Nuria Azancot entrevista a Rubén Martín Giráldez en El Cultural con motivo de la publicación de su novela Magistral.
Rubén Martín Giráldez: «Ya no sabemos leer»
Desde hace semanas un libro Magistral arrebata las redes. Escrito con las tripas y la razón, insulta al lector y le golpea mientras se ríe de bardólatras y farsantes. ¿Es un libelo? ¿Una novela? ¿Una reivindicación del lenguaje? ¿Una provocación? Todo eso y mucho más: es aullido, literatura, diversión, un auto de choque sacramental que “no sabe de la tinta la mitad”. Rubén Martín Giráldez, su autor, lo tiene claro: “¿No sería bonito que se pudiese poner freno a la literatura vacua?”
Cocinero antes que autor, Rubén Martín Giráldez (Cerdanyola del Vallès, 1979) está acostumbrado a amasar el lenguaje: tras sus estudios de Filología Hispánica aprendió cocina en la Escola d’Hostalatge de Barcelona y trabajó de cocinero cinco años («en esa época veía los trabajos de papeleo como algo obsceno, romanticismo adolescente del trabajo manual»). Luego, en una caja de ahorros, y de ahí, gracias a su primer libro, el ensayo burlesco Thomas Pynchon: un escritor sin orificios (Alpha Decay, 2010) comenzó a hacer informes de lectura y traducciones.
Magistral (Jekyll & Jill) es su segunda novela, casi casi a su pesar. Después de publicar la primera, Menos joven (2013), había empezado otra que le obligó a leer muchas veces Las mentiras de la noche de Bufalino. Leía también la correspondencia de Sade y las sátiras de Juvenal. Y de este último («salvando las distancias con gran descaro», nos dice) salió la idea inicial y la voz narradora de Magistral: «era un discurso que se alimentaba a sí mismo y de sí mismo. Por el camino recordé The Electronic Revolution de Burroughs, la idea del lenguaje como virus, a Ben Marcus, y el libro se fue volviendo más violento y urgente e interrumpió la novela que tenía en marcha».
Pregunta.- No parece que sea fácil ponerle «una jaula en la boca» al verborreico protagonista de Magistral, pero ¿y a Martín Giráldez?
Respuesta.- A mí es más fácil callarme, porque no tengo capacidad para profundizar en más de cuatro o cinco aspectos de la existencia humana, así que no soy de los que tienen una opinión para cada tema. Y luego, como la mayoría, aunque me desentienda de ciertas convenciones sociales que me harían completamente infeliz, estoy sujeto a las normas de cortesía y a un rechazo total a hacer daño a los demás. Puede chocar, después de oír cómo se las gasta el narrador de Magistral, y seguramente es más una declaración de intenciones que otra cosa, pero llevo medio empezado el camino de perfección, que sólo tengo 37 años.
P.- ¿Qué parte de la rabia, del humor, de su propia pasión por el lenguaje le ha prestado a Magistral?
R.- Pues creo que escribo como pienso y casi como hablo, o con una prosodia muy similar, al menos. En lo referente al lenguaje comparto bastante lo que dice el libro, ahí hay menos desdoblamiento. Cuando me preguntan qué clase de cosa escribo tengo que responder «novela ambiciosa». No hay que engañar al lector: mi novela se llama Magistral; a cambio de tanta arrogancia, escribo presumiendo que mi lector es más inteligente que yo, porque de lo contrario ya no sabría ni por dónde empezar.
P.- ¿Qué es Magistral, un libelo para ser leído en voz alta, una declaración de principios literarios, una provocación…?
R.- Me encantaría que alguien radiara mis novelas. Ésta se podría haber llamado Lenguaraz, ¿no?: el narrador se empeña en una diatriba contra el lenguaje castellano, lo acusa de haber dejado de servir para la expresión potente y, sin embargo, demuestra con su locuacidad la salud del idioma (o eso quiero creer). Un panfleto fallido. Luego hay una imprecación contra los malos escritores españoles, pero no acaba de definirse qué cosa es eso ni se profundiza ni se aportan ejemplos…, para empezar, porque eso convertiría la novela en un estudio o en un ensayo. Magistral funciona mejor cuanto más se ríe uno del vocero, de sus ditirambos, de sus imprecaciones pero ¿no sería bonito que la meta cómica del libro se cumpliese un poco y se le pudiese poner freno a la literatura vacua?
P.- Parafraseando al personaje del libro, ¿en la literatura española actual «vale el todo vale, pero no todo vale lo mismo»?
R.- Brevemente: 1. no leo suficiente literatura española actual como para levantar acta de nada, pero las veces que un libro reciente me deja del revés de placer termino preguntándome por qué no puedo tener ese placer más a menudo (mi placer suele ser proporcional a la ambición de la autora o del autor que leo); 2, seguimos a luminarias con menos calidad de la que se les supone, y 3, la crítica valora con las mismas palabras lo bueno y lo menos bueno, y con total sinceridad, porque ya no sabemos leer. Pero, por otro lado, me digo: a lo mejor, la década oscura del anti-intelectualismo y del miedo a no ligar si se nos mueve la máscara de cafres ha terminado; a lo mejor la exigencia es divertida, alentadora y buena y tonificadora para todos los públicos. Precisamente, a la crítica y a los medios corresponde subrayar la relevancia de una literatura que dialogue con nuestro amor propio.
P.- Qué le pasa a un autor cuando deja de ser «el menor problema de la literatura para convertirse en el mayor problema del lenguaje»?
R.- En el contexto de la novela señala lo contrario: un lenguaje allanado y estandarizado al que no se le levantan ya ni las tildes.
P.- ¿Cuándo descubrió que en literatura lo amable «es enemigo de lo bueno», y que la obra fácil es «innecesaria»?
R.- Puedo estar más o menos de acuerdo con esta afirmación de mi narrador si convenimos en que «difícil» no significa «críptico» y «fácil» significa «insultante», y si convenimos que «el término medio» significa «prosa de relleno, prosa aftersun«. La contención ¿qué produce?: produce becketts o monsieur testes pero también produce nada. Esta es la verdad absoluta para mí y la verdad absoluta de mi narrador; de ahí que sea tan categórica: explica mi funcionamiento, no el de otros. Al eliminar cortapisas, protocolos y cortesías, abro la posibilidad de decir lo que pienso, lo que no pienso, lo que pensaba y lo que me figuro que pensaré, todo en una sola voz.
P.- Alguien puede molestarse con afirmaciones como «el escritor de raza no existe porque la estupidez no es una raza sino un estado», o «para qué escribir si no se cree un genio, si no crees que seas el mejor, no me hagas perder el tiempo»…
R.- Bueno, esos zurriagazos se han de volver contra mí; era consciente mientras lo escribía (igual que con el presuntuoso título). Esas frases me parecen un ejemplo de la manera de argumentar de la voz: si te tomas demasiado en serio mereces que se rían de ti, y si no eres lo suficientemente ambicioso mejor que cojas esa otra puerta. En Magistral recibes cada vez que pasas la página, y si pasas otra página será porque te gusta, y si te gusta… castigo, y si no te gusta… suplicio. Dicho esto: sólo puede uno sentirse insultado directamente si no sabe leer ficción o adolece de las miserias que se afean en el texto.
P.- El libro no tiene trama ni personajes, pero ¿es una novela?
R.- El charlatán de Louis-René des Fôrets y El encomio del tirano, de Manganelli, son discursos y son novelas…, o Yo, el Supremo, de Roa Bastos… Yo las leí así, vamos. A mí, Magistral me parece convencionalísima. Ahora: ¿pienso que Magistral puede destacar por entrega, valentía y brío? Sí.
P.- ¿Qué relación tienen su primera novela, Menos joven, y este segundo relato?
R.- Menos joven era una soflama burlesca contra la autocompasión del que no ha podido completar su formación intelectual como querría. Cuando el narrador de Magistral desgrana los defectos de su novela, en realidad dejo que precipite todo lo que considero concesiones en Menos joven, y todo lo que creo que funcionaba también aparece ridiculizado y pisoteado. Los dos libros son fábulas autobiográficas cargadas a reventar de afectación. No concibo escribir otra cosa, de momento.
P.- Es autor también de dos libros de ensayo en los que Pynchon (una visión muy peculiar de Pynchon) es protagonista: ¿es una manera de embromar de nuevo al lector que idolatra al nortemaricano, de reírse de sí mismo quizás?
R.- Sí, desde luego. La primera vez que escribí sobre Pynchon en Alpha Decay fue para decir que me sacasen de El arco iris de gravedad, por Dios, que me ahogaba. Y los lectores como si nada. Así que hace poco participé en un libro de artículos (Pynchon) que publica la Editorial Base con autores como Jon Bilbao, Paula Lapido, David Aliaga, Anahita Rouyan, Albert Fernández, Fran G. Matute, Simon Peter Rowberry o Antoni Mora, principalmente para decir que lo llevo un poco mejor y que estoy terminando de leer Mason & Dixon.
P.- ¿Cómo le influye como narrador su trabajo como traductor?
R.- Tomo notas relativas a usos del lenguaje, me escandalizo al hacerme consciente de fosilizaciones a las que nos hemos acostumbrado y que no significan nada ni habladas ni escritas o redescubro expresiones que pienso que conservan sentido o han adquirido uno novedoso y pienso en cómo salvarlas. Para mí, esas elecciones tienen que ver con un método autobiográfico al estilo del de Michel Leiris, que fue un etnógrafo de sí mismo.
P.- ¿Qué autores contemporáneos le interesan más?
R.- Creo que es Vilas quien ha dicho que escribir una novela es un servicio a los demás; pues en esa vena de vitalistas frenéticos: J. F. Ferré, Orejudo, Julián Ríos, César Aira…, También Valero Sanmartí, un satirista buenísimo, y si nos ponemos a sacar muertos, Miguel Espinosa o Casavella; últimamente tengo a los franceses muy abandonados, así que diré Angela Carter, Adam Levin, Christopher Higgs, Joshua Cohen, Ben Marcus, Joy Williams, A. M. Homes, Stephen Dixon, William H. Gass, Tom Robbins…
P.- ¿Y de los clásicos?
R.- Mi ideal es una mezcla de Rabelais, Gracián, Sterne, Céline, Swift, Sade y Manganelli con los andares de Antoine Volodine y el tema de la autobiografía al estilo de Leiris. Aprendí lo fecundo de la combinación autobiografía+mentira de Les nourritures terrestres de Gide, y los anteriores me dejaron claro que el humor es la única vía seria.
P.- ¿Está la joven literatura española tan condicionada por el mercado y por la precariedad como dicen?
R.- Supongo que sí. Publicar es cuestión de casualidad; y luego, mi vivencia particular es que con dos sueldos de traductor en casa y dos hijos no se puede hacer otra cosa que trabajar de sol a sol. Debe de condicionar la forma narrativa, por fuerza. Y lo que no se publica y se celebra, muere; lo que no se pliega a las convenciones, por muy obra maestra que sea, tiene todos los números para no publicarse jamás. Jamás. Estoy contra la idea absurda de que «el tiempo lo pone todo en su sitio».
P.- ¿Qué importancia tiene en el libro su editorial, Jekyll & Jill, y el alarde tipográfico que desarrolla, por ejemplo, con el libro de Ben Marcus?
R.- La maquetación, que es obra de Víctor Gomollón (editor de Jekyll & Jill junto con Jessica Aliaga), terminó de crear la novela y le dio relevancia a nuevos aspectos. Por ejemplo: los fragmentos en inglés no pertenecen íntegramente a la novela de Ben Marcus, sino a un diccionario biográfico de mujeres americanas cuyos grandes logros han sido ninguneados a lo largo de la historia y que se vienen publicando desde 1971 en distintos volúmenes con el mismo título que la novela de Marcus: Notable American Women. Eso afecta a las pseudotraducciones que aparecen en Magistral e incluso a mi postura a la hora de identificar la voz que remata el libro y que yo imagino femenina.