Carlos Pardo dedica reseña a Incertidumbre, el libro de Paco Inclán, en Babelia (El País)
Incertidumbre es uno de los libros más extraños, originales e inteligentes (y hasta piadosos) de la última literatura española. En apariencia es un recopilación de “relatos viajeros” por ciudades o pueblos de Irlanda del Norte, Guinea Ecuatorial, Chile o Islandia que entremezclan lo erudito y lo autobiográfico. Los motivos de estos viajes son variopintos: en Braga se busca la reliquia del brazo derecho de san Vicente (el izquierdo está en Valencia); en Formentera se investiga a un grupo de especialistas en Julio Verne que se reúne al atardecer en calas escondidas para practicar cruising (sexo ocasional entre hombres en lugares públicos); en Alcobendas se entrevista a Paulino Cubero, el denostado autor de la letra del himno nacional…
Paco Inclán (Valencia, 1975) se nombra “investigador de asuntos raros”. “El eslabón entre lo que quise realizar y lo efectivamente realizado” es la apuesta principal de una poética de la decepción: lo que busca el narrador, como un antropólogo demasiado influenciable (autenticidad, tradiciones o deportes pasados de moda), es saboteado por su empatía y unas circunstancias hilarantes. Paradójicamente, su fracaso como reportero favorece su triunfo como literato: amplía los márgenes de las narrativas más convencionales, del relato, la crónica periodística o la forma-novela con las herramientas de la parodia y la permeabilidad sentimental de la primera persona.
Inclán también insiste en descacharrar ciertos conceptos con “aura”: nomadismo, deriva, mapa, disenso… Por ejemplo, en “Hacia una psicogeografia de lo rural”: el autor es becado por el Museo Nacional Reina Sofía para vivir durante unos meses en un contenedor rehabilitado, sito en el paisaje “rururbano” del extrarradio de Vigo. Distinguir cuánto de ficción y de realidad hay en la anécdota no es importante. El resultado es una de la críticas más chistosas (y profundas) del mundo del arte en particular y de la pedantería intelectual con que medimos el mundo en general.
Hay que entender el humor como un asunto central y, de nuevo, piadoso: el extraño placer que viene de la certeza de que no hay certeza, diría Kundera a propósito de Rabelais y Cervantes. Gracias a él, personas y conceptos dejan de ser objetos, es decir, mercancía, a la vez que los objetos pierden la gravedad del marketing. El mundo se convierte en un juego emocional que no puede ser tratado con el distanciamiento (de un turista), sino con la empatía de quien se sabe la principal víctima (sentimental) de estos experimentos narrativos. “Supongo que éstas son las historias que luego adornaré en la barra de un bar y que si uno se piensa literato es para poder desarrollar este tipo de actividades improductivas en tierras extrañas”, escribe el personaje-autor con la humildad que lo caracteriza, pero que nadie se engañe, hay mucho más en juego.