«¿Cuántas personas, cuánto trabajo, cuánto tiempo y desvelos hay detrás de cada uno de los libros que leemos? Parece que en los libros de historia (e historias) solo existen autor y editor – y quizá esto sea lo más normal. Al fin y al cabo, aquel es quien idea y escribe el texto y este quien lo pone a disposición del público -, pero en los últimos tiempos parece que gana en visibilidad el trabajo de una serie de personas sin las cuales la lectura sería, si no imposible, diferente. Hablamos de ilustradores, correctores y, sobre todo, traductores.
De esto trata, al menos en parte, el ensayo de la británica Kate Briggs, quien partiendo de su trabajo como traductora de una serie de conferencias de Roland Barthes y de la lectura de la edición inglesa de «La montaña mágica» (traducida por Helen Lowe-Porter) se embarca en un texto que es, al mismo tiempo, reivindicación del trabajo de traductor y cuestionamiento de este trabajo, de la escritura y de la propia lectura.