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Fábula de Isidoro de Julio Fuerte Tarín

Fábula de Isidoro en Barcelona Review



Fábula de Isidoro de Julio Fuerte TarínAdrián Bernal dedica una excelente reseña a Fábula de Isidoro, de Julio Fuertes Tarín, en Barcelona Review:

Ojo, spoiler. En la página 41 de Fábula de Isidoro unos tipos queman vivo al presidente del gobierno de España. Es más: le torturan, le prenden fuego y lo transmiten todo en directo por televisión. Wynston Sandoval, aka Wynston Cardona, aka Wynston Solorzano —un niño a veces chileno, a veces colombiano, a veces peruano, según los desvaríos de un narrador poco interesado en los detalles, sus dudosas fuentes y las aportaciones alucinadas de los propios personajes—, el protagonista, o casi, de la novela, contempla atónito la pantalla. Sin embargo, su estupefacción no se debe a la violencia que está presenciando; los terroristas, con su performance, han interrumpido la emisión del Madrid-Barça en el preciso momento en el que Messi tiraba un penalti a lo Panenka. «Este Presidente será rápidamente sustituido por otro», piensa Wynston, para quien lo prioritario es averiguar el resultado del partido. Así que decide lanzarse a las calles de una capital tomada por el ejército en una odisea a medio camino entre El mago de Oz y Apocalypse Now, y cuyo destino es el estadio Santiago Bernabéu (sic).
Con este asombroso punto de partida podría uno plantearse, ¿es Fábula de Isidoro una ácida crítica de los mass media? ¿Una sátira sobre el poder y la política? Quizás. Algo hay aquí del primer capítulo de Black Mirror, si la banda sonora del primer capítulo de Black Mirror fuera un chotis y el chotis lo interpretaran músicos puestos hasta las cejas de LSD. Pero en realidad no importa, ya en el comienzo del libro nos avisa el autor de que no habrá moraleja en esta historia, de que va a dinamitar cada puente y cada pregunta. Julio Fuertes Tarín (Valencia, 1989) sigue aquella máxima de la secta de Los Asesinos: «Nada es verdad, todo está permitido». Especialmente, si de literatura hablamos.
Porque, de hecho, el otro protagonista, o casi, de la novela es la literatura, encarnada en la figura de Isidoro, «el único que vive su vida como un relato»: una versión lumpen de Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont; un Maldoror de extrarradio que ejerce a la vez de profeta y anticristo, y que encuentra en Sandoval-Cardona-Solorzano a su particular apóstol. Juntos, como don Quijote y Sancho Panza, recorren una ciudad lisérgica que es Madrid y es Valencia y es Sevilla —«la continuidad y la coherencia son dioses menores»—, un espacio que solo es inteligible a través de la literatura o, mejor dicho, un lugar donde la literatura es la realidad. Isidoro, al igual que Lautréamont, todo lo entiende y todo lo explica desde aquí, citándose a sí mismo y citando a otros: de las Cartas marruecas de José Cadalso al «Tanguillo de la Guapa de Cádiz» de Lola Flores.
Y es que el estado de excepción —ese «bellísimo paisaje»— que se declara en el libro tras el magnicidio no afecta únicamente a la trama. Si en la ficción son las fuerzas armadas las que muestran que, bajo la máscara, el verdadero rostro del poder es la violencia, en Fábula de Isidoro Fuertes Tarín pone también en tela de juicio cualquier clase de autoridad narrativa. No obstante, mientras el objetivo de los militares es restablecer cuanto antes el statu quo, el del escritor parece ser justo el opuesto: poner patas arriba toda convención, literaria o no; crear un tiempo fuera del tiempo ordinario, una parodia delirante de la literatura y de la vida.
Este estado de sitio no es otra cosa, entonces, que un carnaval, en el sentido que Mijail Bajtin daba a la obra de Rabelais: la novela como expresión de la cultura popular —en este caso, por ejemplo, el fútbol, las drogas, el lenguaje soez—, como juego polifónico, exageradamente grotesco, hostil al orden y que subvierte espontáneamente el discurso del poder. Y el escritor como intérprete, advirtiéndonos al final del libro de que el juego, tarde o temprano, termina y los participantes regresan a la casilla de salida: «La escritura puede cambiar el mundo (sobre todo la notarial)». Pero no hay que olvidar que lo importante no sucede después del juego, después del carnaval, después de la novela, sino durante; y afortunadamente, parafraseando a Bajtin y a Celia Cruz, la literatura, y la vida, son siempre un carnaval.

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Maleza viva microrrelatos Gemma Pellicer

Gemma Pellicer y su Maleza viva en Barcelona Review



maleza-viva-gemma-pellicerLa revista Barcelona Review publica una selección de microrrelatos del libro Maleza viva, de Gemma Pellicer.

Cementerio
Jamás me propuse desembarcar, pero el bote parecía encallado. Por mucho que les rogué y supliqué, todos ellos rechazaron, impasibles, que arribase a la orilla perdida.

Nuestro corazón
es un reloj impaciente y tenaz: el único que se atreve a marcar —con furia justa, en dosis comedidas— esos cambios de tiempo —muertos de tiempo muerto y enterrado— entre horas, y de hacerlo a manos llenas, a cada rato; el único capaz de dar cuenta de los minutos que aminoran con veracidad de mareo; el único que hace sonar desde dentro eternos segundos en apenas un segundo escaso; el único que bombea con furia antigua y feroz.

De bigotes y matrimonios
Tras superar aquella dieta feroz, crucial, creyó encontrar el modo de cumplir con sus deseos, así que sin más preámbulos se dirigió hacia el armario empotrado del dormitorio y se puso el vestido rosa chicle, el único que se le ajustaba como un guante. Antes de calzarse los zapatos de charol y tacón fino de aguja, se encerró un par de horas en el cuarto de baño para depilarse piernas, axilas y bigote. Afeitarse las patillas le iba a costar tan poco, de hecho, como dejarse barba a su mujer. El intercambio de cuerpos resultó decisivo.

Hombre lobo
Ese tipo de ahí sentado al ordenador con pinta de pocos amigos, ese que viste gorra de visera calada hasta las cejas, de aspecto serio y sumamente concentrado, lleva más de una hora volcado sobre sí mismo para mejor hablarte, para mejor escribirte y leerte, para mejor olerte. Si te fijas bien, ese tío que parece ir a lo suyo y no estar para nadie eres tú.

La verruga
Tenía en la cabeza una especie de verruga salvaje que no podía evitar rascarse con frenesí. Cada vez que lo hacía la excrecencia crecía como un junco silvestre, aunque su textura no fuera verde ni suave sino, por el contrario, rojiza y rugosa, semejante a una lija. Temía que le empezaran a nacer hijas y hojas por todas partes, así que sin sentarse a esperar en qué quedaba la cosa, se plantó audaz frente al espejo y comenzó a tirar fuerte de sí como si fuera un cable de fibra óptica. Para su sorpresa, el junco resultó raíz milagrosa. En cuanto la hubo arrancado por completo, un océano de desasosiego la colmó por dentro. Nadie quiso asomarse en todo el día por el agujero.

© Gemma Pellicer
Gemma Pellicer (Barcelona, 1972) es narradora, editora y colaboradora de la revista Quimera. Ha aparecido en numerosas antologías, y su primer volumen de microrrelatos se tituló La danza de las horas (2012). Maleza viva acaba de ser publicado por Jekyll & Jill.

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