Dadas las circunstancias en Estado Crítico



Excelente reseña de José Manuel García Gil sobre Dadas las circunstancias, de Paco Inclán, en Estado Crítico.

Actividades improductivas en tierras extrañas

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JOSÉ MANUEL GARCÍA GIL | En los últimos años ha proliferado una clase de libros que se benefician de la capacidad de apropiación y de ensanchamiento de la literatura de viajes para construir un molde aparentemente novedoso: el relato híbrido o posmoderno. En realidad, no son sino el producto de la radicalización de un recurso ya existente, como lo es la fusión de géneros. En términos generales, la hibridación surge de la combinación entre la crónica de viajes, el ensayo o el cuento, hasta el punto de que la adscripción a un subgénero u otro resulta, cuando menos, infructuosa. Esta condición mestiza recorre buena parte de la obra de Paco Inclán (Valencia, 1975), en donde las fronteras entre investigación periodística o antropológica, memoria viajera, ficción o autobiografía, quedan ampliamente superadas. Dadas las circunstancias, su último libro, hermosamente editado por Jekill & Jill, no podía ser ajeno a ese paradigma.

En distintas ocasiones, Ricardo Piglia afirmó que todo relato cuenta una investigación o un viaje. Sin embargo, en el caso de Inclán, ambos modos básicos de narrar se dan la mano desde el origen de su literatura. Aunque de tal afirmación no se deduzca que lo sigan haciendo en el punto de llegada. En ese orden, Dadas las circunstancias no es propiamente un libro de viajes en el sentido clásico de la palabra, como tampoco cabe definirlo en puridad como un trabajo de investigación periodística. No trata su autor de extraer la esencia de los sitios visitados o de reflejar el universo que como viajero descubre, poco a poco, dentro de sí por medio de la travesía. Al abrir las páginas de estos ocho episodios nos topamos con una mirada más que incisiva, original, inteligente y socarrona. Y con la voz de alguien que, aunque se ha documentado a fondo acerca de unos temas raros y poco relevantes, no acaba conduciéndonos al objeto de sus estudios sino llevándonos de una revelación paradójica y absurda a otra, de una epifanía poco creíble a la siguiente, como si su quiebra como investigador no fuese sino la antesala de sus logros como escritor.

Sobre este suelo, más humano que territorial, Paco Inclán camina cómodamente entremezclando la erudición y la autobiografía, la parodia y la emoción, la ingenuidad y la astucia. La lectura resulta desconcertante debido a la cantidad de temas tratados y de caminos alternativos propuestos. Nada como ir de un lugar a otro, sin más compañía que las vueltas de la imaginación o una curiosidad imbatible y contagiosa que termina por despertar la del lector gracias a la capacidad que el autor tiene, en cada momento, de sacarle el jugo a sus relaciones con la gente que encuentra.

Dadas las circunstancias nos lleva, mapas incluidos, a lugares tan dispares como Praga, La Habana, Llodio, Valencia, Céret, Sant Pau d’Ordal, Veracruz, Valladares o Berlín. Lugares que no son sino la atmósfera necesaria para que el narrador ponga el foco donde habitualmente no se pone, en la periferia de la historia, en los márgenes en lugar de en el centro, más común y trillado. De este modo, desde la solapa hasta el colofón, este libro es el reflejo de la heterodoxia y excentricidad de su autor. Quiero decir que Paco Inclán es un escritor excéntrico, alguien que está fuera del centro o tiene un centro diferente. Se trata, en definitiva, de darle la vuelta a esos lugares -algunos están muy estereotipados o carecen del menor reclamo- e intentar narrarlos desde otro punto de vista.

Paisajes con figuras extravagantes: un escritor checo enano autor de una novela sobre enanos, el último hablante de una lengua primitiva -el erromintxela-, la viuda de un forofo esperantista, un actor-clown que proyecta durante un almuerzo imágenes espeluznantes del conflicto bélico en Siria en contraste con las delicias de la gastronomía de aquel país, uno de los tropocientos nietos de Pancho Villa que asiste en Veracruz a la proyección de un documental sobre el vínculo inexistente que tuvo su abuelo con aquel lugar, entre otros tantos. Son personajes peculiares que coprotagonizan las situaciones de corte surrealista en las que derivan los estudios variopintos de su principal protagonista: un interés repentino por la suerte de Plutón como planeta, una investigación sobre casos de personas que murieron de risa, un estudio del excremento, un artículo sobre literatura en esperanto o un ensayo sobre ausencias para demostrar a ciencia cierta la presencia de personalidades en lugares a los que nunca fueron, son algunos de ellos.

A veces el lector se pregunta cuánto hay de verdad y de mentira en estos textos. Los mismos títulos de los libros de Inclán –Tantas mentiras (2015), Incertidumbre (2016) y este Dadas las circunstancias (2020)- nos advierten de la poca inclinación de su autor a la hora de discernir entre lo que es falso y lo que es cierto. Al final, da igual con cuánta ficción o exageración de hechos reales nos topamos. En las primeras páginas de la lectura, uno coge su móvil para corroborar si el autor ha inventado este personaje o aquel dato, pero lo hace solo al inicio. Luego se deja llevar a esa dimensión en la que los límites entre realidad y ficción nada importan porque han sido superados por la buena literatura. Esa que concluye que, verdadero o falso, el lector se cree lo que se le cuenta.

El objetivo de la investigación en los ocho relatos “verídicos” -profusión de documentación y notas al pie incluidas- no interesa sustancialmente. Es una manera de empezar a caminar sin verdadera intención de encontrarlo. Lo que importa es en lo que acaba convirtiéndose el hecho preparatorio de ir a buscar esto o aquello. Inclán sale a escudriñar algo en algún grupo excéntrico (unos comensales alucinados, un club de esperanto, un banco de horas…), se extravía y encuentra una cosa distinta y más valiosa literariamente hablando. Es el hallazgo inesperado que se produce de manera accidental, casual o por destino, el vértice de estos experimentos narrativos.

En «Paisajes cubanos (como recuerdo)», por ejemplo, el protagonista viaja a La Habana en busca del chiste que mató a Julián del Casal. Esa es la excusa para un recorrido por una serie de situaciones en las que aparecerán personajes más excéntricos aún que la investigación de partida: un doble del Che, una librera desencantada, un vendedor ambulante de tarjetas de memoria, un maestro del PCE desilusionado con la realidad revolucionaria o la hija de este con la que el alter ego de Inclán acaba inesperadamente en la cama del cuarto contiguo al que duerme su padre.

Algo así sucede cuando nos sumergimos en cada relato de Dadas las circunstancias.  Hay algunos hilarantes, como el dedicado al erudito y médico del siglo XIII Arnau de Vilanova, sabio en lucubraciones escatólógicas, que abunda en datos y referencias bibliográficas que funcionan literariamente, en paralelo con la lectura, como obstáculos en la carrera desesperada de su protagonista hacia el lavabo cuando se va de vientre. En otros, el componente ensayístico es más difuso. Así, “El postre sirio” funciona como un relato redondo. Al final, todas las historias actúan a modo de prisma en el que, según la inventiva de su autor, se prefiere una cara más que otra.

La buena literatura parece seguir más unida a la sensibilidad de quien viaja en dirección contraria o sin destino ni coordenadas, que al viajero previsible y obediente que sigue el itinerario marcado por las migas de pan de las guías turísticas. Quizás, por eso, Inclán se ha convertido en uno de nuestros más originales prosistas. Por convertir cada expedición y cada indagación en una anécdota de factura maravillosa. Con un desenlace en el que él mismo acaba por preguntarse: “¿Quién me mandaría llegar tan lejos con estas cosas?”

Recogía el mexicano Juan Villoro aquel aserto de Hemingway acerca del origen de la literatura norteamericana: comienza cuando Mark Twain escribe: “Es hora de irnos a aquellas tierras”. Una invitación al viaje, en resumidas cuentas. Se trata, sin duda, de un gesto cervantino: salir al mundo en busca de experiencia, estructurar la trama a partir de los desplazamientos. Eso hace Paco Inclán en este nuevo libro: invitarnos como polizones a acompañarle por tierras y asuntos extraños, a veces alocados o absurdos, por senderos que se bifurcan en torno a la máxima horaciana prodesse et delectare que, a nuestros efectos, bien pudiera traducirse por pesquisas y divertimentos.

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