Artículo dedicado a María Melero y a su libro La cura, en el periódico La Voz del Sur, por Paco Sánchez Múgica.
La artista jerezana María Melero presenta su primera publicación propia, un libro en el que explora distintas fases que le ayudaron, a través de la pintura, a superar una dura crisis personal. «Somos animales muy torpes y, a veces, podemos pisar la Luna y no resolver cosas sencillas», admite.
La figura del creador atormentado es casi una constante en la historia del arte y la literatura. Una y otra vez aparece el artista maldito o víctima de sus miedos más profundos. Casi como un cliché. La expresión artística como bálsamo y antídoto contra las inseguridades y la ansiedad, diferentes en cada época pero idénticas en la naturaleza del alma humana, están en la raíz de algunas de las obras más arrolladoras de la pintura, la música o la literatura. De alguna manera, también La cura procede de una mezcla de tortura y liberación. Tortura, al recordar “cosas de tu pasado que no quieres que afloren”; liberación, “al ser una obra absolutamente personal, que jamás piensas que vea la luz y que concibes exclusivamente para ti”. A sus 28 años, la artista jerezana María Melero sabe lo que es bajar a los infiernos personales, toparse con monstruos y demonios, y, al final, tras una pelea a cara de perro consigo misma, entender que muchas de estas criaturas del averno “acaban convirtiéndose en regalos maravillosos” y en la medicina natural para “aceptarse uno mismo como es y convivir con ello”.
Por eso entre las ilustraciones naïf y tenebrosas de su libro, casi como remedos posmodernos de las pinturas negras de Goya o de aquel Boticelli angustiado, acaban siempre arrojando un resquicio para la esperanza. Un resquicio, por ejemplo, en forma de ramo de flores. “Tuve ansiedad, depresión, agorafobia… y creía que ni las pastillas ni los psicólogos me podían ayudar. Quería sanar entendiéndome a mí misma. Recurrí a la forma que mejor se me da: pintar”. Melero, que ya acumula una trayectoria de ocho años como ilustradora con diversas publicaciones y exposiciones, trasladó la idea vía e-mail a Víctor Gomollón, un quijotesco editor aragonés que puso en pie hace cinco años Jekyll & Jill. “Fue un flash”, confiesa el fundador de esta editorial de rarezas exquisitas. “Decimos que no a muchas cosas que nos llegan, y editamos poca ilustración, pero lo de María me dejó muy tocado, era como muy de verdad”, explica en la presentación de La cura en la librería Molar, en la madrileña La Latina. Lo que esta ilustradora le remitía no era cualquier cosa. Eran tres piezas que gritaban una emoción dolorosa, “miedo al miedo”, hasta vomitarlo sobre el papel.
La publicación también puede simbolizar una poderosa metáfora de la vertiginosa sociedad actual y, como se ha dicho en la presentación, un tratado pictórico sobre nuestras propias mentiras cotidianas, «unas 200 al día», como ha puntualizado Ana Himes, publicista, collagista y fotógrafa que ha conducido el acto. En el libro, su autora llegaba a desaparecer en las escenas de miedo, lucha y veneno, y revivía en la cura, la fase final que da título al mismo. “Hay tres etapas que son super importantes para pasar por todo el aprendizaje y llegar a la cura; pero no te puedes quedar atrapada en ellas porque puede ser un círculo vicioso o incluso paradójicamente una zona de confort en la que no das la cara. Porque escarbar en nosotros mismos nos cuesta mucho más trabajo”. En sus páginas, María defiende el dolor como vehículo para ser más fuertes y reivindica “la risa aunque estés triste”. Un proceso en el que necesariamente hay que convivir acompañado con tu soledad porque, como pensaba Tarkovsky, la gente que se aburre en su propia compañía está en peligro en lo que autoestima se refiere.
“Los miedos pueden manifestarse toda la vida y cada vez ser más fuertes, pero hay que afrontarlos y aceptarlos”. Con sus acrílicos y su papel de acuarela por delante, la artista admite que “somos animales muy torpes y, a veces, podemos pisar la Luna y no resolver cosas sencillas”. Cosas tan simples como combatir nuestros propios temores y ansiedades —infundadas, la mayoría de las veces— y aceptar la imagen que afortunadamente nos devuelve el espejo cada mañana. Porque hasta la muerte, todo es vida.