Jesús Merino entrevista a Rafa Cervera en la revista GQ con motivo de la publicación de su novela Lejos de todo:
‘Lejos de todo’: David Bowie, sueños adolescentes e inocencia perdida en la Valencia de los 70
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El periodista y escritor Rafa Cervera –firma habitual de GQ– nos acerca a la figura del Duque Blanco desde un punto de vista inédito e intimista.
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¿Te imaginas a su Bowiestad en la playa de El Saler? Él sí, y lo ha reflejado en una novela apócrifa excepcional.
Mucho se ha escrito sobre David Bowie, y más ahora que se cumple el aniversario de su muerte. Sin embargo, nadie ha logrado hacer un retrato tan original y magnético del Duque Blanco como el que acaba de publicar el periodista y escritor Rafa Cervera en ‘Lejos de todo’ (Jekyll & Jill, 2017), su primera novela. En este sensacional relato apócrifo, Cervera, quien lleva años colaborando con esta casa en calidad de crítico musical –es una de las personas que más sabe de música pop de este país; palabrita de niño GQ–, entrelaza dos tramas en la Valencia de mediados de los 70 con la figura del músico británico como núcleo del texto.
Por un lado tenemos un adolescente que entabla amistad con una pareja de hermanos en playa de El Saler. Con él comparte la fascinación por Bowie. Hacia ella siente una irrefrenable atracción. Así, aislados en el escenario que impone un paisaje que actúa como un personaje más, los tres pasan a formar un extraño triángulo. Su relación se va definiendo a medida que el verano transcurre hasta convertirse en una mezcla de anhelos, secretos y sueños que acaban diluyendo el límite entre la fantasía y la realidad. Por otro lado está David Bowie sumido en una crisis artística y personal, atrapado en su adicción a la cocaína. Decide aislarse en algún lugar perdido que le permita ser anónimo y así poder encontrar una salida al caos que le domina. Dejándose llevar por el azar elige Valencia, donde se refugia durante unos días de la primavera de 1976 acompañado por sus dos amigos más fieles: Jimmy –Iggy Pop– y Coco. Una vez allí, su camino se cruzará con el de uno de los protagonistas de la historia anterior.
GQ: Bowie e Iggy Pop pasando desapercibidos por la Valencia de los 70. ¿Era ésta una situación realmente factible?
RC: No porque, seamos sinceros, en esa época ni Iggy Pop ni David Bowie ni ninguna estrella se habría fijado en un sitio como Valencia, una ciudad provinciana y pequeña perdida en un país oscuro y maltratado como lo era entonces España. Precisamente por eso los metí en Valencia, porque no es que resulte una situación inverosímil, es que es una situación perfecta para una ficción. Si a eso le sumamos que Valencia en los setenta era un lugar donde ya se libraba la eterna lucha que todavía perdura, el folclore entendido como bandera cultural de la izquierda contra una modernidad que siempre nos quedaba grande por más que se empeñen políticos de todo pelaje en intentar convencernos de lo contrario. Poner a Bowie e Iggy acompañados por Coco Schwabb en esa Valencia es una maravillosa y dulce venganza contra la realidad. Es algo bastante cruel, si lo pienso mucho, porque en realidad, lo que hago es despojar esos escenarios de gente y dar relieve a los edificios y los paisajes. Lo demás es atrezo y figuración. No me interesaba lo más mínimo, sólo como escenario para incrustar en ello a personajes casi mitológicos como lo son estos dos. Y la verdad es que la combinación es perfecta. Porque yo los uso para explicar a través de sus ojos ciertos escenarios, pero sólo algunos. Los que me encajaban para la historia y con los personajes. No hay fallas, no hay Malvarrosa, no hay Cabañal. Sólo hay postales estupendas al servicio de una ficción.
GQ: ¿Cuánto tiene el texto de autobiográfico?
RC: La intención de la novela nunca fue contar mi vida. Es algo que no me apetece lo más mínimo porque ya me la sé y me aburriría mucho intentando revivirla. He usado muchos elementos que tienen que ver con mi vida, unos son muy evidentes y otros son privados. Pero eso da igual. Cuando me preguntan esto digo que este libro no es mi vida, este libro soy yo. Yo estoy en todos y cada uno de los personajes. Y con el que menos me identifico, uno de los personajes femeninos, lo que hice fue ponerle un nombre con mi apellido, para que no se librara de mí tan fácilmente.
GQ: Uno puede sentirse fácilmente identificado con el recuerdo nostálgico del personaje principal porque todos hemos pasado un primer verano de adolescente enamoradizo. ¿Cómo has logrado ofrecer un punto de vista tan universal desde una perspectiva tan personal?
RC: La adolescencia es una etapa clave para todos. En mi caso, la recuerdo como un periodo muy confuso y doloroso porque yo, cuando mejor he vivido y más feliz he sido, fue de niño. Con la adolescencia empecé a darme cuenta de que lo bueno se había terminado y también empecé a ser consciente de lo que me esperaba. Así que lo que hasta entonces me había venido dado, que era tener un mundo propio de series de televisión (sí, yo de pequeño ya veía series y no perdonaba ni un capítulo), de dibujos animados de Warner Bros y Hannah-Barbera, libros de Walt Disney, coches Corgi de los Monkees y Batman, se acabó. Tuve que empezar de nuevo, buscar nuevos referentes para volver a tener un refugio. Entonces descubrí el rock y luego a Lou Reed y volví a sentir que estaba vinculada a algo que era para mí. Cuento todo esto porque creo que es el resorte que me ha llevado a escribir con tanta pasión sobre la adolescencia.
Y en cuanto al amor, yo en la novela veo más obsesión sexual que amor. Veo una atracción más allá de la razón, algo que toma el control de los sentidos. Ojalá mi adolescencia hubiese estado más dominada por eso y no por la noción del amor. Yo creo que he con seguido inyectar una pulsión erótica adulta a un adolescente, pero tampoco estoy seguro. Al final lo que cuenta es lo que le llega a cada lector.
GQ: Valencia es casi como un personaje más en la novela, ¿por qué decidiste darle tanta importancia a tu cuidad?
RC: Eso mismo me pregunto yo. El otro día, un amigo asturiano me decía que si hubiese hecho lo mismo con Oviedo o Gijón ya me habrían puesto una plaza. Valencia está ahí como un personaje porque, a pesar de que he vivido casi 15 años en Madrid, es un escenario muy ligado a mi vida. El único lugar de la zona con el que mantengo una relación viva es con El Saler, que me mantiene cuerdo y en paz. El resto es como una colección de postales viejas que ya tengo demasiado vistas. Valencia y yo somos como dos amantes que hace años que terminaron pero que no pueden olvidar lo que tienen en común. Por eso está tan presente, para que quede claro que a pesar del hastío, el cansancio y la indiferencia, a mi manera la quiero. La mejor manera de demostrar mi afecto por algo o por alguien es que lo inserte en mis fabulaciones. Todo aquel que es secuestrado de la realidad y aparece transformado en mis escritos, está ahí como prueba de amor.
GQ: Si tuvieses que montar una banda sonora que acompañase la lectura de la novela, ¿qué canciones escogerías?
RC: Sin duda estaría Low, que es el álbum que, supuestamente, va surgiendo en algunos de los capítulos de la novela. Pero yo creo que Lejos de todo se puede definir perfectamente con una sola canción, By This River, de Brian Eno. Cuando la escucho soy tan feliz, me siento tan reflejado, tan explicado por ella, que a veces creo que en realidad he escrito esta novela porque lo que quería era hacer mi propio By This River. Ese al menos podría ser el impulso inicial, porque cuando leo a Chirbes, a Marta Sanz, a Cheever, a Lucía Berlín, a Luisgé Martín, a Sara Mesa, a Agustín Fernández Mallo, a Rodrigo Fresán, a Banville, a Iris Murdoch, a Eduardo Halfon, a Vila-Matas, también quiero hacer esos libros que me dan tanto.
GQ: La historia es ficticia, pero da la sensación de que Bowie perfectamente pudo vivir una etapa como la que describes en la época que describes. ¿hasta qué punto te inspiraste en hechos reales?
RC: Bowie se marchó a Berlín para terminar allí Low y sumergirse en un ambiente extraño que le protegiera y le inspirara. Yo he usado eso para crear una historia apócrifa, una especie de etapa breve e intermedia que supuestamente Bowie experimenta en Valencia y que le empuja a marcharse luego a Berlín en busca de nuevos aires. Como Bowie me gusta mucho no ha sido complicado documentarme al respecto. Hay cosas que suceden en la novela que en realidad sucedieron en Berlín. Otras son completamente inventadas pero podrían haber ocurrido perfectamente.
GQ: Tu primera novela. ¿Cómo ha sido el proceso que acompaña a la creación literaria? Me refiero a la búsqueda de la editorial adecuada, la edición, la revisión, la promoción… Todo esto debe ser un duro trabajo, ¿no?
RC: Lo más duro ha sido escribirla, porque tenía miedo de no hacer lo que yo sabía que tenía que hacer. Por sus características, esta novela tenía que ser lo que es. La estructura, el planteamiento, el lenguaje. Es una apuesta que quizá para un escritor experimentado no sea en absoluto complicada. Para mí sí, porque necesitaba hacerlo bien, quería escribir literatura, si no corría el peligro de convertirme en un periodista musical que ha tenido una buena ocurrencia y la ha escrito con una cierta gracia, porque para eso está el oficio. Y no. En eso he sido ambicioso. Cuando mi querido amigo Agustín Fernández Mallo me dijo que podía estar tranquilo, entonces lo vi claro. Hasta entonces fue una lucha que, a pesar de todo, también me proporcionó momentos muy placenteros. Recuerdo perfectamente cuándo se me ocurrió el epílogo, que es determinante en la novela, cómo lo escribí y en qué momento, la facilidad con la que brotó.
Momentos como ese no los olvidaré jamás porque es cuando sabes que la narración fluye. Conseguir editorial tampoco era una tarea fácil, pero he tenido suerte. Jekyll & Jill siempre fue una de las primeras opciones y he tenido la gran fortuna de acabar publicando ahí. Me siento como en casa, con el privilegio de compartir catálogo con autores a los que admiro y formando parte de una labor exquisita. Trabajar con Víctor Gomollón, el responsable del sello, es una de las mejores cosas que me ha ocurrido jamás, a nivel profesional y a nivel humano. La promoción no es dura, quizá porque tampoco tengo un nivel de compromisos que me hagan odiarla. Me parece estupendo poder estar hablando de algo que para mí es tan importante. Lo único que sí me asusta un poco es que en algún momento que estoy hablando en público cierro los ojos para no perder el hilo de lo que estoy diciendo y luego, cuando me veo, me acuerdo de Jordi Pujol.
GQ: Ahora que has cogido ritmo, ¿para cuándo una segunda novela?
RC: Ahora que veo que no se me da mal y que además tengo un hogar editorial en el que mis propuestas tienen cabida, habrá más ficción mía. No es que tenga muchas cosas que decir, o quizá sí y solamente seré consciente de ello con el tiempo. Pero sí, aún me quedan un par de libros de ficción más en la cabeza. Y el próximo no tardará demasiado en llegar. Estáis avisados.