Francisco Estévez reseña Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en El Imparcial:
La escritura de Sergio Chejfec no tiene más sastre qué sí misma ni traje que le tome exactas costuras en su libérrimo discurrir. A caballo intergéneros se desenvuelve sin aparente brida con extraño domeño del corcel. “¿Es narrador o ensayista?” se pregunta Enrique Vila-Matas. En definitiva, lo que ocurre es que, como el resto de géneros, el ensayo se desprende a las bravas de un gastado corsé que acotaba su narrar y busca prendas en el fondo de armario de la intimidad biográfica del escritor. Como el resto de disciplinas, buena parte de la literatura actual más interesante tiende a fusionar géneros, hibridar discursos.
En 2015 la ya famosa editorial Jekyll & Jill presentó en terreno español su Últimas noticias de la escritura. El argentino daba allí visión de la ambivalente posibilidad de memoria y olvido a la cual aboga impenitente la escritura desde aquella primera noticia escrita por Platón pero pregonada por boca de Sócrates en el conocido fragmento del Fedro. Ese inquietante sino doble de la escritura vuelve a tomar cariz fundamental desde los primeros párrafos de Teoría del ascensor. Con un arranque aclaratorio que expande más nieblas todavía con elegancia, al situar en terreno inestable su caminar textual: “Acaba de cerrar el libro y no entiende muy bien de qué ha tratado. Supone que si alguna educación o advertencia anima a este relato está bien oculta”.
Tampoco niega que ese ocultamiento sea parte del disimulo. Tras las consideraciones sobre enigma o evidencia, que, al entendimiento de este cronista quedan ligadas a las de la memoria o el olvido platónico, hay una propuesta de disolución del yo narrativo (pág. 9) pero también la toma de una naciente desconfianza textual y su quiebra narrativa ya convertida en tópico contemporáneo con el abandono resignado de la “ilusión ficcional”.
La idea reflexiva torna relato en el discurrir de la escritura física con su “incertidumbre selectiva”. En breves fragmentos, a veces con clara conexión, otras más subterránea, se reflexionará sobre el variable perfil de una misma lengua en distintos terrenos, la reflexión sobre la “literatura del yo”. Muy sugestivas serán las divagaciones acerca de la traducción y otras más adelante sobre las guías de teléfono, páginas esas que podrían dar para un pequeño tratado. Sin embargo aquí tenemos el esbozo, la trastienda de la escritura misma volteada hacia lo externo para tangenciar la mirada, oblicuar el pensamiento, acaso para tomar por los cuernos la propia voz.
Pero no a la manera de las propuestas jugosas de Mario Bellatin (mencionado en estas páginas), truncadas casi siempre en su propia lógica. Este paseo literario sube del exterior de la ciudad o desciende a lo íntimo del pensamiento, volcado aquí en la literatura. De lo más valioso, sin duda, las reflexiones sobre otros autores. De una frase de Kipling al desentramado de la voz de Oswaldo Lamborghini, hasta un fino desvelamiento del oficio de Juan José Saer. Sobresaliente son los párrafos dedicados al borroso lirismo de Mercedes Roffé. En estos apuntes emerge el sensible y cultivado lector que es el argentino. Obsérvese, por ejemplo, cómo merodea la amplia escritura de Martín Caparros: “Su lectorado imaginario que no se predica en términos psicológicos -a la María Moreno, por ejemplo-, tampoco idiosincráticos – a la Cortazar-, ni siquiera culturales- a la Fogwill-, o históricos -a la Piglia-“.
La narración sobre las bases del Premio Alacrán (pág. 33) donde ofician de jueces Guadalupe Nettel, Alejandro Zambra y el propio Chejfec, pueden dar juego al chascarrillo de algunos pues no se oculta la camaradería ni las connotaciones de tópico literario que rodean al premio basado en una botella de mezcal. Aunque uno dude sobre el carácter maledicente de la expresión “ser alacrán”, sino más bien traicionero.
El lector puede quedar desconcertado y no sabrá si Chejfec debiera aparecer en las lista de lecturas del año o, por el contrario, no aparecer en ninguna, no dejar apenas rastro más que en unas horas de fructuosa lectura. El presente es un libro de libros, de lecturas y vida entre sus líneas. Las postrimerías del año tienen aún curiosidades literarias de extraña clasificación que al igual que la novela para Sergio Chejfec pueden también “revelar un espacio más que contar una historia”.