Josep Maria Nadal Suau recomienda Saturno, de Eduardo Halfon, en el programa La Gran Vida, de IB3, la radio de las Islas Baleares (minuto 34:00)
Josep Maria Nadal Suau recomienda Saturno, de Eduardo Halfon, en el programa La Gran Vida, de IB3, la radio de las Islas Baleares (minuto 34:00)
Ana Segura entrevista a Eduardo Halfon en el programa cultural La Torre de Babel, de Aragón Radio (06/04/2017) con motivo de la publicación en España de su libro Saturno.
«Escribir no es autoayuda. Leer puede serlo, pero escribir no es sentirse mejor. Cuando escribo un libro me siento aún más confundido y desasosegado.
Las palabras corresponden a Eduardo Halfon que en 2003 publico en Guatemala Saturno. Una historia tan breve como enorme. Una carta, un ajuste de cuentas, un grito de dolor y al mismo tiempo un recorrido por una lista mucho más larga de lo que pensabamos de escritores y artistas que optaron por terminar con su vida.
Jekyll and Jill, la editorial aragonesa que destaca por el mimo con que elige y trata cada uno de sus libros reedita y publica por primera vez en España este relato. Un relato tan desgarrador como atrayente en una edición que recoge, en si misma, el espíritu de la historia. Hoy, en la torre de Babel, sentamos a autor y editor de un libro extraordinario. Saturno de Eduardo Halfon en Jekyll and Jill.»
Eduardo Almiñana reseña Saturno, de Eduardo Halfon, en Valencia Plaza:
3/04/2017 – VALÈNCIA. Según la mitología romana, Saturno fue concebido por el dios Caelus —el cielo, el firmamento— y por la diosa frigia Cibeles —para los romanos Tellus, la tierra—. A cambio de reinar en lugar de Titán, su hermano mayor y por tanto el legítimo heredero del trono divino, Saturno prometió no tener hijos, para que de esta manera, a su muerte, los hijos de su hermano continuasen la dinastía. Sin embargo, las palabras se las lleva el viento también en el reino celestial, y Saturno, lejos de respetar el pacto, lo interpretó a su manera: sí engendraba hijos, pero se los comía, en un terrible acto de canibalismo parricida que Goya o Rubens ilustraron con gran talento. Saturno, en cuyo honor se celebraban las Saturnalia —días de excesos, banquetes y regalos a propósito del solsticio de invierno coincidentes con nuestra Nochebuena y Navidad—, acabó sus días rendido y vencido por su hijo Júpiter, quien no se conformó con arrebatarle la corona y culminó su venganza mandando a su padre al inframundo, molesto por su feliz jubilación en el Lacio.
Un amigo especialmente sabio e iluminado, el escritor Carlos Lopezosa, me aseguró una vez que cualquier conflicto que podamos imaginar ha sido ya tratado en los mitos grecolatinos, que solo Cervantes ha sabido desde entonces crear algo nuevo en este campo, en el de los mitos —su aportación vino con El Quijote y guarda relación con el peso del tiempo frente a la modernidad—. Cuando uno hace el experimento se da cuenta de que hasta los miedos más actuales, al ser despojados de toda la parafernalia tecnológica, son muy similares a esas historias que tanto hemos oído; es realmente complejo el asunto, hasta el punto de que inventar un mito por completo original se presenta como una tarea titánica. Las relaciones paternofiliales más tormentosas no están exentas de este reflejo mitológico, por eso el escritor guatemalteco Eduardo Halfon tituló Saturno a esta nouvelle escrita en dos mil tres —hasta ahora inédita en España— que llega a nuestras manos ahora por obra y gracia de Jekyll&Jill, un sello gourmet siempre garantía de calidad literaria. La editorial de Víctor Gomollón nos ofrece esta vez un libro ligero que carga con una historia enorme, como Atlas y el peso del mundo sobre sus —cabe suponer— doloridas espaldas.
Si Júpiter enviaba a su derrotado padre al Averno, Halfon inicia su alegato aludiendo al abismo: parece inevitable hacer referencia a las profundidades más oscuras cuando se tiene que narrar el dolor provocado por un progenitor ausente. En Saturno somos testigos de una larga confesión, la de un hijo tratando de poner nombre a sus heridas, las que le dejó toda una vida de silencio e indiferencia paternal, cuando no de rechazo. “El padre es un nombre”, se repite nuestro protagonista como un mantra, en un esfuerzo por conjurar los demonios que invoca cada vez que piensa en cómo su vocación de escritor siempre fue ridiculizada, en cómo su padre le decía a sus amigos que su vástago era ingeniero para aliviar la vergüenza que sentía ante el oficio que en realidad había escogido. Los demonios emergen cada vez que recuerda el desprecio con que eran recibidos sus escritos, que se amontonaban en la mesita de noche de su padre, que se refería a ellos como artículos en lugar de cuentos -hasta ese punto ignoraba a qué se dedicaba-. Los dhiemonios aparecen más nauseabundos que nunca cada vez que la memoria recupera el nefasto día en que él, su poderoso y autoritario padre, en la última batalla que escenificaron, le recriminó su supuesta frialdad, distancia e ingratitud, tenedor en mano en un almuerzo. Allí, a los gritos, le reveló que sentía la necesidad de vengarse de él. Tras toda una vida de humillaciones, para colmo, el padre ansiaba vengarse del hijo.
Una tragedia familiar así puede desencadenar impulsos de todo tipo, y de entre todos ellos, el suicidio es uno de los más recurrentes. De ahí que el narrador devorado de la nouvelle de Halfon vaya tejiendo su monólogo acompañándose de imágenes prestadas de otras vidas zanjadas con mayor o menor brusquedad, pero siempre por voluntad del finado o la finada: desde Hemingway hasta Virginia Woolf pasando por Yukio Mishima, Yasunari Kawabata, Paul Celan, Hart Crane, Sylvia Plath, Cesare Pavese -autor de la cita que abre el libro-, Jack London, Malcolm Lowry, R.H. Barlow, Alejandra Pizarnik, Andrés Caicedo, Stefan Zweig, Vachel Lindsay, Horacio Quiroga, Pablo de Rokha, Hunter S. Thompson, Vladimir Mayakovsky, Tadeusz Borowski, Sergey Yesenin o Alfonsina Storni. La lista es tan larga que abruma. Confiesa nuestro protagonista con brutal honestidad que piensa a menudo en la posibilidad de quitarse de en medio, que al igual que tantos y tantas ha fantaseado con su propia muerte. ¿Qué tiene el oficio de la escritura que cuenta con tantos suicidas en su haber? ¿O es solo una ilusión, y el porcentaje no es tan elevado? ¿Cuántos corredores de bolsa se suicidan, cuántos jockeys, cuántos panaderos, cuántos policías?
Pese a todo, Saturno no es la crónica de un suicidio anunciado, si no de una venganza jupiteriana, la que se cobra el hijo cuando por fin puede, cuando la sombra gigantesca del padre se diluye en la tierra. Cuando como el Henry James enloquecido al que se refiere en un pasaje del libro, coge su luto y se deshace de él, una farsa a medias, un montaje perfecto, un ritual necesario para expiar todos esos pecados que no cometió pero por los que tuvo que pagar. Cuánto habrá de Halfon en las voces que leemos en su relato puede intuirse aunque sin ningún tipo de certeza: compartir el dolor puede ser un ejercicio de ficción y resultar tan agotador como una migraña. Aquí asistimos a una moderna representación del mito del padre que devora y destruye hasta que el hijo se recompone y toma el relevo en la destrucción, a una alternativa a la Carta al padre de Franz Kafka: de lo que se trata es de destruir al padre, como hizo Louise Bourgeois, como algunos animales, incluido el humano.
El escritor Pedro Pujante reseña Saturno, de Eduardo Halfon:
Eduardo Halfon es una de esas voces que cada vez tiene más repercusión en nuestro país. Su nombre resuena en los medios y ha sido reconocido con prestigiosos premios como el Roger Caillois de Literatura latinoamericana.
Ahora se recupera esta nouvelle de 2003, de la mano de la genial editorial Jekyll & Jill, que además de apostar por voces divergentes y alejadas del trivial establishment, realiza con los libros prodigiosas artesanías. En este caso, la edición de este librito, sobrio, con tapas de cartón negro, letras doradas y una faja decorativa, es una serie limitada de 1000 ejemplares, una delicia para coleccionistas.
Con la voz desgarrada por el reproche, un grito contenido, el narrador increpa a su difunto padre, quien, según escuchamos, jamás actuó como tal. Escuchamos, sí, porque el libro, a medida que entramos en él, se transforma en una voz que parece surgir de una polifonía fantasmal, a medio camino de la vida y el tiempo. Escuchamos el estertor de un Kafka guatemalteco —desvalido, también renuente a su judeidad, también desoído como escritor— recriminando a su padre haber sido un gigante insensible hacia su mundo interior. Pero, el libro es además una suerte de catálogo de escritores suicidas, que recuerda a los extraños, libérrimos y balbuceantes inventarios de David Markson. Así, encontraremos los relatos anecdóticos de los suicidios de Hemingway, Kawabata, Mishima, Alfonsina Storni, Virginia Woolf, Crane, Edouard Levé, Celan, Tralk o Zweig, y otros más, que jalonan esta suerte de carta abierta a un padre que jamás la leerá.
La relación entre la muerte suicida y el hueco que deja el padre. Los huérfanos existenciales abocados a borrarse de la existencia. El narrador parece resumir en sí mismo todas y cada una de las voces de esos escritores suicidas y las ausencias paternas que padecieron. Como un caleidoscópico ser que recoge otras existencias para justificar así la suya. Recuento de otras voces moribundas para así exorcizar la propia melancolía de sobrevivir y matar al padre que, metafórica y existencialmente, le ha matado a él. En las últimas páginas, la misiva se irán cerrando, cercando al progenitor con preguntas sin respuesta, declarando que también él se ha convertido en un ser impasible, lleno de voces a las que no teme, que le acompañan siempre, “Y aquí están todas, reunidas, por fin en silencio. Esperándome”.
Lectura intensa.
María López Villarquide reseña Saturno, de Eduardo Halfon, en el blog literario La mano que escribe con pluma:
Si en lugar de devorar a sus hijos se hubiera sentado a escuchar sus discursos, Saturno se habría sentido más o menos como el lector de esta nouvelle. El narrador encara a su padre, sin que sepamos exactamente con qué motivos; lo hace para vencerlo y superarlo.
En escasas setenta páginas de referencias a célebres autores -compositores, escritores, pintores- el hijo exige a su padre que lo escuche. «Somos, en fin, las voces que escuchamos» le dice, porque todas ellas guían su narración.
Saturno es un reproche contundente, un libro que se edita en un formato exquisito, en ejemplares numerados y con un tamaño que recuerda a los diminutos blocs de notas que caben en los bolsillos de las chaquetas de los escritores. Será casualidad, pero genera cercanía.
El lector de Saturno verá ante sí una acumulación de tormentosas relaciones que muchos (demasiados) artistas mantuvieron con sus «viejos». El hijo se lo cuenta al padre. El hijo le habla de esos artistas y de sus muertes voluntarias, de sus suicidios. Cada párrafo del libro agolpa ejemplos de anécdotas y abre infinitos paréntesis en sus mitades para alojar nuevas frases: otro caso, otro genio suicida.
Publicada por primera vez hace catorce años, este texto de Eduardo Halfon habla ahora en una edición española que una quiere devorar página a página. Cosas de los mitos.
La revista Penúltima publica en exclusiva las primeras páginas de Saturno, de Eduardo Halfon, de próxima aparición en Jekyll & Jill.
«Sus cartas, padre, me llegaban un par de veces cada año. Yo estaba lejos en la universidad, pero usted estaba aún más lejos de mí. Al inicio, ingenuo, yo abría el sobre con una emoción contenida. Y siempre, sin falta, hallaba un papel doblado en tres. Un solo papel con el membrete de su empresa. Mal doblado, por prisa, supongo. Buscando sus palabras, padre, necesitándolas, lo desdoblaba con ansia. Y como una hoja seca hamaqueándose en la brisa, lento, el cheque caía hacia el suelo. Yo lo dejaba allí, casi olvidado a la par de mis pies, pues lo que realmente me interesaba no era su dinero, padre, sino sus palabras. Ingenuo, buscaba sus palabras. Y en medio del papel, escrito en tinta negra, encontraba yo siempre lo mismo: su nombre. Nada más. Sólo su nombre, firmado con prisa. Una palabra. Sólo una palabra. El padre es un nombre.»