Carlos Pardo reseña Dadas las circunstancias, de Paco Inclán, en Babelia El País:
El hombre que atrae a los locos
Paco Inclán explora la relación entre individuo y masa en una narración cargada de personajes excéntricos
El narrador se encuentra en la ciudad mexicana de Veracruz, en un centro cultural donde va a estrenarse una serie documental dedicada a las grandes personalidades del lugar (el narrador está allí porque va a casarse, pero “ese es otro cuento”). El primer retratado es Pancho Villa; su nieto, gran bigote y modos de oficialidad, es aclamado por los 400 asistentes. Pronto se comprende que Pancho Villa nunca estuvo en Veracruz, circunstancia que no amarga al público; antes bien, comienza un diálogo sobre lo difícil que es certificarlo, la pertinencia de un “estudio de las ausencias” que, por ejemplo, demuestre “que ni Franz Kafka estuvo en Zaragoza ni Marie Curie pisó Bilbao”. El narrador menciona delirios similares en bibliografía reconocida: la ausencia de George Sand en Arenys de Mar, de donde debía partir para Mallorca; o la de Proust en Trieste, ciudad que el novelista describió como un “lugar delicioso donde la gente es pensativa, las puestas de sol son doradas y las campanas de la iglesia tañen melancólicas”.
Este disparatado comienzo define el modo de hacer de Paco Inclán (Valencia, 1975), su maravillosa combinación de periodista gonzo, antropólogo sabio, santo idiota y cuentista de primera: una improbable mezcla de Borges y Lévi-Strauss con Bouvard y Pécuchet. El proceso se repite en las ocho “crónicas”, o relatos verídicos, de Dadas las circunstancias: Inclán emprende una investigación erudita en algún grupo excéntrico (un club de esperanto, un banco de horas en las afueras “rururbanas” de Vigo), pero un error de lectura o, simplemente, su propia tendencia al extravío lo llevan a un terreno más rico, a un encuentro azaroso con algún personaje más excéntrico aún que la investigación de partida. Por ejemplo, el último hablante en erromintxela, combinación de euskera y romaní hablada por los gitanos vascos en el siglo XIX. “Cuando soñaba con entrevistar al último hablante de una lengua”, escribe Inclán, “me imaginaba haciéndolo en el interior del Amazonas o en una remota aldea china fronteriza con Mongolia. Sin embargo, sueños menguantes, mi búsqueda me ha dirigido a Llodio”.
Otro ejemplo: si Inclán investiga los círculos “esperantistas” catalanes, una intuición perversa lo lleva a intimar con el responsable de “la primera y posiblemente la última editorial que se dedica a la difusión en esperanto de los beneficios de la marihuana”. Es decir, el marginado entre los raros.
Y es probable que el personaje que es el propio Paco Inclán en su literatura, una especie de humilde bromista bonachón, atraiga a los locos y los excéntricos, pero asimismo hay que comprender que uno de sus temas mayores es, precisamente, la relación del individuo (excéntrico) con una pequeña masa (ditirámbica). En Inclán, comunidad y persona son vulnerables resistencias de un mundo igualmente idiota, pero mejor falsificado; es decir, que pasa por normal. Y en estos errores “de especie” halla el autor algunos signos de autenticidad supervivientes a las convenciones de nuestro tiempo, incluso cuando el protagonista de un texto es un imitador del Che Guevara (“Paisajes cubanos”).
El amor por lo relegado eleva los textos de Paco Inclán por encima de la miniatura bizarra, del chiste contracultural. Es la clave de su logro como escritor y del encanto de todo lo que escribe: un magistral sentido de la empatía. Por eso hace tiempo que ha dejado de ser un autor de culto y se ha convertido en uno de los más originales prosistas en español; además, de una especie de la que es el único (el primero y el último) espécimen.