Francisco Estévez reseña Magistral, de Rubén Martín Giráldez, en El Imparcial:
Palabras, palabras, palabras… no nos acostumbramos aún al relieve atronador que adquiere hoy día la célebre frase de Hamlet. Y, sin embargo, frente al ruido y el manoseo impúdico del lenguaje, frente al vaciamiento de sentido, de cuando en cuando renace el milagro y las palabras vuelven a decir. A ese mirlo blanco convenimos en llamarlo Literatura. Así, con L mayúscula, pues lo merece. Esta novela es buena muestra. Hay libros sobre los que uno sabe ya que escribirá, independiente del juicio, pues su autor solicita curiosa atención, genuina expectación, tras su obra anterior. Si novelista es aquel que sabe contar una historia, quien tiene un mundo propio con voz original, en España tenemos la fortuna de contar con un puñado de ellos.
Más raro aún es que un desconocido como Rubén Martín Giráldez destacara en el 2012 entre sus pares nóveles con una estupenda y memorable ópera prima, Menos joven, ya comentada por este cronista aquí (aquel año, saltaba a la palestra Iván Repila, Sara Mesa conseguía ser finalista del premio Herralde, y Joaquín Pérez Azaústre inauguraba insólito camino, por citar algunos novelistas coetáneos). Las cualidades de esencialidad, deseo de trascendencia y búsqueda de mundo propio descubiertas en aquella obra primera se han refinado en un paroxismo de compleja salida. Si Menos joven pudiera representar la forma inteligente, desprejuiciada y socarrona de encajar la tradición literaria, la presente novela, Magistral, supondría la crítica autorial sobre la obra perfecta, sobre el estado y la función de la literatura y sobre la propia crítica literaria.
Se puede resumir con facilidad la trama de Magistral y no debo sintetizar con exactitud la cantidad de matices arpegiados en el libro. Un soberbio escritor analiza sin tapujos su propia obra titulada con exactitud Magistral, al ser esta perfecta. Tras concitar un éxito total dedica sus anhelos y altanería a reflexionar sobre la recepción lectora, el estado de la crítica, la literatura como terapia, como lenitivo o como vómito y la posibilidad de cambiar de idioma puesto que “el lector hoy es enemigo del vate, el admirador […] su mayor obstáculo”. La novela Magistral en su perfección agotó el lenguaje, llegó al “crepúsculo de los verbos” con arribo al famoso lenguaje cero e “inauguró un silencio”. Aquí arranca la reflexión, ¿qué hacer con un lenguaje agotado? A partir de este engreído monólogo, supuesto, porque parece desdoblarse avanzada la novela, asistiremos a un sermón impenitente y admonitor a propósito del criterio y otras cuestiones del pensar como la crítica. Los mandobles atizados a la republica de las letras y a la crítica son despiadados, aunque no falten motivos para identificarlos con parte de la realidad española.
No advirtió en vano Pío Baroja que la novela es un saco donde entra todo. Y aún no hemos comprobado el calado de la célebre frase. El género novelístico posee un hambre voraz y se alimenta vampíricamente de cualquier texto a disposición. Ahora bien, que la novela se fagocite primero al autor y después a sí misma es costumbre insólita. Aquí se nos presenta un autor que habla en monólogo sobre su propia obra la cual, de forma mañosa, no se da nunca a conocer al lector. Se entremezclará, sin embargo, fragmentos, comentarios y citas desviadas de la novela Notable American Women de Ben Marcus (2002) y aquí llega el exquisito saber hacer de la editorial Jekyll and Jill. La editorial con acierto y como demanda la novela no renuncia siquiera a encuadernar con lomos de chirriante color, con otra cubierta incrustada, y una tipografía propia de otras… literaturas.
Nuestro protagonista está ansioso en su búsqueda de la lengua perfecta, como en aquel libro de Umberto Eco. El deseo, la creencia de una suerte de esperanto literario. Y si no leo mal el sentido de esta novela pareciera coincidir con la apuesta del malogrado semiótico: el triunfo sólo cae del lado de aquellos con sensibilidad al espíritu. La novela tiene una necesidad de nombrar artísticamente que poco desfallece. Las frases finales, ya atisbadas con anterioridad, recogen un sentido oculto en juego de muñecas rusas donde se agazapa a la postre y tras de todo la propio voz narrativa que vuelve al silencio. Y eso hace inaugurar otro silencio mayúsculo al cerrar el libro que reproduce con fría exactitud lo ocurrido tras publicar la novela Magistral de la que se habla en su interior.
Si no desnorta la sátira ni deslumbra el vitriólico monólogo ni indigna el airado desprecio al interlocutor ni acongojan las múltiples técnicas literarias y registros lingüísticos, el lector experimentará ese vértigo sensitivo que desprende la novela de Rubén Martín Giráldez. Y quizá también, aún padeciendo todo ello a la vez. Lo peor que pudiera pasarle a este libro es ser pasto de teóricos literarios, narratólogos, críticos literarios y otras pedanterías del lector. Lo mejor es ser disfrutado y entendido como un bello y lúcido desatino, un arabesco que toma cuerpo de abecedario diáfano, en definitiva, “es una fiesta, es un tumor”. El deleite queda asegurado al lector esforzado. Pero también al lector de a pie, sensible y con sana curiosidad, que no le preocupe tanto el galimatías, sino sentir la desazón de esa falta de totalidad. En el fondo, quizá sea este lector el destinatario oculto solicitado por Magistral. Pero quién tomará el pulso debido a Magistral y, por ejemplo, compondrá los “Madrigales de Atila” solicitados por su protagonista.
En unas antípodas estéticas pero en sintonía sensible anda cerca de Detrás de la boca de Menchu Gutiérrez, escritora exigente como pocos. Y tiene diálogo con Misión del ágrafo, el lúcido ensayo de Antonio Valdecantos (La uÑa RoTa, 2016). No extraña que se aluda aquí a Giorgio Manganelli, del que por fin se traduce algo de su crítica al español (La literatura como mentira, Dioptrías, 2014), y ojalá lleguen su versión de Pinocho o sus comentarios sobre la ciencia-ficción.
Si el personaje de Unamuno se escapará de Niebla y pertrechado de angustia existencial pasará por el lenguaje extraterritorial de Beckett para zambullirse conceptista y surgir polisémico, quizá tuviéramos una ascendencia fallida del protagonista. Pero simplemente serían puras etiquetas, vanas sombras. La intención estética del presente libro es buscarle tres pies al gato. Lo que concuerda con aquel Ortega y Gasset que se preguntaba qué es leer.
Por otro lado conviene subrayar aquí como Jekyll & Jill son vanguardia entre nuestras editoriales. Frente al libro hermoso pero papel mojado editan libros que “son”. Un paseo por su catálogo descubrirá al lector ávido de ambrosías nuevas la prosa de Julio Fuertes Tarín en Isidoro olas brutales delicadezas de los hermanos Grimm en Del enebro. La pareja de editores ha elaborado en poco tiempo un catálogo de exquisiteces, donde, por si fuera poco, es autoridad en poner en circulación voces de raro exotismo. Por ejemplo, trajo a España las valiosas Últimas horas de la escritura de Sergio Chejfec, que de algún modo extraño dialoga con Magistral entre líneas.
Poner en circulación el debate sobre la trascendencia narrativa es tarea necesaria y compleja. Pero esta novela es más. Tras el parapeto de una prosa exquisita y deslenguada hay una fina reflexión sobre la Literatura y la lengua. Dicen que con la edad uno ya dice lo que le da la gana. Es falso. La libertad de palabra nace de una postura en la vida, no del tiempo. Aquí tenemos una muestra. Sin incienso alguno Magistral nos pone en el brete de leer, no de pasar ojos sobre las líneas. Leer en el sentido pleno del verbo. Independiente de las preferencias estéticas de cada uno, esta novela crea su propio lenguaje, su ser. En su redondo título acaso su esencia: Magistral. Como pocas veces se puede afirmar de algo.