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Juan Carlos Márquez gana el Premio Euskadi de Literatura 2012


Juan Carlos Márquez gana el Premio Euskadi de Literatura 2012 en la categoría de Literatura en castellano con el libro Tangram (Editorial Salto de Página, Madrid, 2011). El premio en la modalidad de Literatura en euskera fue para Harkaitz Cano por su novela Twist (editorial Susa).

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Juan Carlos Márquez (Bilbao, 1967) es autor de cuatro libros: Oficios (Castalia, Madrid 2008), Norteamérica profun­da (Diputación de Badajoz, 2008), Llenad la Tierra (Menoscuarto, Palencia 2010) y Tangram, en Salto de Página (Madrid). Sus relatos han sido reconocidos con los premios Tiflos, Diputación de Huel­va e Unión Latina (premio Juan Rulfo al escritor novel), entre otros, y seleccionados en los recopilatorios Parábola de los talentos (Gens, Madrid 2007), Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual (Menoscuarto, Palencia 2010) y Pequeñas Resistencias, 5 (Páginas de Espuma, Madrid 2010), La banda de los corazones sucios. Antología del cuento villano (El Cuervo / Baladí, Bolivia-España, 2010), Chéjov comentado (Nevsky Prospects, Madrid, 2010), Perversiones. Breve catálogo de parafilias ilustradas (Vagamundos, ediciones Traspiés, Granada, 2010) y Doppelgänger, ocho relatos sobre el doble + bonus track (Jekyll & Jill, Zaragoza, 2011).

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«Entre la yema del dedo índice de la mano diestra de Miles y el timbre que está a punto de pulsar caben casi dos años, el tiempo transcurrido desde que decidió dejar su casa (y en ella a su familia) en Santa Mira, mudarse a Detroit para convertirse en cantante de rap y hacerse llamar Doctor T. Hace pues muchos meses que el padre, la madre y el her­ma­no mayor de Miles apenas saben de él, salvo que sigue vivo y no necesita dinero. Miles ha contado para sí las casas de la urbanización antes de cruzar la cancela y el jardín y plantarse ante la puerta y el timbre de la suya. Hoy está sobrio como un boy scout, pero aun así le resulta complicado distinguir su casa de las otras porque ahora, sin grafitis que las diferencien, las persianas de las cocheras y los porches de la urbanización son idénticos. Incluso el césped parece haber sido cortado por la misma cuchilla y con el mismo rasero, respetando una trayectoria de franjas horizontales que solo interrumpen las lindes de setos de cada parcela. En cuanto la puerta se abre, aparece la familia de Miles al completo. Wilma, Douglas, Douglas Jr. Con las servilletas de hilo blanco colgadas del cuello y las caras enrojecidas por el sol de mayo parecen banderines canadienses. Miles arrima una mejilla a su madre para que la bese, es lo menos que puede hacer por ella, si bien se le hace raro que a continuación su hermano le pose los labios y un poco de saliva en la frente, y le da repelús, vergüenza o algo peor que su propio padre, el viejo, se anime a besarle también en la cara, por duplicado. Miles ha comido una de esas bandejas liliputienses de bazofia en el avión que le ha traído al aeropuerto y se ha zampado un perrito pringoso antes de meterse en el autobús a Santa Mira, pero ante la insistencia de su madre (la mujer obesa que le dio el pecho a horas y deshoras y le hizo eructar con palmaditas en la espalda en el principio), no tiene otro remedio que sentarse a la mesa y compartir con los suyos un puchero de carne de vaca que ha sido guisada durante días».

Inicio del relato «Doctor X» de Juan Carlos Márquez, publicado en Doppelgänger, ocho relatos sobre el doble + bonus track (Jekyll & Jill, Zaragoza, 2011).