caso de que él muriera. La participación de Inglaterra en la Guerra Franco-Neerlandesa de 1672-1678 provocó, sin embargo, el distanciamiento de Huygens de la prestigiosa sociedad científica británica.

En el recién creado Observatorio de París, donde fue uno de los miembros con mayor paga hasta la llegada de Cassini, tuvo ocasión de realizar observaciones astronómicas.

La obra científica más importante de Huygens probablemente sea Horologium Oscillatorium sive de motu pendulorum (1673), donde aboga por un enfoque matemático del estudio de la naturaleza. En esta gran obra dedicada a la relojería, determina la fórmula del período de un péndulo ideal, es decir, con una cuerda sin masa y una longitud mucho mayor que su oscilación. Sus contribuciones fueron fundamentales para el desarrollo del concepto de momento de inercia.

Entrada a Hofwijck. Foto: © Lola Vázquez
Entrada a Hofwijck. Foto: © Lola Vázquez

Huygens se mudó a La Haya en 1681 después de un nuevo episodio depresivo, tras la derogación del Edicto de Nantes su presencia en París ya no era bienvenida. Ya no era posible que un protestante ostentara un cargo público. En 1684 publicaría Astroscopia Compendiaria, donde explica con detalle las particularidades del telescopio aéreo sin tubo. Tras la muerte de su padre hereda Hofwijck y en 1688 establece definitivamente su residencia allí. En 1689 realiza otro viaje a Inglaterra donde visita a Isaac Newton, Edmond Halley y Robert Boyle.

En enero de 1695, seis meses antes de morir, termina una obra filosófica donde trata la cuestión de la vida extraterrestre. El libro, dedicado a su hermano mayor Constantijn, se titula Κοσμοθεϖρος, sive de terris coelestis earumque ornatu conjeturae (Los mundos celestes descubiertos, conjeturas relativas a sus habitantes, plantas y productos) y se publica en latín en 1698. Desde un primer momento goza de un gran éxito, por lo que pronto será traducido al inglés (1698), neerlandés (1699), francés (1702), alemán (1703), ruso (1717) y sueco (1774). La versión en español ha tenido que esperar hasta 2015, fecha en que la editorial Jekyll and Jill ha publicado una cuidada versión ilustrada por Alejandra Acosta y traducida por Rubén Martín Giráldez.

Edición en castellano del Cosmotheoros. Foto: © Paco Bellido
Edición en castellano del Cosmotheoros. Foto: © Paco Bellido

Como curiosidad cabe señalar que la versión rusa del Cosmotheoros fue la primera obra científica traducida a esa lengua. El zar Pedro El Grande había leído la versión latina y quedó tan impresionado que encargó una traducción al ruso. Las implicaciones blasfemas del libro eran demasiado avanzadas para una sociedad tan conservadora como la Rusia ortodoxa y la obra fue acusada de satánica.

Las especulaciones del Cosmotheoros son habituales en la época, pero cabe destacar que Huygens afronta el problema de la vida extraterrestre de una forma muy científica. Otros, como Bernard de Fontenelle en Entretiens sur la pluralité des mondes (1686), hacen aportaciones de tipo más literario. En su obra, Huygens plantea que en la Luna no hay vida por carecer de atmósfera, pero que sí es muy posible que exista en otros planetas y que los extraterrestres deben tener las mismas virtudes, sentidos y matemáticas que tenemos en la Tierra. También plantea la existencia de exoplanetas en otras estrellas. Huygens era protestante, pero con inclinaciones tanto al escepticismo como al pensamiento estoico, por ello no resulta extraño que Dios aparezca citado en el libro en numerosas ocasiones. De hecho, plantea que la gran distancia existente entre los planetas nos hace pensar que Dios no pretendía que los seres de un planeta supieran de la existencia de los demás, pero que no había previsto los avances científicos que los seres humanos conseguirían con el paso del tiempo.

En Cosmotheoros también aparece un método para estimar las distancias estelares. Mediante una serie de agujeros cada vez más pequeños en una pantalla que cubría el Sol estimó qué agujerito ofrecía la misma intensidad de luz que la estrella Sirio. Calculó que el agujero tenía 1/27.664 veces el diámetro del Sol, por tanto la estrella tendría que estar 30.000 veces más lejos que el Astro Rey. La suposición de Huygens partía de un error, ya que Sirio no tiene el mismo brillo que el Sol, pero la idea es interesante y plantea una aproximación primitiva a la fotometría.

Otra de sus ideas permitió al relojero alemán Johannes van Ceulen fabricar un planetario de pared de unos 60 cm de diámetro que muestra los planetas moviéndose a distinta velocidad en función de su posición gracias a una serie de ruedas dentadas que siguen el método de las fracciones continuas. La idea de Huygens era la de crear un sistema capaz de predecir conjunciones planetarias futuras. El planetario se puede ver actualmente en el Museo Boerhaave de Leiden.

Grote Kerk de La Haya, donde están enterrados Constantjin Huygens y su hijo Christiaan. Foto: © Paco Bellido
Grote Kerk de La Haya, donde están enterrados Constantjin Huygens y su hijo Christiaan. Foto: © Paco Bellido

Christiaan murió en 1695 en una casa de Noordeinde en La Haya, donde había alquilado una habitación para escapar de los solitarios fríos meses de invierno en Hofwijck. Está enterrado junto a su padre en una lápida sin nombre bajo el coro de la Grote Kerk de La Haya.

Bibliografía

BELL, A. E. Christian Huygens and the Development of Science in the Seventeenth Century. Edward Arnold and Co. Londres, 1950.

CROWE, Michael J. (Ed.). The Extraterrestrial Life Debate. Antiquity to 1915. University of Notre Dame Press. Notre Dame, Indiana (EE. UU.), 2008.

STRUIK, Dirk J. The Land of Stevin and Huygens. A Sketch of Science and Technology in the Dutch Republic during the Golden Century. Reidel Publishing Company. Dordrecht, 1981.

HUYGHENS, Christiaan. Cosmotheoros. Conjeturas relativas a los mundos planetarios, sus habitantes y producciones. Jekyll & Jill. Zaragoza, 2015.

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Incertidumbre

Isabel Parreño reseña Incertidumbre de Paco Inclán



Incertidumbre

Isabel Parreño reseña Incertidumbre, de Paco Inclán, en la revista Vísperas:

La lectura de las primeras páginas de Incertidumbre de Paco Inclán no deja lugar a dudas sobre lo acertado del título. Porque es esa y no otra la sensación de inquietud, desasosiego o recelo que cerca al protagonista-narrador en la mayoría de los relatos que componen el libro. Publicado en 2016 por Jekyll & Jill, la edición responde al esmero y buen gusto que caracterizan a la editorial zaragozana.

El libro engarza varias historias breves y un relato final algo más extenso que podrían situarse a medio camino entre la crónica periodística, el cuaderno de viaje y el diario personal. La «incertidumbre» que puede asaltar al lector en sus inicios sobre lo que tiene entre manos se disipa velozmente ante el desparpajo con el que Paco Inclán maneja los resortes de la narración. El estilo periodístico contribuye en algunos casos al distanciamiento paródico con los hechos narrados, siendo el humor uno de los recursos más interesantes y atractivos de la obra.

¿Pero qué puede llevar al protagonista desde Alcobendas a Guinea Ecuatorial, o desde Islandia a Menorca, pasando por Chile? Desplazamientos geográficos tan dispares responden también a movimientos vitales no siempre justificables desde un punto de vista sensato. Ese es, a mi parecer, el mayor encanto del libro: mostrar las contradicciones, lo absurdo, lo disparatado de algunas situaciones de la vida, el esfuerzo inútil por domesticar y clasificar la realidad cuando ésta supera con creces cualquier ficción. El cuaderno de viaje pierde en parte su esencia descriptiva para convertirse en un análisis antropológico de la cambiante naturaleza humana. Porque no son los paisajes o las peripecias de la expedición lo que interesa al protagonista sino el retrato del individuo, sus motivaciones, su comportamiento, sus reacciones… El extrañamiento producido por la mirada del narrador proporciona, dentro de su innegable subjetividad, la perspectiva del extranjero, la del que da un paso atrás para contemplar con curiosidad el extenso panorama de los seres que habitamos la tierra.

La huida parece ser el motor de «Dar la cara por Irlanda» y «Relecturas de Julio Verne». En el primer caso, la huida de una relación sentimental fracasada acaba con el protagonista en un pub irlandés viendo la final del campeonato de fútbol gaélico. La ilusión de unidad entre católicos y protestantes frente al evento deportivo se disipará con la misma rapidez que los efectos de la borrachera. En el segundo caso, evitar las fiestas falleras es el punto de partida para refugiarse en la isla de Formentera. El descubrimiento de prácticas homosexuales furtivas en el Faro de la Mola —lo que se conoce como cruising— y su relación con Julio Verne es suficiente acicate para adentrarse en tan rocambolesca aventura.

Los encargos profesionales más o menos difusos relacionan otras dos historias. En «Cosmovisiones» es la cobertura del Festival Internacional de cine en Dajla, Sahara, lo que le permitirá al narrador comprobar de primera mano si la costumbre de eructar en la mesa significa un cumplido para las costumbres árabes.

La segunda tarea encomendada, la de realizar un reportaje sobre un histórico equipo de fútbol guineano, acaba en el olvido al conocer a un español, el único blanco de la población de Rebola. El personaje, un albañil bravucón víctima del descalabro inmobiliario del levante español, ha llegado a mimetizarse con la vida y costumbres del país de un modo tan sorprendente que fascina y cautiva al protagonista.

Otro grupo de relatos obedecen a empeños personales más o menos explicables. Llegar hasta la perdida población de Reykholt con la pretensión de conocer al escritor más famoso de Islandia puede ser una buena forma de matar el tiempo en las últimas horas de estancia en el país. Comprobar que se trata de un escritor medieval convierte la tarea en «crónicas que no serán». Desvelar el paradero del «otro brazo» de San Vicente en Braga, o entrevistarse con Paulino Cubero, el autor de la letra del himno español, dibujan recorridos más o menos azarosos cuyos resultados serán siempre insospechados.

Mención especial merece a mi juicio Munificencia, una irónica y desternillante descripción de una velada con la familia Cárdenas en Chile. Atrapado por el exceso (de comida, de atenciones, de halagos) el protagonista me ha recordado el genial cuadro de costumbres de Larra titulado «El castellano viejo».

El último capítulo lo ocupa la narración más extensa: «Hacia una psicogeografía de lo rural». El texto, autodenominado cuaderno de campo, recoge a modo de apéndice una experiencia artística llevada a cabo en una parroquia de Vigo. Auspiciado por el colectivo Alg-a Lab, la Fundación Campo Adentro y el Museo Reina Sofía el narrador nos traslada el proceso vital experimentado durante su estancia de tres meses en un entorno rural vecino a una gran urbe, experiencia que le sirve para teorizar sobre los conceptos situacionistas acuñados por Guy Debord.

Según explica, la psicogeografía se basa en el estudio de los efectos y las formas del ambiente geográfico en las emociones y comportamiento de las personas. Para llevar a cabo esta experiencia, el autor se instala en un contenedor situado en una población periférica de Vigo. El método utilizado para recabar experiencias consiste en deambular sin rumbo fijo, abierto a sorpresas y situaciones no buscadas. Las anotaciones en el diario del artista constituyen una sabrosa narración, hilarante por momentos, de sus encuentros con los paisanos, su desesperación ante el rechazo de la comunidad o la feliz culminación del experimento.

Llegado a este punto no puedo sino confesar mi perplejidad ante lo que consideré el relato más disparatado, más paródico e imaginativo de todo el libro. Aclararé que vivo en Vigo y, llevada por una curiosidad de último momento, tecleé en Google tan bizarro experimento para comprobar que, en efecto, la noticia era recogida por el periódico local el 11 de septiembre de 2011.

La realidad al servicio de un modelo de ficción posible, la ficción transformada en expresión de una dimensión humana transcendente. ¿Existe un juego más literario que el que nos propone Paco Inclán?

En definitiva, es Incertidumbre un libro para celebrar sin prejuicios: divertido, íntimo por momentos, socarrón y desmitificador. Un libro imposible de etiquetar, desconcertante, contradictorio y tierno. Un libro por el que transita libre la melancolía porque, algunas veces, todos podemos encontrarnos perdidos… «pero sin derivas sin milongas».

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Basilio Pujante reseña Saturno de Eduardo Halfon



 

Saturno

Basilio Pujante reseña Saturno, de Eduardo Halfon, en El Noroeste:

Posee el dios Saturno una imagen muy negativa en nuestra cultura. Goya lo representó como un ser demoniaco que devoraba el cuerpo mutilado y sanguinolento de uno de sus hijos. Si bien es cierto que la mitología clásica ofrece una explicación bastante lógica de este atroz comportamiento, estaba obligado a hacerlo según el pacto que había contraído con su hermano Titán y que le permitía reinar, Saturno se ha convertido en el símbolo del mal padre. Esta identificación es la que provoca que el escritor guatemalteco Eduardo Halfon titule Saturno el cruento ajuste de cuentas con su progenitor que es este libro.

         Esta breve obra, que se mueve entre lo confesional y lo autobiográfico, formaba parte del primer volumen publicado por Halfon y que leemos ahora en una cuidada reedición de Jekyll & Jill catorce años después. En Saturno podemos encontrar algunos de los temas más importantes de sus últimos libros, Signor Hoffmann y Monasterio, como son las referencias literarias y la identidad judía. Sin embargo, estos y otros asuntos se supeditan al objetivo principal de la obra: describir la relación del autor con su padre.
         Halfon escribe una obra dura por su crudeza en la exposición de los sentimientos propios y por tratar sin tapujos el odio que siente hacia su padre. Estamos ante una especie de carta al padre, tema de ecos kafkianos, que se configura como un ajuste de cuentas con su progenitor necesario para purgar un dolor enraizado en el mismo origen de su personalidad. El narrador recuerda con amargura la dureza del padre, su carencia de empatía y el desprecio hacia su vocación literaria. Aparece como un tiránico empresario de éxito que se avergüenza del oficio de su primogénito y que no duda en inventarle, delante de sus amigos y socios, un perfil más acorde a susSaturno intereses.
            Frente a este desprecio que el protagonista, trasunto directo del autor, ha sufrido por parte de su padre a lo largo de toda su vida y en todos los aspectos de su relación, él se refugia en la Literatura. Se convierte ésta no sólo en una pasión, sino en un reino propio cuya frontera el padre jamás querrá traspasar. Por ello, el mundo de las letras tiene tanta importancia en el desarrollo personal del protagonista, mayor si cabe que el de otros autores con más comprensión por su vocación en su familia, y protagoniza la otra mitad del libro.
            Y es que junto a ese ajuste de cuentas con el padre que vertebra el libro, Saturno también es una especie de catálogo de autores suicidas. Ante el lector desfilan las historias de escritores más o menos conocidos que optaron por acabar con su vida. Halfon explica las razones que los llevaron a este fin y los diferentes medios que emplearon literatos como Cesare Pavese, Virgina Woolf, Ernest Hemingway o Yukio Mishima. Las razones de que Halfon elija este delicado tema para completar su libro son, creo, varias. Por un lado estos aciagos finales de los escritores se pueden relacionar con la tristeza que destila el narrador por la dura relación con su padre. Por supuesto, también existe una identificación con el destino de los escritores, gremio que el autor siente como el suyo. Y el último vínculo entre ambos temas, el más concreto, es que muchos de estos suicidas tuvieran una difícil relación con sus propios padres.
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Saturno

Saturno de Eduardo Halfon por Txani Rodríguez



Txani Rodríguez reseña Saturno, de Eduardo Halfon, en el blog del programa Pompas de papel (Eitb):

Saturno es una nouvelle, o más bien un cuento largo, que rescata la editorial Jekyll & Jill. Digo que rescata porque la pieza había sido publicada en 2003 en Guatemala. Junto con Pan y cerveza conformaba el libro Esto no es una pipa, Saturno, la ópera prima del que es uno de mis escritores favoritos, la verdad: me refiero a Eduardo Halfon. Bien, dicho esto, contaré que Saturno es la carta de un hijo a su padre, es una carta llena de reproches, dirigida a un receptor improbable, firmada por un emisor que se sintió ignorado y despreciado por alguien que debió haberlo querido. “Dirigirse la palabra, padre, no es hablar. Sentarse a comer juntos no es estar juntos. (…) Su presencia solo la percibía cuando me ignoraba.”, leemos.

Desde ese estado ánimo, el remitente repasa la relación de numerosos autores con sus progenitores. Así sabemos que Hemingway solía decir que nunca se sintió más cercano a alguien que a su padre, o que Klaus Mann dejó anotado lo siguiente: “Me juzgan como el hijo de mi padre”. Sin duda, Saturno ofrece un catálogo de relumbrón sobre relaciones paterno-filiales. Pero es también un catálogo luctuoso porque todos los escritores que refiere decidieron en algún momento terminar con sus vidas. Silvia Plath, Yukio Mishima o Virginia Woolf son algunos de los nombres que desfilan en este texto sobre el que planea también la sombra de un desenlace trágico.

Saturno, según mis cálculos, fue escrito por Halfon cuando este contaba treinta y dos años. No es que fuera joven, pero creo que, aunque su dominio de la escritura era ya incontestable, aún no era el Halfon de El boxeador polaco o de Monasterio. Sin embargo, una de sus grandes inquietudes, ampliamente explorada en su obra, la concerniente a la identidad, ya aparece en estas páginas: “No me siento latino, padre. ¿Recuerda cuando se lo dije? Tampoco me siento europeo. Ni americano, ni polaco, ni árabe. No me siento nada. Aún menos judío, padre”.

En todo caso, Saturno es un texto elegante y, sin embargo, desgarrado, muy bien editado, que no defraudará a los seguidores del guatemalteco y sorprenderá a quienes no le conozcan aún. Y no quiero dejarlo aquí, así que valga este comentario como una recomendación, digamos, global de la obra de Halfon. Por eso, tengo que añadir que la editorial riojana Fulgencio Pimentel acaba de publicar otro libro de este autor, Clases de chapín. Se trata de un volumen que compila y concluye la trilogía completa iniciada en 2007 con Clases de hebreo, seguida en 2009 con Clases de dibujo y cerrada con Clases de machete. En él nos encontraremos cuentos ligados a su biografía y a sus grandes temas. Un motivo para suscribir lo que de este autor señala García Ortega: “Vistos sus libros en conjunto, Halfon está encadenando una gran novela personal.” Completamente de acuerdo.

Txani Rodríguez

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Entrevista a Sergio Chejfec en el diario La Provincia (Las Palmas de Gran Canaria)



Alberto García Saleh entrevista a Sergio Chejfec con motivo de su visita a la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria para presentar su libro Teoría del ascensor.
Diario La Provincia (31-5-2017)

«Teoría del ascensor no se pregunta por la escritura, pregunta sobre lo escrito»

¿Qué supone Teoría del ascensor en el contexto de su producción literaria?
Yo tomo Teoría del ascensor como un texto abierto, sometido a cambios que pueden ser de sustracción o agregación. Uno podría decir que está compuesto de historias y ensayos, pero también hay formas intermedias (ejercicios, notas diarísticas, pensamientos, ideas). Se ha publicado, entonces ha quedado cristalizado en el momento en que se lo dio por concluido. Pero creo que conserva, si no en la letra, sí en la circulación interna del pensamiento, una intención de forma abierta y no concluida. Me gusta pensar en libros que van cambiando por su cuenta. En parte por obra de la lectura, como pasa siempre, pero también porque no hay una jerarquía interna de elementos que privilegie unos aspectos o sentidos sobre otros.

¿Hasta qué punto la figura de Juan José Saer ha sido un referente en su obra?
Para mí tiene la importancia de un maestro. No debido a su acción, Saer veía con desconfianza los modelos encarnados en personas, y por lo tanto no hacía nada por tener seguidores, sino debido a sus libros. En ellos encontré, en un idioma propio (o sea, un idioma que instila desconfianza hacia el propio idioma), que podían existir una idea de realidad y una idea de literatura en un mismo nivel de complejidad. Saer me abrió esa posibilidad.

¿Coincide en que hay unas ciududades chejferianas que pasan por Buenos Aires, Caracas, Nueva York, París?
Para mi hay dos tipos de ciudades. Las que nombro y las que no. Pero son categorías intercambiables, porque a veces en un libro nombro una ciudad que luego en otro, siendo la misma, no se nombra. Por un lado supongo que obedece a lógicas internas de las historias, no siempre es bueno localizar y datar absolutamente todo —y a la inversa-; y por otro lado, pienso, se trata de creer en dimensiones urbanas transversales. Es obvio que la ciudad no es algo meramente territorial, aun cuando las experiencias que ofrecen las distintas ciudades nunca sean iguales. Pero hay una matriz de convivencia colectiva, incluso con sus desafecciones, que me gusta explorar así, en términos de literatura.

¿En este Teoría del ascensor ha querido hacer una síntesis entre el ensayo y la narrativa?
Creo que podria ser muy gráfico decirlo así. aunque no ha sido el espíritu. En realidad no sólo en este libro, en ocasiones voy hacia una mezcla entre ensayo y narración, pero eso no quiere decir que busque una síntesis. Diría justamente lo contrario. Ensayo y narración no son en absoluto irreconciliables, aun cuando puedan verse muchas veces bastante separados.

En el libro se abordan multitud de temas. pero ¿existe un aspecto particular que sirva como cohesión de cada uno de los textos?
A lo mejor el aspecto más presente no pertenece tanto a los contenidos, que en efecto son muy diversos, sino a una especie de postulación implícita sobre lo que significa escribir literatura. En mi opinión, es una opción entre lo determinado y lo indeterminado. No hay una sola manera de hacerlo. En ge nerallasnarraciones determinan lo general e indeterminan el detalle. Quizás yo opere a la inversa, determinando el detalle e indeterminando lo general. Creo que la literatura se basa en eso; no hay manera de escribir sin recurrir de uno u otro modo a esa dialéctica.

¿Se puede hacer un paralelismo entre la obra del director húgaro Béla Tarr y su escritura?
No lo había pensado. Sus pelíclas son bastante ensayísticas, en el sentido de distraerse respecto de la supuesta peripecia que deben mostrar. A mí me pasa algo parecido.

Sergio Chejfec. Foto: Alejandro Guyot
Sergio Chejfec. Foto: Alejandro Guyot

¿Su aproximacióna de autores como Martín Caparrós, Mercedes Roffé, Sebald y Cortázar puede entenderse como otra reflexión sobre la propia literatura como ha hecho con frecuencia?
Le pasa a todos, es inevitable. La literatura es una dimensión de la realidad. Los escritores escriben aun cuando no lo hagan. De la misma manera, cuan

do uno habla sobre un escritor, incluso en el caso de que no lo sea,también se está predicando a si mismo.

¿Puede entenderse el libro como la lógica continuación de Últimas noticias de la escritura?
Se puede entender así, aunque en Últimas noticias de la escritura el discurso busca la continuidad a través de distintos tópicos. En Teoría del ascensor la ruptura y el cambio de registro son más explícitos. Últimas noticias se pregunta por el significado de la escritura cuando casi no se la practica a mano; Teoría del ascensor no se pregunta por la escritura sino que son preguntas sobre lo escrito.

¿Qué opina de las palabras de Enrique Vila-Matas que define su estilo como de «voz baja» y «frío trato irónico»?
Me gusta tomarlos como inmerecidos elogios.

En el libro se suceden ideas, reflexiones, textos e imágenes continuamente. ¿Supone este estilo un guiño a una tendencia literaria cada vez más frecuente de no ceñirse a ningún género concreto?
Puede ser… Yo lo vincularía más con otras cosas también tendenciales Por un lado, en el plano de la vida de todos los días, la importancia de la interrupción como factor reiterado que introduce una dimensión rítmica en actividades que no necesariamente la requieren. Supongo que hay algo en el corte de las entradas del libro, y en los comienzos sin preámbulos, que aluden a cierta asimilación de lo fragmentario, en tanto trance de la experiencia. Cualquier cosa puede aparecer y apagarse de inmediato. Si dura,mejor, pero si se apaga pasamos a la siguiente. A ese movimiento sincopado nos sumamos. En ese sentido me ha gustado pensar en este libro como algo instalativo; de organización efimera y que puede comenzar a observarse —o leerse— desde cualquier página.

Carlos Pardo recomienda Teoría del ascensor y Saturno en Babelia El País



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Carlos Pardo recomienda Teoría del ascensor de Sergio Chejfec, y Saturno, de Eduardo Halfon, en el artículo sobre literatura latinoamericana para la Feria del Libro de Madrid. En Babelia El País:

«De algunos libros importantes ya se ha hablado en las páginas de este periódico: del genial El absoluto, del argentino Daniel Guebel, o de Había mucha neblina o humo o no sé qué, de la mexicana Cristina Rivera Garza, ambos publicados por Literatura Random House. También de Teoría del ascensor (Jekyll&Jill), del imprescindible escritor argentino Sergio Chejfec. Pero tres novelas también merecen destacarse. Saturno fue el primer libro de Eduardo Halfon (Guatemala, 1971), ahora lo publica, por primera vez en España, Jekyll&Jill. En él ya están las virtudes que hacen de Halfon un escritor importante: la estructura, siempre intensa y fluida, de variaciones sobre un tema. Saturno es una “carta al padre” y un inventario de despedidas de escritores suicidas.»

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Deshielo y ascensión, una de las 15 joyas que encontrarás en la Feria del Libro de Madrid 2017



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Deshielo y ascensión, de Álvaro Cortina Urdampilleta (edición bolsillo), una de las 15 joyas que encontrarás en la Feria del Libro de Madrid, en el artículo de Librotea El País:

Esta novela irrealista polar ártica, sin localización ni tiempo determinado, se sostiene sobre cuatro narraciones sucesivas en primera persona, entre el deshielo, el verano y el crudo invierno. El cazador Isaac Erikson-Vargas, el melómano ingeniero de la base Furth-Isoko Lithium-3000 Stefano Lenz, Solange Heddar, su mujer, después asociada a cierto importante pintor religioso, así como «el hombre que destruyó la Abadía de Isenheim» van alternando sus soliloquios en este relato de largo recorrido, desde la tundra hasta la ciudad, y de la ciudad a las estrellas. La trama a cuatro voces de Deshielo y Ascensión, en torno al territorio hostil de la Confederación del Norte, juega con diversos géneros como el terror gótico, la novela pedagógica, la biografía de artista, la ciencia ficción y la aventura de exploración. Esta ficción se hilvana en torno a lo inhóspito de la Naturaleza y a lo decadente en el Arte.

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Teoría del ascensor de Sergio Chejfec recomendado en El Plural



CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddJosé Ángel Barrueco recomienda Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en El Plural:

Tratar de explicar qué es exactamente Teoría del ascensor es una empresa vana, como intentar contarle a alguien qué es la poesía. Suele ocurrir con los libros del argentino Sergio Chejfec: no se sabe muy bien dónde acaba el ensayo y empieza la narrativa, pero eso es lo de menos. Lo primordial es lo mucho que disfrutamos con su prosa, pues sus efectos contagian y son parecidos a los primeros síntomas de la embriaguez: uno se va dejando llevar, entre trago y trago, entre párrafo y párrafo, y cuando menos se lo espera ya está metido en la borrachera, en la altura narrativa, en ese arte de contar en el que se van hilando experiencias, reflexiones, observación del entorno, análisis de la obra de otros autores, y paseos, sobre todo paseos, caminatas y vagabundeos por las ciudades, puntos de partida que desatan esas meditaciones. Escrito en forma de pequeños ensayos y variaciones de lo visto y de lo leído, constituye a la vez una especie de dietario inusual y un compendio de afinidades lectoras. Ya el propio arranque supone una declaración de intenciones: Terminada la lectura y a punto de cerrar el libro aún ignoramos de qué se ha tratado. Denso y fascinante.

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Saturno

Saturno de Eduardo Halfon en la revista Librújula



saturno2Milo J. Krmpotic reseña Saturno, de Eduardo Halfon, en la revista Librújula:

Como cualquier amante de la mitología griega o visitante del Museo del Prado anticipará, que una obra a vueltas con la paternidad lleve el lema de Saturno no augura nada bueno. Que su firmante sea el guatemalteco Eduardo Halfon (El boxeador polaco, Signor Hoffman) y sus editores, los aragoneses Jekyll & Jill, en cambio, invita a salir en estampida para hacerse con uno de los escasos mil ejemplares (debidamente numerados) que se han impreso de este texto breve pero notable y turbulento, que en 2003 formó parte del primer libro del autor, Esto no es una pipa, Saturno, y que permanecía inédito en nuestro país. Su narrador se hace fuerte en la escritura para saldar cuentas con un progenitor distante, riguroso en extremo, desdeñoso de los intereses de su vástago hasta la violencia. Pero, consciente de que la literatura tiene mucho de abismo que te devuelve la mirada, decora su carta al padre con un extensivo catálogo de escritores que acabaron con su vida, comenzando por un Klaus Mann que no logró siquiera que papá Thomas asistiera a su sepelio y acabando con… ah, mejor no avanzar aquí el final. Porque son sesenta páginas duras, en las que se percibe ya con fuerza ese gran tema marca de la casa Halfon que es la identidad, en constante, inteligente y emotiva progresión: a medida que se van sumando reproches privados y nombres públicos (Hemingway, Quiroga, Woolf, Pavese…) surgen también nuevas voces y el relato se torna una tragedia coral, de visos universales, de palabra que mancha convertida en sangre.

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Saturno

Saturno de Eduardo Halfon en el blog En la lista negra



SaturnoSaturno, de Eduardo Halfon en el blog En la lista negra:

Los libros de la editorial Jekyll & Jill comienzan a contar sus historias desde la misma portada. El Saturno de Eduardo Halfon es negro como las fauces abiertas de un padre hambriento, como el estómago rugiente de un Cronos de apetito insaciable. Y el dorado de las letras que retratan al autor, al título, y a ese Saturno escondido al fondo de la contraportada, es la voz de un adulto vestido con los harapos de un niño a la sombra de su padre. Un padre que, en su ausencia, está en todas partes. Un padre que es muchos padres. Y el deseo de morir de ese hijo es el mismo idéntico deseo que experimentaron (y ejecutaron felizmente) en el pasado tantos otros hijos, tantas otras hijas.

Saturno es la historia del patriarcado encapsulada, un cuento que se repite, una boca que se hace grande y te devora.

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Saturno de Eduardo Halfon en el blog Entre montones de libros



Saturno

Nueva reseña de Saturno de Eduardo Halfon en el blog Entre montones de libros:

CARTA AL PADRE QUE NO ESTUVO

«Las cartas, padre, me llegaban un par de veces cada año. Yo estaba lejos en la universidad, pero usted estaba aún más lejos de mi.»

Las redes sociales, a veces nos permiten ver el proceso de construcción de un libro. En este caso incluso nos han dejado ver cómo se iban numerando los ejemplares. Y ese proceso en el que lo vemos nacer, a veces hace que se nos antoje. Hoy traigo a mi estantería virtual, Saturno.

En poco más de sesenta páginas, Eduardo Halfon nos deja una carta en segunda persona, dirigida al padre.

Este sería el resumen de lo que nos encontramos en Saturno, pero no tendríamos ni idea de lo que tenemos entre manos si nos quedásemos solo en ello. Porque Saturno alude al Dios que se comía a los hijos traídos al mundo por Rea y que amenazaban, tal vez, con destronarlo. Como tal vez cada hijo acaba por destronar a un padre y el padre se ve destronado en una suerte de visión premonitoria cada vez que mira a su recién nacido hijo. Y Halfon es ese Goya que lo reflejó en su cuadro y lo colgó en la ahora famosa Quinta del Sordo. Solo que Eduardo, lo refleja en palabras. Un torrente de palabras vomitadas de un hijo hacia su padre, cargadas de resentimiento por una vida de desunión y también un símbolo de todo lo que puede hacerse con palabras.

El protagonista, escritor, se aleja de un padre que no comprende que quiera dedicarse a escribir, y se refugia precisamente en las palabras, como si se tratase de un reino lejano, de un padre tirano que le niega esas palabras incluso al escribir una carta. Y así lo expresa e protagonista; la madre, la palabra y el padre, la ley. Porque Saturno tiene tanto de poesía como de símbolo, y quizás por eso, aunque sea una prosa limpia y desbrozada de todo adorno, va minando el alma del lector que ve como se desgranan muertes literarias página tras página, unidas todas ellas por un nexo común cada vez más visible mientras la sombra del padre acecha tras cada línea. Consigue además que el lector olvide que es un libro, tal vez una carta inventada, y que crea a pies juntillas que la barrera entre el autor y el narrador se difumina por momentos, y entre un padre y otro, y entre el suyo (del narrador) y, finalmente, el nuestro. Incluso pensamos en nosotros. Y cada ejemplo, todos reales, cada palabra, se convierte en un pequeño golpe a los ojos que leen, al alma que siente. Solo de este modo se concibe que un libro que hubiera podido ser leído en el tiempo que uno tarda en observar un cuadro, permanezca grabado en la retina como las grandes obras.

Creo que solo hay dos formas de enfrentarse a esta lectura. La primera es desde la distancia, observando un lento desgranar de desuniones, y temiendo el desenlace, incluso anotando anécdotas que luego buscar con detenimiento. O una segunda más arriesgada, sin distancia, susurrada, dejándonos llevar por lo que no dice para sentir el dolor y la rabia que habitan en el narrador y de este modo bucear en cada palabra no dicha. Y es que, al igual que el cuadro de Goya tiene muchas zonas oscuras que cargan de significado las figuras centrales, en este libro hay silencios escondidos que acechan entre comas, para coger a traición al lector.
Si dijera que Saturno me ha gustado me sonaría a mi misma como superficial. Digamos entonces que ha sido una experiencia cercana, completa, en la que nada parece al azar. Y digamos que el tacto del libro, el sonido de los dedos al pasar por su negra cubierta, unido al texto, a la edición cuidada, han potenciado esa sensación de estar ante un desnudo, ante algo privado. No ha sido la primera vez que me acerco a las letras de Halfon, y tampoco será la última.

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Saturno

Saturno de Eduardo Halfon en la revista Le Cool



Juan Carlos Portero reseña Saturno  de Eduardo Halfon, en la revista Le Cool:

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Las exquisiteces de Jekyll & Jill caen como lluvia necesitada, amada, a veces protestada, como perlas diminutas, como este Saturno de Eduardo Halfon (Guatemala, 1971). Este guatemalteco ya publicó la obra en 2003, pero esta elegante edición es para «comérsela». Una larga carta en la que un narrador turbado escribe a su padre, severo y disciplinado. Una carta ácida que recuerda los últimos momentos de una larga lista de escritores suicidas. La voz describe una relación civil, porque la diplomacia así lo requería, porque ellos no tenían el valor para admitir esa creciente desidia, ese fracaso. Un desafecto, una completa frialdad que hace sufrir por la vergüenza que causa sus palabras y condenas. Una huida de la autoridad absoluta de un padre y su estricto carácter punitivo. Correr hacia el lenguaje, las palabras, la literatura, seguir escribiendo. Esos hijos que encuentran otra vida lejos de los padres ausentes, que claman la venganza a base de frialdad, distanciamiento e ingratitud. «El padre es un nombre, creo escuchar. Pero no hay nadie, padre. Estoy solo.» Llega a pensar en el suicidio como forma de reconstrucción, nunca de desaparición. Si enseñas a no llorar, nadie llorará tu muerte, porque somos las voces que escuchamos, las que van con nosotros en silencio. Una vez me preguntaron si para ser escritor había que suicidarse. No supe qué decir. La vendetta se sirve en Saturno.

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Saturno de Eduardo Halfon en Revista de Letras



Miguel Muñoz reseña Saturno, de Eduardo Halfon, en Revista de Letras (1-5-2017):

Foto: Rosa Cruz

El escritor y su padre

¿Para qué escribir? Al final de Signor Hoffman —el libro de cuentos del guatemalteco Eduardo Halfon—, el narrador se da cuenta de que lo importante de la escritura es que sea un lugar de encuentro y reconciliación. Pero deja claro que importa más el acto en sí que cualquier posible función posterior. En ese sentido, al escribir, uno se encontraría y se reconciliaría sobre todo con uno mismo. La reedición de Saturno, una nouvelle extraída del primer libro de Halfon, desarrolla esta idea literaria e ilumina parte de la obra de su autor.

Si la escritura es un refugio, lo es en la forma de una trinchera solitaria en medio de un campo minado durante una guerra en curso. Halfon revela su estrategia de batalla en uno de los cuentos de Signor Hoffman, donde dice:

¨Soplo humo sobre mis orígenes guatemaltecos hasta volverlos más opacos y turbios».

Su obra está enlazada por la necesidad de escribirse a sí mismo tomando distancia de todo para después acercarse a conciencia poco a poco. En Saturno, el objeto de estudio es la figura del padre vista desde la literatura.

En su poemario Carta al padre, Jesús Aguado dice:

«Escribo para que no hayas existido nunca, padre. Para no haber existido yo mismo. Para protestar por todo lo que existe».

Jekyll and Jill

El mismo propósito anima al narrador de Saturno. Escribe en segunda persona dirigiéndose a su padre, como en una carta, pero sujetándose de fragmentos ensayísticos que intercala cada tanto. Éstos consisten en anécdotas y opiniones sobre escritores suicidas o escritores que sufrieron como hijos. Se lee, por ejemplo, sobre la vida del poeta estadounidense John Berryman, cuyo padre, al que le dedicó toda su obra, se suicidó cuando Berryman apenas tenía doce años. Otras vidas que el narrador comenta son las de Yukio Mishima y Yasunari Kawabata:

¨Los dos escritores japoneses más importantes del siglo veinte crecieron sin padre».

Como Aguado, Halfon abandona al padre y lo que éste representa para crearse desde la escritura y en el lenguaje. Ya desde Saturno, el guatemalteco discute con sus orígenes:

«No me siento latino, padre. ¿Recuerda cuando se lo dije? Tampoco me siento europeo. Ni americano, ni polaco, ni árabe. No me siento nada. Aún menos judío, padre».

Todas esas identidades confluyen realmente en Halfon pero, como demuestra éste y el resto de sus libros, un escritor necesita más de un padre, necesita todos los padres que la literatura pueda darle. En esta nouvelle esa carencia se repara con las voces que el narrador dice escuchar y a las que finalmente se entrega.

El proyecto literario de Halfon tiene que ver con un consejo de Goethe que él mismo cita:

«Haz de tu arte una sola confesión».

Más allá de la autoficción, su narrativa consiste en mentir bien la verdad, como definía Juan Carlos Onetti a la literatura a secas.

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Saturno

Entrevista a Eduardo Halfon en El Cultural de El Mundo


Eduardo Halfon: «Si la literatura es mi casa, entonces yo estoy alquilado»

Decir que es guatemalteco es como no decir nada. Eduardo Halfon nació en Guatemala pero pronto emigró a EE. UU, en donde, dice, nunca ha dejado de ser un invitado. Descendiente de judíos árabes y europeos, la mezcla es el todo en su literatura, como queda claro en Saturno (Jekyll & Jill) y Clases de chapín (Fulgencio Pimentel)

ALBERTO GORDO | 28/04/2017 |  Edición impresa

Foto: Lucía Corral

Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) es un escritor extraño. Para empezar, dice, su “lengua fuerte” no es el español, en la que escribe, sino el inglés, que aprendió a los diez años cuando emigró con su familia a USA. En Guatemala se había criado como un niño distinto, judío en un catolicísimo país: “Las tradiciones, las fiestas, los ritos, nunca fueron los míos”, dice. Allí sintió por primera vez el desarraigo. Su árbol genealógico nos da una idea: sus antepasados proceden de Beirut, Alepo, Alejandría y Lodz, en el caso de sus abuelos; y de Ucrania, Egipto, Palestina y España, en el de sus bisabuelos.

Tampoco su historia es la del escritor cuya vocación lo llamó desde niño. Halfon, ingeniero como Benet, era el “primogénito biemportado” de su familia hasta que descubrió los libros.

Tenía treinta años. Publicó una novela breve durísima, Saturno, que cayó como un hachazo en su familia: una carta al padre en la que, como Kafka, cortaba de raíz con su vida anterior. Se publicó en Guatemala en 2003. “Se agotó y nunca llegó a salir del país”, recuerda ahora. “Aún hoy es un libro prohibido en mi familia, del que no se habla. Ahora lo miro con simpatía, porque fue como entrar gritando en la literatura”.

Gracias a la editorial zaragozana Jekyll & Jill, Saturno se podrá leer ahora en España. Con éste coincidirá en las librerías Clases de chapín (Fulgencio Pimentel), que incluye tres antologías, dos de ellas tempranas: Clases de machete, Clases de dibujo y Clases de hebreo.

Desde su propia biografía, Halfon trata en sus libros los grandes temas de la narrativa judía. Está la búsqueda de la identidad, la relación entre padres e hijos, la diáspora, la asimilación, el baile entre lenguas. Hoy vive en Nebraska con su mujer, que es bióloga, y con su hijo Leo, que tiene seis meses. Desde allí conversa con El Cultural.

Pregunta.- Leído junto a Clases de chapín, uno siente que Saturno, aunque sea anterior, tiene mucho más que ver con sus libros posteriores, los que forman parte de su gran proyecto narrativo: El boxeador polaco, Monasterio o Signor Hoffman. ¿Está de acuerdo?
Respuesta.- Sí, la voz de Saturno es la de mis últimos libros. Ahí está, desde mi primer libro, la voz del narrador que ahora me acecha. Aunque aún no tiene nombre. Veo los cuentos de Clases de chapín, en cambio, como un taller de escritura en el que trato de descifrar cómo se escribe un cuento. Percibo ahí a un escritor buscando su pluma: está tanteando, está experimentando con diferentes técnicas, tiempos, voces y temas.

Se podría decir que Halfon despertó dos veces a la literatura. La primera en 2003, con Saturno. La segunda, cinco años más tarde, cuando decidió contar la historia de su abuelo polaco. De niño pensaba que lo que su abuelo tenía tatuado en el antebrazo era un número de teléfono que no quería olvidar. Pero un día, no mucho antes de morir, su abuelo le llamó, lo sentó a su lado y le contó su historia. Que era también la historia de cómo sobrevivió en Auschwitz gracias a un boxeador al que los nazis mantenían con vida para que los entretuviera peleando. Un día Halfon le habló de esa historia a Andrés Trapiello, que reaccionó así: “Si no la escribes tú, la escribo yo”.

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P.- ¿Sin la historia de su abuelo no sería el escritor que es?
R.- Es que mis temas, si están antes de El boxeador polaco, es por accidente. Es en ese libro cuando tomo conciencia de lo que quiero o debo escribir, y con el tiempo se ha convertido en mi libro madre. Yo no sé cómo llamarlo: no es un estilo, no es un tono. Es una especie de voz que de pronto encuentro y de la que no puedo desprenderme. Ahora en otoño se publicará el quinto libro de esa serie: Duelo.

 

Un invitado en la tierra

P.- ¿Cuándo cree que terminará su obra en marcha?
R.- No lo sé. Creo que hay dos posibles finales: o mato a ese otro Halfon narrador, o él me elimina a mí. O muere él o muero yo. No hay otra manera de salir de este embrollo.

P.- La infancia es una constante en sus libros, pero está muy presente en Clases de chapín. ¿Cómo vuelve a la infancia como escritor? ¿A través de traumas, de desvelamientos…?
R.- Siempre vuelvo a la infancia. Es algo que no pienso, que surge. Me interesa el momento en que abandonamos la infancia, cuando dejamos de ver el mundo como niños y nos despertamos a la realidad cruel de los adultos. Esa frontera está en Clases de chapín y estará en Duelo, en donde vuelvo a mi segunda infancia en Estados Unidos, al desarraigo, a cómo cambié de casa, de país, de lengua.

P.- ¿Es en esa mudanza cuando abandona al niño y adopta la mirada adulta?
R.- Algo sucedió ahí, sí. Aunque fue natural, no dramático. Nos mudamos al lugar en el que vacacionábamos, en Florida. Lo veía como una vacación larga, digamos. El trauma quizás me salió más tarde en forma de rechazo a Guatemala, e incluso a mi lengua materna. En Estados Unidos yo era también un desubicado. Pero siempre intentando aparentar ser norteamericano. Me comencé a vestir como los norteamericanos, empecé a hablar y a actuar como ellos. Es lo que hacemos los emigrados. Siempre he escrito desde ahí, desde fuera. Siempre he sido el extranjero. Por ahí aparece el judaísmo: el judío pertenece primero a una diáspora y luego al país donde nace.

P.- Steiner dice que el papel del judío es siempre el de ser un “invitado en la tierra”.
R.- Y de ahí su habilidad camaleónica, el hecho de poder adaptarse hasta físicamente. Como en Zelig de Woody Allen.

P.- ¿Cuándo le empezó a interesar el judaísmo como tema?
R.- Sólo cuando empecé a escribir. Es irónico que decidiese abandonar mi pasado por la literatura y que, más tarde, la misma literatura me lleve de vuelta a mis raíces. El judaísmo me interesa como narrativa, como búsqueda de una identidad, no como religión.

P.- ¿Es un tema que va ganando peso en su obra?
R.- Sí. Porque le he perdido el miedo.

P.- ¿A qué tenía miedo?
R.- Miedo a lo prohibido. Miedo a ofender a mi familia. Pero no sé si miedo es la palabra correcta. Hablaría más bien de un falso respeto. Fui quitándomelo poco a poco de encima hasta que en Monasterio lo traté de frente, haciendo un libro desde Israel, desde el Mar Muerto. Pero el miedo no me lo quito. Sigue conmigo, cada vez que escribo. Hay que escribir desde el miedo.

P.- ¿Su familia es religiosa?
R.- Más que religiosa, es muy tradicional. Está muy apegada a las tradiciones. Mi educación fue judía, me crie en un ambiente completamente judío. Cuando toco el tema sé que muevo esa higuera, sé que meto el dedo en la llaga. Y por supuesto ellos gritan.

P.- Ese es el gran tema de “padres e hijos” de los grandes narradores judíos, de Bellow a Philip Roth. ¿Se mira en ellos?
R.- Es algo más inconsciente. Ningún escritor católico se pregunta por qué es católico, qué significa ser católico. Los narradores judíos vuelven a eso una y otra vez. Si en algo nos parecemos todos es en que nos enfrentamos, quizás a nuestro pesar, a ese espectro enorme que es el judaísmo.

P.- ¿Por qué llegó un momento en que quiso recuperar el español, la lengua que previamente había rechazado?
R.- Fue algo impuesto. Tuve que volver a Guatemala al terminar la universidad. No podía quedarme en Estados Unidos: yo no soy norteamericano, todavía hoy sigo aquí como invitado, con una visa. Cuando regresé a Guatemala empecé a recuperar la lengua. Empecé a leer y a escribir y a trabajar la lengua de una manera más consciente para ponerla al servicio de la literatura. Fue todo un aprendizaje.

Saturno

P.- ¿Cómo funciona la autobiografía en sus libros? ¿Manipula los hechos, pero se mantiene fiel a las emociones, a las sensaciones, a los miedos?
R.- Así es. Mi biografía es un telón de fondo. Yo pongo, digamos, la escenografía: el poste de aquí es mi infancia, la luz de allá es mi rostro. Todos los elementos del escenario se corresponden con mi vida, pero el drama que sucede ante ellos, la historia que escribo ya no lo es. Ya es otra cosa. Es algo creado, artificial. Es ficción. No sé por qué lo hago así, no sé qué necesidad tengo de escribir de esa manera. ¿Verosimilitud, quizás? Es posible. Alguien lee Saturno y cree que yo, Eduardo Halfon, estoy al borde del suicidio. En mi familia lo leyeron pensando que era un ataque tremendo a mi padre. Esa es la lectura literal, pero creo que no es correcta. Aunque tampoco me molesta si sirve para que el texto pegue más fuerte.

P.- Sin embargo se ha señalado la falta de dramatismo en sus libros. ¿Es una decisión consciente, estilística?
R.- Eso es porque soy más cuentista que novelista. Yo escribo cuentos de hasta 130 o 150 páginas, pero son cuentos. Mi intención es cuentística: la acción permanece entre líneas, el drama no florece, sino que se mantiene en otro lado. Creo que ahí está la diferencia con la novela, y no en la longitud. En el cuento hay una intensidad contenida. Para que un cuento funcione ha de haber una bomba, pero esa bomba no puede llegar a explotar nunca. El cuentista ha de ser libre. Hace piruetas, te muestra un camino y después te lleva por otro. Así lo entiendo yo. Cuando me dicen que mis libros no terminan, o que tienen una estructura extraña, siento que no se han leído bien, o que se han leído con ojos de lector de novelas. Hay que cambiar de ángulo. Creo que la falta de dramatismo tiene que ver con eso.

 

“La literatura no es mi patria”

P.- ¿Qué cuentistas le interesan? No es fácil rastrear en sus cuentos las influencias obvias.
R.- He ido perdiendo las influencias a medida que hallaba mi propia voz. Leo todo el tiempo a los mismos: Carver, Cheever, Malamud, Williams. También a Chéjov. O al Bolaño cuentista, que fue importantísimo para mí. Pero no soy capaz de ver qué han dejado en mí. Creo que, sin darme cuenta, los he ido matando a todos.

P.- Dice que no sabe “cómo se siente una persona ligada a un pedazo de tierra”. Y que tampoco cree que la literatura sea algo así como su patria. ¿Puede el desarraigo llegar a ser total?

R.- No siento que la literatura sea mi patria, y lo siento cada vez menos. Cuando empecé sí tenía ese entusiasmo, esa esperanza de escritor joven. Cuando lees de joven eres un lector voraz, buscas todas las respuestas en los libros. Pero ese entusiasmo va menguando. Cada vez siento más que mi vida está por otra parte: escribo, leo, pero ahora soy padre. Esto tomó prioridad. Si la literatura es mi casa, entonces yo estoy alquilado. Estoy de paso por la literatura.

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Saturno

Eduardo Halfon

NADAL SUAU | 28/04/2017 |  Edición impresa

Desandar el camino en la obra de un autor es siempre una forma muy peculiar de diálogo: la mayor influencia que pesa sobre su lectura pasa a ser él mismo. En el caso de Eduardo Halfon, ese viaje nos lleva simultáneamente a corroborar la coherencia de su voz y la versatilidad que puede adquirir. Todo ello, en dos libros breves que le convierten en uno de los escritores mejor editados en España: tras Pre-Textos y Libros del Asteroide, las exquisitas Jekyll & Jill y Fulgencio Pimentel rescatan, respectivamente, Saturno y Clases de chapín (recopilación de los relatos contenidos en los volúmenes Clases de hebreo y Clases de dibujo, de 2008 y 2009, más los inéditos que se reúnen bajo el epígrafe Clases de machete).

Saturno asume convincente y equívocamente la herencia de la Carta al padre kafkiana para proponer una voz en primera persona que se dirige a su progenitor en tono recriminatorio, dolido, exacerbado. Esa voz oye otras muchas voces que rememoran el amplio catálogo de escritores suicidas que pueblan la literatura universal.

Así, la herencia familiar, que llevada a la síntesis perfecta no es sino la vida, y la muerte escogida, que es el suicidio, se entremezclan en un texto breve muy denso. Hay una decodificación inmediata que reconoce a Saturno como dios devorador de sus hijos o bien como emblema de la melancolía, y ambas lecturas están presentes en las sesenta páginas insomnes que lo llevan por título; sin embargo, hay más elementos en juego, siempre traspasados por cierta ambigüedad.

El narrador alude a la literatura y el lenguaje como “el mundo de la madre”, inaccesible para el hombre práctico y ejecutivo que fue el padre, ¿pero no es la literatura una devoradora de hijos a su vez? Por otra parte, el lenguaje o la literatura sirven al escritor para hablar del padre (“nunca pudo comprender que mi escritura era toda sobre usted”), pero a fin de cuentas, nos dice él mismo, “el padre es un nombre”, lenguaje en definitiva, aunque eso sí: el lenguaje de la tradición y la ley (“usted era la ley, padre”). El padre es identidad y fiscalización de esa identidad, un camino por el que el texto desemboca en lo judío y enfila su camino hacia un final sobrecogedor.

Clases de chapín también es magnífico, y presenta los registros halfonianos que más me han sorprendido. Que tanto el título como los epígrafes aludan al concepto de “clase” sólo puede remitir a la idea de aprendizaje (falso: también puede ser una referencia a la existencia de categorías), y ese es uno de los asuntos de estos relatos, entrelazado íntimamente con la presencia constante de niños o el peso reiterado de lo familiar entendido como conflicto, como Leviatán de imposible superación para el individuo. Un buen ejemplo de ello es el relato “Un buen machete”, en el que una adolescente que está desarrollando un desasosegante odio hacia su hogar descubrirá las amenazas que existen fuera de él.

Si los familiares son Leviatán, dejarlos atrás es entrar en territorio de lobos, lo cual remacha el concepto institucional, restrictivo pero proveedor de ley y orden, de la familia. Por cierto, en Clases de chapín las mujeres (o las niñas) están especialmente amenazadas en cuanto trasgreden las fronteras paternas. La alteridad, ya tenga la forma de una mano con muñones o de vecino nazi, está fuera del hogar, pero también dentro (puede ser una culebra, o un sapo negro). A esta dialéctica, Halfon le da una forma narrativa intensiva, que en el estilo se permite derivas no especialmente halfonianas, como en el transpirante “Mucho macho”. En todos sus matices, Clases de chapín y Saturno son libros admirables.

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Saturno

Saturno de Eduardo Halfon en el programa Pompas de Papel



SaturnoSaturno, de Eduardo Halfon, el el blog del programa Pompas de papel, de Eitb Radio, por Kike Martín.

«Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) es un magnífico escritor que ha hecho de su vida y viajes materia literaria. Lo demuestran libros como El ángel literario, El boxeador polaco, La pirueta, Monasterio y Signor Hoffman, los dos últimos comentados por Txani Rodríguez en Pompas de Papel. En muchos de ellos el autor cuenta cómo son sus descacharrantes y divertidas relaciones con su familia judía, tanto en su país como en Israel. Ahora la editorial Jekyll and Jill rescata una pequeña novela que formaba parte de un libro que incluía otro texto, que llevaba por título Esto no es una pipa, Saturno y que se publicó en 2003. La nouvelle es una larga carta en la que un narrador desquiciado escribe a su padre, severo y devorador. Una carta amarga que describe los trágicos últimos momentos de una larga lista de escritores suicidas. Este relato fue publicado originalmente en 2003 y consagró a su autor.»

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