No le leído ningún libro como Magistral, de Rubén Martín Giráldez (editorial Jekyl&Jill). Ni remotamente parecido. Es la obra más extraña, provocativa y original que ha caído en mis manos. Un panfleto, un libelo, un manifiesto peculiar, un grito, una furibunda diatriba contra el lector español, de quien dice que la última página de un libro es un lugar por donde nunca ha transitado, y contra los escritores españoles, de quienes afirma que no hay por dónde empezar a matarlos. Diríamos que es un libro inclasificable si no fuera porque el autor ataca severamente el uso tan frecuente de este adjetivo en las críticas literarias. Porque, naturalmente, en este libelo se machaca sin piedad a la crítica española.
El punto de partida del libro, que no tiene personajes ni trama, que no es una novela al uso, pero tampoco un ensayo, no es ficción pura, aunque sí hay componentes ficticios, es la publicación de una obra llamada, precisamente, Magistral. La reacción a ese libro, que atacaba el idioma español y lo que se había hecho con él, en lo que lo habían convertido los escritores acomodados y los lectores poco exigentes. Propone el autor, directamente, romper con el español, que se habría roto, de tanto usarlo mal, de tanto malgastarlo, de tanto descuidarlo, y tomar al asalto otro idioma. Habla de una novela inglesa, que no existe, e incluso comparte fragmentos de la misma, en una edición también distinta a todo lo visto hasta ahora. Demuestra el libro, en fin, que no está todo inventado, que se puede innovar con ese idioma español que, con afán provocativo, el autor da por muerto.
Está escrita la obra con pasión y con un vocabulario muy rico, tanto que abundan los neologismos. La voz de Magistral, por ejemplo, se califica como una «voz brutal con la lengua negra como salsa putanesca de demonio». Quien afronte la lectura de este libro debe aceptar, de entrada, una postura radical, brutal, salvaje. Debe estar listo para ser atacado, para ser zarandeado. Debe aceptar una posición tan diferente a cualquier otra novela que haya leído, un planteamiento tan rompedor, como el del libro de Rubén Martín Giráldez.
Magistral pone patas arriba el sector literario en España. A cada página hay afirmaciones rotundas, aseveraciones explosivas. Por ejemplo, leemos que «ponían la misma cara a Magistral que al libelo más manso del panorama, valoraban con énfasis y enfisemas idénticos Magistral y librines que podrían gustar («hacer las delicias») tanto a jóvenes poco bregados en el otoño como a octogenarios dañinos de esos que buscan en la literatura una amistad o lo que surja. Había muerto la diferencia, por no hablar de la distinción. El criterio tuvo tanta culpa como los perpetradores de opinión: habíamos llevado el idioma al cero, habíamos vuelto la lengua castellana muelle y fantocha». Y así.
Ataca esta obra la literatura actual. Critica que las novelas actuales sean simples, de fácil digestión, de comprensión rápida. Censura las obras que se entienden a la primera, que no obligan a una relectura, que no suponen un reto para los lectores. Y también pone en cuestión, de forma velada (o no tanto) a los autores generalmente reconocidos, a la aristocracia literaria, digamos. «Sin unanimidad no hay democracia posible, eso es evidente». Parte de culpa de la destrucción del idioma, argumenta el autor, está en la crítica, adocenada, que ha hecho dejación de funciones. Y, claro, el lector, al que literalmente insulta. «(…) Me hicisteis demostrar que lo mío es más bonito y perpetuo que lo suyo; pero claro, para eso debería existir justicia y al menos una persona en España que sepa leer, porque al cabo, lo mismo da escribir mal que leer mal».
No deja títere con cabeza. Por ejemplo, exige a los escritores una ambición que no encuentra hoy en España. Dice que ya vale eso de «fracasa otra vez, fracasa mejor». Que en lugar de ello hay que triunfar. Y se pregunta «¿para qué escribir si no se cree uno un genio? Si no crees ser el mejor, no me hagas perder el tiempo. No me pidas nada si al final me lo vas a pedir por favor». La obra contemporánea le parece menor, una obra falsaria que no será reconocida como genial dentro de unas décadas, sino que se extinguirán. Observa en los autores el ánimo de agradar al lector, sin exigirle nada. «Soy consciente de que un imperio sin filisteos no es un imperio. Sea. No necesitáis ni un solo autor más preocupado de complaceros que de escribir. Escribir no es una labor diplomática. No debería haber lugar para la amabilidad en la novela, quien se pierda que se enfurezca, que para eso estamos rellenos de sangre y no de cacahué». Magistral, en fin, es un libro feroz, radical, brutal. Una obra obligada. Un experimento fascinante.