José de Montfort escribe sobre Larva. Babel de una noche de San Juan, de Julián Ríos, en El Club de los Miércoles.
Esta tarde he perseguido a un ciego. Estaba en el metro, yendo a buscar a #hijta y en la estación de Espanya me he encontrado a un ciego brioso, pero que, sin embargo, iba tropezando con algunas esquinas. Lo he venido observando, a él y a otro compañero suyo. Me dio, al principio, la impresión de que iban en un grupo (es lo habitual), pero no. Al cabo de varias escaleras mecánicas me di cuenta de que uno y otro ciego no tenían relación alguna. Que el uno iba acompañado de una chica y el otro no; iba solo. Solo, pero impetuoso. Casi marcial en su recorrer los trazados de la estación de metro. Un ciego hiperactivo, pensé. Así que me pudo la curiosidad y lo seguí.
Llevaba, además del bastón, una enorme bolsa azul en la otra mano y una mochila. Caminaba rápido, con vigor y energía. No como quien llega tarde a una cita, sino como aquel que quiere demostrarle a la vida que él se pone el mundo por montera. Y así fue. Subió las escaleras (no las mecánicas, ya las de salida de la estación) con una energía que parecía casi expelida sin esfuerzo (y en tramos de dos, tres, casi cuatro escalones, a la brava). Como si le sobraran los arrestos para confrontar lo que fuese, siendo ésto lo desconocido del mundo: lo incognoscible.
Se movía con donaire y liviano. Pero entonces sucedió lo más inesperado. Entre un barullo de gente, se chocó contra unas obras del Paralelo y erró el giro, yéndose para la derecha, directo a las fauces del tráfico vespertino. Viendo que nadie acudía a su ayuda le pegué un grito. Hey, mejor por la izquierda, le dije. Solo eso: mejor por la izquierda. Y así, igual de brioso que antes, no sin antes darme las gracias, con parquedad, pero con elegancia, continuó raudo por la acera, chocándose con algunas vallas desperdigadas que el ayuntamiento tuvo a bien dejar donde le vino en gana (pero el ciego, a pesar de su velocidad, respondía brava, limpia y rápidamente al choque, reorientándose en tiempo record).
Iba veloz, este hombre mágico. Y me tenía fascinado. Por lo que continué siguiéndolo, a una distancia prudencial, no fuera cosa que hubiese de necesitar de mi ayuda (pero también por respeto: los ciegos notan nuestra presencia, nuestras miradas, y es lógico que no les guste nuestro paternalismo). Casi sin darme cuenta había desaparecido, en un chaflán lo perdí de vista. Escuché que decía grácil, pero vehemente: buenas tardes. Y entonces supe que había alcanzado felizmente su destino. Buenas tardes.
Algo de lo antedicho hay también en Larva, Babel de una noche de San Juan, la novela seminal (y mítica) de Julián Ríos, que recién ha editado Jekyll & Jill y cuya edición original es de 1983. Hay en Larva un deambular en una ceguedad beoda por las calles de Londres. Un correr por la noche de una panda de juerguistas enmascarados. Se trata, sin lugar a dudas, de una de las obras más innovadoras de la reciente narrativa contemporánea en castellano y, en ella, a decir de Juan Goytisolo, postula Ríos “un internacionalismo cultural”. Esto es: trata de poner la literatura en español (vehiculada junto a la influencia de la innovación estructural latinoamericana) al nivel de la del resto del mundo.
Y ello lo hace ampliando el campo de lo decible y lo narrable, subvirtiendo el lenguaje, dialogando con la tradición (desde Apuleyo ya hasta Joyce, pasando por Sterne o Cervantes) y experimentando con las formas narrativas.