Fernando Clemot entrevista a Alejandro Hermosilla, autor de El jardinero, en el número 426 de Quimera. Revista de Literatura.
Alejandro Hermosilla
El jardinero (Jekyll & Jill) es la tercera novela de Alejandro Hermosilla tras Martillo y Bruja. Con estas tres obras ya se ha creado un hueco en la narrativa española más arriesgada. Sobre esta última novela en la editorial zaragozana conversamos con el autor.
Para un lector anónimo, ¿cómo definirías el jardinero? ¿qué se puede encontrar en su lectura?
Un libro extremo y salvaje donde asistimos a la lucha a muerte entre un jardinero y un conde por motivos que no terminan nunca de estar claros. Un retablo medieval un tanto esquizofrénico sobre nuestra época. Un retrato vivo y descarnado del odio a muerte entre dos facciones (tal vez izquierda y derecha; burguesía y proletariado) por el poder. Un jardín de las delicias de la era moderna. Aunque también es válido por supuesto verlo de maneras distintas. Tal vez como un sueño o una alucinación. Un maremoto violento y árido.
¿Qué ha cambiado en ti, en tu literatura, desde la publicación de Martillo y Bruja?
En aquellos dos libros era mucho más juguetón. Me los planteé casi como performances literarias. Me permitía realizar experimentos de todo tipo para probar mis límites y los de los lectores. Quería en parte transitar fronteras nuevas. Ensayar formas de escritura que no se hubieran puesto en práctica casi nunca, al menos de la manera desbordada en que yo lo hacía. Aunque tanto en uno como en otro no pude evitar reflejar el caos y el horror que sentía y percibía a mi alrededor. Sin embargo, en El jardinero me dedico básicamente a contar una historia de la mejor manera que puedo. Me interesa más el fondo que la forma. Me interesa el equilibrio entre las partes sin por ello perder intensidad ni un cierto ánimo transgresor. No me centro tanto en encontrar límites formales, sino en llevar hasta el extremo la historia que narro.
En tu presentación de Madrid comentaste que sin tu estancia en México no podrías haber escrito esta novela. ¿qué tipo de inspiración o experiencia te proporcionó este país para la redacción de El jardinero?
Yo vivía en Xalapa, una ciudad que se encuentra cercada por una vegetación frondosa y tropical y donde suele llover día sí y día también. La ciudad es una especie de jardín enorme. Debía ser preciosa hace décadas. Pero ahora, a pesar de su vegetación, tiene un aspecto decadente y sombrío que pienso que acabó afectando al libro. Al mismo tiempo, Xalapa se encuentra insertada en la región veracruzana, que se convirtió en una de las más violentas del país mientras yo vivía allí. Lo normal era levantarse y escuchar hablar sobre torturas y asesinatos a sangre fría en plazas y calles. La presencia del narco era omnipresente en el ambiente, con todo lo que eso significa, y era habitual ver fotos en los diarios de cuerpos descuartizados. Las atrocidades comenzaron a normalizarse y el odio y la desconfianza mutua pasaron a ser ingredientes cotidianos en la convivencia social hasta el punto de afectar a los actos más sencillos y habituales, algo que creo que quedó reflejado en El jardinero de una manera u otra.
En esta misma presentación hablaste sobre la extraña conexión que se presentó con la literatura del Conde de Lautréamont. también hay en la novela algo de Poe o de Bernhard. ¿de qué fuentes crees que bebe el contenido de el jardinero?
Las primeras frases del libro fueron insultos, maldiciones y descripciones de torturas, y fueron escritas en el 2003. Mi idea era trabajar con ellas para componer un libro kafkiano con influjo de Bernhard. Mi intención era emular a estos dos autores, pues sabía que, antes o después, aparecería mi voz mezclada con la de ellos y me obligaría a dar un pequeño giro a la forma de narrar. Esta voz no surgió totalmente hasta mis años mexicanos. Porque, como subrayé anteriormente, las situaciones extremas a las que el país somete a quienes habitan allí me condujeron a retratar el mal de una manera frontal y absoluta. A su vez, mis lecturas de Mario Bellatin contribuyeron en mucho a que no tuviera miedo de fragmentar el relato. Y en otro sentido, las lecturas de algunas obras clásicas antes de ponerme a escribir diariamente me dieron gran seguridad, la sensación de que el libro que estaba haciendo se integraba en una tradición que iba más allá de nuestro presente y, por tanto, su influjo podía no ser momentáneo. Quería mezclar lo instantáneo con lo eterno. En ese sentido, desde luego Los cantos de Maldoror me ayudaron. Pero también a veces la lectura de un poema de Baudelaire o un fragmento de un ensayo de Nietzsche.
Hay en algunas partes de la novela un entorno, mítico, que recuerda a los cuentos clásicos. ¿de dónde salió este escenario?
Creo que elegí un contorno medieval con aires fantásticos porque, además de que me parecía muy sugerente y suntuoso, me servía para referirme indirectamente a esta época. Pues, de algún modo, soy de los que piensan que vivimos en una nueva Edad Media, puesto que no hay en absoluto separación de poderes en nuestra mal llamada democracia. Lo que convierte a los presidentes en déspotas parecidos a los que retrató Pasolini en Saló. Es algo que me quedó muy claro en México, donde al despotismo hay que unir la degeneración. La pornografía de la violencia y la crueldad.
¿De dónde sacaste los personajes del Conde y del Jardinero? ¿qué libros o experiencias se engloban ahí?
El jardinero nació de un conflicto real que tuve con un jardinero. Eran los años de la especulación económica en España y, debido a los negocios que este jardinero llevaba entre manos con el administrador y el presidente de la urbanización donde yo veraneaba, los jardines de aquel espacio quedaron todos fulminados, pues se primó el alargamiento de unos balcones por encima de las zonas comunes. Es decir, nuestro jardinero no dudó en destrozar los pocos árboles y plantas que había en nuestro recinto para obtener beneficios económicos. Eso me enojó mucho, aunque no pude hacer demasiado porque este señor había logrado recabar votos de decenas de personas de la urbanización que creían —como yo lo había hecho anteriormente— en su honestidad y no eran conscientes de que los manipulaba para controlar nuestro espacio, pues utilizaba la delegación del voto de los propietarios con el objeto ganar todas las votaciones y hacer su voluntad. En realidad, este hombre era imparable y finalmente me di cuenta de que era imposible de vencer. Pero quise hacer un libro para hablar de su tremendo y grotesco poder. El jardinero, por tanto, sería este señor y el conde una mezcla entre mis deseos de vengarme de él y una descripción subjetiva de cómo veo internamente a nuestros políticos. En cuanto a referentes literarios, el jardinero no los tiene, pero sí el conde, pues me inspiré en parte (muy levemente) en el príncipe Sarau que aparece en Trastorno, de Thomas Bernhard. Aunque ciertamente recuerda a los miembros cruentos de los Borgia o a personajes como Gilles de Rais, del que leí pequeñas biografías y recuentos de sus cruentos actos mientras escribía la novela.