Esther Peñas, del diario Solidaridad Digital, entrevista a Andrea Valdés con motivo de la publicación de su libro Distraídos venceremos:
«Escribir no consiste en dar una explicación al caos sino una unidad»
Esther Peñas / Madrid
Distraídos venceremos (Jekyll&Jill). Con este título, tomado de unos versos del inclasificable escritos Paulo Lemimski, Andrea Valdés (Barcelona, 1979) trisca con una voracidad y un apasionamiento arrolladores en la escritura (auto) biográfica de una huestes de escritores perdidos, orillados, casi imposible por la pureza que gasta. Algún nombre conocido, Rosa Chacel, por ejemplo, o Mario Levrero. Que este ensayo se abra con los versos catódicos de Leónidas Lamborghini es toda una declaración de guerra a lo adocenado. Valdés tiene una manera de leer a los otros y de contar (nos) que hace posible que aquellos de quienes habla nos resulten tan necesarios como la aurora.
¿Cuándo la escritura autobiográfica sana y cuándo enferma de gravedad?
Me es difícil responder así, en abstracto, a una pregunta tan compleja, pues cada cuerpo, circunstancia y obra es un mundo. Lo que sí tengo claro es que muchas veces la escritura es un acto transformador y esa es una de las cosas de las que hablo en Distraídos venceremos, en cómo cambió a ciertos autores. A veces son ellos quienes lo anuncian directamente (Carlos Sussekind, Jorge Baron Biza, Gloria Anzaldúa) pero otras es el propio texto el que lleva las marcas de esa transformación (Lopes Cançado, Viel Temperley…) A su vez quise hablar de cómo me afectó a mí su lectura, de ahí que mi voz esté muy presente en el texto. En ningún caso se trató de exhibir mi conocimiento sino de compartir mi perplejidad ante unas obras de las que igual no se ha hablado lo suficiente y que para mí son muy meritorias.
¿Se escribe para sobrevivir (se)?
En parte sí, pero espero que no sea el único motivo. De hecho, esto me recuerda a lo que dijo la poeta Ana Cristina César para quien escribir no es exactamente decir la verdad. Eso es imposible. “Y como es imposible opto por lo literario, y esa opción tiene que conllevar cierta alegría. Tiene que ser grata.” Cristina César se suicidó bastante joven, por eso me llamó la atención que insistiera en esto, en la escritura como un placer y no como una vía de escape, ni siquiera un consuelo. Dicho esto, me gusta pensar que quienes escriben muchas veces desconocen la razón. Creo que es importante dejar ese espacio. Asumir que no siempre tenemos una coartada clara o una intencionalidad que podamos expresar con palabras.
¿Puede cerrarse una herida con la escritura?
Yo creo que sí y la literatura está plagada de ejemplos. Memorias desde abajo de Leonora Carrington podría ser uno de ellos. También Borderlands/La Frontera de Gloria Anzaldúa o el resto de trabajos que comento hacia el final de Distraídos, donde las autoras escriben muy condicionadas por los territorios en que nacieron: una reserva, una favela, una frontera… En todos esos casos, la escritura busca restaurar un daño muy concreto, me refiero al de esas identidades que política e históricamente aún estar por completarse.
¿Cómo saber que eso que no se dice, “lo que está justo detrás”, es lo que el lector presupone que está escuchando?
Una vez escrito, el texto ya no pertenece a su autor sino a quienes lo leen y aquí cada cual interpreta las sombras que dejan las frases, porque para mí la mejor escritura es la que hace sombras. La transparencia es información. No pertenece a la literatura, que implica un riesgo. Ese riesgo es asumible si uno acepta que estamos llenos de incongruencias, que todo es movimiento, y que escribir no consiste en dar una explicación al caos sino una unidad.
En su aproximación a los diarios de Chacel, propone la hipótesis de que lo que oculta esta inmensa escritora es una infidelidad. ¿Tanto le dolió que no fue capaz de mentarla, siquiera?
No creo que su problema fuera la infidelidad en sí sino el hecho de que para abordarla ella tuviera que lidiar con algo para lo que no tenía palabras y es el erotismo o su ausencia, tema que desarrolló en La confesión, donde habla de otros autores y destaca el pudor de “sus maestros” (Unamuno, Galdós…) en relación a esta materia, pudor que ella acabó heredando.
Pienso en alguno de los autores que menciona en el ensayo, Lopes Cançado, por ejemplo. ¿La locura es a la escritura su quintaesencia o todo poeta habita una cierta locura? Siguiendo con esta autora, ¿es posible “matar al sistema” con la palabra?
La relación entre escritura y locura es muy compleja. Para mí es todo un misterio, considerando que el lenguaje es una construcción racional que tiene su gramática y convenciones. El lenguaje es un orden. Entonces ¿cómo crear estando fuera de él y, sobre todo, cómo hacerse inteligible? Imagino que cuando se escribe es sobre todo a pesar de la locura, en momentos de calma, lo que no impide que se puedan registrar esas alteraciones e incluso inventarlas, como propugnaron los surrealistas. O no reconocerse en lo que uno ha escrito y en ese sentido la entrevista de Viel Temperley que incluyo en el ensayo me impactó mucho. Creo que es de las más bellas y humanas que he leído. Habla como tomado por la palabra, sin filtros. En cuanto a Lopes Cançado, es difícil matar a un sistema con la palabra si ese sistema no te reconoce como interlocutora, de ahí que ella matara a una persona: para hacerse oír. Es como si una violencia alimentase a otra, pero quiero creer que gracias a su testimonio y a tanto otros hemos aprendido algo sobre la esquizofrenia, aunque aún quede mucho por hacer.
“La escritura es una voz”. Se detiene en tanto autores extremos, auténticos, que cuando uno regresa al panorama de novedades le resulta de un sucedáneo mayúsculo. ¿Cuándo se convierte el acto de escribir en una estafa?
No sabría decirlo. Lo que está claro es que publicar con criterio es muchísimo más caro que hacerlo con cierto cinismo y acorde a las modas, que en el mundo editorial también existen. En realidad no haya nada más difícil que intentar construir nuevos lectores, sobre todo en este país donde la mayoría es muy conservadora, de ahí vino mi interés por sondear otras literaturas, al margen de la anglosajona, de la que no paran de traducirse cosas cuando en nuestra lengua hay tanto por descubrir. En ese sentido celebro la recepción de Distraídos venceremos, que escribí como quien lanza una botella al océano… Me hace feliz que gracias a él, otros se animaran a leer a Baron Biza o María Moreno.
De todos los autores mencionados, ¿cuál le ha marcado más y por qué?
Me sería difícil decirlo pues con cada uno tuve una experiencia lectora muy distinta. De Carlos Correas me impactó su extrema negatividad; de Audre Lorde, el cómo convierte la ira en algo constructivo; de Gloria Anzáldua que me interpelase desde tan lejos; de Levrero fue más bien lo opuesto: es como si nos conociéramos. Quizás Lopes Cançado es quien me dio más bronca pues no es fácil leer desde la cordura a quien la está perdiendo, y en algún momento me preocupó esa asimetría.
Le devuelvo una pregunta, que trasciende los territorios literarios, ¿cómo convertirse en lo que uno es?
¡No tengo ni la menor idea!
¿Es necesario comprometer la vida con la escritura o es al revés?
A saber dónde empieza una cosa y acaba la otra, pues para mí se necesitan mutuamente. Lo difícil es asumir que toda entrega tiene un peaje, pero también es lo bonito: el tener miedo a perder algo. Sin ese miedo no concibo la valentía, que es la conclusión a la que llegué en Distraídos venceremos, tras ponerle algo de humor, y creo que el título ya da una pista.