Amadeu Sanchís entrevista en Beat a Rafa Cervera con motivo de la publicación de su novela Porque ya no queda tiempo.
Rafa Cervera: «Con esta novela no quiero contar mi vida, quiero contar quién soy yo»
¿Cuál es el papel que juegan los músicos en tu novela, y por qué?
Los músicos aparecen en la medida en la pueden convertirse en personajes. Con esta novela no quiero contar mi vida, quiero contar quién soy yo. Se trata, por tanto, de hacer ficción a partir de cosas que me ha pasado, por eso a veces no cuento los hechos tal como han sucedido. A este nivel, la figura protagonista es Lou Reed, que me abrió los ojos a todo, no sólo a la música, también la literatura. De ahí que las entrevistas que le hice a Lou Reed sean como el sistema nervioso central de mi historia. Sus letras me interesaban mucho y me esforzaba por descifrarlas y traducirlas porque las referencias que tenía sobre ellas me parecían fascinantes. Quiero pensar que su pulso poético, después de cuatro décadas, ha terminado por contagiarme aunque sea solamente un poquito.
A lo largo de la novela relatas tus diferentes encuentros con Lou Reed. Cuando describes el último, lo haces con una especial belleza literaria. Como ocurre en muchos pasajes del libro, haces que el lector comparta esa vivencia tuya como si fuera propia.
En la novela cuento una historia en la que escucharlo y conocerlo a través de las entrevistas que le hice son elementos fundamentales. Y entre esos momentos está el abrazo que me dio. En este libro Lou Reed, el Rock and Roll, son elementos para crear literatura, que es algo que ya hice en “Lejos de todo”. Lo que pasa es que ahora la paleta de colores es mucho más grande, abarca mucho más ya que estoy rememorando casi 56 años de vida. Esos determinados recuerdos, desde los más memorables hasta las pequeñas anécdotas, me sirven para construir capítulos que tienen que ver con mi ella. Y al principio de mi propia historia, yo anhelaba entender todo lo que Lou Reed decía, quería tener sus discos, escribir sobre él, entrevistarlo. Por eso en el capítulo que mencionas, al entrevistarlo en un medio que no es el mío, la televisión, es tan importante que él se apiade de mi y que, además responda con afecto a eso que le digo posteriormente, en el camerino, “lo que hago lo hago por ti”. Cuando una persona está en una dimensión distinta a la tuya y la tienes antes tus ojos, es difícil transmitirle lo que le debes.
Cuando leo “Porque ya no queda tiempo”, consideras a Lou Reed tan relevante, cada uno con un papel diferente claro, como tu padre, tu amigo Andy o tu tío Rafa. Son piezas que encajan en tu vida , con un peso fundamental, ¿estoy en lo cierto?
Exacto. Aquí me interesa describir a los personajes tal como yo percibo, por eso me interesa como Lou Reed mueve las manos, como me mira, como vive con disgusto el proceso de ser entrevistado. Cuando hablo de mi tío Rafa, que falleció cuando yo tenía 10 años, recuerdo como marcó mi vida. Él advirtió que yo era una persona diferente, que necesitaba mi propio mundo, y se volcó en mí, lo que produjo una especie de confluencia que como resultado generó un mundo de felicidad absoluta. A mi amigo Andy inicialmente me unía era la afición por la música. Nos gustaba l mismo. Y la verdad es que no eran unos gustos muy comunes para unos adolescentes en aquellos años.
Con tu abuelo Juan también tienes una relación de aprendizaje…
Con mi abuelo Juan era diferente. Me acompañaba al cine, a comprar mis primeros discos o libros, y él era feliz por el mero hecho de acompañarme. Y todo aquel ritual de comprar libros, revistas o álbumes, almorzar juntos después en un bar que estaba en Mislata, era un círculo casi perfecto.
Así llegamos a uno de los temas troncales de la novela: tus padres y la postguerra tan larga que sufrió nuestro país. Tu padre Ramón pasa una postguerra muy dura, que evidentemente marca a la familia, con esas terribles tribulaciones de tu abuelo paterno que fallece durante el conflicto.
El cómo todo eso te llega a afectar lo descubres con el tiempo, por eso cito a Agustín Fernández Mallo y su novela Trilogía de la guerra, en la que una de las conclusiones es que todos venimos de alguna guerra, estamos marcados por ellas. Cuando me puse a escribir la novela, me di cuenta de hasta qué punto la Guerra Civil Española ha marcado mi vida. Yo nací 25 años después de que acabara, y esa presencia está ahí, está en mis raíces, en la manera en la que tus padres te dicen si has comido bien porque ellos han pasado hambre. En los recuerdos, inevitables de mi padre en orfanatos franquistas.
Nueva York se convierte en varias ocasiones en escenario de la novela. Una de ellas es con el atentado de la Torres Gemelas.
Algo que para mí era indestructible, mágico, con lo que yo me identifico desde mediados de los 60 hasta principios de los 80, una especie de santuario mental, había sido atacado. Que una cosa tan brutal, tan horrible, suceda en Nueva York, me impactó muchísimo porque uno de los símbolos de mi mundo interior había reventado. De una manera inconsciente dejé de creer en la seguridad porque me di cuenta de que la realidad es muy traicionera. De aquel acontecimiento me estremeció el horror de algo tan cruel y tan calculado, hecho precisamente para eso, para mostrar al primer mundo, al mundo capitalista, lo vulnerable que podía llegar a ser.
Volvamos a las personas que han sido importantes en tu vida.
Por cuestiones meramente narrativas, hay gente importante de mi vida que tiene poca presencia. No es un ajuste de cuentas ni nada por el estilo. Es sencillamente que he seleccionado personas y situaciones que me servían para contar y destacar lo que quería contar. Eso, en una autobiografía, hubiese sido más discutible. Una novela te da libertad para hacer estas coas, de hecho, sería erróneo no hacerlas. Lo importante era la historia. Todos los personajes que aparecen son muy importantes en mi vida, gente como Esteban Leivas, que es prácticamente un hermano mayor al cual conozco desde hace casi 40 años; o como Xavi Ros y Nedi Soto, que aparecen al final de la novela y cuya aparición corrobora que la amistad es un milagro que puede darse en cualquier momento y que siempre es necesario.
¿Por eso tratas con mucho cariño a todas las personas que parecen en tu novela?
Claro, porque cuando se hace este tipo de ejercicio de recuerdos, bien sea una autobiografía o una novela sobre uno mismo como es este caso, se tiende mucho al ajuste de cuentas. Pero en este caso, si existe, es conmigo mismo, no con la gente que aparece aquí. Prefiero destacar a personas a las que quiero, que forman parte de mi vida, como por ejemplo Roberta Marrero, una artista que me deslumbró desde el primer momento por su capacidad y su fuerza ante un mundo adverso, y a la que dedico un capítulo.
La primera canción que aparece en el libro, por la importancia que tiene para ti es I Feel Love de Donna Summer, su letra, su puesta en escena, una afroamericana que triunfa en el mundo entero.
Con esa canción hay una recreación literaria, que yo he embellecido pero que es real. Yo no paraba de pedirle a mi padre que la pusiera en el radiocasete del coche, porque a mí esa canción me hipnotizaba literalmente, era una experiencia muy erótica, aunque yo no lo supiera en ese momento. Pero es que además era una canción que estaba adelantándose al futuro, porque está hecha completamente con máquinas. Toda esa combinación a mi me fascinaba y ahora ya sé por qué. Hablo mucho del futuro en toda la novela, y esa canción es premonitoria de muchas cosas, entre otras junto a Kraftwerk, del relevo del rock de guitarras.
Eso nos lleva a tu eclecticismo musical. La decisiva influencia de The Velvet Underground, hace que adoptes una visión amplia y que no aceptes ataques a músicos cuando exploran otros estilos, en definitiva, cuando la música es madurez.
Cuando empecé a escuchar música, había muchos compartimentos estanco. Yo mismo tenía mis prejuicios, como por ejemplo cuando decidí que la música de los 60 no me interesaba porque la consideraba la música de los mayores. The Beatles no me atraían en aquel momento porque era lo que escuchaban mis primos mayores, era su música. Yo quería escuchar a Patti Smith, Johnny Rotten o Donna Summer, es decir aquello que estaba surgiendo a la vez que yo crecía. Pero claro, yo diferenciaba a The Velvet Underground, que eran el primer grupo a contracorriente de los 60, me fascinaban The Doors con Jim Morrison como personaje y The Rolling Stones por esa imagen creada de malos del rock. Y eso a pesar de que Jim Morrisson era de las personas que Lou Reed detestaba de verdad, lo que ejemplifica que la vida está llena de contradicciones, se pongan como se pongan los fans de la música. En cualquier caso, enseguida llegan a mi vida los sintetizadores, de tal manera que me compro mi primer disco de Lou Reed en 1977 y tres años después ya estoy comprando álbumes de Human League. Así descubro que me gusta ese nuevo estilo, al igual que también me gusta la música funky y la música disco, que en aquel momento estaban muy mal vistas, porque nos encontrábamos ante un verdadero cisma. Y ese eclecticismo, esa falta de prejuicios, a medida que he ido creciendo, ha sido fundamental. En cuestiones literarias me ocurre igual. Como no soy un lector especializado, aplico mi propio criterio. Leo lo que me gusta y si no me gusta, no lo leo. Leo sin complejos y sin aspavientos para hacerme pasar por un lector culto, enterado o intelectual. El mismo filtro que tengo para la música o el cine, vaya.
Con 17 años vas al concierto de Lou Reed en Madrid, lo que me lleva a una pregunta fundamental, tu relación con Madrid y cómo se convierte en tu ciudad de adopción.
La paradoja es que al principio todo indicaba que la ciudad que iba a ser mi segunda casa, iba a ser Barcelona. Pero todo cambió cuando acompañé a Glamour a Madrid a grabar sus discos . En ese momento me encontré con la Movida en su momento más álgido, por eso cuando yo cojo mi grabadora y comienzo a entrevistar a esos grupos, mi vida cambia para siempre. No se puede olvidar lo que era la València de 1981, que empezaba a salir del letargo provincial del franquismo, pero aun así se encontraba a años luz de lo que significaba Madrid o Barcelona, por mucho que ahora se intente sublimar ese momento.
Estando en Madrid conoces a Carlos Berlanga, del que guardas un recuerdo muy vívido.
Lo conocí entrevistándole, fue uno de mis primeros entrevistados. Y las entrevistas, en algunos casos, han tenido mucho de epifanías. Carlos era una mezcla entre Caetano Veloso, Truman Capote y Andy Warhol. Era un artista nato, un personaje trágico. Una de las primeras cosas que me dijo cuando lo entrevisté, era que para él Warhol era lo mismo que para un cristiano Jesucristo. Esas cosas no las escuchabas en València, donde había un discurso musical elaborado por músicos, pero no de artistas haciendo música como podían ser Carlos o Poch. A mí me interesan los músicos que son artistas.
También rememoras la entrevista al único cineasta que aparece en tu novela, David Lynch, y lo haces contando una anécdota muy divertida.
Lynch es como Lou Reed, es como Andy Warhol, es como Agustín Fernández Mallo. Es un artista que está en lo que yo hago y he tenido la suerte de entrevistarlo, por eso debía de estar en la novela de alguna manera. Además, lo que cuento es verdad, yo le pregunté si conocía a los Pixies y él me respondió que no, a lo que yo le contesté que debía de conocerlos, le di el disco, y él me pidió que se lo dedicara. Me parece divertidísimo que en algún rincón de la casa de Lynch haya un disco que le regalé yo. Por cierto, toda esa aventura la viví con nuestro común amigo, el locutor y presentador Ramón Palomar. Lo que sucedió en realidad es infinitamente más loco que lo que cuento. Lo que cuento es una destilación de esa escena llevada a la ficción que me apetecía construir con todo eso.
De vuelta a la actualidad, está claro que tu idilio con Madrid llegó a su fin ya que ahora vives en el Saler.
Lo de El Saler fue como volver a un sitio que ya reconocía como un refugio. Llegó un momento en que Madrid ya no era la ciudad amable que yo había conocido, y me sentía más seguro volviendo a València. Allí acabé de escribir la primera versión de “Lejos de todo”, y entonces me di cuenta de que la novela me estaba escribiendo a mí, que no quería volver a vivir en el centro de València. La escritura, en definitiva, me enseñó mi sitio.
Cuando te leemos, aparece la figura de Esteban Leivas y tus influencias literarias, Julio Cortázar, John Dos Pasos y Onetti que dejan un poso en tu manera de escribir.
Hasta que conocí a Esteban yo era un lector con un rumbo muy concreto. Si Warhol era amigo de Truman Capote entonces yo debía leerlo, si Patti Smith citaba a Paul Verlaine y a Rimbaud, yo tenía que leerlos, así era todo. Con Esteban se abre un mundo nuevo, con su amplia visión musical y literaria, que comprende gustos que yo ya tenía, por ejemplo, Bowie o The Talking Heads con otros que hasta ese momento no habían sido relevantes para mí como Caetano Veloso, Serrat o Joni Mitchell. Ahora todo el mundo va de ecléctico pero en aquel momento no podías decir que te gustaban Javier Krahe, Kraftwerk y Paul McCartney a la vez porque te buscabas la ruina.
Por último, Rafa, hablemos de Jekyll & Jill. Has publicado con ella tus dos novelas. ¿Cómo definirías tu relación con la editorial?
Publicar la primera novela cambió mi vida a un nivel muy sutil, porque me permitió, al fin, ser la persona que estaba destinada a ser. He encontrado mi voz, he descubierto que sé hacer bien lo que quería hacer: ser escritor. Y todo eso ha ocurrido porque Víctor Gomollón creyó en mí y apostó por esa primera novela. Ahora ha hecho lo mismo con la segunda. Estar en una editorial de prestigio no es fácil y tener la relación que yo tengo con Víctor, tampoco lo es. Es un editor a la vieja usanza, una persona que se involucra al cien por cien en cada libro que saca. Estar en una editorial como Jekyll & Jill es un privilegio, es como estar en un sello independiente de los años 80, en el cual hay escritores de muchos pelajes estilísticos. Para mí, y usando un símil musical, es como estar en 4AD, el sello donde están los Pixies, los Cocteau Twins, donde Bauhaus sacan el primer single. En definitiva, me permite ser un autor estoy agradecidísimo de poder estar compartir catálogo con autores como Eduardo Halfon, Andrea Valdés, Rubén Martín Giraldez, Paco Inclán, Sergio Chejfec… Soy un privilegiado y siempre estaré agradecido a Víctor por haberme abierto sus puertas.