Enrique Vila-Matas dedica su columna a Teoría del ascensor, de Sergio Chejfec, en El País:
Al margen de la Red
De los adictos a Chejfec, soy de los que disfrutan cuando sus escenas suceden de noche en un bar destartalado
Nada más abrir el libro, percibo que entro directamente en la “atmósfera Chejfec”. De entre los adictos a este escritor, soy de los que disfrutan cuando sus escenas suceden de noche en un bar destartalado, aunque también acepto las que transcurren en la calle al salir de un bar, como en ese impresionante documento que ya conocía y que Chejfec ha tenido a bien incluir en su nuevo libro, ese texto que recoge una conversación de madrugada con Antonio di Benedetto en la calle Talcahuano de Buenos Aires.
Esta vez, nada más irrumpir en el nuevo libro, en Teoría del ascensor (Jekyll & Jill), he ido a parar a un bar en el que el narrador escucha a alguien que dice que quiere volver a casa y no salir más, y no solamente no salir más, sino tampoco contestar al teléfono y, sobre todo, no leer el correo electrónico, olvidarse de Facebook y de Twitter, de WhatsApp y de Reddit, de Linkedin y de Instagram y de Skype: “Quisiera borrarme de todo esto y permanecer así durante largo tiempo, hasta que quienes me conocen se olviden de mí. Y una vez que eso ocurra, me gustaría empezar a vivir de otro modo”, dice la voz del bar.
Sé de quienes han desconectado de Internet porque no se resignan al cambio radical que se ha producido en el mundo: las cosas ya no ocurren en la vida real, sólo suceden en la Red. Por ejemplo, uno va caminando por una calle o entra en un bar y no sabe que en realidad ya solo es un personaje de Instagram.
En Teoría del ascensor hay alguien que acaba pensando que se ha convertido en “otro”, aunque no a la antigua manera, porque Chejfec dice que para él “ser otro” significa no tanto una nueva personalidad, sino entrar en un mundo nuevo, es decir, un mundo donde la realidad y todos los individuos pierdan o dejen de lado su memoria y le admitan a él como un miembro desconocido, recién llegado…
Acaba de sonar mi móvil.
No hay salida, que decía Kafka. La única puerta abierta para huir de la vida real de la Red es la que señala ese vecino del bar de Chejfec que quiere volver a casa y no salir nunca más, que quiere comenzar un definitivo periodo de vida furtiva, porque es lo más parecido que encuentra a la idea de cortar con su propio sujeto: que las acciones, al no ser electrónicas y resultar por tanto difícilmente legibles, dejen de estar asociadas a él.
Sé que, de entre los que están logrando vivir desconectados de ellos mismos, para algunos situarse fuera de la Red equivale a encontrarse con “la infancia recuperada”, quizás porque en otro tiempo vivieron en algo parecido a la sigilosa y anticuada “atmósfera Sebald” que cita Chejfec en su libro. La memoria de ese clima calmo la tienen cuantos, aun habiendo presenciado el cambio radical de las últimas décadas, pasaron sus primeros años casi como si hubieran echado raíces en pueblos de altura, en sitios sin coches ni máquinas y en los que los únicos sonidos provenían de la naturaleza, de las herramientas manuales, o incluso de los materiales con que estaban hechas las casas cuando variaba la temperatura.
Perdón, me llega un whatsapp.