Estupenda reseña de El libro de los milagros en el diario El Punt Avui, por Jordi Bordes (28/06/2012). El libro de los milagros, siete cuentos irreverentes, de Carme Tierz. Con prólogo de José María Latorre y cubierta y estampas milagrosas de Sobelman Corta y pega (Jekyll & Jill, 2012).
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Traducción:
La periodista Carmen Tierz debuta en la disciplina de cuentos por inspiración divina. En «El libro de los milagros. Siete cuentos Irreverentes» demuestra que una licenciada en ciencias de la información puede evitar los verbos anodinos, los cómodos eufemismos y las frases en activa. La de los cuentos es una redacción florida, no barroca, a la que le gusta redondear la imagen con adjetivos sonoros, de los que llenan la boca y reivindican la potencialidad del lenguaje.
A pesar del subtítulo, Tierz supera con inteligencia la irreverencia, porque viste con humanismo una parte del santoral masoquista, ese que tanto gusta a la Iglesia. Aquellos santos, como Lázaro, que tuvo que esperar cuatro días a que su amigo Jesús lo resucitara (con las pústulas y los gusanos haciendo de las suyas), o como la pastora Bernadette, a la que se le apareció la virgen en Lourdes. También ataca a los exorcismos de Juan Pablo II, e incluso convierte a Superman en un nuevo héroe que quiere ser un nuevo Jesús. El cuento narra cómo es mejor aniquilar a un héroe que quiere salvar a su madre adoptiva, carbonizado por el sol, que reventar el planeta entero. En este caso, Dios se hace don de la ciencia y se da cuenta de que es mejor sacrificar a uno, que a todo un planeta. La antítesis de Sodoma y Gomorra, del Antiguo Testamento, vaya.
Y es que el texto de Tierz tiene un aire de evangelio apócrifo. Da un paso más a lo que el excura y manager de la Orquesta Platería, Carles Flavià, presentó hace un tiempo en escena en «El evangelio según Carles Flavià» (Tàrrega, 2004). La autora es una espectadora consumada de las artes escénicas por razones profesionales y muy bien habría podido inspirarse en la trama de «Los últimos días de Clark K.» (Flyhard, 2011), de Alberto Ramos. Si el de la escena envidia la mortalidad de su doble (el periodista que se hace pasar por él para enamorar a la fotógrafa Lois), el del cuento de Tierz no entiende que en la Biblia se juega a menudo con parábolas y con personajes inimitables.
Desde el desdichado san Esteban, parece que los personajes del santoral que han pasado por un proceso de martirio tengan más pedigrí que los demás. Y Tierz hurga en esta paradoja, con este gusto por el sadismo. La autora suma puntos de vista políticamente incorrectos, que desdibujan la santidad del caso pero que a la vez lo acercan al resto de los mortales. Por otro lado, el disparo de cada cuento no es alocado, sino que apunta y acierta en el centro de la diana elegida. Demuestra tener un notable conocimiento religioso y, con honestidad, explica en el preámbulo qué hay de cierto (y, por eliminación, descubre qué hay de inventado) en cada pasaje de sus páginas.
Los cuentos atentan contra la arbitrariedad de los milagros y los misterios, unos elementos que ayudan a forjar un escudo al miedo a lo desconocido. Es el caso de la investigación extrema de los relicarios de Santa Teresa de Jesús (incluido el brazo incorrupto que atesoraban Franco y la Collares, la mujer del dictador, tan religiosa como capaz de apropiarse de los bienes celestiales y terrenales) para conectarlos de nuevo y garantizar el acceso al cielo de la santa, en el caso de que la profecía del fin de la Tierra se produjera. La fe de los personajes que aparecen en estos episodios es dolorosa. Como el caso de la monja de «Marburg» (TNC, 2010) de Guillem Clua, que insiste en ver cómo llora sangre un Jesús muerto en cruz. La lectura del nuevo punto de vista clama a una fe esperanzadora o, si se quiere, a una humanidad más liberada. El cielo es para los justos.