Lino González Veiguela dedica una excelente reseña a Incertidumbre, de Paco Inclán, en el número 131 de la revista Clarín:
Los límites del narrador
Mientras se encuentra en la ciudad portuguesa de Braga, documentándose para escribir un artículo sobre una reliquia católica —el brazo derecho de San Vicente—, Paco Inclán (Valencia, 1975) lee en un medio local una entrevista con el biógrafo del periodista polaco Ryzsard Kapuscinski en la que se afirma que el maestro de reporteros había incluido en varias de sus crónicas hechos inventados. Inclán piensa: «Otra vez darle vueltas sobre lo que es cierto y lo que no lo es. Como si realmente importara». La distinción, claro está, importa. Pero no al narrador de los relatos —de ficción— que componen Incertidumbre, y está muy bien que sea así.
Los relatos incluidos en este volumen son, en apariencia, una serie de crónicas escritas por su autor a lo largo de los años mientras desarrolla una intermitente carrera periodística paralela a su trabajo como editor e historiador del Arte. La mayoría son crónicas de viaje a destinos tan dispares como una pequeña localidad de Irlanda del Norte, la isla de Formentera, los campamentos de refugiados saharauis en el desierto de Argelia, Guinea Ecuatorial, Islandia, la somnolienta ciudad de Braga o la región chilena de Chiloé. En algunos casos, Paco Inclán ha viajado a esos sitios con la intención de escribir una historia determinada, sobre la que ya se ha documentado previamente, con intención de publicarla en un medio. Puro trabajo periodístico. Los relatos que leemos en ‘Incertidumbre’ terminan siendo, sin embargo, unas crónicas de ficción —exitosas— sobre la imposibilidad de escribir las crónicas previstas —y fracasadas—. Si para un periodista resulta un desastre viajar a un sitio con la idea de contar una historia determinada y descubrir que no será capaz de cumplir con el encargo de su medio, en el caso de Paco Inclán ese fracaso supone, en varias de las crónicas, el inicio de la historia escrita finalmente y que el lector asume y disfruta como la única posible que resultaba digna de escribirse: mejor que la prevista inicialmente y, sobre todo, mucho más divertida. No sabemos qué parte de lo que leemos ocurrió tal y como lo cuenta Paco Inclán y qué parte es inventada. El talento de Inclán como narrador consiste en que todo resulte real.
Incertidumbre sigue los pasos del anterior libro de relatos de Inclán, Tantas Mentiras. Doce actas de viaje y una novela (Jekyll & Jill, 2015): encontramos de nuevo actas de viaje, tono de periodismo gonzo y mucho sentido del humor. Inclán usa el sentido del humor —además de para hacer reír al lector, en ocasiones a carcajadas— para cuestionar algunas de las falsas verdades incuestionadas sobre las que se asienta nuestra percepción del mundo. La labor de desmontaje de Inclán suele comenzar con una puesta en entredicho de algunos de sus propios impulsos y de varias de sus motivaciones a la hora de abordar una historia cuando descubre que responden a una especie de herencia cultural constituida en buena medida por prejuicios. A partir de ese momento surgen las preguntas: ¿qué relato nos transmite el cronista cuando la lente a través de la que mira el mundo está deformada?, o ¿a qué distancia se ha de situar el narrador para comprender mejor lo que cuenta?
Para Inclán no hay respuestas definitivas. Su estilo en primera persona le permite exponer casi obscenamente su subjetividad, por lo que resulta muy fácil observar sus imperfecciones y límites. Nos confiesa, por ejemplo, que a veces la realidad le impide acercarse tanto como quisiera, siendo en otras ocasiones la excesiva proximidad la que termina alejándole. «Poco a poco, a medida que aumenta mi integración en el entorno, mi capacidad de observación va menguando», escribe en la pieza que cierra el libro, «Hacia una psicogeografía de lo rural», un texto particular dentro del volumen, aunque comparte con el resto muchas de las preocupaciones del autor a la hora de contarnos el mundo. La mayoría deberían ser también nuestras preocupaciones como lectores o espectadores. Leyendo ‘Incertidumbre’, además de divertirnos con las estrafalarias andanzas de un reportero sin brújula, entendemos que el gesto cotidiano de leer un artículo, ver un programa de televisión o abrir una colección de relatos no es algo inocente: por cotidianos que nos resulten, son actos cargados de responsabilidad. La manipulación solo logra su propósito cuando se lo permitimos. Mientras tanto es solo un arma cargada al alcance de nuestra mano. Inofensiva hasta que de modo voluntario —sea consciente o inconscientemente— decidimos dispararla contra nosotros mismos.