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Lejos de todo de Rafa Cervera en Libros en mi biblioteca

Carmen CG reseña Lejos de todo, de Rafa Cervera, en Libros en mi biblioteca:
CUBIERTAS DESHIELO BOLSILLO.inddVerano de 1977: Playa de El Saler, Valencia. Un adolescente entabla amistad con una pareja de hermanos. Con él comparte la fascinación por David Bowie. Hacia ella siente una irrefrenable atracción. Así, aislados en el escenario que impone dicho paisaje, que en realidad es un personaje más, los tres pasan a formar un extraño triángulo. Su relación se va definiendo a medida que el verano transcurre, hasta convertirse en una mezcla de anhelos, secretos y sueños que acaban diluyendo el límite entre la fantasía y la realidad.

Primavera de 1976: David Bowie se encuentra sumido en una crisis artística y personal, atrapado en su adicción a la cocaína. Decide aislarse en algún lugar perdido que le permita ser anónimo y así poder encontrar una salida al caos que le domina. Dejándose llevar por el azar, elige Valencia, donde se refugia durante unos días acompañado por sus dos fieles amigos, Jimmy —artísticamente conocido como Iggy Pop— y Coco. Una vez allí, su camino se cruzará con el de uno de los protagonistas de la historia anterior.

Suficiente nos cuenta la sinopsis de Lejos de todo para que yo pueda evitar ir más allá. Os recomiendo que la leáis y así no os sorprenderéis de lo que podéis encontrar en estas 136 páginas, que recibieron el Premio de la Crítica Literaria Valenciana en 2018.

Yo llegué a ella por un librero. Ay, los libreros; una figura esencial del panorama literario para los lectores. Eso sí, el librero tiene que ser lector, y no un lector cualquiera, debe ampliar su zona de confort para ser capaz de recomendar de cualquier género. Hay que cuidar al lector para que te sea fiel. Porque no hay duda de que los lectores somos fieles. ¿Lo habéis pensado alguna vez? Yo, sí. De ahí que quien tiene un buen librero, tiene un tesoro.

El futuro, una ilusión llena de posibilidades que pierde interés a medida que te aproximas a él.

Magnífica cubierta la que acompaña esta historia. Creo que es importante que lo destaque, porque la edición de una novela es muy importante. Nos dice mucho del cuidado que se ha puesto para publicarla, algo que a los lectores nos gusta.

Lejos de todo ha sido una historia que he leído un poco a la defensiva. No sé si entendéis lo que quiero decir, pero he estado como alerta porque no conseguía saber qué implicaba lo que estaba leyendo, lo que me hacía estar en ese estado lector. ¿A qué tipo de historia me estaba enfrentando? ¿Formación, amor, recuerdos… simple narración? Quizá mi corazón romántico me empujaba, en cierta manera, y con un tercio leído de la historia, hacia el amor, centrándome en cómo un chaval descubría su propio camino, atrapado en su vida, en su realidad, que se me enturbiada por elementos externos (esa turbación no es mala, al contrario, consigue que nuestro narrador sea consciente de su propia existencia).

Con la escritura puedes hacer algo parecido al rock and roll. La diferencia es que no necesita ser adolescente para seguir haciéndolo bien. Está disciplina funciona al revés, el tiempo y la vida te ayudan a ser cada vez más puro. Es posible incluso que al final tu escritura sea la que mejore tu vida. Eso es lo que creo. 

Nuestro narrador, a través de esas 134 páginas, algo extrañas, comparte con nosotros ese verano de 1977, con quince años, en la playa del Saler, que cambió su vida, o su manera de ver la vida. También está Bowie, no puedo olvidarme de él, aunque para mí es más un excusa para darle más empaque al recorrido por el Valencia de los años 70. Probablemente para otro lector, Bowie sea el centro de la historia, porque es el que une a los personajes, en que les aporta razón. No sé; será cuestión de percepción y de comprensión.

Vi cómo se sumerge entre las sombras mientras se alejaba. Mirando la caminar subir al fin cómo se movían las hijas del Cid.

Puede que el texto descuadre un poco al no seguir una línea lógica temporal, haciendo pequeñas incursiones aquí y allá, dejando todo el control de esta historia al propio autor, que dejará que sepas lo que el quiere que sepas y en el orden que el quiere que lo sepas. He tenido la sensación de que jugaba conmigo, y eso, como ocurre siempre que se hace bien, me ha gustado. Eso sí, no puedo decir que haya leído esta historia de manera cómoda, confiada, disfrutando de por donde me llevaba la trama, de sus giros, de los personajes… no ha sido así, sino, realmente, algo más significativo. Es de esos textos que consiguen removerme porque hacen que me implique mucho más de lo que realmente creía que hacía.

Siente la amenaza, la devastadora melancolía que se apodera de él en ocasiones. Si no se mantiene alerta, su desazón podría arrastrarlo hacia un vacío y conoce muy bien. No parece que exista nada que pueda salvarlo cuándo quedamos cede su soledad. 

Puede que haya tenido la sensación de pérdida por no ser una gran sabedora de David Bowie. No conozco mucho sus canciones y, quitando Dentro del laberinto, película que sí recuerdo de niña, y algunas de sus canciones más populares, poco más sé. Estoy convencida de que un verdadero fan de este personaje disfrutará más de esos detalles que para mí pasan desapercibidos y de cómo el autor los ha usado para crear coherencia a la narración.

Nadie piensa en la muerte a los quince años salvo que la muerte te obligue a pensar en ella.

Magnífico el final como cierre de todo, dando sentido a esos recuerdos tan importantes del protagonista.

En resumen, un texto que te acerca al narrador, haciéndote sentir privilegiado porque has estado allí, con él. Creo que rezuma incertidumbre, soledad, miedos, pero también, vida, en cierta manera amor y búsqueda; además de llevarnos a un lugar que fue refugio de ambos (ese Valencia de finales de los 70), por motivos distintos, pero lo fue.

Bonito, aunque no sé si es un adjetivo que otro lector utilizaría para describir esta lectura, pero para mí sí, ha sido bonito leerla. Una de esas novelas pequeñas que se hacen grandes cuando las lees.

Escribo esta historia porque escribir es la única fórmula para que las piezas encajan y el pasado adquiera sentido.

Habrá que seguir confiando en el consejo del librero.

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Entrevista a Paco Inclán en el diario De aquí



Andrés García entrevista a Paco Inclán en el periódico De aquí con motivo de la publicación de su libro Dadas las circunstancias:

Un momento de la entrevista en el parque de MarxalenesUn momento de la entrevista en el parque de Marxalenes

Paco Inclán: «Una parte importante de escribir consiste en aprender a borrarse»

El escritor Paco Inclán (València, 1975) acaba de publicar Dadas las circunstancias (Jekyll & Jill)

Entrevista a Paco Cerdà y Paco Inclán en Verlanga



Rafa Rodríguez  entrevista a Paco Cerdà (El Peón, Pepitas de calabaza, 2020) y a Paco Inclán (Dadas las circunstancias, Jekyll & Jill, 2020) en la librería Ramon Llull de Valencia para hablar de sus nuevos libros. HOY en Verlanga.

Paco Cerdà y Paco Inclán, cuando los márgenes son el centro

Paco Cerdà y Paco Inclán. Foto: Saz Enif.

Paco Cerdà (Genovés, 1985) y Paco Inclán (València, 1975). Los dos acaban de publicar nuevo libro. Cerdà, su cuarto, El peón (Pepitas de calabaza); Inclán, su séptimo, Dadas las circunstancias (Jekyll & Jill). Los dos estudiaron Periodismo, no tienen whatsapp personal y las redes sociales les producen alergia. Los dos escriben muy bien, muy muy bien. Los dos han sido editores, Cerdà en La Caja Books; Inclán en Bostezo. Los dos presentan sus nuevas criaturas este mes de marzo, en la Libreria Ramon Llull (donde quedamos para hablar con ellos), Cerdà el jueves día 5, Inclán el sábado 28.

El peón es un banquete de historias de bocados selectos.

Dadas las circunstancias es el viaje organizado ideal, siendo todo lo contrario.

El peón gira en torno a un año, 1962; una partida de ajedrez, Arturo Pomar vs Boby Fischer; dos países, España y Estados Unidos; y muchas vidas que rescatar, de la escritora Dolores Medio al soldado George Fryett, de Salvador Barluenga el estudiante de medicina que robó un retrato de Franco al activista negro Robert F. Williams.

Dadas las circunstancias nos lleva, mapa incluido, a Praga, con parada en un planeta enano y en un escritor con acondroplasia. También a Llodio, a la búsqueda de Goyo, un pintor que habla el erromintxela (euskera + romaní), seguramente el último. O a Veracruz, a la proyección de un documental sobre el vínculo inexistente que tuvo Pancho Villa con aquel lugar, sí habéis leído bien.

Los dos libros hacen zoom a lo(s) fuera de foco, a la periferia de la historia, con y sin mayúscula, convirtiendo los márgenes en el centro. Jaque mate a los lugares comunes.

Contáis historias que de no hacerlo vosotros igual no lo haría nadie.

Paco Cerdà: Personalmente, como periodista, lo que me ha interesado siempre ha sido la historia minúscula, la persona que en principio no tiene relevancia para aparecer en la portada de un diario, esa persona que tiene una enfermedad muy rara y las dificultades que comporta vivir con ella o esa otra que ha sido indocumentada toda su vida y es un apátrida… la historia que recuerdas cuando acabas de leer el periódico. Siempre me ha interesado lo anecdótico que es lo que da sentido al conjunto, y que es lo más interesante desde el punto de vista periodístico y, también, narrativo. No sería tan pretencioso de decir que si no lo contara yo no lo contaría ninguno, pero puede que la manera de abordarlo sí tenga un punto original. Y esto ocurre en El péon. A partir de un mismo hilo conductor, la metáfora del peón, hablo de personas minúsculas que han sido utilizadas a lo largo de la historia por un régimen político o por una causa, sea la que sea, del fascismo al comunismo, del maquis al Black Power, de un jugador de ajedrez como Arturo Pomar utilizado por el NODO y por el franquismo a otro jugador, de talento inconmensurable, como Bobby Fischer utilizado por el gobierno de Estados Unidos en la Guerra Fría de una manera obscena.

Paco Inclán: Sí, se trata de buscar un punto de vista original. Por ejemplo, yo voy a Cuba y no hablaría del comunismo, en Jamaica no lo haría de la marihuana, en México de la violencia. Se trata de darle la vuelta a lugares que ya están muy estereotipados e intentar narrarlos desde otro lugar. Es que si no, acabamos siempre hablando de lo mismo. Yo que he vivido mucho en México, cada vez que veo la imagen que se representa aquí…joder, a mí nunca me ha pasado eso, ni lo he vivido así, ni la gente que conozco está en eso. Que no es cuestión de ignorar esa realidad, pero tampoco que sea la realidad que se imponga.

PC: ¿Y eso lo haces más pensando en el lector o en ti?

PI: Me interesa a mí. Buscar esos lugares que no son narrados. Pero también hacerlo de cara al lector. Y como dices tú, Paco, me interesan mucho los personajes anónimos, corrientes, las rarezas de la gente cotidiana, la microhistoria.

PC: Los márgenes, ¿no?, en definitiva.

PI: Sí, lo que pasa es que cuando la gente nos habla de márgenes, lo que consideran como tales para mí es muy centrado.

PC: Sí, sí, eso está claro.

PI: Yo tengo una anécdota sobre esto muy esclarecedora. Llego a un poblado pequeño colombiano, después de un trayecto de muchas horas, salen a recibirme, y le digo a una señora que hay que ver lo lejos que están y ella me contesta “¿lejos de dónde?” Ella consideraba que estaba en el centro, que el centro no era ni Bogotá, ni Europa… Claro, te cuestionas dónde ubicas el margen y el centro.

PC: Exacto. Dile, por ejemplo, a Pedro Sánchez Martínez o a Caracremada, dos maquis de los que hablo en el libro, que ellos estaban en el margen cuando han dedicado toda su vida a combatir el franquismo. La reflexión de esa mujer colombiana que cuentas está muy bien. Al final es la óptica desde la que mires. Y en mi caso, lo que he intentado es mirar al poder desde abajo, desde la figura del peón. Cómo ese sacrificio que hicieron de su vida por luchar por una causa colectiva les afectó después. Prisión, exilio, muerte, rupturas familiares… y cómo a pesar de eso muchos lo hubieran vuelto a hacer porque no entendían su vida sin esa entrega.

¿Por qué os interesa más la realidad que la ficción?

PC: Porque soy periodista. Mi campo de trabajo siempre ha sido la realidad, las personas que la protagonizan, los hechos que suceden, el contexto en el que se mueven… Me interesa mucho conocer qué ha pasado a lo largo de la Historia, o en el presente. Me parece más interesante que fabular en escenarios parecidos. Eso implica mucho más trabajo. En El peón ha supuesto una documentación brutal. Si quería que fuera una historia de no ficción, o real, con pulso narrativo, me obligaba a ir poniendo detalles que para poderlos verificar me costaba mucho. Saber si la luna estaba en cuarto creciente para poderlo decir, saber si hacía frío en la prisión, saber si la chaqueta que llevaba alguien tenía cuatro botones o no… Puede parecer una tontería y una nimiedad, pero creo que es lo que da profundidad a la lectura y al mismo tiempo la hace digerible, y también más periodística, más crónica.

PI: Yo considero que no me ciño, 100%, a lo real. Desde el primer libro se me ha preguntado mucho cuánto de verdad y de mentira había, pero es que al final no me acuerdo. En ese sentido, trabajo un poco más desde la ficción, o desde la exageración de hechos reales, o a no limitarme solo a lo que veo sino también a lo que podría estar viendo. Mi intención en mis relatos es que, al final, dé igual lo que es real y lo que es imaginación. El otro día me pasó algo interesante. Me escribió una persona que se había leído el libro, pidiéndome la dirección de una de las protagonistas pensando que no existía. Pero sí existía. Y me dijo “Me acabas de engañar con una verdad”. Yo, al final, lo que intento es jugar, no es crónica periodística, pero tampoco es ficción 100%. Sí es cierto que en Dadas las circunstancias he introducido cuestiones más cercanas al ensayo, que es algo que cada vez me interesa más, como las lenguas artificiales o la figura de Arnau de Vilanova. Hay un tratamiento más desde la investigación o la documentación, aunque luego inevitablemente me sale ese personaje que se acaba metiendo en follones vinculadas a esos temas. Entre lo que veo y lo que invento surge una dimensión en que realidad y ficción no me importan. Estudié, también, Periodismo, y necesito ese poso de realidad, pero al final decidí alejarme de ella y de la objetividad. Pero no sé crear, desde mi casa, una ficción. Si tengo que narrar algo sobre algún sitio, aunque sea Bután, hasta que no vaya allí no puedo hacerlo.

¿Cuánto hay en vuestra escritura de emprender un camino sin saber con seguridad hacia dónde se dirige y lo que va a pasar?

PI: Yo, en un primer momento, no sabía que iba a hacer el libro que hice, pero acabé embarcado en una historia que me llevó a rozar la locura. (Risas)

PC: En mi caso, había quedado magnetizado por la historia de Arturito Pomar a partir de un documental que vi. Me encanta la épica deportiva y el ajedrez es un mundo que culturalmente me interesa mucho, aunque no juegue. Conocí la partida entre Pomar y Fischer y reparé en que en ese año, 1962, hubo cierta convulsión en España por la huelga minera, el contubernio de Munich, el Concilio Vaticano II… y descubrí que en Estados Unidos fue el año de la crisis de los misiles de Cuba, del auge tremendo de la lucha por los derechos civiles, hubo intercambio de espías…Y en un momento determinado pensé que Pomar y Fischer habían respondido a la misma figura de peón para sus regímenes y no sé cuando, pero surgió la chispa de ¿y cuántos peones se movían en otros tableros que no eran el de la partida ese mismo año? Y de una manera, posiblemente innecesaria, absurda y estúpida, me delimité unas normas más férreas que las del ajedrez y me obligué a que todas las historias que contara fueran reales, que se refirieran a España y a Estados Unidos, que hubieran ocurrido en 1962, que estuvieran conectadas a lo largo de la partida de Fischer y Pomar que, también, tuve que investigar.

PI: Normalmente, el objetivo de la investigación en los relatos no me interesa, es una manera de empezar a caminar. Ir a La Habana a buscar el chiste que mató a un poeta en el siglo XIX realmente me da igual, no quiero encontrarlo, lo que me interesa es todo lo que va a ir provocando el hecho de ir a buscarlo. A veces salgo a buscar algo y me encuentro otras cosa. O encuentro un tema que no pensaba que pudiera ser tal.

PC: Además de llamarnos igual, creo que compartimos la curiosidad. Porque a ti en un primer momento aquel chiste podría darte igual, o lo de Arnau de Vilanova, pero al final te acabas obsesionando, cuando hacía dos meses no sabías nada sobre ello y ahora lo quieres saber todo. A mí también me pasa. No sabía nada de James Meredith, el primer universitario negro que rompe las barreras raciales en Estados Unidos, y de repente necesitaba saber cuándo mecanografía la carta en la que solicita su acceso a la universidad, dónde vivía en el campus…

PI: Qué locura, ¿no? (Risas)

Vuestros textos están muy depurados y cuidados. ¿Cómo vivís el proceso de reescritura que, en ambos se intuye muy importante?

PC: Yo no escribo, yo reescribo. Creo, además, que es la parte más divertida de todo el proceso. Escribir es muy parecido a las matemáticas, encaja o no encaja el problema, das una solución o no la das. Hay frases que tienen un ritmo o no lo tienen, hay palabras que funcionan perfectamente o no funcionan, y hasta encontrar esa tecla hay que cambiar mucho, hay que reescribir mucho. Personalmente, es la parte que más disfruto.

PI: Para mí, también, reescribir es fundamental. De hecho, los primeros bocetos de mis relatos me dan vergüenza propia. Escribo primero como a lo bruto, casi sin mirar lo que estoy haciendo porque sé que después empieza un trabajo de podar y esculpir un texto, un trabajo muy arduo. Siempre digo que escribir es aprender a borrarse, que es algo que me interesa mucho, encontrar la esencia. Reescribir es tacharse, algo que me da mucho placer. Descubrir que vas quitando y que la frase va quedando como tú querías. Al final, reescribir es como autoeditarse, en el sentido de ser el primer editor, el primer crítico que se acerca al texto, hay que aplicar una mirada con cierta distancia. Cuando descubres que el texto tiene el ritmo que buscabas es muy placentero.

PC: Diría que hay cuatro unidades: la palabra, la frase, el párrafo y el capítulo. Y en cada momento del proceso de escritura hay que fijarse en una parte de cada una de ellas. Si falla una estás perdido. Si el capítulo es demasiado largo, o el párrafo no tiene ritmo, o…, creo que esas cuatro unidades son básicas y si descuidas una el resultado no es atisfactorio, al menos para mí.

Ambos publicáis en dos de las editoriales más interesantes del panorama literario: Pepitas de calabaza y Jekyll & Jill.

PC: Es un honor publicar en Pepitas. Considero que es una editorial con un catálogo muy solvente, coherente y con mucha identidad a lo largo de los más de veinte años que llevan publicando. Merece mayor consideración de la que tiene en el mercado editorial español. Es una ayuda verte arropado por un catálogo tan potente, tan riguroso, tan interesante, porque de alguna forma cuando tu libro llega a la mesa de un suplemento literario, o de un medio de comunicación,  lo miran con un respeto adecuado porque la editorial es un sello de garantía.

PI: Yo amo a mi editor y a mi editorial, Jekyll & Jill. Es un editor que cuida mucho a los autores y a los libros. Eso es un placer. Es una persona muy paciente, detallista, perfeccionista, que está encima de todo y te acompaña en las partes más desquiciantes del proceso creativo. Es una suerte que una editorial que está trabajando desde un criterio muy personal cuente conmigo. Victor Gomollón publica lo que quiere sin atender a cuestiones no literarias. En ese sentido, tanto Jekyll & Jill como Pepitas son editoriales muy valientes. Primero piensan lo que quieren hacer y luego ya verán como eso se puede rentabilizar.

PC: Yo  no sé si habrá muchos autores de libros a los que en Nochebuena, a las dos de la madrugada, les envíe un correo su editor para hablar de una cosa de un libro. A mí me ha pasado. Es extraordinario. Julián Lacalle no tiene horarios y no duda en destinar todos los recursos posibles a que el proyecto salga adelante. Además, es que el corrector de Pepitas es José Ignacio Foronda, un maestro de la escritura, que tiene un libro magnífico, Días bajo el cielo, y todo el equipo que les rodea, Víctor y Raquel, son muy eficaces y muy buenas personas. Yo no sé cómo será la hoja de excel de Planeta, pero la hoja de excel emocional de Pepitas seguro que la supera.

Y vosotros que habéis sido editores, ¿cómo os lleváis con el vuestro? 

PC: Yo le dije al mío, “ya conoces, Julián, el dicho, nunca sirvas a quien sirvió, ni edites a quien editó”. (Risas) Soy muy pejiguero con la portada, con los colores… y él es también muy perfeccionista. Es una combustión, una explosión de lento retardo.

PI: Me pasa igual. Víctor y yo deliramos en cuestiones muy mínimas como un punto y coma, matices que apenas se perciben, que seguramente el lector no notaría si no se hubiera cambiado. Recuerdo que un día a las tres de la madrugada le dije que las “f” y las “l” se encabalgaban y eso no me gustaba. (Risas)

PC: A mí sí. (Risas)

PI: Ese flirteo entre letras no (Risas), le hice separar un poquito las “l”… (Risas)

¿Qué importancia tiene el ser humano en vuestros textos como generador de historias?

PI: El contacto humano me parece muy interesante. Muchas de las historias de Dadas las circunstancias nacen de vínculos muy estrechos con gente en bares en México, en tabernas en Praga… Me gusta mucho sentarme en un lugar y que empiecen a pasar cosas. Cuando estás con esa predisposición para que ocurran, te van a pasar. A mí, tal y como cuento en el libro, se me ha sentado un tipo en una cantina mexicana y me ha dejado su casa y su coche en Sinaloa. Me interesa mucho narrar desde este contacto humano, que te cuenten historias, el ser humano es fascinante. Salgo a pasear por Torrefiel y pienso que cada persona con la que me cruzo tiene una historia fascinante que contarnos. Yo escribo mucho desde la escucha activa, pero hay veces, también, que hay que volver a la retaguardia y saber cuándo se ha escuchado demasiado (Risas).

PC: Igual que en Los últimos hablé con muchas personas, en El peón quería escuchar a la gente, a la gente de la que escribía. Y por eso, esa preocupación obsesiva por encontrar documentos escritos por ellos, cartas, diarios… porque quería que esas mismas palabras resonaran en su historia.

¿En qué momento dais por cerrada, narrativamente hablando, una historia?

PC: En el caso de El peón tenía la suerte, que es una desventaja, de que eran 76 fragmentos, uno por cada movimiento de la partida que disputaron Pomar y Fischer. Eso sí, cada uno podía tener dos páginas o diez. Pero quería que el ritmo que desprendiera el libro fuera el de una partida de ajedrez, pim pam, pim pam y sostenido. Y que las frases fluyeran y tuvieran tensión en todo el capítulo hasta la siguiente jugada. ¿Cuándo decido que ya está bien? Posiblemente cuando he leído y releído cada fragmento unas diez veces. Entonces lo cerraba y empezaba con otro.

PI: Yo doy el libro por cerrado cuando la editorial me dice que entra en imprenta, porque sigo corrigiendo el libro, incluso, una vez publicado, que me digo… no, por favor, no lo hagas.

PC: Eso sí que es grave. (Risas)

PI: Sí, sí que lo es. (Risas)

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Lejos de todo de Rafa Cervera en El País



 

Rafa Cervera posa en la redacción de EL PAÍS. GEMA GARCÍA
Rafa Cervera posa en la redacción de EL PAÍS. ©GEMA GARCÍA

 

Fernando Navarro escribe sobre Lejos de todo, de Rafa Cervera, en El País:

Fabulando con David Bowie

El crítico musical Rafa Cervera escribe ‘Lejos de todo’, su primera novela, ambientada en una Valencia postfranquista con el músico como inspiración

Para los habitantes de la república invisible de las canciones, todo lo importante sucedió dentro de los acordes, como templos sagrados fueron aquellas habitaciones cuyas puertas les protegían como si fueran “trincheras”. En palabras del chaval “extraño y fuera de contexto”, protagonista de Lejos de todo, la novela del crítico musical Rafa Cervera (Valencia, 1963), los mejores momentos de un mundo “hecho de soledad” llegaban cuando su héroe musical se ponía a cantar: “Quería creer que David Bowie emergería de este muro estucado en blanco para sacarme de aquí”. El anhelo de ese chico, perdido en mitad del verano de 1977 en la Playa de El Saler, ha sido un sentimiento universal en los corazones de tantos adolescentes que pisaron por primera vez la patria mostrada por Bowie, como si, al igual que Mayor Tom, pudiesen pasearse por la luna y las estrellas.

Bowie como inspiración, aunque podría ser cualquiera de los colosos musicales que han creado su propio y fascinante territorio artístico, prendido con fuego en existencias desorientadas, como confiesa el autor de Lejos de todo: “Si la novela fuese mi autobiografía, el que estaría en el poster sería Lou Reed, en la foto del disco Rock’n’roll Animal. Pero Bowie ha sido y es muy importante en mi vida. Lo meto porque me venía muy bien para la historia de adolescentes que quería contar”.

Cervera, firma habitual de EL PAÍS y referente en el periodismo musical desde los ochenta en publicaciones como Ruta 66, debuta en la literatura de ficción con un libro que diluye la fantasía y la realidad para cruzar las historias de un adolescente “confuso que se creía que era único” y un David Bowie que, atrapado en su adicción a la cocaína, acaba en Valencia con el fin de salvaguardarse del mundo acompañado de dos fieles amigos, uno de ellos un tal Jimmy, también conocido como Iggy Pop. “El Bowie que meto en la novela es una persona que está en crisis, que necesita cambiar y buscar soluciones, y refugiarse de sí mismo. Algo que le pasó en la vida real”, explica Cervera. “Me venía muy bien para hablar de la melancolía, la soledad y la pérdida”, añade.

Entre 1976 y 1977, años en los que transcurre el libro, Bowie realmente se escondió en las montañas del norte de Suiza, junto al lago Lemán. Fue un período de gran exploración personal, en el que se interesó por la música clásica, la literatura y la pintura, con especial amor por el arte expresionista. Pero para Cervera lo importante es “fabular”, situando al genio británico en su tierra natal, con la idea de revivir a través de la escritura esa sensación irrepetible en la que, como dice su protagonista, “la vida era algo nuevo, extraordinario y también inquietante”. “No era una necesidad volver a esa etapa, pero sí que era un territorio que me apetecía explorar. De cuando había pasión y te fundías con las voces que te inspiraron”, dice. “Es duro volver a la inocencia. A una inocencia que yo ya no tengo. Ya no soy ese. Es duro y doloroso volver a cuando descubriste quién querías ser. Entonces, estábamos completamente vírgenes y necesitados de algo que nos dijese: ‘Mira, como no eres buen estudiante, eres un desastre como deportista, ni sabes tocar la guitarra… no te preocupes porque está la música’. Esta gente te enseña el camino. Quieres seguirles y ya veremos luego a ver qué pasa”.

Cervera tardó ocho años en acabar la novela y también fue duro encontrarse durante el proceso de creación casi acabado con la muerte inesperada de Bowie. “Fue tremendo. Pero quise tener lealtad a alguien que me ha estado cantando al oído”, confiesa. Retomó el manuscrito inicial, lo cambió y reescribió la historia, colándose “más melancolía”. “Escribir es como una venganza contra la realidad. Cuando haces ficción, eres una especie de Dios. Puedes decidir cómo funciona ese mundo, colocas a los personajes y les dices cuando hablan o callan. Tienes el dominio de todo”, señala. Exactamente igual que cuando estás dentro de las canciones, como cuando eres un habitante de esa república invisible a la que Cervera, con el impulso de Bowie, le ha dedicado una oda literaria tierna y absorbente.

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Rafa Cervera y Lejos de todo en Valencia Plaza

Rafa Cervera escribe sobre el génesis de su novela Lejos de todo. Publicado el 1/10/2017 en Valencia Plaza.

LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Cómo escribí ‘Lejos de todo’

VALÈNCIA. Mi primera novela llegará a las librerías con el título de Lejos de todo, el resultado de un largo proceso de escritura que finaliza mi primera novela. Se materializará con una portada maravillosa a cargo de Roberta Marrero (siempre imaginé este libro ilustrado por una obra suya) y lo hará en Jekyll&Jill, la editorial con la que soñaba estar desde que la descubrí por culpa de los libros de mi admirado Paco Inclán. Lo que viene a continuación son algunos apuntes sobre cómo la escribí.

Una mañana de otoño, hace algo más de 10 años, me encontraba junto a las Torres de Serranos, monumento que antaño fue una puerta a la València antigua. Era la fiesta de Todos los Santos. Noviembre acababa de hacer acto de presencia pero aquel fue un día casi primaveral. Sentado frente al volante de mi coche, esperaba a unos amigos para irnos a comer a El Palmar. Así que allí estaba yo, distrayéndome con la estampa festiva que ofrecía la calle en una mañana tan pura. Los días de fiesta alegres y soleados hacen que me sienta como un forastero en el mundo. Un desconocido se acercó a la ventanilla. Era un hombre mayor que yo, el pelo y la barba casi blancos. Su rostro tenía una expresión bondadosa, pero transmitía algo más profundo y complejo. Bajé el cristal como si le conociera de siempre y a continuación le oí decir: «¿es usted Miguel Genovés? «La pregunta me desconcertó. Respondí que no, que yo no era esa persona a la que él esperaba. Asintió algo desencantado. Lo cierto es que mí también me decepcionó no poder serle de más ayuda. El hombre del pelo blanco se despidió educadamente. Lo vi regresar al borde de la acera y siguió atento a los coches que circulaban frente a las Torres de Serranos. Estuve unos minutos observándole pero él ya me había olvidado. De repente aparecieron mis amigos y poco después estábamos saliendo de la ciudad. Pasamos la tarde en L’Albufera, rodeados por un paisaje perfecto. En otoño, las luces del lago imponen sus propias leyes. En medio de aquel estado de placidez, paseando y hablando con quienes estaban conmigo, no pude dejar de imaginar cosas acerca de aquel desconocido. El hombre que hizo que sintiera no haber sido la persona a la que esperaba.

El hombre que cayó sobre València

Usé aquel episodio para escribir uno de los ejercicios del taller de escritura al que asistí en Madrid durante años. En menos de cuatro folios logré atrapar la sensación de aquel breve encuentro. Fue como extirpar un cuerpo extraño y colocarlo ante mí para poder examinarlo. Una vez escribo sobre algo que me perturba, la obsesión se transforma, y pasa a ejercer una pulsión diferente sobre mí. Así fue también en esta ocasión. Poco después opté por cambiar al personaje del relato que está sentado al volante. El protagonista pasó a ser David Bowie. No logro recordar cuál fue el motivo, aunque estoy seguro de que se me ocurrió escuchando Low. El David Bowie que, con todo mi atrevimiento, situé como una figurita imaginaria en las Torres de Serranos, es mi bowie favorito. Es el David Bowie del periodo 1976, el ser saliente de la piel del personaje del Thin White Duke. Es también el artista a punto de marcharse a Berlín y grabar el disco que le permitiría sumergirse en terrenos musicales más abstractos, los del mencionado álbum Low. De este modo supe que lo que había creado era, más que un cuento corto, el fragmento de la novela que a continuación tenía que escribir. Me olvidé del presente y de la realidad. Situé la acción en 1976 y seguí escribiendo. El mundo imaginario que durante años he ido elaborando está a punto de emerger a la superficie. Dentro de poco dejará de ser mío y pertenecerá a cada lector que se acerque a él.

Velocidad de la vida

Al principio, en la novela sólo estaba David Bowie con su atuendo habitual de la etapa de 1976 –pelo entre rojo y rubio, delgadez extrema, vestido de hombre europeo, con sombrero Fedora- sumergido en esa València que le era ajena. Entonces -y de nuevo sigo san saber ni cuándo ni por qué-, me di cuenta de que había otra narración posible que podía discurrir junto a la anterior. Rescaté a unos adolescentes de un viejo relato, los situé en El Saler, y a partir de ellos fabulé con el que fue el verano de 1977, un episodio clave en mi vida. Inicialmente, ese otro relato y el de Bowie discurrían paralelos. En una primera versión llegó a haber una tercera historia. Finalmente, y después de dársela a leer a muchos amigos que aguantaron pacientemente mis neurosis creativas, la novela se quedó reposando en un disco duro. No había ninguna editorial interesada en sacarla. Era muy posible que lo que creía haber hecho y lo que finalmente hice no fuese en absoluto la misma cosa. La realidad de la crisis económica impuso sus prioridades y, por cansancio y por inercia, fui olvidándome del manuscrito.

Resurrección y muerte de David Bowie

El trauma de la inesperada muerte de Bowie en enero de 2016 me hizo volver al texto casi sin darme cuenta. Publiqué uno de los capítulos de la novela en CulturPlaza (tres años antes ese mismo capítulo había aparecido también en Verlanga), acompañando el obituario que escribí sobre el artista. A partir de ahí, revisé el texto. Le quité más de 150 páginas y eliminé la tercera historia, que lastraba lo demás. Crucé las otras dos y de nuevo comencé a reescribir. Considero que la literatura, en la mayoría de las ocasiones, es una venganza contra la realidad. En este caso ya lo era antes del 11 de enero de 2016, pero después de ese día, lo fue más aún. Seguí escribiendo y reescribiendo. Y llegó un momento en el que comenzaron a suceder pequeños acontecimientos, cosas que hacen que ficción y realidad se fundan. Una energía con sus propias leyes, como las luces de L’Albufera que cada tanto aparecen en la narración.

Cosas extrañas que suceden en El Saler

En enero de este mismo año, Roberta Marrero vino a València para formar parte de un coloquio sobre Bowie en el IVAM. Ese día pude darle una versión cerrada del texto. Empezó a leerlo en un hotel junto a las Torres de Serranos. Cuando la terminó en Madrid me escribió para contarme sus impresiones y reiterar su disposición para ilustrar la portada cuando llegara el momento. También destacó algunos aspectos del texto que yo no había visto y que tampoco diré aquí para no condicionar a posibles lectores. Sí diré, porque estoy convencido de que son cosas que seguramente pasarán inadvertidas para quien lo lea (este tipo de asuntos sólo suelen ser importantes para el que escribe), que de una manera espontánea, ciertos detalles de la historia se repiten dos veces como un reflejo. Quiero pensar que El Saler es un personaje más en la historia. Un espacio abierto del que los adolescentes que lo habitan durante el citado verano, no pueden salir. Pienso en los secretos de esta novela que durante tanto tiempo me ha pertenecido exclusivamente a mí. Pienso en David Bowie contemplando las gárgolas de La Lonja. Imagino que hablaré de todas estas cosas durante las próximas semanas. Pero hay un ciclo que concluye aquí. El otro día vi un poste metálico, cerca de la playa, temblando sin ninguna explicación aparente. Los próximos meses los pasaré dando vueltas alrededor de él mientras voy escribiendo en mi cuaderno.

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Fábula de Isidoro Julio Fuertes Tarín

Presentación Fábula de Isidoro Valencia



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Miércoles, 18 de mayo, 19.30 h, Julio Fuertes Tarín presenta Fábula de Isidoro en la Librería Bartleby

La madre de Wynston espera a su hijo a la llegada del colegio para hacerle una tirada de cartas del tarot de Jodorowsky y darle la merienda. La emisión televisiva de un partido de fútbol crucial se ve interrumpida por una transmisión violenta en la que dos encapuchados flanquean a un rehén medio apiolado en una silla: el presidente del gobierno español. La reacción del niño:

este Presidente será rápidamente sustituido por otro y el partido de mañana es la única final de fútbol que podré jugar con trece años; si pierdo ese momento, nunca volverá.

Comienza una debacle con estribillo que revienta todo lo narrado cada vez —como el de «Some Velvet Morning», cuando Nancy Sinatra clama que es Fedra—, y está hecho de sucia carne de Rabelais mechada con el speech de un locutor deportivo. El narrador profeta de esta fábula desvía un dedo ya de por sí torcido para engañar la peste a boca del idioma y hace resucitar a Isidoro, una especie de célula durmiente ducassiana, avidísima y exultante. Isidoro, mesías villano, coge de la mano a Wynston y a otros que se encuentra, se cruza o atraviesa. Y la cosa ya se pone de un Walpurgis que van bien dados los que esperasen un caminito cantarín con los personajes del mago de Oz.

 

23 de abril DÍA DEL LIBRO BARCELONA-VALENCIA-ZARAGOZA



dia-del-libro-23abril¡ATENCIÓN! ¡ATENCIÓN! ¡ATENCIÓN!

Este sábado, 23 de abril, Jekyll & Jill se extenderá más que una masa de crepe sobre una plancha de hierro caliente:

BARCELONA: de 12 a 13 horas, RUBÉN MARTÍN GIRÁLDEZ dedicará ejemplares de su libro MAGISTRAL en el ‪#‎OFFSANTJORDI16‬, Antic Teatre (Verdaguer y Callís, 12), con Llibreria Calders.

VALENCIA: de 18 a 20 horas, JULIO FUERTES TARÍN dedicará ejemplares de su libro FÁBULA DE ISIDORO en la caseta nº 15, de Librería Bartleby, en la Fira del Llibre de València.

ZARAGOZA: de 10 a 22 horas, haga frío o calor, llueva o truene, los Jekyll & Jill estaremos dándolo todo en el Día del Libro (Paseo Independencia), con todo nuestro catálogo y las novedades más novedosas. Traigan cervezas, croquetas y ganas de comprar muchos libros, claro.

¡NO FALTEN!

 

Además, les invitamos a participar en el CONCconcursacoURSACO 23 DE ABRIL

Hágase una foto el 23 de abril en cualquiera de los tres puntos:

BARCELONA, Antic Teatre, Verdaguer y Callís, 12 

VALENCIA, caseta nº 15, librería Bartleby, Fira del Llibre

ZARAGOZA, Paseo Independencia, parada de Jekyll & Jill

y mándela a jekyllandjill@gmail.com

Publicaremos en nuestro muro de Facebook las fotos recibidas, las someteremos a votación popular y la más votada se llevará un lote de libros Jekyll & Jill.