Menos joven de Rubén Martín Giráldez en Revista de Letras

Rebeca García Nieto reseña la novela Menos joven, de Rubén Martín Giráldez, en Revista de Letras.

La lengua escrita sirve para lo mismo que las bolas chinas”. (Menos joven, Rubén Martín Giráldez)

Tiene razón el narrador de este inclasificable libro: la lengua escrita da placer. Joyce, que llevaba el goce en el apellido, también se dio cuenta, por eso se pasó gran parte de su vida jugando con la lengua. Lo mismo puede decirse de Witold Gombrowicz o de Antonin Artaud, aficionados, aunque por motivos distintos, a los juegos de palabras. Todos ellos, y muchos más, están presentes, de un modo u otro, en Menos joven.

A Gombrowicz se le santifica explícitamente: “Le da el baile de San Witold, le entran los siete máhlers, se adentra en el propio laberinto del minotarded”. Artaud, en cambio, aparece donde menos te lo esperas. A él nos lleva una onomatopeya aparentemente sin sentido, JIZI-CRI, palabra-maleta (portmanteau, que dirían los más refinados) que al parecer empleaba Artaud para referirse a Jesucristo. Incluyo esta referencia aun a riesgo de parecer pedante, y aclarando desde ya que fue Vicente Luis Mora el que me puso sobre su pista, porque me parece importante señalar que en Menos joven todo, hasta lo más insignificante, significa algo, por lo que recomiendo al lector, o mejor dicho al oyente, que esté atento a las señales sembradas en el texto (marcadas con subrayados, comentarios en los márgenes, etc.) para disfrutar del libro en toda su amplitud.

La trama es más o menos la siguiente: El peinado de Calígula es un programa de radio protagonizado por adultos que se dirigen a menores de edad como si fuesen adultos. El objetivo del peculiar programa no es otro que perseguir a los ídolos culturales y darles caza, ya que “Los ídolos impiden el desarrollo de una verdadera infancia”. El verborreico narrador, el presentador del programa radiofónico, es una especie de “jockey disc-jockey”: va a caballo y “retransmite al galope” lo que va haciendo el protagonista de la novela, un tal Bogdano, que persigue a caballo, ¿cómo si no?, a sus ídolos literarios para acabar con ellos o, hablando con propiedad, acaballinarlos.

Volviendo a San Witold… En un libro con aparente intención desacralizadora, llama la atención la pontificación del escritor polaco. No creo que sea casual. Es verdad que, en cierto modo, Menos joven cabalga en dirección contraria a Ferdydurke. Como apunta Vicente Luis Mora: “Menos joven es el antilibro o libro especular a Ferdydurke; si éste es un cuento de adultos narrado en un lenguaje deliberadamente infantiloide, Menos joven es un libro dirigido en teoría a niños pero elaborado en un lenguaje adulto y parcialmente críptico”. Sin embargo, ya consideremos a los lectores-oyentes como niños forrados de adultos o como adultos forrados de niños, que viene a ser más o menos lo mismo, Menos joven aborda el mismo tema que preocupaba a Gombrowicz: la cultura puede ser un instrumento de engaño. En Ferdydurke, la cruzada es contra el mundo de los adultos; el arma arrojadiza, la inmadurez. En el libro de Martín Giráldez, la cruzada es contra la “alta cultura”, personificada, por ejemplo, en Anton Webern o Lucia Joyce. No obstante, no es fácil determinar qué es “alta cultura”, menos aún para Bogdano, que fue sometido por su padre a una “educación híbrida”, peculiar amalgama de lo más culto y lo más mundano. El padre de Bogdano quería proteger a sus hijos “del contacto con los Grandes”, por eso “pensó que educando a sus dos hijos en la literatura que generalmente consideramos vulgar tal vez podría darles una oportunidad de salvación, y los mantuvo apartados cuanto pudo de cualquier tipo de excelencia”.

Se ha dicho que Menos joven es una impugnación de la literatura; más concretamente, una “impugnación humorística de la referencialidad” (Alberto Olmos dixit). Y estoy de acuerdo. No obstante, en Menos joven la literatura es refutada con más literatura. Al final, es la Literatura, en mayúsculas, la que triunfa: “Todo este lenguaje se va cayendo. Todo este lenguaje se está cayendo”, pero Martín Giráldez, por boca de su locuaz narrador, hace lo imposible para que el lenguaje no desfallezca. Y lo logra. Menos joven prueba que la Literatura está muy viva, así que estamos de enhorabuena: la lengua escrita da placer, tanto o más que las bolas chinas… Gocemos, pues.

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