Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) participó ayer en el tercer ciclo de lecturas poéticas que coordina Enrique Juncosa en el MACE. Ferrer Lerín lleva el sello de ‘poeta maldito’, aunque siempre lo ha rechazado y preparó una lectura con poemas de toda su trayectoria, desde su juventud como ‘la hora oval’, hasta textos más recientes como los de ‘Fámulo’, Premio de la crítica en 2010. Afirma que desde niño tenía «un ruido dentro» que le impulsaba a escribir, «un ritmo» necesario para todo escritor: «sino, lo que escribes se te cae de las manos», dice.
«Un escritor es siempre un ladrón y un mentiroso»
Comienza disparando: «no me gustan nada las entrevistas y desde hace ya tiempo las concedo solo con un cuestionario previo. Esto es una excepción», avisa. dice que muchas veces se le ha malinterpretado porque la ironía «no se puede reflejar en la prensa», aunque luego se muestra abierto, divertido, dueño de un humor cáustico que siempre subraya con una mirada furtiva a través de sus gafas oscuras. cuenta mil anécdotas, pero alerta de que miente mucho para dejar en el aire y a gusto del consumidor tomarlas como reales o inventadas. Literarias.
—Una de las últimas entradas de su blog es una foto de unas lagartijas en Formentera comiéndose una manzana, ya no tengo que preguntarle si conocía las Pitiüses.
—Conocía las Pitiüses, aunque la foto es de una amiga mía. Yo soy zoólogo, además de filólogo, y el mundo de los reptiles es el primero al que me aproximé dentro del mundo de la zoología.Las lagartijas me maravillan y entre la Península y las islas hay un fenómeno que las distingue y es que aquí comen también fruta, algo impensable en la Península. La foto yo la encuentro genial, es una manzana tirada en el suelo y las lagartijas van en masa…
—Es una de sus pasiones.
—tengo un relato sobre eso. La única relación homosexual completa que he tenido en mi vida fue con un macho de lagartija. Hace muchos años paseando por Montjuïc en una tarde de invierno vi una lagartija que estaba tomando el sol en unas condiciones malas, porque ya hacía frío. Me la llevé a casa y estuvimos conviviendo mucho tiempo. En verano la cosa empezó a complicarse debido a la desnudez de mi cuerpo, así que la llevé a la montaña.
—En otra foto aparece sujetando a un gato muerto por una pata, no sé si es una acción poética.
—Forma parte de un grupo que denomino acciones, que son actitudes o gestos algo insólitos. esto es un muladar cercano a Jaca, donde vivo, donde secularmente se echaban los animales muertos para que se los comieran las aves necrófagas. Es un gato atropellado que como en la carretera no iba a servir para nada, lo llevé al muladar para que las aves dieran cuenta de él.
—Perdone por esta introducción tan rara. Vamos con la literatura. Empezó su carrera literaria muy joven pero durante años fue intermitente, hasta la publicación de la novela ‘Níquel’ en 2005, cuando volvió a coger carrerilla.
—Sí. Empiezo a escribir con 15 años y publico mi primer libro con 20. Es algo que entonces me resultaba muy fácil y no le daba ningún valor. Escribía de forma compulsiva, pero de golpe un día lo dejé. Quizás porque no lo valoraba. Mi caso no es igual al de compañeros de mi generación, lo que luego se llamaron los ‘novísimos’, porque desde el primer momento se dieron cuenta de que lo que hacían iba a tener una gran trascendencia e iban a ganar el Nóbel.
—¿Y por qué volvió?
—Dejé de escribir en el año 72, durante 33 años me dediqué a otros negocios que nada tenían que ver con la literatura. Me llamaron para dar una conferencia en Barcelona y al terminar hay una serie de personas, jóvenes, que salen de entre el público y que se revelan como seguidores durmientes y me piden que vuelva. en ese momento conozco al escenógrafo Frederic Amat, que había grabado dos mediometrajes con textos de Federico García Lorca y Joan Brossa y me pide algo parecido. Escribo un guion y vuelvo a la literatura después de 33 años. Lo que pasa es que escribo un guion que es literario y técnico y a pesar de que ya teníamos apalabrada a Penélope Cruz como protagonista, él no está convencido de que se pudiera hacer y como tantos proyectos maravillosos se vino abajo. Pero yo ya tenía el guion y una serie de amigos como Félix de Azúa, Amat, Savater… me piden que lo convierta en una novela, que posteriormente fue ‘níquel’, una palabra bonita, grave, bisílaba, eufónica… que no tiene nada que ver con la novela. No tuvo éxito, pero a través de mi amigo Antoni Marí Muñoz llegó a conocimiento de Tusquets, que compró los derechos y que con un añadido se convirtió en ‘Familias como la mía’.
—¿Y su regreso a la poesía?
—También fue a través de Toni Marí,con un libro que se llama ‘Fámulo’ que recoge mi retorno a la escritura poética. tiene una parte casi biográfica y otra que yo denomino paleográfica, que es la más interesante. Con los años todos los escritores vamos perdiendo el poder de imaginación y lo que en mis primeros libros es influencia de algunos autores que he leído, en aquellos años la copia es evidente. Me refiero a que el escritor es siempre un ladrón y un mentiroso, se apropia de lo que dicen de los demás y tergiversa. Pero con los años cada vez se es menos mentiroso y lo que se hace ya es copiar directamente. Desde que nació la milonga autonómica en cada comunidad hay un erudito que escribe un volumen de 500 páginas sobre los nombres de las piezas de las ruedas de los carros, por ejemplo. Yo leo todo lo que recibo y recibí un libro de un erudito local de un pueblo de Salamanca y me sorprendió la riqueza del léxico. Mientras iba leyendo iba apuntando en un folio las palabras que me chocaban y cuando acabé me di cuenta de que ahí había un poema. Solo tuve que retocarlo un poco y salió un poema maravilloso. Y en eso estoy. Cada vez modifico menos los textos y cada vez plagio más. Uno de mis últimos poemas es el índice de un libro que encontré en Lérida que se llama ‘De los cementerios’, que cierra el último libro que me ha publicado Tusquets, que se llama ‘Hiela sangre’. Pero ojo, que yo soy muy mentiroso. A partir de 2005 todos los años he sacado un libro.
—Se le ha emparentado con el grupo de los ‘novísimos’, pero no sé si se siente a gusto.
—Yo no estoy en el libro de los ‘novísimos’, entre otras cosas porque me fui de Barcelona en 1968 y nunca he vuelto. Esta pregunta debería hacérsela a los popes que decidieron quién debía y quién no debía estar. Ahí había un trasfondo ideológico clarísimo y yo no pertenecía a eso.
—A lo largo de su vida ha ido compaginando la literatura con la ornitología, su gran pasión. ¿En una balanza qué pesa más, las letras o los pájaros?
—La escritura, sin ninguna duda. Cuando dejo de escribir yo apuesto por la ornitología y me traslado a los Pirineos al único centro que había de estudio de la naturaleza para ejercer como ornitólogo,que lleva el CSIC. Estuve allí una temporada larga hasta que por cuestiones extraornitológicas, concretamente porque estaba en manos del Opus Dei, lo dejé. En cualquier caso la ornitología queda ahí flotando y ahora soy un aficionado. Pero curiosamente la ornitología no ha influido en mi literatura, que yo recuerde solo hay un poema o dos centrados en ese mundo.
—Vamos, que no es un poeta de la naturaleza.
—En absoluto. Yo la naturaleza la veo con ojos de científico, de clasificador. Para mí es naturaleza versus literatura. A mí me inspiran las ciudades con un poso. No la ciudad corrompida, pero sí con una historia que se vea en las calles.
—¿Y se siente más poeta o prosista?
—Yo me siento escritor. Para mí la palabra escritor lo engloba todo. Un escritor es un poeta, un periodista, un ensayista, un dramaturgo…
—Está a punto de presentar su último libro, ‘Mansa chatarra’.
—Es un libro que salió ya en junio, que lo ha montado un profesor de Literatura de la Universidad de Valencia, José Luis Falcó, y es una selección de mis textos en prosa o prosa poética relacionados con el mundo de los sueños. Ha salido en una pequeña editorial zaragozana que se llama Jekyll & Jill, que son dignos de admiración. Es un libro cuidadísimo que físicamente ya vale la pena tenerlo en las manos, aunque espero que el contenido supere al continente.
—He leído que una vez dijo que odia a los escritores de su generación y ellos le odian a usted.
—Esto es una frase sacada de contexto y que no tiene nada que ver con la realidad, pero es que en los medios es muy difícil practicar la ironía… nunca he querido ser original. Se me ha llamado ‘raro’, e incluso ‘raro entre los raros’ y yo nunca he pretendido serlo. En mi vida se dan una serie de circunstancias, el mundo de la ornitología, de la poesía, del póker, de los servicios secretos…que han creado a mi alrededor una aureola que a veces me pesa como una losa porque lo que me interesa es que se critique mi obra como poeta, como escritor. No pertenezco a ninguna facción poética ni a ningún grupo político, vivo en un pueblo del Pirineo paniaguando buitres. Se me ha llamado también ‘padre nutricio de la generación novísima’ e incluso ‘de la secta novísima’ y yo no he pretendido influir a nadie, quizás coincidiéramos en la misma carroña, como los buitres.
—Quizás por esa pasión por las aves necrófagas ha escrito crónicas necrológicas en la prensa…
—Tiene que ver. Los buitres me impresionaron desde la primera vez que me introduje en ese mundo, cuando hacía el servicio militar y esto ha podido influir en mí y en otra pasión inconfesable que es la del mundo de los cementerios. Yo tengo un poema que es una relación geográfica de lugares de toda España proclives al ahorcamiento. El mundo de la muerte siempre me ha rondado. Cuando estudié medicina estuve interno en la morgue del hospital clínico durante dos años. No sé si habrá visto fotos mías en la red bailando con un cadáver…
—Dentro del mito de Ferrer Lerín, de esa aureola que le molesta, está el tema del póker, del que se dice que usted vivió en varias épocas.
—Colgué los hábitos hace veinte años. desde niño tuve facilidad para el póker. Mi padre era médico y era muy aficionado y ya entonces le desplumaba a él y a sus amigos. Así que durante una época de mi vida aproveché el póker como fuente de ingresos. Beneficios que por otra parte destinaba siempre a la causa naturalista. Yo era estudiante y a veces jugaba los sábados para tener dinero y poder pagar la gasolina al día siguiente para trasladar carroña desde el zoo de Barcelona al Pirineo de Lérida y dar de comer a las aves.
—¿Y ha jugado en Internet?
—No, es que lo dejé hace años. Dejé de jugar al póker cuando mis hijos iban al instituto y sus compañeros les decían cosas como que tu padre ha desplumado al mío y este año no podremos ir a Benidorm. Era horrible. También es verdad que mis compañeros de mesa eran muy viejos y se dormían. Yo soy una persona con una gran ética y no podía coger el dinero y marcharme. Y el póker tampoco ha dejado gran poso en mi poesía. Solo un poema, ‘Casino en provincias’, que describe un poco lo sórdido de ese juego mitificado.
—De todas formas el mundo de Internet no le es ajeno. Tiene un blog, está en Facebook y es activo en la red, cuando a otros escritores de su generación les da urticaria.
—Eso es una pose. Yo todavía conozco gente que no solo no escribe en internet o en el ordenador, sino que sigue haciéndolo con lápiz. es una pose, como la gente que escribe en los bares, con ese tumulto… se ponen una bufanda y fuman en pipa…
—¿Y cuál es su método?
—Yo soy un obrero, un trabajador de la escritura. Le dedico entre 10 y 12 horas diarias, que no quiere decir que esté ese tiempo escribiendo, pero sí informándome, leyendo, en la red recabando información… Me encierro en mi habitación sin ruido y allí trabajo,luego a lo largo del día y estando en el Pirineo, me resulta muy fácil darme una caminata de una hora.
—Como barcelonés que vive fuera de Cataluña desde hace años, ¿Se le puede preguntar por la cuestión catalana o está hasta el gorro?
—Estoy agotado, ya no puedo más. No he vuelto a Barcelona desde el 68, pero la gente cree que todos los catalanes o todos los barceloneses pensamos igual y por suerte esto no es así. Barcelona es mi ciudad y me da pena que se esté convirtiendo en una capital de comarca. El provincianismo está llegando a unos extremos patéticos y la aventura a la que nos hemos unido todos, porque mucha culpa la tenemos los que no nos hemos enfrentado a ese movimiento nacionalista, no sé a dónde nos va a llevar. Soy muy pesimista.