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Menos joven de Rubén Martín Giráldez en Revista de Letras

Rebeca García Nieto reseña la novela Menos joven, de Rubén Martín Giráldez, en Revista de Letras.

La lengua escrita sirve para lo mismo que las bolas chinas”. (Menos joven, Rubén Martín Giráldez)

Tiene razón el narrador de este inclasificable libro: la lengua escrita da placer. Joyce, que llevaba el goce en el apellido, también se dio cuenta, por eso se pasó gran parte de su vida jugando con la lengua. Lo mismo puede decirse de Witold Gombrowicz o de Antonin Artaud, aficionados, aunque por motivos distintos, a los juegos de palabras. Todos ellos, y muchos más, están presentes, de un modo u otro, en Menos joven.

A Gombrowicz se le santifica explícitamente: “Le da el baile de San Witold, le entran los siete máhlers, se adentra en el propio laberinto del minotarded”. Artaud, en cambio, aparece donde menos te lo esperas. A él nos lleva una onomatopeya aparentemente sin sentido, JIZI-CRI, palabra-maleta (portmanteau, que dirían los más refinados) que al parecer empleaba Artaud para referirse a Jesucristo. Incluyo esta referencia aun a riesgo de parecer pedante, y aclarando desde ya que fue Vicente Luis Mora el que me puso sobre su pista, porque me parece importante señalar que en Menos joven todo, hasta lo más insignificante, significa algo, por lo que recomiendo al lector, o mejor dicho al oyente, que esté atento a las señales sembradas en el texto (marcadas con subrayados, comentarios en los márgenes, etc.) para disfrutar del libro en toda su amplitud.

La trama es más o menos la siguiente: El peinado de Calígula es un programa de radio protagonizado por adultos que se dirigen a menores de edad como si fuesen adultos. El objetivo del peculiar programa no es otro que perseguir a los ídolos culturales y darles caza, ya que “Los ídolos impiden el desarrollo de una verdadera infancia”. El verborreico narrador, el presentador del programa radiofónico, es una especie de “jockey disc-jockey”: va a caballo y “retransmite al galope” lo que va haciendo el protagonista de la novela, un tal Bogdano, que persigue a caballo, ¿cómo si no?, a sus ídolos literarios para acabar con ellos o, hablando con propiedad, acaballinarlos.

Volviendo a San Witold… En un libro con aparente intención desacralizadora, llama la atención la pontificación del escritor polaco. No creo que sea casual. Es verdad que, en cierto modo, Menos joven cabalga en dirección contraria a Ferdydurke. Como apunta Vicente Luis Mora: “Menos joven es el antilibro o libro especular a Ferdydurke; si éste es un cuento de adultos narrado en un lenguaje deliberadamente infantiloide, Menos joven es un libro dirigido en teoría a niños pero elaborado en un lenguaje adulto y parcialmente críptico”. Sin embargo, ya consideremos a los lectores-oyentes como niños forrados de adultos o como adultos forrados de niños, que viene a ser más o menos lo mismo, Menos joven aborda el mismo tema que preocupaba a Gombrowicz: la cultura puede ser un instrumento de engaño. En Ferdydurke, la cruzada es contra el mundo de los adultos; el arma arrojadiza, la inmadurez. En el libro de Martín Giráldez, la cruzada es contra la “alta cultura”, personificada, por ejemplo, en Anton Webern o Lucia Joyce. No obstante, no es fácil determinar qué es “alta cultura”, menos aún para Bogdano, que fue sometido por su padre a una “educación híbrida”, peculiar amalgama de lo más culto y lo más mundano. El padre de Bogdano quería proteger a sus hijos “del contacto con los Grandes”, por eso “pensó que educando a sus dos hijos en la literatura que generalmente consideramos vulgar tal vez podría darles una oportunidad de salvación, y los mantuvo apartados cuanto pudo de cualquier tipo de excelencia”.

Se ha dicho que Menos joven es una impugnación de la literatura; más concretamente, una “impugnación humorística de la referencialidad” (Alberto Olmos dixit). Y estoy de acuerdo. No obstante, en Menos joven la literatura es refutada con más literatura. Al final, es la Literatura, en mayúsculas, la que triunfa: “Todo este lenguaje se va cayendo. Todo este lenguaje se está cayendo”, pero Martín Giráldez, por boca de su locuaz narrador, hace lo imposible para que el lenguaje no desfallezca. Y lo logra. Menos joven prueba que la Literatura está muy viva, así que estamos de enhorabuena: la lengua escrita da placer, tanto o más que las bolas chinas… Gocemos, pues.

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Menos Joven de Rubén Martín Giráldez

Menos joven de Rubén Martín Giráldez en revista Quimera

Menos Joven de Rubén Martín GiráldezGermán Sierra recomienda la novela Menos joven, de Rubén Martín Giráldez en el número de febrero de 2013 de la revista Quimera.

Los sentidos. sabemos, nos engañan de forma diferente. La estupenda novela de Rubén Martín Giraldez Menos joven (Jekyll & Jill, 2012) comienza relatando que el protagonista «sabe que su padre ya no es capaz de distinguir entre trabajo y realidad«. Lo que implica que el trabajo nunca es realidad, sino ficción, y además una ficción tramposa, una ficción que ha sido mezclada hasta confundir todas nuestras referencias. ‘El padre de Bogdano se dedicaba a cruzar libros como quien cruza perros de raza’, podemos leer en el capitulo segundo. ‘arrancaba las cubiertas de grandes obras de la literatura, separaba con cuidado la página de derechos. y a veces incluso la dedicatoria de aquellos escritores geniales; entonces, con las fundas de piel recién obtenidas de, por ejemplo. Los papeles póstumos del club Pickwick retapaba el cuerpo paginoso de, por ejemplo, la novela Raíces. Remix diabólico de «alta» y «baja» literatura que se prolonga en un holocausto radiofónico cuyo propósito es destruir al ídolo, categoría que engloba al protagonista de cualquier éxito. Intelectual o mediático. popular o de culto. El ídolo, como el cuarto oscuro, es aquello de lo que carecemos como experiencia directa y, por lo tanto, la imagen que recibimos de él está bajo sospecha de haber sido trucada, manipulada, de ser inadecuada para compartir el relato de nuestra vida. De no poder ser capaces de distinguir si procede de alta o de baja cuna. La literatura posdigital no puede eludir la sospecha de una Matrix en cada esquina que pretende doblar. No es posible desautorizar la experiencia como en tiempos de Borges; la metaliteratura, por si solo, ya no podría convencernos. Todos los textos, todas las imágenes y todos los sonidos se encuentran a nuestra disposición. por lo que no hay misterio en cuanto a sus origenes. Y todo se encuentra entremezclado, formando un espacio continuo de presencia simbólica. En el mundo postdigital los sentidos a los que podemos recurrir para evocar lo que no esta presente (el más allá del fenómeno analógico-digital) son el olfato y, sobre todo, el tacto: ‘Es dificil entender como las cosas se tocan, no porque el tacto sea algo complejo o misterioso’ ha escrito el secreto autor de ObliviOnanisM. l: Disolvim (GnOme, 2012), «no debido a algún insuperable ocasionalismo que lo gobierna, sino porque el tacto mismo acontece mediante la dureza. la dureza necesaria para que algo pueda tocar. Pero ese acontecer mediante la dureza también significa que el tacto, incluso el golpe más violento, es efectiva y profundamente suave. que el tacto es una llegada o evento de lo que atraviesa o tiene lugar en el dentro-y-fuera de la propia dureza. En asuntos de tacto lo mejor que puede hacer el entendimiento es contactar con el hecho frío del tacto mismo: las cosas se tocan. ¿como podrían no hacerlo?»

Golpear. por lo tanto. al ídolo que huye, o abrazar al amante que se ofrece. Recuperar la condición de objeto que le habíamos arrebatado al sujeto, y reivindicar el cuerpo como mano oscuro.

 

Menos joven por Vicente Luis Mora

Menos joven en el blog de Vicente Luis Mora

Vicente Luis Mora reseña en su blog Diario de lecturas la novela Menos Joven, de Rubén Martín Giráldez.
Rubén Martín Giráldez y el espesor delirante

Rubén Martín Giráldez, Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios; Alpha Decay, Barcelona, 2010.

Rubén Martín Giráldez, “Prólogo a Centauros extirpados; en VVAA, Doppelgänger. Ocho relatos sobre el doble; Jekyll & Jill, Zaragoza, 2011.

Rubén Martín Giráldez, Menos joven; Jekylll & Jill Editores, Zaragoza, 2012.

Menos joven por Vicente Luis Mora

Y hay más mentiras: mi cortesía con vosotros, por ejemplo.

R.M.G., “Prólogo a Centauros extirpados

En serio.

R.M.G., Menos joven

[a] Un autor como éste, portador de un programa para la (auto)destrucción carnavalesca y feliz de la literatura, merece una reseña suicida o cuanto menos dispersa y contradictoria. Si usted es un lector normal, alguien que busca hallazgo, entretenimiento y –a ser posible– ideas interesantes sobre las que reflexionar, esta reseña termina aquí, en la quinta línea: cómprese estos libros. Si usted es un lector al que, además, le interesa morbosamente la literatura, y para quien los libros son puertas a otros mundos sobre los que le interesa saber del más perverso y obsesivo, no lo dude y siga leyendo, le prometo que aquí descubrirá –y con aquí no me refiero a la reseña, sino a los textos mencionados en ella– más de lo que esperaba encontrar. Comencemos por la primera frase de Menos joven (MJ en adelante), del inefable, ditirámbico y aún joven Rubén Martín Giráldez (Cerdanyola del Vallès, 1979), que reza así: “Bogdano sabe que su padre ya no es capaz de distinguir entre trabajo y realidad” (p. 11). Parece una declaración fácil, ¿verdad? Sí, lo es, podemos leerla de forma convencional y pasar a la segunda. Pero como usted, que llegó hasta aquí, es lector que gusta de complicarse, le insto a permanecer en esta frase inaugural un momento, porque la lectura de la pequeña obra completa hasta la fecha de Martín Giráldez complicará la cuestión. Para empezar, se esquiva en ella al protagonista y se habla de su padre, quiebro que nos advierte que el merodeo y la perífrasis serán parte constitutiva del esqueleto narrativo. Para seguir, está el nombre de Bogdano: ¿erudita alusión al escritor albano Bogdani, referencia al cineasta Peter Bogdanovich, maestro en el uso de la metareferencialidad? Incluso imaginando que nada de lo expuesto es cierto, centrémonos en esta frase de apertura y veamos que alude a “realidad”, ahí es nada, abrir una novela con ese término, y a “trabajo”. Y aquí, como esbozábamos antes, la referencia a otros escritos de Martín Giráldez nos juega una mala pasada, porque a lo mejor –a lo peor, a lo más difícil–, con “trabajo” el autor nos habla de otra cosa: “Uno no puede evitar la sospecha de que cada vez que aparecen en Arco Iris o en The Crying of Lot 49 las palabras esfuerzo, prueba, trabajo, se habla en realidad (o Pynchon tiene en mente, uno teme) de otra cosa que la que el relato necesita para su movimiento, de una cosa constante, si se me permite así”, decía en su blog. La mención no es baladí por cuanto la frase inicial de MJ se repite en bastantes ocasiones a lo largo del texto, como dándole un ritmo, marcando un tempo al movimiento discursivo, oponiendo a lo real lo absurdo literario, y da la impresión de que este trabajo dinámico (el del texto) es la realidad misma del libro, que como Bogdano y su encabalgadura no dejan de moverse en todo momento durante la novela. Bueno, no es poco para una primera frase, a ver si somos capaces de pasar a la segunda.

[b] Es broma. Pero el problema es precisamente ése, que bajo un artefacto legible sin dificultad, humorístico y amable, acechan innúmeros niveles y subniveles y metaniveles de complejidad, frase por frase, así como en Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios (desde ahora nos referiremos a él como TPUESO), su libro anterior y tan inclasificable como Menos joven. Su autor escribe desde la tradición literaria más exigente y culta (Joyce, Mallarmé, Faulkner, Gide, Valéry, Ceronetti, Schmidt, Pynchon), pero sin propósitos santificadores sino, más bien, corruptores. Martín Giráldez de(con)struye la tradición más álgida, dentro de una operación que muestra tanto sentido del humor como respeto, pues no se molesta en importunar o desquebrajar a escritores que no lo merecen: los autores pequeños no parecen interesarle, y las referencias a baja cultura son siempre de cine (Mad Max, gore) o musicales, pero nunca literarias. Es cierto que la “educación híbrida” que reciben Bogdano y su hermano de su padre parece esconder un juego destructivo de lo canónico, pero me inclino más por considerarlo una especie de ácida crítica de cierta posmodernidad y su igualadora escala de valores. El padre de Bogdano cambiaba de tapas los libros para que sus hijos creyesen que leían a Dickens siendo el texto interior de Kunta Kinte, etcétera, pero lo cierto es que Bogdano, al descubrir de mayor el entuerto, comienza a leer los libros auténticos. A considerar que hay una carga de profundidad contra la ligereza posmoderna y no una invitación al todo vale me anima la elección de la palabra “híbrida” por el autor, ya que en TPUESO (p. 54, nota al pie) se calificaba precisamente así, “híbrida”, la escritura del joven Pynchon, autor poco sospechoso de no tener un cualificado sentido de la exigencia literaria. Se plantea el rescate, pues, de lo sublime literario, de las “Obras Magníficas” (MJ, p. 49) pero con la clarísima conciencia de que “todo este lenguaje se va cayendo. Todo este lenguaje se está cayendo” (MJ, p. 123), sostenida desde una lúgubre –por negra– nostalgia. Por ese motivo estoy de acuerdo con Javier Avilés cuando dice en su reseña que el libro de Martín Giráldez nos obliga a plantearnos de nuevo “qué es lo que entendemos como Cultura y de nuestra incapacidad de librarnos de todos sus aspectos, de los sublimes, sí, que nos disminuyen, pero también de los más populares, denigrados algunos, denigrantes otros”. La misma consideración de la existencia de una alta cultura o alta literatura (postura que comparto con Martín Giráldez y con el propio Avilés) frente a otras más bajas o superficiales, por dialéctico y revisor que sea el planteamiento, implica una toma de postura frente al nefasto todo vale lo mismo que intenta sostener un democratismo cultural mal entendido. La democracia no significa que todos seamos iguales y “valgamos” lo mismo: la democracia significa que somos todos iguales ante la ley. La literatura y el arte pertenecen a otro orden de cosas, por fortuna no preceptivos, y sus leyes son darwinistas y profundamente injustas: el talento vale más. Y punto. A mí no me miren, no lo he inventado yo.

[c] Cita. “se acercó y dirigió a ella, sola en medio de las filas de asientos vacíos, y le murmuró palabras que no habría deseado oír”; Thomas Pynchon, La subasta del lote 49 (1965).

[d] Infidelidad narrativa. Entre los tres textos que estudiamos hay varios elementos en común: en el relato “Prólogo a Centauros extirpados” (“PACE” desde ahora) y en TPUESO (cf. p. 81), la narración viene sostenida por un nosotros que cambia súbitamente a primera persona en ambas, advirtiendo de que su voz es poco fiable. Desde el principio de “PACE” los dos narradores Lundgren nos advierten de la peculiaridad de escribir a cuatro manos y sus consecuencias: “Está claro que con nuestro libro intentaremos llevaros a otro tipo de engaños, a engaños del tipo «deseado»” (“PACE”, p. 39), aludiendo a un pacto amistoso de lectura que no es tal: es impuesto al lector con o su consentimiento. Así, cuando en TPUESO leemos “El autor de la carta se ríe de nosotros” (p. 38) ya tenemos claro que el narrador venía haciéndolo desde el principio. El narrador de las dos novelas es un impostor y su relato es infiel (véase MJ, p. 69); los narradores “siameses” de “PACE” se confiesan embaucadores desde el comienzo y el lector debe desconfiar de quien desconfía de sí mismo: no en vano se aclara en MJ que “¿Quién puede creer a un siamés, a dos siameses (…) a gente doble por definición?” (p. 64). Como vemos, preguntas lanzadas desde unos textos se responden en otros. Recordemos que al comentar An Autobiography of an Ex-coloured Man (1912) de James Weldon Johnson, Martín Giráldez había dejado caer que una de las frases del libro que más le había interesado era esta: “would not my story sound fishy? Would it not place me in the position of an impostor or beggar?” La obra crítica de un prosista a veces nos dice tanto sobre su visión de la narrativa como sus propios libros; algo natural, por otra parte, pues son parte del mismo impulso creativo.

[e] Hay otros elementos en común entre las obras, ahora los veremos, pero los puentes o conexiones entre ellos llegan incluso a la repetición de alguna frase (la de la llegada de la justicia en TPUESO, p. 43, y en MJ, p. 36). El entramado rizomático de estructuras narrativas diferentes, sean de la alta cultura (vgr., monólogos dramáticos) o de la cultura audiovisual (los párrafos en cursiva de MJ siguen la mecánica publicitaria), es otra característica de estos textos, que los convierte en patchworks poliformos, donde las piezas están situadas para destruir su aportación natural: el chocarrero monólogo “shakespeariano” al final de MJ está sostenido elocutoriamente por… un caballo, en un retorcimiento kafkiano, similar al del “Informe para una academia” del checo.

[f] El Archilector. A lo largo de Menos joven aparecen numerosas anotaciones marginales que parecen hechas a lápiz, aunque son parte del tejido textovisual del libro. Estas anotaciones, que me parecen un hallazgo, suponen la aparición de un lector previo del texto, alguien que ha leído nuestro ejemplar antes que nosotros, y que ha dejado sus impresiones por escrito. La confusión entre copia y original (tranquilos, no esperen citas de Walter Benjamin), entre lectura primigenia y de “segunda mano” produce una interesante descompensación, pues nos convierte en los segundos receptores del texto. Se nos dice oblicuamente que el libro no estaba esperándonos, que su horizonte de sentido ya se desplegó ante alguien quizá más dotado que nosotros para desentrañarlo. Este lector previo que ha glosado –con no poca socarronería– Menos joven es además el instrumento mediante el cual se nos advierte de la infidelidad del narrador y de la necesidad de poner en cuestión cada aserto del texto. De ahí que la categoría de este hermeneuta esté muy próxima a la del archilector descrito por Riffaterre[1]: ese lector interpuesto que señala los énfasis estilísticos de un texto, que analiza su efecto en el lector y que, en nuestro caso, los deja conveniente e irónicamente señalados, convirtiéndose en el primer crítico del texto.

[g] Lenguaje. La condición de traductor de Martín Giráldez puede explicar en parte (pero sólo en parte), su infrecuente dominio del idioma. Su experiencia profesional en busca de la palabra idónea para verter el sentido de una lengua a otra parece encarnarse en el similar cuidado que muestra en la persecución de le mote juste para trasladar las palabras de su mente a la pantalla (antes se diría “de su mente al papel”, pero los autores jóvenes escriben mayoritariamente utilizando el ordenador). A ello hay que sumar su constante experimentación con el idioma, creando neologismos, así como las interpolaciones de palabras de otras lenguas, vivas o muertas, y el sabio empleo del espacio paginal a la hora de representar textovisualmente la censura (MJ, pp. 44, 62, 122)

[h] Pero de qué demonios habla Menos joven. De la inconmensurabilidad del lenguaje. De las relaciones padre-hijo, como una kafkiana Carta al padre legible en los actos de Bogdano, y de la construcción cultural del niño como proyección (quién sabe si libidinal, el deseo de saber perdido) de sus progenitores. De la potencia y radicalidad expresiva de las literaturas del absurdo. De la agonía perenne de la alta cultura y su incapacidad para ser analizada en términos inatacables, de su imposibilidad para constituirse como objeto científico. Menos joven es el antilibro o libro especular a Ferdydurke; si éste es un cuento de adultos narrado en un lenguaje deliberadamente infantiloide, Menos joven es un libro dirigido en teoría a niños pero elaborado en un lenguaje adulto y parcialmente críptico.

[i] La crítica ficticia de los anónimos reseñistas de Pynchon aporta una pista: “La escritura mata su lectura. El esfuerzo de interpretar, la exigencia de una lectura tan central continua, agota” (TPUESO, pp. 67-68); también en la obra de Martín Giráldez la espesura referencial de la obra, sobre todo en TPUESO, convierte la lectura crítica en una continua interrupción, para valorar la veracidad de una obra o cita, para atisbar resonancias en los nombres propios (juegos a veces autoficcionales: Reuben, rubenette), para investigar en las imágenes ofrecidas al lectoespectador. Todo está alterado: las fotografías de ambos libros están retocadas por el ilustrador Alfonso Rodríguez Barrena, para despistar y para mi(s)tificar; Menos joven está encuadernada como si fuera un volumen de la editorial gala Les Éditions de Minuit, bajo la sobrecubierta amarilla; algunas citas se falsean jocosamente. Si hay algo parecido a la verdad, comparece disfrazado: onomatopeyas en apariencia casuales como “JIZI-CRI” (MJ, p. 77) son en realidad citas ocultas de Antonin Artaud; “no somos los muertos” (“PACE”, p. 49) niega al Orwell de 1984 sin decirlo; bromas como “bestia de tres espaldas” (MJ, p. 123; cf. “PACE”, p. 42) retuercen a Othello. Otras citas explícitas, en cambio, están traducidas con estudiada infidelidad. Gabinete de apócrifos, Wunderkammer, retablo de maravillas, el tejido narrativo de estos libros recuerda al estudio de Ramón Gómez de la Serna[2]; obras esenciales y rarezas, genios y freaks, imágenes y palabras, comparecen de manera indistinta en esta maraña referencial a la que el lector puede asistir tranquilo, siguiendo el curso de la delirante historia, o sumergido entre libros, páginas web y enciclopedias intentando localizar las referencias, claras u ocultas, reverenciales o irónicas, maquiavélicamente dispersadas por Martín Giráldez. Sí, es cierto, toda esta alquimia polifónica es un repertorio, secreto a medias, de los gustos personales del autor, pero “¿hasta qué punto los gustos de una persona no son, en algún momento, su voz, de manera inevitable?” (Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios, p. 88).

[j] Desde hace tiempo vengo oyendo quejas, endechas y plantos, desde diversas esferas, reclamando un narrador español joven que: 1) tenga respeto por la tradición, pero sea capaz de aportar una voz propia y natural, diciendo cosas nuevas; 2) no confunda la originalidad con el originalismo; 3) no se ajuste a ninguna escuela, o grupo, o tendencia, manteniéndose al margen y dedicado a la literatura y no a la vida literaria. 4) Posea un talento indiscutible y real, a la altura de cualquiera de los mayores. Pues bien. No se angustien.

Ya lo tienen.

[Relación con el autor: no nos conocemos personalmente; hemos intercambiado correspondencia sobre sus libros y es contacto de Facebook. Relación con la editorial: ninguna]

[1] Cf. M. Riffaterre, Ensayos de estilística estructural; Seix Barral, Barcelona, 1976.

[2] Repleto de innumerables imágenes que Rrose Sélavy intenta, heroicamente, desentrañar e identificar desde hace años

Menos Joven de Rubén Martín Giráldez

Menos joven de Rubén Martín Giráldez el blog El lamento de Portnoy



Menos Joven de Rubén Martín GiráldezJavier Avilés reseña Menos joven de Rubén Martín Giráldez en su blog literario El lamento de Portnoy

Lo primero que os chocará es que contrariamente a la costumbre de este blog, cuando se habla del autor de Menos joven se le mencione como Rubén en lugar de Martín, o Martín Giráldez, o Rubén Martín Giráldez o RMG. Si dejamos aparte que el corrector de Word se empeña en cambiar su apellido a “Giradles”, la verdadera razón es que Rubén es mi amigo. Esto debería disparar todas vuestras alarmas y, entended la contradicción a la que me enfrento, sería un error, porque Menos joven está destinada a convertirse en una de las grandes novelas españolas del 2013. O del 2012. O de la década.
Si exagero o no tendréis que decidirlo tras leer la novela.
Pongámonos en situación. En un futuro sin electricidad el concurso radiofónico El peinado de Calígula (un entretenimiento antiguo en tiempos modernos) es todo un acontecimiento. La retrasmisión, dedicada al público infantil, relata la odisea del concursante, en nuestro caso Bogdano, dispuesto a exterminar a sus ídolos culturales. Todos, público infantil asistente, concursante y locutor, van montados a caballo (Introduzca aquí una exclamación tipo “WTF!”) La peculiaridad de Bogdano es que ha sido educado “híbridamente” por su padre, quien escondía obras de dudosa calidad literaria bajo las tapas de clásicos de la narrativa. Bogdano cree leer a Dickens cuando en realidad está leyendo un best-seller de 1970. Lo mismo le ocurre con las películas en VHS cuyas carátulas, de indiscutibles clásicos, no coinciden con la película visionada por Bogdano, generalmente una de serie-B. ¿Es esto un spoiler? Obviamente si lo hubiese sido lo habría anunciado antes de explicarlo y no es estrictamente un spoiler porque se desvela en las primeras páginas de la novela y porque esta desbaratada circunstancia que nos plantea Rubén no es estrictamente el núcleo de la novela. Es una muestra de su ingenio alambicado.
En realidad de lo que trata Menos joven es de matar al padre, esa particular consecuencia del freudiano complejo de Edipo. Uno no entiende a Nabokov y su discrepancia con el psicoanálisis hasta que no escribe ridiculeces como que ese complejo nace en la etapa fálica… matar al padre con el falo no es una imagen muy edificante… de hecho es una imagen que hubiese preferido no haber tenido y mucho menos explicado… en cierta manera creo que me he contagiado con esa forma de narrar, llena de relaciones y referencias, tan particular de Rubén a la que ya dio rienda suelta en Thomas Pynchon: Un escritor sin orificios.
Volvamos y refrenémonos. La muerte del padre no debe entenderse literalmente. Debe interpretarse como un ajuste de cuentas con la Cultura o con quienes manejan la Cultura, si bien en el caso de Bogdano se superponen la figura del padre con la del mentor cultural. Su participación en el concurso El peinado de Calígula (un programa de caza de seres para toda la familia) forma parte de su venganza contra la arbitrariedad cultural (y nótese las posibles acepciones de arbitrariedad, tanto de proceder contrario a la razón, como de elemento surgido del juicio de un arbitro) tras ser consciente del engaño general al que le condujo la particular educación de su padre.
En cuanto comprendió que debía poner en duda todos los datos con que contaba en relación al mundo, Bogdano hizo lo que habría hecho cualquiera en su lugar: esperó con paciencia la llegada de una enfermedad lo suficientemente larga como para proporcionarle el tiempo y la oportunidad de iniciar un programa de lecturas total. Ése es el cometido, el principal papel de las enfermedades graves en Occidente: sirven para que los malogrados reparen sus estudios y den la espalda a lagunas vergonzosas de ¿debo decir conocimiento o desconocimiento? Las epidemias también son útiles para combatir un poco de ignorancia día a día. En general, un estúpido muerto es un esMenos-joven-el-lamento-de-Portnoytúpido menos.

Pero hay que tener mucho cuidado con esa confusión intelectual que envuelve a Bogdano y sus actos. Todo cuanto se narrá en Menos joven nos viene trasmitido por un narrador, el locutor del concurso radiofónico, del que, verdaderamente, no me fío en absoluto. ¿Siente algún aprecio por Bogdano o piensa de él que sería mejor que estuviese muerto para reducir el número de estúpidos? Es decir, este concurso que consiste en liquidar a nuestros ídolos culturales, ¿es un nuevo fenómeno cultural?, ¿podemos librarnos de nuestro bagaje cultural e iniciar un nuevo camino que esté libre de consideraciones previas y cánones establecidos?, ¿somos libres en lo que respecta a la Cultura o meros continuadores de una tradición impostada? De ahí el tono irónico y sarcástico con que el locutor se dirige a su audiencia infantil, a fin de cuentas a nosotros los lectores, que implica un descreimiento total en todo aquello que nos cuenta, en los motivos de la desarticulación de la Cultura y sus insignificantes consecuencias. Un narrador mesiánico e infidente de endiabladas frases con ocultas referencias que nos invita a cabalgar detrás del concursante sin dejar que nos detengamos a respirar. No tanto el iracundo narrador de Thomas Pynchon: Un escritor sin orificios, pero sí con su mismo aire cínico y descreído que nos lleva a replantearnos muchas cosas.
Entre ellas, la más importante quizás, es qué es lo que entendemos como Cultura y de nuestra incapacidad de librarnos de todos sus aspectos, de los sublimes, sí, que nos disminuyen, pero también de los más populares, denigrados algunos, denigrantes otros.
Webern le acaba de confirmar algo que ya sabía: que sólo en el momento en que se detenga la producción de libros tendrá Bogdano una oportunidad de darle alcance al pensamiento. Es decir, únicamente después de muerto, y sólo después de dar decenas de miles de pasos una vez muerto, logrará salir de su infancia o de su estolidez, pongámosle el nombre que más nos consuele.
Debemos seguir cabalgando. Pero ahora lo podemos hacer enarbolando el libro de Rubén, su endiablado, inteligente e irónico ensayo-narración (o-lo-que-sea, híbrido en todo caso) sobre nuestra incapacidad de acabar con la Cultura.
Los fragmentos pertenecen a la edición de Jekyll & Jill de Menos joven, de Rubén Martín Giráldez.

Editado al día siguiente: 
Emocionado por la contundencia del texto, olvidé mencionar la cuidadísima edición de Jekyll & Jill, que incluyen una falsa portada, diseñada por Alfonso Rodríguez Barrera a la del texto original, La coiffure de Caligula, traducido por Jessica Aliaga Lavrijsen, y las (OMG!) calcomanías ilustradas por David Cauquil, para que adornes tus biceps (o tus nalgas) con los ídolos de Bogdano. Mención especial para Irene García Virgili e Inga Pellisa, que sin duda serán nominadas a los oscar por su labor en vestuario, peluquería y decorados.